Capítulo 28: Recuerdos ante las llamas
El esqueleto que se había levantado de entre la pila de cadáveres vio a los enanos que había más adelante y comenzó a caminar hacia ellos. Avanzó de frente, acelerando su paso e ignorando a Fritz, quien giró la cabeza hacia el tipo huesudo cuando pasó junto a él. También ignoraba las flechas que iban directo hacia él. Algunas pasaban entre sus huesos, y otras se quedaban clavadas en su armadura de cuero, pero parecía darle igual.
Fritz estaba dudando si seguir lanzando restos de cadáveres como si fueran proyectiles, ahora que un nuevo individuo se presentaba en el campo de batalla.
— Fritz, espera —dijo Kleyn, llamando la atención del medio-trol—. No sabemos quién es ese, pero no parece que esté en nuestra contra. De momento, no ataques.
— ¿Entonces no vamos a luchar contra los enanos? —preguntó el tipo de piel celeste.
— No, al menos de momento. Veamos qué es lo que hace aquel costal de huesos —Me pregunto si el hecho de que los enanos posean armas capaces de absorber tus llamas tenga algo que ver con esta decisión.
Aquel guerrero no-muerto estaba a punto de llegar hasta los enanos, y estos se alarmaron de golpe.
— Se está acercando demasiado —anunció uno de los enanos al frente, de los que tenía escudo—. Arqueros, retírense y ocúltense detrás de alguna roca. Nosotros nos ocuparemos de este tipo.
Los arqueros asintieron conformes y se alejaron de sus compañeros. Ambos tomaron caminos opuestos y se escondieron: uno detrás de una roca y otro detrás de varios cactus. Aquellos que se quedaron eran tres enanos con escudos y martillos, y otros dos con hachas pesadas.
— No caeremos ante un solo hombre, y mucho menos si este no es más que un costal de huesos. Muchachos, prepárense —indicó el del medio, sujetando con fuerza el escudo.
El resto hizo lo mismo. Se aferraron con fuerza a sus armas y flexionaron las rodillas, a la espera de atacar a su enemigo.
El esqueleto iba hacia ellos con el hacha en alto listo para asestar el primer golpe.
— ¡Enanos! —gritó este, con una voz reverberante y gutural.
Los enanos se mantuvieron firmes y recibieron el primer ataque. El hacha impactó contra el metal del escudo del enano de en medio. Esta no atravesó la coraza, sin embargo, el golpe había sido cargado con tanta fuerza, que el enano que lo había parado tuvo que arrodillarse, sorprendido ante el poder de ataque del enemigo.
— ¿A qué esperan? —dijo este, apretando los dientes por el esfuerzo—. Ataquen.
Los dos enanos a sus lados golpearon al esqueleto embistiendo con los escudos para alejarlo un poco de su compañero, pero no consiguieron alejarlo demasiado. Como mucho, consiguieron que este diese un paso atrás.
El enano de antes se alejó un poco para dejarle espacio a sus compañeros para atacar. Así, uno de los dos que tenía un hacha doble, se unió a sus compañeros en favor de atacar. Mientras que el otro se quedó junto a su compañero arrodillado.
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó, arrodillándose para estar a su altura, y colocando una mano en su hombro.
— Sí. Es solo que ese maldito me dio un golpe bastante potente. No me esperaba que un montón de huesos fuese a doblegar mi resistencia —miró a sus compañeros y se puso de pie—. Tengan cuidado con él, no es alguien normal.
Sus compañeros lo escucharon, pero ya estaban enzarzados en una cruenta batalla contra el no-muerto. Los hachazos iban y venían por parte del esqueleto. Los enanos conseguían evadir los ataques con sus cuerpos pequeños y escurridizos. Y aquellos que no conseguían ser esquivados eran interceptados por los dos enanos con escudo. Aunque, al recibir esos ataques, se les notaba tambalear a esos enanos. Mas estos no daban su brazo a torcer.
Los pequeños intentaron rodear al tipo para así hacerle más difícil la tarea de atacarlos. El esqueleto dio un hachazo en vertical, y un enano lo esquivó, evitando ser partido. En ese momento, uno de los de escudo que se había colocado detrás del esqueleto aprovechó y le dio un martillazo en la parte de atrás de la rodilla, provocando que el esqueleto se arrodillase. Este giró la cabeza hacia al mequetrefe, y lo observó con aquellos dos agujeros negros en donde alguna vez habría ojos. Y el enano pareció vacilar un momento.
— Eh, huesudo —llamó uno de los bajitos.
El esqueleto se giró y vio al primer enano al que había atacado. Este había corrido hacia él y había dado un pequeño salto para llegar hasta a él, ahora que se encontraba arrodillado. El mequetrefe había saltado con su martillo en mano, y ahora se encontraba a punto de estampárselo en el rostro. Quiso reaccionar para defenderse, pero le fue imposible. El metal retumbó en el hueso del enemigo, y lo mandó a volar hasta que cayó en el suelo y giró en él, levantando una nube de tierra.
