Capítulo 35: El origen de los Forjadores

Lo había conseguido. Realmente lo había conseguido. El camino había sido duro hasta el momento. Tener que aprender a forjar allí llevó su tiempo. No sabía decir con seguridad cuánto, porque en la Forja no había ciclos de día y noche, no había cambios climáticos ni de ningún tipo. Aquel espacio permanecía igual en todo momento, y la noción del tiempo se perdía más rápido que un hombre en medio del desierto. Al menos tenía el consuelo de que el tiempo allí transcurría de la misma forma que en su dimensión. Pero si se descuidaba podría pasar más tiempo del esperado, después de todo, los seres eternos no perciben el paso de los años de la misma forma que los que tienen esperanza de vida.

El proceso de forja era bastante peculiar. Lo primero que pudo invocar fue un yunque y el fiel martillo que llevaba siempre consigo. Este último fue el más sencillo de los dos, tan solo tuvo que buscarlo en el enganche trasero de su cinturón, donde siempre estaba. Para el yunque tuvo que imaginarse una mesa de trabajo. Una de metal grueso, pesado y, sobre todo, resistente. Pero para los materiales fue algo totalmente distinto. Era complicado de explicar, pero en términos simples, Kleyn tenía que recordar estos materiales: su aspecto, su textura, sus propiedades. Tenía que recordar todo eso, comprimirlo en una imagen precisa y luego traerla a la Forja. Esta última parte había sido la más complicada, y sin la guía del Ente no habría sido posible conseguirlo. Había sido de mucha ayuda, y gracias a ello Kleyn pudo descubrir en poco tiempo que el proceso de forja en aquel lugar era más cómodo e intuitivo que en cualquier otro que hubiese estado. Todo resultaba tan natural una vez que se lo comprendía.

El problema vino cuando tuvo que hacer lo mismo con la carne. En este punto Kleyn se sintió más perdido que nunca. A diferencia de los tipos de minerales, e incluso maderas y cueros con los que había trabajado, la carne era un material que le resultaba del todo ajeno. Él era un forjador, un herrero, alguien que vive entre los aceros. No un carnicero.

Intentó recordar mil y una experiencias con la carne de cualquier tipo, la que fuera, le daba igual, solo quería conseguirlo. Y después de muchos intentos se dio por vencido.

—Me rindo —se quejó este, alzando los brazos y arqueando la espalda hacia atrás.

Como si se tratase de una madre que vigila a su niño, el Ente hizo acto de presencia.

—Puedo ver que te has cansado de intentar proyectar la carne —comentó este con voz omnipresente.

—Y yo puedo ver que estás muy pendiente de mí. —"Aunque pensándolo en frío, no hay mucha gente de la que estar pendiente aquí", pensó Kleyn—. Oye, ya sé que eres como una presencia, pero ¿no puedes adoptar alguna forma humanoide o algo así? Me gustaría tener alguna imagen de ti, y no tenerte por algún tipo de fuerza invisible extraña —dijo, moviendo las manos en el aire—. Y, ya de paso, que tu voz provenga de un lugar en concreto, y no de todas las direcciones.

Hubo silencio por un momento, y Kleyn pensó que el ente se había esfumado, pero no fue así. En todo aquel ambiente rojizo comenzó a formarse una concentración del mismo tono, pero más intenta y notable. En un espacio vació una figura comenzó a hacerse presente. Un hombre alto, o más bien, enorme, más grande que Gornak, de cabellos largos, barba frondosa, y un cuerpo musculoso y marcado. Su vestimenta consistía en un par de guantes de forjador, y un mandil que le recorría todo el pecho y le llegaba hasta las rodillas, como un herrero. Sin embargo, la figura solo llegaba hasta ahí, de rodillas para abajo no había más que un espacio vacío. Aunque Kleyn consideró que no hacía falta que la figura estuviese completa.

—¿Mejor así? —dijo el Ente, con la voz surgiendo de su boca, como un ser normal.

—Sí —respondió Kleyn, aún embobado mirando el aspecto de la presencia de la Forja—. Ahora me siento más cómodo.

—Perfecto. Ahora, volviendo al tema principal, veo que no has tenido progreso alguno en tu manejo de la carne.

—No. He podido proyectar metales y otros materiales haciéndolo de la forma que me has indicado, pero con la carne no lo consigo. No estoy familiarizado con ese tipo de material.

—Es algo natural. Un Forjador no trabaja sobre la carne, solo sobre el acero.

—Lo sé, pero necesito hacer lo mismo que hizo la Forjadora. Necesito poder traer algún trozo de carne aquí. Me de igual si es un trozo grande o uno pequeño, cualquier progreso me vale. Tan solo quiero avanzar un poco.

El Ente se llevó una mano a su frondosa barba y se la frotó de arriba abajo. Algo que a Kleyn le llamó la atención, dada la falta de personalidad y emoción que su voz expresaba.

En cierto momento detuvo su mano.

—¿Qué es lo que intentar traer cuando piensas en la carne, Forjador?

