Capítulo 33: Eclipsa y Globgor
Amar es algo abstracto y muy personal, pues todos no amamos de la misma forma.
— Anónimo
El público aplaudía y gritaba de la emoción. Sus pies resonaban como tambores al pisar las tribunas. Notaba el calor en su piel y el aire se sentía pesado al respirar. Sin embargo, todo aquello le resultaba lejano, como si escuchara el sonido desde un lugar distante, y con el viento interrumpiendo.
Después de escuchar aquellas palabras, Marco se había quedado en un estado similar al trance, sin dejar de ser del todo consciente de su alrededor.
¿Rey? ¿Había oído bien? ¿Rey? ¿Él? Todavía no podía dar crédito a lo ocurrido. Globgor había caído, y eso lo convirtió a él en el ganador del combate. Pero él no era un trol, tampoco un monstruo, ni siquiera era de la misma dimensión. ¿Cómo se suponía que alguien tan ajeno a una raza fuese a convertirse en su nuevo gobernante?
El árbitro no paraba de gritar animado, dándole al público lo que quería. Estaba mal, lo que estaba sucediendo estaba mal.
— No, yo no puedo ser su rey, ni soy un trol ni comparto las mismas costumbres que ustedes. Alguien como yo no es apto para gobernarlos —dijo, desesperado porque sus palabras tuvieran algún efecto en ellos y los hiciera recapacitar. Sin embargo, el escándalo en la arena no dejaba que sus palabras fueran oídas por nadie, excepto el árbitro.
— Pero ¿qué estás diciendo? —preguntó este dándole una palmada en la espalda que casi tumba al humano—. Ganaste el torneo, ya has demostrado ser apto para gobernarnos.
— Pero solo gané porque Globgor se desmayó debido al combate anterior. Yo tuve tiempo de recuperarme, él apenas tuvo diez segundos para recuperar algo de aire.
— Él dijo que quería luchar contra ti.
— No en esas condiciones.
— Es un trol adulto, sabe lo que hace. Tan solo acepta tu recompensa y disfruta de la gloria.
— No puedo aceptar una victoria que trae como recompensa una responsabilidad de la que no puedo hacerme cargo. Desconozco toda política interna del reino, no sé a qué medidas se han de recurrir en determinadas situaciones. Tampoco sé...
— Eh, calma. Has ganado, con eso nos basta. Aquí tenemos pocas políticas más allá de la supervivencia del más fuerte.
— Pero, la cosa negra, no sé cómo dirigir al reino para deshacernos de ella.
— Ni tu ni ningún trol lo sabe. Hace días dejamos de preocuparnos por eso. Si no podemos detenerla es porque esa cosa es más fuerte que nosotros, así que hemos sido derrotados. Al menos no es una derrota rápida, lo cual nos permite disfrutar todo lo posible de nuestra tierra y nuestras costumbres hasta que todo sea consumido.
— Pero, podrían buscar un lugar distinto que habitar. Hay opciones.
El árbitro negó con la cabeza.
— Lo sabemos, pero aquí hay trols que se han vivido tanto como para ver a sus crías echar raíces. Este lugar es especial para ellos, y para muchos. Preferirían morir aquí a vivir en otro sitio que no es su hogar.
— Pero...
— Eh, Marco, que soy un árbitro, no soy la mejor elección para discutir esta clase de cosas. Ya tendrás tiempo y compañía suficiente para hablar de ello, por ahora disfruta de la victoria.
Marco no sabía si era que no sabía mucho de política, o que no quisiera seguir hablando con él. Fuese cual fuese el motivo, Marco calló, pero su mente no abandonó en ningún momento aquellos pensamientos que no hacían más que darle preocupación. Aunque le resultó difícil pensar en ello cuando varios trols bajaron y lo alzaron en brazos.
Mientras el humano era avasallado por los trols en su acto más puro de celebración, Eclipsa veía como varios trols de piedra se llevaban a los heridos para tratarlos, Globgor entre ellos.
Aún tenían pendiente una conversación, pues lo que había ocurrido antes no le permitió explicarse. Aunque no pensó mucho en eso, porque la sensación de algo oprimiendo su pecho la perturbó al ver cómo se llevaban a su marido.
