Capítulo 35
Su mirada se concentraba fija sobre la cicatriz que ahora adornaba su hombro. Se contorsionaba para poder mirarla mejor. Lo único bueno era saber que aquella marca yacía a sus espaldas y no de frente y tan evidente. Bart agradecía aquella suerte que tuvo. Si a eso se le hubiese podido llamar como tal. Aún no se hacía a la idea de haber sido tan afortunado como para que el disparo no lo hubiese matado. De verdad estaba agradecido por eso.
Ahora, luego de casi tres semanas de aquel horrendo suceso, Bart podía respirar más tranquilo viendo la evolución favorable de su recuperación. Ahora atestiguaba de primera mano lo fuerte que podía realmente ser. Aunque no debía llevarse todo el crédito, pues en esos pésimos primeros días luego de volver al apartamento de Jaime, no se halló solo para enfrentarse a los funestos recuerdos que esa desagradable experiencia le dejó.
En ello debía ser sincero; si no hubiese sido por la infinita ayuda de Jaime y Khaji, ese final hubiese sido algo muy diferente y muy cruel. Pensar en ello lo estremecía sin control, pero le bastaba con traer a su memoria la imagen de su tan adorado amigo Jaime para comenzar a calmar su agitado corazón y su cortada respiración. Con esa cura sobrellevó los primeros días luego de ser rescatado de aquella avenida. Algo que no le fue muy fácil, pues su convalecencia no sólo era física, sino emocional y anímica.
Dos días enteros se la pasó durmiendo después de despertar y reencontrarse con Jaime en aquel hotel de mala muerte; justo igual que aquellos días cuando fue encontrado en el callejón.
Esa experiencia no fue muy amena para describir. Bart sufrió fiebres e incomodidades con la herida de su hombro y el malestar en general. Sin embargo, al muchacho convaleciente le bastaba estirar su mano y sentir aquella de Jaime sosteniéndola. Percibir su calor y su suavidad lo tranquilizaba al instante. Sólo de ese modo, lograba retener un poco de resistencia y continuar recuperándose. Por supuesto, los cuidados médicos de Khaji fueron indispensables, pero realmente, fue la compañía de su amigo la que lo salvó de ese infierno traumático.
Esos días quedaron en el pasado cuando Bart despertó lúcido y sin temperatura alta. Lo primero en su agenda fue pedir algo de comida y disfrutar de los alimentos sencillos y deliciosamente caseros que Khaji preparaba a consciencia.
Jaime no se despegó de Bart en cada momento que el pelirrojo yaciera despierto y en sus sentidos. Khaji se ocupaba del resto cuando Jaime debía acudir a la escuela o al trabajo. Así, cierta normalidad volvió a sus vidas.
En menos de lo que hubiese podido darse cuenta, Bart aceptaba que finalmente había vuelto al departamento entrañable y ahora estaba a salvo.
No recordaba precisamente el recorrido de vuelta o si habló después con Jaime en aquella habitación de hotel. Sólo tenía la impresión de haberse acorrucado a su lado y llorar como nunca justo antes de quedarse profundamente dormido. Entonces, esa siesta se prolongó a lo largo de días pesados y sombríos. Pese a esos críticos y dramáticos instantes, Bart fue bien cuidado y tratado. Ambos mayores se ocuparon de él y de su bienestar.
Cuando Bart pudo levantarse y caminar por su propio pie, las preguntas implícitas se hicieron presentes entre las líneas de sus pláticas.
Aunque fue algo duro y Jaime sostuvo siempre la mano de Bart, el chico contó todo lo que le había sucedido desde el momento en el que abandonó el apartamento aquella fatídica noche.
Esa declaración sirvió para complementar lo que Khaji había averiguado y lo que Jaime había atestiguado. Para Bart no fue fácil contar aquellos momentos incómodos, pero le sirvió para desahogarse. Por su lado, a Jaime se le dificultó oír ciertas partes; pues sentía un profundo dolor al empatizar con él y todo el terror que vivió. Además, pensar en lo que Kyle le hizo al torturarlo, le partía el alma y lo hacía hervir en rabia.
Fueron declaraciones duras, pero en cuanto vio a Bart hablar de ellas con suma confianza entre los tres o entre los dos, Jaime comprendió que su adorable amigo pelirrojo estaría bien con el paso del tiempo y eso lo tranquilizaba.
Aunque Bart contó las partes más duras y crueles de su horrible suceso, se guardó para sí mismo algunos de los detalles que implicaban hablar sobre Prime o lo que intentó hacer aquel médico con él. Esa información realmente no competía a Jaime y de todos modos, no quería involucrarlo.
La cúspide de toda esa conversación fue cuando Jaime relató desde su punto de vista todo lo que vivió para llegar a ese jardín y poder atrapar a Bart entre sus brazos cuando éste saltó sin pensar. Al oír la historia, Bart se conmovió hasta sentir escalofríos e inundar sus ojos. Nunca en la vida sintió mayor sentimiento como cuando escuchó a Jaime contar cómo fue que logró encontrarlo en aquella casa en el medio de la nada. Apenas lo oyó y se lanzó hacia él para abrazarlo y llorar en su hombro.
