Capítulo 21 | Parte 1.
♪ Wicked Game - Chris Isaak ♪
Capítulo 21.
—Nere, desde el viernes pasado tienes la prueba en tus manos. Eso sin contar la conversación que escuchamos aquella noche —me decía Jimmy al otro lado del teléfono.
—Lo sé, lo sé... —respondí exasperada—. Jim, sabes que necesitaba unos días de descanso para recuperarme de toda la jodida impresión.
—Ya transcurrieron tres días desde que aclaraste lo imbécil que es y puede llegar a ser Jesse. Dale su maldito merecido como se debe —insistió.
Suspiré con más exasperación mientras accedía al interior del hospital. A pesar de la impresión que experimenté el viernes, había recobrado fuerzas para seguir adelante con toda la situación.
—Jimmy, es complicado —le dije al rascar mi nuca.
Presioné el botón de uno de los ascensores que me llevaría al seminario de virología a las 7:00 de la mañana.
—Para mí no lo es, Nere. John es mi amigo, pero lo que Jesse ha hecho está fuera de mis límites amistosos —su tono fue contundente.
Entré en el ascensor, pero en el preciso momento también entró la enfermera Holán, Damián y tres de los internos que este último dirigía.
«Al parecer, Damián no se encontraba contento con la llamada que estaba realizando», pensé.
—Doctor, ya debe estar en camino, no se preocupe —la enfermera Holán lo alentó mientras tocó su brazo con familiaridad.
—Le dejaré un mensaje —le advirtió Damián exasperado.
»Buenos días. Se supone que usted ya deba estar en el hospital con su grupo, el cual es mi grupo. Si alguno de sus gatos se atragantó con una asquerosa bola de pelo no es de mi incumbencia. Lo que sí me concierne es que todos los internos que dirijo estén presentes en cada práctica y en cada ridícula reunión, como esta. Ojalá profundice con este mensaje —colgó al mismo tiempo que las puertas del ascensor se cerraron.
—Jimmy, hablamos cuando regrese a casa, ¿sí? —le avisé discretamente y colgué la llamada.
«Mierda, tenía el presentimiento de que Damián se estaba refiriendo a mi compañera Gloria. Me parecía extraño que él la llamara a su teléfono».
Le envié un mensaje al instante, pidiéndole que me llamara.
—Supongo que están emocionados con este maravilloso seminario —comentó Damián con sarcasmo.
—¿Por qué no? —le pregunté—. Todo el tiempo se aprenden nuevos temas. Cada día es importante, doctor. Relájese, ¿sí?
Damián me observó con la expresión más seria del mundo. Los internos y la enfermera Holán se quedaron petrificados al escuchar cómo me dirigía a él. Sin embargo, este me sonrió más calmado.
—Tiene razón, interna —Damián aceptó sin más.
La enfermera Holán y los internos se sorprendieron por su sereno comentario.
—¿Cómo lo hace, señorita Doménech? —me susurró la enfermera mientras tiró cariñosamente de mi brazo.
—No lo sé —dejé caer mis hombros—. Supongo que en el fondo es un osito de peluche —le respondí en un susurro.
—Las estoy escuchando. ¿Se dan cuenta? —inquirió Damián.
Ambas nos quedamos calladas en el preciso momento que el ascensor se detuvo en uno de los pisos. Mi compañera Gloria entró con pasos firmes, mientras que Damián se sorprendió al verla.
—Gloria, no sabía que ya habías llegado. Te envié un mensaje y...
—Lo sé —me interrumpió—. Ahora mismo acabo de verlo. Llegué aquí más temprano porque estaba muy pendiente de un caso. Pero, al parecer, hay un residente que últimamente no puede mover el culo sin mi presencia —masculló Gloria mientras le dio la espalda a Damián y a los demás internos.
El ascensor volvió a cerrar sus puertas, procediendo y ascendiendo al piso que todos nos dirigíamos.
—Pero... —Damián balbuceó—. Pero usted...
—Yo nada, doctor Del Valle —Gloria lo interrumpió—. Soy una persona muy responsable para que usted me envíe un mensaje de esa magnitud —inquirió mientras observó en la parte superior del ascensor los números cambiar.
—Solo quería asegurarme de que...
—¿De qué? ¿De qué el trabajito que le ordenó realizar un superior esté bajo control? —Gloria parecía serena al hablar—. Sé lo importante que es la responsabilidad que le han dejado a cargo con nosotros, a excepción de Nere, quien hace sus prácticas clínicas con el doctor Santiago. Pero al menos lo intentamos y hacemos lo que podemos. ¿Es qué usted llegó aquí siendo casi un médico especialista? Lo dudo mucho, así que deje ya de quejarse tanto.
»Y si tiene que asistir con esa cara a una "ridícula" reunión, mejor lávela con agua y azúcar. Tal vez así se le endulza un poco la vida.
Damián se había ruborizado con lo que Gloria enfatizó.
—¿Sabe qué? —el tono de Damián fue amenazante.