Se preguntó a si misma sí seguir a aquellos trols o intentar ir luego. Volvió a ver a Marco, este estaba siendo lanzado una y otra vez en señal de victoria, aunque no parecía agradarle la sensación. Daba la impresión de que estaría a punto de vomitar, pero el tono de su piel no ayudaba a saberlo. Pero no estaba en peligro.
Segura de sí misma, decidió seguir a los trols de roca, pero cuando dio tres pasos se detuvo en seco y giró la cabeza hacia atrás. Allí estaba, apoyada contra la pared, Choppo, la katana de Marco. No podía dejarla allí, así que la tomó y la llevó consigo.
Salió de entre la multitud a duras penas, intentando escabullirse entre los trols, evitando acabar aplastada entre los de la roca, y tratando de no perderse en la suavidad del pelaje de los salvajes.
Salió sin problemas, y vio cómo se llevaban a los participantes heridos a una caverna. Dejó que avanzarán un poco antes de seguirlos.
Cuando por fin entró la caverna vio que está descendía a las profundidades. Un camino ancho y alto casi natural giraba hacia la izquierda hasta dar a una gran extensión. Aquella especie de sala o habitación enorme se notaba que había sido moldeada por trols de la roca. La estructura se sostenía bien por palos gruesos y bien puestos. Aquello recordaba a minerías enanas, pero sin ser tan cuidadas. Las antorchas iluminaban el lugar. En una mesa reposaban las plantas, raíces y frutos que se utilizaban para crear ungüentos, juntos con sus cuencos y morteros. Y más allá había un pequeño pozo natural de agua. De una estalagmita caía un chorro ligero, pero constante.
En aquella misma sala era donde trataban a los heridos. Los habían dejado en petates y varios trols salvajes se encargaban pasarles ungüentos en las heridas y de vendarlos.
Eclipsa vio a su marido entre los heridos, aún dormía. Pensó en acercarse a él, pero una trol salvaje se puso en medio, bloqueándole el camino.
La mewmana alzó la cabeza y observó a la trol. Esta tenía el pelaje de un suave color avellana, una cicatriz en el ojo y un colmillo partido en la punta.
— No puedes estar aquí, estamos tratando a los heridos —dijo la trol.
— Por favor, uno de ellos es mi marido.
Al oírla decir eso, la monstruo enarcó una ceja, dudosa. El ceño se le frunció tanto que Eclipsa no sabía si estaba enfadada o estaba pensando.
— Ah, la mujer del antiguo rey —dijo de pronto cuando cayó en con quien estaba hablando. Aunque al instante volvió a mirar a la mewmana con gesto severo—. No deberías estar aquí, nadie debería, pero tú en especial no eres la persona más adecuada para estarlo.
— Solo quiero saber cómo está mi marido y hablar con él en cuanto pueda —decía entrecruzando las manos.
— No —sentenció la trol antes de darse la vuelta.
Eclipsa se alarmó al instante y tomó a la monstruo de la muñeca, provocando que esta se girase.
— Por favor, puedo ayudar si hace falta.
— Solo estorbarías —soltó esta, apartando la mano con brusquedad.
Eclipsa se quedó con las manos suspendidas en el aire, y luego las bajó. La trol se la quedó mirando un momento, como si esperase a que se fuera, pero la mujer no estaba dispuesta a abandonar a Globgor.
— Por favor —pronunció en un suspiro, como si todo el aire se le fuese a escapar con esa frase—, he pasado por mucho para volver a verlo. Él hizo tanto por mí en su tiempo, y ahora que me necesita quiero hacer lo mismo por él. Son momentos difíciles para ambos —bajó un momento la mirada, pensando en la discusión que habían tenido hace un buen rato, y luego la alzó—, no quiero abandonarlo.
La trol mantuvo sobre ella una mirada severa e inmutable. Se podía notar que la estaba evaluando con solo observarla.
Al final soltó un suspiro de cansancio.
— No dejarás de molestar hasta que te digo que sí, ¿no?
— Es muy importante para mí —aseguró con toda la serenidad que era capaz de expresar.
La trol rodeó sus ojos y se rascó la cabeza con una queja.
— ¡Ah! De acuerdo, te puedes quedar —tan solo decir eso el rostro de Eclipsa se iluminó—, pero tendrás que ayudar —añadió.
— Eso haré, gracias —dijo con una modesta inclinación—. Me llamo Eclipsa, por cierto.
