Capítulo 78: Final | Parte 2.
Capítulo 78: Final.
Puede resultar increíble y desconcertante cómo tu estado de ánimo puede decaer con facilidad por la persona que amas profundamente.
Y esa era mi situación actual con Adrián Wayne Milán; quién tenía el poder de hacerme volar muy alto, como dejarme caer fuertemente. Él, estaba optando por ésta última...
Al final, y después de todo, había tomado el ascensor hacia el octavo piso. En estos momentos, sólo me sumergía en mis pensamientos sobre él, analizando el profundo miedo que me estaba mortificando de tan sólo pensar que se estaba rindiendo con lo que sea que tengamos.
Suspiro, bastante dolida y asimilada.
— Ni siquiera sé cómo demonios llamarle a lo que tenemos... — Murmuro con pesadez y desánimo.
No dejaba de pensar en cómo me dio la razón. Ni siquiera tuve que esforzarme tanto para que lo aceptara. Se supone que ese hecho me haga sentir tranquila, pero no es así.
Ese hecho sólo me hacía entender una vez más que sus profundos problemas temperamentales ni siquiera son por el orgullo o la razón. Sea lo que sea que él sienta, debe haberle afectado bastante. Me atrevería a decir que, tal vez, él se encuentre en un oscuro abismo emocional sin fondo ni fin.
Pensar que ni siquiera yo podría ayudarle con eso, me hacía sentir fatal. Es frustrante ver con mis propios ojos que ni siquiera me deje sostenerle en el camino.
En cambio, sólo recibo apatía y frialdad al intentar llegar a su corazón. Yo sabía perfectamente que él utilizaba ese tipo de actitudes como un mecanismos de defensa para protegerse de lo que cree que podría hacerle daño.
Pero, ¡mierda! Ni siquiera sabía cuál era la razón de su temor para cerrarse tan abruptamente y de forma radical.
Mis lágrimas caen mientras continúo en silencio. Creo que me he equivocado con Adrián al pensar que todavía quedaba algo de aquel tímido y dulce chico que una vez fue.
Intento secar mis pómulos inútilmente, pensando que la mala vida que tuvo en su pasado y en algún punto de su vida, lo han llevado a esto; a sus traumas emocionales y mentales.
Realmente, a mí no me importaba tener que luchar con sus emociones y padecimientos psicológicos. Pero estaba consciente de que si él no se dejaba ayudar, si no cedía a las buenas situaciones y emociones que yo podría ofrecerle, no lograría sacarlo de su trance.
— A veces, amarte duele... — Con impotencia, presiono mis manos sobre mi rostro, desesperada, intentando ahogar mi llanto.
No podía estar llorando como una tonta por amor en un momento como éste en el cuál tenía turno, pero se me estaba haciendo casi un reto.
Cuando el ascensor descendía por el piso nueve, éste se detuvo. Las puertas se abrieron al instante. Un hombre que reconocí vagamente entró.
Se detiene al verme con el rostro entre mis dedos. Con cierto disimulo, me giro un poco e intento evitar que me observe con más atención.
— ¿Está... llorando? — El residente, el Doctor Jeffrey Yanius, a quién recuerdo haber visto una vez en el Soul Angel, pregunta con cierta impresión. — ¿Señorita... Doménech? — En su voz noté que no estaba seguro si era yo, pero sentía que intentaba observar mi rostro con atención.
— No, ¿cómo cree? — Expando las palmas de mis manos por mis pómulos. — Es que tengo una alergia de muerte. — Sorbo un poco por mi nariz, intentando simular que era cierto.
El residente recuesta su espalda sobre la pared mientras el ascensor volvió a descender con nosotros dentro.
— Claro, y piensa que me lo creo. ¿Verdad? — Suena un poco preocupado, pero me dedica una mirada calmada y llena de entendimiento.
— Si no lo cree, es su problema. — Recompongo mi postura, esperando que las puertas se abrieran en el siguiente piso.
— Oye, oye... Qué sólo me preocupé por un momento. Pensé que lloraba. — Parece sincero. — En momentos como estos, llorar es válido. Ustedes los internos apenas entrarán en la fase final del internado, y nosotros los residentes ascenderemos de nivel si aprobamos los exámenes y ciertas prácticas.
— Oh... — No sé que decir a eso. La verdad es que no pensé que podría estar creyendo que mi malestar se debe a eso, pero aprovecharía la situación. — Mmm... Sí, puede ser. — Asiento con un poco de indiferencia.
De repente, un silencio inunda el lugar. Me tenso un poco al sentir que el residente de cirugía general estaba observándome sin temor. Podría decir que se notaba bastante embelesado.
— Eres una mujer muy bella. — Espeta sin preámbulos. — Al parecer, los rumores de pasillos no solamente son especulaciones. No eres únicamente brillante, sino que también eres una cara bonita.
— ¿Qué? — Me quedo ojiplática. No esperaba ese comentario.
— Una vez le dije que era una mujer muy bella. ¿No lo recuerda? — Muestra una sonrisa triunfal.
— Lo recuerdo, pero a diferencia de éste momento, estábamos en un bar.
"Y Adrián Wayne Milán tenía un humor de puta madre, lo cuál te hizo olvidar ese hecho, Nere..." Mi subconsciente intenta hacerme caer en tiempo; sobre que no es la primera vez que éste hombre muestra un elogio de manera abierta.
— Vamos al mismo lugar. — Se acerca, mostrando una postura profesional. — Así que, no solamente tengo la dicha de escuchar rumores sobre lo brillante que eres, sino que puedo comprobarlo al verte en mi área de trabajo.
Me arqueo un poco y rasco mi nuca al fruncir los labios.
— ¿Eso cree? ¿Qué soy brillante? — Bufo al sentirme un poco más calmada del secreto llanto que ya no es tan... ¿Secreto?
— No es casualidad escuchar buenos y tremendos elogios de ti en diferentes pisos. — Enarca las cejas y me mira por leves instantes directamente a los ojos. Su altura sobrepasaba la mía por muy pocos centímetros. Aún así, sabía que él podría ser una distracción para las masas. — Tu alergia sí que es grave. — Su sarcasmo me hace entender que me ha pillado llorando. — Oye, lindos ojos...
— ¿Pero quién se cree qué es para hablarme así? — Me alejo con cierto fastidio.
El residente sonríe en silencio al colocar las manos en los bolsillos de su pantalón uniforme azul.
-— ¿Un superior que coquetea con una interna?
Abro la boca con cierta indignación. Bufo y rio un poco por su seguro descaro. A pesar de que ya había vivido éste tipo de cortejos con Adrián, para mí era distinto, puesto que todo era diferente entre él y yo, sin contar que nos conocemos desde chicos.
—Pero qué descaro... — Niego con una sonrisa irónica y salgo del ascensor cuando las puertas se abren en el piso de cirugía.
— Pero vale la pena probar tu determinación. — Logra decir una vez que lo dejo atrás. La bonita sonrisa que lo caracteriza se tornó arrogante.
Giro un poco mi cabeza sin dejar de caminar y achico los ojos con extrañeza ante sus coqueteos, mirándolo a lo lejos, ya que se había detenido sin apartar su vista de mí.
Camino con más determinación por uno de los pasillos de cirugía, localizando una de las puertas que reconocí al instante. Era una pequeña sala de reuniones, dónde los internos nos agrupábamos para recibir explicaciones e instrucciones clínicas de alguno de los residentes de cirugía general. En éste caso, no tenía idea de quién podría ser el residente que hoy nos guiaría y mostraría las lecciones de hoy.
Algunos internos ya se encontraban en el lugar. Charlaban tranquilamente mientras que otros estaban sentados junto a las mesas que se encontraban en el lugar. La mayoría esperaba que alguno de los residentes del área tomara el curso de las rondas de hoy.
Aunque me asomo en la puerta y sonrío hacia muchos compañeros conocidos, no localizo a Gloria con la mirada.
"¿Dónde estará?" Me pregunté mentalmente al achicar los ojos.
Decido entrar completamente a la sala de reuniones. Me acerco a una de mis compañeras, Laura.
— Hola. — La saludo con normalidad. Prácticamente, era una de las internas con quién más pasaba las horas en éste hospital además de mis otros amigos. — Oye, ¿de casualidad has visto a Gloria? — Frunzo el ceño con cierta preocupación al no verla aquí. Es tan puntual que se me hacía muy raro que aún no estuviera presente. — Digo, ¿sabes si ha llegado? No la he visto en la mañana de hoy, lo cuál es raro para mí.
