Capítulo 27: Escape

En los tiempos duros es necesario apoyarse los unos a los otros para no sucumbir ante nuestros demonios internos.

— Anónimo

Se encontraba atrapado entre dos cristales, aún con la espada en alto tras haber realizado un tajo mágico que acabó por cortarle la cabeza a Rhombulus. El humano no podía dejar de ver el cuerpo del tipo de color turquesa tirado en el suelo. Mientras mantenía la mirada fija en él, sentía como los latidos de su corazón retumbaban en su pecho de forma pausada, pero contundente. Comenzaba a hiperventilar sin darse cuenta.

No quería que aquello ocurriese. No. No tenía que haber acabado así. Ese no era el plan... no era así...

Apartó la mirada y solo entonces se percató se percató de que estaba temblando. Casi suelta la espada, pero se resistió a sucumbir al malestar del momento.

Sacudió un poco la cabeza y se dijo a sí mismo que no era momento de sentirse mal consigo. Se valió de sus brazos monstruosos para empujar el cristal de delante para que este dejase de aprisionarlo.

Guardó la espada y, al instante corrió hacia donde estaba la mujer. Al llegar hasta ella ambos compartieron una mirada cargada de tensión. Eclipsa lo estaba mirando como si no acabara de asimilar lo que Marco había hecho. Aquella expresión en su rostro hizo que a Marco le diese miedo intentar darle la mano, por temor a que ella la apartase y mostrase rechazo hacia él y lo que había hecho.

Rompió el contacto visual y se apresuró a mover el trozo de cristal que seguía reteniendo a la mujer, hasta quitárselo de encima.

— Debemos irnos antes de que alguien venga —le dijo a ella sin darle tiempo a responder. De hecho, en ese momento prefería no escuchar nada que ella tuviese que decirle, por temor a que esta reaccionara con repudio por lo que había hecho.

No tenía opción, pensó mientras se acercaba a la puerta del calabozo de cristal. Entreabrió un poco y se fijó que no hubiera nadie por allí.

— No hay nadie cerca. Deberíamos irnos —dijo este, volteando la mirada hacia atrás.

Eclipsa estaba terminando de atarse un trozo de tela que iba desde su hombro derecho hasta el costado izquierdo del abdomen. La capa que siempre llevaba Rhombulus ya no estaba en su cuerpo, y la cabeza había desaparecido. Lo primero que se le vino a la cabeza al muchacho era que Eclipsa la había tomado, pero no sabía para qué, o con qué fin. Pero, en un momento así, prefirió no preguntar.

— Estoy lista —dijo con decisión en su mirada.

Marco asintió y le indicó con su mano que la siguiera. Hizo que ella cruzara la puerta primero para luego cerrarla, no sin antes dedicarle un último vistazo a la escena que se había creado en ese lugar.

Se unió a Eclipsa y caminaron a paso ligero hacia adelante. Marco se adelantó un poco para llegar antes hasta una rendija lo suficientemente grande como para que se pudiera pasar, la misma por la que él había salido. Con sus manos monstruosas la sacó de un tirón. Cuando Eclipsa llegó hasta él miró aquel agujero. Un aroma putrefacto le hizo retroceder un par de pasos y llevarse una mano a la nariz para soportar el olor.

— Lo siento, es la única forma de escapar de aquí sin que nos vean —dijo este, sin mirarla a los ojos.

Ella no dijo nada, solo asintió y luego se recompuso. Se acercó al hoyo y asomó la cabeza. Tomó aire, no mucho, pues no era agradable, y luego dio un salto.

Marco colocó unos extremos de la rendija en el borde de encaje del hoyo, miró que no viniese nadie, y luego se dejó caer dentro, cerrando la rendija a su vez.

Abajo, Eclipsa lo estaba esperando, con una mano en la nariz. Marco se fijó un momento en ella. El agua de las cloacas había mojado su vestido y sus pies. Aquello no le hacía ninguna gracia al humano, pero era mejor eso a que le cortasen la cabeza. Sacó de una bolsa que llevaba consigo una capucha como la que él llegaba, y dos pañuelos. Le entregó la prenda y el trozo de tela a la mujer, y este se quedó con el otro, cubriéndose la nariz.

— Ten, ponte este y luego cúbrete la nariz con este pañuelo. Hará más llevadero el apestoso olor de este sitio.

— Gracias —dijo ella.

