●Verano●

El sol entraba por la ventana alumbrando alegremente la habitación, le quitaba su tono de nitidez que todas las noches obtenía. Los rayos luminosos se colaban hasta llegar al rostro de dos chicos que dormían plácidamente sobre la gran cama azulada. La mañana comenzaba a aparecer frente a sus ojos y ellos aún no lo notaban o no querían hacerlo, porque sus ojos se mantenían cerrados y sus manos entrelazadas unas con otras.

No había viento, nada soplaba en el aire y las pesadas cortinas se mantenían tiesas en su lugar. Las hojas de los árboles desprendían una fragancia especial por última vez, se podía sentir a lo lejos como todos se preparaban para la llegada del caluroso verano. Más que todos, los jóvenes que añoraban dejar atrás la escuela y poder tener unas merecidas vacaciones. Unas vacaciones llenas de risas, campamentos, agua, citas, amores, desamores, tristezas, promesas, películas y sobre todo, diversión. Y los comerciantes, las tiendas, las heladerías, las salas de cines, clubs, todo lugar que atrajera a un adolescente, se preparaban para la mejor época del año.

Todos madrugaron para poder recibir al verano como se lo merece, con una gran sonrisa y emoción dentro de ellos. Todos menos dos jóvenes, uno rubio y uno castaño. Ambos chicos descansaban en la cama del mayor, estaban exhaustos luego de haber terminado su penúltimo año en la preparatoria. Sus mochilas seguían tiradas en una esquina de la habitación, los uniformes se encontraban hechos unos bollos sobre el escritorio y sus zapatillas descansaban al pie del mueble.

La puerta se encontraba entreabierta, así que cuando a la señora McVey se le cayeron algunos platos, el ruido llegó a los oídos del rubio. El mayor abrió los ojos con cansancio mientras bostezaba, notó que la luz del día se colaba en su habitación y decidió levantarse para cerrar las cortinas. Se incorporó y al momento de pararse, sintió como su mano era jalada, impulsándolo hacia el colchón. Su mano seguía entrelazada con la del castaño que acababa de despertar y lo observaba adormilado.

—Buen día bebé. —Pasó su mano por los cabellos desaliñados del menor, el cual le sonrió aún medio dormido. Sus dedos se mezclaron con los mechones marrones a la novez que el recién despertado pasaba sus brazos por detrás del cuello del dueño de la casa.

Sonrió cuando vio la intención de su novio, se acercaron el uno al otro hasta unir sus labios en un casto beso madruguero. La risa de Ball lo hizo sonreír aún más, porque no había nada más hermoso que oír la risa de su chico. Podría pasarse horas de lo lindo que lucía a la hora de reír, de lo fascinante que le parecía su acento y que nunca se cansaría de escucharlo decir idioteses.

—Buen día cariño. —El menor se dejó caer en la cama, soltando el abrazo que lo había unido al rubio, este se levantó despacio y caminó hacia la ventana. Lo vio cerrarla, dejando todo el espacio a oscuras, siendo de guía una pequeña luz que entraba por la puerta al estar esta entreabierta. El rubio se agachó para tomar sus pantalones, se los colocó de espaldas al menor, el cuál no dejó de observar su espalda en ningún segundo. —¿Ya tenemos que bajar? —Connor paso sus manos por su rostro mientras se sentaba en la cama, James se acercó a él y le dejó un pequeño beso en la frente. Un gesto que lo hizo sonrojarse.

—Tú no, yo si. —Al ver que el castaño no lo había entendido, dedujo que no escuchó el ruido que lo había despertado. —Escuché un ruido, quiero saber si mi madre esta bien. —El escocés asintió al mismo tiempo que volvía a recostarse en la cómoda cama de una plaza.

James se levantó y buscó en la plena oscuridad su remera, por desgracia no la encontró así que decidió salir semi desnudo. Salió con cuidado, tratando de cerrar lo más suave posible para no asustar a su niño.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo al pisar descalzo las losas de mármol, el piso de madera de su habitación se mantenía estable, pero el suelo del pasillo siempre estaba helado por culpa del maldito aire acondicionado.

