Veintiuno

—Julia, ¿estás ahí? —me preguntó Sandra, haciéndome volver a la realidad.

Parpadeé varias veces, sentada en el sofá de la casa de Andrea, y centré la atención en mi amiga, que me estaba contando no sé qué de un tío con el que se había liado unos días atrás, pero hacía rato que había dejado de prestarle atención, y me cuando me di cuenta me sentí muy mala amiga.

—Joder, lo siento —contesté, medio aturdida—. ¿Por dónde ibas?

—El resumen es que el tío ese no sabía usar las manos como Dios manda —me explicó—. ¿Dónde tienes la cabeza?

¿Dónde la voy a tener?, le pregunté mentalmente, con más sarcasmo del que me habría gustado, pero no había profundizado con ella en el desastre mental que tenía desde que había visto a Max porque no quería ser pesada con ese tema.

—Perdona, estaba distraída —me disculpé.

Sabía que Sandra no iba a tomarse mal que me distrajera mientras me contaba sus aventuras, entre otras cosas porque ella también lo hacía a menudo, pero eso no quitó que me sintiera mal.

—Está pensando en Max —concluyó Andrea, que seguía teniendo su película mental en la que Max y yo, al final, éramos felices y comíamos perdices.

—No estaba pensando en él —mentí.

—¿En Fede? —inquirió Andrea.

—Hay más cosas a parte de hombres en mi vida —rebatí, porque era verdad, aunque en ese momento estuviera pensando en un hombre. Decidí cambiar de tema, porque no quería entrar en el ciclo infinito de mis dudas con respecto a mi vida amorosa—. Y, ¿qué tal con Aitor? Sigo sin entender qué pasó con Nico.

Andrea procedió a explicarnos el complicado proceso mental por el que había pasado para decidir que Nico y ella no estaban destinados a estar juntos, y esta vez me centré en prestar atención, aunque las imágenes de Max entrando en la sala de urgencias del hospital, una semana antes, no dejaban de reproducirse en mi cabeza. El condenado estaba tan guapo como siempre, con el pelo algo más corto y un poco más moreno, lo que le daba incluso más encanto.

Había ido a ver a Miriam a casa de sus padres un par de veces desde entonces —en una ocasión con Sandra—, e incluso había conocido a su madre, que tenía los ojos claros como su hijo mayor. Pilar —la madre— me había agradecido mil veces que ayudara a su hija, y la verdad es que me había caído muy bien. Max no estaba en casa ninguna de las dos veces que había ido, y en el fondo lo prefería así. Si con solo verlo una vez mi mente ya me estaba torturando, no quería ni imaginarme cómo sería si lo viera más. Necesitaba distraerme. Me estaba rayando por tonterías.

—¿Queréis salir esta noche? —propuse cuando hacía ya un rato que no hablábamos de nada en concreto—. Todavía no hemos celebrado que hemos terminado los exámenes.

Así que salimos de fiesta. Y bailamos, nos abrazamos, bebimos bastante y nos reímos muchísimo. Apenas pensé en lo que llevaba días preocupándome, solo me centré en pasármelo bien con mis amigas. Fue un alivio, la verdad, como un descanso de todas las preocupaciones. No ocurrió nada destacable, pero para eliminar el estrés y dejar de pensar me fue maravillosamente. Terminé volviendo a casa a las seis de la mañana, y me quedé dormida en cuanto toqué la cama.

—Alguien tiene resaca —observó Adri con una sonrisa divertida cuando entré a trabajar, con las gafas de sol puestas y el pelo recogido de cualquier manera.

—Solo un poco —mentí con una sonrisa, y Adri rió.

—Mientras no te me mueras aquí en medio, no hay problema —contestó.

Empecé la jornada laboral con poquísima energía y mirando al reloj constantemente. No me encontraba mal, pero el haber dormido en un horario tan distinto al habitual me había dejado descolocada, y estaba cansada.

—Voy a ir con Pablo a hacer birras cuando salga, ¿te apuntas? —me propuso Adri, refiriéndose a un chico de su grupo de amigos con el que había coincidido varias veces.

