Capítulo 45: Restos de guerra

No importan las convicciones, las creencias, tanto religiosas como políticas, los motivos por los que uno lucha, ni aquellos por los que deja de hacerlo, el respeto a los muertos es algo universal, pues, tarde o temprano, todos nos uniremos a ellos.

— Anónimo

Tras la derrota de Auquachalaque, los trols recuperaron el reino por el que tanto habían luchado. Los primeros momentos fueron de pura euforia y alegría. Pero esos momentos, al igual que todo en esta vida, fueron efímeros. Cuando la emoción y el festejo disminuyeron hasta desaparecer, lo que quedaba era la sensación de pérdida.

Algunos de sus mejores guerreros perecieron en aquella lucha, dando su vida hasta el final por la esperanza de recuperar su hogar. Si bien habían recuperado la paz en el reino, el silencio que esta traía solo remarcaba la sensación de carencia que ya de por sí tenían.

Pero había que continuar. Los edificios habían sufrido destrozos y había muchos heridos. Les gustase o no, tenían que levantarse y seguir viviendo, pese a las vidas que quedaron atrás en aquella batalla.

De los que estuvieron en primera línea, Globgor fue de los que mayor daño sufrió. Y no era de extrañar tras ser el objetivo de todo un escuadrón. Sin embargo, este se mantuvo firme, a pesar de las heridas, y organizó al reino para reponerse cuanto antes.

Se asignó un grupo de trols para tratar a los heridos, el cual fue conformado por los del tipo salvaje y de hueso. Ellos se encargarían de recolectar hierbas, alimentos y demás víveres para ayudar en la recuperación de los más afectados. La implicación de estos fue tal, que los niños también se dedicaron a buscar hierbas y bayas a su alcance. También llevaban flores y juguetes a los heridos que habían de permanecer en cama, y en otras ocasiones animales muertos y restos de hueso.

A los trols de la roca se les dio una doble asignación: reparar los edificios y cavar las tumbas. Era un trabajo pesado, pero no había trols más indicados que estos para encargarse de esas tareas. Y ninguno se opuso. Cavar las tumbas de los compañeros que dieron su vida en batalla por recuperar el reino era para ellos un honor. Los salvajes fueron quienes se encargaron de llevar los cuerpos. Y, poco a poco, consiguieron sepultar a todos los fallecidos.

El tiempo durante estos días se sintió pesado, pero nada lento, ya que las tareas los mantenían ocupados en todo momento.

Para la tercera semana la mayoría de los heridos se estaban recuperados, al menos lo suficiente como para volver a su vida habitual. Fue entonces que decidieron realizar la ceremonia de despedida a los muertos, pese a estar enterrados hace días. Era comprensible, debido a que la situación solo habría permitido a unos pocos asistir a la ceremonia.

El acto se llevó a cabo por la noche, cuando la luz de las antorchas pintaba las penumbras de un ámbar menguante. Estas, a su vez, marcaban la ubicación a la que la gente tenía que ir. Cerca de los postes en donde estaban las antorchas había trols sentados con las piernas cruzadas. Entre estas tenían dos tambores que hacían resonar de forma tranquila y automática, ya que el ritmo no variaba. Los que fueron llegando se situaron a una distancia moderada de las tumbas y comenzaron a charlar mientras el resto llegaba.

Eclipsa también acudió. Llevaba un vestido hecho con cuero púrpura, y que se ajustaba a su cintura mediante una tira de cuero entrecruzada a modo de cordón. Llevaba vendado todo el hombro izquierdo, y caminaba con bastante calma. Las secuelas del esfuerzo empleado aquel día aún perduraban en su cuerpo. En esencia estaba bien, pero no hacía grandes esfuerzos. Aun así, esta no dudó en prestar su ayuda en aquello que pudiera. Kala pensó que esta podría ayudarla a hacer algunos ungüentos curativos y consumibles que ayudaban al cuerpo a sanar antes. El problema era que estaban pensados para los trols, así que la mayoría no funcionaban en ella. O al menos no como debería.

— ¿Puedes caminar? —preguntó una trol que apareció a su lado.

Giró la mirada y vio a Kala tan libre y despreocupada como siempre. Le obsequió una sonrisa de saludo.

— Sí, aún tengo fuerzas.

— Eso es lo que dices, pero te veo cansada.

