Capítulo 7: Progreso de búsqueda
Aún le sobraba el dinero, por lo que no era necesario realizar otro robo, pero la sensación de tomar uno de los objetos más codiciados en todo el mundo mágico de los bolsillos de estúpidos inocentes, era algo que no podía resistir.
Se suponía que ellos eran los merecedores de recibir un objeto como ese, uno capaz de llevarte a donde quieras. Ellos no merecían algo así, quienes merecen un objeto como ese, son aquellos que lo consiguen con sus propias manos, robándolo. Esa era la mentalidad de Quid, una rata codiciosa y orgullosa de sus capacidades de hurto.
Aquella mañana se dijo a sí mismo que satisfaría su deseo por robar y, así, regodearse en su propia vanidad.
Se encontraba caminando por las calles de Mewni como un ciudadano más. Vestía con una camisa de cuero de color azabache, esta estaba abierta y dejaba ver su pecho peludo. También llevaba unos pantalones de tela holgados de color arena. Una bolsa de cuero atada a su cintura. Calzado sencillo. Y brazales de tela en sus antebrazos.
Su apariencia pasaba desapercibida entre los ciudadanos. Parecía un semibestia común y corriente, el cual paseaba por las calles de la ciudad haciendo su rutina diaria. Además, al verlo vestido de forma tan sencilla, y al tener un aspecto nada intimidante, ninguno pensaría que él fuese en realidad un ladrón. Y él sabía que esa era la imagen que daba.
Sonreía de forma amistosa mientras caminaba, incluso, se daba el lujo de saludar a la gente, la cual solía devolverle el saludo. En su interior, se burlaba de la inocencia de aquellos que le correspondían su gesto, engañados totalmente por su máscara.
Se acercó a uno de los puestos que vendían frutas y verduras. Dibujó una amplia sonrisa cuándo se aproximó al mercader.
― Buenos días, buen hombre. ―saludó con voz animada― ¿Qué es lo que tiene de bueno hoy? ¿Aparte del puesto? ―bromeó.
El comerciante ser rio con moderación.
― Que gracioso eres, Quid. Pues hoy nos ha llegado un a cesta de manzanas exquisitas. Ten, ―le lanzó una para que la atrapase― prueba una.
Quid tenía buena habilidad con las manos, podría haber atrapado aquella manzana tan rápido que el tipo ni se habría dado cuenta de que mano había usado para atraparla. Pero no hizo exhibición de su habilidad, sólo atrapó la manzana como lo habría hecho cualquier mono capaz de gesticular sus dedos. Le dio un generoso mordisco y se dejó saborear la fruta. Emitió un breve sonido de gusto al masticar.
― Amigo, puedes firmar un contrato con el que te consiguió estas manzanas, porque están deliciosas.
― Tus palabras alegran el corazón de este mercader.
― Patrañas, estas manzanas están deliciosas y lo sabes. Es más, ―tomó otra manzana de la caja― señor, pruebe esto y dígame qué le parece. ―le ofreció a un hombre alto y corpulento que se pasaba por ahí― Mercader, póngame cuatro manzanas y cóbrame estas dos con ellas.
Aquel al que se le había ofrecido una manzana aceptó la oferta con gusto y tomó la fruta de la mano de Quid. Le dio un mordisco y se dejó llevar.
Aquello parecía una simple muestra de humildad, pero en realidad se trataba de un truco previamente planeado. Quid ya había visto al hombre varias calles atrás, había medido su velocidad al caminar y se las había ingeniado para averiguar por donde pasaría. El motivo, en su bolsillo izquierdo llevaba una tijera dimensional, la cual había visto hace varias calles atrás. Ahora que lo tenía a su lado, realizaría su jugada.
― Oh, estas manzanas están deliciosas. ―exclamó el recién llegado.
― ¿Verdad? ―comentó― Se lo dije, señor mercader, estas manzanas son exquisitas.
― Puede apostarlo, joven. Déjeme pagarle la manzana que ha pagado por mí. ―ofreció este ante el gesto de humildad de Quid.
― No hace falta, si realmente le gustó, cómprele un par al señor mercader.
― Eso haré. ―aseguró con una sonrisa.
