Capítulo 39: La revancha. Kleyn contra Gornak

Cuando volvió al campamento, después de tener su charla con Gornak, lo primero que se encontró fue a Quelana buscándolo para retomar la reunión de ayer. Kleyn aprovechó en momento en el que todos se encontraban dentro de la tienda de campaña para contarles dónde había estado. Al principio, quisieron matarlo, luego, después de que se calmasen y pudiese explicarles por qué lo había hecho, parecieron comenzar a comprender el motivo oculto detrás de sus acciones.

—Jugarlo todo a una sola carta —dijo el enano pelinegro—. No me gusta nada jugarlo todo a una carta.

—Ni a mí, pero Kleyn tiene razón —respondió Quelana—. Nuestras fuerzas son inferiores en muchos aspectos con respecto a las de Gornak. Si todo se reduce a una pelea uno contra uno, entonces no solo reduciremos el número de muertes, sino que tendremos una oportunidad mucho más esperanzadora que la que teníamos antes. Con un poco de suerte, podremos recuperar lo que es nuestro.

—Si es que el Forjador gana —les recordó el enano de la cicatriz—. Porque en caso contrario... Me recuerdas qué pasaba si perdías —se giró hacia Kleyn.

—Todos vuelven a la prisión y yo me volveré el esclavo de Gornak y, por extensión, de su líder.

—Sí, pero eso es lo que le dijiste a Gornak para convencerlo y que aceptase el duelo, ¿verdad? —preguntó el enano de barba rojiza. Kleyn no dijo nada, solo le dedicó una mirada seria que servía de respuesta a la pregunta—. No puede hablar en serio.

—Es lo que pasa con los duelos, que lo juegas todo a una carta —respondió Kleyn.

Los tres enanos intercambiaron miradas entre ellos, claramente incómodos por su respuesta.

—Es muy noble de tu parte que quieras mantener tu palabra, pero ¿crees que Gornak hará lo mismo? —inquirió Quelana—. No parece del tipo de persona que le importe mentir para conseguir lo que quiere.

—Tal vez Gornak es esa clase de individuo que está dispuesto a hacer de todo con tal de cumplir sus metas, pero también es alguien orgulloso, alguien que ha dicho por activa y por pasiva que cumple con su palabra. Si pierde el combate, cumpliría con su parte. No solo porque es lo que ha asegurado ante una gran parte de su séquito, sino porque es lo que me ha asegurado a mí, y más importante, porque se lo ha asegurado a sí mismo.

—Si yo fuera él, te estaría esperando en el sitio del duelo con un montón de trampas colocadas. Y si yo fuera tú, haría justo lo contrario para asegurar la victoria —comentó Ágata, recostada en una de las columnas.

—Si hago eso y gano, los enanos no lo considerarán una victoria justa, y no podrán confiar en nosotros. Básicamente, nos arriesgamos a una guerra civil interna.

—¿Acaso ganando justamente ellos seguirán la voluntad de Gornak y volverán al servicio de la sucesora al trono? —cuestionó Ágata—. Aquellos que decidieron seguir a Gornak porque no tenían más opción estarán contentos de dejar de servirle. Pero nada te asegura que aquellos que sí querían ir con él no se revelen en nuestra contra después de que él pierda.

—En ese caso entraremos nosotros. —Quelana se levantó de golpe de su sitio—. Somos conscientes de quienes fueron aquellos que nos dieron la espalda y aquellos que solo querían protegerse. Los traidores serán castigados, y el resto serán perdonados. Me aseguraré de recuperar nuestro reino a como dé lugar.

—Si hay algún tipo de batalla, yo estoy más que dispuesto a luchar —dijo Biggon.

—Si todo sale bien, no hará falta —dijo Kleyn.

—Esto no era lo que me habían prometido.

—Tranquilo. Aunque recuperemos la Montaña Volcánica, aún faltará encontrar al tal Gigael. Y siendo el líder detrás de todo esto, es muy probable que esté bien resguardado. Así que nos vendrán bien un par de manos extra que nos ayuden.

—¿Los enemigos serán enanos?

—Tal vez. Tal vez no.

Biggon clavó su hacha en la mesa de un golpe.

—Me has convencido.

—¿Hay algo que podamos hacer para ayudarte? —preguntó Quelana.

—Disfruten de su tiempo juntos. Que, si yo pierdo, tendré que cazarlos a todos. Piensen en un plan de escape de la prisión en caso de que eso ocurra. Y por lo que más quieran, eviten que yo me entere.