Caminó con lentitud por el pasillo hasta llegar a las escaleras, las cuales bajó a saltos. Una canción de una banda latinoamericana sonaba en la planta baja, su madre habría vuelto a poner los canales de música latinos. No entendía mucho la letra, pero podía distinguir algunas palabras como «taxi» «mula», dejó de prestarle atención a la extraña melodía y se dirigió a la cocina. Paso la entrada con una sonrisa cómplice al ver a la señora McVey de espaldas, se acercó despacio y cuando estaba a una distancia corta...

—Ni se te ocurra James Daniel McVey. —El joven frenó algo estupefacto al darse cuenta que su madre lo había visto, aún estando de espaldas. Río mientras se paraba a su lado, observando como las delicadas manos de Cristine preparaban el almuerzo. —No debes asustarme cuando estoy cocinando hijo, puedo lastimarme.

—Ya, ya. —El menor levantó los brazos en forma de rendición, odiaba que lo regañen y más cuando era por querer asustar a su madre. —¿Esta todo bien? Escuche un ruido, como si algo se rompiera. —La delicada uña pintada de un verde esmeralda señaló una bolsa donde muchos restos de vidrios se hallaban.

—Se me resbalaron unos platos, nada grave. —Agradecía que su hijo se preocupara por lo que sucedía en la casa, ella sabía que el día que no este más en este mundo, Sophie tendría un gran hermano que la cuidaría. También sabía que no quería irse jamás, amaba a sus dos niños con su vida y si, para ella seguían siendo sus bebés. —Lamento si te desperté, ¿y Connor? ¿dónde está ese chico?

Tomó una manzana del frutero y le dio un mordisco, le encantaba como su familia se podía tomar tan bien que tuviera un novio, amaba a su madre por haberlo aceptado como es.

—Está durmiendo. —Mordió otra vez la fruta roja, haciendo que un poco del jugo cayera al suelo. Cristine terminó de picar las cebollas justo cuando la música se cambiaba a otra más movida, no sabía el nombre y tampoco quería saberlo.

—Y ¿cómo te fue con su padre? —El trozo de fruta que aún seguía en su boca se atoró en su garganta al escuchar la pregunta de la señora. Ambos se miraron unos segundos antes de que el rubio bajara la mirada, no quería decirle a su madre que había fallado de vuelta. No otra vez. —Te dijo que no ¿cierto?

A James no le quedó otra alternativa que asentir sin despegar sus ojos de sus pies descalzo, siendo el primer día de verano no tenía frío pero aún así su piel se había tornado algo rosada. Se sentía devastado cuando hablaban de ese tema, se sentía vencido. Y odiaba sentirse así, porque Simon, el padre de Connor, no le daba ni una oportunidad, tan sólo se negaba.

—Ya no sé que hacer mamá, es una misión imposible. —Tomó sus cabellos frustrado y tiro de ellos tratando de soltar toda esa rabia que tenía hacía él mismo, por no ser lo suficiente para que el padre de Connor le diera la mano de su hijo. —He pensado miles de maneras, lo he intentado todo, pero nada funciona. Pareciera que el mundo quisiera que me alejara de él, ¿y si es eso? ¿si en realidad no deberíamos estar juntos? Tal vez su padre tenga razón, tal vez esto sea lo mejor para él. —Cerró sus ojos y por instinto, suavizó su respiración, como si el peso sobre él le impidiera seguir adelante.

Cristine se acercó a abrazarlo cuando notó una tercera presencia en el umbral de la puerta, el castaño los observaba a ambos vistiendo únicamente una camisa larga, la cual juraba que su hijo tenía puesta el día anterior. Entonces, se alejó y con un simple garraspear, se fue.