Me quedé pensando unos segundos, buscando excusas para decir que no, pero pronto me di cuenta de que ni siquiera sabía por qué no quería ir, solo estaba acostumbrada a declinar sus ofertas. No tenía clases al día siguiente, ni exámenes, ni nada, así que ¿por qué no?

—Claro —contesté, encogiéndome de hombros.

—¿Me has dicho que sí? —Se llevó una mano al pecho como si estuviera en shock—. Creo que me voy a desmayar.

Lo miré como si fuera imbécil, pero no pude ocultar una sonrisa.

Contemplé el hecho de que Max pudiera aparecer por ahí, pero también descarté ese pensamiento porque tenía que dejar de no ir a sitios y de preocuparme por no verlo. Compartíamos amigos y vivíamos en el mismo barrio; algún día íbamos a encontrarnos, e iba a estar bien. Tenía que dejar de permitir que me afectara tanto.

En cuanto la tienda estuvo cerrada, poco antes de las nueve y media, caminamos hasta una plaza cercana con varios bares, y Pablo ya nos esperaba en la terraza de uno de ellos.

—¡Pero si ha venido Julia! —exclamó al vernos.

—Oye, ni que fuera algo tan raro —contesté, sentándome a su lado.

Pablo me miró con una ceja levantada.

—Si empezaba a creer que nos tenías miedo o algo así —dijo, y solté una carcajada.

—Solo un poco —bromeé.

Me pedí una clara y ellos una mediana cada uno. Adri empezó a contarnos, para variar, lo que le estaba haciendo a su coche, y aunque no entendí ni la mitad, al menos parecía que Pablo tampoco. Adri era una de esas personas tan transparentes que te lo cuentan todo de su vida, aunque sean conscientes de que no les sigues la corriente, la mayoría de las veces porque ni siquiera sabes de qué habla.

—¿Y los demás? —preguntó Pablo justo después de que le trajeran la segunda cerveza.

—Max tiene no sé qué con su familia —contestó Adri—. Una cena, creo. Albert está liado currando hasta las mil, y Miguel... No tengo ni idea de dónde está Miguel. A lo mejor se ha muerto y no nos hemos ni enterado.

Pablo rió y yo sonreí, terminándome la clara de un trago.

—Oye, ¿dónde está Raquel? —me dio por preguntar, ya que hacía días que no la veía por la tienda.

—Trabajando muchísimo —contestó Adri—. Está de muy mala leche últimamente, pero no la culpo. Solo temo por mi vida, eso es todo.

—Creo que todavía no sé exactamente de qué trabaja —comenté, ya que no me sonaba haber hablado el tema con ella. De hecho, cada vez que había salido el tema me había dicho que no tenía ganas de hablar del trabajo, que estaba harta.

—Trabaja en una agencia de viajes —respondió él—, y ahora que es verano están saturados.

—Suena a putada —dije, y los dos chicos asintieron con la cabeza.

Pablo se encendió un cigarro, y me recordó a Sandra. Se me ocurrió que, ya que vivía prácticamente al lado de esa plaza, a lo mejor quería pasarse, así que le mandé un mensaje invitándola, y a los pocos minutos contestó diciendo que se vestía y venía.

—¿Queréis jugar a cartas? —propuso Adri de repente, estirándose hacia atrás con los brazos levantados antes de volver a sentarse bien.

—Claro —asentimos Pablo y yo a la vez.

Pedimos la baraja de cartas que sabíamos que siempre había en el bar y empezamos a jugar al póquer —cabe decir que ninguno de los tres sabíamos jugar, hasta el punto en que tuvimos que buscar las reglas en Internet— pero nos cansamos pronto y pasamos a jugar al mentiroso.

—Pero, ¡serás mentirosa! ¡Embustera, farsante! —me estaba gritando Adri cinco minutos más tarde, cuando había ganando la primera partida con una mentira.

—El juego va de eso —le recordé, y me miró con odio fingido justo antes de que su mirada se desviara hacia detrás de mí.

—¡Pero mira quién ha decidido venir! —exclamó, dando una palmada.

Ni siquiera me giré porque asumí que sería Sandra, seguí mezclando las cartas para jugar otra partida y, cuando escuché la silla de mi lado moverse, volteé la cabeza ligeramente para encontrarme que no era Sandra, ni de lejos.

