CAPITULO 17


YO
Oh Jesús.
¡Herónimo, viene para mi departamento!
Estuve como una idiota, sonriendo mirando el techo y él viene en camino.
Me levanto de un salto de la cama y corro al baño.
Y me miro al espejo.
Carajo.
Mi rostro es un desastre y mi pelo no se queda atrás, gracias a la humedad de esta lluvia.
Me lavo la cara, secándola ligero.
¿Algo de maquillaje?
Niego.
No.
Soy un desastre en ello y queda muy obvio.
Me conformo, pellizcando mis mejillas por algo de color natural.
Cepillo mi pelo alisándolo lo mejor que puedo y lo recojo con mi "llego tarde."
Me dirijo al comedor al escuchar sonar un sms desde mi celular, mientras busco con que atar mi pelo.
Miro desesperada para todos lados, encontrando un lápiz sobre la mesa mientras me fijo en mi teléfono que quedó en el sofá con mi cartera.
" Abre la jodida puerta, está condenadamente lloviendo"
¿Eh?
Es un número que no tengo registrado.
Y siento el portero eléctrico de mi departamento al mismo tiempo.
¿Ya, está aquí?
Salto del sofá en dirección al teléfono de pared de entrada del edificio.
- ¿Quién es? - Pregunto.
- Te dije quién era. Abre la maldita puerta, que llueve como si fuera la última vez...
El dulce Herónimo.
Si, como no.
Ruedo mis ojos sin poder evitar reír, apretando el botón de ingreso de la puerta.
Lo dejaría mojarse por cabrón, pero lo quiero.
Sip.
Lo dije.
No me pregunten como, pero siento cosas por este hombre tan hermoso como extraño.
Tocan la puerta y la abro encontrando un Herónimo de gabardina, traje gris oscuro y cabellos totalmente empapados.
En todo su rostro, le recorren gotas y gotas de agua.
- ¿Llueve mucho? - Pregunto y juro que fue con sinceridad, apoyándome en la puerta.
Lo necesitaba.
Ya que.
Era capaz de abalanzarme sobre él y lamer cada bendita gota, que corría por su rostro.
- Simpática... – Gruñe y me mira de arriba abajo con su sonrisa de lado.
Mierda.
Y siento mis mejillas arder por su recorrido visual.
- ¿Puedo entrar? - Dice temblando.
- Dios, Hero... - Chillo, tirando de su brazo hacia dentro. - ...debes estar con frío, perdona. Traeré unas toallas. - Le señalo mi sofá. - ¿Quieres sacarte todo? - Toso. - Quiero decir...el abrigo y el saco. Estás todo moja...do... - Tartamudeo.
Me arquea una ceja.
Mierda, mierda y mierda.
Porque sueno, como una maldita pervertida.
Se sonríe meneando su bonita cabeza mientras se saca los lentes y señala la mesa del comedor.
- ¿Puedo? - Mierda, con esa voz que tiene.
Levanto mi brazo, nerviosa.
- Claro...ponlos donde quieras... - Me aclaro la garganta. - ...siéntete cómodo, por favor...
- ¿Segura?
Y que Dios, me ayude.
Inclina apenas su cabeza hacia mí, entrecerrando sus ojos color oscuridad.
De esa forma tan suya cuando me lo dice, que tengo que apretar los dedos de mis pies para que sostenga mis piernas que amenazan con hacerse blanditas por esa voz que susurra y acaricia.
Y ahí va con eso.
Otra palabra, malditamente sexy.
Estamos a cuatro pasos de distancia y todo él, me atrae y absorbe.
La profundidad de su mirada.
Su tono provocativo.
El calor que irradia su cuerpo, pese a estar todo empapado y el delicioso aroma de su piel, mezcla con su perfume importado.
Me había seducido por completo.
Él era mi droga.
Señalo la puerta de mi habitación trastabillando, cuando doy unos pasos hacia atrás.
Ya que, necesito urgentemente alejarme.
- Voy...por toallas... - Corro hacia el baño sin esperar su respuesta.

HERÓNIMO
Mando a Collins de vuelta al Pen como a Grands, que está del otro lado de la calle en su Jeep negro, frente al edificio de Vangelis vigilando.