Ambos caminaron por un entramado laberintico de túneles subterráneos. Por suerte para ellos, Marco se conocía el camino a la perfección, ya que se había asegurado de aprendérselo de memoria por si lo necesitaban. Llegaron a la salida sin muchos problemas, la cual daba a una especie de pozo que estaba a las afueras de la ciudad, y donde desembocaban todos los residuos.

Al salir corrieron hacia el bosque y se perdieron en la espesura. Ya era noche avanzada, y estaba todo oscuro, así que la mayor prioridad de Marco fue alejarse lo máximo posible del reino y ocultarse dentro de una cueva.

Caminaron durante un par de horas hasta dar con un lugar donde pasar la noche. Marco comprobó que fuera seguro, y luego le indicó a Eclipsa que se quedase allí dentro.

— Espérame aquí, yo iré a buscar un par de ramas y hojas para encender un fuego. Y ten esto —le entregó un cuchillo que llevaba consigo en la espalda—. Espero que no llegues a necesitarlo.

Después de eso, se perdió en el bosque.

Estaba sola allí dentro. No se alejó mucho de la entrada, pues algo de la luz de la luna le permitía ver, aunque sea un poco. Podría haber hecho una pequeña esfera de luz para iluminar el lugar, pero no quería hacer nada que llamase la atención de nadie.

Se quedó mirando las estrellas, pensando que se veían realmente hermosas. Aunque solo al principio. Ahora que había escapado se preguntaba a sí misma qué pasaría con su vida. Giró un momento el trozo de tela en dónde había guardado la cabeza de Rhombulus, y pasó su mano por encima del bulto. No. En verdad tenía más o menos claro lo que sería de su vida de ahora en adelante. Lo que no tenía claro era o que sería de la vida de Marco. Por culpa de ella él se había convertido en un fugitivo. Jamás podría volver a pisar el reino sin que los guardias intentasen atraparlo y encerrarlo. Claro está, eso si llegaban a reconocerlo con su nuevo aspecto.

— Pero nadie lo vio, ¿verdad? —se dijo a sí misma.

Si nadie lo había visto con aquel aspecto a parte de ella y Rhombulus, entonces aun había una pequeña oportunidad de que él no tuviese que perder su vida en el castillo. Sí, sería difícil hallar una explicación a su nuevo aspecto, y también al escape de la cárcel, pero tal vez...

No sabía cómo. Sí, era una posibilidad, pero hacer que aquello funcionara sería como conseguir que un pescado fuera del agua se escapase de las garras de un gato.

Eclipsa salió de sus pensamientos cuando vio a Marco volver con muchas ramas que aún tenían hojas, varias lianas, y algunas piñas. Sin decir nada, dejó las piñas y unas cuantas ramas secas dentro de la cueva, y con el resto de cosas comenzó a confeccionar algo. Entrelazaba lianas con ramas, como si fuese una especie de bordado. Al cabo de un largo rato acabó. Se trataba de un muro de palos y hojas. Colocó este en la entrada de la cueva, asegurándose de que cubriera bien el lugar, hasta dejar el interior totalmente a oscuras.

La mujer creo una luz para iluminar el lugar, esta vez ya más tranquila al saber que el muro de Marco evitaría el escape de luz.

— Gracias —dijo el muchacho sin más.

Después de dejar cubierta la entrada, el humano encendió un fuego con bastante sencillez. Salió de la cueva un momento para comprobar que no se filtrara la luz, solo para volver y sentarse encima de una roca.

— Deberíamos dejar secar nuestra ropa al fuego. Ya mañana la lavaremos en un lago que hay por aquí cerca. De paso podremos usar el lago para bañarnos y quitarnos el mal olor —dijo en tono neutro.

En una situación normal, Marco se habría sonrojado por lo que acababa de sugerir, o al menos eso pensaba Eclipsa. Ahora ya no sabía qué pensar. Marco estaba callado y de pie, se estaba dando la vuelta hasta darle la espalda a la mujer, y luego comenzó a quitarse los pantalones. En ese momento Eclipsa cayó en la cuenta de que ella también tenía que quitarse el vestido, los zapatos y los calcetines si quería secarlos.

— Avísame cuando me pueda girar.

— Claro —respondió ella, un tanto sonrojada.

Tras dejar la ropa mojada en una roca cerca del fuego, Marco le lanzó a Eclipsa el bolso que llevaba consigo. Ella lo atrapó en el aire, cuidando que no se viera nada de su cuerpo, y luego la abrió. Allí dentro había un montón de snookers, unos diez, contados a ojo. Eclipsa no pudo evitar que su lado más instintivo saliera a la luz y se lanzase a devorar cuanto dulce podía. Se había metido uno entero, y mientras lo masticaba habría dos más para tener uno en cada mano, a la espera de tragar para poder hincarles el diente.