Tal y como acordaron, Kleyn apareció en el lugar indicado poco después de que salieran los primeros rayos del sol. Quelana y los suyos estaban ubicados en la parte de arriba de uno de los riscos que conformaban el anillo rocoso que sería su campo de batalla. Se sentía una suave brisa constante que hacía vibrar la llama de su cabeza. Casi no se levantaban nubes de polvo en ese lugar, por lo que no tendrían molestias a la hora de luchar.

Kleyn se miró las manos metálicas, las cerró y les dedicó un pensamiento a sus padres. ¿Nervioso?

—Un poco —respondió Kleyn con un encogimiento de hombros, sin darle mucha importancia al hecho. Las vidas de todo un pueblo dependen de tu victoria. Yo estaría nervioso. Mucho.— Estoy bien. Gracias por preocuparte —dijo, sin intentar disimular el sarcasmo. No es nada.

Notó la energía de un portal aparecer de golpe en el centro del campo de batalla, cerca de donde estaba él. Vio unas tijeras enormes abriendo un portal igual de grande. Como cabría esperar, el gigante salió de este. Pero lo que le llamó la atención a Kleyn fue las tijeras que este había usado. Esas son...

Gornak se halló con él de frente y le calvó los ojos.

—Llegas pronto, Forjador —saludó este, guardando las enormes dijeras en un amarre de su cinturón. Solo tuvo que verlas durante un par de segundos para estar seguro de lo que sospechaba. Eran sus tijeras.

—Bonitas tijeras. Solo con verlas he de decir que quien las forjó y yo debemos de tener mucho en común.

Gornak, sin soltarlas, desvió un momento la mirada hacia estas, y luego volvió a Kleyn.

—Sí. Son preciosas. Justo de mi tamaño. Me las regaló Vlagna, pensando que me sentarían como anillo al dedo —aseguró, dándole un par de palmadas a las tijeras.

"Vlagna", pensó Kleyn. ¿Cómo olvidar aquel nombre? Todavía podía sentir en su interior la rabia provocando la sangre bullir en su interior al perder sus tijeras. Sus armas.

Una parte de él quería que saliera disparado de un salto hacia el gigante y le partiese la cara de un puñetazo, solo para recuperar sus tijeras espadas. Pero la otra parte... Te está provocando. No caigas en su juego, Kleyn. La voz de su cabeza tenía razón, debía mantenerse sereno, aunque le hubiese encantado dejarse llevar.

—Pues tenía razón. Te quedan perfectas. Lástima que sean de alguien más.

—Tengo la ligera sospecha de que quien las perdió puede conseguir otras con cierta facilidad. —De no ser porque sus manos eran de metal, Kleyn ya se habría hecho daño de tanto apretarlas—. Por cierto, hay una cosa que aún me intriga. ¿Cómo es que volviste de entre los muertos? ¿Y por qué tus extremidades están recubiertas de metal?

Kleyn relajó sus brazos y sonrió.

—Digamos que había aspectos de mí que ni yo mismo conocía. En cuento a mis extremidades... —levantó uno de sus brazos y se lo quedó mirando— es algo temporal. Pero debo admitir que me gustan bastante. —Bajó el brazo y se fijó en algunos portales que se abrían en los riscos opuestos a los que se encontraban Quelana y su pueblo, de estos salieron un montón de soldados de Gornak—. Entonces tendremos espectadores por tu parte también.

—¿Qué puedo decir? Tengo complejo de Forjador.

—¿Cuándo quieres que comencemos?

—Tú solo espera, Forjador.

El pelirrojo enarcó una ceja, confundido. Entonces se escuchó el resonar de un cuerno en los riscos detrás del gigante.

—Queridos espectadores, es un placer estar aquí con ustedes en esta contienda tan legendaria —dijo un enano desde las alturas. Por la voz, Kleyn se percató de que era el mismo que había presentado y comentado los combates en el coliseo—. Por un lado, tenemos al campeón, al victorioso e inigualable jefe de toda la Montaña Volcánica, Gornak —anunció, estirando la primera sílaba. Y el público acompañó a este con un grito de ovación que hizo eco en todo aquel semicírculo—. Y de este lado tenemos a aquel que perdió una vez contra nuestro jefe y resurgió de sus cenizas para obtener la revancha, el único, el Forjador de tijeras dimensionales, Kleyn.

En esta ocasión, el público del lado de Gornak le lanzó gritos y abucheos. Sin duda alguna eres alguien muy querido. Sin embargo, otros gritos se hicieron oír en el campo, unos gritos provenientes de detrás. Los gritos de emoción de Quelana y sus enanos. Kleyn se giró hacia ellos y sonrió. Sienta bien que alguien te apoye de vez en cuando.

