Capítulo 53 | Parte 2.
♪ Clocks - Coldplay ♪
Capítulo 53.
Una vez que el vehículo desaparece, me quedo como una idiota, petrificada, mirando al vacío del frío y desolado multipisos.
Sin embargo, el vehículo de Jimmy entró al multipisos con rapidez. La música del reproductor estaba exageradamente en un alto volumen. Mi hermano estaba demasiado hiperactivo y contento.
— ¿Qué te pasa? Sube. — Me dice una vez que él bajó el cristal de la ventanilla.
Yo, sin embargo, no quería apartar la mirada que tenía hacia el distante vacío, por dónde aquel vehículo familiar se había ido.
— Sí, ya voy... — Entré al vehículo ojiplática. Tiré mi mochila en el asiento trasero. Me quedé con la mirada perdida mientras Jimmy aceleró hacia la avenida principal.
— Parece como si realmente hubieras visto un jodido fantasma. ¿Estás bien? — Preguntó con cierto interés.
— Sí...
— ¿Segura?
— No. Sí...
Jimmy me observa por unos leves segundos al fruncir el ceño a través de sus lentes de sol.
— ¿Cómo te fue en tus exámenes finales? — Le pregunto para evadir detalles.
— Supongo que muy bien. — Espeta con suficiencia. — Estoy seguro que aprobé todas las materias semestrales. ¿Ya te he comentado que quiero ser médico?
— Como miles de veces...
— Qué bien, porque no me daré el lujo de reprobar ni una materia en la universidad. Necesito unas calificaciones impecables, pero eso ya lo sabes...
— Lo lograrás, Jim. Ya lo verás.
— También estoy muy seguro de eso. — Sonríe felizmente. Me causa ternura verlo tan ansioso y entusiasmado con todo lo que gira en base a su vida.
— ¿Así que por eso viniste a recogerme con tanto alboroto? — Rio un poco.
— Es obvio, ¿no? Tú harías lo mismo. — Me mira de soslayo al volver a subir el volumen de la música en el reproductor de su vehículo.
*****
Estábamos llegando a nuestro hogar cuando siento que mi teléfono comienza a vibrar. La pantalla del iPhone se ilumina de un brillante color azul. Mi corazón se acelera a mil por hora al saber de qué se trataba.
Adrián estaba llamándome desde Skype...
Abrí la boca una y otra vez al ver que mi hermano estaba realmente muy alborotado, cantando "Clocks" de "Coldplay" a su gusto con una despreocupación más que evidente.
Respondo la llamada de Skype al presionar la tecla verde con el icono de video-cámara. La imágen que recibo me sigue impresionando al igual que en persona.
El ojiverde vestía de traje, pero ésta vez negro, con una corbata de seda de un suave color verde menta. Su cabello estaba húmedo y algunos lacios mechones caen con rebeldía sobre su frente. Aún con su cabello más largo de lo habitual, era incuestionablemente hermoso. Sus ojos claros lucían cándidos, resaltando con el suave color verde de su corbata. Simplemente, una combinación que le sentaba de maravilla.
Me recuesto sobre el asiento del copiloto con la boca entreabierta al sonreírle a la pantalla como una chiquilla. Mi hermano sabe que ahora Adrián y yo nos comunicabamos, pero continuó en su trance y en su inspirado mundo con la música.
— Linda corbata. — Enarco las cejas al elevar un poco el iPhone. — Me gusta. Combina con tus ojos.
Sonríe abiertamente, mostrando su perfecta dentadura. Estaba sentado junto a una lujosa mesa de madera en una extensa habitación. En la parte posterior había una enorme ventana acristalada en dónde se podía apreciar el exterior.
— Me gusta lo que escuchas. — Dice muy sonriente, refiriéndose a la banda que suena. — Una canción excepcional, metafórica, y de buen gusto.
— Todo se trata de Jimmy. — Muevo el teléfono para que vea a mi hermano moviéndose hiperactivo al ritmo de la canción mientras conduce.
Jimmy lo saluda con un creído gesto de cabeza al seguir tarareando y viviéndose la canción.
— Así que, ¿somos tres seguidores de "Coldplay"? — Pregunta con diversión, aunque un poco intrigado.
— Jimmy es más abierto en gustos musicales. Menos selectivo en favoritismo. — Le comento al mirarlo embelesada. No puedo evitarlo.
Adrián no deja de observarme a través de la pantalla, situación que me ruboriza un poco. Me hace sentir bastante vulnerable e intimidada.