Sin embargo, en medio de aquel ataque de glotonería, se fijó en Marco. Este tenía la mirada perdida en el fuego. En sus parpados se podía ver el cansancio, o más bien la angustia. Eclipsa se sintió mal por él, y después de tragar el dulce que tenía en la boca, estiró una mano y le ofreció uno a Marco.

— ¿Quieres?

El tipo levantó la mirada un momento, mostrándose notablemente decaído.

— No, gracias. No tengo hambre —respondió sin añadir nada más, y volviendo la mirada al fuego.

Eclipsa se sintió mal por el muchacho, pero no supo qué decir. Pasaron un rato largo sin decir nada. Rato en el que Marco no apartó la mirada de las llamas.

— Marco, ¿estás...? —quiso preguntar Eclipsa, mostrándose preocupada.

— No hacía falta —dijo este, de golpe.

— ¿Qué? —dijo ella, confusa.

— Rhombulus, no hacía falta matarlo. Mi plan era sacarte de esa celda y luego huir. No tenía que haber herido a nadie de por medio, mucho menos asesinar.

Eclipsa agachó la cabeza y también miró al fuego. Dejó pasar unos segundos antes de decir algo.

— Lo hiciste para salvarme. Si no lo hubieras hecho él me habría cristalizado.

El muchacho no respondió hasta pasados unos segundos.

— ¿Crees que merecía morir? ¿O que estaba preparado para hacerlo?

— Yo creo que lo estaba. Pero no creo que nadie merezca morir.

De nuevo se produjo otro silencio.

— Era como un niño inocente —comentó Marco—. Un niño enorme que cristalizaba cosas.

— Cuando nos persiguió a Globgor y a mí no parecía tan inocente —dijo Eclipsa un tanto arisca al recordar.

— Lo siento —respondió Marco tras unos instantes.

— No te preocupes. Es solo que yo conozco a la Alta Comisión Mágica, y te puedo asegurar que sus miembros están preparados para las peores cosas, aunque su actitud no lo demuestre. Es por eso que creo que Rhombulus estaba listo para morir en una situación así.

— Supongo que tienes razón —dijo, sin añadir nada más.

Eclipsa se quedó pensativa durante un momento, y pensó que Marco también, ya que este no decía nada. Solo el crepitar de las llamas era lo que evitaba que aquella habitación quedase sumida en otro silencio incómodo.

— No es la primera vez que me he visto obligado a arrebatarle la vida a un enemigo —comenzó él, provocando que la mujer alzase la mirada—. Conozco la sensación. También se me ha instruido para lidiar con la misma, y había perdido reparo en matar si mi enemigo se mostraba resuelto a llevar a cabo su objetivo. Es decir, que este haría lo que fuera por cumplirlo, y yo haría lo que fuera por detenerlo. Un conflicto de intereses que al final acaba con la derrota de uno de los dos. Sé que con Rhombulus fue así, pero hace no mucho viví una tragedia.

— ¿Hace no mucho? —inquirió la mujer.

— Bueno, hace un par de horas para ti, pero para mí fue hace un par de meses —dijo, mostrando una sombra de dolor bajo su mirada.

Aquel gesto preocupó un poco a Eclipsa.

— Cuéntame —invitó ella, esperando ayudar al tipo.

— Cuando estuve en la dimensión de Hekapoo los guardias de una ciudad me atraparon y me llevaron a los calabozos. Allí conocí a Atsnir y a Tarka, dos daskins, y las personas que me explicaron los motivos de mi captura. —Así, el muchacho comenzó su explicación, y continuó intentando omitir los detalles menos importantes, y hacer énfasis en los puntos más relevantes. Y Eclipsa escuchó atentamente, cambiando su expresión desde la sorpresa hasta el horror—. Cuando recobré la conciencia supe lo que había hecho —suspiró con pesadez—. Me pasé las siguientes semanas enterrando uno a uno los cadáveres que encontraba en la ciudad, hasta no dejar ninguno. Solo entonces me dispuse a volver. No creo que eso sea ni de lejos suficiente para redimirme, pero es lo menos que podía hacer después del daño que les causé.

Tras oír toda la historia, Eclipsa se sumió en un profundo pensamiento que la hizo sentirse culpable en parte.