La trol se quedó pensativa un momento antes de responder.
— Kala —dijo sin añadir más a su presentación—. ¿Ves las plantas que hay en la mesa? —señaló a la mesa donde había varias plantas junto con los cuencos y los morteros—. Trae todas las que sean iguales en el bosque. Toma una de las cestas de allí y trae cuanto puedas. Si puedes separar las plantas, mejor.
— Enseguida —respondió, emocionada, casi a punto de correr hacia las cestas.
— No tan rápido. Mientras estés aquí tendrás que dejar esa espada en donde no pueda hacerle nada a nadie.
— De acuerdo.
La mujer dejó la espada colgando de un clavo que sobresalía de uno de los maderos que hacía de viga en la cueva, y luego fue a cumplir con la tarea que prometió.
Salió de allí con una sonrisa al saber que ahora podría no solo ver a su marido, sino también ayudarlo.
Ya comenzaba a oscurecer, y al parecer el resto de trols estaba preparando un banquete y una celebración por el nuevo rey.
Dedicó una simple y rápida mirada a la luz de las antorchas a lo lejos, y pensó en cómo estaría Marco. Luego creó una pequeña esfera de luz para iluminarse en el bosque y buscar con mayor comodidad las plantas que necesitaba.
Los trols habían conseguido llevarlo a la fiesta en contra de su voluntad. No tenía fuerzas para negarse, y la continua insistencia de esto también hacía que resultase difícil decir que no. Aunque también lo obligaba el querer corresponder las costumbres de aquella gente. Después de todo, ahora era el rey, le gustase o no, y en una situación tan delicada como aquella lo mejor era tener contento al que ahora sería su pueblo. Al menos por ahora.
Llevaron al humano hasta un trono cubierto por pieles y telas, lo cual lo hacía bastante cómodo.
En medio de todos le quitaron los restos del peto y de la camisa, limpiaron sus heridas rápidamente, le pusieron ungüento, lo vendaron y luego le colocaron la piel de un jabalí negro de ojos blancos a modo de capa, con la cabeza del animal como capucha.
Todo había ocurrido tan rápido que Marco no sabía cómo sentirse. El ungüento estaba clamando el ardor de sus heridas, y la piel del jabalí se sentía bien, aunque el fuerte olor que expulsaba aquella pomada natural volvía la experiencia un tanto desagradable, y pese a que el tacto de la piel de jabalí fuese agradable, comenzaba a sospechar que está producía comezón.
Estuvo a punto de rascarse cuando, frente a él se produjo un espectáculo improvisado compuesto por bailes y música. Los instrumentos eran un tanto rústicos para el conocimiento del humano, pero eso no les quitaba ritmo ni compás.
Mientras se dejaba llevar por la música se sorprendió a sí mismo abandonando sus preocupaciones. Entre ellas, la situación en la que se encontraría Eclipsa. Espero que esté bien.
Eclipsa volvió del bosque con las plantas en la cesta que cargaba a su espalda. Tenía algunas marcas en los brazos y algo de tierra en el rostro. Al bajar el último tramo hacia la cueva pudo comprobar que varios trols ya habían despertado, entre ellos, Globgor.
De inmediato dejó la cesta justo en donde estaba parada y corrió hacia él.
— Oye, no dejes las cosas tiradas por ahí —le gritó Kala, pero la mujer hizo caso omiso.
Llegó hasta Globgor. Este estaba vendado por todas partes: en el torso, en la cabeza y en los brazos, en especial el izquierdo, que estaba envuelto entre dos tablas. Lo más seguro es que estuviese roto. Tenía los ojos cerrados y parecía estar durmiendo.
La mewmana se le acercó un poco más y se sentó junto a él. Al hacerlo, este abrió los ojos y se fijó en ella. De repente la expresión de calma que tenía se convirtió en una de enfado.
— ¿Qué quieres? —preguntó denotando un tono que indicaba que no la quería tener delante.
Eclipsa sabía que este no estaba de humor, y el hecho de que sus palabras fuesen contra ella le dolía, pero comprendía que en momentos así tenía que ser comprensiva con su marido.
— ¿Cómo te encuentras? —pronunció con todo el cariño del mundo.
— Bien —soltó, tajante—. Ya te puedes ir.
