Capítulo 4: En busca de aventuras

Todos valoramos las mismas cosas de distinta forma, aquello que para uno no vale nada, para otro puede valerlo todo.

— Anónimo

Marco y Eclipsa habían abandonado la habitación de lo alto de la torre. Habían vuelto a cerrar la puerta con todos sus cerrojos para que los guardias junto a esta no se enterasen de su ausencia cuando despertasen. Ahora mismo, ambos se encontraban caminando por el jardín sin rumbo alguno. La mujer se aseguraba de guardarse bien la llave de los cerrojos para no perderla.

— Y dime, Marco, —inició ella para romper el silencio mientras caminaban. Al oírla, el chico de pelo castaño se giró hacia esta— ¿Cómo se conocieron tú y Star?

La pregunta lo tomó un poco por sorpresa, pero no le resultó incómoda ni nada por el estilo, aunque debió admitir que sospechó que esta sería instada por la curiosidad de la mujer por el hecho de saber que le gustaba la rubia.

— Es una larga historia —advirtió este con una sonrisa.

— El día es largo, y tendremos muchos otros que también serán largos, si te despiertas a estas horas. Así que no creo que el tiempo sea un problema.

— Bueno, eso será así mientras tú te sigas despertando temprano.

— Oh, no te preocupes por eso, me gusta aprovechar el día. Además, yo creo que ya he tenido la siesta más larga de mi vida en esa prisión de cristal.

El joven soltó una risa de cortesía y decidió comenzar a contarle todo lo acontecido, al menos lo acontecido en la tierra. Empezó por explicarle cómo era su vida en la tierra, la vida de un niño humano normal, con su familia, sus amigos, la chica que le gustaba desde que era pequeño, dato que Eclipsa no pasó por alto, pues cuando lo escuchó le dio una sonrisa pícara al joven y este respondió con una sonrisa tonta. Continuó hablando de su escuela y, por último, de su karate.

— ¿Qué es eso del karate? —preguntó extrañada al oír esa palabra.

— Es un arte marcial. Lo practicaba para saber defenderme por mi propia cuenta, y porque me gustaban mucho las películas de Mackie Hand —admitió recordando aquellos días en los que era tan solo un pequeño retoño cuyos ojos se perdían al ver las peleas entre Mackie y un montón de ninjas aparecidos de varios sitios.

— Arte marcial... —repitió ella para familiarizarse mejor con la palabra— ¿Sería como practicar el manejo de la espada?

— Bueno, más o menos. Sirve para aprender a luchar, pero en este caso no hay espada, solo tus brazos y tus piernas.

— Pero eso no atravesará la armadura de tu oponente.

— Es que ni tú ni el oponente llevan armadura.

— ¿No se lleva armadura...? —dijo sorprendida— Qué extraño me resulta esto del karate.

La inocencia de la mujer ante la falta de conocimientos debido a su crianza medieval le hizo un poco de gracia. Pero era lógico, después de todo era normal que hubiese alguna diferencia generacional entre ambos, así que era probable que en más de una ocasión él se tuviese que detener para explicarle a Eclipsa aquello a lo que se refería.

— Sí, se podría decir que es extraño, pero me gusta.

— Si te gusta entonces no pasa nada, después de todo, eso es lo único que importa.

— Exacto. Bueno, como te iba diciendo...

Después de explicarle aquello que englobaba su vida, y lo tranquila que esta aparentaba ser, colocó aquel elemento que pondría su mundo patas arriba: Star. Desde que ella había llegado todo había cambiado para él. Aquel que era conocido como "don seguridad" ahora estaba envuelto en un mundo de aventuras y riesgos aguardando para saltarle a la cara detrás de cada esquina.

Dejó en claro que, al principio, todo era caos y desorden, cualquier cosa que Star hiciese era algo nuevo para él, todo era una continua sorpresa tras otra, lo cual llegó a ser muy estresante para el chico terrestre, pero Star era una buena chica, desastrosa, pero buena al fin y al cabo, y con el tiempo Marco aprendió a apreciar todos aquellos momentos que pasaba con ella porque, si bien su preciada seguridad había desaparecido, las emociones que descubría cada vez que él y Star tenían una aventura eran sensacionales. Al final acabaron por ser amigos inseparables... hasta que se separaron.

Marco no entró en detalle con todas y cada una de las aventuras que ambos tuvieron, ni de cuantos traseros de monstruos malvados patearon, pero sí le dejó en claro que se habían enfrentado a Ludo y sus secuaces, y también a Toffee como enemigo más reciente. ¿Y cómo no mencionar la gran batalla en Mewni?, en la cual él había sido un aliado clave para la victoria.