El recuerdo de esa conversación hacía suspirar a Bart y esa mañana frente al espejo no era la excepción. El muchacho sonreía tímidamente con sus mejillas sonrojadas mientras revisaba los residuos de aquel disparo en su hombro. Ahora ya no sentía mayor molestia y aunque la percibiera, pensar en lo que Jaime fue capaz de hacer para encontrarlo, lo distraía de cualquier dolencia.
Gastaba sus reflexiones en ello todavía luego de terminar su ducha y salir del baño. Justo ocupó el pasillo cuando Jaime salió de repente de la habitación y chocó con él en un acto distraído e imprevisto.
-¡Cielos, disculpa! –Exclamó Jaime sosteniendo a Bart entre brazos, pues el menor tambaleó por lo sorpresivo del saludo matutino-.
El chico recién bañado se sonrojó al sentir aquellos brazos fuertes sobre su espalda y su cintura. Le sonrió amena y tiernamente a Jaime.
-No pasa nada, salí sin avisar. –Contestó Bart manteniendo su tímida, pero alegre actitud-.
Jaime le ofreció una mueca parecida a una sonrisa, aunque en realidad se ajustaba más a un gesto de fastidio; aun así, Bart todavía esperaba algún intercambio de palabras, sin embargo, Jaime lo liberó inmediatamente y dio un paso atrás.
-Menos mal... -Musitó Jaime para después continuar su camino hacia la estancia-.
El pelirrojo, con algunos balbuceos en la boca, permaneció en el sitio por unos segundos más; los suficientes para ver la espalda de Jaime alejarse y perderse al salir del pasillo. Luego, desvió su mirada y reanudó su marcha hacia la habitación.
Entró y se sentó en la cama dispuesto a secar su cabello. Mientras sacudía cada mechón, observaba embelesadamente los muebles de la habitación recordando algunas cosas sin querer.
De su cabeza no salían esos hermosos momentos que había compartido con Jaime. Momentos que se intensificaron justo antes de aquella tragedia con Kyle e incluso más, después de su regreso, y que de algún modo, para su propia decepción, habían quedado en un pasado muy lejano.
Cuando estaba recuperándose, Bart se sintió acompañado y atendido en todo minuto; algo que agradecía profundamente y que le ayudó bastante.
Durante esos días, Jaime lo procuraba y se preocupaba por no sólo curarlo, sino por sanar sus sentimientos. Porque era cierto, Bart por momentos se volvía aprensivo o tenía terrores nocturnos. Durante esas situaciones, Jaime concentraba sus energías en devolver la calma a su temple o a sus emociones. Para ello, el castaño pasaba horas enteras en hablar con Bart, contándole anécdotas, chistes o historias de su familia. Esos ratos transformaban el aire y regresaban la quietud a sus agitados corazones.
Entre los dos se esforzaban, una vez que el tema de Kyle quedó aclarado, en no volver a traer ese tópico a sus bocas. Por el contrario, intentaban retomar la confianza que habían conseguido el uno con el otro.
O al menos ese fue el objetivo durante algún breve tiempo, pues aunque Bart no lo quisiera admitir, algo entre los dos comenzó a cambiar.
Una noche, ya acostado en aquella suave y familiar cama, Bart le pidió a Jaime que se quedara un poco más a acompañarlo, pues como habían acordado antes de su agotadora aventura, no dormían juntos en la pieza, pues cierto pudor se mantenía entre los dos y más cuando en esos primeros momentos no se tenían tanta confianza en el concepto de la intimidad.
La manera de resolverlo fue sencilla; Jaime acompañaba a Bart hasta que el chico se quedara dormido y luego el mayor se mudaba al sofá. Así lo hicieron por noches continuas. Y aunque en las últimas, antes de que Bart desapareciera, tomaban algunas siestas juntos, el acuerdo referente a la cama era explícito y en las noches, Bart dormía solo.
Desde que Bart llegó a ese apartamento, Jaime le había cedido amablemente la cama porque era lo correcto. En aquel entonces, Bart estaba herido, confundido, temeroso y necesitaba espacio. Por supuesto, luego de entrar en confianza para hablar de algunas cosas y sentirse mejor en compañía de Jaime, Bart se negó a ocupar el lugar privilegiado. No se hallaba cómodo con la idea de quitarle a Jaime su lecho y mandarlo después al sofá.
Luego de varios convencimientos, fue Bart quién terminó ocupando aquellas dulces y blancas sábanas, aunque a regañadientes.
Para dicha de Bart, Jaime comenzó a quedarse a su lado. Y aprovechando el grado de amistad que estaban formando, sostenía la mano de Bart sin otra intención que transmitir calma y apoyo. Con ese objetivo en mente, Jaime se mantuvo junto al menor proporcionando momentos de serenidad y noches tranquilas. Con su compañía, Bart ya no se sentía tan desamparado.
La costumbre fue creándose; cuando Jaime lo veía caer profundamente dormido, lo arropaba y luego se escabullía a la sala. Ahí armaba su cama y descansaba. O por el contrario, cuando Bart se dormía acompañando a Jaime en sus estudios, era él quien luego era transportado a la cama y ahí terminaba su día.