Cuando el ascensor volvió a detenerse y abrió sus puertas en uno de los pisos, el doctor Andrés Wayne entró junto a su hijo.
Mi corazón comenzó a latir fuertemente cuando me encontré con los ojos claros de Adrián mientras mostraba una expresión llena de seriedad y serenidad.
Sin embargo, el doctor Andrés Wayne estaba con la misma seriedad que su hijo. Aunque era una persona mayor, portaba una elegancia que lo distinguía.
«Bien, Nere. Ya comenzábamos la mañana».
El doctor Andrés Wayne nos saludó con una gélida sonrisa mientras se detuvo delante de mí, dándonos la espalda. Adrián se recostó en la esquina y sobre la pared con los brazos cruzados.
Lo miré para recibirlo con una sonrisa, pero este optó por ignorar mi pequeño y humilde gesto de saludo.
El ascensor se detuvo en el piso de cirugía y Adrián fue el único que salió para dicho destino.
«Maldita sea, está más que enojado. ¿Por qué continúa tratándome así? Nos besamos nuevamente hace tres días, pero este hombre comenzaba a afectarme sobremanera».
🔹
Me encontraba frente a la puerta donde sería el seminario de virología.
«Quizá debería enviarle un mensaje a Adrián antes de entrar», pensé.
Su actitud hacia mí no mostraba signos de mejoría, pero al menos podría convencerlo de que aquella noche no era lo que él estaba pensando.
|Hola, doctor Wayne. ¿Podríamos hablar luego?|
Le envié un mensaje preguntándole si podíamos hablar luego antes de acceder al seminario. Era como un gran auditorio. Había un estrado junto a un pequeño escenario. Muchas sillas y mesas que se ubicaban desde mi dirección abundaban. Todo estaba impecable. El proyector plasmaba en una pizarra blanca la imagen del tema que se hablaría: "Virus transmitidos por vectores".
Los internos del grupo de Damián tomaban sus respectivos asientos.
Rápidamente, me dirigí con mi grupo y con el doctor Santiago. Cuando observé con más calma, pude notar cómo también llegaban muchos residentes que se sentaban junto a unas mesas reservadas.
«¿Qué era esto? ¿Por qué había tantos residentes y futuros especialistas siendo esto un seminario para internos practicantes?».
Miré a Gloria a lo lejos y desde mi dirección. Su expresión fue de poco entendimiento, como sucedía conmigo. Tomé asiento mientras esperé.
Al cabo de un rato, todos los presentes estábamos escuchando el seminario de virología, el cual llevaba casi dos horas de información.
—Entonces, para completar con este importante seminario, los dejaré con el doctor Andrés Wayne —informó desde el estrado un especialista en epidemiología, quien explicaba la transmisión de ciertos virus por los vectores más reconocidos, siendo estos los mosquitos.
Nos orientaban sobre los nuevos casos que se habían reportado en diferentes regiones, recordándonos la importancia preventiva.
Según el epidemiólogo Lucas Lohann, el dengue y el chikunguña se habían reducido en sus propagos con un sesenta por ciento, pero el zika continuaba afectando ciertas áreas del país.
—Internos, residentes... —el doctor Andrés Wayne se ubicó junto al estrado con naturalidad—. Después de dos largas horas en este seminario de virología, se preguntarán el por qué asisten a una reunión en donde, probablemente, para ustedes estos sean temas que en todo momento se hablan en sus carreras médicas. Entiendo que están capacitados para trabajar con estas enfermedades virales que se pueden propagar con facilidad. Pero este hospital debe seguir ciertos protocolos informativos antes de presentarles una propuesta a todos los internos y también a los residentes que están presentes hoy —su tono fue serio, profesional y con una expresión llena de alerta—. Como sabrán por los medios de publicidad y por los medios más fidedignos e informativos, en Estados Unidos, en el estado de Florida, en los últimos dos años ha habido una gran propagación del virus zika. Se ha intentado controlar de ciertas formas, como también han tratado de hacerlo aquí en Puerto Rico. Dicho esto, sabemos que Florida es uno de los principales estados en donde mucha de nuestra gente viaja o vive. Por eso hemos creado un proyecto clínico y hospitalario para brindarles atención médica a estas personas que tienen el virus —proyectó una imagen en la pizarra—. Esto que pueden observar aquí es una vacuna experimental que ha sido aprobada por el gobierno federal. El nombre de esta es DECZ-58. El protocolo a seguir es informar a los pacientes de qué se trata el medicamento para saber si aceptan o no administrárselo. Ninguno de nosotros puede obligar a un paciente a que le administren la vacuna.
Un interno levantó la mano para preguntar.
—Si los pacientes no quieren ser tratados con la vacuna experimental, ¿cuál es el protocolo para seguir?
—En esos casos, se atenderán a los pacientes como siempre se ha procedido, observando sus estados de temperatura y adquiriendo los antivirales necesarios que ayuden a combatir las infecciones que puedan recrearse a corto o largo plazo. Como sabrán, cada caso puede variar. Siempre procuramos usar los que hagan un efecto inmediato, sin llegar al límite de utilizar los más fuertes. Recuerden que el uso debe ser previsto y controlado ya que con el tiempo muchos patógenos se vuelven más resistentes.