— ¿Y te hicieron caballero real por tus hazañas para con el reino? —se le ocurrió a esta al recordar el nombramiento de muchos hombres y mujeres que habían logrado realizar proezas memorables.

— Sí... y no —al oír eso, Eclipsa enarcó una ceja—. Verás, cuando todo acabó, el rey River me hizo caballero, supuestamente, y también me dio una capa con una estrella en la parte de atrás.

— Espera, ¿te refieres al pañuelo real?

— Sí, ese mismo —la mujer puso cara de pena al darse cuenta de lo que eso significaba, cosa a la que Marco le quitó importancia con una pequeña sonrisa—. No te preocupes, estoy bien con ello. Es verdad que no me enteré por las buenas el hecho de que no me consideraban un verdadero caballero, y que todo resultó ser parte de una mentira piadosa... —Se quedó pensativo un momento— Me molestó al principio, pero lo que realmente me había dolido era eso que ya te había contado, que Star ya había pasado página y que parecía que ya no me tenía en cuenta como amigo. Pero bueno, ahora todo está bien.

Las palabras del chico decían una cosa, pero Eclipsa veía en su rostro que aquel había sido un momento doloroso para él, el cual aún parecía seguir afectándole.

— Oh, Marco, ven aquí —dijo esta y le dio un abrazo al chico para intentar calmar sus penas.

Aquello el joven no se lo había esperado, era repentino, y no creyó que una persona de porte refinado como el de Eclipsa fuese tan empática. Pese a todo, aquel gesto de preocupación le resultó reconfortante, le resultó tan... cálido.

— Eres un buen chico. No tienes que preocuparte porque un rey no te haya visto como el caballero que demuestras ser —le decía mientras le acariciaba la nuca—. Además —lo apartó de sí tomándolo de los hombros—, Star es tu amiga, cómo ya te he dicho ella me ha hablado de ti. En verdad eres una persona importante para ella, y eso es lo que importa.

Aquello último en verdad reconfortó al chico.

— También, déjame darte un consejo. Lucha por aquellos a los que quieres, porque por ellos merece la pena vivir. Yo tardé en darme cuenta, pero cuando lo hice no dudé en dar todo lo que tenía por quienes quería, y te puedo asegurar que no me arrepiento de ello.

Marco le dedicó una sonrisa de agradecimiento a la mujer.

— Gracias, Eclipsa. En verdad ya sé todo esto, y sé que Star me quiere, pero es realmente reconfortante que alguien más te lo diga.

— Aun eres joven. No necesitas preocuparte demasiado por las cosas, disfrutar de la vida es tu mayor prioridad ahora.

— Sí, pero no soy tan joven como parezco. En realidad, tengo treinta años, o treinta y uno, dependiendo de los días allí, y los días en la tierra.

Parecía que Marco había recuperado su estado de ánimo y había intentado cambiar la conversación haciendo una broma, la cual le resultó un poco creativa a la mujer, por lo que se rio moderadamente, llevándose la punta de los dedos a los labios, en parte por cortesía.

— Eres muy gracioso, Marco.

— No, de verdad tengo esa edad —Eclipsa paró de reírse y comenzó a mirar al chico un tanto escéptica—. Sí, lo sé, necesito que entres en contexto para entender a lo que me refiero. En una de las aventuras que tuve desde que Star llegó, Hekapoo me llevó a su dimensión, donde estuve atrapado por dieciséis años hasta que conseguí mis tijeras —este sacó las tijeras dimensionales con su nombre grabado en ellas—. Es la prueba que tengo para demostrar que lo que digo es cierto. Porque, al parecer, cuando regresas a tu dimensión recuperas la edad que tenías cuando la abandonaste —explicó con gesto un tanto amargado al recordar la poca gracia que le hizo perder su musculoso cuerpo.

La mujer abrió los ojos para ver mejor las tijeras.

— ¿Puedo? —le preguntó a este.

— Oh, seguro.

Eclipsa tomó las tijeras y las admiró de cerca. Tenían un brillo incandescente. Las letras y la forma de la propia herramienta dejaban en claro que era de la mano de la Forjadora de tijeras dimensionales. Después de mirarlas se las devolvió.

— Tal parece que eres una caja de sorpresas. Ahora no sabré como dirigirme a ti, puesto que eres tan mayor como yo —se percató entonces de que había abrazado a Marco pensando que era un chico, pero ahora que sabía que en realidad ya era un hombre se sintió un poco apenada por su gesto, mas no permitió que esto se le notase—. Mira, eso es algo que tenemos en común, porque se supone que yo tengo más de trescientos años ahora.

— Qué bien te mantienes —señaló el chico.

— Gracias, aún no llega a dolerme la espalda, y tengo mucha energía en el cuerpo. Lo mismo te digo, no sé cómo lo haces, pero pareces un chico adolescente.