—Míralos, llenos de esperanza —comentó Gornak, mirando hacia ellos—. Una pena que vayan a perderla.

Kleyn se giró de nuevo hacia el gigante. Se mostraba arrogante y seguro de sí mismo. Considerándose victorioso antes de tiempo. Sabía que intentar hablar con él sería una pérdida de tiempo, pero tenía que intentarlo.

—Oye, Gornak, no tenemos que hacer esto si no quieres —comenzó Kleyn.

—¿De qué hablas, Forjador? ¿Te estás arrepintiendo?

—No. No es eso. Cuando pelee con Tal'kar pude intercambiar algunas palabras con él, y me di cuenta de que no era alguien que disfrutase haciendo daño a otros, parecía alguien noble que se había visto obligado a realizar trabajos sucios para ganarse la vida. Alguien que, de haber sido otras las circunstancias, no habría acabado trabajando para tu líder. Algo que nunca sabremos, porque yo le arrebaté esa oportunidad —dijo Kleyn, bajando un momento la mirada, reflexivo. Volvió a alzar la cabeza y clavó los ojos en Gornak—. Por lo que me dijiste, tu vida no fue fácil. Viviste bajo unas circunstancias que te llevaron por el mal camino, y acabaste donde estás ahora.

—Te equivocas. Estoy donde quiero estar.

—Tal vez, pero creo que no deberíamos estar enfrentados. —El gigante frunció sus pobladas cejas y entrecerró los ojos—. Gornak, tenías razón cuando dijiste que yo no era el único que era capaz de forjar tan bien. Varias de mis cualidades no son únicas. De hecho, tú tampoco eres el único que puede crear armas ígneas. Al parecer, hay muchos más como tú. Personas con cualidades increíbles que tan solo no saben de lo que son capaces.

—Ve al grano, Forjador.

—Gornak, me gustaría que me ayudes a encontrar a estas personas con capacidades especiales. A estos... Nacidos de la Forja. Quiero hallarlos y enseñarles de lo que son capaces. Quiero que aprendan a manejar estas habilidades de forma adecuada. Me vendría bien que alguien me eche una mano. Alguien que ya ha pasado por esto. Tú, Gornak.

Aquellas palabras parecieron impresionar al gigante. De hecho, hasta el propio Kleyn estaba impresionado por ellas. Su madre y él habían hablado sobre el tema de los Nacidos de la Forja, y ambos habían coincidido en que, tarde o temprano, los propios individuos se acabarían enterando de lo que son capaces, y si las circunstancias eran inadecuadas, como en el caso de Gornak, entonces muchos podrían acabar mal. Lo mejor que podían hacer era convertir al propio Forjador en el mentor de los Nacidos de la Forja, para que así aprendieran a forjar armas ígneas de forma adecuada, y a su vez guiar a sus alumnos por el buen camino. Y todo ello tenía que comenzar por Gornak.

El gigante aseveró el gesto.

—Debes estar loco para pensar que caeré en un engaño como ese.

—No es un engaño. Es la verdad.

—Seguro. ¿Y qué ganaría yo con todo esto?

—Serías reconocido y respetado por tus alumnos. Serías para ellos un ejemplo, un modelo a seguir. Serías el primer Nacido de la Forja identificado. Podrías vivir en nuestro reino si quisieras.

—Después de todo lo que hice, lo último que espero es compasión del enemigo —se quejó este, agitando una mano a modo de negación.

—Hablaré con ellos. Conozco a los reyes. Seguro que se puede llegar a un arreglo.

—¿Por qué llegarías tan lejos por mí, el tipo que te mató?

—Porque he conocido a unas personas maravillosas que me han transmitido valores de los cuales carecía. Porque creo que mereces una segunda oportunidad. Y porque tu líder te está utilizando para conseguir sus propios objetivos.

—¡Tú no conoces a Gigael! —gritó el gigante, enfadado.

—No, pero no me hace falta conocerlo para ver que te está usando para tener un arsenal potente a su disposición. Porque necesita bajo su mando a alguien con tus capacidades. Lo he visto en la fábrica que tienes montada ahí abajo.

—Suficiente. Ya he oído bastante. Viniste a mí pidiendo un duelo y un duelo es lo que vas a tener. —Gornak se llevó una mano a la espalda y tomó el hacha doble que tenía enfundada. Alzó su arma con un movimiento y luego la estrelló en el suelo, levantando una nube de tierra—. Se acabó la charla.