Un residente levantó la mano de igual forma que el anterior interno.
—¿Qué sucederá con los casos que se han presentado aquí?
—En nuestro país, este proyecto lleva un año realizándose. Por eso las tasas de propagación han disminuido. Al probarse que este proyecto clínico y hospitalario ha funcionado, el gobierno federal aprueba que se realice en el estado de Florida.
Ciertamente, yo había desconocido el tema y sobre una vacuna experimental para el virus zika.
Mientras el doctor Andrés Wayne continuaba respondiendo las dudas de algunos de los presentes, recibí un mensaje de su hijo:
|¿No está en el seminario de virología que presenta el doctor Lucas Lohann y mi padre?
PD: Sigo enfadado con usted.
Dr. AWM|
«Lo sabía, estaba enfadado. ¿Cómo podía explicarle todo?».
"No debe estar enfadado. Usted también debió explicarme ciertas situaciones que logré escuchar. Sabe a qué me refiero...".
—Espero haber respondido ciertas dudas —continuó informando el doctor Andrés Wayne—. Debo añadir que los internos y residentes que viajarán conmigo al estado de Florida en Estados Unidos obtendrán una certificación de sanidad y salud pública aprobada por el gobierno federal, una vez que hayan culminado sus horas de prácticas en el proyecto clínico.
Mi teléfono volvió a vibrar:
|No tengo nada que explicarle, jovencita. Lo que escuchó es lo que es.
Dr. AWM|
Decidí responderle de manera breve por su actitud:
"No me gusta que sea cortante, doctor".
Guardé mi teléfono mientras continuaba pensando cómo terminaría con Jesse de una jodida vez.
Cuando salí del seminario de virología, había estado esperando a Gloria en el pasillo.
—La verdad es que no esperaba este viaje tan repentino —me dijo sorprendida mientras ajustaba su estetoscopio de corazoncitos y animalitos—. Pero es una buena oportunidad, para mí y también para ti.
.
—Lo sé. Además, me ayudará a despejar la mente de toda la estupidez con Jesse.
De repente, sentí el teléfono vibrar en mi bolsillo. Lo saqué y volví a abrir la bandeja de mensajes entrantes...
"Puedo entender que no le guste que sea cortante. Es cuestionable.
Dr. AWM".
Presioné los labios al responderle al instante:
"¿A qué se refiere?".
«Necesitaba saberlo, porque me ponía muy nerviosa cada vez que recibía un jodido mensaje de su parte».
Gloria me observaba con extrema curiosidad mientras ladeaba una sonrisa.
—Claro, últimamente, también otras cositas te ayudan a despejar la mente —comentó enarcando las cejas.
—Gloria, yo...
—Interna, diez minutos de descanso. Solo eso —Damián me interrumpió, informándole a Gloria mientras pasaba por nuestro lado sin mirarnos tan siquiera.
Mi compañera lo observaba furiosa mientras él se alejaba cada vez más.
—¡Lo malo de este nuevo viaje será soportar a residentes energúmenos! —remarcó Gloria subiendo el tono de voz de manera intencional.
Engrandecí los ojos al percatarme de que Damián se detuvo. Se giró sobre sus pies para volver hacia nuestra dirección.
Sin embargo, volvió a llegar un nuevo mensaje a mi teléfono. Mi cuerpo sintió destellos de emoción al pensar que el hombre de perfectas manos y ojos claros los leía con atención.
Cuando observé la pantalla, me di cuenta de que era un mensaje de mi mejor amiga, Amanda:
|¡Amy te extraña, Nere! Últimamente, estás muy perdida. ¿Salimos este fin de semana?|
Damián se situó delante de Gloria y sujetó su brazo con elegancia y arrogancia.
—Lo único malo que le pudo pasar fue que este residente energúmeno no continuara probando sus labios, novata —la miró de arriba hacia abajo muy creído, mientras que ella se quedó sin palabras—. Y quítese ese ridículo estetoscopio que no estamos en un zoológico. Diez minutos, como había dicho —soltó su brazo y se marchó con firmeza por el pasillo que conducía hacia el ascensor.
«Tendría que preguntarle a Gloria si las cosas con Damián estaban resultando completamente diferentes».
Amanda había estado enviándome mensajes toda la semana. Sin embargo, aún no me sentía capaz de contarle todo lo que descubrí de Jesse. Ella siempre me ayudó con todo esto, y pensar que no estaba funcionando era frustrante.
|Esta semana no podré. ¿Qué tal la próxima? Debemos hablar. Necesito desahogarme, Amy.|
—Nere, vamos. No tendremos tiempo para desayunar en la cafetería —me avisó mi compañera mientras tiró de mi mano desocupada para dirigirnos hacia el ascensor.
Cuando llegamos al piso donde se encontraba la cafetería, desayunamos como pudimos antes de comenzar nuestros turnos.