— Claro. — Su mirada se muestra curiosa. — Ahora que lo pienso... — Sonríe. — Cuando regrese, podría mostrarte un lugar que quizá te guste.
— ¿En serio? ¿Sobre música? — Me pica la curiosidad.
Él asiente con diversión. Evidentemente, está cómodo, aún con mi hermano presente. Ya estaba creyendo que realmente se llevan más que bien.
— Sí. Quizá a Jimmy también le interese. Quién sabe...
— No me dirás, ¿cierto? — Asumo al sonreír. Ya lo conocía lo suficientemente bien.
— Mejor será mostrartelo. — Se recuesta sobre el respaldar del asiento, sin dejar de mirarme fijamente. — Tómalo como una sorpresa. Aunque creo que lo será para ti. Con lo despistada que eres, no me sorprendería que alucines por cualquier tontería.
— ¿Me estás insultando, Andy?
— Te estoy jodiendo, que es distinto. — Ríe como un niño engreído.
— Cualquiera diría que me echas de menos...
— Te echo de menos. — Acepta sin inmutarse. — Todo el jodido tiempo. ¿Qué quieres que diga? — Niega con cierta abrumación. — Pero me estoy controlando.
— Tranquilos... Hemos llegado. — Jimmy baja el volumen de la música. — Ahora podrán hablar a solas y decirse cuántas veces van a estrujarse. — Espeta sin escrúpulos.
Me sonrojo, pero Adrián levanta la mirada desde el otro lado de la pantalla, sin ningún tipo de vergüenza.
— Ah, que buen hermano eres, Jim. De verdad. No había notado lo considerado que eres. — Le digo con sarcasmo mientras salíamos del vehículo con nuestras mochilas. Adrián presenciaba todo con encanto.
— Soy el mejor hermano. — Se encoge de hombros mientras se adelanta para entrar a nuestro hogar.
Aún mis padres no habían llegado. Supongo que se habrán detenido en algún lugar para hacer alguna diligencia, visitar a los abuelos paternos, o simplemente hacer de las suyas. Todo es válido en momentos como estos...
— En estos momentos que vas hacia tu habitación, te ordenaría que te desnudaras para mí. Pero en unos cuántos minutos tengo que asistir a otra tediosa reunión muy importante. — Adrián se muestra descarado después que me quedé a solas con mi teléfono. — Además, no sería buena idea asistir a la misma con una erección...
— Mereces eso y mucho más por ser tan manipulador, mandón, y descarado. — Rio. — Y por tener un buen culo... — Bromeo. — Casi lo olvidaba.
— Dudo mucho que olvides eso. — Espeta tajante, seguro de sí mismo.
Abro la boca con una exagerada y disimulada indignación, mientras entro a mi hogar e instintivamente a mi habitación.
— Ya sé lo que dirás, Aly. — Sus ojos brillan y frunce sus sensuales labios antes de proseguir. — Dirás que soy un creído y toda esa tonta lista que tu lengua viperina menciona todo el tiempo. — Chasquea la lengua. — Pero soy tu creído. Tu mandón.
Me derrito internamente ante sus comentarios.
— Últimamente, estás muy hablador...
— ¿Será por qué me contagié de una bonita niña con lengua viperina?
Pongo los ojos en blanco y él se muerde el labio. Le causa frenesí. Sabe que no puede hacer nada desde el otro lado de la pantalla, lo que me resulta frustrante y divertido a la vez.
— Ésta vez, tendrás que mantener tus ligeras manos quietas.
— Sólo porque mi princesa está al otro lado de la pantalla de mi ordenador portátil.
De repente, recuerdo cuando lo vi en aquella fiesta universitaria de Jesse hace varios años atrás. Definitivamente, el destino coordinó el que volvieramos a reencontrarnos. Al menos, así lo pensaba yo...
— ¿En qué piensas? — Pregunta al apoyar sus manos sobre la mesa de forma profesional. Desde aquí, podía ver como sus gemelos ajustaban las mangas de su camisa blanca de vestir.
— En la vez que te derramé la cerveza en aquella estúpida fiesta de Jesse. — Confieso.
Adrián frunce el ceño e intenta comprender el porqué llegué a esos pensamiento.
— Es que... — Prosigo. — Recuerdo que cuando entré a la casa, en lo primero que me fijé fue en tu bonito y duro cuerpo. — Rio. — Inconscientemente, pero lo hice. ¿Debo irme al infierno por eso?