— No he dormido todo lo bien que habría querido estos días, así que es normal.

— Podrías haberte quedado en casa descansando. Esperaba verte acostada cuando pasé por el comedor.

Cómo Eclipsa no tenía un lugar al que ir, Kala le ofreció un rincón en su casa. No era mucho, pero para Eclipsa fue más de lo que le habría pedido a ninguno de los ciudadanos.

— No podría perderme una ceremonia como esta. —Miró a las tumbas de los trols—. Es lo menos que puedo hacer después de lo ocurrido.

— Yo creo que ya has hecho bastante. Tú y Marco, los dos. —Al oír eso, Eclipsa miró hacia al frente, redujo la sonrisa y bajó un poco la mirada. Kala comprendió que había dicho algo que no debía—. Oye, anímate —se acercó a ella y le posó una mano en el hombro sano, y con la otra señalo a un lugar entre el resto de trols—. Mira, ahí hay un sitio. Esperaremos allí hasta que comience la ceremonia.

Eclipsa alzó un poco la sonrisa y miró a la trol.

— Sí. Gracias.

Las dos se sentaron junto a un grupo que estaba hablando de los torneos. La arena también había sido afectada por los constructos a la hora de ser creados, pero, como no se trataba de una vivienda o de un edificio de uso público de primera necesidad, su reconstrucción no corrió prisa. Al parecer, la semana siguiente podrían comenzar la reparación, y eso les hacía pensar que en dos o tres semanas volverían a tener un estadio de entretenimiento.

— Parece que pronto volveremos a tener la arena funcionando dentro de poco —comentó Kala—. Solo espero que el resto de los heridos hayan sanado para entonces, o la cueva volverá a parecer una madriguera repleta de ratas. No me emociona la idea, si debo serte sincera. A ti tampoco, ¿verdad?

— Bueno, a decir verdad —dijo, alargando la última silaba.

La trol se quedó mirando a la mewmana con una ceja alzada.

— Eclipsa, ¿quieres que vuelvan las peleas y los combates por el trono?

— No, no es eso. Es que la última vez que estuve allí fue para cantar ante todos. Pude ser yo misma con mi faceta de metalera, y a todos les gustó. Así que tenía pensado unirme a una banda para cantar. Le preguntaré al grupo con el que toqué la última vez si está interesado.

La expresión en el rostro de la mujer permitía ver la ilusión que le hacía volver al escenario.

— Si lo ves de esa forma sí que hace ilusión. Me gustó bastante tu estilo, y se nota que disfrutas con ello. —Eclipsa asintió de forma ligera a modo de gratitud—. Pero no, hablo en sobre los combates. Como curandera no estoy nada ilusionada porque los trols vuelvan a hacerse contusiones, cortes y heridas por todas partes.

— Te entiendo, pero también los entiendo a ellos. Es como un deporte. Les ayuda a desquitarse un poco del trabajo y la vida cotidiana. Y me sé de cierto trol de hueso que debe estar especialmente ilusionado con el tema.

— Y yo de cierto trol salvaje que debe estar ansioso a que llegue el siguiente torneo por el trono para así recuperar su puesto. —Movió la cabeza para ver detrás de Eclipsa—. Y hablando de ello.

Eclipsa se giró, curiosa, y vio a Globgor llegar. En ausencia de Marco, él sería quién hablaría en su lugar para dedicarle a los caídos unas palabras de honor. El resto de trols ya había llegado, así que tan solo faltaba que el salvaje se parase delante de ellos y diese comienzo la ceremonia.

Para sorpresa de ambas, el trol no fue al frente, sino que se sentó junto a ellas, e hizo un saludo formal. Ambas se miraron, confundidas, y luego miraron al trol.

— ¿Qué? —dijo este al sentir los ojos de ambas sobre él.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó Kala.

— Lo mismo que el resto —apuntó a los demás con una mano—, asistir a la ceremonia.

— No, no me refiero a eso. Quiero decir que qué haces aquí sentado. Deberías estar allí —señaló al poste más grande de todos, donde se situaba el rey para dedicar las palabras—, preparado para decir las palabras de honor a los difuntos.

— Sí, así iba a serlo. Pero resulta que esa es una labor de la cual quiere encargarse el actual rey —señaló hacia atrás con un gesto de la cabeza.