Aquella respuesta le dolió más de lo que esperaba. Hasta llegó a agachar la cabeza.
— Esa es tu mujer mewmana, ¿no, Globgor? —preguntó el trol junto a este, Kogler.
— Cállate, Kogler, esto no te incumbe.
— La verdad, no sé qué le viste.
— Cállate.
— ¿De verdad valió la pena dejar tu reino para...?
— Dije que te calles —gritó, levantándose un poco del petate en el que estaba, y llamando la atención de todos.
Kogler sonrió un poco mientras la habitación se llenaba de un silencio incómodo.
— Cariño, acuéstate —dijo Eclipsa con voz suave, tocando el pecho de Globgor para animarlo a acostarse.
El trol miró a la mujer con seriedad, y luego le apartó la mano de forma suave, pero con cierto deje de desprecio. Eclipsa le sostuvo la mirada, y no supo si fue por lástima o por otro motivo, pero al final suspiró.
— ¿Qué es lo que quieres, Eclipsa?
— La charla de antes de tu combate, quiero aclarar las cosas.
— ¿Qué es lo que quieres aclarar? ¿Los detalles de cómo me apuñalaste por la espalda?
— Cari... —se mordió la legua para intentar abordar el tema con mayor seriedad y no hacer sentir incómodo a Globgor, no más de lo que ya parecía estarlo—, Globgor, por favor, quiero hablar en serio, quiero poder explicarte los motivos de lo ocurrido, y después de escucharme aceptaré tu decisión.
El monstruo sopesó sus palabras, bajó la mirada por un momento y luego volvió a clavarla en ella.
— De acuerdo, habla.
— Yo... —tragó saliva— besé a Marco —dejó un momento de silencio en el que sus palabras pesaron tanto como la lluvia sobre los sin techo, pero no permitió que durase mucho—. Fue una noche en la que estaba practicando su conexión con la magia oscura, tuvo problemas, así que intenté ayudarlo. Lo tomé de la mano y traté de apaciguar la magia en su interior transmitiéndole la mía, y creo que se produjo algún tipo de reacción, porque los dos nos sentimos irrefrenablemente atraídos el uno al otro. Fue algo extraño. No fui capaz de controlar mis acciones, tan solo fui arrastrada por la magia, como una corriente que arrastra consigo un tronco. Es raro, pero fue así como ocurrió.
— ¿Esa es tu explicación? ¿La magia oscura hizo que se besaran?
— Sé que parece una excusa, soy consciente. Pero es la verdad.
— Y si es la verdad, ¿por qué no me lo dijiste antes?
— Porque no es algo agradable de contar. No es algo que haya decidido hacer. Sólo nos habría hecho daño —decía, sintiendo el dolor de cada palabra.
— ¿Cómo ahora? —señaló.
Eclipsa guardó silencio.
— Sí —respondió a duras penas.
Apartó la mirada, sintiéndose avergonzada por todo, Globgor hizo lo mismo, pero este se mostraba aún pensativo.
— Está bien, supongamos que te creo. No sé cómo funciona la magia oscura, incluso sé que hay cosas que hasta a ti se te escapan, así que si me dices algo solo me queda creerte, porque no tengo forma de saber si es cierto. Pero dime una cosa, y dime la verdad, a los ojos —este clavó la mirada sobre ella, y esta hizo lo mismo con él—. ¿Qué sientes por ese humano?
A la pregunta le siguió un aire pesado e incómodo, pero Eclipsa sabía que tendría que responder a ello.
— Como dije, es alguien importante para mí, es un tipo agradable y gentil. Se preocupa por los demás, y se sacrifica por ellos. Es un poco inseguro, y se puede ver que tiene miedo de hacerle daño a los demás, pero no deja de intentar hacer lo que está bien, sin importar lo que le cueste. Quizá, si hubiesen sido otras las circunstancias, no me habría importado tener una vida con él —como era de esperarse, la respuesta le sentó al trol como un cubo de agua fría, no hacía falta ser vidente para verlo—. Pero la historia no fue esa, tú eres mi marido, y eso no ha cambiado —respiró hondo—, al menos para mí no ha cambiado.
Los ojos de Globgor se veían enrojecidos, ella también sentía los suyos así. Notaba como las manos le temblaban. Tenía miedo, no quería perderlo, pero no estaba segura de que no fuese a pasar eso.