El caso era que después de la pesadilla que los sacudió con su desaparición, ahora el pelirrojo había recuperado la suficiente confianza como para pedirle a Jaime que lo acompañara como aquellas otras noches. Ahora se sentía mejor y añoraba percibirse cerca de Jaime en su ritual justo antes de dormir.
Esa noche en particular, aquella en la que se decidió a mencionarle a Jaime su petición nuevamente, Bart se arrinconó en la cama y sentó sobre el colchón. Observó en silencio a Jaime, quien guardaba cuidadosamente sus cosas para partir temprano en la mañana hacia la escuela. Viéndolo recoger sus libros, Bart respiró profundo y esperó el momento preciso para anunciar su demanda. Con notables signos de vergüenza, Bart tartamudeó sonrojado.
-Ja-Jaime... –Llamó con su voz algo apretada-.
-¿Qué pasa? –Inquirió Jaime sin despegar la vista de su mochila-.
-Oye... Hoy... ¿Qué tal si hoy te quedas junto a mí esta noche? -Le preguntó tímido-.
Jaime viró su cabeza mostrando lo sorprendido que estaba por esa propuesta. Su expresión remarcó que quizá no había escuchado bien.
-¿Cómo? –Habló Jaime sonriendo algo nervioso-.
-Pues... Ya sabes... ¿Por qué no te quedas conmigo esta noche...? ¿Hace semanas que no dormimos en la misma cama?
-¿Qué?
-Jaime... Anda...
-Pero eso no es del todo cierto... ¿Qué hay de esa noche en el hotel? Me quedé contigo toda la noche.
-Jaime... Esa noche no cuenta... Ni siquiera la recuerdo muy bien... Anda. Hace mucho que no nos quedamos juntos a hablar hasta quedarnos dormidos.
-Bart, pero esas veces fueron contadas y...
-¿No quieres? –Se preocupó brevemente-.
Observando sus expresiones, Jaime le sonrió y algo abochornado pensó en responder.
-Debes descansar. -Dijo el castaño cerrando su mochila y abandonando su silla-. Conmigo junto a ti, no tendrías suficiente espacio para moverte.
Bart le devolvió una sonrisa al escucharlo; lo que le dio más inspiración para insistir.
-Jaime, pero es tu cama después de todo. –Agregó sumamente determinado-.
-Creí que ese asunto ya había quedado claro. –Respondió Jaime condescendiente, sentándose cuidadosamente en la orilla de la cama-. Además, en el sofá estoy bien. No me molesta dormir ahí.
-Jaime, pero no está bien. –Dijo estrechando la distancia con Jaime-. Siempre dije que yo debería dormir en el sofá. Yo soy el invasor.
-No, no lo eres. –Intervino apresurado para contradecir-. Eres mi amigo y ahora más que nunca, debes descansar como se debe.
-Pero Jaime, ya me siento bien. Y Khaji dijo que mi hombro ya estaba mejor.
-Bart, pero ¿por qué quieres que durmamos juntos? No estarás cómodo.
-Hemos dormido antes juntos. No veo por qué ahora no quieres.
-Sí, ya sé. Pero antes, igual que ahora, necesitabas y necesitas un poco de comodidad para recuperarte. Y ya sabes que te acompañaré hasta que te duermas; no te preocupes por eso. Y no es que no quiera, es sólo que no sé exactamente por qué tú lo quieres. No es necesario y no quiero incomodarte.
-No me incomodas. Y vamos, Jaime, esta es tu cama, tienes todo el derecho de dormir aquí. Además es lo suficientemente grande para los dos. Anda, sólo quédate aquí. No me gusta que te quedes en el sofá. Me hace sentir mal por ti. Anda, ¿sí? Jaime, prometo no moverme mucho.
El mayor lo miró sonreír con su petición. Parecía ser alguna demanda infantil sin sentido. Y en realidad, no había una excusa verdadera para negarse.
-Anda... -Insistió Bart ofreciéndole una almohada-.
Su cara algo demacrada y con sus ojos ámbar aún más brillantes que nunca terminaron por convencer a Jaime; por lo que tomó la mullida almohada y se aventó a la cama.
-No me quedaré. –Aclaró Jaime acomodándose junto a Bart y dirigiendo su mirada al techo-. Sólo estaré aquí hasta que te duermas...
-Vaya... -Musitó Bart algo insatisfecho, pero contento de ver a Jaime junto a él-.
Entonces comprendió que no iba a obtener más que eso en aquella noche, así que volvió a sonreír y se acomodó junto a él.
Se colocó a su lado rozando su hombro con su mejilla. Se cubrió con las mantas dejando su rostro descubierto.
Los segundos pasaban en silencio y lenta y cautelosamente. Bart se aproximaba cada vez más. Comenzó con su mejilla y pequeños roces, luego su rostro se recargó en su hombro y terminó con la nariz hundida en la cabellera de Jaime mientras sus brazos se arrimaron al pecho contiguo.
