Capítulo 8 - Agridulce.
Con paso lento fue avanzando hasta la ruta 210 mientras su Pachirisu la seguía de cerca, tal vez la abuela de la joven y el Pokémon compartían el mismo miedo a perderla. Aún que el siguiente pueblo se encontraba lejos, su abuela le había permitido ir. Ya era un paso en su recuperación. En Pueblo Sosiego se encontraba la guardería Pokémon en la que su abuela, sin su consentimiento, dejó a todos sus Pokémon menos Risa, que ella había insistido en no abandonar el lado de su cuidadora y mejor amiga.
Antes de llegar a aquel pueblo no pudo evitar echar un ojo a aquel café. Recordaba perfectamente aquellas tardes que pasaba aquí junto a Risa y su abuela hablando con los turistas y contándole todas esas leyendas que habían rodeado a la joven rubia desde su niñez. Antes de darse cuenta ya había entrado a aquel lugar. Le atrapó un dulce aroma nada más entrar por aquella puerta. Aquella fragancia invitaba a quedarse horas y horas sentado en aquellos cómodos sofás. Y más al ver como los clientes sonreían y se sentían como si aquel lugar fuera un segundo hogar para ellos. El alegre Pachirisu se encaminó rápidamente sin su amiga para ir hacía la barra y pedir un cuenco de leche Mu-Mu. Kokoro al ver como su Pokémon corría repleta de felicidad sonrió y a su paso fue llegando a la barra donde una camarera aún ocupada limpiando se encontraba. Al ver a la joven la risueña camarera sonrió.
–Vaya, Kokoro-Chan, llevaba mucho tiempo sin verte. –Se alegró. Kokoro sonrió y aquello hizo que la camarera siguiera con aquella sonrisa que le hacía ver tan joven. Esa camarera llevaba allí desde que Kokoro tenía memoria. Empezó con unos dieciséis años y aún, después de sus años, seguía trabajando allí. ¿Y quién no lo haría? Era simplemente tan relajante trabajar en un recinto así que era muy extraño que una persona llegara a sentirse incomodo de su estancia allí. La joven de cabellos anaranjados sonrió a la pequeña Pachirisu, que ya se encontraba sobre la barra, moviendo su larga cola. – Vaya, pequeña Risa, ¿has echado de menos la leche Mu-Mu? – Le preguntó divertida y el Pokémon empezó a dar pequeños saltitos para afirmar lo que esa camarera deducía. La camarera tan sólo con un movimiento de su brazo, le dio un cuenco que contenía ese dulce manjar que el Pachirisu estaba esperando. Sin esperarlo, Risa empezó a beber. – ¡Tranquila o te vas a atragantar! – Rió la joven mientras posicionaba su mano derecha en su mejilla. Parecía que el Pokémon ignoraba su consejo y seguía feliz bebiendo esa sabrosa bebida. La camarera se apoyó en la barra con su codo y dirigió la mirada a la joven rubia. La camarera suspiró, odiaba tener que decirle eso. – Kokoro-Chan, sé que es muy irrespetuoso de mi parte. –Al empezar así, la joven Kokoro ya se hacía una idea de lo que seguía. – Pero, ¿qué te pasó en tu viaje Pokémon? He oído virguerías, pero prefería no escucharlas y escucharte a ti. – Le interrogó mientras la miraba. Kokoro dirigió la mirada a un punto de la habitación. ¿Debía empezar a hablar de eso ahora? Sinceramente, ella no tenía ganas de recordar aquella experiencia, pero antes de que se negara, la joven camarera le dijo algo que cambió su opinión por completo. – Kokoro-Chan, he estado muy preocupada por ti, y mucho más tras ver que hacía mucho que no te pasabas por aquí. – Su tono tan triste y su mirada preocupada fue lo que hizo que Kokoro se animara a hablar de ello.
–Todo parecía que iba bien. – Comenzó la rubia relatando su historia. – Ya había capturado a 5 Pokémon y había conseguido llegar a Ciudad Corazón por mi propio pie. Pero creo que mi cuerpo no aguantó más. Era demasiado para mí. Y nada más entrar en aquella ciudad mi cuerpo se desvaneció y caí en el asfalto, preocupando a aquellas personas que habían a mi alrededor y que ni siquiera sabía el nombre. –Kokoro sentía que al recordar todo aquello volvía a sentirse igual de débil que en aquel momento. Para intentar tranquilizarse, decidió poner un mechón molesto detrás de su oreja. –Cuando desperté estaba en un hospital y ni siquiera te sabría asegurar si era de Ciudad Corazón. Llamaron a mi abuela y tras enterarse de lo sucedido, eso bastó para que ella se preocupara tanto por mí que no pudiera salir de mi casa hasta que mi médico no asegure que puedo estar bien del todo. – Explicó e intentó sonreír, entristeciendo a la gentil camarera. – Pero es algo inútil, porqué yo nunca voy a estar curada de esta enfermedad crónica. Aunque mi abuela piensa que aún no estoy preparada para salir de Pueblo Caelestis hoy he salido. – Kokoro, sintiéndose incomoda, empezó a acomodar el lazo de su vestido verde para intentar calmar sus nervios. – No es que no me guste vivir ahí. Más bien, adoro vivir rodeada de esa aura misteriosa y trasmitir esa aura a esos niños que vienen a vernos desde Ciudad Vetusta. Pero, siento que me ahogo, que estar en este pueblo me atrapa y llegará un punto que ya no podré volver a salir. Y no quiero. Quiero explorar, ver mundo, visitar ciudades que de pequeña hubiese hecho lo que sea por verlas y... – Fue interrumpida por la amable joven de cabellos anaranjados, la cual tenía la mirada entristecida, con los ojos un poco rojos debido al relato de la joven rubia.