—Hola —me saludó Max casualmente, y me quedé callada mientras se sentaba a mi lado.

Diez segundos. Diez segundos llevaba Max ahí, y ya empezaba a parecer tonta. Genial.

—¿Cómo es que has venido? —pregunté con una sonrisa muy bien fingida. Que no es que estuviera sufriendo ni nada, no me costó sonreír, solo que no me esperaba que fuera él, estaba sorprendida y no quería que se notara.

—Pensaba que no podría venir porque mis padres querían ir a cenar fuera, pero al final se han rajado, así que aquí estoy —contestó, y miró el montón de cartas—. ¿Póquer?

—Lo hemos intentado pero se nos da como el culo, así que estamos jugando al mentiroso —le explicó Adri—. Ve con cuidado: Julia miente que da miedo.

Ni siquiera barajé la posibilidad de que estuviera mandándome una indirecta porque, como ya he comentado, Adri era una persona muy transparente. Si quería decirte algo, te lo decía sin tapujos. Además, yo ni siquiera tenía fama de mentirosa, simplemente era muy buena en ese juego.

—Eres muy mal perdedor —contesté con una sonrisa malvada, y me miró fingiendo asco.

—Esta vez ganaré —sentenció con seguridad, y me reí antes de empezar a repartir las cartas.

Miré a Max.

—¿Juegas? —le pregunté.

Max sonrió, mirándome con la curiosidad de siempre, como si no conociera ya cada centímetro de mi cuerpo.

—Claro —dijo.

Sandra llegó cinco minutos más tarde y, aunque yo lo noté porque la conocía casi más que a mí misma, disimuló muy bien el asombro al ver a Max ahí. También hizo un buen trabajo intentando que no se notaran las miraditas de morbo que me iba dando de vez en cuando.

También terminó viniendo Raquel, que al parecer había tenido que hacer horas extra trabajando desde casa y estaba tan harta de estar encerrada que necesitaba salir.

—¿Adónde fuisteis ayer? —nos preguntó Adri cuando ya íbamos por la tercera partida de cartas, refiriéndose a cuando salimos de fiesta.

—Razz —contestamos Sandra y yo a la vez. Nos miramos con una sonrisa, y Sandra prosiguió—. Donde siempre, vamos.

—Hace siglos que no voy a Razz —dijo Raquel—. ¿Vamos este finde? Por un par de días que no trabajo, quiero al menos pasármelo bien.

—A mí me va bien. —Me encogí de hombros, organizando las cartas que Max acababa de repartir.

—Yo me apunto —dijo Max.

—Me uno —murmuró Pablo distraídamente.

—Yo creo que ni siquiera tengo opinión en este asunto, pero voy —dijo Adri, mirando a su novia con una sonrisa.

—Pues yo también, ¿por qué no? —Sandra fue la última en unirse al plan.

Una hora más tarde y con un plan para salir el sábado, la gente empezó a retirarse. Primero fueron Adri y Raquel, luego Sandra, y finalmente nos levantamos los que quedábamos para irnos.

—Nos vemos. —Pablo acompañó sus palabras con un gesto de despedida con la mano, yendo en dirección contraria a la que yo iba, y a la que Max, teniendo en cuenta que ya sabía donde vivía, iba a ir.

—¿Vas para allá? —me preguntó él, señalando la dirección a la que él iba.

—Sí. —Asentí con la cabeza, y Max me dio una de esas medias sonrisas suyas tan irresistibles.

Caminamos juntos durante un buen rato, en un silencio que me gustaría poder decir que era cómodo, pero no lo era en absoluto. Estaba pensando constantemente en algo que decir para romper el hielo, algo despreocupado, alejado de lo que había pasado casi un año atrás.

—Gracias por ayudar a mi hermana —dijo él de repente—. De verdad. No sé qué habría pasado si no hubieras estado ahí para ella.

—No iba a dejarla sola, y menos tratándose de algo así —contesté—. ¿Habéis hablado de ello?

—Le está costando, pero sí, más o menos —respondió—. Sigue sin querer poner una denuncia, pero al menos ha accedido a ir a un psicólogo.

—Tampoco se la puede presionar —dije, refiriéndome a lo de la denuncia.