Parecía una masa deforme aplastando a Jaime, pues no había abandonado las mantas y se negaba a mantener las manos lejos de su amigo. Ese hecho no inmutó en lo más mínimo al anfitrión; al contrario, la comodidad era tan placentera y familiar, que sentía ese acercamiento de manera natural y antigua. Algo que lo dotaba de calma y mantenía cálido su ser.
De igual manera, Bart proyectaba esa familiaridad y comodidad a través de su suave respiración y su reacomodo final, el cual dibujaba su cuerpo casi encimado sobre el de Jaime.
Bajo esos rastros de reposo y placidez, Jaime estiró la mano y apagó la lámpara de la cabecera. La cómplice obscuridad los cobijó entonces otorgándoles sosiego y privacidad. Además, el silencio se pronunció apacible orillando a los muchachos a escuchar sus propios pensamientos.
Luego de varios minutos callados, procurando la presencia contraria y disfrutando del cálido ambiente, la mente vibrante y soñadora de Bart empezó a crearse escenarios y relatos fantasiosos donde Jaime y él compartían la cotidianeidad hogareña de un mundo casual y cómico; una copia fiel de aquellas comedias que disfrutaba ver en televisión. Imaginar aquello le arrancó una tenue sonrisa y le pintó las mejillas de un color rojizo. Entrecerró sus ojos cautivándose con sus graciosas maquinaciones.
Se vio a sí mismo sacando algún platillo del horno, usando un delantal blanco con algunas estrellas bordadas y apartando los otros platos para poner la comida principal al centro. Esa escena lo llenaba de felicidad porque sabía que cocinar para Jaime era una de las muchas cosas que amaba hacer por él.
Cocinaba todo el tiempo para su amigo. Le preparaba el almuerzo que se llevaría al trabajo, le hacía la merienda que disfrutaría al llegar a casa y le servía la cena que compartirían justo antes de beber una copa de vino y consentirlo con un baño repleto de aromas.
Imaginarse en una comedia hogareña le resultaba hilarante, y más cuando él mismo cumplía el rol de una esposa conservadora dedicada y amorosa, justo al estilo de los años cincuenta. Una que se encargaba de la limpieza, la decoración y la armonía de la casa; una que procuraba a su marido con múltiples detalles y comodidades; una que se ocupaba desde las tareas más básicas como lavar, hacer las compras, acomodar, planchar o sacudir, hasta las más complicadas como vestirse y prepararse para Jaime y recibirlo con abrazos y besos o aprender a hacer masajes adecuados que liberaran a su tierno esposo del estrés diario. Pensar en ello, de verdad le daba risa, pero también le dejaba ciertas reflexiones al respecto.
"¿Algo así entre nosotros sería posible?" Se preguntaba Bart para sus interiores. "¿Podríamos tener una vida parecida?" Seguía reflexionando, continuando con sus quimeras. "¿Casarme? ¿Yo? ¿Casarme yo con Jaime? ¿Eso es siquiera permisible?" Pensó un poco melancólico, con ello, disminuyendo la sonrisa en su rostro y alzando su mirada para concentrarla en Jaime. "¿Eso es algo que yo quiero realmente? ¿Siquiera Jaime quiere también algo así en su vida? Y si sí, ¿Jaime querría casarse conmigo? Pero...". Dudó sobremanera. Por primera vez en mucho tiempo, Bart sintió algo de temor y bastante inseguridad.
"Creo que no había pensado en eso...". Se dice algo arrepentido de sus fantasías. "A estas alturas, no sé realmente dónde estamos Jaime y yo... De hecho no sé sinceramente lo que quiero o a dónde quiero llegar... Y Jaime, pues... ¡No, un momento, sí sé! ¡Sí sé lo que quiere Jaime!" Se dijo mientras recordaba claramente aquella profunda y franca conversación; la misma dónde Jaime confesó parte de sus sentimientos y que desafortunadamente desembocó en un resultado un tanto trágico.
Aunque recordó esa terrible noche en consecuencia y aquel suceso nefasto que lo lastimó y lo llevó al hospital y luego lo hizo vivir esa pesadilla, se concentró firmemente en las dulces palabras que Jaime soltó durante su privada conversación.
Rememoró de corazón cada una de las sílabas que Jaime pronunció. El color carmín volvió a sus mejillas y su pecho se agitaba por extensión. Oír aquella confesión en su mente le hizo recuperar su sonrisa y su confianza. Su timidez de pronto se esfumó y se sintió con la inspiración necesaria para acercarse todavía más a Jaime y soltar su nombre con su aliento.
-Jaime... -Llamó un poco avergonzado, aún fascinado y emocionado por los recuerdos que quizá marcaban el tema perfecto para retomar lo que sea que tuvieran entre ellos-. Oye... -Le murmuró sonriente-.
-Dime... -Habló Jaime estirando las comisuras de su boca y virando su cara para mirar el rostro contrario-. ¿Qué pasa?
Bart devolvió la atención y también enfocó aquella sonriente expresión. Su sonrojo creció al ver tan de cerca a Jaime, quien permanecía apenas separado por algunas arrugas de la almohada.