Ambos se rieron de la peculiar situación a la que acababan de llegar. Probablemente pocas personas podrían compartir una similitud como aquella.

Eclipsa se limpió una pequeña lágrima por la risa y se fijó en un agujero que había en uno de los rosales que daba a una parte llena de vegetación, más allá del castillo. Casi como si fuese un terreno boscoso. Ese agujero no estaba ahí antes, de eso podía estar segura. Y es por eso por lo que, en cuanto lo vio mejor, se le ocurrió una idea.

— Hey, Marco, ¿te gustaría que tengamos nuestra primera aventura juntos? —dijo con una sonrisa llena de seguridad.

— ¿Qué tienes en mente?

Eclipsa señaló al agujero con su dedo índice.

— Vamos a meternos ahí, a ver qué encontramos.

El muchacho se quedó mirando al agujero, pensativo. Luego se fijó en el castillo y en si había algún guardia cerca.

— No lo sé, a lo mejor no es una buena idea, quizá los guardias podrían... —giró su cabeza de nuevo al agujero, y Eclipsa ya se había metido a gatas en este. Al ver la escena, suspiró resignado—. ¿La falta de precaución será cosa de familia?

Sin pensarlo mucho decidió seguir a Eclipsa, pero, cuando estuvo a punto de meterse en el agujero, pensó que sería mejor esperar un poco, pues si avanzaba mucho se encontraría de cara con el trasero de Eclipsa, y aquello le resultaría un poco incómodo. Ya se lo había dicho su padre: si puedes evitar una situación embarazosa, hazlo.

— Seguiré tus enseñanzas, padre —se dijo a sí mismo mirando al cielo mientras apretaba su puño con determinación.

Mientras tanto, del otro lado de aquellos rosales, Eclipsa salía del agujero sin su sombrero. Metió un momento la mano en el lugar del cual había salido y consiguió recuperarlo. Le quitó un poco el polvo, las ramitas que no correspondían a los adornos de este y luego se lo colocó encantada.

Por fin vio por primera vez aquello que había tras aquel rosal. Delante de ella se mostraban un montón de plantas y árboles muy vistosos y grandes. Había enredaderas y zarzas, y el césped era de un verde muy vívido. Le sorprendía no haber visto algo así antes. Quizá se trataba de un cambio que hubo de su era a esta. Vio un par de mariposas posadas encima de una rosa, las cuales aleteaban las alas con lentitud una delante de la otra. Una escena que le pareció preciosa a la vez que majestuosa.

Se acercó un poco a estas para admirarlas mejor. Quizá se había acercado demasiado, porque estas abandonaron la rosa y comenzaron a revolotear, pero, para sorpresa de la peliverde, estas comenzaron a mariposear alrededor suyo. Una pequeña corazonada infundida más por la ilusión que por un pensamiento lógico le hizo alzar una mano con el dedo índice extendido para permitirle a ambos insectos posarse en esta. Y como si las dos hubieran comprendido la intención de la mujer, ambas se posaron de forma delicada sobre el guante inmóvil de esta, a lo cual ella sonrió.

El sonido de alguien apareciendo por el hueco del que ella había salido le llamó la atención, y fue un "ay" lo que hizo que las mariposas se espantasen y salieran volando. La mujer soltó una pequeña risita muda llevándose la mano a los labios y luego fue a ayudar al joven castaño a ponerse de pie. Este se hallaba de rodillas frotándose la cabeza.

— Creo que me di con algo.

— Tienes una rama en el cabello —le dijo con cierta gracia—. Ven, deja que te ayude —extendió su mano para ofrecérsela al muchacho, el cual aceptó encantado y se puso de pie—. Quédate quieto un momento.

Eclipsa palpó la cabeza del muchacho y este la inclinó un poco hacia adelante para facilitarle el trabajo a la mujer. Una a una le quitó las cuatro ramas que se le habían enredado en el cabello al muchacho. Las tiró todas al suelo y luego le arregló un poco el cabello.

— Ya está.

— Gracias —dijo este, y ella le sonrió. Marco dio una rápida pasada al lugar con la mirada y asintió con conformidad—. Parece un sitio en verdad agradable.

— Sí, es tranquilo y calmado. Aunque no parece un lugar que pueda ofrecer mucha aventura, ¿no crees?

— Una aventura no tiene por qué ser todo emociones intensas y excitantes. La aventura puede estar en las pequeñas cosas que hay por doquier. Solo de nosotros depende disfrutarla o no.

— Vaya, eso es muy profundo.

— Te lo dije, dieciséis años en la dimensión de Hekapoo te cambian. Aprendí mucho, y también creo que maduré mucho. Son cosas que... —habría continuado su frase, de no ser porque el humano pisó un hoyo cubierto por ramas y césped, y cayó en él, soltando un grito agudo, como el de una niña pequeña.

