Capítulo Once
William no podía más.
Jeremy lo había retenido toda la noche, estaba nervioso porque quería acercarse a Victoria e intentar reconciliarse con ella de alguna manera. Y él, como fiel y buen amigo, a pesar de que sólo era capaz de oír la mitad de lo que le decía, permaneció a su lado.
Pero su cabeza, al igual que durante los últimos tres días, estaba plenamente centrada en la causa de sus desvelos nocturno, su continua inquietud y su mal humor; Amberly.
Nunca supo en que momento la muchacha se había convertido en una obsesión para él. Probablemente desde la primera vez que la vio. Pero si algo había hecho aumentar sus sentimientos sin duda habían sido esos últimos días sin ella, pues saber como era tenerla en su vida provocaba que todo lo anterior le pareciera... no malo pero... insuficiente.
Nunca entendió como aquella noche se dio contenido tanto; desde el momento en que la vio con aquel precioso vestido blanco, que la hacía parecer un ángel, en lo único que podía pensar era en llegar a ella, hablarle, saber si todo seguía bien, volver a ganarse su aprecio y atención.
Pero en su lugar tuvo que observar como ella bailaba con uno, con otro, les sonreía y en ningún momento giraba su cabeza hacia él.
Su orgullo se dañó tanto por ello que, si no hubiera tenido que estar con Jeremy, pensó, tampoco se hubiera acercado a ella. De hecho ya no le apetecía, decidió en cierto punto de la velada.
Y casi se lo creyó.
Hasta que, mientras bailaba con Victoria, vio como Amberly salía de la pista con aquel tipo con el que la había pillado paseando y con el que la había visto bailar demasiadas veces.
Y no volvía.
No le dijo nada a Jeremy, suficientemente ocupado estaba él corriendo detrás de Victoria hacia el balcón.
Además, el mal presentimiento que lo embargaba hizo que las formas se le olvidasen; debía ver a Amberly, tenía que saber si estaba bien.
Así que, sin dilación, fue hacia donde los había visto dirigirse; la biblioteca. Y si antes ya sentía un tremendo desasosiego, este sentimiento no hizo sino incrementarse cuando atisbó a aquel hombre, que al principio de la fiesta había visto hablando en una esquina del salón con el padre de las hermanas Adams, haciendo guardia delante de la puerta.
Algo andaba mal, muy mal.
Su parte humana se desvaneció en ese instante sin poder evitarlo y el militar en él tomó el control de la situación. Debía actuar, rápido y sigilosamente. Si estaba pasando lo que de verdad pensaba que sucedía, nadie debía percatarse de nada.
Así que más rápido de lo que nunca se había movido, William fue hasta el área de servicio que sabía que tenía una puerta, oculta a simple vista, que conectaba con la biblioteca.
Y sin ser visto, ni escuchado, entró.
La estancia estaba hecha un caos. Libros tirados, mesas volcadas y... trozos blancos del vestido de Amberly... el corazón se le paró.
Y entonces los vio.
Y perdió el control.
De un minuto a otro, aquel tipo pasó de estar arrinconándola en una esquina, sujetándole los brazos con una mano y tirándole del pelo con la otra, atrayéndolo hacia sí para besarla, a estar tirado en el suelo, con la nariz rota.
Pero William no se detuvo ahí, oh no.
Al golpe en la nariz le siguió otro en la boca, con la que había intentado besarla, y un pisotón que hizo crujir más que un hueso en cada una de las manos con las que había intentado tocarla y... y hubiera seguido. Dios sabe que lo hubiera hecho, especialmente con aquellas partes de su sucio cuerpo que se habían atrevido a...
Pero entonces la sintió, su suave y temblorosa mano, que delicadamente acarició la suya.
William miró a Amberly, con el vestido destrozado, el recogido de su pelo medio deshecho, los ojos anegados en lágrimas y todo su cuerpo agitado, suplicándole piedad con la mirada.
Piedad por aquel tipo, a pesar de lo que había intentado hacerle.
Quería matarlo.
Pero no lo haría. No delante de Amberly. Así que conteniéndose lo mejor que pudo, le dio un apretón en la mano para infundirle tranquilidad y a continuación, cogiendo a aquel sujeto de los pelos, lo puso de pie.