-Jaime... Yo... -Tartamudeaba dejando expuesta su timidez y su emoción-. Sabes, he estado pensando en algo y... Me preguntaba si quisieras hablar sobre "eso". –Dijo bajo un tono tembloroso, pero expectante-.
-¿"Eso"? –Inquirió sin comprender realmente-. ¿De qué hablas?
-Ya sabes... De "eso".
-No, no lo sé. –Aclaró a medias sonriendo y a medias mostrando una naciente preocupación, pues comenzó a pensar que Bart no le había contado todo sobre el encuentro que tuvo con Kyle-. ¿Por qué? ¿Hay algo que me quieras decir? ¿Algo referente a Ky...?
-¡No! –Exclamó algo alarmado, cortando de tajo la idea de la cabeza de Jaime-.
Con su implícita orden, Bart ocultó su rostro bajo las mantas y se encogió de hombros.
-No, yo hablo de esa confesión... -Mencionó Bart desde el otro lado de la manta-.
-¿Qué? –Preguntó Jaime después de no haber oído bien-.
-Hablo de la confesión. La confesión que me hiciste. –Repitió aún con la cara cubierta-.
-¿Qué? No te escuché.
-¡Hablo de la confesión! ¡La confesión!
-¿Qué?
-¡La confesión! ¡Hablo de la confesión sobre tus sentimientos! ¡La confesión que me hiciste de TUS sentimientos! –Reiteró descubriéndose la cabeza, mostrando sus ojos brillantes y esperanzados y sus mejillas ardiendo en color granate-.
Inmediatamente, Jaime sintió un hueco en el estómago y una punzada en el pecho. Esa palabra lo golpeó con toneladas de realidad y vergüenza. Recordó súbitamente aquella conversación nocturna y el contexto que la rodeaba.
-Hablo de eso... Quisiera seguir con esa conversación si quieres... -Continuó Bart, pero el silencio fue su única respuesta-.
Algo en la cabeza de Jaime se desarrollaba con suma intensidad y raciocinio. Paulatinamente, su tranquilidad se transformó en desdicha, preocupación y pesar. Sólo él conocía las razones de su expresión un tanto afligida. Expresión que inquietó de inmediato a Bart y lo hizo innegablemente retroceder.
-Jaime... yo... -Balbuceó creyendo, casi aceptando, que había cometido un error al sacar ese tema en la charla-. Creo que no quieres hab...
-¡Maldición! –Expresó Jaime súbito y abrupto, acompañando su sorpresiva exclamación con un rápido movimiento que lo levantó de la cama-.
-¿Jaime? –Se interrogó Bart al verlo alejarse de la cama-. ¿Qué...?
-¡Olvidé hacer ese resumen, rayos! –Completó Jaime virando sobre sus talones para tratar de localizar su mochila-.
-¿Qué...? –Enunció Bart de verdad bastante confundido-.
-¡Cielos, por poco lo olvido! –Dijo Jaime buscando algunas cosas-.
-¿Qué? Pero... –Habló Bart dudando, levantándose después bastante preocupado por el cambio de ambiente, observando cuidadosamente cómo Jaime alzaba decididamente su mochila y después se acercaba a la puerta-. Jaime... –Llamó en exceso confundido una última vez-.
-Descansa. –Dijo sin voltear a mirarlo-. Quizá me tarde un poco, así que no me esperes. –Acotó Jaime sonriendo de lado y evitando a toda costa mostrar el rostro-.
Justo después, el castaño abandonó el cuarto en completo silencio.
Bart permaneció con la misma postura, aún preguntándose cómo la atmósfera había cambiado tan rápido. En menos de una frase, su dulce intercambio de compañía y el cálido abrazo se habían transformado en un lúgubre final para esa noche.
Bart estaba empezando a tener un presentimiento algo doloroso. Uno que prontamente lo dejaba absorto en un pensamiento que no estaba agradándole del todo. Uno que se resistía a asimilar, pero que parecía la sola conclusión posible.
-Jaime... -Musitó aún sentado en la cama, inquietamente estrujando las sábanas con sus dedos mientras en su rostro mostraba una creciente decepción y tristeza-.
"¿Acaso... acaso dije algo que no debía?" Pensó de verdad temiendo la verdad.
-¿Jaime se molestó? –Se inquirió llegando al único desenlace posible-. ¿O acaso fue porque me acerqué demasiado? –Ahora no sólo se preocupó, ahora también la vergüenza lo invadía-.
"¿Fue mi actitud? ¿No debí abrazarlo? ¿Fue muy pronto? ¿Me propasé con la familiaridad?" Se inquiría en tanto su mente volátil y paranoide hacía de las suyas. "¿Malinterpreté algo? ¿O acaso fue...?"
-¿...Lo que... dije...? –Se inquirió en voz alta-. Arrugando su entrecejo, pensando en esa última pregunta que le dedicó a Jaime-.
Entonces repasó decenas de veces sus palabras y analizó la expresión del castaño. Todo comenzó a tener sentido, aunque no sabría exactamente la raíz del problema.
-¿Se molestó? ¿Se incomodó? ¿Qué sucedió? –Se preguntó ya convencido de que fue su conversación la causante de la huida de su amigo, pero no estaba muy seguro de entender la razón original-.