Eclipsa se acercó y echó un vistazo al hoyo, el cual parecía ser profundo y angosto, lo suficiente como para que quepa una persona. Aquel repentino imprevisto hizo que esta se preocupase un poquito por Marco, así que decidió seguirlo, y de un salto se metió en el hoyo.

El muchacho cayó al suelo y rodo en este hasta terminar con el rostro y el pecho en la tierra. Se apoyó con una mano delante de la cabeza y la otra a la altura de su hombro, no se puso de pie, pero sí que alzó el rostro para ver. Al parecer el lugar estaba iluminado por la luz de antorchas colgadas en las paredes.

— ¿Dónde estoy? —preguntó con el rostro plasmando el dolor que sentía todo su cuerpo.

— ¡Cuidado abajo! —gritó una voz en eco proveniente de arriba.

Del hoyo cayó Eclipsa, la cual, al igual que Marco, rodó al caer y acabó sentada en la espalda del humano. El cual estiró su brazo y cambió su rostro en un gesto de dolor aún más agudo antes de desplomar su cabeza en el suelo otra vez.

— Marco —dijo esta al ver que había caído encima de este. Rápido, se apresuró a ponerse de pie para no seguir aplastando al muchacho—. Lo siento mucho. ¿Estás bien?

— Sí —respondió sin levantar la cabeza, y sin sonar muy alegre—. No te preocupes, sano rápido.

Esta ayudó al chico a levantarse y, con cuidado, le sacudió el exceso de polvo que tenía encima. Este le agradeció y se puso de pie.

— ¿Dónde estamos? —preguntó la mujer mirando a su alrededor.

El castaño hizo lo mismo y se fijó en el lugar en el que se encontraban. Parecía una especie de cueva en donde había un largo camino que se extendía hasta desaparecer. A lo largo de ese camino había un sinfín de puertas y otros hoyos, como si fuese un enorme entramado de túneles. Se encontraban en una especie de laberinto subterráneo.

— Parece un laberinto, o algo similar —respondió a la pregunta de antes.

— Pues a mí me parece una madriguera grande, lo suficiente como para que nosotros podamos caminar por aquí.

Y ella tenía razón, ambos entraban en aquel lugar, pero, aun así, tenían que mantener la cabeza un tanto agachada, Eclipsa, sobre todo, ya que era la más alta de los dos, no por mucho, pero lo era.

Queriendo hallar alguna respuesta, Marco se acercó a la puerta más próxima y giró el pomo con cuidado para abrirla lo suficiente como para ver qué había dentro. Asomó la cabeza lo necesario e indispensable para que su ojo avizor hallara algo, y allí dentro lo vio: dos ratas estaban discutiendo de algo, no podía saber exactamente el qué, porque no hablaba su lenguaje, pero el montón de maíz que tenían delante de ellas podría tener algo que ver. Mientras ambas seguían chillándose la una a la otra y gesticulando gestos efusivos con sus pequeñas y peludas patas, Marco arrimó la puerta poco a poco hasta que esta termino por cerrarse. Solo entonces se dirigió a la peliverde que observaba el lugar con curiosidad.

— ¿Has averiguado dónde estamos?

— Sí. ¿Recuerdas la historia de la batalla por Mewni?

— Sí. ¿Qué ocurre con eso?

— Pues, cuando Toffee estaba en el cuerpo de Ludo este reunió un ejército de ratas que seguían sus órdenes y que fueron claves para capturar el reino. Cuando la batalla acabó y los reyes recuperaron el castillo y a todo su pueblo, las ratas desaparecieron sin que nadie supiese en donde estaban —miró a ambos lados y se aproximó un poco más a Eclipsa. Se cubrió la boca con una mano para que solo lo oyese Eclipsa y con la otra apuntó a la puerta que había abierto—. Creo que encontramos una madriguera secreta en donde ellas se ocultan. Vi dos ahí atrás.

— Vaya. Parece que ahora la aventura nos encontró a nosotros y no nosotros a ella. ¿No te parece? —sonrió esta. Pero el chico no dijo nada. Por la expresión de su rostro estaba claro que él no quería estar metido en una situación como aquella. Eclipsa carraspeó su voz y miró hacia otro lado—. Bueno, quizá lo mejor sería buscar una salida sin hacer ruido.

— Lo veo bien.

Así, ambos comenzaron a deambular por la madriguera en busca de algún tipo de salida. Iban con bastante cuidado, pues en cualquier esquina podrían hallar a algún enemigo. La luz de las antorchas les permitía ver las sombras de estos antes de que aparecieran, y cuando lo hacían se ocultaban en donde podían a la espera de que estas se alejasen. Marco había tenido experiencias similares antes, así que sabía cómo tratar con este tipo de cosas.