—Pues... carne —respondió, encogiéndose de hombros, como si la pregunta del Ente fuese absurda.

—Sé más específico. ¿Qué carne? ¿Cuánta? ¿De qué tipo?

—No lo sé. Cualquiera. Un tozo de chuleta, una costilla, un chorizo. Me da igual.

—Ya veo —dijo el Ente, y volvió a frotarse la barba dos veces más—. Creo que el problema puede ser el enfoque.

—¿El enfoque?

—Recuerdo a la Forjadora traer aquí su propio cuerpo, y no algún tipo de carne extraña.

—¿Su cuerpo? —comentó Kleyn. Se llevó una mano al mentón y la otra debajo del codo, en gesto pensativo.

—¿En qué piensas, Forjador?

—Hekapoo no puede trabajar sobre la carne porque conozca la carne. Ella trabajó sobre su propio cuerpo porque es algo que conoce. Los Forjadores no pueden traer una carne cualquier a este plano, pero sus propios cuerpos les pertenecen. Que sean de carne no significa que tengan control sobre el material en sí, pero sí el de sus propios cuerpos —comprendió este—. Eso quiere decir una cosa —dijo este, sonriendo.

Kleyn se puso firme y llevó una mano hacia atrás. Miró a un punto fijo en la nada y entonces lanzó su mano hacia adelante y cerró el puño, como si hubiese atrapado algo en el aire. Luego tiró hacia atrás y de la nada sacó un cuerpo, como si lo sacase de un lago vertical.

Justo entre sus manos tenía su propio cadáver.

—Lo has conseguido —pronunció el Ente.

Después de tanto tiempo, lo había conseguido. Después de tantos dolores de cabeza, de tantos intentos infructíferos, de tanta incertidumbre, tenía su cuerpo delante. Debería estar contento, es lo que cualquiera habría pensado, pero no lo estaba.

Allí entre sus brazos su cuerpo emitía frío. Un frío desagradable que solo atribuía a la muerte. Todavía recodaba la sensación de la piel fría de la persona que más había amado. Pero aquel no era el problema.

El cadáver tenía los ojos apagados. Oscuros, como si las cuencas estuvieran vacías. La llama de su cabeza era inexistente. El tono de su piel, pese a que nadie pudiese notarlo, era más pálido. Pero aquel no era el problema.

Aquello que molestaba al Forjador no era verse a sí mismo en aquel estado, sino ver que su cuerpo le resultaba inservible. Allí en donde deberían estar sus brazos y piernas solo había muñones. Tozos cortados de forma limpia y feroz. Lo recordaba, el hacha de Gornak cerniéndose sobre él, y despojándolo de sus brazos y piernas. Ahora solo tenía un cuerpo sin extremidades. Necesitaba más carne, sino de nada serviría haber podido traer su cuerpo allí.

Kleyn había recuperado los ánimos de seguir intentándolo, intentar manejar la carne. Su pequeña victoria al recuperar parte de su cuerpo lo impulsó a seguir, pero, al final, aquello fue solo eso: una pequeña victoria.

Daba igual cuantas veces lo intentase, cuanto imaginase sus brazos y piernas, estos no aparecían. Kleyn estaba seguro de que lo estaba haciendo bien. Había hecho lo mismo que con su cuerpo, pero era como si sus extremidades no estuvieran allí.

Continuó esforzándose. Volvió a intentar que aparecieran las partes. Trató de imaginarse a las extremidades creciendo de nuevo de su cadáver. Metió los muñones del cuerpo, uno por uno, en del mismo lugar del que había sacado el cadáver, con la esperanza de volverlo a sacar y que las extremidades estuviesen ahí, como alguien que mete sus brazos llenos de barro en el lago para luego sacarlos totalmente limpios. Sin embargo, no fue así.

Después de tantos intentos por recuperar lo irrecuperable, Kleyn volvió a encontrarse en un punto muerto.

Se echó para atrás en el medio de aquel espacio y quedó suspendido en el aire, como si se hubiese echado en la rama de un árbol inexistente.

—Ente —dijo este, y la imponente figura de aquel enorme herrero rojo apareció ante él.

—Dime, Forjador.

—Lo he intentado todo, pero no consigo recuperar los brazos y piernas de mi cuerpo. ¿Se te ocurre algo distinto que pueda intentar?

El Ente se frotó la barba tres veces antes de responder.

—Te he estado observando, y he visto como lo has intentado todo. No creo que estés haciendo nada mal. Tan solo es que no hay más material del que buscas.

—Sí, yo también había llegado a esa conclusión —respondió, y luego soltó un largo y pesado suspiro—. Gracias de todas formas.

Y después de decir eso, el Ente desapareció.

Kleyn echó la cabeza para atrás y cerró los ojos. Se sentía cansado de intentarlo todo y no conseguir nada.