Cuando el señor fue a girarse hacia el mercader para adquirir un par de manzanas, pisó algo que lo hizo resbalar hacia atrás. Quid intentó ayudarlo tomándolo del brazo y atrayéndolo hacia él, pero, en vez de detener su caída, cambió su sentido para que ahora cayese hacia donde él estaba. Eso lo había tomado por sorpresa. Intentó detenerlo usando sus manos, pero el peso corporal del hombre era demasiado como para ser detenido por él.
Inevitablemente, el tipo cayó sobre Quid, aplastándolo. Aquella caída produjo tal estruendo, que varias de las frutas en los cajones cayeron y rodaron por el suelo. Angustiado por lo ocurrido, el señor se levantó tan rápido como pudo para no seguir aplastando al pequeño semibestia. Una vez en pie, lo miró para comprobar su estado.
― Oh, dios mío, chico, ¿estás bien? ―preguntó preocupado.
Quid estaba tirado en el suelo como si fuese una alfombra, inmóvil y aplanado, pero, respiraba.
― Sí, no se preocupe, son cosas que pasan. ―dijo con dificultad mientras intentaba no quedarse sin aire.
― Déjame ayudarte. ―solicitó acercándose y dándole la mano.
― Sí, solo permítame un momento.
Quid intentó reincorporarse en el suelo, apoyándose en sus brazos y flexionando las rodillas. Sacudió un poco la cabeza y luego se acomodó la camisa y sus pantalones. Tomó la mano del tipo con confianza y tiró de ella para ponerse en pie. Se sacudió la ropa para quitarse la tierra de encima y luego comprobó que todo estuviese en su sitio. Notó que la manzana que antes estaba disfrutando, lo había manchado al caer.
― Lo siento mucho, joven. ―se disculpó el tipo― Sólo quisiste ayudarme y acabé cayendo encima de ti. No sé qué habré podido pisar para resbalar de esa forma. ―se fijó en el desastre que había dejado cuando se cayeron las manzanas que ambos llevaban― Incluso he estropeado tus manzanas.
― Tranquilo, al menos solo fueron estas dos. ―observó― Si el mercader me hubiese dado las cuatro que le pedí, entonces sí que habría sido una tragedia. ―bromeó― Mercader, dígame, por favor, cuánto cuestan estás manzanas.
― Ya te las pago yo, joven. ―se ofreció el tipo.
― Oh, no se moleste. Los accidentes ocurren, no hace falta que por ello pague lo que he pedido.
― ¿Seguro?
― Absolutamente. ―respondió mientras le pagaba las manzanas al mercader y este se las entregaba envueltas en un papel atado por una cuerda― Yo, por mi parte, creo que volveré a casa para limpiarme. ―comentó sonriente.
― De acuerdo, de nuevo, lamento lo del golpe. ―volvió a disculparse mientras Quid se alejaba.
― Sin rencores. ―se despidió.
La rata siguió caminando calle arriba y luego giró a la derecha. En esa calle se metió por un callejón y se ocultó de las miradas de la gente.
Resguardado por las sombras, Quid comenzó a reírse mientras se sostenía el rostro con su mano. Su cuerpo temblaba por la risada que estaba sufriendo, o más bien, disfrutando. De su brazal derecho sacó una tijera, una tijera dimensional para ser exacto. Se apoyó en la pared y dejó que el júbilo lo consumiese. No pudo evitar revivir el momento en su cabeza, y disfrutar con ello.
En el momento en el que el señor se había girado hacia el mercader, Quid había dejado caer un par de canicas que fueron a parar justo debajo de la planta del pie del sujeto, haciéndolo resbalar. Lo siguiente fue simple, dejarse aplastar y usar sus habilidades de hurto para quitarle la tijera del bolsillo sin que se diera cuenta. El señor estaría tan apenado por haberlo aplastado que no se percataría de que había sido robado.
Tal y como lo había maquinado en su cabeza, el plan salió perfecto. No sabía que le hacía más gracia, si haber conseguido la tijera, o haber engañado de tal forma a alguien tan inocente. Tan cegado estaba por su jugada, que no vio al tipo encapuchado que había aparecido a su lado. Para cuando se quiso dar cuenta, un puñetazo en la cara lo dejó inconsciente.