—¿Eso es lo que piensas? ¿Quieres abandonar todo? —La voz baja de Connor exaltó al mayor, quien se volteó sorprendido, los ojos del castaño se habían aguado hasta el punto que sus iris celestes parecían un mar sin salida. —Sólo porque hay un obstáculo, ¿me dejaras ir? ¿quieres librarte de mi? Dimelo James, porque si crees que esto no va a perdurar, debería irme.

—No, no, no, no quiero que te vayas. Cariño, es sólo el peso de no poder hacer lo que tanto anhelo. —El rubio se acercó al menor, el cual retrocedió un paso mientras las gotas saladas se deslizaban por sus mejillas. —Quiero casarme contigo, Con. Yo te amo, jamás te dejaría ir si tu también quieres estar conmigo. No bebé, por favor no llores. —Intentó, nuevamente, acercarse a él, pero el castaño se alejaba cada vez más. —Con...

—No es eso lo que dijiste, tu-u di-dijiste que me dejarías. —James estiró su mano, intentando agarrar la del más bajo, pero este la quitó enseguida. —¿Eso quieres cierto? Ya no me quieres.

—Claro que no mi amor, sólo pensaba que tal vez si me alejaba esto sería mejor para ti. No quiero hacerte daño, yo te amo. —En un rápido movimiento, James tiró de su brazo haciendo que ambos queden abrazados. Comenzó a repartir varios besos sobre la cabeza de Ball, él cual se rindió mientras escondía su rostro en el pecho del chico. —Te amo, no lo olvides jamás.

—No vuelvas a decir eso, no digas que mi vida sería mejor sin ti porque no es cierto. —La voz del joven mezclada con unos sollozos llegó a los oídos del rubio, quien se odiaba a si mismo por haber generado que aquellas lágrimas cayeran. —Eres todo lo que necesito para ser feliz.

Y el corazón se le partió en mil pedazos al darse cuenta que tenía razón, se necesitaban el uno al otro, juntos complementaban una persona. Connor era su oxígeno, sin él no podría vivir y no iba a permitir que por culpa de Simon, todo se echara a perder. Todos los años juntos, caerían a una fosa si él lo permitía.

¿Tanto le costaba entender a ese hombre que amaba a su hijo?

—Te prometo que no me rendiré hasta que tu padre me de el sí, haré lo posible e imposible para que podamos casarnos. Es mi meta del verano. —Los ojos azules del menor lo miraron con un brillo de alegría y, como si no hubiera estado llorando antes, le plantó un beso en los labios. Uno lento y suave, donde se demostraban el uno al otro todo el amor que sentían.

Ese amor que nada ni nadie podría apagar.

—Ay son tan tiernos. —Ambos chicos se separaron algo asustado, para ver que Sophie los miraba enternecida. La hermana de McVey se había puesto a gritar de alegría cuando se enteró que su hermano mayor era gay, por alguna extraña razón era una amante de LGTB y un miembro activo. La chica no era bisexual ni homosexual, pero aún así los amaba y, por esa razón, cada vez que veía momentos Jonnor, así los apodaba ella, comenzaba a fangirlear. —No se detengan por mi, sigan besándose, ¡No! Esperen que iré por la cámara.

La chica salió corriendo mientras cantaba alguna canción de esas bandas pop de chicos que le gustaba, en los cuales shippeaba a los integrantes entre sí.

—Tu hermana es rara, pero me agrada. —James río y entrelazó su mano con la del menor, ya se habían acostumbrado a los ataques de su hermana, era algo común.

—Lo sé, pero no quiero que tenga fotos tuyas. —El joven rubio asomó el rostro fuera de la cocina y miró hacia las escaleras antes de gritar. —¡Mamá, Sophie otra vez nos está acosando!

Ambas mujeres bajaban al primer piso justo cuando el grito de James se escuchó en toda la casa, la madre miró a la niña que llevaba una cámara en su mano.

—Ya deja de acosarlo nena, tienes que darles su espacio. —La tomó del brazo a la vez que le guiñaba un ojo a la parejita en la entrada de la cocina. —Acompañame a hacer las compras.