Se preguntó a sí mismo cómo estarían sus compañeros. Aún seguía preocupado por ellos, pero era consciente de que nada servía pensar de más en el tema. Mientras siguiese atrapado en aquel sitio, poco podría hacer. Inconsciente del tiempo que llevaba en aquel sitio, desistió en preocuparse, pues tranquilamente puedo haber pasado un año allí como un siglo. Aun así, tenía ganas de irse, de volver y enmendar sus errores. De hacerlo mejor.

Se llevó las manos al rostro y soltó un gemido de cansancio.

—Joder, ya no sé qué más hacer —se dijo a sí mismo.

—¿Has probado a disculparte con Hekapoo y escucharla? —dijo una voz cercana a él.

Kleyn reaccionó de golpe y se giró a un lado. Pensó que iría a caerse, pero no había lugar al que caerse, solo un vacío rojo e infinito.

Alzó la mirada para fijarse en su interlocutor, y se encontró con el humano.

—Ah, eres tú —dijo este, volviendo a adoptar su posición de pie.

—Marco —le dijo el tipo.

—Sí, recuerdo tu nombre. Al igual que recuerdo la discusión que tuvimos la Forjadora y yo.

—A los Forjadores siempre se les dio bien recordar cosas —comentó el tipo—. Creo que tiene algo que ver con eso de vivir para siempre.

—Parece que en los tiempos que corren "para siempre" dura menos de lo que uno se piensa —dijo Kleyn, señalándose de arriba abajo con las manos—. Lo siento, Marco, pero no tengo intención alguna de disculparme con ella. Yo no fui quién comenzó a criticar al otro sin venir a cuento.

Marco arrugó el gesto, como si quisiera contradecirle, pero que supiera que no podía.

—Bueno, Heka es algo temperamental, no puedo negarlo.

—¿Heka? —preguntó Kleyn, enarcando una ceja.

—De Hekapoo. Es el apodo cariñoso que le puse.

Kleyn arrugó la cara. Aquel gesto le parecía demasiado empalagoso.

—Sí, así reaccionó ella las primeras veces. Pero era mejor llamarla así que llamarla H-poo.

Esta vez, Kleyn se dobló hacia adelante y se llevó el dorso de la mano a la boca en un intento por contener la risa.

—Sí, justamente por eso me gustaba llamarle de esa forma. Aunque no te mentiré, llamarla así era tentar a la suerte, y la suerte siempre se acaba.

—Concuerdo en eso —admitió Kleyn—. Mira, Marco, me caes bien, pero no estoy de acuerdo con mi predecesora. Ella podrá tener su forma de trabajar, pero que no le guste mi forma de hacer las cosas no le da derecho a criticarme. Como dije, ella tuvo su momento como Forjadora, y yo el mío. Todavía me queda mucho por hacer, y ahora mismo no tengo ganas de seguir investigando, pero hallaré la forma de completar mi cuerpo y volver a la vida. —Kleyn se miró la mano un momento, y luego cerró el puño—. Hay gente allí que me necesita.

—Entiendo —dijo el hombre—. Pero no dirás que no a un poco de compañía en este espacio desolado, ¿no? —dijo este con una sonrisa sincera.

Kleyn se lo quedó mirando un momento. No conocía a aquel hombre, tan solo había escuchado algunas cosas sobre él, como su participación en la guerra entre Mewni y en ejército de los muertos de Eclipsa, y varias hazañas contadas por los ciudadanos, las cuales le sonaban más a fábulas locales que a hechos. Tenía que admitir que todo aquello le producía cierta intriga. El humano que había ido a Mewni y que se había emparejado con la antigua Forjadora. Sin lugar a dudas era algo llamativo.

—La verdad es que no me vendría mal algo de compañía que no sea yo mismo.

—Esa es la actitud —dijo Marco, sentándose hacia atrás y poniéndose cómodo en el aire—. Estar aquí solo puede resultar bastante aburrido a veces.

—Me puedo hacer una idea —respondió este, adoptando la misma pose que el hombre—. ¿Cómo pudieron aguantar tanto tiempo aquí solo tú y ella?

—Bueno, ya estuvimos un buen tiempo juntos en vida, así que sabemos disfrutar de la presencia del otro.

Kleyn arrugó la cara.

—Oh, dios, por favor, no quiero detalles.

Marco se rio.

—No hablo de ese tipo de cosas —aclaró este—. Pero también.

—Lo sabía.

—Oye, ¿no harías tú lo mismo si estuvieras aquí por toda la eternidad con la persona que más amas?

Kleyn se quedó pensativo un momento al escuchar esa pregunta. No pudo evitar pensar en Loretta. Su imagen fue a su mente por sí sola.

—Sí, supongo que sí.

El hombre se mostró algo apenado al ver que había tocado un tema delicado. Miró a su alrededor en busca de otra cosa de la que hablar, algo inútil, siendo que allí no había nada.

—Por cierto, he visto que te has ganado la confianza de los integrantes de la Orden Armada. ¿Cómo están ellos? ¿Ronnin sigue siendo tan obstinado como siempre?