Llegaron hasta un pasillo recto con varias puertas. Al fondo se podía ver como el camino iluminado acababa y comenzaba una zona oscura, de la cual no sabían que podrían hallarse. Los dos concordaron en que deberían seguir para ver qué podría haber allí. Estuvieron a punto de dar un paso, cuando Marco se fijó en el pomo de una puerta, el cual comenzó a girar, rápido, se alarmó. No había lugares en los cuales poder ocultarse, era un pasillo recto e iluminado, y no llegarían hasta aquella zona oscura a antes de que se abriera la puerta. Sin pensarlo dos veces, Marco reaccionó con la única idea que se le había ocurrido: abrió la puerta más cercana que tenía y tomó a Eclipsa de la muñeca para que se metiese lo antes posible. Consiguió cerrar la puerta y se recostó contra esta, respirando de forma agitada. Miró a Eclipsa, quien estaba en la misma condición que él, y le indicó que guardase silencio colocando su dedo índice delante de sus labios.

La respiración de ambos comenzaba a calmarse, y Marco observó las sombras que se proyectaban por debajo de la puerta. Estaban justo delante. Por las voces se trataba de un grupo de seis o siete ratas, podía verlo porque había muchas sombras allí. Este pedía mentalmente que las desgraciadas se fueran cuanto antes. Si luchaban contra alguna de ellas, pronto tendrían a un ejército entero rodeándolos, y no tendrían la más mínima oportunidad de salir vivos de allí. Apretó los dientes intentando que el sonido de su respiración no fuese tan fuerte y sintió como una gota de sudor le caía por la frente. Tragó saliva y volvió a mirar por debajo de la puerta. Las sombras se alejaban, sus voces iban disminuyendo cada vez más hasta desaparecer. Solo entonces Marco se dio el lujo de soltar un suspiro de alivio.

— Lo conseguimos —le dijo a la mujer, alzando su dedo pulgar en señal de triunfo.

— Tomaste una decisión rápida. Bien hecho.

Ahora que estaban fuera de peligro, ambos giraron la cabeza para ver en donde estaban. Delante de ellos vieron un retrete, un lavamanos y una bañera con las cortinas desplegadas y el sonido de la lluvia tras ellas. Ambos se quedaron paralizados un momento. El sonido del agua cayendo se detuvo y las cortinas se corrieron hacia un lado. Una rata con una toalla envuelta alrededor de su cabeza y otra alrededor de su cintura se disponía a salir de la bañera con un silbido agradable para ella, cuando vio a los dos intrusos en el baño. Se quedó congelada en el gesto de salir de la bañera.

Tanto Marco y Eclipsa, como la rata se quedaron pasmados sin hacer ni decir nada, pero el humano se percató de que tendría que hacer algo si no quería que esta alertase al resto. Rápido se lanzó a ella, provocando que esta soltase un chillido de horror, pero, tan pronto la alcanzó, le tapó la boca con su brazo y la retuvo con el otro.

— Rápido, tenemos que hacer algo para que no nos delate.

Eclipsa miró un momento al animal revolviéndose para salir del agarre del muchacho y entonces entornó la mirada.

— Sujétalo con fuerza.

Marco no dijo nada, después de todo ya lo estaba haciendo, así que solo continuó reteniendo a la criatura. La peliverde comenzó a acercarse a ambos mientras se quitaba uno de sus guantes, mostrando su mano cubierta por completo de un violeta oscuro que se aclaraba cada vez más a medida que se extendía por su brazo y desaparecía poco más allá de la mitad del antebrazo. Apoyó esta mano en el pecho de la criatura y entonces a través de su piel se vio la proyección de una línea purpura y brillante que comenzaba desde la palma de la mano y fluía como el agua hacia el brazo de Eclipsa hasta desaparecer en el codo. Marco observó con cierta curiosidad aquella especie de magia.

El roedor, que se revolvía por soltarse, comenzó a calmarse poco a poco. Al cabo de varios minutos de espera dejó de moverse y sus ojos se cerraron.

— Con eso basta —sentenció Eclipsa.

Marco soltó al roedor, el cual cayó al suelo como una muñeca de trapos y se quedó totalmente inmóvil. Luego miró a Eclipsa con una expresión interrogante.

— Un simple truco de magia oscura: drenar vida. Con él puedo absorber la energía de aquel al que toco directamente y debilitarlo. Es posible matar a alguien con él, si te lo preguntas, pero tendrías que estar absorbiendo vida durante horas para llegar hasta tal punto. Sirve más que nada para recuperarte del cansancio o de heridas leves o, en este caso —apuntó al roedor—, para hacer que alguien se desmaye.