– Encontrarte con Jirachi. –Kokoro la miró y sonrió. Bajó su mirada, un poco avergonzada.
– No es sólo eso, aunque me encantaría. Poder ser libre y poder ser autodependiente. – La mirada de la rubia transmitía desilusión y una gran resignación a los acontecimientos, lo que ponía muy triste a la camarera, la que siempre escuchaba como Kokoro anunciaba a todos los clientes de aquel café que ella sería quien encontraría a Jirachi y serían los mejores amigos del mundo, y es más, pediría el deseo correcto. No podía evitar la peli naranja sentirse incapaz de alegrar a esa joven, ya que, nadie podía hacer nada por ella. Algo muy cruel, que la realidad le haya dado un gran puñetazo a esta pequeña muchacha desde temprana edad y que haya tenido que vivir con esa realidad presente, día a día. Aquello debía estar prohibido para cualquier niño.
– Kokoro-Chan, al menos ahora estas aquí. – Le sonrió, haciendo que la joven Kokoro consiguiera esbozar una pequeña sonrisa. La joven miró aquel reloj rojo que colgaba de una de las paredes de aquel acogedor café y se dio cuenta de la hora. Con mucha prisa tomó a la pequeña Risa y le dio una tímida sonrisa a la camarera.
– Lo siento, pero tengo que irme ya. – Dejó el dinero necesario en la barra y se despidió con su mano y acompañada de una sonrisa. La camarera suspiró. Con marcha rápida abandonó el local y se fue hacía Pueblo Sosiego.
* * *
La guardería Pokémon estaba llena de actividad y de niños pequeños y Pokémon corriendo por todos lados. Una imagen muy entrañable. Al hablar con el jefe de aquella guardería se percató de que alguno de sus Pokémon había conseguido evolucionar, algo que alegró y entristeció a la vez a la muchacha. Ahora tenía un Lucario, Floatzel y un Luxio. El propietario de la guardería le hizo esperar un rato para traerle sus Pokémon. Ella estaba deseando ese encuentro con ellos después de un mes sin verlos. Seguro que estarían preocupados por ella. El primero que salió a su encuentro fue el cantador Chatot, que venía gritando un "Kokoro, Kokoro" desde la lejanía, al llegar la rubia lo abrazó tiernamente. No podía hacerse a la idea de cuánto lo había extrañado. Tras ese abrazo con su dueña, el Chatot, llamado Tot, acudió a reunirse con su compañera Pachirisu. El siguiente en aparecer fue su Buneary, que vino casi llorando a por ella. Kokoro pensó que adoraba lo sentimental que era este Pokémon. Pachirisu y Kokoro abrieron sus brazos para juntarse en un sentimental abrazo con Bune, el cual fue muy hermoso de ver. Sin dejar que se levantara del suelo el ya evolucionado Luxio apreció en escena acariciando con su cabeza el regazo de su dueña. Kokoro no se podía acostumbrar que ese Luxio fuera aquel Shio que fue una vez un Shinx. Gracias a la ayuda de sus Pokémon se levantó y esperó a sus dos últimos Pokémon. Vinieron ambos juntos, Flatze que era su elegante Floatzel y Rio, el que ahora era un Lucario. Ambos Pokémon abrazaron a su amiga y cuidadora y Kokoro, tras cada abrazo, no pudo evitar soltar alguna que otra lágrima.
Tras hablar con el jefe y darle el dinero apropiado, metió a cada Pokémon en su PokéBall y se dirigió hacia la puerta. Decidió guardar también a Risa, no quería que se cansara demasiado por culpa de su abuela y la idea de que tenía que protegerla, en unos meses ella iba a cumplir quince, así que ya no era tan pequeña. Pero cuando la abrió y se dispuso a salir se chocó con otra persona que se disponía a entrar al recinto.
Kokoro dirigió la mirada a aquella persona. Se trataba de un chico, un joven de su edad. Aparentaba tener quince e incluso dieciséis años. Su cabello era de un color chocolate y liso. Al encontrarse tan cerca de él, unos pocos centímetros, pudo contemplar con detalle esos ojos color esmeralda que tenía. Era más alto que ella, no llegaba a sacarle una cabeza, pero en eso estaba. Vestía con informal, con una sudadera azul, algo llamativa. A la joven Kokoro sintió que su corazón empezaba a latir cada vez más deprisa. ¿Tal vez estuvo mucho tiempo fuera y se iba a desmayar? No lo sabía pero no podía dejar de mirar aquella mirada verde. Tras ver que ella no se movía, el joven hizo una mueca y Kokoro se sintió avergonzada y bajo la mirada. ¡Se sentía tan estúpida! Murmurando un "Lo siento" abandonó la guardería a paso rápido, dejando que aquel joven mirara como partía hacía la ruta 210.
La joven camarera, que ya había vuelto al trabajo después de la despedida de Kokoro, se encontraba barriendo la estancia hasta que entró nuestra joven acalorada y jadeante.
– ¿¡Que ocurre, Kokoro-Chan?! –Le preguntó terriblemente preocupada y soltando inmediatamente la escoba, que caía con un sonoro ruido al suelo, algo que asustó al resto de clientes. Kokoro la miró avergonzada y con un inaudible tono de voz pronunció:
– ¿Puedes darme algo de beber? Lo más frío que tengas, por favor.
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