Él no va a entrar en razón, Kleyn. El pelirrojo soltó un suspiro pesado después de escuchar esas palabras.

—Lo he intentado —susurró para sí—. Supongo que solo hay un modo de arreglar esto. —Kleyn abrió las manos y enseñó las garras metálicas de estas—. Hagámoslo.

Gornak alzó una mano y chasqueó los dedos.

—Querido público. Parece que los contrincantes finalmente están listos para luchar —anunció el enano del cuerno, y el resto del público gritó de la emoción—. Luchadores, a sus puestos. —Tanto el Forjador como el gigante afianzaron los pies en el suelo y se prepararon para lanzarse en cualquier momento—. Prepárense. —Dios mío, la tensión me está matando. El enano hizo sonar el cuerno para anunciar el comienzo del combate.

El sonido retumbó en sus oídos y Kleyn cargó hacia adelante. Vio al gigante llevar su hacha hacia atrás y prepararse para soltar un tajo ascendente.

Un recuerdo le vino a su mente. Las palabras de su madre cuando estaban diseñando sus nuevas extremidades. "Los conductos internos guiaran las llamas hacia los agujeros de las palmas de tus manos. Si la presión es lo suficientemente alta, servirá para que te impulses. Pero como te tenemos que reconstruir las cuatro extremidades, creo que no vendría mal que también tengas esos conductos en los pies", le había dicho ella.

Gornak movió su hacha hacia abajo en un movimiento de arco, destrozando la tierra a su paso y levantando sus escombros. Kleyn sintió las llamas de su cuerpo recorrer los conductos internos de sus extremidades. Antes de que el filo del hacha pudiese alcanzarlo, salió despedido hacia un lado usando el impulso de sus llamas como propulsores.

El gigante lo siguió con la mirada, incrédulo. Este giró los pies y recondujo su ataque para golpear a Kleyn en el aire. Este evadió el golpe usando la propulsión de sus llamas. El metal pasó entre el remanente de llamas que el pelirrojo dejaba tras de sí, y el rostro de su oponente se contrajo en una expresión de molestia.

Por tercera vez, Gornak volvió a recomponerse tan rápido como pudo y volvió lanzar un corte hacia adelante. Pero fue inútil. Kleyn solo tuvo que realizar un movimiento aéreo e impulsarse hacia arriba. Gornak lo siguió con la mirada y entonces el pelirrojo apuntó hacia él y produjo un estallido con las bases de sus pies. Salió disparado hacia el rostro del gigante a una velocidad abismal. Tal fue así, que Gornak no tuvo tiempo de esquivar, solo fue capaz de agachar la cabeza para recibir el impacto con el casco. Hubo un momento en el que Kleyn sintió que todo se detenía, una fracción de segundo en el que recordó de nuevo a su madre. "Podemos diseñar tus nuevas extremidades con un objetivo en concreto. No solo tienen que reemplazar tus miembros perdidos, también pueden ser diseñadas para potenciar tus ataques. Por ejemplo, unos orificios en la parte de los codos para propulsar tus puños". Una de las espinas del brazo derecho de Kleyn, aquella que estaba en la parte del codo, se inclinó hacia un lado, produciendo un ligero clic y revelando un orificio. Las llamas salieron de este conducto e impulsaron el golpe de Kleyn, combinando el impulso de la explosión, la fuerza del brazo y la propulsión de las llamas. El impacto fue tan fuerte que Gornak se tambaleó hacia atrás y apretó los dientes.

Lo lograste. Pero Kleyn no estaba tan convencido.

De forma inesperada, Gornak recuperó el equilibrio y plantó uno de sus pies en el suelo para volver a balancear su hacha. ¡Kleyn, cuidado! Kleyn se cubrió con ambos brazos, y el acero del enemigo conectó con el suyo. Otro recuerdo le sobrevino a la mente. "Crear tus extremidades en La Forja tienes sus ventajas. No solo por la comodidad, sino porque aquí tenemos un material único: Acero de la Forja. Para mí, el acero más resistente con el que he trabajado". Salió despedido hacia atrás como una bola de beisbol, pero sus brazos estaban intactos. Se giró y abrió un portal para no estrellarse contra las rocas. Apareció a la izquierda del gigante y aprovechó el impulso para propinarle una patada con el talón. El golpe provocó que los dos retrocedieran y pusieran algo de distancia entre ambos.

Gornak se llevó una mano a un costado del abdomen, justo donde había recibido el golpe. Kleyn comprobó el estado de sus brazos. Estaban intactos. Sin embargo, su espalda estaba algo resentida por el impacto.