— Al mío, sí. — Asiente. Sus ojos brillaban con una sonrisa arrebatadora.
Al decir eso, recordé, metafóricamente, uno de sus infiernos personales. El pasado que se había vuelto a presentar delante de mí en el multipisos del hospital.
Su madre biológica...
"¿Debería decirle en éste momento lo que ocurrió con ella?" Pensé.
— Aly, ¿qué sucede? — Su sonrisa continúa. — Jovencita más despistada... — Murmura y frunce el ceño muy bromista.
— Ah, nada... — Sonrío vagamente al pensar que sería mejor decirle cuando regresara. Desde aquí no podría manejarlo si sufre algún tipo de trastorno.
— ¿Sabes? Creo que estoy sufriendo un estado de estrés. — Carraspea. — De posesividad...
— Uf... Pues tendrás que aguantarte, Ojitos Bonitos. Recuerda que estás en Francia, casi escalando la torre Eiffel de París.
Suelta varias carcajadas y percibo cómo levemente presiona sus manos sobre la mesa. Me mira con ilusión.
Me siento sobre la cama en posición de india, entre mis almohadas y mis coloridos cojines. Verlo tan relajado me supone un poco de crédito para mí.
— ¿Al Doctor Wayne le comieron la lengua?
— Sabes que siempre responderé a tus bromas. Y más de la manera que tanto te gusta... Provocándote.
— Lo sé. De repente te quedas callado.
— Sí. Concentrado en cada mínimo detalle de tu rostro. — Baja el tono de voz, muy pausado. — Mirando la curvatura de tus labios y como se mueven mientras hablas y sonríes. Observo como tus dulces ojos son custodiados por esas pestañas tan abundantes y oscuras, como tu pelo tan brillante que destella por el negro-azulado. — Suspira con suficiencia. — Aunque eres tan despreocupada de tus detalles físicos, no dejo de admirar lo hermosa que eres. Eso, me está carcomiendo. — Traga saliva sin dejar de observarme.
— Wayne...
— Lo sé, lo sé... — Frunce los labios y pasa una de sus manos por su húmedo cabello. Sus mechones se mueven de manera sensual y natural. — Estaba fotografiándote mentalmente, para sentirte en mi cabeza en todas las horas que me restan el día de hoy.
Parpadeo repetidas veces por ese comentario. Luego, sonrío con cierta ternura. Estaba segura de que jamás me aburriré de su especial mentecita.
— ¿Puedo hacerte algunas preguntas?
Enarca las cejas con atención y curiosidad al ver que lo preguntaba con timidez. Luego, asiente permisivo. Él también quería saber cuáles eran mis curiosidades.
— Has dicho eso como si tuvieras memoria fotográfica. — Asumo más que segura. — Supongo que es parte de tus dotes de inteligencia, ¿no?
Se remueve un poco y vuelve a recomponer su postura, sonriendo levemente al encoger sus anchos hombros. Sus duros brazos eran notables a pesar de su traje. Mentalmente, se me hacía agua la boca.
— Supongo... — Acepta inseguro. — Sí. Creo que es parte de lo que soy, de mi cabeza...
— Entonces, recuerdas todo...
— Sí. Lo aprendo y listo. Siempre lo recuerdo.
— Me refiero a tu vida... — Le aclaro, pero se tensa un poco. — He leído que las personas con una capacidad intelectual como la tuya, tienden a recordar la mayoría de las cosas en el transcurso de su vida. Para ser específica, en la cuestión de etapas.
Frunce el ceño. Sabe a dónde quiero llegar.
— Lo que quiero decirte es que nosotros los seres humanos tenemos un límite para recordar ciertas cosas, a ciertas edades. Muchos de nosotros no podemos recordar la mayoría de las cosas en nuestras primeras etapas de vida. Edades como: dos, tres, cuatro años...
— Sé a dónde quieres llegar. — Zanja.
Hago silencio y lo miro con timidez al creer que ya se estaba molestando.
— Sí. — Acepta. — Recuerdo mi vida desde muy temprana edad. Desde los dos años, específicamente. Sin embargo, lo que dices es cierto. Tenemos la capacidad de recordar un poco más allá. Pero si te soy sincero, hubiera preferido que no fuera así.
— Entiendo... — Comienzo a atar cabos mentales. — ¿Puedes leer rápido? — Achico mis ojos y él hace lo mismo.