— No. — Me informa muy sincera, con cierta pizca de preocupación. — Los chicos y yo también la hemos estado buscando desde ayer. — Confiesa entre dientes al mirar a nuestro alrededor con discreción. — Kenneth, Omar, Lucy, y yo, la hemos llamado a su teléfono. Pero no responde. — Laura baja la voz aún más y vuelve a mirar a nuestro alrededor, comprobando que todos siguieran en sus conversaciones y sin fisgonear. — Yo creo que se debe al Doctor DD... — Susurra al cubrirse un poco la boca.
— ¿Por qué piensas eso? — Carraspeo un poco y achico los ojos al pensar que algunos compañeros sospechaban de Gloria y Damián.
— Era más que obvio que esos dos se gustaban. Al menos, eso yo creía por parte de él. — Laura se encoge de hombros.
— ¿Por qué piensas así? — Me cruzo de brazos, más preocupada y decidida de localizarla.
— Es que... — Suspira profundamente. — Hay rumores de que el Doctor Del Valle ha vuelto con la nueva residente de traslado, la de alto rango. Tengo entendido que en el pasado fueron novios, según dicen en los pasillos. Pero no estoy muy segura. Eso escuché...
Analizo por unos segundos y luego recuerdo de inmediato la imagen que había visto en el ascensor, cuando me encontré a Damián y a la tal Lily.
A lo lejos de la sala de reuniones, veo cómo Omar y Lucy nos observaban con cierta preocupación. Estaba creyendo que ellos pensaban que yo sabría algo por ser la amiga y compañera más cercana.
Trago saliva un poco confusa y preocupada.
"¿Dónde puede haberse metido en estos momentos?" Pienso al sacar mi teléfono por unos instantes para mirar la hora. "Aún me queda un poco de tiempo."
— Intentaré regresar lo más pronto posible. — Le informo a Laura, aunque ella y yo sabíamos que podría ser un problema llegar tarde a las rondas.
— ¿¡Qué!? — Laura vociferó. — Te podrían regañar por llegar tarde. — Me avisa muy diligente. — No lo hagas, Nere. Ya sabes cómo surgen las cosas en éste hospital. Los regaños no son nada de agradables, y lo peor de todo nos cae a nosotros los internos.
— Lo sé, lo sé... — Admito en voz baja. — Pero no puedo dejarla así sólo por eso. Ella tiene que estar aquí con nosotros, no teniendo un futuro regaño por culpa de... — Decido no seguir murmurando. Poso mis manos sobre los hombros de mi compañera. — Sólo... No menciones nada. No te metas en problemas por mí. La buscaré y me las arreglaré como pueda.
— Nere, yo... — Achica los ojos al negar con lentitud. Realmente, estaba bastante preocupada de mi arranque. — Lo siento. Es que... Es mi carrera, mi trabajo...
— Y lo entiendo. — Acepto con sinceridad y le sonrío vagamente. — Gracias por informarme. Ya regreso. — Salgo de inmediato, sin tan siquiera rechistar.
Sabía perfectamente que podría buscarme un regaño muy pesado, o lo que es peor... Una sanción. Sin embargo, la amistad de Gloria para mí también es importante.
*****
Había intentado localizar a mi amiga al llamarla a su teléfono, pero no respondió. Pasé por algunos pisos por dónde ella frecuentaba, pero nada...
Los minutos habían transcurrido sin éxito. Estaba segura de que lo más probable ya habían comenzado las lecciones del día de hoy.
Por un momento, recuesto mi espalda sobre la fría pared en uno de los tantos pasillos y presiono mis ojos al cerrarlos con frustración.
— Definitivamente, hoy no es un buen día... — Murmuré para mí misma.
Al abrir mis ojos con un extremo agotamiento mental; observo cómo pacientes, empleados, y más gente del personal caminaban de un lado a otro. Sin embargo, percibo el ruido de las noticias.
Me doy cuenta que un cúmulo de personas estaban reunidas en una pequeña sala de espera de cirugías ambulatorias. No sólo habían pacientes, sino que también habían personas de enfermería, y alguno que otro médico.
Me acerco hacia el lugar a pasos lentos al ver que observaban las noticias con suma atención. El boletín de la mañana informaba sobre la propagación que se estaba creando en Francia con el virus que llevaba meses y meses de auge.
Me resultaba un poco extraño e inquietante. En ningún momento Adrián me comentó nada de ese tema mientras pasamos la noche juntos. Ni siquiera cuando estuvimos al tope de achispados me contó sobre los problemas de salud pública que se estaban presentado allá, aún cuando fue.
Una fuerte corazonada comienza a martirizarme con insistencia. Mi mente intenta razonar y formular suposiciones locas, pero intento ignorarlas.
Mi extraña emoción es interrumpida al sentir mi teléfono vibrar. Al sacarlo del bolsillo de mi uniforme, evado el cúmulo de personas que veían las noticias y respondo.
— ¡Por Dios, mujer! — Respondo con cierto alivio al ver que se trata de Gloria. — ¡He preguntado por ti, y hasta te he estado buscando! ¿¡Dónde estás!? ¡Creo que ya comenzamos las rondas de hoy!
— Lo siento, amiga... — Su voz se escuchaba apagada y desanimada. — Sé que nunca debería llegar tarde y que eso podría suponer un problema, pero la realidad del asunto es que no asistiré el día de hoy.
— ¿¡Qué!? ¿¡De qué estás hablando, Gloria!? Esto no se trata de que si asistirás o no en el momento que te dé la gana. Es, prácticamente, nuestro trabajo.
— ¿¡Crees qué no lo sé!? — Murmura al otro lado del teléfono con fastidio. Sin embargo, podía escuchar como si estuviera llorando.
Cierro los ojos y exhalo el aire que estaba conteniendo. Tengo que ser más cuidadosa con ella.
— ¿Qué ha pasado? — Intento que mi voz suene más pausada.
— ¡Qué mi vida es una mierda! ¡Eso es lo que pasa! — Comienza a llorar abiertamente.
— ¿Dónde estás? — Vuelvo a intentarlo.
— ¡Aún no me he ido del hospital, Nere, pero estoy a punto de largarme! ¡No quiero estar ni un momento más aquí!
—¿¡Sabes lo que estás diciendo!? — Replico ojiplática. — ¡Puedo entender que pienses que tu vida es una mierda en ocasiones! ¡Creo que en un momento de desesperación o estrés nos sucede, pero tu vida no es una mierda! ¡Al contrario, es maravillosa! — Me atropello al hablar. — ¡No digas tonterías! ¿¡Es qué te han hecho creer lo contrario!? ¡No seas tonta, mujer! ¡Esa no es la Gloria que yo conozco!
De repente, el silencio se hace tedioso al otro lado del teléfono. Espero un par de segundos, con la esperanza de que recapacite, ya que no quería decirme dónde estaba.
— Gloria...
Percibo que suspira profundamente y vuelve a retomar la conversación.
— Tienes razón. Es que... — Parece sorprendida. — ¡Qué tonta soy, por Dios! ¡A veces puedo decir cosas estúpidas!
— Creo que todos... — Trago saliva con alivio y cierro los ojos por unos segundos, pensando que lo mismo sucede con Adrián. — ¿Dónde estás? Yo... También necesito hablarte. — Intento convencerla ahora que se encuentra más pacífica.
— En la azotea del edificio.
Abro la boca con suma impresión y parpadeo repetidas veces al tomar el primer ascensor que veo.
— ¿¡Qué demonios haces allí!?
— ¡Por favor, no es lo que piensas! — Bufa, a pesar de que intenta calmarse. — Subí a tomar aire fresco. Te sorprenderías de las vistas que se perciben desde aquí.
— Nunca he ido. Escuché que está muy bien decorado y lleno de jardines. — Intento ganar tiempo, aunque siento que está siendo sincera. — Voy para allá. — Zanjo.
Ella no se opone a mi decisión. Se mantiene calmada dentro de lo que cabe. Cuando acepta que vaya hacia la azotea del hospital, cuelgo de inmediato.
Por la pizca de desesperación que había sentido, soy capaz de presionar el botón del último piso una y otra vez con insistencia.
— Agh... Esto no puede estar pasando. — Me lamento del día tan pesado y cargado de hoy.
*****
Al cabo de unos minutos que me fueron desesperantes, llego al último piso del gran edificio.
Al salir del ascensor, el cálido aire del comienzo de un verano me azota directamente. A pesar del calor tropical, la mañana se presentaba húmeda y nublada.
Realmente, la azotea estaba decorada con jardines llenos de plantas y flores de diferentes clases, mientras que las áreas dónde se encontraban algunos generadores y motores estaban despejadas y restringidas.
Por intuición, camino con cierta prisa e impresión al mirar todo a mi alrededor. Hacia lo lejos, podía observar lo que creo que es el borde del edificio.
Sin embargo, Gloria estaba sentada en una silla portátil de esas que se utilizan para vacacionar. Miraba hacia lo lejos.
