Capitulo 2
Dos años después
Freydis estaba en un campo cubierto de hierba. Esther buscaba hierbas medicinales junto a Freya, mientras que la niña reencarnada permanecía distante con la que se suponía era su madre. Mikael, sin embargo, era el único con quien Freydis se permitía algo de cercanía. Tal vez era porque, en aquel tiempo, Mikael aún era un hombre amoroso y protector. Adoraba en secreto a Freydis, pues veía en ella un reflejo de sí mismo, algo que jamás admitiría frente a Esther.
Esther se encontraba en la última etapa de su embarazo, y Freydis sabía que muy pronto nacería Finn. Al recordar lo que él sufriría en el futuro y cómo la partida de Freya lo dejaría vulnerable, la niña reencarnada se llenaba de compasión. Esther aprovecharía esa vulnerabilidad para manipularlo, y ese pensamiento atormentaba a Freydis. Pero también se sentía decidida: a medida que la familia crecía, Freydis se prometía proteger a sus futuros hermanos con todo el amor y la atención que pudiera ofrecerles.
Un jadeo de sorpresa escapó de los labios de Freydis cuando fue levantada de repente y se encontró cara a cara con Mikael, quien la miraba con una sonrisa cálida.
—Papá —susurró Freydis, aún no completamente acostumbrada a llamar así al hombre que, en el futuro, sería tan temido. Tal vez esa fragilidad y vulnerabilidad eran lo que hacía que Mikael la amara ciegamente—. ¿Ya terminaste de entrenar?
Mikael la miró con fascinación, sus ojos iluminándose. Su pequeña Ydis parecía brillar con la naturaleza de fondo, algo que lo dejaba embelesado.
—Así es, mi pequeña Ydis —respondió Mikael, besando su frente con ternura. Luego se acercó a Esther, que sostenía a Freya, y acarició la cabeza de la pequeña—. Hola, hija —saludó, mientras Freya sonreía a su padre.
Cargando a ambas niñas, Mikael hizo un gesto a Esther para indicar que era hora de regresar a casa. Esther, sin embargo, estaba disgustada. Desde que nacieron las gemelas, sentía que su esposo se había olvidado de ella, y aquel resentimiento se hacía más fuerte cada día. Al pasar por el pueblo, Freydis se percató de un hombre que lanzaba miradas a Esther. Cuando se giró para ver a su madre, también la encontró devolviendo esas miradas con una complicidad que solo repudió más a Freydis. Esther, al notar la mirada penetrante de su hija, se paralizó momentáneamente al ver cómo los ojos de Freydis parecían brillar con un destello verde. Pero cuando parpadeó, todo parecía normal.
De vuelta en casa, Mikael dejó a Freya en la cama y a Freydis también, pero no sin besarle la frente una última vez. Freya abrazó a Freydis con fuerza, y aunque la niña reencarnada aún no estaba acostumbrada a esas muestras de afecto, dejó que su hermana continuara.
Desde un rincón de la habitación, una mujer vestida con un hermoso vestido verde, su cabello blanco decorado con flores, observaba con una sonrisa. Sin embargo, cuando intentó acercarse, un hombre vestido de negro apareció y la detuvo, ambos observando con devoción a la niña reencarnada.
Por fin, ella está aquí.
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Unas semanas después, las gemelas jugaban cuando un grito de Esther las sobresaltó. Mikael salió corriendo a buscar a la sanadora del pueblo, y al poco tiempo regresó con varias mujeres. Él permaneció afuera con sus hijas, esperando ansiosamente.
Freydis estaba llena de emociones encontradas: felicidad y nerviosismo. Iba a ser hermana mayor, y aunque en su vida pasada no había logrado crear lazos con su propia hermana menor, esperaba poder desempeñar mejor ese papel en esta vida.
Una de las mujeres salió finalmente, anunciando que todo había ido bien y que era un niño. Mikael, lleno de orgullo y alegría, agradeció a los dioses por haber sido bendecido con gemelas y ahora con un hijo. Cuando iba a entrar a la casa, sintió que Freydis le tomaba de la mano, y supuso que quería ver a su hermano recién nacido. Le pidió a una de las mujeres que ayudara a Freya, y los cuatro entraron.
