Capítulo 11 | Parte 1.

Capítulo 11.

Era jueves, y varios días habían transcurrido desde que supe que mi madre sería operada. Eso hizo que estos últimos días fueran más fáciles de sobrellevar en el internado. Por suerte, no había visto al doctor Wayne Milán desde entonces. Después de lo que sucedió en el ascensor, el ambiente se había tornado raro y distinto dentro de mí.

«Nere, olvídalo ya».

Estaba en mi habitación, terminando de arreglar mis últimos toques en cuanto a mi cabello. Tenía un vestido corto, blanco, y veraniego. Dicha vestimenta, la combiné con unas sandalias plateadas. Mi cabello largo estaba peinado en una coleta alta con pequeños mechones y flequillos que resaltaban por los bordes de mis orejas.

Estaba bonita y casual. Al fin y al cabo, iría a la casa de los padres de Jesse. Irónicamente, solo me tomaría un minuto llegar.

—¡Mamá! —grité, lo que causó que ella viniera hacia mí de inmediato.

—¿¡No podrías venir dónde mí, Alysha!? Estaba viendo mi serie favorita, ya lo sabes.

—¿De verdad no quieres venir? Papá llegará tarde del trabajo y Jimmy estará con John. Además, los padres de Jesse prepararon algunos bocadillos, porque recibirán más invitados.

—Alysha, yo no conozco las amistades de los señores Montenegro. Asiste tú y disfruta el resto del día que queda. Además, quiero ver mi serie favorita y descansar para la cirugía de mañana.

—Está bien, mamá —le sonreí convencida.

Me sentía contenta mientras cruzaba hacia la casa de mis suegros.

Al abrir la puerta de la casa de los señores Montenegro, me encuentro con la mamá de Jesse que seguía en la cocina. Vagaban en mi cabeza recuerdos que tenía de este lugar, y no muy gratos.

—Buenas noches, señora May —le sonreí con una sincera expresión y la abracé levemente.

—¡Nere, cielo! Jesse aún no ha llegado de su trabajo, pero los invitados están en la terraza. Ve hacia allá, porque aún no termino de preparar los bocadillos —me dijo amablemente.

Al salir hacia la terraza, veo al padre de Jesse. El señor Enrique Montenegro estaba hablando animadamente con una señora de aspecto elegante. Mi suegro se veía bastante casual en comparación a como se veía la señora.

Tenía una camisa abotonada blanca, una falda de tela gris en volantes con una chaqueta del mismo color y material. Su cabello super corto de estilista y su maquillaje la hacía parecer una señora de la realeza.

Saludé educadamente a los que me encontraba en el camino. La terraza era grandísima y espaciosa. Tenía losas grandes y color terracota. Había una mesa de billar bien cuidada en el extremo derecho y una pequeña licorería con todos los tragos que puedan existir, acompañados de unos sillones acojinados que son hechos para estar al aire libre.

Era una noche joven y se podía percibir un ambiente tranquilo y relajante. Entraba el aire fresco y tropical que incitaban a mover los pequeños mechones y flequillos de mi cabello que no estaban en su lugar.

Decidí acercarme un poco más al exterior de la terraza para recibir esa brisa que me causaba una extraña paz. En menos de veinte segundos, había sentido una presencia extraña cerca de mi hombro derecho, como si me estuviesen observando.

—Siempre es atractivo observar a una mujer como usted saborear los aires de vida —escuché una voz ronca, dulce y susurrante cerca de mí.

No tuve que girarme para saber quién era.

—No puede ponerse un vestido así y pretender que la brisa no acaricie su piel, mientras hombres como yo tenemos que conformarnos con la imaginación —no lo escuché reírse, pero por alguna extraña razón sentía su sonrisa detrás de mí.

—¿Por qué será que ya no me sorprende encontrarlo por estos lares, doctor Wayne? —aún no me giraba para dirigirme directamente a él.

Era obvio que Adrián sabía hacer las cosas y el cómo comportarse. Aun así, no se acercaba más de lo debido para no llamar la atención.

Desde mi posición, podía oler su carísimo y delicioso perfume. Me jodía por completo darme cuenta de que me agradaba que estuviese presente.

