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Ace nadó hacía su alrededor, la corriente del agua viajaba junto a el y sus mechones oscuros revolotearon bajo el agua mientras sentía la presión del oceano atraerlo hacía la profundidad.

Era liberador, sintiendo su aleta nadar de un lado a otro, jugueteando con el agua y con las algas que se encontraba.

Dando vueltas, Ace dejo que su cuerpo disfrutará  de la frialdad del oceano y una risa ronroneo por su garganta. El sol se reflejaba en un pequeño destello, dejando a la vista algo del terreno del mar.

La arena se clavaba en el suelo y los pequeños moluscos y peces descansaban en ella, viendolos a su alrederor, la paz se revolvió en su pecho y una sensación de tranquilidad le distrajo del parloteo de la superficie.

Ace estaba a punto de acariciar a un pez antes de que el agua se agitara y una presión cayera en frente suyo, los rugidos de la superficie a penas se podían escuchar, pero el retumbar del agua y algunas piezas de metal sumergiendose estrepitosamente en el oceano le indicaron que se había acercado demasiado a la superficie.

Con el corazón latiendo rápidamente y una estaca de pánico y preocupación inundado en su estomago, se apresuró a esconderse de quien sea que haya venido a perturbar su ambiente.

Sin embargo, nunca fue del tipo de escuchar las advertencias de otros, ni siquiera cuando su propia vida se encontraba en peligro. Sus hermanos le seguían diciendo obstinado, pero Ace no vivió una vida de la que pudiera estar completamente absuelto del peligro, así que se aventuró en travesías peligrosas y poco coordinadas.

Entre tanto lío, aprendio de muchas cosas y entre ellas de los humanos. Tenían dos patas en su cuerpo, tan simples pero tan utiles para salir a la superficie, no eran ni tan fuertes como las sirenas o como el resto de los gyojines, pero tenían mucha tenacidad a la hora de luchar.

Así que mientras se escondía detras de una roca, vio unos vibrantes mechones rubios sumergidos en el mar, revoloteando justo como los suyos, como algun tipo de onda que los inclinará hacía arriba y los revolviera con el oceano, con el rostro palido y los parpados cerrados como si estuviera durmiendo.

Ace pensó que tal vez podría realmente estar descansando, pero había escuchado que los humanos no podían respirar bajo el agua y el cuerpo seguía hundiéndose como una pesa.

La curiosidad siempre fue una arma de doble filo, pero en ese momento poco le importó las advertencias que su cerebro le seguía dando, así que nado hacía el cuerpo y lo sostuvo entre sus brazos. Ace respiró profundamente antes de estrecharlo con fuerza y tensar su aleta contra el agua para después impulsarse hacía la superficie.

Los peces se habían marchado casi al instante de que el humano había caido y ahora solo quedaban el rubio y Ace en el oceano.

La turbulencia del agua hizo que su corazón cayera en el vacío y los nervios recorrieran su columna vertebral.

Las historias acerca de los humanos nunca terminaron bien; el deseo, avaricia y lujuria del hombre hizo que la vida de los demas seres vivos fuera más difícil, temiendo por lo que le pudieran hacer si se mostrara ante ellos.

¿Creerían que era asqueroso? ¿Tratarían de cazarlo?

Eran preguntas lógicas que surgieron en su cerebro una vez que salieron a la superficie. La bocanada de aire puro del humano no le paso por alto, sintiendo el cuerpo del rubio volverse mas ligero y estremecerse por la humedad y frialdad del agua.

Ace trató de sostener al hombre lo más que pudo mientras que al mismo tiempo cubría parte de si mismo detras de él, su aleta nado de un lado para otro tratando de mantenerlos a ambos en la superficie, pero el peso le seguía sumergiendo.

Normalmente los seres del mar tenían el doble de fuerza que los humanos comunes, pero la pesadez de éste ultimo en sus brazos parecía mas anormal de lo común.

El rugido de la superficie se había calmado cuando llegó, pero los gritos de panico de un gran bote frente suyo le indicaron de donde el rubio había venido.

A su lado, los restos de un bote más pequeño yacían más cerca, con la bandera y parte de la madera quemado, vidrios rotos y cuerpos por doquier. Ace no los había sentido ni visto caer en el mar así que dedujo que el barco enemigo les había dejado la oportunidad de vivir.

Había varias piezas restantes y otras casi separadas del barco, como si los hubieran dividido en dos.

Pero fue la bandera pirata hizada en el cielo del barco contrario lo que le hizo reflexionar y la tos abrupta del hombre a su lado lo que le envío más escalofríos.

El hombre parecía estar despertando y su miedo junto a él le hicieron temblar. Ace miro a su alrederor asegurandose de que no hubiera nadie más en el oceano, antes de nadar hacía el bote destrozado arrastrando al rubio atravez de las pequeñas olas que se formaban a su paso dirigiendose a una pequeña plataforma de madera que estaba a punto de separarse del bote principal.

Ace fortaleció su agarre sobre su estómago y apreto él abdomen con dureza al momento de subirlo a la plataforma de madera. El barco se hundía lentamente, pero le daría el tiempo suficiente para el hombre de despertar y pensar lo suficiente para salvarse.

Pero en el momento de dejarlo, su agarre  hizo que el agua restante del cuerpo del hombre saliera estrepitosamente y este comenzará a finalmente a vomitar los liquidos en su presencia.

En ese momento su cuerpo se congeló y pudo sentir la presencia del humano reavivarse frente suyo, su corazón se aceleró y sus escamas se retorcieron. Ace respiró aceleradamente viendo como lentamente el hombre recobraba conciencia antes de voltear con lentitud  hacía él.

Otro escalofrío le envio nauseas a su estomago y tragó ante la mirada de sorpresa y confusión del rubio.

Los ojos azules se destellaron entre ambos y le recordaron al oceano con el que solía vagar, pero no tuvo mucho tiempo de expresarlo antes de escuchar unos gritos a la distancia cuando finalmente se decidió por volver a su hogar.

De todas las ocasiones, está había sido la primera vez que había interactuado directamente con alguien así, sintiendo una mezcla de emoción, miedo y confusión por todo el asunto, pero aún así no pudo evitar cuestionarse de más cosas en la superficie.

Especialmente de esos bellos ojos del color del mar que le miraron con tanta curiosidad.

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