— ¿Sabes qué me pasa? Que yo nunca habría esperado algo así. Lo di todo por ti, dejé mi reino atrás sabiendo que al volver muchos me verían con rostro de desaprobación. Pero me dio igual, porque sabía que tú estarías ahí para mí.
— Aún estoy ahí para ti, lo estoy ahora —aseguró Eclipsa con el puño en el pecho y la voz rota.
— Pero no es lo mismo —contrapuso—. No es lo mismo, porque ahora hay alguien más.
La mujer negó con la cabeza.
— Eso no cambia nada. Te sigo queriendo, y sigo queriendo una vida junto a ti —dijo esta, apoyando una mano sobre la del trol.
Globgor miró la mano de Eclipsa, dolido, y luego la apartó con suavidad.
— Para mí no es lo mismo. Yo jamás me atrevería a sentir algo por alguien más, y si lo hiciera, entonces apartaría a ese alguien de mi vida, porque ya te tendría a ti, no necesitaría a otro para cumplir ese papel.
— Pero son emociones, no se pueden controlar. Lo único que podemos controlar son nuestras acciones.
— Pero tú no pudiste —gritó de golpe, respirando con dificultad—. Aunque me digas que no me traicionarás, yo ya no siento eso. Pensar que ya te ha pasado algo así con él, y saber qué también sientes algo por él no me deja tranquilo. Prefiero no tenerte a tener que sentirme así.
Eclipsa sentía como el ardor en sus ojos se descontrolaba y las lágrimas le brotaron a cuenta gotas sin poder evitarlo. Se le formaba un nudo en la garganta, y hablar le costaba horrores.
— Globgor...
— No. Quiero terminar con esto, Eclipsa. No quiero un futuro juntos... ya no.
Eclipsa torció el rostro en una mueca de dolor e intentó contener sus emociones.
— De acuerdo —pronunció con voz ronca—, lo entiendo.
A duras penas se puso de pie, pues sentía que las fuerzas le fallaban, y dio media vuelta, dispuesta a irse. Vio que todo el mundo había estado pendiente de ellos, y que pronto volvieron a sus tareas, mal disimulando su interés. No le importó, estaba muy dolida como para que le afectase.
Caminó hacia la salida con ansias por salir de allí, pero Kala la detuvo un momento.
— Te olvidas esto —le entregó la espada, y un frasco pequeño con ungüento—. Es para las heridas.
— Gracias —dijo, con una sonrisa melancólica.
Salió de la cueva y caminó por el bosque. Aceleró su paso hasta que comenzó a correr. Las lágrimas comenzaron a caerle sin control por el rostro, y en cierto punto se tropezó, cayendo en el césped.
Allí mismo, lejos, en donde nadie podía escucharla, rompió en llanto y gritó de dolor tanto como pudo, arañando la tierra y arrancando el césped mientras se doblaba en posición fetal.
La fiesta de celebración había acabado, y Marco no podría estar más agradecido. Después del baile habían traído el banquete, literalmente, porque trajeron la mesa con la comida encima. Hecho que sorprendió al humano, pues mantener el equilibrio de aquella tabla no le pareció tarea fácil.
Después de darse aquel atracón, los trols lo llevaron hasta los que serían sus nuevos aposentos, al menos durante su reinado. El que sería su castillo era una estructura de madera y roca que se alzaba alta y orgullosa en sus tres pisos. Se asomó por la ventana entre las cortinas hechas con pieles de animales, y observó al horizonte nocturno bañado por la luz plateada de la luna. Una brisa suave y agradable le acariciaba la piel y le transmitía una grata sensación de frescura.
Mientras lo hacía se permitió ver como el viento mecía el césped y le dedicó un par de pensamientos a Eclipsa. Desde que los trols se lo habían llevado para la ceremonia no la había vuelto a ver, y no podía evitar preocuparse. Sabía que tenía que hablar con Globgor, pues las cosas no habían quedado claras la última vez. Pero no sabía si ella aún estaría hablando con él, o si algo le habría pasado.
Inspiró algo de aire fresco y luego exhaló con cansancio.
— Espero que Eclipsa esté bien.
Algo moviéndose en el césped le llamó la atención. Parecía una persona, y estando en un reino de trols aquella persona solo podía ser la mewmana.