— ¿Qué más quieres saber? — Ríe socarrón y un poco intimidado.
— Hasta dónde es capaz de llegar tu mentalidad. Eso quiero saber. — Muerdo la uña del dedo pulgar de mi mano desocupada. Él me notaba un poco nerviosa y ávida de información, así que continuó respondiendo.
— Sí. — Acepta tímidamente.
— Con "rápido" me refiero a...
— Sé a qué te refieres. — Me interrumpe deliberadamente, lo cuál me hace entender con más claridad su consistente eficiencia al responderme cada detalle sin tener que repetir nada. — Sí. Puedo leer un libro con tan sólo pasar la página, mirarla, y continuar con la siguiente.
— ¿En serio? — Aunque ya lo asumía, que lo aceptara me sorprendía.
— Sí. — Niega al fruncir el ceño. — Pero es un poco tedioso para mí...
— ¿¡Pero por qué!? ¡Es simplemente genial!
Bufa una sonrisa por lo bajo y niega con la cabeza.
— El detalle es que no lo disfrutas como se debe. Puedes leerlo, terminarlo en unos minutos, y listo. Pero hay ciertas cosas a las que debes renunciar. Por ejemplo; el disfrute de una lectura que te interese, el disfrute de aprender a tocar un instrumento músical paso a paso, aprender idiomas a través del tiempo...
— ¿Hablas otros idiomas además del español e inglés? — Pregunto con rapidez. La curiosidad me puede.
Asiente.
— Sí, tres idiomas más.
— Es... fantástico... — Afirmo alucinada. — Entonces, ¿también tocas algún instrumento músical?
— Marcella era maestra de música. ¿Cómo no aprendería?
— Increíble... — Parpadeo repetidas veces
Sonríe y parece feliz de que todo eso me impresione de él.
— Increíble eres tú que no te impresiona mi posición, ni mi dinero, ni los regalos. Pero sí que mis detalles personales son capaces de impresionarte, lo cuál me impresiona a mí.
— Está claro que eso sí me impresiona. Y también me interesa...
Me mira pensativo. Pasea sus dedos por su barbilla al fruncir el ceño muy reflexivo. Algo se traía entre manos.
— Por eso te comenté sobre mostrarte un lugar que te gustará. Ahora estoy más seguro de que así será.
— Estoy "abierta" a continuar descubriendo tus misterios, Wayne.
Ríe de forma espontánea entre carcajadas muy sensuales. Hace que mi corazón se acelere mucho más. Me encanta verlo tan despreocupado conmigo.
— Tal vez tu forma tan "abierta" de ser conmigo puede lograr muchas cosas en cuánto a mis partes jodidas. — Bromea entre acertijos.
— Sabes que no te haría daño. — Espeto sin preámbulos. — De ninguna manera te haría daño. Sabes lo que siento por ti. — Zanjo. — Y si te ofendí en el pasado con mi estúpido desinterés no premeditado, o en éste tiempo con mi lengua viperina, no es adrede.
— Curioso. — Inquiere. — Porque yo tampoco he querido hacerte daño adrede. Nada de lo que he hecho ha sido intencional ni para causarte algún mal.
Después de esas palabras por su parte, un silencio transitorio nos envolvió a pesar de que estábamos a miles y miles de kilómetros.
Mis labios se entreabrieron cuando las dudas me asaltaron.
"Tal vez ya debería decirle que había pensado en disculparlo sinceramente."
Sin embargo, al igual que el tema de su madre biológica, no me era factible decirlo a través de una video-llamada.
— Andy, yo...
Desde el altavoz de mi teléfono, escucho como tocan la puerta de la habitación dónde él se aloja. Esquiva mi mirada al darse cuenta que habíamos pasado largos minutos hablando. Vuelve a fijar sus ojos en mí.
— Ése debe ser mi padre o Thompson.
— ¿Thompson? — Achico mis ojos.
— Sí. Tengo que irme. — Se despide cortante. — Portate bien, o te daré otro recuerdo de porqué debes hacerlo. — Me enseña su mano de dedos largos mientras alza la vista de manera amenazante y controladora.
Por alguna razón, me excita la idea.
— Ya hablaremos de ese detalle, y de mi culo marcado...
— Hablaremos de lo mucho que lo has disfrutado. — Enarca las cejas muy seguro de sí mismo en cuánto a ese acto. Luego, me guiña el ojo y es el primero en terminar la video-llamada.
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