Mi turno se encontraba más calmado y casi llegaba al final de mis horas de prácticas. Estaba en el piso de internos, leyendo un poco más sobre el virus zika y los daños congénitos que podía causar.
Por otro lado, también continuaba investigando sobre la enfermedad del Medio Oriente. Sabía que los vectores del virus MERS Recov-2 no eran mosquitos, pero aun así me resultaba bastante alarmante que no le dedicaran mayor énfasis aquí en mi país y en Estados Unidos. También era un tema del cual deberían preocuparse.
Continué absorta en mis lecturas informativas hasta que alguien se detuvo en el suelo, justo donde yo me encontraba sentada con mi ordenador portátil.
La enfermera Bárbara Bosch cruzó los brazos con una expresión llena de disgusto. Su cabello rubio, lacio, y corto estaba recogido. Sus ojos azules no dejaban de mirarme con un rotundo desprecio.
El desagrado en mi sistema me inundó. No soportaba la idea de tener que recordar que se había acostado con Adrián.
—El doctor solicita verla —me informó, siendo muy cortante.
—¿Qué doctor?
—Niña, no te hagas la estúpida. Sabes quién —me respondió.
Cerré mi ordenador portátil, lo guardé en mi mochila, y me levanté del frío y pulcro suelo.
—Claro —ignoré su comentario y la seguí.
Mientras ambas accedimos hacia el ascensor, ella me miró de reojo con el mismo desprecio que al principio.
«Maldita sea, me sentía totalmente incómoda».
—Enfermera...
—Te pido como favor que no me hables si no es necesario, niña —me interrumpió—. Si me encuentro aquí es porque estoy haciendo mi trabajo.
—No debería enojarse conmigo. No tengo la culpa de haber escuchado lo de usted y el doctor Wayne Milán.
—¿Cree que eso es lo que realmente me interesa? Lo único que me importa es cuando te metes de relleno en su vida, niñita.
Comencé a presionar mis manos al convertirlas en puños. Trataba de ser condescendiente con su actitud, pero ella no estaba dispuesta.
—No me meto en su vida, y no soy un relleno. ¿Le queda claro? Nos conocemos desde que éramos niños. Aun así, no me interesa en lo absoluto lo que suceda entre usted y el doctor Wayne.
La enfermera Bosch se volvió a cruzar de brazos y me dio la espalda.
—Solo es cuestión de tiempo. Ahora eres su consentida, pero ya veremos hasta cuándo. No olvides que yo trabajo junto a él y lo entiendo perfectamente. Lo único que tú le causas son disgustos, y él no está para aguantar ese tipo de situaciones. Es un médico cirujano de prestigio, por lo que necesita toda la paz y el entendimiento que obviamente tú no le das. Eres una niña y no puedes entenderlo.
El ascensor abrió sus puertas en el piso de cirugía. La enfermera Bosch me dejó con las palabras en la boca y siguió su camino hacia la oficina de guardia de Adrián.
«¿Quién se cree que es para hablarme de esa manera?»
Mi enojo y mi rabia aumentaron en grandes escalas. Caminé con pasos firmes hacia la oficina de guardia. Cuando entré, me crucé de brazos con una seria expresión.
—¿Y bien? —le pregunté a la enfermera Bosch—. ¿Dónde está Adrián?
—Para ti es el doctor Wayne Milán —inquirió.
—Puedo llamarle como a mí me plazca —exploté de enojo—. Usted no es mi jefa. Ni siquiera es mi dirigente. Le recuerdo que mi jefe y mi dirigente tienen nombres. No me interesa lo que usted te...
—Jovencita —Adrián me llamó al salir del cuarto de descanso.
Tenía puesto un uniforme negro. Su cabello lacio estaba perfectamente peinado hacia un lado de su frente, con los mechones de color miel que resaltaban. Sus ojos claros me observaban con seriedad.
—¡Vea cómo se comporta, doctor Wayne! ¡Vea cómo se dirige a mí! —la enfermera Bosch le reclamó maliciosamente.
Puse los ojos en blanco mientras dejé caer mis hombros con total naturalidad.
«¿En serio esta mujer tenía que hacer esto y caer tan bajo?».
—Tengo mucho que estudiar y mucho trabajo que hacer para tener que estar aquí, escuchando quejas de alguien que está desesperada por una acostada.
—Aly —Adrián me riñó.
—¿¡Ves, Adrián!? ¡Observa cómo me trata! —volvió a reclamar.
—¿Ahora es "Adrián" para usted? —mi tono fue sarcástico— Qué conveniente.
«Tendría que aprender a ser sarcástica como Damián. Gracias, doctor diablo...»
—Jovencita... —Adrián volvió a reñirme, advirtiéndome.
—Supongo que el plan ético lo lleva al pie de la letra, enfermera Bosch.
—¡Basta, Aly! —Adrián subió el tono de voz con elegancia.