Kleyn alzó la cabeza y cambió el semblante.

—No sé si obstinado sea la palabra —dijo este—, creo que egocéntrico también sería una definición indicada.

—Entonces ustedes se llevarán bien, ¿no?

—¿Qué insinúas? —respondió Kleyn, entornando la mirada.

Marco cambió su expresión a una incómoda, pensando que lo había ofendido, pero, entonces, Kleyn se echó a reír y él hizo lo mismo.

—Veo que tú también conociste a los de la Orden.

—Trabajé con ellos y luché codo con codo durante la guerra contra Toffee y la guerra contra Eclipsa.

—Eso escuché. ¿Cómo llegó un humano a hacer todo eso?

—Buff, es una larga historia —dijo Marco, agitando la mano en el aire.

—Creo que tenemos tiempo.

—Bueno, si insistes.

Marco le explicó toda su historia: cómo Star llegó a la tierra y puso su mundo patas arriba; su primer encuentro con la Forjadora; el desafió que esta le dio al muchacho; todas las aventuras y vicisitudes por las cuales tuvo que pasar hasta cumplir su objetivo; los más de cien años que estuvieron juntos en su dimensión; su vida en Mewni; la guerra contra Toffee; los problemas que sobrevinieron después de aquel incidente; la liberación de Eclipsa; y, por último, la guerra contra la antigua reina oscura y el posterior fallecimiento de ambos.

Tras escuchar la historia del humano, Kleyn comprendió mejor qué clase de persona era Marco. Y, también, qué clase de persona era Hekapoo. Comprendió que la Forjadora había sido alguien muy comprometida con su labor. Alguien que había dado la vida para proteger a sus seres queridos. Alguien noble. No pudo negar que se sintió un poco mal por ella al sufrir un destino como aquel: morir a manos de su amado después de haberlo apuñalado. Se imaginó a sí mismo en esa situación con Loretta, y la verdad era que no le hubiese gustado que algo así les ocurriera a ellos.

—Eso fue —pensó un momento en la palabra más indicada— intenso —comentó Kleyn.

—Aquel día lloramos bastante —dijo Marco con total naturalidad, cuando se fijó en el pelirrojo—. Oh, no te preocupes por ello. Fue hace tantos años que ya no tiene importancia. El pasado es el pasado, y lo que importa es el presente y lo que hagas con él.

—Sí —concordó Kleyn, y ambos se quedaron callados durante un rato—. La Forjadora —comenzó Kleyn.

—Por favor, llámala Hekapoo. Me resulta muy extraño que la llamen por su título.

—De acuerdo —dijo Kleyn después de reírse entre dientes—. Hekapoo parece una persona serie y dedicada.

—Lo es. Pero, como todo el mundo, tiene sus momentos.

—Es algo normal. Aunque no entiendo qué la hizo ser tan recta. Alguien que nace con tanto poder y fama se deja llevar por los elogios y los cumplidos. Pero ella no.

—Lo que pasa es que hay cosas que no tienes en cuenta. Como el hecho de que ella fue la primera Forjadora, y, por eso, al principio no gozaba de la fama de la que comenzó a jactarse siglos después.

—Es un buen punto —concordó este.

—Y otra cosa más, es que ella no nació siendo Forjadora.

De pronto, Kleyn abrió los ojos de sobremanera.

—Perdón, no sé si habré escuchado mal, pero, me estás diciendo que Hekapoo...

—No fue una Forjadora desde su nacimiento.

Kleyn se quedó atónito. Desde siempre creyó que los Forjadores nacían, o más bien, eran creados a partir de la esencia misma de la magia. Lo que Marco le acababa de decir cambiaba por completo la creencia que él tenía con respecto al origen de los suyos.

—Pareces impactado —señaló Marco.

—Bueno, es algo que va en contra de todo lo que creo.

—Entiendo —respondió este—. ¿Quieres escuchar la historia?

—Estaba a punto de pedírtelo.

Marco se rio.

—Bien, vamos a ver —dijo el humano, llevándose una mano al mentón—. Hubo un tiempo en el que los Forjadores no existían. Donde ni siquiera se había concebido la idea de su creación, y el uso de los portales era algo inexistente. En esos tiempos el Inframundo y el Cielo eran los máximos referentes en la magia. Pero había un tercer referente, y el más grande: Glossaryck.

—Ese enano azul —dijo Kleyn—. Siempre tiene que estar metido en todo.

—Y que lo digas. De hecho, fue por él que todo esto empezó. Glossaryck era capaz de controlar varias cosas que ni los infernales ni lo celestiales podían controlar. Como el teletransporte, el dominio del tiempo y del espacio, la vida y la muerte, y la suspensión de los individuos mediante el hipersueño. Solo por nombrar algunos de los que conoces.

—No los conocía todos.

—Pues he nombrado esos, porque estos son los papeles adoptados por los miembros de la alta comisión. Como el Inframundo y el Cielo no tenían control alguno de estas fuerzas, presionaron a Glossaryck para que dividiera su poder en otras partes, para que un poder tan grande como el suyo no estuviese en manos de un ser tan...