A partir de ese momento, en el medio de la obscuridad de esa habitación y ya solo, a unos minutos de acostarse para dormir, la duda, la desconfianza en sí mismo y cierto temor infantil se implantaron arraigadamente en la psique de Bart. En consecuencia, esa sería la primera de varias noches en las que el pelirrojo no conciliaría un sueño tranquilo.
De eso se acordaba y no podía evitarlo, pues algunas ojeras aparecieron a lo largo de los días y ahora las veía palpables en su rostro.
-Cielos... No pensé volver a tenerlas... -Musitó Bart mientras observaba su reflejo en la pantalla del ordenador de Jaime-.
Suspiró y terminó de vestirse. Luego salió de la habitación con la ropa sucia entre las manos. Al pasar por la sala observó a Jaime ajustándose la camisa.
-¿Ya almorzaste algo? –Le preguntó sonriente desde el otro lado del sofá-.
-Comeré algo de camino. –Respondió Jaime sin voltear a mirar a Bart-.
-¿Qué? Jaime, eso no está bien. ¿Quieres que te prepare un emparedado antes de irte? –Ofreció igual de animado-.
-No. Ya no tengo tiempo. –Contestó acomodándose la chaqueta y buscando sus llaves y billetera-.
Bart agachó su mirada.
Era difícil no darse cuenta que aquella extraña actitud que mostró Jaime esa noche en la que se acercó a él, ahora había escalado hasta convertirse en un frío trato o en pura indiferencia.
Ese ambiente que los alejaba cada vez más y que había nacido quizás a raíz de la insistencia de Bart por un acercamiento más íntimo, volvía a rodearlos y se intensificaba entre más tiempo pasaban juntos, o más bien, entre más veces Bart buscaba a Jaime, siquiera para tratar de restablecer las cosas.
Y para ser honestos, aquella atmosfera friolenta entre los dos no había dejado de crecer o ser más palpable.
Algo que posiblemente hubiese podido confundirse con mal humor o necesidad de espacio, comenzó con dar excusas para no sobrellevar la presencia de Bart; así, Jaime empezó a dar mayor importancia a algunas labores académicas extras que tenían urgencia de ser concluidas; luego, continuó con su trabajo en el bar que lo absorbía no sólo los fines de semana, días después, incluso entresemana era "llamado"; posteriormente, se presentaron las llegadas tarde al salir de la escuela; y para terminar, Jaime se volvió explícitamente esquivo cuando Bart intentaba sacar algo de conversación; en esos casos, el castaño se limitaba a responder con un simple "sí", "no" o "no sé". Llegado ese punto, Bart llanamente, ya no tenía ánimos de seguir insistiendo.
Ahora se sentía algo incómodo frente a Jaime. No sólo se refería al asunto del trato, ahora inclusive no se atrevía a tocar el tema, o cualquier tema claramente por miedo a molestar o a recibir un alto contundente.
Aunque de verdad aquella frialdad en su amigo lo asfixiaba y lo hacía sentir inexpugnablemente ignorado y triste, no encontraba en sí mismo el valor suficiente para preguntar directamente. Y no es que no lo hubiese intentado antes tentando terreno, es sólo que cuando cuestionaba a Jaime, sus preguntas se resumían a un escueto y chapucero: "¿Todo bien, Jaime?" A lo que el aludido asentía con una diminuta afirmación y una sonrisa por completo esquiva.
Esa acción no provocaba otra reacción que la aflicción en Bart y una fastidiosa jaqueca. Una que se creaba por no hallar la respuesta a una interrogante mayor, pues el pelirrojo se inquiría por qué Jaime no se cuestionaba la razón inicial de esa pregunta tan fuera de lugar. Sin embargo, esas únicas veces que Bart preguntó, su único amigo pasaba de largo y no le prestaba la mínima atención.
Ese cambio tan radical era demasiado evidente. Antes, desde el surgimiento de su espontánea amistad que brotó desde su encuentro en el callejón o luego de todo lo que sucedió con Kyle y las dramáticas consecuencias, Jaime procuraba demasiado a Bart y más cuando la nostalgia, la preocupación o el miedo lo invadían; ahora, Jaime se había vuelto tan indiferente como el peor desconocido posible. Eso no arribaba a comprenderlo. ¿Por qué había cambiado tanto? Ni siquiera se parecía al Jaime que una vez evitó su presencia justo antes de haber sido secuestrado por el demente de Kyle.
Aquella vez, Jaime tenía una razón y sólo lo evitaba porque desde la percepción del castaño, él creía que si no mantenía su distancia, iba a lastimar de algún modo a Bart; pero ahora, todo era distinto y muy alejado de esa amistad que habían intentado sembrar.
Se suponía que Jaime había tomado algo de distancia entre los dos porque no quería cometer un error y arruinar la relación con el pelirrojo o tampoco quería asustarlo; en cambio ahora, Jaime sólo desviaba su atención, se alejaba sin razón, se quedaba callado o simplemente pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa o encerrado en sus deberes escolares. Jaime había cambiado significativamente y Bart comenzaba no sólo a reconocerlo sino a resentirlo de mala manera.