En otra parte, dentro del cuartel de los guardias del reino, Buff Frog disfrutaba de un delicioso café caliente. No faltaba mucho para media mañana, pero a él le gustaba el café, y disfrutarlo en el cuartel por la mañana era uno de los placeres que en varias ocasiones no tenía la suerte de permitirse. Pero siempre que podía buscaba la ocasión de hacerlo.
Aquel día en particular parecía haberle salido mejor de lo habitual. Aspiró con calma el aroma de café y exhaló ampliamente gustoso del olor. Se sentó en una silla y se dispuso a darle un buen sorbo.
Y qué bueno estaba.
Un golpe en la puerta advirtió la presencia de una visita. No pudo evitar tragar el sorbo de golpe y de forma forzosa. Normalmente solía tomar un buen sorbo y luego tragar pequeñas cantidades para no quemarse. El ardor del café caliente inundó toda su garganta hasta llegarle al estómago. Tuvo que soltar un pequeño gesto de dolor al notar eso. Empezó a inspirar y expulsar aire con la boca abierta para refrescar un poco su garganta. También utilizó su mano como abanico para enfriarse la lengua.
― Adelante. ―pronunció en una de esas bocanadas.
El pomo de la puerta hizo el clic característico al girarse, seguido de la apertura de esta. Tras ella estaba Kleyn. El cual se encontró con la escena del general abanicándose con una mano, mientras que con la otra sostenía una taza con café.
― ¿Va todo bien? ―preguntó levantando una ceja por la extrañeza que le daba esa peculiar situación.
― Sí, sí. ―trató de reponerse en su sitio y de recobrar la compostura ante uno de sus subordinados. La quemazón ya se había aliviado― Dime, ¿que se te ofrece? ―intentando dejar atrás esa penosa impresión, volvió a tomar su taza y dio otro sorbo.
― He atrapado a Quid. ―soltó de golpe, lo que provocó una gran sorpresa para el tritón e hizo que este escupiera su café produciendo una pequeña lluvia del mismo color que la bebida caliente. Kleyn fue lo suficientemente rápido como para cubrirse el rostro usando su manto, pero este término húmedo y goteando― Te seré sincero, no me esperaba esa respuesta.
De la sorpresa, el sapo comenzó a toser de forma brusca y violenta. El forjador le palmeó la espalda un poco para intentar aliviar esa tos.
― ¿Cómo has dicho? ―tosió un poco más― ¿Dónde está?
― Lo tiene uno de mis clones. Al parecer uno de ellos lo atrapó en un mercado robándole la tijera a un hombre y luego, él y tres clones más, lo encerraron en un callejón y lo atraparon.
― ¿Cómo puedes saber eso?
― Uno de los clones se hizo desaparecer a sí mismo, convirtiéndose en una nube de humo. Cuando un clon desaparece, su memoria vuelve a mí, es por eso que sé todo aquello que saben una vez desaparecen.
― Entiendo.
Otro golpe tras la puerta llamó la atención de ambos.
― Ya están aquí. ―anunció Kleyn.
Dos clones entraron por la puerta y saludaron cordialmente a los presentes, luego dejaron al ladrón en el suelo para que todos lo viesen.
― Ehmmm, Kleyn, ¿estás seguro que al atraparlo no lo mataste? ―preguntó Buff Frog al ver el aspecto de la rata.
― En principio debería estar inconsciente.
Quid yacía en el suelo en una posición extraña. Sus brazos y piernas estaban algo recogidos y rígidos. Sus dos ojos estaban abiertos y miraban a lugares opuestos. Y su boca permanecía abierta con la lengua por fuera.
― Yo creo que lo mataste. ―sentenció Buff Frog― Kleyn, ¿te das cuenta que como caballero, matar a alguien es algo que usamos solo como último recurso?
Por eso siempre te digo que tengas cuidado.
Perfecto, saben que soy un ladrón, pero muerto no les sirvo de nada. Si permanezco inmóvil, es posible que me dejen en paz, pensó Quid mientras fingía ser un simple cadáver.