— Impresionante. Por eso siempre llevas los guantes puestos —comentaba pensativo— ¿Y siempre que tocas a alguien absorbes su energía, o es algo que puedes hacer a voluntad?

Ella respondió mostrando una sonrisa sutil y malévola. Le extendió la mano desnuda al chico para que este mismo hallase la respuesta a su pregunta. Marco se quedó mirando la mano de ella un momento, dudoso. Sabía que no era una mala persona, pero, por lo poco que la había visto, sabía que tenía un sentido del humor un tanto... peculiar. Aún era incapaz de olvidar el ataque de cosquillas que esta le había hecho.

Con gesto decidido miró a la mujer a los ojos y luego tomó su mano, esperándose alguna clase de dolor o debilitamiento. Se quedó así unos segundos, mirando la mano, y luego a Eclipsa, mientras ella mantenía su expresión, pero nada ocurría. Al final, la mujer no pudo mantener más su porte y se echó a reír. Aquello solo le indicó una cosa al muchacho.

— Sí, puedo hacerlo a voluntad, pero no quise desaprovechar la oportunidad de ver tu expresión al descubrirlo —decía mientras recuperaba su mano y volvía a ponerse el guante.

— Muy graciosa —dijo este, poniéndose de pie, y yendo a la puerta—. Que sepas que algún día me vengaré.

— Lo esperaré ansiosa —comentó, risueña.

Se puso de pie, dispuesta a seguir al muchacho, pero antes de hacerlo se quedó mirando un momento su mano derecha, aquella con la que había tocado a Marco. Él no lo sabía, pero en ese momento de contacto que tuvieron, Eclipsa pudo sentir algo dentro de él, algo familiar, algo muy muy pequeño y oculto que la mujer no podía acabar de saber qué era, pero que ahora estaba segura de que él tenía.

— ¿Eclipsa? —dijo el muchacho para apresurar a la mujer.

— Voy —respondió y se fue con él.

Ya no había moros en la costa, así que caminaron hasta aquel lugar oscuro. Cuando llegaron no vieron nada además de un camino en espiral que subía por la derecha y bajaba por la otra dirección, y en el centro de este parecía haber un enorme hueco, y en su centro una polea. Se podía ver las luces de varias antorchas a medida que el camino descendía o ascendía. Pero estas estaban situadas junto a otros túneles como en el que ellos estaban. Y no veía ratas por ahí, al menos no cerca.

— Lo lógico sería que la salida esté en la parte alta, así que creo que tendremos que subir —propuso el chico, y la mujer asintió.

Marco tomó una antorcha para iluminar mejor el camino y subió junto a Eclipsa. Parecían haber bajado un buen tramo, porque dieron como tres o cuatro vueltas hasta la última parte de la espiral.

— Ya casi llegamos, puedo ver algo de luz de fuera —indicó el humano.

Y tal y como había dicho, frente a ellos se estaba mostrando la punta de un arco, el cual era la salida de aquella especie de cueva y madriguera. Marco apremió un poco el paso al ver que pronto podrían estar fuera de aquel sitio, pero, cuando se acercó de más, pudo ver a un montón de ratas en la entrada. Todas ellas se percataron de la presencia de este, y segundos después de la mujer que se puso al lado del muchacho.

Ante aquella situación, Marco dio un paso atrás.

— Eclipsa, creo que tendremos que salir corriendo —le decía en voz baja—. ¿Crees que podrás hacerlo?

Esperó hallar en el rostro de la mujer una respuesta, pero, en su lugar, lo único que halló fue nada y menos que nada. Miró hacia atrás y vio que la mujer ya se había echado a correr a buen ritmo.

— Vaya —exclamó.

Pero el muchacho no se quedó mucho tiempo mirando como ella se alejaba, porque el gruñido de las ratas le indicó que estas comenzarían a perseguirlo. Rápido, salió disparado del lugar y comenzó a bajar para alcanzar a Eclipsa. Al ver eso, las ratas comenzaron a perseguirlo cubriendo toda la plataforma en espiral.

Marco corría con gran esmero mientras sujetaba la antorcha de su mano. En caso de ser necesario la utilizaría como arma. Llegó hasta Eclipsa antes de lo esperado y se situó junto a ella. Esta mantenía un buen ritmo al correr, algo que le sorprendía de una antigua reina.

— No sabía que se te diese bien el atletismo.

Esta lo miró con una sonrisa.

— Soy hija de Solaria. Esto no es nada comparado con las cosas que mi madre me hacía hacer para que también fuese fuerte.

— Bueno, pues... —iba a decir algo cuando vio a otro ejército de ratas viniendo desde abajo. Frenaron de golpe y miraron hacia arriba; más ratas—. Pues espero que saques a relucir esa fuerza.