Las dos miraron hacia el camino al cual apuntó el trol, y vieron dos sombras acercándose. Al principio no las distinguieron, pero, cuando la luz de las antorchas llegó hasta ellas, pudieron ver de quienes se trataban.

Eclipsa abrió los ojos en grande cuando lo vio. Se apoyaba sobre una muleta, llevaba un cabestrillo que le sujetaba el brazo derecho, tenía todo el pecho y torso vendado, caminaba con lentitud, y Forkest caminaba cerca de él para evitar que se cayera, pero ahí estaba: Marco.

La mujer se levantó de golpe y corrió hacia él sin pensárselo. Marco se concentraba en ver dónde pisaba para no tropezar. El sonido de alguien acercándose a él lo hizo alzar la mirada, y allí la vio. Le dedicó una sonrisa. y cuando esta llegó hasta él tuvo que apoyarse sobre las rodillas.

— ¿Estás bien? —le preguntó el humano.

— Eso debería preguntarlo yo —respondió esta en tono de reproche—. ¿Qué haces aquí?

— Vaya. Pensé que te alegrarías de verme —rio este.

— Claro que estoy alegre de verte, pero... —lo miró de arriba abajo— ¿no deberías estar descansando?

El humano cerró los ojos y negó con la cabeza, luego miró a la mujer de frente.

— Aún sigo siendo el rey, y creo que es mi deber cumplir con mi papel en un momento como este.

— Pero, tus heridas.

— Mis heridas sanarán, pero la ceremonia es algo que no se volverá a repetir. Al menos no para los que han caído en esta batalla. Yo los guie hasta el reino para luchar, y ellos me acompañaron hasta el final —miró a las tumbas más adelante—. Lo menos que puedo hacer es asistir a este evento y cumplir con mi parte.

— Rey Marco, ya es hora —comentó Forkest.

Marco se giró hacia él y asintió, luego volvió la mirada hacia Eclipsa.

— Hablamos después de la ceremonia.

Aun con el rostro preocupado, Eclipsa asintió, aportando una pequeña sonrisa, y luego volvió con Globgor y Kala. Estos saludaron a Marco, y él hizo lo mismo, cuidando de no caerse, luego siguieron caminando hasta llegar a la roca que se situaba en frente de todas las tumbas, y que representaba el límite entre estas y los trols. Forkest ayudó a Marco a sentarse con los pies cruzados delante de la piedra y de cara al pueblo.

— Gracias —le dijo al trol antes de situarse junto al resto. Marco miró a todo el reino sentado de la misma forma que él, justo delante suyo. Los murmullos y cuchicheos del principio habían cesado, y solo quedó un silencio sepulcral. Inspiró hondo y se relajó antes de medir palabra—. Hoy estamos aquí para honrar a los grandes guerreros que dieron su vida por nosotros y por el reino. Sus acciones fueron clave para la victoria sobre los constructos y las sagas que resurgieron del Devorador. Como rey, es para mí un orgullo haber podido luchar codo con codo con tan nobles guerreros. Me hubiese gustado haber hecho más por ellos, haberlos conocido mejor, pese a ello, sé que son monstruos de gran corazón, pues sino no habrían dado su vida con tal de salvarnos a todos —señaló a todo el pueblo con su mano—. Por eso, hoy queremos darles las gracias: Strogg, Kaldia, Ok'ran, Bark... —continuó con la lista de nombres de los caídos hasta estar seguro de haber nombrado a todos y cada uno de los treinta y ocho fallecidos—, Kadlok y Sonya, sin ustedes no podríamos estar aquí, disfrutando del reino y todo lo que significa para nosotros.

Marco se giró para ponerse de cara a la roca, y luego, sin abandonar su posición de piernas cruzadas, colocó un puño en la tierra y luego agachó la cabeza en señal de gratitud. El pueblo entero colocó sus puños en la tierra y luego inclinó la cabeza hacia las tumbas. Cada uno tuvo ese momento para pensar en aquellos seres cercanos que ya no estaban allí, dedicarles un pequeño momento de su vida para tenerlos en la mente. Tal solo el sonido de las chispas de las llamas se oía, hasta que el gesto terminó.

El humano volvió a girarse hacia el pueblo.