Sé, que no le gustó ni mierda mi orden.
No le gusta dejarme solo y sin ningún tipo de seguridad y aunque siento desde el asiento del conductor su desacuerdo, más después de la reunión con Millers y su noticia.
Pero con una bajada de cabeza, acata mi orden.
Se hace lo que yo digo.
Punto.
Me considero un imbécil sin sentimientos, pero no tanto como para dejarlos en el coche toda la noche y bajo esta fuerte tormenta que jura nunca acabar.
Y carajo.
Llueve torrencialmente.
Debería estar en el Pen relajado y descansando para la pelea de mañana.
El Polaco daría un grito en el cielo si me ve en este preciso momento.
No dormir tarde, no sexo y no mujeres.
Ruedo mis ojos.
Como si, nunca lo hubiera hecho a esto antes.
¿La diferencia?
Que ahora estoy nervioso.
Créanme.
Exhalo ruidosamente mientras le mando un mensaje de texto, tratando de sacar toda esa sensación que me invade de saber que voy a verla y eso, aprieta mi pecho.
Busco su piso y número de departamento tocando el botón, contestando rayo del otro lado quien es.
¿Quién es?
¿QUIÉN, ES?
Frunzo mi ceño.
¿Pero qué, pregunta estúpida?
Niego con la cabeza sonriendo, porque esta chica me puede.
No sé si mandar al diablo esa ingenuidad que tiene a veces o tomar su cara entre mis manos y llenarla de besos.
Frunzo mi ceño.
¿Pero qué, mierda?
En todo su rostro, les aclaro.
No, en su boca.
Aunque un polvo castigo, me seduce más.
Sonrío.
Bien.
Mientras sacudo mi pelo y mi gabardina por el agua, escaneo el interior del hall buscando el ascensor.
Edificio chico, limpio y agradable.
Nada del otro mundo.
Un minuto más tarde frente a la puerta de su departamento, observo su piso.
Quinto, con pasillo amplio con tres departamentos más y sin cámaras de seguridad.
Tampoco había en la planta baja y en el hall.
Arrugo más mis cejas en desacuerdo.
Mal.
Nota mental.
Mañana ordenar a Grands investigación del propietario del edificio y exigir seguridad. O mejor aún, comprar este pequeño condominio de siete pisos para que el equipo trabaje tranquilo.
¿Se enojará Vangelis, al saberlo?
Me encojo de hombros.
Me importa una mierda.
Su seguridad, primero.
Golpeo tres veces su puerta.
Mi rayo abre y se sostiene en ella, usando un pijama de algodón en color celeste con motivos de la pantera rosa.
Sip.
He dicho.
De la pantera rosa más feo que vi en mi vida y me trago una risa.
Dios misericordioso.
Es asqueroso y sin embargo, no tengo idea como se puede ver tan adorable en él.
Jesús.
¿Qué simbiosis extraña tiene esta mujer con la ropa y estampas feas?
Sonrío para mis adentros.
Lindo.
Su pelo está más desordenado que nunca y todo recogido en esa especie de nidito por arriba de su cabeza, logrando que se escurran mechones de su pelo por todos lados.
Jódanme.
¿A eso, lo sostiene un lápiz?
¿El de escribir?
Y mi pene palpita fuerte y tiemblo por ello.
¿Cómo mierda me puede excitar tanto, una maraña de pelos desprolijos atado por un lápiz?
- ¿Puedo entrar? - Carajo.
Verla tan chiquita, dulce en ese pijama horrible y descalza, me pone tan caliente que hace dudosa mi voz y tengo que poner mis manos en los bolsillos de mi gabardina y me aprieto en ella para ocultar mi erección.
El satén, seda y encaje es lo mío.
Y si tiene porta ligas, mejor.
Siempre mis mujeres.
Mis féminas, me esperaron así.
Adoro ello.
Pero la naturalidad de Vangelis.
Mierda, que me puede.
Sin necesitar de una puta previa con ligeros y encajes antes, porque ella me atrae como un imán así y sin más.
Me mira con esos ojos cafés, sus pecas y su boquita abierta que no sabe que lo está, con asombro por mi presencia.