Desde aquí, podía escucharse el pesado tráfico de la mañana. La avenida podía observarse completamente, al igual que el puente que conectaba con el hospital pediátrico de éste edificio.
Como si ya no tuviera más prisa de la que necesitaba, me senté a su lado, justo dónde había otra silla portátil. Ni siquiera sabía qué demonios hacían aquí y en un lugar como éste. Estaba suponiendo que a ésta azotea subían más gente del personal con discreción y en secreto.
— Puedo intuir que ya has estado aquí antes. — Es lo primero que le comento para que sintiera mi familiaridad. Ni siquiera fijé mis ojos en ella, sino que comencé a actuar de la misma forma que lo hacía al mirar a lo lejos, sintiendo el cálido aire, aún cuando el cielo se presentaba nublado.
— Intuyes bien, amiga... — Suspira pausadamente, aunque podía sentir pesadez en su manera de hablar. Es como si lamentara su estado de ánimo. — Aquí venía a hablar con Damián. — Confiesa. — En muchas ocasiones. — Percibo que asiente con dificultad.
Sin embargo, la entendía. Era la primera vez que hablaríamos de su vida amorosa abiertamente.
— Es bueno subir aquí y reflexionar, ¿sabes? A veces, sólo necesitas tomar aire y recordar los motivos por los que llegaste aquí.
Asiento al presionar mis labios.
— Es decir, amiga... Vinimos aquí a superarnos como futuras médicos, a dar lo mejor de nuestros conocimientos por los enfermos y más necesitados. — Continúa. — Somos funcionarias de la salud con mucho orgullo, pero jamás nos avisaron que aquí encontraríamos el amor.
— Yo... — No sabía qué palabras usar exactamente para alentarla.
— Lo amo, Nere. — Me interrumpe.
— Lo sé.
— No, amiga. No lo sabes. Lo amo profundamente. — Traga saliva y su voz se entrecorta.
Achico los ojos al fijar mi vista en ella. Agarro su mano y la presiono con calidez. Quería que entendiera que no estaba sola en esto. Verdaderamente, entendía sus sentimientos.
— Sé que lo amas. — Insisto. — Sé que lo que sientes por él no es algo pasajero o por el momento. Sé que Damián es quién tu corazón ha elegido amar. — Niego con una vaga sonrisa. — No tienes que decirme algo que ya sé desde hace mucho, mi Glory.
Ella comienza a llorar con sentimiento e intenta cubrir su rostro con su mano desocupada. Mi corazón se encoge mucho peor. Todo esto estaba siendo demasiado para mí.
— Sólo me importa saber la razón por la qué estás tan triste... — La miro preocupada, porque, en el fondo, lo estaba suponiendo, y más con la imagen que vi hace unos largos minutos.
— Damián me ha roto el corazón. — Sus lágrimas descienden al ser teñidas por el rimel que ella traía en el momento. — Esperaba cualquier estupidez de él, cualquiera de sus típicas mierdas. Pero no que volviera a reanudar una relación con su ex-novia.
— ¿¡Qué!? — Exclamo ofendida. Toda ésta situación, y el maldito momento, estaba colmando mi paciencia. — Entonces, es cierto... — Asumo entre dientes al fruncir el ceño. — Hijos de...
— Nere...
— ¿Qué, mi Glory? — Intento secar sus lágrimas con mis dedos pulgares.
— No entiendo porqué me está haciendo esto. — Chilla. — Yo no le he hecho nada malo para que me esté haciendo daño. Yo... — Niega mientras comienza a hipar. — Nos hemos hecho bromas pesadas, pero ya era parte de nuestra costumbre. Pero, claramente, esto no es una broma.
— Tampoco entiendo su mierda, Gloria. No sé las razones de sus repentinas acciones. — Le digo al recordar cómo lo vi. Parecía preocupado por mí. Sin embargo, no sabía qué pensar al respecto. Estaba empezando a no arrepentirme de todo lo que le dije en el ascensor.
— Cada vez que él se sentía sólo o yo me sentía ahogada con éste proceso del internado, terminabamos aquí. — Continúa desahogándose con ganas. — De casualidad, nos encontrábamos en éste lugar. — Baja la cabeza con pesadez.
Presiono mis labios y frunzo el ceño levemente. Quiero apoyarla en todo lo que sea necesario. Es cierto que yo había experimentado una de las peores traiciones de una supuesta: "mejor amiga," pero tampoco quería perder la esperanza de que existen personas buenas y capaces de respetar la moral de una verdadera amistad.
De alguna manera, pensaba que Gloria podría ser esa amiga. Estaba comprendiendo que, desde que la conocí en la escuela médica, siempre ha sido sincera conmigo. Siempre me ha apoyado en el camino de forma desinteresada y jamás me ha exigido nada en el entorno laboral.
Es una pena que tenga que suceder una situación tan dificil como ésta en su vida para tener que darme cuenta que siento su dolor y que de verdad me lastima verla sufrir.
Aunque yo era más introvertida y discreta al contarle los detalles que había vivido con el hijo de nuestro jefe, me sentía totalmente identificada en el aspecto inverosímil del amor, puesto que, en algún punto exacto, nos dolía la misma situación...
No ser correspondidas recíprocamente.
— Glory, te juro que entiendo tu dolor más que nada o nadie. — Le digo con sinceridad al continuar secando sus lágrimas. — Es decir... — Tartamudeo. — No estamos en la misma situación en cuánto a nuestras complejas relaciones sentimentales, pero entiendo lo que es sentirse no correspondida totalmente. Sé como se siente estar limitado a un amor que no retrocede, pero tampoco accede.
— Es muy malo ese sentir, lo sé. — Insisto al tratar de calmarla. — Pero también hay que intentar mirar hacia adelante otras perspectivas muy importantes. Tenemos la fuerza de voluntad para manejar esto, mi linda Glory. — Siento como una lágrima desciende por mi mejilla, pero la seco al instante con la palma de mi mano. — Necesitaba hacerla entrar en razón. — Si podemos realizar una de las profesiones más complejas y hermosas a nivel social, ¿qué te hace creer que no podrás con ésta situación?
— Es lo que tanto me pregunto, Nere. Y has llegado al punto...
— ¿Qué quieres decir?
Intenta tomar bocanadas de aire y luego continúa desahogándose.
— Sí... Puedo con cargas complejas como nuestra pronta profesión. Pero, ¿cómo se maneja de mejor manera cuándo el amor de tu vida está involucrado en dicha profesión? ¿Cómo puede ser más sencillo de sobrellevar, cuando tus sueños están rozando justo la línea del amor y la profesión?
Esquivo su mirada por instantes. Esas eran las mismas preguntas que aún intentaba responderme en mi fuero interno
"¿Cómo?"
Aún no estaba segura, pero, en el fondo de mi ser, quería creer que habría alguna manera de salir de éstas situaciones que nos involucran con el amor. Y estaba suponiendo dos opciones...
Me ganaba mis sueños profesionales y el amor, o simplemente tendría que renunciar a alguna de las dos. Sin embargo, en el fondo, sabía que, al final, tendría que tomar la decisión más lógica...
— ¿Sabes? De momento, yo tampoco tengo las respuestas certeras para esas cosas que me preguntas. — Confieso.
Realmente, no estaba segura, puesto que estaba pasando por una difícil situación emocional y sentimental de alto calibre.
— Pero juntas lo iremos descubriendo. — Continúo apacigüando su pena. — Y sí tienes que sufrir o llorar, que sea apoyada de mí. — Como una hermana protectora, acaricio su rizo y corto cabello marrón que caía sobre sus hombros. — Mientras yo esté presente, no dejaré que pases por todo esto sola. Al menos, hasta que te repongas. ¿Sí? — Siento desesperación en mis propias palabras.
Necesito que Gloria se calme para intentar evitar un regaño o una jodida sanción que nos pueda perjudicar a ambas.
Ella asiente bastante desganada. Sin embargo, intenta tomar bocanadas de aire al secar sus lágrimas con determinación.
— Espero que la fiesta de tu hermano esté llena de alcohol. — Espeta.
— Uf, pues... Eso creo, aunque no estoy muy segura de que a mis padres les agrade demasiado esa idea. — Asiento para mí misma, porque en mi subconsciencia, también lo estaba deseando...
Tenía el leve presentimiento de que en la tarde las cosas se pondría difíciles con Adrián. Podría hasta asegurar que así sería, puesto que aún yo no entendía cómo demonios manejarlo en temas tan profundos como el de su madre o su origen.
— Ahora que lo pienso... Mañana tendremos nuestro espacio y momento para revolucionar nuestras jodidas y patética penas.
— Tienes razón. — Acepta más consecuente.