— Pero aquellos que dieron su vida por nosotros no son los únicos héroes —comenzó, y más de uno se mostró confundido—. Ciudadanos, todos y cada uno de ustedes dieron lo mejor para recuperar el reino. Tanto antes como después de la batalla por la reconquista. Forkest me mantuvo informado acerca de las reparaciones y la reconstrucción de todo mientras yo aún estaba inconsciente —miró hacia el trol salvaje de pelaje rayado de color salmón—. Gracias, Globgor, por organizar al pueblo para la rápida recuperación de todo. —Algunos se giraron hacia el trol, el cual estaba de brazos cruzados, y este solo asintió con gesto firme—. Gracias a ustedes, curanderos, trols salvajes y de hueso, por cuidar tanto de los heridos. Gracias a ustedes, trols de la roca, por la reconstrucción del reino. Y gracias a todos por seguir luchando —dijo este, apoyando el puño en la tierra y agachando la cabeza.

El pueblo se quedó mudo ante la reacción del humano. Este había convertido la ceremonia de los difuntos en una oportunidad para darle mérito a los esfuerzos de todos. Algunos se sintieron incómodos al ver al rey agachando la cabeza, otros sintieron que el estrés con el que habían cargado esas últimas semanas le sobrevenía y rompían en llanto, y otros se sintieron agradecidos por tener a alguien como él en el trono.

Con cierto esfuerzo, Marco se levantó de su sitio y se puso de pie.

— Que dé comienzo el baile ceremonial en despido de las almas de los caídos —anunció este, antes de dejar el sitio, caminando tanto como su estado le permitía.

Los dos trols que sostenían antorchas, y que habían permanecido a los lados, se pusieron de pie, y un tercero, el cual llevaba una máscara ceremonial hecha con el cráneo de un azotarriscos comenzó a danzar, moviendo las antorchas como si fueran malabares.

Humo y cenizas se alzaban hacia los cielos, trazando líneas resplandecientes en el oscuro lienzo de la noche, hasta extinguirse en mitad del camino.

Marco se dirigió hacia Eclipsa y el resto. Forkest quiso levantarse para ayudarlo, pero Marco le indicó con la mano que no hacía falta. Llegó hasta sus amigos, y con la ayuda de la mewmana pudo sentarse junto a ellos. Se quedaron allí hasta ver el final de la ceremonia.

Al acabar, los malabaristas y el bailarín apagaron las llamas de sus antorchas para luego retirarse. La ceremonia había terminado. Los presentes comenzaron a levantarse y a volver a sus hogares. Marco y Eclipsa se quedaron sentados un rato más mientras todo el mundo se iba. Varios de los monstruos saludaron a Marco al pasar junto a él, y este correspondió el saludo con gesto similar al de ellos, así hasta que, el humano y la Mewmana se quedaron solos, mirando las llamas.

Eclipsa desvió sus ojos hacia Marco, y lo vio con una expresión relajada y un tanto seria. Estuvo a punto de decir algo, pero el humano se le adelantó.

— Lo que ocurrió en la batalla por el reino trol me recordó a lo que ocurrió con los jazirs y los daskins. Hubo una guerra territorial, muchos murieron, me descontrolé, y, al final, acabé rodeado de tumbas. —La expresión en el rostro de Eclipsa se tornó compasiva y triste—. Pero no es lo mismo. Todos lucharon para recuperar el reino, para proteger a sus familias. Es totalmente diferente a aquella vez. Hay un motivo después de la batalla. Hay monstruos para recordar a los caídos. Y los que se fueron no lo hicieron sin llevarse consigo las lágrimas de familiares y amigos.

— Es un pueblo fuerte —admitió Eclipsa.

— Lo es, por eso le agradecí a todos, sin excepción —se giró hacia ella—. Pero también te lo agradezco a ti. Desde que llegaste supiste donde buscar, qué hacer y cómo acabar con esta maldición.

Eclipsa negó con la cabeza.

— Varios ciudadanos murieron por mi culpa. Si no hubiera hecho nada —no pudo seguir porque Marco le puso un dedo en los labios.

— Si no hubieras hecho nada esa cosa se habría expandido hasta echar a todos los trols del reino. Es inevitable que algunos se pierdan por el camino cuando queremos llegar hasta un objetivo. Por eso hemos de ser agradecidos con aquellos que nos hay ayudado, y por aquellos que aún están aquí. Y por eso, Eclipsa —pronunció con voz solemne antes de apoyar el puño en la tierra y bajar la cabeza—, es por lo que te doy las gracias. Por todo.