—Pero ¿qué es lo que acabamos de ver, querido público? —dijo el enano que hacía de presentador—. Lo que acabamos de ver ha sido... fue... No tengo palabras para describir lo que ha ocurrido. Es simplemente impresionante.

Mientras el presentador se emocionaba, al igual que el público, Gornak miraba a Kleyn de forma desafiante. Inflaba el pecho de forma pausada una y otra vez sin dejar de sujetarse el costado.

—No eres el mismo que hace unos días. No solo por tus extremidades. Tu forma de luchar ha cambiado —comentó este con voz grave.

—Me he adaptado a mi nueva situación. No ha sido por gusto. Eso te lo puedo asegurar.

—Ya veo. —Gornak se apoyó sobre su hacha. Poco a poco recobró el porte. Se quitó la mano del abdomen y se puso recto—. Dime, Forjador, ¿por qué llegar tan lejos? ¿Por qué volver de la muerte solo para vengarte?

—Te equivocas, no fue por venganza. Tenía que volver para rescatar a mis compañeros y evitar que continuases con toda esta producción de armas ígneas. Me tomó años poder diseñar estas extremidades funcionales. Y en todo momento recibí ayuda.

—¿Ayuda, el Forjador? —Gornak mostró una sonrisa en su rostro—. No había escuchado un chiste tan ingenioso en mi vida. Y dime, ¿a quién, de entre todos los seres vivos es digno de ayudarte?

—Dos personas. Dos personas que jamás pensé que estarían en mi vida. No solo me ayudaron a recuperar mi cuerpo, sino que me ayudaron a ser mejor. Gornak, te lo repito una vez más. Abandonemos este duelo. Ven conmigo para que ambos podamos ayudar a muchos otros herreros a desarrollar su verdadero potencial.

—No, Forjador, no lo haré. Tengo todo lo que quiero aquí.

—Pero te están usando.

—¿Y qué? —gritó este—. Antes vivía esclavizado ejerciendo mi labor sin descanso. Ahora tengo mi propio territorio. Tengo súbditos que obedecen todas mis órdenes. Tengo responsabilidades. Tengo todo lo que alguna vez soñé y más. ¿Y me pides que deje todo esto para convertirme en el mentor de un montón de desconocidos?

—No. Te pido que dejes todo esto para poder darle a otros la oportunidad que nunca te dieron a ti.

Gornak apretó los puños y las venas se le marcaron en sus gruesas manos grises. Cerró los ojos con frustración y bajó la cabeza. Parecía tan furioso que todos los pelos de la barba se le erizaron como si fuera un gato.

—No. No lo haré —dijo, y luego abrió los ojos y miró al frente—. Es aquí donde pertenezco. Es aquí donde tengo todo lo que necesito. Donde me necesitan. —Gornak alzó su hacha y la dejó reposar en su hombro, luego, con su mano libre, juntó los dedos índice y pulgar tras soltar un chasquido, tanto la armadura como su hacha refulgieron en llamas—. Tal vez hayas cambiado, pero eso no te asegura que vayas a cumplir tus metas. Solo hay una forma de acabar con esto.

El gigante llevó su mano libre al mango de su arma y se aferró a este con fuerza. Kleyn suspiró y agachó la cabeza. Tenía razón. Con cambiar no era suficiente. Puedes planear algo tantas veces como quieras, pero nada te asegura que salga como quieres.

La llama de Kleyn creció y todo su cuerpo quedó envuelto en fuego.

—Sí, supongo que solo hay una forma de acabar con esto. —Pero, aunque las cosas no salieran como él quería, seguía teniendo un deber que cumplir.

Las llamas crecieron y su cuerpo entró en el estado ígneo. En su piel se mostraban menguantes marcas similares a las ascuas de las brasas. El metal de sus extremidades adoptó un color rojo incandescente, y el aire a su alrededor comenzó a distorsionarse por el calor.

—Querido público, tal parece que la segunda parte de la batalla está por comenzar.

Gornak alzó una bota, aplastó la tierra debajo de su pie y luego realizó un tajó ascendente que destrozó la tierra a su paso y levantó una onda de llama cortante que fue directo hacia Kleyn.

El Forjador corrió directo hacia esta. Por un momento pareció como si fuese a chocarla de frente, pero antes de llegar, desapareció.

—Pero ¿qué ven mis ojos? ¿A dónde ha ido el Forjador?