— ¿Y cuando no? — Disimulo una sonrisa triunfal, aunque por dentro me hundía en la incertidumbre de un dolor predeterminado. — Anda... Volvamos a lo nuestro.
La llovizna comienza a invadir el cálido ambiente, refrescándolo. Comenzamos a sentir cómo algunas gotas caían por nuestros rostros. Ella asiente ante mi convencimiento de volver. Sin embargo, ambas nos levantamos de las sillas a la par, con el propósito de volver al piso de cirugía.
Es irónico cómo brindas tus propios y buenos consejos llenos de positivismo, sin tan siquiera seguir al pie de la letra tus propias palabras inculcadas.
*****
Cuando Gloria y yo volvimos, ya las lecciones habían comenzado. Ambas entramos con la cabeza baja a la sala de reuniones. Ya el residente de turno se encontraba explicando ciertos temas básicos; sobre los diferentes tipos de heridas, y el cómo deberían trabajarse al momento de elegir algún tipo de saturación.
Justo cuando ambas encontramos una mesa desocupada y nos sentamos en un buen lugar para escuchar, el residente de turno llama nuestra atención. No me había fijado de quién se trataba hasta el momento que intenté dejar todo atrás por un rato.
— ¿Puedo preguntar si hay una excusa digna, para que dos estudiantes en su última fase del internado lleguen tarde? — Su seria voz me causó un poco de impresión al ver que se trataba del Doctor Jeffrey Yanius.
Ambas nos levantamos de nuestros asientos de inmediato con cierta desesperación y vergüenza. Gloria baja la cabeza mientras yo abro y cierro la boca repetidas veces.
— Yo... Lo lamentamos. Ha surgido un problema personal y hemos tenido que ausentarnos por un pequeño período de tiempo. — Abogo por ambas con timidez.
Los demás internos, quiénes parecían preocupados, tenían toda nuestra atención. El residente nos mira con seriedad al asentir y cruzar sus brazos.
— Quiero aclararles la situación en éste hospital, y más en la posición que ambas se encuentran en éste preciso momento, señoritas... — Su disgusto es evidente. — Se puede comprender que tengan una situación personal que amerite importancia, pero mientras estén aquí, como internas, tienen que atender las responsabilidades que se les otorga.
— Lo sentimos sinceramente. — Ambas nos disculpamos a la par.
— Como encargado de ustedes el día de hoy, que lo sientan, no me asegura que no volverá a ocurrir una situación como ésta. — Su regaño era elocuente y directo.
— No volverá a ocurrir. — Zanjo con rubor al volver a abogar por ambas.
— Conocen los estrictos protocolos de éste hospital. — Nos advierte con la voz firme. — Saben lo que un percance como éste podría costarles.
Asiento al volver a bajar un poco la cabeza y juntar mis manos. Me sentía totalmente estúpida al ser regañada delante de todos como una niña descarrilada. Ni siquiera sabía porque se lo tomaba tan en serio cuando hace un rato intentó coquetear conmigo.
Percibo que el residente deja caer sus brazos, sin perder su firme postura. El ambiente se había tornado más pesado de lo normal para mí, y estaba suponiendo que para Gloria también.
— Sólo por ésta vez, lo dejaré pasar. — Suelta en un bufido que denota disgusto y fastidio. — Sólo por ésta vez. — Espeta. — ¿Lo han entendido?
— Sí, Doctor. — Gloria y yo asentimos a la par.
Ella me observa con una mirada llena de arrepentimiento, y se disculpa conmigo al hacerme leves señas. Intento devolverle una sonrisa sincera aunque muy vaga.
— Espero que haya quedado claro. — Recalca, haciéndonos quedar en ridículo.
— Sí, Doctor. — Insisto con la mirada baja. Sin embargo, aunque nadie pudiera notarlo, sentía como su mirada era insistente a mi persona.
— Entonces, si es así, volvamos a las lecciones...
*****
Las horas habían pasado más lentas de lo normal. Aunque las rondas fueron interesantes, no me sentía apta ni en mis cinco sentidos para continuar con términos y explicaciones complejas el día de hoy.
Me sentí un poco aliviada de los deberes una vez que las lecciones del Doctor Jeffrey Yanius culminaron. A pesar del tremendo regaño que Gloria y yo nos llevábamos, las lecciones y las rondas siguieron su curso normal. Inclusive, los demás del grupo estaban contentos de tenernos presentes al habernos librado de una sanción.
Sin embargo, el residente no se contuvo en las rondas para comerme con la mirada. Eso, de alguna manera, me hacía sentir un poco incómoda, aunque decidí no prestarle mucha atención ni darle mucha importancia.
— ¿Qué le sucede? — Murmuré para mí misma mientras hacía una mueca de disgusto, dispuesta a olvidar esa bobada.
Caminaba por el pasillo de cirugía con total libertad mientras la mochila colgaba de mi hombro. Por el frío que reinaba en todo el edificio, me había puesto mi abrigo de ovejitas. Era uno de mis favoritos y el más cálido. Me lo había obsequiado la abuela Ana hace algún tiempo, así que la simple pieza tenía una gran importancia para mí.
Mientras me reajustaba las mangas de las muñecas, volví a detenerme frente a la sala de espera de cirugía ambulatoria, dónde se encontraban pacientes y familiares en espera. No pude evitar escuchar las noticias y ver como cada persona estaba atenta.
Las imágenes mostraban cadáveres cubiertos en bolsas mientras agentes, científicos, y médicos, estaban cubiertos con los trajes protectores contra el peligro biológico.
Pasaban imágenes de diferentes países, dónde el virus había llegado y había infectado a un sinnúmero de personas en las que se veían algunos síntomas a leguas.
No pude evitar impactarme y acercarme mucho más al televisor cuando mostraban a ciertas personas que se encontraban acostadas sobre las camillas convulsionando con sudoración excesiva.
— La fiebre debe ser muy alta... — Vociferé ojiplática. Sentí como tenía algunas miradas sobre mí, pero continué perpleja en las imágenes.
Mi teléfono comenzó a sonar dentro de mi mochila, lo cuál interrumpió mi atención hacia los noticieros informativos. Me alejé del área de la sala de espera y lo busqué con cierta prisa.
Al ver de quién se trataba, achiqué mis ojos con inquietud. Mi corazón comenzó a latir muy desbocado, pero estaba casi segura que no era por el amor que siento, sino por el mal presentimiento de la conversación que se aproximaba.
— ¿Qué? — Respondo seca.
— ¿Dónde estás? Se supone que tu turno terminó. — Al otro lado del teléfono, su voz se escuchaba apagada y bastante lamentada.
— Aún no me he ido, Adrián. Sí es lo que piensas...
— Sube. — Me pide sin ganas. — Tenemos tiempo.
— No sé si ahora mismo esté bien subir, señor Director.
— No te preocupes. — Responde con sequedad. — No te quitaré mucho tiempo.
Trago saliva y presiono el teléfono contra mi oreja con impotencia. Presentía lo que me temía.
— ¿Por qué aún presiento que todo éste hecho, desde que sucedió en la mañana, te tiene desganado con lo nuestro? — Aunque insistí, colgó al instante, sin tan siquiera rechistar en el acto.
Presiono mis labios con fastidio y pongo los ojos en blanco. Metafóricamente, ganas no me faltaban para agarrarlo de las greñas de su cabello tan lacio. Me tiene la paciencia colmada y se lo demostraría sin piedad.
Cuando me acerco al primer ascensor que veo, presiono el botón más de una vez, con la intención de que las puertas del mismo se abrieran con rapidez. Estaba vacío, así que aprovecharía el tramo.
— ¿Qué carajo le pasa? — Gruño para mí misma.
La realidad del asunto, es que nunca lo había visto tan temperamental. Y aunque sé que éste hombre está siendo difícil para mi naturaleza independiente, no quería rendirme con él.
Al cabo de unos desesperantes minutos, después de llegar al penúltimo piso y caminar por los pasillos llenos de oficinas, me detengo en la de Adrián y el dueño del hospital. Por un momento, rechisto al colocar mi mano sobre una de las alas de la puerta. Sin embargo, decido entrar más decidida al soltar el aire que contuve por unos segundos.
Adrián se encontraba sólo, como había dicho. Estaba observando el exterior por las ventanas acristaladas del lujoso lugar, mirando la avenida principal desde su imponente altura. Desde su posición, se podía observar el multipisos del hospital y parte de los tramos alrededor del gran edificio.
— Te estaba esperando. — Murmura, sin girarse tan siquiera.
— Sé lo que pretendes. — Trago saliva, aún me encontraba cerca de la puerta.
Podía observar su firme postura bastante profesional, aunque parecía incómodo. Su silencio me desespera.
— Con ésta conversación, quieres hacerme entender que no eres bueno para mí y que lo mejor sería alejarme de tu lado. — Me cruzo de brazos. — Ya lo sé, Adrián.