—¿¡Qué!? ¿¡Para esto usted me llamó!? ¿¡Para hacerme quedar en ridículo y regañarme!? —lo miré con rabia, pero sus ojos claros me observaban inexpresivos—. Me largo de aquí...
Adrián alcanzó mi mano y me detuvo.
—No —me dijo rotundamente—. Gracias por buscarla, enfermera Bosch. Ya puede volver a sus labores.
—Adrián, per...
—He dicho que muchas gracias, enfermera Bosch. En cuanto la necesite, la llamaré —le dijo en un tono molesto e insistente, lleno de profesionalidad.
La enfermera Bosch volvió a marcharse más enfadada que al inicio. Me giré bruscamente, apartando la mano de Adrián para mirarlo fijamente.
—¿Cuál es el problema, doctor Wayne?
—Querías hablar conmigo.
—Eso fue antes de que me tratara fríamente. Le pregunté hace un rato a qué se refería cuando redactó en su mensaje que "entendía el hecho de que no me guste que sea cortante conmigo". Nunca me respondió. Y bien, ya no me interesa.
—¿Segura? —sus ojos claros y destellantes se tornaron oscuros.
«No, Adrián. No estaba segura».
—Así es. Ahora mucho más segura que me ha regañado frente a su acost... Digo, enfermera. Me hizo pasar una vergüenza.
—Solo te detuve.
—No necesita hacerlo. Tengo veintidós años, casi veintitrés, para que alguien con un poco de más edad me regañe como si fuera una niña descarrilada.
—Tengo treinta y uno —remarcó mientras miraba mis labios.
—Como sea... —tartamudeo—. Espera, ¿tienes treinta y uno? —me sorprendo—. ¿Tengo qué realizar mi internado y aprobar el examen de residencia para que un médico de treinta y uno, quizá treinta y dos, sea mi jefe y director en el departamento de cirugía?
Su expresión se relajó.
—Lo siento —se mordió el labio inferior levemente.
—¿Qué tengas treinta y uno? —pregunté ruborizada.
—No. Supuse que sabías mi edad. Siento no haberte respondido el mensaje. Pero como siempre, jovencita, eres totalmente despistada —colocó las manos en los bolsillos de su uniforme—. ¿Realmente crees que puedas ser cirujana?
—¿Qué quieres decir con eso? —presioné mis puños.
—Nos conocemos desde hace mucho, Aly. Te olvidas por completo de las situaciones, pero estás segura de que no olvidarás cómo y hasta dónde presionar un bisturí —ironizó.
—Puedo olvidar ciertas cosas y situaciones, pero no lo que me gusta —le respondí ofendida.
—Yo te gusto —sonrió con una dulce arrogancia—. Pero aun así, en estos momentos, no recuerdas ciertas cosas de mí.
—¿Utilizas mi pasión por la medicina y la cirugía para mortificarme? ¿Para ofenderme porque, en algún momento de mi vida no me fijé en ti?
—Entonces, aceptas que te gusto —su media sonrisa fue triunfal.
—No quise decir...
—Aly... —me advirtió—. No te mortifico con nada. Amas la medicina y, ciertamente, estoy contento de verte cumplir cada paso, cómo me contabas cuando éramos niños. No digas tonterías —renegó.
Se dirigió hacia la puerta que se ubicaba detrás de su escritorio y entró a su cuarto de descanso.
—Espera... —lo seguí—. Escucha, lo siento, ¿sí? —toqué uno de sus hombros—. Estoy diciendo estupideces sin pensar. La verdad es que me dirigía molesta hacia acá por los comentarios de Bárbara. Traté de ser condescendiente, pero ella continuaba diciendo cosas y...
El ojiverde se cruzó de brazos, mirándome fijamente.
—Me regañaste frente a ella, sin saber si tuve o no la culpa de la discusión y...
—Aly.
—No, espera...
—Aly, ya te dije que te detuve. No te regañé. Tu carácter es muy complicado y no quería que llegaras a su nivel. Eso es todo.
—Yo... Espera, ¿de verdad?
Asintió y me dio la espalda. Caminó hacia la pequeña mesita donde había una lámpara que reflejaba una luz tenue. También se encontraba un reproductor de música. Él comenzó a presionar algún botón. Luego volvió a mirarme con profundidad, mientras que yo no podía evitar admirar su belleza masculina y angelical.
«¿Qué le sucedía?».
Adrián se giró con suavidad y elegancia mientras rozó sus largos dedos sobre el reproductor de música. Sin embargo, también los paseó en el suave y acolchado mueble que se ubicaba justo al lado de la mesita.
—Creo que todavía tienes muy malos conceptos sobre mí, malos conceptos en cuanto a lo que yo pienso de ti, Alysha —susurró con tranquilidad.
«¿Por qué todo esto me ponía muy nerviosa?».
—Escucha... Comprendo que lo que sucedió el viernes se haya interpretado de otra manera, pero no me dejaste explicarte.
Él suspiró y pasó por mi lado, ignorándome. Salió por la puerta del cuarto de descanso y se dirigió hacia la oficina.