Apareció varios metros a la derecha, corriendo a una velocidad infernal. Dio un gran salto vertiginoso que lo situó a pocos metros de Gornak, pero este reaccionó a tiempo para lanzar un puñetazo. Kleyn produjo una propulsión tan rápida y fuerte que de su mano salió un estallido que lo impulsó lejos de la trayectoria del puño del gigante. Con sus llamas se situó detrás de este, juntó sus manos y le lanzó un torrente de llamas concentrado, como si fuese un rayo. Gornak no tuvo tiempo de reaccionar. Las llamas impactaron en su espalda y se desbordaron por los costados, como si fuese un chorro de agua. Sin embargo, Gornak lo sorprendió girándose de golpe y lanzándole un tajo ígneo. La distancia entre ambos era tan corta que Kleyn no tuvo tiempo de esquivar, por lo que solo pudo interponer sus brazos. Es golpe de las llamas empujó con fuerza, como si fuera una hoja llevada por el viento. Consiguió detenerse en cierto punto y se mantuvo en el aire, usando sus llamas a propulsión. Se fijó en la armadura de Gornak. Ahora esta recordaba en parte a sus brazos metálicos. Estaba incandescente.

—Ese tipo de ataques son inútiles contra esta armadura —gritó este, dándose un par de golpes en el pecho.

—Entonces habrá que recurrir a los golpes convencionales —se dijo para sí.

Kleyn extinguió sus llamas a propulsión y se dejó caer. En pocos segundos adquirió una gran velocidad de caída. A los pocos metros abrió un portal que apareció cerca de Gornak, justo a uno de sus costados, y aprovechó la velocidad que había ganado de la caída para propinarle un gran golpe. Apuntó a las costillas, pero se encontró con el mango del hacha. Su puño y el mango chocaron y se produjo un estruendoso que le sacudió todo el cuerpo.

—Ese truco no te funcionará una segunda vez —le dijo el gigante, que usó su peso y fuerza para echar atrás a Kleyn.

—Entonces, ¿qué tal esto? —gritó el pelirrojo.

Creó un clon en el medio del aire. Ambos se aferraron de la mano del otro y giraron. Uno de ellos lanzó al otro hacia Gornak, aprovechando la inercia del giro. Este lo recibió con un golpe de su hacha y lo desvaneció en el aire.

—¿Un clon?

Antes de que pudiese darse cuenta, había un pelirrojo encima suyo apunto de dispararle un torrente de llamas. Otro a un costado, acercándose a gran velocidad gracias a su propulsión, y un tercero corriendo por tierra. El torrente de llamas lo golpeo en la cabeza, y los otros dos Forjadores estaban a punto de golpearlo de forma sincronizada. Gornak apretó el mango de su hacha, la levantó con rabia y luego la descargó sobre la tierra, creando una onda expansiva de llamas que atrapó a los tres individuos. En un instante la onda desapareció, y Gornak se mostró jadeando por el esfuerzo. Un portal rojo se abrió debajo suyo. Apenas tuvo tiempo de ver a Kleyn antes de que este le golpeara con ambos puños en el estómago. El impacto fue tal, que Gornak se echó para atrás, escupió saliva y comenzó a toser de forma violenta.

—Aún estás a tiempo de aceptar mi oferta —le dijo Kleyn.

El gigante alzó la mirada. Este tenía los ojos inyectados en sangre, y su boca mostraba una hilera de dientes enormes en un gesto de rabia. Gornak volvió a apoyarse sobre su hacha, y luego se puso en pie. Este apretó tan fuerte la dentadura que la pudo escuchar rechinar. Su armadura adoptó un calor más incandescente que antes, comenzó a salir vapor de sus juntas y el aire a su alrededor se tornaba borroso.

—¡No quiero tu lástima ni tu compasión! No las necesito. Te derroté una vez y puedo hacerlo una segunda. —Este se recompuso, más por tenacidad que por estar bien. Aporreó el suelo con uno de sus pies y la tierra se resquebrajó debajo de su bota—. Soy Gornak, el líder de la zona sur. Y pienso entregarte al líder, aunque me cueste mi propia vida.

—Está dispuesto a morir por su causa —se dijo Kleyn. Está loco.

Gornak cargó hacia él y dio un gran salto con su hacha alzada en el aire. Kleyn dio un salto hacia atrás y se alejó usando sus llamas. El golpe no lo alcanzó, pero cuando el hacha chocó contra la tierra, se produjo una nueva onda expansiva aún mayor que la anterior. Alcanzó a Kleyn y lo echó hacia atrás y levantó una enorme nube de polvo. Consiguió frenar para no chocar contra nada, pero Gornak salió de entre la nube con el hacha a su espalda, listo para golpear.