Recordar eso o caer en cuenta de las marcadas diferencias, en serio entristecía profundamente a Bart y lo hacía decepcionarse de sí mismo, pues se desilusionaba al recordar que sólo era un inútil sin gracia que al final no era del interés de Jaime o de alguien más. Remembrar su propia identidad indeseable no solamente le partía el corazón, sino que le hacía recordar su pasado y quien realmente era o significaba para los demás y sobre todo, no lo dejaba olvidar que él no tenía nada que pudiera interesarle a Jaime o lo mantuviera cerca de él.
Aunado a eso y en consecuencia, desdichadamente, también reconocía y entendía que entre Jaime y él realmente nunca hubo nada serio. Apenas se empezaban a conocer y a tratar; y lo que provocó Kyle no fue más que una tragedia que los hizo acercarse debido al drama del momento. Quizá todas esas muestras de afecto que surgieron de ese cruel suceso, no fueron más que furor del momento y ahora, Jaime mostraba sus verdaderos sentimientos. Algo que Bart quería y debía respetar, pues aunque lo deseara, jamás podría obligar a Jaime a permanecer junto a él.
De sólo razonar esas ideas, Bart advertía un nudo doloroso en su garganta y se encogía de hombros. Y entonces, esa mañana, con la canasta de ropa sucia en las manos, el pelirrojo se volvió a sentir así.
-Bueno, ¿no quieres que te prepare algo para el camino? –Interrogó tratando de distraerse de su malestar-. Podría hacerte algo rápido... O podría empa...
-No, gracias. –Insistió Jaime yendo hacia la puerta y tomando su abrigo para salir-. Ya debo irme. Si no me voy ahora, llegaré tarde. –Explicó tomando su mochila y abriendo la puerta-. Nos vemos luego. –Se despidió igual de inmutable y seco-.
Bart balbuceó algunas cosas. Por alguna necia razón quería seguir hablando con Jaime. Entonces soltó irresponsablemente la canasta y fue con él para despedirlo en la puerta.
Justo antes de cerrarla, Bart lo impidió sacando la mitad del cuerpo al pasillo y desde ahí decir adiós.
Jaime se sobrecogió con ese apresurado movimiento, pero su restringida interacción le impidió decir algo al respecto.
-Cu-cuídate, Jaime... -Dijo Bart con una voz tímida y sobre todo temerosa, pues le aterraba ser ignorado por su amigo-.
Aunque lo que hizo lo hizo como una acción desesperada y demasiado expectante, también lo había hecho tontamente ilusionado en algo que definitivamente no volvería en ese momento, pues aunque deseó mucho escuchar una tierna despedida de Jaime, lo único que obtuvo fue una pausa momentánea en el andar del castaño para luego verlo virar y continuar sus pasos. Justo en ese preciso momento, el corazón de Bart dolió más de lo esperado. Se dedicó entonces a verlo partir mientras se hundía en la vergüenza que le dio ese fútil intento por hablar con él.
Permaneció un par de minutos en la puerta en completo silencio hasta que el sonido de una puerta en el interior del apartamento llamó su atención.
Entró de nuevo y vio a Khaji salir de su habitación. Entonces sacudió su cabeza y regresó a la sala para recoger la canastilla y retomar sus deberes.
Se apresuró a dirigirse al cuarto de lavado. Por supuesto evitó la mirada juzgante de Khaji, quien realmente se enteraba de todo, pero gustaba de permanecer al margen de los asuntos ajenos, y más cuando eran dramas tan imprudentes y pueriles como los de su mejor amigo y el nuevo agregado pelirrojo.
Toda la jornada transcurrió con algo de zozobra e incomodidad. Bart evitaba a Khaji puesto que no quería dar explicaciones de su transparente actitud y sentimientos, ya que era más que evidente que Khaji observaba lo que pasaba y quizá ya tenía una idea de lo que iba a suceder. Así que para no revelarse a sí mismo, Bart dedicó el resto del día a completar las tareas del hogar, sobre todo aquella de la lavandería, puesto que el olor de ropa limpia lo relajaba bastante.
Ayudó a Khaji a hacer la cena y a acomodar la alacena para hacer un inventario. Los dos permanecieron silentes la mayor parte del tiempo. No hablaban a menos que hubiera una instrucción de por medio y así lo prefería Bart, pues no estaba dispuesto a revelar sus sentimientos heridos o sus susceptibilidades. Y de cualquier forma, ¿qué le podría decir a Khaji o qué le podría decir él a Bart?; la indiferencia de Jaime se mostraba tan real y palpable como el apartamento que ahora compartían, tanto, que un reporte detallado de eso resultaría redundante y demasiado penoso; así que ambos evitaron en la medida de lo posible, siquiera mencionar al castaño.
Especialmente ese día y de manera casi inconsciente, la atmósfera se volvió más sofocante y apretada; por lo que Khaji prefirió alejarse y resguardarse en su habitación justo después de cenar y entregarle a Bart una lista de suministros.