Los roedores rodearon a los dos y los obligaron a quedarse en el borde de la espiral, justo a punto de caer al vacío. Marco mantenía a raya a aquellas alimañas usando la antorcha de su mano y usando su brazo libre para que Eclipsa se resguardase tras él.

No podían luchar, iba a ser una muerte segura. Miró a todas partes en busca de alguna salida, pero no vio ninguna, estaban rodeados, y no serían capaces de saltar por encima de ellas para entrar en uno de los túneles. Entonces, se repitió aquella palabra en la cabeza: saltar. Se volteo hacia atrás y vio la cuerda de la polea en el centro de la posible caída al vacío.

— Eclipsa, tengo un plan —dijo seguro de sí mismo—. ¿Crees poder llegar a la cuerda de la polea si saltas?

La mujer se giró un momento para ver la distancia entre el borde y la cuerda, luego volvió a ver a Marco.

— Sin problemas.

— Bien, entonces, salta.

Esta obedeció las indicaciones del chico y de un salto estiró los brazos tanto como pudo y llegó hasta la cuerda. Se aferró a esta tanto como pudo para no caer, pero, debido al peso extra, la cuerda comenzó a descender con lentitud.

Intentando mantener a raya a los roedores, Marco aprovechó un pequeño momento de duda por parte de estas para lanzarse a la cuerda también y aferrarse a esta. Al igual que con Eclipsa, ambos comenzaron a descender rápido. Pero el humano tenía un plan, aún conservaba su antorcha en la mano.

— Eclipsa —dijo mirando abajo, pues ella estaba un poco más abajo que él, sujeta a la cuerda—, necesito que atrapes la antorcha y quemes la parte baja de nuestra cuerda.

— De acuerdo.

El chico soltó la antorcha rezándole a todos los dioses o criaturas que pudiesen aportar un gramo de suerte a su destino para que Eclipsa la atrapara. La mujer estiró la mano y la antorcha comenzó a tambalearse en esta. Rápido se soltó de la cuerda para ayudarse a tomar la antorcha con su otra mano... lo consiguió. Solo se estaba sujetando con la presión que ejercía con sus piernas. Volvió a sujetarse con una de sus manos, y con la otra intentó quemar la cuerda sin quemarse el vestido. Al momento la cuerda comenzó a arder, y las ratas comenzaron a saltar con intención de atraparlos a ambos. Algunas fallaban, otras se aferraban de arriba y comenzaban a bajar mientras la cuerda tardaba en consumirse.

Marco se arrancó una manga de su sudadera con desesperación y la ató a la soga como si fuese un torniquete, luego miró a la cuerda.

— Vamos, vamos —se decía, nervioso, para que la llama consumiese la cuerda cuanto antes.

Cuando las ratas que habían trepado por la cuerda estuvieron a punto de alcanzarlos, la parte baja de la cuerda se quemó y el peso del otro extremo hizo que tanto ellos como las ratas salieran disparados hacia arriba.

— Sujétate —le dijo a Eclipsa.

Ambos se aferraron con fuerza a la cuerda para no soltarse por la repentina subida. Las ratas que aún seguían aferradas a la parte de arriba iban cayendo cuando la cuerda llegaba a la rueda. Marco se deslizó un poco para alejarse del torniquete que había hecho, y cuando este llegó hasta la rueda, se atoró, deteniendo el avance de la cuerda. Tanto él como Eclipsa se encontraban junto a una plataforma cercana a la salida, en donde había varias mazorcas de maíz y cestas que seguramente ellos utilizarían para bajarlas.

Llegados a ese punto, Marco saltó y esperó del otro lado a que Eclipsa también lo hiciera. Le ayudó a no caer, dándole su mano, y rápido corrieron a la salida para huir de la horda de roedores que seguro los estarían siguiendo.

Afuera llovía, un detalle sin importancia teniendo en cuenta lo que se les venía encima.

— Eso es —dijo Eclipsa apuntando a la salida—. Si conseguimos salir antes que ellas estaremos a salvo. Las ratas odian el agua de lluvia.

— Eso no tiene sentido, vimos a una de ellas tomar una ducha.

— Sí, pero no es lo mismo.

A esas alturas todo le daba igual a Marco, solo quería salir de allí, y por el sonido de las pisadas alcanzándolos, tendrían que darse prisa. Cruzaron el arco de la cuerva y notaron las gotas de agua fresca en sus rostros. Se detuvieron lejos de aquel lugar y se fijaron en las ratas. Estas se habían detenido justo antes de salir. Una de ellas estiró la mano y cuando una gota le tocó comenzó a quejarse con horror. Pronto todas ellas volvieron a su madriguera y dejaron en paz a aquel par.