Fue brutal e implacable; pero si Lord Bolton tuvo miedo de sus acciones, no fue nada en comparación a sus palabras mientras lo empujaba fuera de la habitación a los brazos de su compañero.
A ninguno de los presentes, tras todo aquello y las palabras que dijo el duque, les quedó duda; lo que allí había estado a punto de pasar y lo que pasó, allí se quedaría.
Cuando la puerta se cerró el duque se quedó unos instantes mirándola. Un pétreo silencio embargó la estancia.
William temía lo que se encontraría cuando se diese la vuelta. Había perdido por completo el control como nunca antes y tras toda aquella brutalidad... ¿y si ella comenzaba a mirarlo a él con ese miedo con el que, hacía tan solo unos minutos, había mirado a aquel tipo?
Pero cuando al fin comprendió que se estaba comportando como un estúpido y reunió el valor para girarse, lo único que encontró fue una aterrada Amberly, que se abrazaba a sí misma intentado mantener el poco calor que le quedaba en el cuerpo y lo miraba suplicante, temerosa de ser juzgada por él debido a todo lo que había pasado.
William la observó uno segundos, sintiendo como su aterrada mirada le encogía el corazón y después, sin ni siquiera preguntarse a donde se había ido su autocontrol desde que entró en aquella sala, se acercó a ella, le acarició suavemente su hermoso rostro con la mano y la cubrió con su chaqueta.
-¿Estás bien?- ella asintió, sin mirarlo. Él le cogió la cara entre las manos, suavemente- ¿Segura?- ella volvió a asentir, en silencio.- ven, vamos a sacarte de aquí.- le dijo mientras le pasaba el brazo sobre los hombros y la guiaba fuera de aquella estancia.
-Llevo unos días durmiendo aquí... mi habitación es la última del pasillo de la segunda planta.- William asintió y la dirigió hacia allí, sintiéndose, además de un bruto, un monstruo y un estúpido, un imbécil.
No había contestado a sus cartas porque no estaba en su casa.
Un fuerte temblor la sacudió mientras subían las escaleras, las piernas le fallaban. William, sin decir nada, la cogió en brazos y una vez en su habitación, la dejó en la cama y se dirigió a la puerta, para cerrarla con llave.
Cundo se volvió de nuevo hacia ella, Amberly ya estaba de nuevo de pie, al lado de la ventana, que había abierto, agarrándose el estómago con una mano, intentando respirar.
En un parpadeo él volvió a su lado.
-Amberly, mírame.- le dijo, pero ella no lo escuchaba y, poco a poco, fue perdiendo las fuerzas hasta acabar sentada en el suelo. Él, sin inmutarse, se sentó a su lado y después, con delicadeza, tomó su rostro de nuevo entre sus manos y la hizo mirarlo.- Amberly, estás sufriendo un ataque de pánico, es normal que no des respirado. Sé que parece un ataque al corazón, pero te prometo que no lo es. Mírame. No pienses, sólo mírame. - Ella lo hizo, lo miró. Su ojos estaban, de nuevo, llenos de terror.-Dime cuatro cosas que ves.- Amberly no fue capaz de contestar, pero William insistió.- Amberly, mírame. Soy William y estamos los dos solos. Confía en mí. Dijiste que querías ser mi amiga, y los amigos confían los unos en los otros, así que hazme caso. Dime cuatro cosas que ves. - repitió él mientras acariciaba suavemente unas de sus mejillas con su pulgar.
Otro escalofrío volvió a recorrerla.
-Una... puerta...un...- cada palabra se le atragantaba en la garganta pero, poco a poco, fue enumerándolas. Después, William le pidió que dijera cuatro cosas que daba tocado. Ella, poco a poco, mientras él le quitaba las pocas horquillas que le quedaban a su pelo y, suavemente, deshacía los nudos que la pelea había formado, las fue citando.
Cuando acabó, él le volvió a pedir que repitiera ambas listas otra vez, y otra vez, y otra vez mientras él, en silencio, se levantaba, cogía un pañuelo de mano que encontró en su mesilla de noche, lo mojaba en la palangana y volvía a su lado. Allí, con delicadeza, se lo pasó primero por una mano y después por la otra, su cuello y finalmente su rostro, siendo especialmente cuidadoso con la zona de la barbilla donde tenía la pequeña herida que aquel desgraciado le había causado.