-¿Me la das a mí? –Preguntó Bart a Khaji algo sorprendido, sosteniendo en sus manos aquella lista de alimentos-.
-Sí, mañana haremos las compras, así que haz las cuentas. –Respondió Khaji estoico mientras depositaba su taza vacía sobre la mesa-.
Bart sintió que debía decir algo, pero estaba tan desanimado que discutir sólo le restaría energía que ya no tenía. Entonces, nada más se dijo en esa noche.
Bart agradeció que aquel tema delicado que tanto le preocupaba no volviera a tocarse, no al menos de forma implícita, mucho menos de forma explícita. Cosa que alivió un poco al muchacho, pues ya no se creía tan capaz de aguantarse el llanto que por alguna razón quería abandonar su garganta dolorida y que saldría en cualquier momento si el nombre de Jaime se pronunciaba nuevamente.
Con sus hombros tensos y la jaqueca molestándolo reiteradamente, Bart terminó de recoger la mesa de la cena y se dedicó a la limpieza de la vajilla.
Mientras acomodaba los trastos, se le ocurrió algo muy inocente al ojiámbar. Algo que no era la gran cosa, pero de alguna manera significaba mucho para él; por lo que no se resistió mucho a ser convencido y a implementar su ilusa idea.
El resto de la noche transcurrió en completa soledad. Bart se sentó en el sofá acompañado por la luz de una sola lámpara, una taza de café humeante y una frazada sobre sí. Cada dos o tres minutos observaba ansioso el reloj sobre la televisión; el último vistazo le indicó las cuatro con cuarenta y dos.
-Ya se tardó... -Musitó Bart bebiendo un poco de su taza-. ¿Debería llam...? –Quiso decir, pero las llaves en la cerradura de la entrada lo interrumpieron-.
Se sobresaltó un poco, incluso se asustó, pero en cuanto comprendió que el que entraba al apartamento era Jaime, abandonó el sofá y su taza. Viró de inmediato para dirigirse a la puerta.
-Hola. –Expresó Bart repentino, paralizando a Jaime de inmediato con aquel saludo inesperado y sorpresivo-.
El castaño retrocedió un poco al creer por un segundo que un peligro se acercaba, pues definitivamente no esperaba aquella presencia en el medio de la madrugada y en la semi obscuridad.
-¿Bart? –Inquirió Jaime entrando y cerrando la puerta-.
-Me alegro de que llegaras; ya es muy tarde. –Mencionó el pelirrojo yendo hacia el dueño del apartamento-.
-Bart, pero... ¿qué haces despierto a esta hora? Son casi las cinco de la mañana. –Preguntó mientras sus pasos se alejaban a la par de aquellos de Bart que lo acercaban-.
-Bueno, yo... Estaba esperándote... -Confesó en tanto observaba cómo Jaime se daba vuelta para ir al sofá y comenzar abandonar todo lo que traía encima-.
-¿Esperándome? ¿Para qué? –Hablaba igual de frío, siempre evitando mirar a Bart de frente-.
Percibir su fría actitud ya se había vuelto costumbre, aunque a Bart no terminaba de gustarle y sus razones no evitaban extrapolarse.
"Ya no es lo mismo." Pensaba mientras lo seguía con la mirada algo acuosa. "Jaime ya no quiere ser mi amigo. Ya no quiere estar conmigo." Se decía angustiada y nerviosamente en su cabeza.
-Pu-pues... Pensaba en que no te he visto mucho en estos últimos días... -Musitó intentando acercarse a él-.
Jaime no dijo nada. Siguió quitándose la chaqueta y su corbata.
-Y... Y estaba pensando que quizá hoy podrías dormir en la cama conm...
-Está bien. –Interrumpió Jaime quitándole a Bart el turno para hablar-. Si tanto insistes, duerme en el sofá. Ya no volveré a mencionar el asunto. –Completó Jaime sin levantar la mirada, ahora yendo hacia la cocina-.
Debieron pasar algunos segundos para que Bart comprendiera lo que acababa de escuchar.
-¿Qu...? –Balbuceó el pelirrojo incrédulo-. N-no... yo...
-Si requieres una manta extra, ya sabes que puedes tomarla del armario. –Agregó Jaime mientras se servía una taza de café-.
-N-no..., Jaime, yo...
-Esta noche hace frío, Bart. –Aclaró absorbiendo de su bebida-. Así que te recomiendo usar dos mantas. –Siguió diciendo a la par de sus pasos que ya lo llevaban a su habitación-. Descansa... -Se despidió al perderse en el obscuro pasillo-.
El silencio volvió a ahogarlo todo luego de escuchar una puerta cerrarse. Entonces, Bart permaneció ensimismado, aterrado incluso de la conclusión a la que esa diminuta conversación lo había llevado.
Fue con aquel nudo de la garganta cortándole su ya apagada voz y bajo ese manto inevitable de certeza que Bart finalmente aceptó que a Jaime ya no le interesaba más su compañía. De ese modo, concluyentemente se rindió y liberó su pesar.
-Jaime... -Llamó corto en su aliento, ya con las mejillas escurriéndose y sus ojos brillando entre lágrimas-.
Continuará...
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