— ¿Así de simple es cómo lo asumes? — Gira un poco su cabeza, mirando con discreción por encima de su hombro.
— Sí.
— Entonces, aún no sabes nada.
— ¿Qué carajo tengo que saber según tú, Adrián? — Me acerco con fastidio. — ¿Qué tienes trastornos obsesivos y compulsivos que en su mayoría son involuntarios? ¿Qué disfrutas experimentar tus desviaciones sexuales conmigo? ¿Qué también tienes jodidos trastornos de fobias que no te dejan pensar con claridad, y no te dejan ver lo que malditamente siento por ti?
Se tensa sobremanera, volviendo a fijar su vista hacia las acristaladas ventanas.
— ¿Te da miedo saber que sí soy capaz de vivir con tus parafilias, tus TOC's, y tus fobias? ¿O lo que realmente te da miedo es que ese hecho demuestra cuán sincero es mi amor?
Silencio es lo que continuó recibiendo por su parte.
— ¡Habla, maldita sea! — Pierdo la paciencia. — ¡Suelta tus mierdas de una vez y dime porqué razón me harás sufrir alejándote de mí!
— ¡Porque estoy malditamente enfermo! — Grita. — ¡Estoy enfermo mentalmente y emocionalmente! ¡Lo único que hago es causarte daño con mi inestable personalidad!
— ¡Por si no te has dado cuenta, ya lo sabía! ¡Pero a mí nunca me ha importado lidiar con tu personalidad, sino con el simple hecho de que no cedas en bajar tus revoluciones y me dejes ayudarte!
— ¡No es tan simple, carajo!
— ¡No! ¡No es tan simple! ¡Pero estoy segura de que podrías intentarlo! Podrías... — Niego con frustración. — Sólo... ¡Podrías intentar ceder y calmarte! ¡Podríamos ser más comunicativos el uno con el otro! ¡Podríamos no tener éste tipo de percances de forma constante! ¡Pero eso sólo funcionaría si tú estuvieras dispuesto a poner de tu parte! ¡No sólo por mí, sino por ti mismo!
— ¡No sólo se trata de eso, Aly! ¡Y es por esa razón que te pedí que vinieras!
— ¿¡Para qué exactamente!? — Me cruzo de brazos.
— Acércate. — Susurra inseguro.
— ¿¡Con qué fin!?
— Sólo... — Percibo como sus hombros se tensan en su firme postura. — Acércate.
Hago lo que pide y me acerco lo suficiente, justo frente al gran escritorio. Me fijo que sobre el mismo hay un pequeño maletín cerrado. Era gris metálico. Achico mis ojos e intento descifrar qué es lo que Adrián quiere.
Se gira sobre sus pies con fastidio, esquivando mi mirada. A pesar de sus acciones, su expresión denotaba preocupación e impotencia.
— ¿Qué sucede? — Le pregunto en alerta.
— Sucede que te mostraré la realidad de mí. Quiero sacarte de tu error y que entiendas la situación en cuánto a mí. — Coloca sus pulcras manos sobre la cerradura del maletín con la intención de abrirlo.
— ¿¡Qué!? — Me quedo ojiplática al ver como lo abre repentinamente.
Me doy cuenta de inmediato que es un equipo medicinal. Fijo mis ojos en los de Adrián, pidiéndole permiso con la mirada para examinar todos los pequeños frascos que estaban llenos de pastillas. Él sólo asiente con asimilación.
Al volver a fijar mi vista en los pequeños frascos, reconozco algunos al instante por los conocimientos que había adquirido en mi carrera médica.
El primero que tomo en mi mano, es un fuerte narcótico prescrito para él. Según la etiqueta, lo utiliza para conciliar el sueño.
Trago saliva, porque ya sé por dónde quiere ir con todo esto.
— No entiendo. — Le digo casi en un susurro. — Utilizas éste fuerte narcóticos para conciliar horas de sueño. Pero, sin embargo, hemos dormido juntos y... — Niego. Casi no tengo palabras. — ¿Tomabas esto al dormir conmigo?
— Las primeras veces, sí. Discretamente, pero sí. — Asiente desde el otro lado. Parecía dispuesto a responder, aunque estaba disgustado.
— ¿A qué te refieres con eso de: "Las primeras veces"?
—Bueno... —se tensó—. Hubo ocasiones en que los utilizaba porque necesitaba descansar. De hecho, se supone que los deba usar si no concilio el sueño. Me los han medicado por mis pesadillas, desvelos y por mi trabajo agotador.
Asiento e intento parecer calmada. Sin embargo, sabía que mi expresión no me ayudaba en nada.
— En otras ocasiones... — Continúa. — No las tomaba para dormir contigo.
— ¿Por qué?
Adrián lo analiza con calma y luego responde.
— Simplemente... — Se encoge de hombros.— Sentía que no las necesitaría. De hecho, en varias ocasiones lo hice adrede. Algunas veces hasta me resultó positivo, porque, francamente, dormía perfectamente. Estuve muy sorprendido de ese hecho.
Comienzo a pensar sobre el tiempo que habíamos pasado juntos y encajó algunas cosas mentalmente.
— ¿En nuestra primera vez, y en Miami las utilizabas?
— Sí.
Ahora entendía porqué trasnochaba tanto y al día siguiente, amaneciendo, ya estaba en pie.
— ¿Y cuando te quedaste en mi habitación? Jamás te vi tomar éste narcótico.
Sonríe vagamente y baja la cabeza con cierta vergüenza en su rostro.
— Desde ésa vez, no he vuelto a tomar los narcóticos. Al menos, cuando estamos juntos.
Parpadeo repetidas veces e intento comprender la situación.
— O sea que, ¿tomas estos medicamentos cuando no pasas las noches conmigo?
Asiente.
— ¿Los tomabas cuando estabas con las mujeres anteriores?
Vuelve a asentir.
— ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no seguir con el protocolo de mis tratamientos? No tenía nada que perder con ninguna de ellas. Sin embargo, Aly, contigo sentía que tenía mucho que perder si no disfrutaba sentirte junto a mí, verte feliz sobre mí. Sentía que si tomaba los narcóticos para el sueño, perdería los maravillosos momentos de verte dormir, así que simplemente dejé de tomarlos.
Mi corazón se arruga y mis sentimientos vuelven a estar a flor de piel.
— Pero ya ves... — Zanja. — No todo es color de rosa. Y también tiene sus efectos negativos en mí.
— ¿A qué te refieres? — Achico mis ojos y coloco el pequeño frasco de pastillas dentro del maletín.
— A veces, no funciona. — Me informa. — No tomarlas me trae consecuencias. — Se sienta junto a su escritorio y yo hago lo mismo desde el otro lado. — Anoche no fue la primera vez que me has pillado en una pesadilla. — Asume.
Era cierto. Anoche experimentó algún tipo de pesadilla. Lo sentía tenso bajo mi cuerpo al removerse una y otra vez, causando que yo despertara.
— Lo sé. — Asiento, pensando que también había sucedido con más anterioridad en su apartamento. — Pero no tienes que...
— Quiero que sigas mirando. — Espeta, refiriéndose al pequeño maletín.
Sin embargo, dudo por un momento.
— Hazlo. — Expresa con más convicción.
Vuelvo a meter mi mano mientras observo los frascos de pastillas. Sujeto uno que llama mi total atención.
Los psicotrópicos...
— También tomas psicotrópicos. — Comento sorprendida, pero niego al instante. — No sé porqué me sorprendo. — Siento como mi cuerpo emite sentimientos de dolor en todo mi interior.
Él observa mis expresiones detenidamente y se queda congelado cuando ve una lágrima rodar por mi pómulo. Esquiva mi mirada al baja la cabeza con expresión de culpabilidad y deterioro.
— ¿Sabes cómo funcionan los medicamentos psicotrópicos? — Pregunta en voz baja. Esto le afectaba demasiado.
— Sí... — Intento secar mi lágrima. — En el área médica, éste tipo de medicamentos se usan para el tratamiento psiquiátrico de una persona en el ámbito neurológico.
— Debo suponer que sabes sobre los efectos secundarios. — Asume con la mirada baja.
— Sí... — Susurro. Siento como la voz se me ahoga aún peor, lo que causa que eso le fastidie más.
— ¿Quieres decirlos? — Solicita con la voz más ronca de lo normal.
— Andy, no tienes que hacer esto.
— Quiero escucharlo.
— Yo... No quiero caus...
— ¡Quiero saber si lo sabes, Aly! — Gruñe. Le da un leve puñetazo al duro y grueso cristal del escritorio. — Dilo...