— Es por eso que quise hacer tanto hincapié en el control del Caos de la magia oscura por medio del Orden. Quería que nunca tuvieras que pasar por una experiencia similar a la pérdida de control. Supongo que debería haber sido más ceñida en esa parte de la enseñanza. Yo tengo la culpa por haberte enseñado algo tan peligroso.

— ¿Qué? No. Yo fui quien no pudo mantener el control, y fue mi culpa no evitar que sucediera la tragedia de allí. Yo fui quien te pidió que me enseñaras.

— Pero yo ya conocía las posibles consecuencias.

— Me advertiste, y con eso ya puedes darte por aludida, esta es mi tragedia, no la tuya —dijo Marco, levantándose de golpe y alzando la voz. Este respiraba de forma pesada, y se llevó la mano al rostro, descubriendo que había soltado un par de lágrimas. Se limpió con su capa, indiferente de que se viera o no su ropa interior, y luego volvió a sentarse—. Lo siento —dijo al rato.

— No, tienes razón —respondió, aunque se le notaba un poco afectada por la reacción del humano—. Los que manejamos la magia oscura hemos aceptado el peligro que conlleva. Pero a veces preferiríamos que esos peligros solo nos amenacen a nosotros, y no a los que están a nuestro alrededor. Si te sirve de consuelo, yo también tuve mis momentos de flaqueza, y puedo llegar a comprender tu frustración. No puedo quitarte la culpa que sientes ahora, pero puedo decirte que no estás solo —respondió, sonriendo.

Al otro lado, Marco también dibujó una sonrisa un tanto amarga, pero ya se le notaba menos afectado que antes.

— No lo entiendo. Pensé que estarías más horrorizada por lo que hice.

— No podría. Te conozco desde hace un par de meses, pero no veo maldad en ti. Sé que no serías capaz de hacer algo así por voluntad propia. Además, tú me aceptaste pese a saber lo que decían de mí, y pese a saber que había cosas ciertas en lo que decían.

— Eclipsa, abandonaste el reino para poder estar con el hombre al que amabas. No podría rechazarte solo por seguir a tu corazón.

— Lo sé, pero dejé a una niña sola bajo la crianza de ese rey incompetente. Dejé a mi hija sin su madre —dijo, apretando la tela de la capa.

— Fuiste obligada a procrear con un hombre que no te quería, y a quién le importaba más su propia barriga que el bienestar de los suyos. No estabas en una posición fácil para decidir. Tal vez tu acto no haya sido el más noble de todos, pero eso no quiere decir que tengas un mal corazón.

El humano le devolvió la sonrisa que momentos antes ella le había dado, y por un momento pareció que la carga de ambos se había aligerado. Tanto el muchacho como él como ella tendrían que aprender a vivir con sus pecados, pero ambos sabían que, siempre que quisieran podrían contar con el apoyo del otro.

— Por cierto, Marco, ¿qué tienes pensado hacer ahora que has huido del castillo? —intentó que aquella pregunta no mostrase el dolor que sentía al saber que el humano había abandonado todo en su vida por salvarla a ella.

— Bueno, tiempo atrás me dijiste que querías descristalizar a tu marido, así que pensé que después de escapar podría ayudarte con tu tarea —aquello provocó que el corazón se le encogiera a la mujer—, el problema es que no sé cómo.

En su interior, Eclipsa se sentía un tanto mal por el tipo, ya que este se le había confesado, y ahora decía que quería ayudarla a liberar a su marido. No quería decirle que no la siguiera, y más después de dejarle en claro que podía contar con ella para lo que quisiera. Después de lo que había hecho probablemente ella sería la única persona en la vida de Marco. Y, aun así, decirle que podía venir a ayudarla y ver a su marido y a ella juntos le hacía pensar que eso infligiría un gran dolor en el corazón del humano.

— Yo ya tengo planeado algo. No sé si funcionará, pero quiero intentarlo. Tendré que ir a dónde se encuentra Globgor, que puede que esté a unos días a pie. Puedes venir si quieres, pero no te sientas obligado, ya has hecho mucho por mí. —Una parte de ella hubiese querido que el chico le dijese que no iría.

— Iré. —Sin embargo, oírlo decir eso, tan convencido, provocó que sonriera—. Podemos partir mañana después de lavar nuestra ropa y quitarnos este olor de encima. Si quieres puedes ir tú primero. Yo me dedicaré a cazar un poco y a buscar provisiones, y luego me bañaré. Después de eso podemos partir sin problemas.