—Pero mamá. —La castaña había alargado la última letra cuando su madre la sacó de la casa y ella no pudo sacarles fotos a Jonnor.

La casa quedó en un completo silencio sin las mujeres de la casa, Connor abrazó a su novio y comenzó a repartirle besos por todo el rostro. El rubio rió al notar que el más bajo debía hacer puntitas para llegarle a la cara.

—¿Te he dicho ya que me encanta tu cabello? —Las manos pálidas del menor se mezclaron con los mechones dorados del joven, este cerró los ojos disfrutando de la sensación placentera. —En serio me encanta, es como tener el sol en mis manos. —La metáfora lo hizo sonreír, sólo a Connor se le ocurrían ese tipo de cosas. —O tal vez la arena, no lo sé, pero es...es...¡es como tener el verano en mis manos!

—¿Verano? —Aún no había abierto los ojos y su voz salió algo perezosa, porque le había dado sueño.

—Si, tu eres el verano. —Una de las manos del castaño descendió hasta la mejilla del mayor mientras la otra seguía en su cabello. —Tu pelo representaría el sol y la arena, tus ojos son celestes o verdes así que podrían ser el mar o alguna pradera. En fin, tú eres mi verano. —Abrió los ojos al momento que el chico lo abrazaba con dulzura.

—¿Por qué te mantengo caliente? —Comentó con doble sentido, recibiendo un golpe y la vista de su chico todo sonrojado.

—Eres un cochino. —Se quejó Connor mientras escondía su sonrojado rostro en el pecho de James.

—Tú lo mal pensaste.

—Pero tú lo dijiste.

Así se quedaron abrazados y en silencio, dejando que la brisa del verano los llenará con su frescura. Las cortinas danzaban dentro de la casa junto a los llama ángeles que la menor había comprado hace poco, las risas del exterior se mezclaban con los rayos del sol que intentaban calentar toda la ciudad al máximo. Y en medio de todo ese comienzo del verano, dos chicos escuchaban sus latidos. Completamente tranquilos, así se sentían cuando estaban juntos.

Sin embargo, aquella burbuja de tranquilidad que los rodeaba se rompió cuando el castaño notó la hora que era. En tan sólo cinco minutos su padre llegaría a casa del trabajo y si no lo encontraba en su casa, tendrían un gran problema. Connor corrió arriba por sus ropas mientras James buscaba las llaves de la casa, cuando ambos ya estuvieron listos salieron corriendo en dirección al hogar del escocés.

La casa de los Ball estaba a unas manzanas, por lo tanto no les costo nada llegar rápido. Frenaron en la puerta y al notar que el auto aún no estaba, soltaron unos suspiros. No pudieron despedirse, sabían que llegaría en cualquier momento, por lo tanto un abrazo rápido y el menor ya había entrado a la vivienda.

Y James se quedó ahí, mirando la entrada algo alarmado. Él no quería seguir viéndose a escondidas, cuando Simon no estaba, él quería tener a su nene todos los días. Furioso se volteó para encontrarse con el hombre que había tratado de evitar.

Simon Ball vestía un traje lujoso, con un maletín en su mano izquierda y las llaves de su Porsche Cayenne gris en la derecha. Una mueca de disgusto se plantaba en su rostro, claramente por la presencia del rubio.

—Buenos días señor Ball.

—Buenos días. —No lo había dejado de mirar a los ojos ni un segundo, esa era la manera en que lo intimidaba. —¿Qué hacías aquí?

—Venía a hablar con usted. —Mintió, porque no quería que Conn se metería en problemas, además, debía hablar con el mayor. —Sé que usted no lo acepta, pero debo preguntarlo nuevamente ¿me dejaría pasar el resto de mi vida junto a su hijo?

—No. —Así de duro había sonado, al rubio se le escapó una maldición mientras veía como el mayor entraba a la casa sin siquiera voltear a mirarlo.

Pero no se rendiría, este tan sólo era el primer intento.

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