«Maldita sea, no podía creer que no quería escuchar mis explicaciones. Pero debía ser consciente. Él tenía razones obvias para no querer hacerlo. Me encontró en ropa interior en la cama de Jesse, su mejor amigo. Y para acabar de completar, unas horas después de que nos habíamos besado».
Posé las manos sobre mi cabeza con una expresión llena de desesperación.
«Tenía que hacer algo. Él tendría que escucharme. Quizá no sirvan de nada mi explicaciones, pero al menos cuento con decirle».
Al girarme con prisa para salir hacia la oficina, me percaté de que nuevamente él entró al cuarto de descanso. Cerró la puerta detrás de su espalda, sin dejar de observarme.
Escuché cuando giró el pestillo, lo que causó que me pusiera nerviosa. Le di la espalda, me crucé de brazos, y lo miré de reojo.
—No entiendo el por qué hace esto. Sabe que no es correcto, doctor Wayne —mi voz fue un susurro casi inaudible.
Podía sentir cómo se acercaba a mi espalda...
—¿Cree que haría todo esto si usted no quisiera, jovencita? —su voz fue dulce y ronca—. ¿Cree que yo sería capaz de arriesgarme a tanto si no hubiese sabido que le gusto? —me susurró al oído sin tocar mi espalda—. No es solo atracción lo que siente por mí —su nariz aspiró la piel visible de mi cuello.
—¿Qué le hace pensar eso? —le pregunté mientras mi respiración se entrecortaba.
—Porque me sucede lo mismo, Aly —me confesó mientras besó mi cuello con lentitud.
Podía sentir su cálida y sensual boca descendiendo por la piel de mi hombro. Posó sus grandes y perfectas manos sobre mi cintura con suavidad.
—Adrián, estamos en el trabajo y nos...
—Mi turno de guardia acabó desde el momento en el que ordené que te buscaran —me adhirió a la parte anterior de su cuerpo—. No soporto estar molesto contigo ni un momento más —su erección presionó mis nalgas.
—M-Mi turno... —casi no podía mediar palabras concretas.
Adrián me giró con suavidad para que yo enfrentara su imponente altura y sus ojos claros. Sujetó mis mejillas mientras su mirada se clavó en la mía con profundidad.
—¿Crees qué no me hubiese informado de tus horas de turno antes de traerte aquí? —su boca se acercó a la mía de sopetón—. No soy estúpido —me susurró sobre los labios—. No trates de engañarme, Aly. Me deseas tanto como yo a ti —besó mis labios lentamente.
Sin embargo, decidí acceder a sus tiernos besos que me cortaban el aliento.
Mientras su boca comenzó a disfrutar de la mía, me elevó con sus brazos como si fuese una bebé, sin despegar nuestros labios.
Me recostó sobre su mueble y continuó besándome con dulzura y fervor.
—Doc...
—Por favor, no. No quiero ser más el doctor en lo que resta de la noche.
—Adrián, yo... Esto es peligroso...
—Solo somos tú y yo, Aly. Olvida todo. Olvida que soy el mejor amigo de tu novio, porque tú eres mi Aly —su frente se posó sobre la mía, mientras nos miramos fijamente.
Sin pensarlo más, besé con fervor al hombre que me estaba llevando hasta las estrellas, aun siendo incorrecto, aun siendo imposible.
Estiró uno de sus fibrosos brazos por encima de mi cabeza. En el preciso instante, escuché una suave y dulce canción que comenzó a sonar de fondo en un bajo volumen. Wicked Game de Chris Isaak se había adueñado del tenso silencio que nos rodeaba.
Ambos nos besábamos mientras nos dejábamos llevar por la música casi inaudible. Adrián elevó la camisa azul de mi uniforme y me la quitó.
Comenzó a besar con dulzura la piel libre de mis pechos mientras sus perfectas manos acariciaban mi abdomen descubierto. Mordió con suavidad y delicadeza mis pezones. Sentí cómo los lacios mechones de su cabello me hacían cosquillas en mi cuello. No podía evitar sentirme tan bien al inundarme de su aroma a limpio mezclado con su perfume caro. Luego deslizó mi pantalón con suavidad y calma mientras besaba y mordía mis muslos.
—No sabes cuánto he deseado este momento, Aly... Mi pequeña... —susurraba mientras sus labios besaban mis muslos.
Separó mis piernas con delicadeza, pero no pude evitar sentir sus perfectas y suaves manos cuando tocaban mi piel con reverencia.
—Eres hermosa, pequeña —susurró mientras contempló mi semidesnudez.
Solo podía observar cada movimiento suyo mientras continuaba acostada sobre su mueble. Invadió mi pudor con sus claros y preciosos ojos. Cuando volvió a besar mis labios, elevó mi cuerpo sin ningún esfuerzo y me quitó el sujetador. Sonrió bajo mi cuello, sintiendo mis ansias y mi vulnerabilidad.
—Mi pequeña ángel... —susurró con sensualidad y dulzura.
Sus palabras fueron mi perdición. Con desesperación, coloqué mis manos sobre su nuca, mientras que él besó intensamente mi cuello.