—Raro.

—Más bien caótico, por lo que dijeron estos, pero ya me entiendes. Glossaryck aceptó, pero no a separarse por completo de sus fuerzas, sino a dejar cierta parte específica a algunos seres que él crearía. Y así fue. Primero creó a Omnitraxus, aquel que dominaría las fuerzas del tiempo. Y luego creó a Rhombulus, el que pondría en una penitencia perpetua a aquellos que la mereciesen. Estos dos fueron los primeros y únicos dos seres creados a partir de la magia pura. Y por queja del reino superior e inferior, los siguientes seres serían seres vivos a quienes dotaría del poder mágico, y los cuales tenían que ser del cielo o del infierno. Fue así que nació Reinaldo, un celestial de raza bestial que fue designado como aquel capaz de atravesar cualquier dimensión o barrera a través de su barca y su rio. Y luego a un infernal, también bestial, que manejaría las fuerzas de la vida y de la muerte: el Canciller Lekmet.

—Ahora entiendo lo de sus habilidades —dijo Kleyn.

—Exacto. Sin embargo, ambos reinos no estaban contentos con aquel que dominaba el espacio, ya que solo se desplazaba él mismo, y, mientras que la existencia del resto de seres cumplía cierta función, la existencia de Reinaldo no representaba algo significativo. Por lo que se buscó a alguien que se encargara de proporcionarles a los vivos un medio para desplazarse a cualquier sitio de forma sencilla e inmediata. Así surgió la idea de crear a un Forjador. El único que sería capaz de crear los artefactos que cumplirían esta función.

—Así fue como eligieron a Hekapoo —dijo Kleyn, adivinando cómo acababa la historia.

—Sí, pero no fue algo tan sencillo —aclaró Marco, levantando un dedo—. Tanto los celestiales como los infernales querían ese poder mágico. Muchos de ellos se presentaron ante Glossaryck e intentaron convencerlo de que ellos eran los candidatos ideales. Se congratulaban con logros y hazañas increíbles. Se presentaban como grandes influencias en sus reinos. Incluso aquellos que ya de por sí eran conocidos por su fuerza y poder dijeron que solo aquellos que conocían el poder merecían tener más. Pero ninguno de ellos convencía a Glossaryck, quien se iba de allí para acá, vagando por ambos planos. Seres de ambos mundos se le acercaban, no para postularse ellos, sino para postular a otros como candidatos a recibir tal poder. Presentaban a candidatos que no estaban interesados en obtener tal poder, pero que mucha gente consideraba dignos por su altruismo y su humildad. Nombres de criaturas de bien ilimitado fueron pronunciados, pero ninguno de ellos significó nada para Glossaryck. Aun así, siguió vagando de un lado a otro en busca de alguien que pudiera portar estos poderes. Hasta que un día, casi por accidente, incluso, Glossaryck se topó con un grupo de demonios pálidos, la raza de infernales a la que pertenece Heka. En este caso, el grupo de estos era de enjuiciadores, infernales que se dedican a juzgar a aquellos que atentan crímenes, y, a veces, son estos mismos los que imparten el castigo, también. Uno de los del grupo le dijo a Glossaryck que no había candidato ideal, todos pecarían en algo. Sus compañeros se le acercaron y se atrevieron a opinar también. Heka, que estaba entre ellos, no dijo nada, pero uno de sus compañeros le dijo que le dijera algo. Glossaryck se giró hacia ella, con rostro indiferente, a la espera de que hablara, y entonces Hekapoo lo hizo.

—¿Qué fue lo que dijo? —preguntó Kleyn, ansioso.

—Ella dijo que sí existía un candidato ideal, pero este no podía mirar ni por el bien ni por el mal. Si lo que querían las fuerzas del cielo y del infierno era que todos pudiesen estar conectados gracias a la magia del Forjador, este tenía que ser alguien imparcial, alguien que no le otorgase a otro ser la capacidad de ir a donde quisiera basándose en el número de vidas que había arrebatado o salvado, pero que sí los tuviese en cuenta. Alguien que supiese valorar el esfuerzo de las criaturas sin importar de qué índole fuese este. O sino habría un desequilibrio de fuerzas. Necesitaban a alguien neutral que actuase en pos de las fuerzas de la magia, y juzgase a todos por igual —dijo Marco, como si tuviera aquellas palabras preparadas de antemano—. Eso dijo ella.

—¿Y qué le dijo Glossaryck?

Marco miró al pelirrojo y sonrió.

—Glossaryck sonrió, apuntó a Heka —dijo, apuntando a Kleyn con su dedo índice—, y le dijo: tú serás la Forjadora. —El tipo bajo la mano—. Acto seguido, Glossaryck se la llevó en un parpadeo, y al poco tiempo ella apareció en el inframundo como la nueva Forjadora. Y no se volvió a saber nada de Glossaryck.