Eclipsa se sintió conmovida, a la vez que apenada.

— Marco, levanta la cabeza, por favor —dijo con cierto rubor en el rostro, intentando levantar al tipo—. No tienes que ser tan formal conmigo.

Este la miró con una sonrisa, y cuando vio el rostro apenado de la mujer, la curva en sus labios se hizo más pronunciada.

— Lo siento —rio este—. Es solo que no paras de hacer cosas por mí. Sé que siempre te lo estoy agradeciendo, pero es que no se me ocurre otra forma de decírtelo.

— Tú también has hecho mucho por mí. Me has salvado la vida, me has escuchado cuando nadie más lo hizo, me apoyaste y, además, dejaste atrás a muchas personas por mí. En todo caso soy yo quien debería agradecerte por hacer todos esos sacrificios —desvió un momento la mirada—. Por mi culpa ya no podrás volver al reino de Mewni, ni ver a Star, y tus padres.

— Está bien —dijo sin más.

— Pero... —calló al sentir la mano del humano sobre la suya.

— Si puedes ser feliz con esta vida, después de luchar tanto, entonces, está bien para mí.

La mirada de ambos se quedó estática por un momento que duró lo mismo que tarda el sol en esconderse. Cada uno veía en los ojos del otro más de lo que decían con palabras. Veían una profundidad más grande que los mares de magia oscura y un cariño mutuo que las palabras no alcanzaban a expresar. El latido de sus corazones se aceleró tanto y con tanta fuerza, que ninguno de los dos se dio cuenta en donde estaban, hasta que la luz de las antorchas se apagó, y ninguno de los dos fue capaz de ver el rubor en el rostro del otro.

— Creo que es momento de volver — sugirió Eclipsa.

— Estoy de acuerdo —rio Marco.

Ninguno de los dos quería dejar ese momento, pero ya era tarde, y Marco tenía que seguir descansando si quería terminar de recuperarse. Ambos lo sabían.

Eclipsa le tendió la mano y lo ayudó a ponerse de pie. Marco estuvo a punto de apoyarse sobre la muleta para caminar, cuando Eclipsa se colocó debajo del brazo de este, y con su mano lo tomó del torso, cargando con el peso del humano.

— No hace falta —dijo este.

— Lo sé. Pero quiero hacerlo.

— Tú también estás recuperándote —le recordó.

— Estoy bien.

Marco no dijo nada, solo sonrió y aceptó la ayuda de la mujer.

— Gracias.

Después de la ceremonia, continuo la reconstrucción del reino. Tal y como decían los rumores, la arena volvió a estar en condiciones de albergar público. El primero en entrar al edificio, incluso antes de la reinauguración, fue Kogler, quién, cuando reabrieron las puertas, fue encontrado esperando para ver quién iba a ser el primero en luchar contra él.

Eclipsa, una vez en plenas condiciones, se encargó de evitar que los mewmanos pudieran ir a buscarlos después de aquel asalto al reino trol. Utilizó la sombrilla para colocar una barrera que ocultaría el reino de los ojos de todos aquellos que no fueran sus habitantes. Y ni siquiera el hechizo del ojo que todo lo ve sería capaz de ver a través de esta. Después, cuando la arena volvió a estar operativa, fue y habló con los miembros de la banda que tocaron con ella aquella vez. Cuando les propuso hacer de cantante, estos aceptaron casi al instante. Desde entonces se le conoce como la vocalista de la banda The Rolling Trolls.

Marco, con mucha paciencia, demasiados ungüentos experimentales para humano, mañanas y tardes enteras abrazando árboles, y faltando tan solo dos meses para que terminase su tiempo como gobernante, consiguió recuperarse del todo. El primero en alegrarse fue Forkest, quien por fin le dio un fuerte abrazo, casi a lágrima viva, para celebrar su recuperación. Como primera acción al volver al trono, entre él y Eclipsa se aseguraron de que ya no quedase rastro alguno del Devorador. Solo cuando comprobaron que no quedaba nada se relajaron. El tiempo restante de reinado lo dedicó a resolver problemas menores y ver que el pueblo estuviese bien.