Ambos suspiraron aliviados al estar por fin a salvo.

Se fueron bajo la copa de un árbol para resguardarse de la lluvia mientras descansaban sentados en sus raíces para recuperar el aliento.

— Eso sí que fue una aventura —comentaba Eclipsa respirando de forma pesada.

— S-sí. Lo fue —respondió este en la misma condición—. No repitamos algo así en lo que queda de semana... o mes, a ser posible.

— Je, je. Fuiste muy valiente e ingenioso al sacarnos de allí. En verdad eres un verdadero caballero.

— ¡Ja! Díselo a River —comentó este con ironía.

La respiración de ambos ya se había calmado, y parecían estar más tranquilos y semi—recuperados.

Eclipsa se quedó mirándolo un momento y luego se le ocurrió una cosa que la hizo sonreír. Buscó una ramita más o menos larga y la tomó con su mano.

— Hey, Marco, inclina una rodilla ante mí.

— ¿Qué? —dijo este enarcando una ceja.

— Hazlo. Confía en mí.

Extrañado, este hizo caso a la petición de la mujer y se arrodilló ante ella. Esta se puso recta, carraspeó su voz y sostuvo la rama como si fuese una espada.

— Marco Díaz, inclina la cabeza —pronunció con suma serenidad.

Aquello hizo comprender al chico de qué se trataba todo eso y, al hacerlo, decidió continuar con lo que la mujer tenía pensado. De forma solemne, inclinó la cabeza.

— Marco, ¿juras ante una antigua reina luchar por aquellos a los que quieres y protegerlos con todo tu corazón y espíritu?

— Lo juro.

— Si tus palabras son sinceras, yo, Eclipsa Butterfly, te nombro: Sir Marco Díaz, caballero de corazón valeroso —decía dándole un toque en cada hombro con la vara, haciendo alusión a la ceremonia de nombramiento real—. Puedes alzar la mirada y ponerte de pie.

Este se quedó mirando a la mujer con una enorme sonrisa marcada en su rostro mientras las gotas de lluvia conformaban una melodía natural que confirió a aquel momento un aura única y mágica.

— Felicidades —dijo ella, también con una sonrisa—, hoy te has convertido en un caballero.

—-—-—-—-—-—-—-—-—

Comentarios del escritor:

Marco se acercó a una de las puertas que había en ese túnel y la abrió para encontrar dentro algo que le ayudase a saber en dónde estaban. Tras esta vio a la araña y el agila que antiguamente habían sido compañeras de Ludo. El agila se encontraban regurgitando comida dentro de la boca de la araña, cuando notó que alguien los miraba y se detuvo para observar al intruso.

Marco torció la cara en un gesto de asco y desagrado y cerró la puerta para ver que había en la siguiente puerta. Al abrir esta encontró a un extraño ser de color purpura cuyo cuerpo estaba compuesto de bultos y flotaba en el aire. En el medio de su frente tenía el símbolo de lo que parecía ser una estrella. Se encontraba apilando cojines cuando vio al muchacho.

— Oye, ni se te ocurra entrar, aquí, soy una princesa y encontré este sitio primero. ¿Me escuchaste, nene? —dijo esta, la cual parecía ser una mujer según lo que decía.

Marco prefirió no buscarle explicación alguna a lo que acababa de ver, así que cerró la puerta para mirar en la siguiente. En esta vio a una mujer mayor de espaldas a él, vestida con un vestido algo raído y con el pelo gris y blanco. Le resultaba familiar, parecía estar devorando algo. La mujer sintió la presencia de alguien, y se giró mostrando entre sus manos una mazorca a medio comer. En su rostro se mostraban varios granos de maíz pegados cerca de su boca. Era Heinous.

— Tur... di... na... —pronunció con sumo desprecio en su voz mientras entornaba la mirada.

Sin pensarlo dos veces, Marco cerró la puerta con brusquedad y volvió junto a Eclipsa con la intención de no abrir ninguna otra puerta más.

— ¿Qué hallaste? —preguntó esta, curiosa.

— Ehhh... nada. Tenemos que irnos, y rápido —dijo mientras daba rápido vistazos a la puerta en donde había visto a su enemiga y gotas de sudor frio le caían del rostro.

—-—-—-—-—-—-—-—-—

Otra quincena otro capítulo. Esto es un ritual, o una tradición. Puede verse como uno lo prefiera.

Joder, en verdad me gusta lo que hago con estos dos, tengo ganas de serguir escribiendo y ver hasta donde puedo llevarlos. Y espero que todos ustedes quieran acompañarme en estra travesía llena de magia y misterio, y, y... Nah, tampoco me voy a pasar de cursi... creo...

Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top