—Ese tipo es demasiado impulsivo —comentó Kleyn—. ¿Qué pensaron los celestiales e infernales?

—Muchos estuvieron en desacuerdo con la decisión de Glossaryck, incluso la propia Hekapoo no se consideraba merecedora de un poder tan grande y una responsabilidad aún mayor. Por eso trató de encontrar a Glossaryck para hacerlo entrar en razón y que eligiera a otro candidato, pero este había desaparecido del mapa. Debido a esto, Hekapoo tuvo que hacerse a la idea de que ella tendría que ejercer su papel como Forjadora, pesase a quién le pesase. Y como no se consideraba digna de tal labor, se juró a sí misma esforzarse como nadie para estar a la altura del título y todo lo que conlleva —explicó Marco, y echó un vistazo lejano a la nada—. Al principio, todo le resultó complicado. No había nadie que le dijese lo que tenía que hacer, ni cómo hacerlo. Así que ella misma tuvo que diseñar una forma de viaje adecuada para todo el mundo. Ella misma tuvo que estipular uno, evaluarse, modificarlo y volverse a evaluar. Dejó atrás toda su vida para dedicarse en cuerpo y alma a una labor que consideró más grande que ella misma. —Marco se giró hacia él con rostro nostálgico—. Sabes, Hekapoo tenía otro nombre antes de volverse Forjadora, pero lo abandonó junto con su vida pasada para dedicarse a su labor.

—¿Cómo se llamaba? —inquirió Kleyn.

Marco negó con la cabeza y volvió a mirar al frente.

—No lo recuerda. O si lo hizo, no quiso decírmelo. Yo creo que ella en verdad dejó enterrada su anterior vida para ser merecedora del título que le confirieron. Un título que ella no pidió, pero que se esforzó como nadie para cumplir con la labor que este traía consigo.

Marco guardó silencio un momento, y la mirada de este volvió a perderse en el horizonte. Kleyn no dijo nada al respecto. Todo aquello le hizo pensar un poco en Hekapoo, y en la razón por la cual le había hablado de aquella forma. Tenía mucho en lo que pensar.

—¿Ella —comenzó Kleyn— se desvivió por su trabajo?

Marco tomó aire y asintió de forma ligera varias veces.

—Sí. Al principio no fue más que alguien que solo se dedicó por completo a su labor. Pero, afortunadamente, cuando por fin lo tenía todo por la mano, pudo comenzar a tener una nueva vida, una en la que ella pudiera ser feliz, incluso con la responsabilidad de ser la Forjadora. —El hombre pareció animarse un poco, y alzó la vista hacia la parte alta de aquella dimensión rojiza—. Yo he admirado mucho a Hekapoo por todo lo que ha hecho, por todo lo que ha pasado. Aún hay mucho que no sabes, Kleyn. Pero, en esencia, así es como nacieron los Forjadores.

Desde aquel día, Kleyn y Marco se volvieron cada vez más cercanos. Se veían bastante seguido y hablaban de lo que fuera. Marco le comenzó a contar cosas sobre la Tierra. Cosas locas que a Kleyn jamás se le abrían pasado por la mente. Como la idea de una red invisible que conectaba a todo el mundo. Esa cosa rara llamada internet. También conoció uno de los juegos más típicos de allí: el beisbol. Incluso pudo compartir varios juegos de pasarse la pelota con él en múltiples ocasiones. Para él no había sido complicado hacer una de esas con algo de cuero invocado en la Forja. Kleyn se sintió bastante a gusto con el humano. Pero había una cosa que no paraba de rondarle por la mente.

—Oye, Marco —dijo este antes de lanzarle la pelota—, hay una cosa que me ha estado rondando la mente últimamente.

El tipo atrapó la pelota y se preparó para devolverla.

—Dime qué es. —La lanzó, y Kleyn la atrapó.

—Es sobre los Forjadores. Desde que me dijiste que Hekapoo fue dotada con ese poder, no he parado de pensar en una pregunta que no sé si sabrás responder. —Se preparó para lanzar—. ¿Por qué yo nací siendo un Forjador? ¿Me creo Glossaryck? —Lanzó.

Marco atrapó la pelota, y se quedó congelado durante un rato.

—¿Qué pasa? —quiso saber el pelirrojo.

—Hay algo que tengo que contarte. Es algo que no tenía pensado contarte aún, pero creo que la situación lo requiere —dijo este, muy serio—. Antes que nada, tengo que pedirte que, una vez que comience a contarte la historia, me dejes acabar del todo antes de decir nada, ¿sí?

Kleyn no comprendió la razón de mostrar una actitud así a esas alturas, pero de poco importaba si estaba a punto de contárselo ahora.

—De acuerdo —accedió el Forjador.

—Bien.

Marco habló largo y tendido, y Kleyn escuchó atento. A medida que avanzaba la historia, este comenzó a sentirse como un completo extraño para sí mismo, algo que nunca esperaría sentir. Por un momento no sabía ni quien era. Todo le estaba resultando muy confuso e irreal.