― No lo golpeé muy fuerte, dudo que lo haya matado. ―se aproximó al cuerpo de la rata y comenzó a examinarlo con detenimiento. Lo miró fijamente a los ojos para ver si este lo seguía con la mirada, pero la rata se mantuvo inmutable― Bueno, supongo que sí está muerto. ―no se vio ningún cambio en la rata, pero en su mente, Quid dio un largo suspiro de alivio― Y como está muerto, no pasará nada porque cortemos el cadáver en varios trozos. ―sentenció desenvainando una de sus espadas.
El forjador enarboló el filo de su arma y se preparó para darle un corte rápido al cadáver del semibestia. No sé lo pensó demasiado, descargó la espada de forma rápida y segura, pero, en el último momento.
― Espera, no estoy muerto. ―dijo desesperado.
Kleyn había detenido la espada a escasos centímetros del cuello de Quid, quien ahora se mostraba con una expresión de puro terror.
― Sabía que no lo había matado, así que quise comprobar hasta qué punto podría mantener su posición. ―le explicó a Buff Frog.
El sapo miró la escena con detenimiento, fijándose en la rata temblorosa que yacía en el suelo y en su subordinado apuntándole con la espada. Se rascó la barbilla.
― Kleyn, tienes una mente retorcida.
Al igual que con Dendrei, interrogaron al ladrón para comprobar que la información que el hombre mapache les había proporcionado fuera cierta.
A diferencia del ladrón anterior, Quid habló en muy poco tiempo. No quiso tener que soportar ningún tipo de tortura. Este confirmó la presencia de los otros dos ladrones que había en la ciudad, de los cuales él tenía conocimiento, y también corroboró que había otros cuatro ladrones de los cuales no sabía nada, más que su presencia en la ciudad.
A parte de eso no pudieron conseguir nada acerca de sus superiores. Pero sí que les dijo algo nuevo en lo que no habían caído en preguntarle a Dendrei. Al parecer, si bien se pagaba bastante bien por las tijeras, ellos estaban obligados a enviar como mínimo, como ladrones de Mewni, dos tijeras por mes. Un mínimo que no se solía sobrepasar, debido a que, si lo hacían, antes se quedarían sin tijeras en Mewni. Y, puesto que los ladrones se habían asentado en aquel sitio, no querían irse tan pronto. Se estimaba por el nivel de población de Mewni, que debería de haber alrededor de unas cincuenta tijeras en todo el reino, al menos según los datos que ellos poseían.
Esa información fue de gran utilidad para los guardias y para los caballeros, todos los implicados en el tema en general. Y lo más relevante, fue la ubicación del sitio en donde se enviaban las tijeras. En una torre de un edificio semiderruido cerca de los barrios bajos de la ciudad. Allí descansaban un montón de palomas y cuervos, a veces también había otro tipo de pájaros, pero por lo general solían ser de esas especies. Varios los cuervos que había allí eran cuervos entrenados para llevarse las tijeras a los superiores de los ladrones. Luego, nadie sabía cómo, pero, el dinero correspondiente simplemente aparecía encima de la mesa del ladrón que había enviado la tijera. Un sistema simple pero efectivo.
Según Quid, había un total de diez cuervos, por lo que, si un ladrón que quería entregar una tijera veía ocho, entonces volvía por donde había venido. Así evitaban superar el mínimo de dos tijeras mensuales.
Para evitar ser vistos, se solía enviar los cuervos por la noche, así sus plumas negras los camuflarían en la oscuridad. Estos no necesitaban ver, ya sabían el trayecto a tomar.
Eso le dio a Kleyn una buena idea para atrapar al resto de ladrones. Pero antes de ponerla en práctica, recibió un comunicado de su general.
― Kleyn, quedas fuera de la guardia real. A partir de ahora tus servicios serán necesarios en otra parte. Alguien te espera en la puerta al final de aquel pasillo de allá. ―apuntó hacia una puerta de madera con una pequeña ventanilla protegida por barrotes.
― De acuerdo, fue divertido mientras duró. ―opinó este sin que le resultase muy grave aquella noticia― Nos veremos en otra ocasión, Buff Frog. ―se alejó hacia la puerta.