Bonita.
Reprimo las ganas locas de estirar mi brazo y con dos dedos de mi mano, empujar su barbilla hacia arriba, para cerrar sus labios.
Huye a la habitación por toallas para poder secarme.
Mi presencia, no le pasa desapercibido y la desarma.
Como a mí.
Bien.

YO
Después de unas cien repeticiones de exhalación y respiración buscando relajarme en el baño.
De una gaveta saco un juego de toallas limpias y me dirijo nuevamente al comedor con mi cabeza más tranquila y con menos pensamientos impuros.
- Toallas y... - Le alcanzo unos pantalones de gimnasia y una camiseta clara de hombre. - ...encontré esto...son de Roger...
Su gabardina y saco de vestir, descansan sobre las sillas del comedor.
Se gira al escucharme mientras desabrocha los gemelos de plata con sus iniciales de las mangas de su camisa blanca.
- ¿Quién diablos, es Roger? - Gruñe, mirando la ropa doblada con las toallas entre mis manos, mientras desabotona los dos primeros botones de su camisa y abriendo el cuello relajado, pero mirándome con cara de pocos amigos.
Su mirada oscura se fija en mí, como la mía en él.
Para luego, bajarla a esa porción de pecho dorado y tonificado que quedó al descubierto, por esos gloriosos botones que haría un monumento por estar abiertos y permitirme esa vista.
Pestañeo.
Concéntrate, Vangelis.
Blanqueo mis ojos, dejando todo sobre mi sofá melocotón.
- Es mi cuñado, el marido de mi hermana. Trajo esta muda de ropa cuando vino semanas atrás a ponerme unos estantes. - Los señalo en la pared, ahora con adornos y libros. - Lo olvidó. Es de contextura más grande que tú, pero te servirá. Está seco y limpio, evitará que enfermes... - Digo encogiéndome de hombros y fingiendo con aire de poca importancia.
Me vuelvo en dirección a la cocina a espaldas a él.
Y camino abriendo mis ojos con asombro y fuera de su vista.
¿Eso, fueron celos?
Necesito hacer algo para disimular mis nervios.
Enciendo la cafetera y lo miro.
- ¿Café? - Digo con indiferencia y palmeando con orgullo mi hombro en mi mente por mi excelente actuación.
Y me observa, mordiendo su labio superior muy pensativo.
Luego dibuja esa media sonrisa tan asquerosamente hermosa en su rostro de adonis.
- Sí, por favor... - Dice, volviendo a su camisa y botones.
No tengo que mirarlo.
No tengo que mirarlo, me repito en mi mantra.
Y no lo hago.
En su lugar, busco las tazas y el azúcar en los muebles de la cocina.
Porque sé, que sus ojos raros y de color indescifrables, están puestos en mí, con cada movimiento que hago.
- Usaré tu baño. - Dice.
- Ok. - Le digo con mis ojos puestos en la cafetera, mientras sirvo el café humeante en las tazas y el delicioso aroma inunda el ambiente.
No lo miro cuando se va.
Pero juraría, que sentí su risa en mi habitación.
- Nahh... – Culpo a la ruidosa lluvia.
Eso es imposible.
- La tiene super oxidada el jefe de los jefes, por su poco uso... - Me repito en voz bajita.

HERÓNIMO
¿Pero qué, mierda?
Mis ojos en su habitación, solo focalizan en su cama de dos plazas.
Y que Dios, me proteja.
No solamente rayo de sol tiene el vestido con estampas y pijama, más feos del planeta.
Sino, también.
La variedad en tamaños, textura y colores de docenas de almohadones que duelen a vista de lo espantosos que son.
En especial, uno en color rosa chicle y no exagero, cuando digo que su color es un terrorífico rosa fuerte.
Y con la peor combinación en tela de peluche.
Sí.
Les repito.
Tela de peluche y con motivos de corazones bordados de diferentes tamaños.
Joder.
No hay ojos para verlo.
Me introduzco en el baño, negando con mi cabeza resignado y riendo de muy buena gana, pensando que más me deparará de rayo de sol teniéndola a mi lado.
Aburrido, seguro, no.
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