Cuando Marco acabó, Kleyn no dijo nada, solo se quedó callado.

—¿Estás bien, Kleyn? —preguntó Marco, después de que pasase un rato sin que Kleyn dijese nada.

—Necesito un tiempo a solas —respondió este, sin mirar al castaño a los ojos.

Marco no dijo nada, tan solo asintió y se desvaneció en aquel espacio.

Durante los siguientes días, Kleyn se dedicó a pensar en sí mismo y en todo lo que Marco le había contado. Aún seguía algo aturdido.

Al cabo de un tiempo, volvió a hablar con Marco. Al principio, como si fuese alguien diferente, alguien que no conociera. Pero, poco a poco, volvieron a retomar la confianza de antes, y se llevaron mejor que nunca.

Y un día, Kleyn llamó a Marco.

—Dime, Kleyn.

El pelirrojo se lo quedó mirando un momento, y luego abrió la boca.

—Quiero hablar con ella. Ayúdame.

Marco sonrió.

Estaba sentada, mirando al infinito con la mente perdida en sus pensamientos. Pese a que había pasado un tiempo indeterminado desde que había discutido con Kleyn, se seguía sintiendo mal por algunas cosas que había dicho.

Tomó aire, se llevó una mano al pecho, y suspiró con pesadez.

No pudo evitar recordar el pasado:

—¿Volverás a la vida para continuar con tu labor de Forjadora? —le preguntó él.

Ella negó con la cabeza.

—Mi tiempo como Forjadora ha terminado.

—Pero alguien tiene que encargarse, ¿no?

—Sí. Es por eso que quiero hacer algo totalmente nuevo.

—¿Qué es?

—Crearé un nuevo Forjador. Usaré la carne de mi cuerpo físico para crear uno nuevo.

—¿Puedes hacer eso? —le preguntó Marco.

—Siento que puedo. Al menos si es en este lugar.

—¿Crees que también puedas usar la carne de mi cuerpo?

—Podría intentarlo. No pierdo nada.

—En caso de que puedas, aprovecha para hacerlo más alto que tú —le dijo él, mostrando un deje de sonrisa en su rostro.

Luego, ella le dio un empujón.

De ese recuerdo saltó al siguiente, donde el fruto de su trabajo se hizo visible.

—Está terminado —anunció Hekapoo.

Marco se acercó a la camilla para ver el cuerpo.

—Es alto —comentó—. Bastante alto. De hecho, es más alto que yo.

—Es que había mucha carne.

—Tiene tu piel y cabello. Y tiene mi lunar, aunque en el lado contrario —dijo, sonriendo—. Espera, ¿por qué le hiciste la parte de las manos y los antebrazos tan grandes?

—Ya te lo dije, había mucha carne. Además, yo creo que le da un toque extravagante.

—Se le ve un chico guapo.

—Por supuesto. Si voy a crear al próximo Forjador, me aseguraré de hacerlo lindo.

—Aún no puedo creer que hayas podido crear algo así.

—Bueno, es el producto de nuestros cuerpos, y de la unión de nuestros fuegos del alma —explicó Hekapoo, colocando una mano encima del nuevo Forjador—. Es nosotros en esencia.

—Nosotros —repitió Marco.

—Es lo más parecido a un hijo que podremos tener —dijo ella.

—Nuestro hijo —pronunció Marco con voz suave y cargada de emoción—. ¿Cómo lo llamamos?

Notó a alguien acercarse a su espalda. No era Marco, ni el Ente. Por lo que solo podría tratarse de una persona.

—Hekapoo —dijo Kleyn, a su espalda.

Ella no se giró. No tenía los ánimos para mirarlo a la cara.

—¿Qué quieres Forjador? —preguntó, adoptando un tono serio y un tanto seco.

—He estado hablando con tu marido durante un tiempo.

—Ajá. ¿Y?

—Me lo ha contado —hizo una pausa— todo.

Al escuchar esa palabra, Hekapoo se puso tensa. Aquella frase implicaba muchas cosas. Todo. ¿Lo sabía todo? ¿Todo de verdad?

Que supiese o no alguna cosa u otra no cambiaba lo que había ocurrido entre ellos. Tenía que mostrarse firme.

—¿A qué has venido?

—Necesito tu ayuda. Necesito recuperar mi cuerpo y volver a Mewni. Hay gente que me necesita...

—Ya hablamos de esto. Y tú actitud...

—Deja que termine —dijo este, interrumpiéndola—. Deja que termine de explicártelo, por favor.

Hekapoo guardó silencio y soltó un suspiro suave.

—Habla —le dijo.