—No, mi ángel eres tú... Por favor... —gemí al acurrucarlo contra mi vulnerable cuerpo.
«Maldita sea, se sentía tan bien».
Adrián comenzó a jugar con uno de mis pezones. Gemí en un susurro y entrelacé mis dedos en los mechones de su cabello.
—Adrián... —gimoteé con más insistencia.
—Ese es el nombre que siempre debes tener en tu cabeza. ¿Lo entiendes? —me dijo en un tono sugerente mientras continuó jugando con mi sensible pezón.
Sus manos descendieron hacia mis caderas, quitándome la tanga con lentitud al deslizarla sobre mis piernas. Su media sonrisa ladeada era angelical con una mezcla de perversión.
—Creo que le debo la respuesta de su mensaje de hace un rato —me susurró maliciosamente.
Adrián se agachó y separó los pliegues de mi vagina, adhiriendo sus labios contra la apertura. Me llenó de cálidos besos, causando que me excitara mucho más de lo que ya estaba.
Continué enredando mis dedos en su suave cabello, mientras que él posó su mano en mi húmedo sexo, acariciándolo lentamente. Mi desesperada respuesta fue mover mis caderas hacia sus largos dedos que me torturaban gustosamente. Sin embargo, sus ojos destellaban con seguridad.
—¿Ya no la trato con frialdad? —me preguntó mientras continuó acariciando mi sexo ya empapado. Luego, se mordió el labio inferior levemente—. Veremos si esto no le resulta frío y cortante —me advirtió en un sensual susurro.
Su lengua jugó con mi abertura mientras me dilató con su dedo corazón, introduciéndolo y sacándolo.
Cuando se percató de que mis gemidos eran más desesperados, colocó su dedo índice en mi boca para amortigüar el sonido. Sin embargo, su exquisita lengua continuó dándome placer.
—Adrián, por Dios... —mis dedos seguían buscando consuelo en su cabello.
Levanté la espalda y elevé la cabeza para observar lo que me hacía. Mientras él jugaba con su lengua aniquiladora sobre mi sensible clítoris, sus ojos claros me miraban llenos de perversión.
—¿Esto responde a su mensaje? —susurró sobre la apertura de mi vagina.
—Por favor, Adrián... Andy... —solté su cabello y presioné el mueble acolchado.
Ubicó mis piernas sobre sus hombros, sin importarle que aún calzara mis clásicas Converse, teniendo mejor acceso de mi excitación en néctar.
—Eres deliciosa, pequeña —me comentó mientras presionó con más ímpetu mis piernas sobre sus hombros.
—Por favor... —le supliqué.
—Dímelo, Aly.
—Yo... Ah...
Su lengua continuaba arrebatadora sobre mis húmedos y ya hinchados pliegues.
—¿Tú qué?
—Te deseo, Adrián Wayne. Por favor...
Cuando se percató de mi desesperada expresión, se quitó el negro uniforme. Sin embargo, antes de haberse quitado el pantalón sacó un condón del bolsillo.
Me sentía lista, excitada, y decidida de entregarle mi virtud a la persona que menos pensé que se la entregaría después de tanto tiempo de haberme conservado... A Adrián Wayne Milán, el mejor amigo de Jesse.
Terminó de desnudarse junto a mí y se colocó el condón. Nuestras siluetas se reflejaron sobre la pared por la luz tenue que ofrecía la lámpara desde la mesita.
Algunos destellos de la luz de la luna se filtraron por la ventana que yacía cerrada y cubierta por una clara cortina. La canción de fondo continuó en modo de repetición.
—¿Lista? —me preguntó en un susurro mientras su cuerpo permaneció sobre el mío.
Ambos nos mirábamos a los ojos con profundidad, y fue cuando le dije "sí" con la mirada. Besó mis labios y mi mejilla, listo para acurrucar su rostro en mi cuello, listo para hundirse en mi interior.
Al sentir la presión de su miembro sobre mi vagina, apoyé mis manos en su cuello y cerré los ojos, rozando mi frente sobre su ancho hombro.
Adrián se hundía dentro de mi húmedo sexo poco a poco y lentamente, mientras que yo chillaba por el dolor y el placer que se mezclaban. Se mordió el labio inferior con sensualidad y su clara mirada deleitaba excitación. Me besó como si se le fuera la vida en ello, terminando de hundirse por completo, sin separar su boca de la mía.
Adrián permaneció inmóvil, esperando que mi sexo se amoldara y se acostumbrara a la sensación de su dureza dotada.
—Carajo, Aly... —gimió y escondió sus claros ojos bajo mi cuello—. Me cuesta controlarme. Eres tan... deliciosa —besó el lóbulo de mi oreja y no pude evitar gemir.
Comenzó a mover sus caderas lentamente al cerrar sus ojos y entreabrir su boca, disfrutándome y saboreando los primeros gozos de la penetración.
Luego de un rato, cuando volvió a abrir sus ojos, me miró con lujuria, intensidad y desesperación.