— ¡Eclipsa! —dijo, alarmado.
Sin pensarlo dos veces convirtió sus brazos en los brazos monstruosos y bajó por la ventana sosteniéndose en ella y luego usando la pared en los últimos tramos.
Pese a estar adolorido en todo el cuerpo, la peor parte se lo había llevado su tronco superior, por lo que no tenía inconveniente en correr hacia la mujer. Se valió de los troncos que sobresalían de las estructuras para sostenerse e impulsarse, imitando a uno de los superhéroes que veía de pequeño. Y de no tan pequeño.
En un santiamén llegó hasta el césped en donde se encontraba Eclipsa y la alcanzó sin que se diera cuentan. La tomó del hombro y provocó que se girase, y entonces el muchacho pudo ver su rostro. Su mirada era ausente, tenía los ojos enrojecidos y en la nariz se le notaba restos de humedad. Al verlo, ella mostró una sonrisa melancólica y forzada.
— Hola, Marco, ¿qué tal te ha ido? —su voz se escuchaba ronca y floja, muy floja.
— Olvídate de eso. ¿Qué te ha pasado? —dijo, preocupado—. Tienes un aspecto terrible.
— Lo siento —dijo, y por la forma en la que lo había hecho, Marco sintió como si acabara de hacerle algo horrible.
— No te disculpes. —Se fijó en que esta ya no llevaba su capa consigo, así que la cubrió con la piel de jabalí que le habían puesto durante la celebración—. Ven, vámonos. Te vendrá bien un baño y algo de comida.
Eclipsa miró la piel con la que la había cubierto, y luego bajó la mirada.
— Gracias.
— No hay por qué darlas. Ahora vámonos, está fresco aquí fuera.
Marco llevó a la mujer colocando un brazo en su hombro y llevándola consigo. No le importó pasar por en medio de los barrios semi desnudo. La persona que más le importaba necesitaba su ayuda, y eso era lo más importante en ese momento.
Marco la había dejado en una habitación con un pequeño barril lleno de agua tibia. En la habitación también había toallas y ropa limpia.
Eclipsa se desvistió con calma y luego se metió en el barril. Se arrodilló dentro de este, sumergió la cabeza y cerró los ojos, dejándose envolver por la calidez del agua. Solo cuando necesitó respirar se dignó a sacar la cabeza. Se colocó el pelo hacia atrás y luego se limpió los ojos. Las gotas que repicaban en el agua la hacían pensar en todo lo ocurrido. Habría vuelto a llorar, si no fuese porque ya no le quedasen lágrimas por derramar, ni fuerzas para hacerlo.
Soltó un suspiro y procedió a limpiarse.
Después de asearse se fue a la habitación que Marco le había indicado, o más bien, la suya. El humano se la había cedido para ella, mientras que este se quedaría en la de invitados, la cual consistía en una habitación pequeña con dos hamacas colgantes que hacían de cama. Ella le había dicho que no hacía falta, pero Marco insistió lo suficiente como para hacerla aceptar.
Se metió en la cama echa con pieles y luego intentó dormir como pudo. Al final lo consiguió, más por cansancio que por sueño.
Por la madrugada la mujer se despertó llorando y temblando. No tenía frío, pero sabía que no era por eso por lo que temblaba.
Salió de la cama y miró por la ventana un momento, aún quedaba bastante para que saliera el sol. Con solo ver a las estrellas los pensamientos sobre lo que había ocurrido volvían a ella.
No quería estar así. No quería sentirse así. Y mucho menos quería que Marco estuviese preocupado por ella todo el rato. Bien sabía que el chico se comportaría de esa forma, así que tomó una decisión.
Buscó ropa, una mochila de viaje y algunos alimentos. Escribió una nota que dejó atada a la espada de Marco, y la dejó en la cama.
Desde la ventana dejó caer la mochila sobre unos arbustos, y luego se fue de aquella especie de castillo, o más bien cuartel, sin hacer ruido. Los guardias que la vieron no la detuvieron, pues dijo que se iba a dar un paseo nocturno. Cuando tomó la mochila y se la llevó a la espalda dio un último vistazo al edificio, luego dio media vuelta y echó a andar hasta perderse en la noche.
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Bueno, no sé ustedes, pero hasta a mí me dolió parte de este capítulo.
Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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