Finalmente, la respiración de Amberly se calmó y ella, cansada, acabó rindiéndose y cediendo a sus tranquilizadores cuidados, apoyándose sobre su hombro.
William, al verla por fin más tranquila y a pesar de no sentirse aún del todo bajo control, se relajó también y, mientras con una mano la sujetaba contra sí, con la otra acariciaba suave y tranquilizadoramente su largo, y ahora completamente suelto cabello.
-Ya está.- le dijo mientras alzaba sus dos manos y se las besaba.- ya está- repitió mientras volvía a acariciar su mejilla y depositaba un suave beso en ella.
William no sabía que le pasaba, estaba completamente fuera de sí. Lo único de lo que era consciente era de que quería consolarla, protegerla de que nada como aquello volviese a pasarle y de que, ahora que sabía lo que era tenerla entre sus brazos... no quería que volviera a irse nunca de allí.
En otro momento Amberly hubiera saltado de alegría, pero estaba tan ensimismada en sí misma y lo que su ingenuidad había provocado que no era capaz de racionalizar lo que estaba pasando; su mente se había quedado atrapada en el horror de hacía unos minutos.
-Soy una estúpida. - le dijo ella interrumpiendo el prolongado silencio que ambos habían compartido.- Una completa y absoluta estúpida. Era perfectamente consciente de que no debía salir del salón con él, lo era. Y aún así lo hice y... y todo ¿para qué?- prosiguió ella frustrada.- Para nada, porque sabía que, en el fondo, él no iba a ser mi "él" y aún así... no supe tener paciencia porque...- Amberly torció la cara y perdió su mirada en la pared.- estoy tan harta- reconoció en un desolador susurro. Lágrimas, esta vez de rabia, volvían a derramarse por su rostro- tan harta de esperar... tanto. Y de soñar, y de que todo el mundo siempre lo consiga todo y yo...- sus propios sollozos la interrumpieron.- y yo, mientras, tenga que sonreír y ser feliz por los demás, y alegrarme por ellos, tanto si lo merecen como si no cuando, con mi ayuda, consiguen lo que yo más anhelo y a mí se me sigue negando. Y si al menos las otras partes de mi vida estuvieran bien... si pudiera esperar pacientemente a que llegase alguien, si tan sólo tuviese más tiempo para... pero no lo tengo, y mi vida... mi vida es un absoluto y completo caos.- le confesó con amargura- y aun así lo intento, de verdad que trato de ser feliz, y lo soy, la mayor parte del tiempo lo soy, pero a veces... hay otras veces que.. que me siento tan.. tan... .- el corazón de William se encogió al ver como toda su cara se contraía de dolor.-sola.-dijo al tiempo que alzaba los ojos al cielo, buscando la respuesta a sus plegarias no contestadas.- Y no quiero... no quiero....yo sólo... sólo quiero...
William no pudo evitarlo, se levantó nervioso.
Sus palabras le atravesaban como dagas el corazón. No sólo porque era Amberly y verla sufrir lo mataba. Sino porque, en aquel momento, ella dejó de ser una ilusión, un ser idealizado e inalcanzable al que había puesto en un pedestal, para convertirse en una persona. Un alma vulnerable que, sin temor, se había abierto ante él y le había dejado verla a ella, su ser, por completo. Y la totalidad de su bondadosa alma lo abrumó, especialmente cuando, al oír como expresaba con palabras lo que su corazón llevaba años callando comprendió que, si su alma había nacido para ser comprendida por alguien, era por la de ella.
Por no hablar de la culpabilidad que lo había embargado cuando comprendió que, aún sufriendo lo que él, ella había tomado un rumbo diferente y se había volcado en los demás en lugar de encerrarse en sí misma y resentirse con el mundo... y lo había hecho con una sonrisa en el rostro.
El mundo no se merecía a Amberly.
Y mucho menos lo hacía él.