― ¿Lo echará de menos, general? ―preguntó un guardia al lado de Buff Frog.
― Era bueno en lo que tenía que hacer, pudo conseguir en poco tiempo lo que nosotros no conseguimos en meses, aun así, su forma de hacer las cosas era bastante peculiar en algunas ocasiones. No creo que lo eche de menos, porque es seguro que nos volveremos a ver.
Kleyn avanzaba a buen ritmo hacia la puerta, preguntándose quién estaría esperándolo detrás. Pensó que tendría que avisar de esto al resto de clones, pero ya se encargaría de eso después. Abrió la puerta con ánimo y tras esta halló un portal. ¿No crees que esto es muy sospechoso?
Al principio se paró y lo miró pensativo, pero no fue mucho el tiempo que estuvo pensando, así que se adentró en la sala y lo atravesó como si nada.
Ante él se mostraba una nueva sala sumida en la penumbra. No me gusta la oscuridad. Se podía ver, pero no demasiado. Su llama no iluminaba la habitación, ya que esta se ocultaba bajo su capucha.
Miró a ambos lados para comprobar si veía algo que le resultaba familiar, pero no halló nada dentro de su rango de visión.
Decidió caminar hacia adelante para ver si podía encender una vela o algo. Usar su fuego no era una opción, pues Star le había indicado que tenía que ser aplicado ocultando su identidad. ¿No crees que deberíamos volver por donde vinimos?
No consiguió ver nada, pero pudo oír un sonido delante suyo, el sonido de un metal siendo enarbolado. Última advertencia, vuelve.
Sin pensárselo dos veces, desenfundó sus dos espadas y se preparó para defenderse ante lo desconocido. No sé ni para que me esfuerzo. En el mismo momento en el que sus aceros se elevaron mínimamente, alguien cargó hacia él dando una estocada, fuera quien fuese usaba una lanza.
Kleyn usó una de sus espadas para desviar la punta que amenazaba con perforarlo, y la otra la usó para atacar, pero el enemigo retrocedió en el mismo momento en el que su arma fue desviada. Esta vez, no cargó contra él, sino que atacó dando múltiples estocadas. Las interceptaba todas usando el filo de sus espadas, provocando que saltasen chispazos, iluminando levemente la sala. Pudo ver el rostro de su enemigo por un momento, este solo le decía que quería seguir atacándolo.
La distancia entre ambos no permitiría que Kleyn se aproximase, así que decidió tomar otras medidas. Lanzó la espada de su mano derecha, obligando a su enemigo a esquivar, sin embargo, esto no evitó que lanzase su estocada a la par que evadía el ataque enemigo. Pero, aquello ya estaba en los planes del forjador. Con su mano desarmada, tomó la lanza por la asta antes de que el enemigo pudiese recogerla, él había sido más rápido.
Aquel que se ocultaba entre las sombras intentó recuperar su arma tirando con ambos brazos y con gran fuerza, pero no era capaz de conseguirlo. Su enemigo lo había parado usando un solo brazo. No estaba dispuesto a soltar su arma, y eso fue lo que provocó que, cuando aquel que la había atrapado dio un fuerte tirón, lo desequilibrase y cayese al suelo. Lo siguiente que vio, fue la punta de una espada a escasos centímetros de su rostro, apuntándole.
Ves, si hubieses vuelto, habrías podido ahorrarte todo esto.
― ¿Quién eres? ―preguntó Kleyn al extraño sin dejar de apuntarle.
De pronto, un chispazo encendió la llama de una antorcha, y está iluminó la sala entera. La antorcha reveló el aspecto de quién estaba en el suelo. Se trataba de un hombre joven de constitución delgada, cabello corto y negro y una expresión de indignación en su rostro. Pero esta también reveló el aspecto de quién la sostenía, alguien a quien él ya había visto. Es ese hombre de un solo ojo.
― Bienvenido, Kleyn. ―dijo Talux mientras se acercabaa él y le devolvía la espada que hace unos momentos había lanzado― Por si no lorecuerdas, mi nombre es Talux, y yo soy el líder de los Caballeros de la OrdenArmada; tu nuevo superior.
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