— De acuerdo.

La mujer dio un largo bostezo, y luego se recostó en una piedra. Al cabo de unos segundos se quedó dormida.

Aquella noche Marco hizo guardia. Luego, cuando Eclipsa se levantó, durmió nada más que un par de horas.

Tal y como se había planeado, tras buscar provisiones y quitarse el mal olor de encima, humano y mewmana emprendieron viaje.

Eclipsa era quien guiaba, y en todo momento intentaba evitar salir del bosque, pues no querían ser descubiertos por nadie. Todas las noches Marco hacía la primera guardia, y esta solía ser la más larga. Luego cambiaba con Eclipsa, y a las tres casi cuatro horas se despertaba, solo para proseguir el viaje.

La pesadumbre del muchacho fue mejorando con los días, y su humor también mejoraba. Gran parte de eso tenía que ver con que Eclipsa lo acompañaba ahora. Esta platicaba de algunas de las vicisitudes que tuvo cuando aprendía a manejar la magia oscura en su juventud. Alguna que otra vez acabó por prender fuego al jardín, y su madre tuvo que correr a apagarlo antes de que se extendiera por el castillo. O aquella vez que le dio vida a un snookers que se llamó George y que le gustaba hablar sobre la profundidad de las cosas, y de la abstracción que estas provocaban en sus espectadores, como si se trataran de pinturas o retratos hechos por los mejores artistas.

— Eso hizo que fuera más difícil comérmelo —admitió Eclipsa.

El chico intentó contener la risa al imaginarse esa situación tan peculiar.

El problema era que George tenía un hermano, Frank, el cual adoraba ver a escondidas a las parejas besándose, imitar la voz de uno de los dos y decir algo que creara confusión y discordia, y, sobre todo, le desagradaba la música estridente.

— Eso hizo que fuera más fácil comérmelo —aseguró Eclipsa, provocando, nuevamente, la risa en el rostro del muchacho.

Marco, por su parte, le hablaba de cómo se había dedicado a desarrollar sus habilidades con la magia oscura durante su estancia en la dimensión de Hekapoo. Habló de alguna de las criaturas con las que se encontró durante su viaje, también sobre alguno de los poblados en los que estuvo, y las diversas comidas que se servía en estos: algunas muy peculiares y extravagantes, y otras que rozaban lo que se podría denominar como "alimentos de subsistencia". En según qué casos, era más apetecible tomar una sopa de piedras que comer alguno de esos platos extravagantes.

Casi sin darse cuenta del trascurso del tiempo, los dos llegaron hasta la montaña en donde estaba aprisionado Globgor. Antes de acercarse más, Marco decidió ir a echar un vistazo para comprobar que no hubiese enemigos, pero Eclipsa lo detuvo, y decidió usar el ojo que todo lo ve para comprobar ella misma que no hubiese nadie. Una vez que declaró la zona como segura, se adentraron.

Aquel lugar era húmedo, frío y, sobre todo, oscuro. Fue necesario encender una luz mágica antes de proseguir. Ahora podían ver, sin embargo, aquella cueva era como un laberinto, tenía varios caminos a seguir, había caídas en varias partes, y si pisabas en un mal sitio podrías acabar destruyendo el suelo bajo tus pies. Pero Eclipsa se movía con confianza, segura a dónde ir y en dónde pisar. Marco procuró no distraerla para que los guiase bien. Pese a estar tan concentrada en su tarea, la mujer echaba una mirada atrás de vez en cuando para comprobar que su compañero estuviese bien.

Y así llegaron hasta una enorme entrada que los dejaba en una parte bastante grande. La luz se reflejó por un momento, y Marco se cubrió los ojos. Cuando se adaptó a ello, vio que el reflejo había sido provocado por el reflejo en el enorme cristal que se alzaba delante de ambos. Allí, aprisionado en cristal y rodeado por la roca de la montaña, se encontraba Globgor, grande e imponente.

— Hemos llegado —dijo la mujer, casi en un susurro lleno de anhelo y alivio.

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Bien, a partir de aquí creo que dejaré de poner los comentarios del escritor. Los motivos son dos: el primero, porque la historia tomará cierta seriedad a partir de ahora; y el segundo, porque se me está haciendo algo pesado pensar en algo mínimamente divertido en cada capítulo teniendo en cuenta la seriedad que están tomando.

Sin más que añadir, los dejo con la coletilla del final.

Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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