Globgor mantuvo su labor como rey sustituto en la ausencia de Marco, y a la vez se preparó para el siguiente torneo. Cuando el auténtico rey volvió a su sitio, dedicó todo el tiempo a entrenarse. El tiempo del reinado de Marco acabó, y volvió a realizarse el torneo por la corona. Esta vez, Marco y Globgor lucharon en el segundo combate. La cicatriz rodeada de corrupción en el pecho del humano daba a los espectadores una extraña sensación acerca de la salud de este, pero desde el primer combate se supo que solo eran apariencias. Globgor fue con todo, y aquella vez le ganó al humano. El enfrentamiento final fue contra Kogler. Ambos habían luchado una y mil veces en el campo de entrenamiento, pero aquella vez no podían darse el lujo de perder. Pero, tras tanto sudor y sangre, Globgor se alzó como el auténtico ganador.

Pese a su victoria, Globgor se sintió engañado. Había visto al humano luchar en combate, y este era mejor de lo que aparentaba. Eso lo llevó a pensar que Marco se había limitado, o lo había dejado ganar. Así que, tres semanas después, retó al humano a un combate, exigiendo que esta vez peleara en serio. Marco aceptó, pero le dijo al trol que tendría que ser un combate con armas. Globgor no tuvo ningún problema, llevaría un hacha para combatir. A los pocos segundos de comenzar el combate, cuando la katana del humano estaba a escasos centímetros de su cuello, Globgor comprendió que Marco no se había dejado ganar, sino que el combate desarmado contra un trol no era lo mejor para él. Globgor aceptó la derrota, y ya no se sintió ultrajado por haberle ganado al humano en el torneo.

Cuando Marco dejó de ser rey, se le ofreció un edificio para utilizarlo como hogar. Intentó negarse y decir que ya encontraría uno por su propia cuenta, pero los comerciantes inmobiliarios le aseguraron que no le dejarían comprar ni una sola parcela si no aceptaba el obsequio. Casi obligado, pero agradecido, Marco aceptó el regalo que le ofrecieron. Se dedicó a la caza y a la recolección, así no perdería la forma. Durante sus ratos libres se juntaba con Eclipsa y salían a dar un paseo, a tomar el té, cenar, o cualquier actividad que se les presentase. Ella, más de una vez, lo invitó a ver alguno de sus conciertos, y, si bien no era el estilo de Marco, debía admitir que lo hacía de maravilla.

La vida de todos se estancó en una aparente tranquilidad agradable, hasta que un día, a pocas semanas del siguiente torneo por el trono, cuando Marco decidió entrenar en la arena con algunos trols, sucedió lo inesperado.

El humano y Globgor estaban tomándose un merecido descanso tras una batalla prolongada. Ambos se sentaron en el suelo y apoyaron la espalda en la pared. Globgor le dio un largo trago a una botella de cuero con agua y, al acabar, se lo tendió a Marco.

— Gracias —dijo este, tomando la botella y dándole un buen trago.

— ¿Seguro que no quieres participar en el torneo?

Marco terminó de darle el trago a la botella, y luego se limpió la boca usando el dorso de su brazo.

— Bastante seguro. La vez que lo hice solo fue para ayudarte a ti a conseguirlo. Ahora que ya lo has hecho, no hace falta que me meta. Además, a Eclipsa no le gustaría verme luchar como un condenado en el torneo, otra vez —terminó de decir, y volvió a echarle otro trago a la botella.

— Entiendo —respondió este—. Por cierto, ¿cuándo van a salir o algo?

La pregunta tomó por sorpresa al tipo, tanto, que tragó agua de más, y comenzó a toser con violencia.

— ¿Cómo dices? —pronunció como pudo.

— ¿Cuándo van a hacer algo? Kala me dice que ustedes están todo el día juntos, pero nunca han hecho nada más allá de eso.

— ¿Por qué lo preguntas? ¿Por qué te interesaría saber algo de eso? Además —se aclaró la garganta—, guardo respeto al tiempo que ella quiera guardar para sentirse bien consigo misma después de lo que pasó entre ustedes.

— Ah, por favor. Sabes tan bien como yo que ella ya lo superó. Tan solo dices una excusa para no ir más allá de lo que hay entre ambos. Resulta irritante ver que ambos se quieren, pero ninguno se atreve a hacer nada. Y resulta irritante porque fue justo por eso que decidí terminar con todo.