Cuando los movimientos de sus caderas fueron un poco más persistentes, agarré fuertemente el mueble acolchado, ambos sintiendo cómo yo estaba a punto de llegar a mi primer orgasmo.
Él lo sabe.
Él lo siente...
—Vamos, pequeña... Dá... me... lo... —sus estocadas eran más contundentes, ansiosas.
—A-Andy... —gemí con gusto, perdiendo la vergüenza.
—Sí, bebé... Andy te hará venir como te mereces... —sus penetraciones eran más fuertes, más rápidas.
Con insistencia, encaramo mis piernas en cada lado de su cintura mientras el orgasmo estaba a punto de estallar en mí.
—Adrián... Andy... ¡Mierda!... —chillo bajo su cuerpo al llegar al clímax liberador.
—Mi Aly... Mi.... pequeña... Dios, bebé... —gruñó sensualmente al venirse después de mí.
Me comió la boca con besos feroces, mientras los espasmos de nuestros orgasmos se calmaban.
🪶
«Un poco más, solo un poco más», decía para mis adentros al cubrirme inútilmente de la lluvia.
Me dirigía con mucha prisa hacia la parada del bus escolar.
—¡Espera! ¡Espera! —escuché a lo lejos mientras se dirigían hacia mi dirección con un paraguas—. Debes cubrirte o te dará un resfriado —me dijo con la voz agitada mientras nos cubrió a ambos de la fría lluvia.
—Ah, lo siento —le sonreí—. ¿Sabes? Voy tarde —le avisé despreocupada, mientras que sus tímidos y claros ojos me observaban preocupados.
—Te acompaño hacia la parada del bus —me dijo firmemente.
Caminamos silenciosamente, hasta que yo decidí acabar con ese silencio.
—Oye, nunca te lo había dicho, pero te ves emocionalmente mejor. Me alegra que hayas superado todo aquello que ya sabes...
—Fueron tiempos de angustias, pero fue más ameno cuando una niña apareció y me ayudó desde que era más chico con cada almuerzo —me sonreía con timidez.
Cuando nos detuvimos en la parada del bus escolar, la lluvia había incrementado.
—Puedes volver —le dije, aún bajo su sombrilla—. No quiero causarte molestias.
El chico tímido de ojos claros me sonrió y posó su palma sobre mi mejilla con timidez. Luego llevó su pulgar hasta mis labios.
«Wow... Sentía que mi primer beso sería perfecto bajo la lluvia, mi primer beso a los catorce años».
Cerré los ojos emocionada y con el corazón latiendo fuertemente. Seguía sintiendo su pulgar sobre mis labios, pero no los suyos.
Cuando abrí los ojos, conmocionada por el rechazo, él me miraba con dolor y disgusto.
—Pequeña, tengo veintitrés años. Soy un hombre adulto para ti —inquirió con frustración y sin dejar de rozar su pulgar sobre boca.
—Ah... Claro, claro... —bajé la mirada con timidez—. Lo... Lo siento...
Escuché el bus llegar y salí disparada, sin mirar al chico que acabó de rechazar mi primer beso.
Cuando estuve dentro del bus y tomé asiento, lo observé a través de la ventanilla con una nostalgia extraña e inexplicable...
🪶
Abro los ojos con pesadez y me despierto un poco exaltada, mirando hacia la puerta que yacía cerrada. Adrián duerme plácidamente, pegado en la piel de mi espalda mientras sus manos están colocadas sobre mis pechos.
Estábamos cobijados con una pequeña manta blanca, pero nuestros cuerpos sobresalían. Nadie había tocado la puerta de la oficina de guardia, ni mucho menos la del pequeño cuarto. Tampoco se veían reflejos de luces encendidas.
«Él había apagado y cerrado todo con nosotros dentro», deduje. «Debía ser muy tarde».
Estiré uno de mis brazos como pude y traté de alcanzar alguna pieza de nuestros uniformes para encontrar uno de los teléfonos. Quería saber la hora.
Adrián se remueve un poco y siento su suave cabello rozar mi espalda. Sujeta mi cintura y me acapara contra su cuerpo mucho más.
Era inútil alcanzar alguno de los teléfonos cuando tenía al espécimen pegado a mi piel. Podía sentir su discreta y cálida respiración. Nuestros cuerpos emanaban una mezcla embriagadora de sexo, sudor y perfume caro.
No dejaba de pensar en cómo este hombre había logrado que yo me entregara a él. Sin embargo, no me arrepentía de nada.
Sujeto una de sus pulcras manos al apartarla de mi cintura y la acaricio mientras la observo. Mi corazón late con más fuerza al sentir cómo de repente besaba la piel de mi espalda, volviendo a dormirse.
El hijo del director, quizá mi futuro director, y mejor amigo de Jesse, se había adueñado de mi virtud.
Volví a quedarme dormida, sabiendo que el doctor Wayne Milán me había hecho el amor.
Por primera vez, había hecho el amor con el ángel que siempre me tentó y provocó...
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