Esther, sudorosa y agotada, descansaba en la cama. Pero Freydis apenas le prestó atención, enfocándose en el pequeño bebé que se movía inquieto en los brazos de una de las mujeres. Mikael bajó a Freydis y tomó al bebé en brazos, agachándose para que las gemelas pudieran verlo mejor.
—Mikael, debemos ponerle un nombre —dijo Esther, y para Freydis fue un deja vu.
Freydis se acercó al bebé y tomó su pequeña mano, sin que nadie notara el tenue brillo verde que apareció cuando lo tocó. Sintió una conexión inmediata.
—Finn —murmuró con un sentimiento profundo de amor y protección.
Mikael la miró y sonrió.
—Se llamará Finn.
Freydis acarició al bebé y tomó la mano de Freya, compartiendo con ella ese momento de amor y compromiso. Ambas niñas se miraron y asintieron, como si hicieran una promesa silenciosa de proteger a su hermano. Quizás la madurez y el conocimiento de Freydis habían influido en la mentalidad de Freya, haciéndola más rápida y perceptiva. Todos las considerarían niñas genio.
Pero Freydis sentía una punzada de tristeza. Ambas habían prometido ser las guardianas de Finn, pero sabía que al final, solo una de ellas permanecería.
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Al caer la noche, la casa estaba en calma, aunque la emoción por el nacimiento de Finn aún flotaba en el aire. Mikael estaba sentado junto al fuego, observando a sus gemelas jugar con un cariño que pocas veces mostraba abiertamente. Freydis y Freya se turnaban para hacerle gestos al pequeño Finn, quien, a pesar de ser un recién nacido, parecía rodeado de una energía especial que todos notaban pero no podían describir.
Freydis observaba a su hermano con una intensidad que iba más allá de la curiosidad infantil. Sabía que, a pesar de las dificultades que vendrían, su propósito en esta vida era proteger a Finn y a todos sus hermanos. Esa sensación de responsabilidad pesaba sobre ella, pero también le daba fuerza. Sin embargo, las memorias de su vida pasada todavía la atormentaban, recordándole las tragedias que le esperaban a la familia.
Después de acostar a Finn en una pequeña cuna improvisada cerca del fuego, Mikael se dirigió a las gemelas y se arrodilló frente a ellas.
—Mis pequeñas guerreras —dijo, su voz ronca pero llena de una calidez poco común—, ustedes son mi orgullo y mi alegría. Sé que siempre cuidarán de su hermano.
Freydis asintió lentamente, mientras Freya se acercaba a su padre y lo abrazaba. Mikael la rodeó con sus brazos, y Freydis, a pesar de su usual frialdad, no pudo evitar sentirse conmovida por la escena familiar. Tal vez, en este momento, las cosas no eran tan sombrías como las recordaba.
Pero la paz no duraría. Desde las sombras más profundas del bosque que rodeaba el pueblo, un par de ojos dorados observaban la casa de los Mikaelson. La mujer del vestido verde y el hombre de negro, siempre presentes, miraban con devoción y preocupación.
—Pronto será el tiempo —susurró la mujer, su voz casi una canción perdida en el viento—. Freydis debe recordar quién es realmente, o todo se perderá.
El hombre a su lado asintió, su rostro endurecido por la determinación.
—Solo debemos esperar. Pero, cuando llegue el momento, no podemos permitir que Esther lo controle todo.
De regreso en la casa, Freydis sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era como si algo, o alguien, la estuviera observando desde la oscuridad. Se giró rápidamente hacia la ventana, pero no vio nada. Apretó los labios, decidida a no dejarse llevar por el miedo. Ya no era solo una niña. Era Freydis, una guerrera en su propia mente, y estaba lista para enfrentarse a lo que fuera necesario.
Pero la niña reencarnada sabía que el destino de su familia aún no estaba escrito. Y ella haría todo lo posible por cambiar el curso de la historia.
—No dejaré que el dolor se repita —susurró para sí misma, sus ojos verdes brillando con una determinación inquebrantable.
Y así, mientras la noche envolvía al pueblo en su manto de misterio, Freydis y su familia se preparaban, sin saberlo, para las pruebas que definirían su legado eterno.
Corregido ✅
Díganme cómo va quedando para ustedes. Besos y abrazos a todos.
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