Kleyn, cuidado.

Kleyn atrapó el hacha en el aire y usó los propulsores de sus pies y de sus codos para sostener el arma en un forcejeo. Kleyn, tienes que esquivar el golpe.

—No. —Volverás a morir—. No. No lo haré. Si lo hago, mi madre me mataría. Tengo un deber que salvar el reino de los enanos y resolver el asunto de las tijeras. Y para hacerlo, derrotaré a Gornak aquí y ahora.

—¿Estar cerca de la derrota te está haciendo delirar, Forjador? —gritó Gornak.

—Tal vez.

—Estás acabado, no puedes competir contra la fuerza de un gigante y un titan. Eres débil.

—Puede que no sea capaz de superarte en fuerza, pero no me hace falta. Yo tengo mi propia fuerza.

Kleyn comenzó a subir la temperatura, la llama de su cabeza se hizo más grande y comenzó a agitarse con violencia. Sus brazos se estaban tornando de un rojo aún más intenso. El propio aire se estaba quemando a su alrededor.

—Eso no te servirá. He creado esta hacha para resistir la lava misma.

—Pero yo no soy la lava. Soy más que eso. Yo —sus garras se clavaron en el acero del arma— soy —esta se comenzó a doblar— el Forjador —el metal cedió ante la presión y se deshizo como un trozo de hielo.

—Imposible —dijo Gornak mientras se iba hacia adelante son el mango de su hacha entre sus manos.

Se giró hacia el Forjador y este le devolvió una mirada más intensa que el propio sol y más violenta que las llamas enardecidas. Gornak dio un paso atrás, luego miró a sus súbditos en los riscos y frunció el ceño.

—No. Me niego a perder —gritó este y agarró a Kleyn con ambas manos—. Me niego a aceptar la derrota. —Apretó ambas manos con fuerza—. Voy a ganar este combate, así tenga que aplastarte y romperte todos los huesos del cuerpo.

Kleyn, usando la propulsión de las palmas de sus manos, liberó sus brazos sin muchos problemas y clavó las garras en los guantes y atravesó su metal. Gornak proliferó un grito de agonía y lanzó a Kleyn por los cielos. Kleyn vio la tierra alejarse a medida que ascendía, y vio una estela de vapor que dejaba atrás por cada metro que recorría. Todo se volvió blanco por un momento, solo para luego ascender un poco más y ver que se trataba de una nube. A esa altura el aire era frío. No podía sentirlo, pero el vapor que estaba generando era aún mayor que ante. A su derecha, muy lejos, el sol iluminaba el firmamento, y a él.

"Debo acabar con esto", pensó.

Su cuerpo se envolvió en llamas y se mantuvo en el aire con su propulsión.

De haber tenido músculos en las extremidades, estos se habrían tensado. En su lugar, solo produjo una cortina de vapor que ocultó al Forjador. Segundos después, este salió disparado como una centella. Cayendo en picado. Directo hacia el gigante. Se propulsada usando sus dos piernas, una mano y un codo. Caía con un puño listo para propinar el golpe final.

La velocidad de la caída hizo que se generará aún más calor. Convirtiéndose en un punto rojo en el firmamento. Aun así, Gornak pareció reconocerlo desde tierra.

—¿Quieres acabar con esto, Forjador? —Gornak se quitó el casco y lo sujetó desde dentro con su mano derecha, como si se tratase de algún tipo de guante improvisado. Se dio un par de golpes en la otra mano, a modo de provocación antes de ponerse en posición—. ¡Aquí me tienes!

Kleyn expulsó tanto fuego como le fue posible. Su velocidad era tal, que tuvo que entrecerrar los ojos. Ya estaba a punto de llegar. La última colisión. Pero, entonces, Gornak, utilizando su brazo izquierdo, aquel que no tenía el casco, lanzó una ráfaga de llamas tan grande y tan contundente, que todo el enrojecimiento de su armadura desapareció.

¡Kleyn, cuidado! Pero no era posible esquivar eso, no a la velocidad a la que iba. Solo podía atravesarlo. Así que frunció el ceño, apretó los dientes y soltó un grito de guerra.

De pronto, sintió una enorme sacudida que lo hizo tambalearse en el aire. Todo se volvió del mismo color que las llamas. Todo a su alrededor no era más que una masa ardiente. Era como estar en el sol. No se podía distinguir un lado de otro, ni arriba de abajo. ¿Dónde...? Sigue adelante, Kleyn. Adelante es donde está tu objetivo. ¿Acaso la voz en su cabeza le estaba animando? Sigue adelante.