— Sus efectos secundarios pueden variar. — Trago saliva, impotente. — Como éste tipo de medicamento tiene un agente químico que trabaja en el sistema nervioso central, puede causar cambios de ánimo, humor, comportamientos, percepciones, y entre otros ámbitos emocionales de manera temporal. — Presiono mis labios con más preocupación. — Estoy suponiendo que éste tipo de psicotrópico causa en tu personalidad todo lo mencionado. Tu estado temperamental se afecta por los efectos secundarios.
Asiente al ver que estoy comprendiendo el asunto más a fondo.
— ¿Eso significa que cada vez que te encuentras temperamental, se debe a que ingeriste éste tipo de medicamento?
— No. — Zanja. — Al contrario, sólo me ayuda a mantenerme más calmado.
— ¿¡Qué!? — Abro la boca muy sorprendida por la gravedad del asunto. — Entonces... — Tartamudeo. — ¿Significa que no dejas de ingerir los psicotrópicos?
Suspira profundamente y cruza sus dedos mientras su mirada continúa baja.
— Significa que no debería dejar de tomarlos, Aly.
— ¿Eso te ha dicho tu psiquiatra? ¿El Doctor Roy Ferinachie?
— Él confía en que algún día yo pueda superar un poco más cada fase negativa de mí, pero nunca ha mencionado si en algún futuro no necesitaría de estos medicamentos que te muestro, para intentar vivir con más normalidad de acuerdo a mi inestable personalidad.
Asiento al examinar los psicotrópicos con mucho cuidado. Lo que me asustaba era que había más de un frasco del mismos psicotrópico, sólo que con dosis mayores o menores.
— Tienes muchos medicamentos aquí. — Inquiero, sin poder evitar que mis lágrimas rodaran. — Se supone que con un frasco para cada condición, sea factible para tus tratamientos. — Soy capaz de mirarlo a los ojos cuando intenta enfrentar mi mirada. — Tú más que nadie sabes que ingerir una gran variedad de medicamentos tampoco es bueno para la salud a largo plazo.
— Lo sé. — Acepta. — Pero no tomo todo lo que está aquí. — Confiesa. — Algunos son medicamentos que han eliminado de mi lista los especialistas que me han tratado a lo largo de los años debido a mis condiciones. Sí entienden que es muy poco favorable el medicamento, lo eliminan.
Asiento al tragar profundo. Adrián se da cuenta de mi inquietud y se tensa, presionando sus manos y sus dedos cruzados.
— Dijiste que no deberías dejar de tomar los psicotrópicos. — Vuelvo a tener su total atención mientras él asiente lentamente. — ¿Por qué? ¿Por qué no deberías dejar de tomarlos? ¿No te gustaría intentarlo como lo haces con los narcóticos para conciliar el sueño?
— Yo... No creo que eso sea seguro.
— ¿A qué te refieres?
— Bueno, lo he intentado con los narcóticos y ha funcionado. — Asiente avergonzado. — Ya te había dicho que no siempre funcionan. Las últimas dos veces sin tomar los narcóticos, he tenido pesadillas extremadamente pesadas.
— Lo sé. Estaba contigo cuando lo experimentabas.
Y era cierto. La última vez que dormimos juntos en su apartamento desperté por sus repentina pesadilla. Recuerdo que balbuceaba algo sobre no querer mirar. Sin embargo, anoche, sólo se removía con disgusto. Eso debe ser parte de no tomar los narcóticos.
Achico los ojos y rozo mis dedos por mi barbilla, triste, pensativa.
— Sí, Aly. — Acepta, como si pudiera leer mis pensamientos. — Las veces que me has visto así al dormir, es por esa razón. — Traga saliva.
— Entonces, sucede lo mismo con los medicamentos psicotrópicos. ¿Verdad? — Intento parecer esperanzada. No quería que se rindiera conmigo.
— No, Aly. — Sus ojos se cristalizan e intenta esquivar mi mirada. — Nunca he dejado de tomarlos desde que hemos estado juntos.
Me sorprendo sobremanera.
— Eso quiere decir que...
— Eso quiere decir que sería una peor persona si yo dejara de tomarlos. Mi humor sería peor, mis actitudes jodidas e insoportables... Estoy seguro que no querrás conocerme sin éste tipo de control. — Arrastra un poco más hacia mí el pequeño maletín con los medicamentos.
— ¿Cómo lo sabes?
— Porque lo he experimentado. — Confiesa. — Ya lo he intentado, y no funciona. No es buena idea.
— Es irrelevante que tengas que tomar una opción de dos que son malas. — Mis lágrimas cada vez salen sin control.
— Tienes razón. Es irrelevante. Pero tengo que escoger la mejor opción de la peor. — Zanja. — Los psicotrópicos pueden causarme cambios de estado de ánimo, entre otros detalles, como dices... Pero ingerirlos me ayuda a controlar más esos efectos neurológicos que se tornan fuertes. Podría ser peor.
Me quedo en silencio y continúo rebuscando en el pequeño maletín, sacando otro frasco de pastillas.
— Ese tipo de medicamento ya no lo utilizo. — Me dice al instante, pero yo estaba confundida, porque ni siquiera sabía qué era.
— No lo... conozco.
— Se le conoce como un medicamento homeopático. En ocasiones, funcionaba para aliviar la ansiedad que experimento, las conductas emocionales inestables que empleo, y el sueño.
— Dios... — Murmuré por lo bajo.
— Pero fueron sustituidos por benzodiacepinas.
Guardo el frasco de pastillas que había tomado del maletín. Inmediatamente, lo cierro. No quería ver más sobre esto, puesto que ya sabía la magnitud de sus padecimientos.
— ¿Sabes qué son? — Insiste. Quiere que me vaya con la mente clara ante todo esto.
Sin embargo, en el fondo de mi corazón, no quería aceptar que se rindiera. No ahora. No después de todo lo que hemos vivido y de todo lo que nos ha costado llegar hasta aquí.
— Sí, Andy... — Sorbo un poco por mi nariz y lo miro a los ojos. — Son ansiolíticos. — Trago saliva mientras siento cómo mi corazón se rompe poco a poco por todo el daño que le han causado. — Más conocidos como anti-depresivos. Tiene usos bastante factibles en varias patologías como la ansiedad, la epilepsia, la tensión muscular, entre otros distintivos. Estoy suponiendo que el uso exclusivo para ti es la ansiedad.
Asiente con la cabeza baja.
— No pareces el tipo de persona que experimenta depresión, pero es comprensible.
— No experimento el tipo de depresión que crees. Los anti-depresivos son para calmar la ansiedad en mí, lo cual sí puede llevarte a ese estado. Pero no tengo mucho problema con eso.
— Pero, ¿cómo puedes saberlo? — Sé que en mi expresión denotó preocupación.
— Porque no experimento ese estado tan profundo desde hace... años. — Carraspea, levantándose del asiento. — Muchos años, quiero decir...
Me levanto igualmente, sin dejar de observarlo fijamente.
— ¿Desde cuándo exactamente?
Silencio es lo que recibo como respuesta.
— Andy...
Se gira sobre sus pies, dándome la espalda.
— ¿Desde cuándo? — Insisto.
— No recuerdo exactamente... — Miente.
— Eso no es cierto. Recuerdas todo. Lo sabes.
— Alysha, yo...
— Quiero saberlo.
— ¡Dios, mujer!
— ¡Me preocupo!
— Yo... Yo... — Estaba nervioso. — Yo... Superé ese profundo abismo después de la adolescencia. — Se arquea desde su posición y vuelve a carraspear con dificultad. — Cuando me... enamoré de ti y sentí el sabor de la felicidad por algún tiempo. ¡No quiero hablar de eso!
Antes de que se diera cuenta, me acerqué por la espalda al rodear su cuerpo para abrazarlo con firmeza. Posé mi mejilla sobre su tela azul y cerré los ojos con fuerza.
— ¡Me estás diciendo todo esto con el fin de darme razones para alejarme, pero no quiero hacerlo, Adrián! ¡No quiero alejarme de ti! — Mis manos tiemblan cuando siento que las sujeta junto a las suyas, presionándolas con dificultad.
— Aly...
— No... Por favor...
— ¡Aly, te he dicho todo esto para que entiendas que no soy bueno para ti! ¡Quiero que entiendas que no quiero hacerte daño adrede, pero aún así pasa! ¡Pasa y no me doy cuenta!
— ¡No me interesa lo negativo de ti, Andy! ¡Me importa lo positivo y los hermosos momentos que hemos vivido, incluyendo nuestra niñez! Por favor, no hagas esto... — Lloro como una niña.