—No debió sorprenderse desde hace mucho, jovencita —su voz ronca me estaba matando.

—¿A qué se refiere, doctor Wayne?

—¿Es que no piensa dirigirse a un amigo y compañero de trabajo?

—No puedo. Es dañino... —le dije al tragar hondo.

Su perfume no dejaba de inundar mis fosas nasales y el cosquilleo que se formaba en mi vientre me estaba torturando.

—"Dañino"... —repitió consternado, sin subir el tono de voz—. No saber ser inteligente es dañino, aún cuando tiene las herramientas, señorita —como no me giro para mirarlo, él me rodea y se presenta delante de mí con su extremo porte de elegancia—. Hablemos. Ve al jardín de la terraza —sus claros ojos me miraban con ansias.

—Doc... Adrián, no puedo. ¿¡Qué estás haciendo!?

—Ser inteligente —sus preciosos ojos miraron mis labios más de lo debido, para luego fijar su mirada en la mía—. No me lo haga más difícil.

—Adrián, yo...

—Esperaré en el jardín —interrumpió—. No demores. No nos queda mucho tiempo —se marcha despreocupado y con disimulo.

Mientras lo veía alejarse, las vistas eran irresistibles. Vestía con una camisa blanca de botones de mangas largas, pero estaban remangadas. Sus brazos eran los de un hombre delgado, pero fibroso, acompañado del reloj que casi siempre utilizaba. Tenía puesto unos jeans ajustados de color azul oscuro que le hacía visible su prieto culo de niño bonito. Sus zapatos negros de vestir le daban ese toque de elegancia casual a su vestuario.

Miré la pantalla de mi teléfono, contando un par de minutos para comenzar a caminar hacia el jardín.

«¿Nere, por qué estás haciendo esto?», cuestioné para mis adentros.

«Porque no podía decirle "no" a esos ojos».

«Solo aclararé las cosas para advertirle que debemos comportarnos como se debe», de tan solo pensarlo reinaba la intranquilidad en mí.

Camino por la misma dirección por la cual Adrián se había dirigido con expresiones y gestos disimulados.

Los padres de Jesse tenían una casa preciosa y muy bien cuidada. Su jardín era grande y colorido por las flores que reinaban. Crucé por un sendero donde habían plantas sembradas con una fuente de agua en forma de vasija, mientras los pequeños chorros de agua caían hacia la base principal con el resto.

«¿Por qué no había visto esto antes?»

Estaba perdiendo el tiempo y admirando pequeñas cosas. Cosas en las que antes no me fijaba...

—Ven... —susurró el hombre de ojos claros mientras me sujetó la mano. Tiró de ella para ubicarnos en un lugar más seguro, más oculto.

Estaba nerviosa y asustada, perfectamente consciente de que estaba agarrada de la preciosa mano de un ángel tentador.

Adrián no rechistó ni un poco, ni siquiera para mirar hacia atrás. Se detuvo detrás de una pared que dividía el jardín de la terraza. Había un enorme arbusto que cubría todo lo necesario para no ser vistos. Sin embargo, soltó mi mano sin dejar de mirarme.

—¿Y bien? —crucé mis brazos mientras elevé un poco la cabeza para mirarlo.

Sus ojos parecían mostrar cierto desespero.

—Mi madre está aquí. Ella es una vieja amiga de los señores Montenegro —me informó con seriedad, cargándome la mirada.

—¿Y por qué decidiste venir aquí?

Su expresión era dudosa. No quería responder.

—Genial... —murmuré con fastidio.

—¿Qué, jovencita?

—Me traes aquí sabiendo que mis suegros son viejos amigos de tu madre, la madre del mejor amigo de mi novio —mascullo en un susurro desesperado—. ¿Qué pretendes?

—Jovencita, no es mi culpa que usted pueda mirarme ahora.

—¿De qué hablas?

—De que tuve que ser alguien en la vida para que pudieras fijarte en mí —se acercó un poco más hacia mí, con esa mirada que no pestañeaba ni un momento.

—Doctor Wayne...

—Adrián o Andy. Ya te dije.

—Bien, Adrián. Escucha... No sé de qué me estás hablando. En serio.

—Evidentemente no lo sabes, porque siempre has tenido ojos para Jesse —cada vez se acercaba mucho más, invadiendo mi espacio personal.