— Es que ella no me dijo en ningún momento que ya estaba lista —se defendió este.

— ¿Acaso esperas que diga algo como "ya me siento bien, ahora puedes ser mi novio"?

— Bueno, yo... —se quedó sin palabras.

Globgor se levantó con gesto irritado.

— Hazte un favor, y dile algo. Resulta penoso pensar que te enfrentaste al reino de Mewni y a aquella saga con su ejército de constructos, para ahora venir a acobardarte ante la mujer a la que quieres —dijo y volvió a la arena, dejando pensativo al humano.

— ¿Hemos acabado el entrenamiento? —preguntó, pero no obtuvo respuesta.

Aquella tarde Marco y Eclipsa habían acordado salir a dar un paseo por el monte y llevar algunas cosas para comer. Aquella tarde, en especial, Marco se sintió más nervioso que nunca. Tenía la conversación de Globgor en la cabeza y cada vez que repasaba las palabras de este, se sentía incapaz de mirar a Eclipsa a los ojos sin que el rubor lo asaltase. Por eso estuvo más callado que otras veces. Por suerte, Eclipsa parecía estar concentrada en disfrutar del paseo, y no se había dado cuenta de la situación. Mejor, pensó él.

— Hoy te noto callado —dijo Eclipsa, de pronto.

— Ah, ¿sí? Creo que estoy disfrutando este paseo más de lo que esperaba —respondió sin girarse hacia ella, disimulando el nerviosismo detrás de una sonrisa nerviosa—. Tú también estás algo callada.

— Supongo que yo también estoy disfrutando del paseo —rio esta.

Ambos compartieron una risa floja que se sintió algo incómoda, hasta que el silencio volvió a hacerse presente, dejando a cada uno con sus pensamientos. Caminaron hasta llegar a un risco desde el cual se veía el reino. El sol apenas había comenzado a ocultarse entre las montañas, pero su posición pintaba todo el lugar de un hermoso ámbar.

Un cuadro hermoso en vida, pero que el humano era incapaz de apreciar, pues lo único en lo que pensaba al ver las montañas era en si debía hacer o decirle algo a la mujer a su izquierda. Pero cada vez que intentaba girarse para verla el nerviosismo lo invadía y volvía la vista al frente, como si a un soldado lo descubrieran hablando con un compañero mientras está formando fila.

Por un lado, no sabía si era adecuado proponerle ser algo más que amigos, pero por otro, Globgor tenía razón, llevaban mucho tiempo juntos, el suficiente como para saber que ella también guardaba sentimientos por él. Globgor dijo que le gusto, además ya la conozco, así que debe ser verdad... ¿no?, pensó este.

Era estúpido. Había pasado bastante tiempo junto a ella, divirtiéndose como lo hacía antes de que ocurriese todo. Ambos congeniaban y tenían un humor similar. Disfrutaban del tiempo que pasaban juntos, ¿y ahora por unas pocas palabras no disfrutaría de la puesta de sol junto a ella?

Marco frunció el ceño y decidió deshacerse de todos esos pensamientos que no le traían más que problemas. Las cosas sucederían cuando tuviesen que suceder. Así que, por el momento, dejaría que todo siguiera su curso.

Aquello hizo que el humano se sintiese bien consigo mismo, y giró la cabeza hacia Eclipsa, intentando verla sin que los nervios lo asaltasen. Descubrió que esta también se había girado para mirarla. El naranja plácido que le acariciaba esa piel blanca y suave le confería un aspecto más tierno que el de costumbre. Su sonrisa, pequeña, pero siempre radiante, no hacía más que contribuir a la labor de derretirle el corazón al humano. Y sus ojos, tan profundos como el basto cielo, iluminados por el atardecer, lo hacían querer perderse en ellos.

Fue entonces que Marco se dio cuenta que era difícil no querer dejarse llevar por la situación e invadir aquellos labios tan suaves y puros.

El corazón le latía con fuerza. Tanto, que era capaz de escuchar sus propios latidos. No podía apartar la mirada de ella, y por algún motivo esta no había dicho nada. Sentía que se estaba acercando poco a poco. Estaba mal. Si ninguno de los dos decía nada, acabaría por besarla.

— Eclipsa —dijo, de repente.