— Aly, por favor... ¡Tú no hagas esto más difícil! — Presiona mis manos aún más y siento como se quiebra. — ¡Mereces algo mejor! ¡Y está comprobado con mi acción de hoy que no soy nada bueno para ti! ¿¡Te imaginas si no estuviera medicado!? ¡Mi estado de humor se alteró y estaba bajo medicación! ¡No me arriesgaré a cometer tonterías! ¡Ni siquiera pude controlar mis desviaciones sexuales cuando te metiste a la ducha conmigo! ¡Te poseí y aún así te dejé allí por mi mal estado! ¡Ni siquiera puedo controlar mis malditos deseos en una discusión! — Gruñe y siento que llora.
— Escucha... — Intento hacerlo entrar en razón. — ¡Sabes lo que siento por ti! ¿¡Eso no es una razón suficiente para estar a tu lado!?
— ¡Es una razón suficiente para dejarte ir y no sufras por mis consecuencias!
— ¡No! — Escondo mis ojos en la tela de su traje que cubre su espalda. — ¡Más sufriré si decides por los dos! ¡Maldita sea!
— Por el bien de los dos. — Espeta.
— ¡Sabes que esto no nos hará ningún bien! ¡Sufriré!
— Sólo será cuestión de tiempo...
— ¡No! ¡Nunca ha sido esa tontería que dices! — Le digo desesperada al soltarlo y rodearlo, mirándolo a sus claros ojos cristalizados. — ¡Jamás ha sido cuestión de tiempo! ¡Siempre nos hemos querido! ¡Tú mismo dijiste que lo que sentimos va más allá de los límites estipulados por seres comunes! ¡Es incomprensible para las masas entender lo nuestro, pero no hace falta que nadie más lo entienda! ¡Sólo tú y yo! ¡Y es lo que hacemos!
— Tú... — Sujeta mis mejillas de sopetón. — ¡Tú me comprendes perfectamente, pero entenderme te trae consecuencias! ¡Te hace daño! ¿¡Por qué no lo puedes entender!? — Me mira con impotencia, perdido.
— ¿¡Qué!? ¿¡Creíste que al mostrarme todo esto haría que me alejara de ti!? ¿¡Pensaste que huiría de ti!? — Achiqué los ojos, lo que causó que más lágrimas descendieran por mis mejillas. — Qué equivocado has estado con ese aspecto sobre mí, Andy...
— ¡Sí! ¡Sí! ¡Te he subestimado todo éste tiempo! ¡No puedo negarlo! No puedo negar que eres... — Traga saliva. — ¡Eres impresionante! ¡Pero no puedo atarte a mis mierdas, a mis arranques, y a mis problemas emocionales! — Suelta mis mejillas, causando que sienta frío al instante.
Me da la espalda y se acerca a las ventanas acristaladas, esquivando mis ojos. No quería enfrentarme directamente. Se estaba negando a acceder.
— ¡Ya sabes que en un principio creí que contigo las cosas resultarían como siempre! ¡Pero no fue así! ¡Siempre fuiste diferente! ¡Mi propósito siempre fue mantener el control y el orden, porque no quería pasar por esto! ¡No quería que mis daños te afectaran directamente! ¡Jamás me abrí tanto a una mujer como lo he hecho contigo! ¡Nunca permití tanto acercamiento emocional como lo has hecho tú! ¡Las demás se limitaban a mis condiciones, Aly!
— Pero contigo nunca funcionó, ¿¡bien!? — Continúa desahogándose como nunca lo había visto. — ¡Para mí fue totalmente difícil mantener el control y la firmeza sobre ti en cuánto a mi persona! Y mira lo que está pasando... — Presiona sus manos en puños. — ¡Derramas lágrimas por mi maldita culpa! ¡Me odio cada vez un poco más cuando cada lágrima brota de tus ojos gracias a mí! ¡Lo odio! ¡Y también me odio por eso! ¡Hiero a las personas que lo son todo para mí!
— Siempre he sabido que sólo intentabas protegerme de ti mismo, Adrián. ¿¡Crees que no me había dado cuenta!? ¿¡Qué no estaba consciente de eso!? Aún así, decidí permanecer a tu lado. No sólo por el hecho de que nos llevamos muy bien en el ámbito sexual y de lo intenso que llevamos esto que hay entre nosotros, sino porque siempre te he querido. Nos hemos querido y apreciado desde siempre. Y a pesar de que yo había cometido errores estúpidos para tener que darme cuenta que siempre has sido tú en mi corazón, decidí seguir con esto por ti y por mí.
— Tuve sentimientos dormidos que permanecían en lo profundo de mí y que han despertado cuando volvimos a vernos por primera vez después de tanto, pero aquí estás... — Le reitero con frustración. — Continúas resentido por haber sido una joven ingenua que no se había dado cuenta de estos sentimientos grandes y complejos. Me sigues culpando por una situación y una época que no estaba en mis manos.
Se queda en silencio, escuchándome atentamente a pesar de que le costaba girarse y darme la cara.
— Estoy más que clara que tú tienes una lucha interna muy jodida, y con mucha razón, por todo lo que has pasado si le agregamos a tus resentimientos el hecho de tus condiciones y padecimientos. Pero yo te acepté así y jamás te exigí nada. Ni siquiera te pedí una relación más formal debido a la situación de ambos en éste momento, pero, aún así, decides hacerme las cosas más difíciles con tu negatividad.
Posa una mano sobre la ventana acristalada, como si le pesara cada palabra. Me estaba asegurándo de dejarle bien claro todo lo que pensaba y me había hecho sentir.
— ¿Sabes? — Insisto, lo que causa que se arquee levemente desde su pesada y sufrida posición. — Todo esto termina siendo una ironía...
Como puede, permanece en su postura, intentando parecer frío.
— ¿Por qué? — Es lo único que logro oír en un ronco susurro apesadumbrado.
— Porque no hubiéramos llegado a éstas conversaciones, a todos estos detalles, y a éste posible final que tú intentas imponer, gracias a las imágenes que recibiste en tu teléfono.
Baja un poco la cabeza. Suspira con exasperación y fastidio. Una vez más, se queda en silencio, dándome la maldita razón. Yo sabía perfectamente que cuando no emitía ni una palabra, era porque me estaba dejando hacer y deshacer con hechos más que convincentes.
— Probablemente, ninguna de las mujeres anteriores tuvo los cojones suficientes para hablarte con claridad y coherencia para estos asuntos. Literalmente, no los tuvieron ni los tienen. Metafóricamente, yo si los tengo para decirte todo lo que siento y pienso con congruencia, intentando hacerte entrar en razón.
— Alysha... — Presiona los dedos sobre el cristal con dureza, fastidiado por mis duras palabras que también estaban cargadas de dolor y sentimientos.
— Ya no somos aquellos jóvenes llenos de dudas. Ya no estamos en una época dónde tu edad y la mía no concordaban para los ojos de la sociedad. — Siento que la voz se me va con cada punto. — Ya no eres un veinteañero, ni yo una adolescente inmadura y descarrilada.
Niego con tristeza. Sorbo un poco por mi nariz e intento secarme los pómulos con las mangas de mi abrigo de ovejitas.
— Al final, has demostrado que sí podías lidiar conmigo y tus padecimientos. Tus resentimientos hacia mí por el pasado, por haberte hecho sentir rechazado inconscientemente, es la verdadera razón por la cuál no te deja avanzar junto a mí. — Espeto quebrantada. — Es la razón por la cuál odias abrirte a mí.
— Basta...
— Es cierto. Además, tus resentimientos hacia mí resultan ser una pérdida de tiempo. Al fin y al cabo, eso resulta algo ilógico. ¿Sabes por qué? Porque terminé siendo tuya en todos los aspectos que una mujer podría entregarle a un hombre.
— ¡Basta, carajo!
— ¡No! — Presiono mis manos. — ¡Ésta vez, asume y escucha mis puntos así como yo lo llevo haciendo desde que decidiste volver a meterte en mi vida y sacarme de las garras de Jesse!
— ¡Déjalo ya, Aly! — Gruñe con dolor.
— ¡Es la maldita verdad! ¡Odias abrirte conmigo! ¡Tus resentimientos hacia mí te atormentan! ¡No confías en que te haré feliz! ¡En el fondo, piensas que te fallaré y te abandonaré como lo hizo tu verdadera madre!
— ¡Basta, Aly! ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! — Grita.
-— ¡Basta tú de creer que eres el único afectado en ésta cuestión llena de sentimientos que nos envuelve! ¡A mí también me afecta tanto como a ti! ¿¡Y sabes por qué!?
Se gira un poco y me mira a los ojos al tragar saliva con dificultad. Presiona sus labios con frustración y exhala el aire que parecía contener.
— No... — Intenta detener mis palabras. Se gira tembloroso y esquiva mi mirada. — No tienes que... decirlo.
Metafóricamente, mi corazón se rompe en mil pedazos.
— ¿¡No tengo que decirlo o no quieres escucharlo ahora que estamos hablando con claridad!?