—¿Cómo puedes poner en peligro la amistad de tu mejor amigo por una mujer? —pregunté sorprendida por sus palabras.

Él quería responderme. Lo percibía desesperado por hacerlo. Pero solo reinó el silencio por unos momentos.

—¿No me darás al menos una explicación que lo refute? —volví a preguntar, dándole la oportunidad para que se explicara.

—No, mientras sigas ciega —me retó con la mirada.

—Quizá seas un médico cirujano de prestigio, pero no estás siendo suficientemente hombre para que te expliques como se debe.

—Aly.

—¿Esa es tu excusa? ¿Qué estoy ciega?

—Sí.

—¿Por qué? —lo miré con insistencia.

—Eso es suficiente para optar por no decir nada.

—¿Y para qué me hiciste venir aquí? ¿Para jugar conmigo? —le reproché.

—Alysha... —tenía la mirada más cargada sobre mí.

—¡Habla, Adrián! —insistí molesta.

—¿Quieres saber para qué te hice venir aquí? Perfecto, te lo diré... —masculló en un susurro ronco y desesperado—. Te hice venir aquí para comprobar que realmente te estás fijando en mí —se acercó lo más que pudo, hasta volver a dejarme acorralada y tan cerca de su cuerpo.

Estaba pegada contra la pared que dividía el jardín de la terraza, pero él me quería aprisionar con su delicioso aroma y su belleza angelical.

—¿Y a cuál conclusión llegaste según tú? —tragué hondo mientras lo miraba desde mi baja estatura. Su altura me estaba intimidando.

«Carajo».

—No te gustará saber en quién te estás fijando últimamente —colocó una mano sobre la pared, sin dejar de mirarme fijamente con esos ojos tan claros.

«¡Maldita sea, tenía que parar!».

—Esto que dices son... son... —tartamudeo, mientras que él acerca su rostro a unos centímetros del mío.

—¿Son qué? —su perfecta nariz casi tocaba la mía.

Apreté fuertemente mis puños, tratando de controlar mis nervios y mi respiración. No entendía porqué este hombre me causa un sentir tan tentador.

—Palabras dañinas... Esto es dañino —presioné mis labios.

Él no se movía de su posición, aunque su nariz, prácticamente, estaba rozando la mía, mirando con un tipo de profundidad mis labios.

—Comprobemos cuanto daño te hacen mis palabras... —movió su angelical rostro hacia mi mejilla, causando que yo sintiera su respiración cerca de mi oreja. Su barba de dos días me hacía cosquillas en el hombro.

—Cuéntame... ¿Cuánto daño te hace esto? —rozaba su perfecta nariz casi por el final de mi mejilla e inhalaba suave y profundamente.

Cerré los ojos, casi perdiéndome y deleitándome de un sucio juego que estaba acabando conmigo. Cada vez que sentía su barba de dos días causándome cosquillas en el área del hombro, presionaba mucho más los puños. Y no porque no quisiera, sino porque perdía el control.

—Yo no te hago daño... —me susurró cerca de mi oreja. Su dulce y ronca voz me causaba cosquillas en el vientre—. Te fastidia que el mejor amigo de tu novio te guste —volvió a susurrar y me besó con ternura el lóbulo.

Involuntariamente, una de mis manos se dirigió hacia su cabello lacio y comencé a sentir por unos leves segundos la textura.

«Este hombre olía jodidamente delicioso».

De repente, suena mi teléfono. Adrián aún no movía su rostro ni sus labios de mi oreja, mientras que yo agarraba como podía con la otra mano el aparato que, en el fondo, me estaba resultando molestoso.

«Era Amanda, maldita sea».

Me ha salvado una jodida llamada...

—Amanda, te llamaré en unos minutos —le avisé con la respiración entrecortada.

Adrián no quería moverse de su posición. Con una de sus manos, me quitó el teléfono y colgó la llamada.

—Se inteligente —me dijo al posar un último y tierno beso en el lóbulo de mi oreja, entregándome el teléfono.

Luego, Adrián se marchó, dejándome casi sin aire y sin una explicación concreta. Detestaba el hecho de que me sucediera esto con él y no lo haya detenido.

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