— Dime —respondió ella, tan inocente como siempre.

— Estaba pensando en una cosa que quería decirte —¿Qué rayos estás diciendo, Marco?

— Ah, ¿sí? Yo también estaba pensando en algo parecido —Espera, ¿qué?

— Ah, pues entonces estamos en una situación similar —rio algo nervioso, pasándose una mano por la nuca—. Verás. Creo que pasamos mucho tiempo juntos y nos divertimos bastante.

— Es que a veces vamos a lugares que son una auténtica aventura. Como aquella vez que nos metimos en la caverna de un oso y nos tuvimos que llenar de barro para que no nos oliera. Tú comenzaste a sudar.

— Eso era porque estábamos muy cerca —dijo en voz baja—. El caso es —tragó saliva— que me divierto mucho estando contigo. Y es por eso que quería decirte algo.

— ¿En serio? Yo también estaba pensando lo mismo.

— Pues —notó como el calor se le subía al rostro—, tal vez deberíamos decirlo a la vez.

— De acuerdo. Hagámoslo a la cuenta de tres.

— De acuerdo —dijo el tipo, apartando un momento la mirada—. Uno.

— Dos —dijo Eclipsa con una sonrisa nerviosa.

— Tres —soltaron al unísono.

— ¿Te gustaría que salgamos juntos? —dijo él.

— ¿Te gustaría que vivamos juntos? —dijo ella.

Los dos se quedaron paralizados al oír las palabras del otro, pero fue Eclipsa la que se sintió más apenada. Hasta enterró el rostro entre sus manos.

— No esperaba que dijeras algo como eso —dijo Marco, aún rojo al pensar en la proposición de la mujer.

— Lo siento, es que Kala me dijo que parecíamos una pareja, y lo único que faltaba era que viviéramos juntos. Cuando lo dijo no parecía mala idea —se defendió hablando rápido y de forma alterada—. No digo que sea una mala idea. Pero ahora que la digo en voz alta parece un poco precipitada. ¿Acaso fui muy atrevida?

Marco no dijo nada, solo se echó a reír, y Eclipsa frunció el ceño, pero también se rio.

— Oye, lo decía en serio —quiso sonar seria, pero la risa le restaba peso a sus palabras.

El humano consiguió calmarse un poco, y respiró hondo.

— Me encantaría —respondió al fin, provocando que Eclipsa se lo quedase mirando—. Pero no tengo prisa por ello —le sonrió, mirándola más allá de sus ojos—. Te quiero, Eclipsa. Y me encantaría vivir muchos años junto a ti —colocó su mano junto a la de ella, entrelazando sus dedos—. Cuando llegue el momento. Por ahora, me conformo con poder ser sincero contigo y con mis sentimientos.

Ella sonrió y juntó más su mano con la de él.

— A mí también me encantaría. No tengo prisa por ello, pero Kala tenía razón. Necesitaba decir algo —se acercó un poco más hacia él, y relajó la mirada—. Yo también te quiero, Marco.

La sensación de estar flotando se apoderó de ellos, y pronto dejaron de ser dueños de sus cuerpos. Las distancias se acortaron, como si cada uno fuera un imán de polos opuestos, atraídos el uno hacia el otro, hasta que juntaron sus labios en un gesto de pasión y ternura en los que cada uno se sintió perderse en su propia mente. Disfrutaron de cada segundo de aquel beso, de cada empuje, de cada roce. Él le acarició la mejilla, y ella le tiró de la camisa. Estaban desesperados por extender ese momento hasta que las estrellas dejasen de brillar.

Con infinito pesar, pero con una gran satisfacción, se separaron, se miraron, y sonrieron como idiotas antes de apoyarse el uno en el otro, tomados de la mano y vieron cómo el sol bajaba hasta que sus rayos se ocultaban tras el firmamento.

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Ya volvemos a un formato un tanto más compacto.

Creo que muchos han esperado este momento para marcarlo en el calendario como el día en el que estos dos desgraciados finalmente se declararon. Si he de ser sincero, incluso yo estuve a punto de gritarle a cualquiera de los dos "pero quieres partirle la boca de un beso de una buena vez". Sí, a veces da rabia, como dijo Globgor, pero lo importante es que todo llegue, ya sea más tarde o más temprano.

Sí te gustó el capítulo escríbeme un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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