Kleyn sonrió. Milagros cómo aquel no se producían todos los días. Y cuando ocurre un milagro, lo menos que se puede hacer, es aprovecharlo.

Volvió a gritar y mantuvo la propulsión hacia adelante. Se había tambaleado tras recibir aquel golpe. Tenía la sensación de haberse desviado. No podía estar seguro. Solo podía confiar en esa voz. Entonces recordó una cosa que le dijo su padre: "Cuando estaba con vida, yo también tenía una voz en mi cabeza que me advertía del peligro. Que me ayudaba a mantenerme a salvo. Nosotros le llamamos conciencia. Aunque en tu caso parece ser algo exagerado. Tal vez pueda ser molesto, pero confía en mí, solo busca ayudarte. Y si la escuchas, podrías llevarte una grata sorpresa".

Las llamas desaparecieron, y a tan solo unos metros hacia adelante se encontraba Gornak. Pese a haber lanzado aquel golpe descomunal, lo estaba esperando. Y en cuanto lo vio, soltó su propio grito de guerra.

Un segundo después, ambos cruzaron la mirada, y lanzaron sus golpes. El derechazo de Kleyn impactó con el de Gornak, envuelto por su casco con cuernos. Kleyn sintió un estremecimiento que partió desde el hombro con el que había atacado, y se extendió por todo su cuerpo. Sin lugar a dudas, la fuerza y resistencia del gigante no tenían parangón, sin embargo, el puño de Kleyn no solo cargaba con su fuerza física, sino que cargaban con la caída y la propulsión potenciada por su estado ígneo. Su golpe, cargaba con todo lo que podía dar.

El casco se derritió en el centro, y se retorció a su alrededor. Luego se encontró con un muro de carne que se deshizo como si fuese mantequilla. Vio el rostro de Gornak torcerse en un gesto de dolor, pero solo por una fracción de segundos antes de volver a encontrarse con otro muro de acero, que luego se convirtió en uno de carne, luego hueso, carne otra vez, y otra vez más, acero.

Había trasladado a Gornak, y ahora tenía un solo destino delante: el suelo. El choque iba a ser fatal. Reacciona. Solo tienes que mover una mano.

Kleyn apretó los dientes y arañó el aire delante suyo, convirtiéndolo en una pantalla roja. Luego apareció muchos metros delante del lugar que iba a impactar. Intentó propulsarse para evitar el impacto, pero la fuerza de caída fue superior. Apoyó los pies en la tierra y clavó las garras. Levantó una nube de polvo enorme. Intentó mantenerse tanto como pudo, pero algunas rocas le hicieron perder su agarre, e inevitablemente cayó. Se cubrió el rostro con ambos brazos y rodó varios metros por el suelo. Notó algunas piedras clavándose en la cota de malla que tenía por camiseta, en la parte de la espalda, y también en la nuca, donde no lo protegía nada.

El mundo entero giró a su alrededor, hasta que, todo se detuvo. Se quitó los brazos de delante, y fue el sol el primero en saludarlo.

—¿Se acabó? —se dijo a sí mismo.

Apoyó ambas manos en el suelo e intentó levantarse. Un dolor punzante le recorrió todo el cuello y la espalda. Y otro dolor ardiente le pálpito allí en donde se juntaba la carne y el metal de su brazo derecho. Como era de esperar, su estado ígneo había desaparecido, y del rojo de sus extremidades solo quedaba un remanente que se iba extinguiendo a un ritmo considerable. Pese a todo, hizo un esfuerzo por levantarse, intentando ignorar el dolor en todo su cuerpo. Apoyó las manos en el suelo, levantó el trasero y luego toda la parte de arriba, como si fuera aún bebé.

Miró a su lado, y allí estaba Gornak, a menos de cien metros. Este estaba tirado en el suelo. Toda su mano derecha estaba destrozada y quemada, a excepción del dedo meñique y anular. El hombro izquierdo, en cambio, no era más que un muñón sanguinolento y ardiente. Su brazo estaba tirado a unos cuantos metros, pero nada quedaba ya de la parte que unían el brazo con el hombro. Se habían extinguido.

A lo lejos pudo escuchar los gritos de júbilo de los enanos que había liberado de la prisión. Todos clamaban por su nombre. Mientras el respiraba con cansancio y trataba de no quejarse a cada bocanada que daba.

—Se acabó —dijo este con un suspiro de alivio.

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La revancha por fin se llevó a cabo. Ahora que Gornak ha sido derrotado, qué hará Kleyn y el pueblo enano? Sigan en contacto para más información al respecto.

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