¿Que el malnacido del ex de Miriam se merecía una multa, la cárcel y todo lo malo que pudiera pasarle? Sí, pero no se podía obligar a Miriam a pasar por todo el proceso de denuncia y juicio, y menos con lo destrozada que la había dejado todo aquello.

—Ya. —Suspiró.— ¿Sabes? Me jode no haberme dado cuenta antes. Lo tenía ahí, delante de mí, y me pensaba que era un tío decente.

—Esto no es culpa tuya —lo corté—. La única culpa la tiene él.

Max asintió con la cabeza y volvió el silencio, otra vez. No quise dejar de hablar con él; quería saber cosas, saber cómo estaba... Joder, llevaba un año sin verlo.

—¿Cómo están Ellie y Hayes? —le pregunté.

—Lo dejaron hará un par de meses —contestó, y debo admitir que me sentó mal. No por nada, sino porque parecían la pareja perfecta... Aunque supongo que visto desde dentro, nada es perfecto.

—¿Y eso? —inquirí.

—No lo sé muy bien. —Se encogió de hombros.— Llevaban semanas discutiendo mucho, y supongo que decidieron que no merecía la pena seguir estando juntos. Se llevan bien, por eso. Sigo viendo a Ellie de vez en cuando.

—Bueno, dentro de lo que cabe tampoco está mal —contesté.

—Y tú, ¿cómo estás? —me preguntó—. Dice Miriam que estás haciendo Enfermería. Así que al final entraste.

—Sí. —Sonreí— Me pegué una maratón de estudiar durante todo el agosto y conseguí una plaza. Lo demás muy bien, también. ¿Cómo va tu proyecto?

—Ya está terminado —contestó—. Ahora he querido tomarme unas vacaciones, y en septiembre vuelvo a trabajar en algo parecido.

—¿No te aburre?

—A veces sí, pero en general me gusta bastante —dijo, y se rascó la nuca, mirándome con precaución—. Oye, Julia... ¿Estamos bien? Es decir, puede que no sea nada, pero te noté un poco incómoda el otro día, en el hospital...

—Claro que estamos bien —contesté rápidamente—. ¿Por qué no íbamos a estarlo?

Acompañé esa última pregunta con una suave carcajada, como si sus suposiciones me parecieran algo surrealista, porque no quería que se pensara que estaba siendo sarcástica —que no era el caso—.

—No lo sé, con lo que pasó ahí, en Auckland... —respondió.

—¿Te arrepientes? —No sé de dónde diablos salió esa pregunta, ni por qué creí que era una buena idea hacerla, pero ya no podía deshacer esa acción.

Max me miró con el ceño fruncido.

—No, claro que no —dijo—. ¿Tú te arrepientes?

—No —contesté, negando con la cabeza.

Justo en ese momento llegamos a mi portal y me paré.

—Vivo aquí —expliqué.

Max se paró delante de mí y se me quedó mirando. Por un instante casi creí que iba a besarme, pero agradecí que no lo hiciera. Es decir, me habría encantado, pero solo habría complicado más las cosas.

No iba a negarlo: me habría gustado mandarlo todo a la mierda, invitarlo a subir a mi casa, y que pasara lo que tuviera que pasar. Había varios problemas en eso que parecía tan fácil, sin embargo, entre ellos el de que se iba en menos de tres meses y que yo me habría quedado ahí, en Barcelona, sin poder dejar de pensar en él... otra vez. Ah, y además de eso que estaban mi padre y mi hermana en casa, y habrían hecho preguntas. Tampoco es que quisiera follar en casa con mi familia a una pared de distancia, la verdad.

En fin, que era una pésima idea.

—¿Nos vemos el sábado? —preguntó.

—Nos vemos el sábado. —Asentí.


________

Hellooooo

No he revisado el capítulo porque no lo hago casi nunca xd y porque estoy cansada, y en fin, que si veis incoherencias o algo raro solo avisadme jajajaja.

Estoy subiendo bastante seguido (teniendo en cuenta que suelo subir cada diez siglos), y me haría muy feliz que votarais y comentarais, si os gusta, porque cuando termine la novela quiero mandarla a editoriales, y cuanta más participación de las lectoras, más visibilidad tendrá dentro de la plataforma, y eso siempre ayuda mucho.

Un besi,

Claire

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top