-Lo... lo lamento- dijo ella mientras se ponía de pie.- no paro de entretenerlo diciendo sandeces.- afirmó con una sonrisa triste en el rostro mientras se quitaba su chaqueta y se la devolvía.- Debo de parecerle una tonta y mal agradecida, pero no lo soy, de verdad que no. Aunque me queje, sé que soy afortunada, que tengo a mis hermanas y que en verdad eso es todo lo que debería importarme. Y también sé que... bueno, míreme, aunque tuviera todo ese tiempo por el que clamo las posibilidades de que alguien se fijase en mí, que me escogiese, serían casi nulas. Siendo realista, que encuentre a estas alturas un pretendiente adecuado es casi imposible.- le dijo entonces ella con indolente convicción.- soy la tercera hija sin dote de un conde en ruina que recopila escándalo, tras escándalo. Es un milagro que Cristal se casase. Tengo fe en Victoria porque bueno, a Jeremy no le importan esas cosas. Pero Marlene y yo... cuanto antes lo aceptemos mejor.
Sus palabras fueron firmes y decididas, pero al duque no le pasó desapercibida la nota de melancolía que ella ni si quiera se había esforzado por ocultar.
William, con determinación, caminó entonces hacia ella. Su corazón le pesaba. Quería contradecirla, decirle que no era cierto, que tuviese paciencia. Pero no sería justo, no sabiendo que lo que decía era verdad y que sus posibilidades matrimoniales, tal y como le había expresado su madre con tanta dureza y honestidad hacía poco tiempo, eran casi nulas.
Su garganta se cerró en un nudo, aquello era tan injusto.
Cuando llegó a su lado, Amberly sonrió, se puso de puntillas y beso su mejilla, aquella en la que tenía su fea cicatriz. Después, cogió sus magulladas manos y, para su sorpresa, se las besó también.
-Gracias, le debo todo, como ya es costumbre.- ¿ella a él? pensó confundido mientras la observaba con tristeza.- no me mire así por favor.- le rogó ella.- no desperdicie su lástima en mí, no es necesario, de verdad, la situación no es tan terrible. No niego que siempre me quedará la espinita de qué es el amor y de qué se siente con un beso clavada en el pecho, pero he aprendido la lección, y ahora prefiero quedarme con la duda eternamente a experimentarlo con... un ser como ese.- dijo mientras soltaba una pequeña risilla que no le llegaba a los ojos.- además, resignarse no implica perder la esperanza, y eso es algo que, aunque quisiera, nunca podría hacer.- afirmó con decisión.- y ya sabe lo que dicen; de sueños también se vive. Yo lo he hecho todos estos años... seguro que puedo seguir haciéndolo...- otra triste sonrisa volvió a formarse en su rostro.- un poco más.
No, pensó William, negándose a seguir escuchándola.
No.
Aquello no podía terminar así.
No podía hacerlo.
Amberly no se merecía eso. No se merecía lo que le había pasado esa noche, no se merecía el padre que le había tocado, no se merecía vivir en el escándalo y la pobreza y mucho menos se merecía conformarse a vivir sin amor y sin ni siquiera saber lo que era un beso, uno de verdad.
Esto no podía acabar así.
No podía hacerlo.
Si había alguien que había nacido para ello, para amar y ser amada, sin duda esa era su Amberly.
Tenía que hacer algo.
Tenía que hacerlo.
-¿Lord...?- lo llamó ella, confundida ante como él se había quedado observándola intensamente y en silencio, encerrándose en sí mismo y dejándola fuera de nuevo, como era habitual en él, mientras la miraba con aquellos impenetrables ojos suyos que tanto la intimidaban.
Pero William no la oyó, no podía, la intensidad de lo que sucedía en su interior en aquel momento se lo impedía; su corazón había ganado la batalla contra su mente.
Y tomado, como victoria, tres resoluciones sin escucharla.
La primera de ellas, que ese no era el final.
La segunda, que debía lograr que Amberly cumpliese sus sueños y experimentase ese amor que tanto deseaba.
Y la tercera, que Dios lo perdonase, era que no tenía sentido seguir negándose a sí mismo; William no solo quería que ella viviera todas aquellas cosas.
Quería que las viviese con él.
Y como allí donde habla el corazón de nada sirve que la razón contradiga, sin poder ni querer evitarlo, con los sentimientos a flor de piel y roto por dentro, el duque, por primera vez en su vida, se rindió ante sí mismo e hizo aquello que llevaba queriendo hacer desde el primer momento en que la vio.
La cogió entre sus brazos y la besó.
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