Mientras vuelve a quedarse en un silencio que nos torturaba a ambos, mis lágrimas continúan cayendo sin control. Seco mis mejillas una y otra vez mientras intento tomar bocanada de aire.
Adrián se tensa al sentir mi tristeza y mis gemidos de lloriqueo. Gira un poco su cabeza, mirándome por encima del hombro con impotencia. Ya no había marcha atrás en cuánto a mis próximas palabras y él lo sabía.
— ¡Te amo, Adrián!— Levanto la cabeza con firmeza al enjugar mis lágrimas. — Te amo sinceramente...
Vuelve a fijar su vista hacia la ventana. Presiona su mano sobre el cristal al convertirla en un puño.
— Pero entiendo lo que sucede contigo. No estoy en tu piel para sentir todo eso, pero al menos puedo imaginarme un poco el daño que te han causado durante el trayecto de tu vida, como también puedo entender que estés trastornado con asimilar éste tipo de sentimientos que aún desconoces. — Reajusto mi mochila, lista para marcharme y cumplir el propósito de haberme pedido que volviera hasta aquí... Alejarme.
— Está claro que si no accedes y no te dejas ayudar en el camino, nadie más podrá hacerlo si no es por ti mismo. — Me giro sobre mis pies con el dolor del alma que comienza a atormentarme en mi interior. Camino hacia la puerta con decisión. — Y por lo que veo, lamentablemente, éste es nuestro caso...
Salgo de la oficina de sopetón. Cierro la puerta de un portazo detrás de mí y poso mi mano sobre mi pecho. Me costaba demasiado pensar que terminaríamos así, en la nada, y con muchas dudas en la cabeza de lo que hubiera sido y no fue.
Al caminar con pesadez por el lujoso pasillo hacia el ascensor, sentía como el dolor en mi pecho aumentaba. Cada paso que daba al alejarme más, me hacía entender su decisión, puesto que no intentó detenerme. Ni siquiera intentó reclamar que me quedara a su lado. Tampoco tuvo el valor para mirarme a los ojos.
Al entrar al ascensor y descender en el mismo con el propósito de marcharme a casa, sentía que me ahogaba en la frustración. Quería gritar y llorar a mares en éste momento, pero tendría que aguantarme. Al menos, hasta llegar a mi vehículo. No me pondría a hacer escándalos justo aquí, por más que me estuviera deteriorando por dentro.
Una vez que el ascensor llegó hasta el primer piso, en la recepción principal, no dudé en salir disparada y cruzar el edificio sin mirar atrás y sin mirar a nadie. Necesitaba salir lo más pronto posible y llegar malditamente a mi destino.
Al salir por las puertas automáticas, caminé más rápido de lo normal, más deprisa. Sentía que el aire me faltaba cada vez que me alejaba hacia el multipisos. Ni quiera me atrevía a mirar hacia atrás. Quería detenerme y fijar mi vista en las ventanas acristaladas del penúltimo piso, pero no lo haría.
Cuando al fin llegué a mi vehículo y pude ocultar mi dolor en el interior del mismo, estallé en llanto sobre el volante, sujetándolo con fuerza y rabia. Posé mi frente sobre el mismo, y así me mantuve hasta que mi dolor se apacigüara un poco.
*****
Había perdido la noción del tiempo desde el instante en que había vuelto a ver a Adrián, así que ni siquiera supe cuántos minutos habían pasado desde que estallé en llanto en mi vehículo.
Sentía como mi pecho se compromía y relajaba una y otra vez. Inconscientemente, buscaba alivio al intentar recomponer la respiración a una más pausada.
Cuando creo que al fin lo consigo, intento mantener mi postura al encender el motor del vehículo. Seco mis mejillas con las mangas del abrigo que aún tenía puesto e intento conducir sobre la marcha al salir del multipisos y alejarme del Puerto Rico General Hospital.
Aunque el tráfico hoy estaba a mi favor, el trayecto hacia mi hogar se me hizo pesado y lento. Prácticamente, manejaba por costumbre, con un sinnúmero de pensamientos en mi cabeza.
Necesitaba reordenar mis emociones, pero hoy no sería. No me sentía apta para asimilar que para Adrián el amor no es suficiente razón para intentar sobrellevar lo que tenemos.
Sólo quería llegar a casa y hundirme en mi dolor hasta quedarme dormida. Tal vez al día siguiente no estaría del todo bien, pero, al menos, me habré desahogado libremente.
Cuando estacioné mi vehículo cerca de mi hogar, me di cuenta que mi familia aún no había llegado. Para mí, era un alivio que así sea, ya que no quería que al verme me cuestionaran ni preguntaran.
Tomé mi mochila al salir de mi humilde carcacha. Luego, me metí a la casa con rapidez para dirigirme hacia mi habitación.
Una vez allí, tiré la mochila hacia un lado y me tumbé boca abajo sobre la cama, cubriendo mi rostro con mis almohadas y demás cojines. Comencé a llorar desconsoladamente, derramando incontables lágrimas.
*****
Así había pasado los minutos y las horas, sumida en mi dolor. La realidad me llegó como un balde de agua helada, como un puñal a mi idiota e inepto corazón.
Desde aquí, escuchaba voces en la cocina. Estaba suponiendo que era mi familia, quiénes no habían entrado a mí habitación para no molestar mi: "supuesta siesta."
Aún con el uniforme y el abrigo puesto, me remuevo con dificultad y cansancio sobre mi alborotado colchón. Siento el libro de: "Ana Karenina," bajo la almohada dónde lo había puesto el día anterior. Lo saco con los ojos enrojecidos y llorosos.
Me siento en posición de india, y voy directamente a la contraportada, con el propósito de descubrir aquella vieja carta que Adrián había escrito con su puño y letra.
"De todas formas, ya no tenía mucho caso." Pensé al hipar por el llanto anterior.
Saqué la carta y la abrí con mucho cuidado, por lo delicada que se encontraba la misma...
Aly:
Al principio del encabezado, cuando te dediqué éste viejo y clásico libro, lo hice con un significativo muy importante.
Éste obsequio, al igual que ésta carta, simboliza mi total admiración y pasión hacia tu persona.
Quizá no lo entiendas ahora, porque eres una jovencita que comienza a vivir, pero tú has sido la luz que a mi vida le faltaba en plena oscuridad. Eres el aire fresco que eriza mi piel. Me haces ver más allá de mí mismo; sobre que ésta vida que llevo, que no ha sido la mejor, vale la pena vivirla cada vez que te veo sonreír. Cada vez que veo cómo respiras, con ese simple acto, siento como acompasas mi personalidad, moldeándome con cada aliento de esperanza que sólo tú me regalas.
En los momentos más oscuros de mis sentimientos fallidos hacia la vida, cuando estaba pensando en irme de éste mundo, te entrometiste en mi cabeza como el dulce y buen ser humano que eres, causando que me arrepintiera una y mil veces de abandonar ésta vida sin conocer todo de ti, sin conocer lo que sería tenerte alguna vez.
Es por ello, y por todo lo que me has hecho sentir con tus simples y buenos gestos, que quiero expresar lo que siento por ti a pesar de nuestras edades. Sin embargo, jovencita querida, respetaré tu espacio hasta que seas capaz de ver lo que ahora mismo no puedes.
Y es que, Alysha Nerea, estoy totalmente enamorado de ti. Jamás había sentido por otra persona lo que me pasa cada vez que te veo.
Quiero esperarte, mi niña bonita. Quiero esperar que cumplas tu mayoría de edad para mirar tus hermosos ojos y decirte lo que ahora mismo me cuesta confesar con palabras... Te amo más que a mi propia vida.
Es un poco abrupto, descarado, ilógico para una sociedad que jamás entenderá que hay amores que nunca podrán explicarse, excepto el que lo vive. Y yo lo vivo, y lo llevo viviendo desde que comenzaste a crecer y yo empecé a verte como mujer.
Te amo, Alysha Nerea.
Con pasión;
Andy.
Sin embargo, leer lo siguiente sólo lograba que un agudo dolor que comenzaba en mi pecho, terminara instalándose en cada parte de mi cuerpo, rompiéndome por dentro.
— Te amé... — Las lágrimas vuelven a presentarse en mis pómulos. — Aún sin darme cuenta, siempre te amé. Al final, siempre te elegí a ti...
Pero, lastimosamente, sentía que, otra vez, Mi Cura Prohibida se me volvía a ir de las manos.
Irónicamente, allá, en el lugar dónde volvimos a encontrarnos gracias a nuestros estudios y nuestras carreras que tanto amamos.
Allá, en el Puerto Rico General Hospital, dónde lo vi a sus verdes ojos después de tanto tiempo...
En el Internado.
—F I N—
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top