—Escucha, sé que hay cosas de mí que no te gustan, y lo entiendo. Conozco tu historia, tu origen, tu dedicación. Entiendo qué querías decir con eso de que hay que estar a la altura del título, y tienes razón. He estado reflexionando sobre ello, y tienes razón. Hay que ser capaz de manejar tanta responsabilidad —dijo Kleyn—. Y con esto no quiero decir que todo vaya a cambiar de golpe, que me convierta en un ser ejemplar, que deje de ser egocéntrico y disfrute recibiendo la atención de los demás. —Hekapoo apretó los puños—. Pero quiero ser un mejor Forjador, y me gustaría que me ayudes con eso. Que compartas conmigo tu experiencia. Quiero ser capaz sentir que soy apto para llevar este título. Sé quién soy. Ahora más que nunca, y quiero seguir adelante. ¿Qué me dices?

No respondió al instante. Se vio en la necesidad de tragar para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

—¿Hablas en serio? ¿De verdad estas dispuesto a cambiar?

—Estoy dispuesto a ser mejor, pero quiero ser yo mismo. Una mejor versión de mí.

—Dime que es verdad que tienes la intención de mejorar, que no me estás mintiendo para que te ayude, porque si me dices que te crea... te creeré.

—Lo digo de verdad.

—Júramelo —gritó ella, aún sin girarse hacia él—. Júramelo por la persona que más ames.

Se produjo un silencio momentáneo. Notó como Kleyn se acercaba a ella, hasta situarse a menos de un metro de distancia.

—Lo juro, por Loretta —respondió en tono serio y determinado—. Por favor, ayúdame, mamá.

Hekapoo notó cómo un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo y le arrebató toda fuerza que tenía consigo. Los brazos y las piernas le comenzaron a temblar, y sintió que un par de lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

—De acuerdo —pronunció, intentando que no se le quebrase la voz—, te ayudaré. Pero antes, tienes que hacer algo por mí —dijo ella, y Kleyn se mantuvo a la espera de oír su petición—. Agáchate.

La petición, como era de esperarse, pareció confundir al muchacho al principio, pero luego Hekapoo notó cómo este hacía caso.

—¿Así? —dijo este.

Entonces ella se giró de golpe, le rodeó la cabeza con sus brazos y le dio un fuerte abrazo.

—Sí —dijo ella, ya sin poder evitar que las lágrimas salieran a destajo y sin poder parar de temblar—. Te ayudaré, hijo mío.

Kleyn se quedó paralizado un momento, luego la rodeó con sus brazos, correspondiendo el gesto.

—Gracias —dijo este, y ella también notó que la voz le temblaba—. Gracias, mamá.

—Te quiero, Kleyn. Haría lo que fuera por ti —pronunció ella, apretándolo con más fuerza—. Siento haber sido tan dura contigo. Lo siento mucho. Yo solo quería que fueras mejor de lo que yo fui. Yo también fui impulsiva y temperamental en muchas ocasiones. Y me arrepentí en muchas de ellas. No quería que cosas como esas te pasaran a ti también. Solo te deseo lo mejor, y que seas feliz. Yo... —no podía—. Lo siento. Lo siento, Kleyn.

—No tienes por qué disculparte. Yo siento no haberte escuchado. Siento no haberte dado la oportunidad de contarme quien eras. Hay mucho que quiero saber de ti. Tanto que no sé ni por donde empezar. Nunca supe lo que sería tener padres, y ahora de golpe...

—Shhh —dijo una voz masculina—, está bien. Para eso está la familia, para ayudarse entre ellos —dijo Marco, envolviéndolos a ambos en un abrazo—. Ya dejen de llorar tanto —pidió mientras él mismo comenzaba a llorar—. Es nuestra primera reunión familiar.

Les llevó un rato, pero al final pudieron calmarse y entrar en materia.

—Bueno, será mejor que nos pongamos manos a la obra —dijo Hekapoo. O más bien, su madre.

—¿Puedes conseguir más carne para mi cuerpo? —preguntó Kleyn.

—No.

—¿¡Qué!?

—Solo disponemos de la carne que fue convertida en cenizas para volver a la Forja. Tus extremidades están ahora en el estómago de las fieras del coliseo.

—Entonces, ¿qué haremos? —inquirió Kleyn.

—Inventar algo.

—¿Inventar?

—Sí. Eres un Forjador, y uno muy creativo por lo que he visto. A mi jamás se me habría ocurrido mutilarme las uñas para hacerme un injerto de garras de acero con magia dimensional —dijo ella, sonriendo—. Por cierto, ni se te ocurra volver a hacer eso. Fue horrible.

Kleyn se rio para intentar restarle importancia al asunto.

—En ese caso, tendremos que ponernos experimentales —aseguró Kleyn.

—Yo no sé qué puedo hacer por ustedes, pero aportaré tanto como pueda —dijo Marco. O más bien, su padre.

—Perfecto —dijo su madre—. Entonces pongámonos a trabajar. Tenemos un cuerpo que reconstruir.

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Buff, con este me quedé hasta tarde escribiendo. Tampoco podía dejarlo. Yo mismo me enganché. Je, je. Espero que ustedes lo disfruten también.

Sí te gustó el capítulo escribe un comentario, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores. Y si gustas, también deja un like.

Gracias por tu tiempo y apoyo.

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