— Eso le enseñará a no meterse con nosotros los enanos —dijo uno de ellos, y el resto comenzó a celebrar junto a él, alzando sus armas en señal de vitoreo.
Los arqueros, aliviados y contentos de ver como un enemigo había caído, salieron de sus escondites y comenzaron a caminar hacia sus compañeros.
— Parece que lo derrotaron —dijo Ágata, observando la escena—. ¿Quieres atacarlos ya? —le dijo a Kleyn, girándose hacia él.
— Aún no —respondió este, entornando la mirada hacia el esqueleto.
— ¿Por qué? —ya lo tiraron al suelo.
— Hace tiempo aprendí algo de los esqueletos. Y eso es que lo que está muerto no puede morir.
Al oír eso, Ágata frunció el ceño y volvió a mirar al esqueleto. Se sorprendió al percatarse de que este no había soltado su hacha al ser empujado por aquel golpe de martillo. Cualquier otro lo habría hecho por puro acto reflejo. Entonces, vio como uno de los dedos de este comenzaba a moverse.
— Bien hecho, muchachos. Ahora, volvamos a atacar al resto —indicó líder, el mismo que había golpeado al esqueleto en la cara.
— Espere, señor, mire eso —dijo uno de sus compañeros, señalando al esqueleto.
Aquel cuerpo en huesos se estaba levantado. Se apoyaba sobre uno de sus codos hasta volver a colocar los pies en la tierra. Tenía la cabeza gacha y el cuerpo encorvado. Se levantaba poco a poco, como si se tratase de alguien siendo poseído. Cuando finalmente alzó la mirada, los enanos vieron con horror que, dentro de aquellas cuencas vacías, ahora dos orbes rojos y brillantes los miraban, como si fueran los ojos de un demonio.
El esqueleto soltó un grito de guerra y salió corriendo sin control hacia los enanos. Estos se alarmaron y rápido alzaron sus escudos. El que era el líder, de nuevo, se preparó para bloquear el hachazo que se le venía encima. El golpe impactó de nuevo en el metal. Pero esta vez la potencia no tenía nada que ver con la del anterior golpe. La fuerza del ataque había empujado el escudo del enano junto con él, tirándolo al suelo y llegándolo a aplastar contra este mismo.
Sus compañeros se quedaron sorprendidos al ver la facilidad con la que había caído su líder. Para su desgracia, no tuvieron tiempo de sentirse asombrados, porque, a penas el esqueleto levantó el hacha, volvió a atacar a otro de los enanos escudados. Este también se cubrió. El golpe vino desde abajo, y cuando impactó contra el enano, lo mandó a volar.
Ágata y Kleyn miraron con sorpresa aquella demostración de fuerza bruta.
— Kleyn, ¿era esto a lo que te referías cuando dijiste que un muerto no puede morir? —le preguntó la chica al pelirrojo.
— No exactamente —dijo sin más.
El esqueleto atacó al escudero que quedaba, y este también intentó cubrirse. El golpe fue tan violento, que le arrancó el escudo.
— ¡Ay! —se quejó este después de recibir aquel golpe. Se llevó la mano al brazo que había su sostenido su escudo y se lo sujetó. Este le temblaba por la fuerza del impacto.
— ¡Rocken, cuidado! —gritó uno de sus compañeros.
El herido alzó la mirada y vio como el hacha del esqueleto se cernía sobre él. Quiso reaccionar, pero no tuvo tiempo. El hacha le dio un fuerte golpe en el yelmo, y lo atravesó. Todos los presentes dieron un paso hacia atrás, entre sorprendidos y horrorizados.
El hacha se había quedado atascada entre el hueso, la carne y el metal. El esqueleto le dio una patada al cadáver del enano y desencajó el hacha de este.
Kleyn se mostró sorprendido al ver tal exhibición de fuerza. Tal fue su sorpresa, que se puso de pie con firmeza.
— No esperaba que fuese a matarlos con tanta facilidad —dijo este.
— ¿A no? Es un esqueleto que se levantó de entre una pila de cadáveres con un hacha extraña y que se fue directo a luchar contra aquel grupo de enanos. ¿Qué esperabas que hiciera, darles caricias con su hacha? —contestó Ágata.
— No. Esperaba que los dejase inconscientes, o que, a lo sumos, hiriese a alguno, pero jamás me esperé que tuviera ese potencial para matar. Entre esos enanos debe haber alguno que hable si lo tomamos como prisionero.
— ¿Estás seguro de eso?
— No —admitió sin tapujos—. Pero no perdemos nada por intentar rescatar a uno de los enanos.
Ágata lo vio y luego miró a los enanos. Resopló un momento y luego se cubrió la boca con su máscara.
— Supongo que tienes razón —concordó, sacando sus dagas.
— Perfecto. Fritz —dijo fuerte para llamar la atención del medio-trol—, es momento de atacar.
— Bien —dijo este, levantando su gordo pulgar.
Los enanos que aún seguían con vida dieron un paso atrás. El esqueleto posó sus ojos en ellos y un súbito temblor de puro terror recorrió el cuerpo de los individuos.
— Muchacho, úsenlas, las armas ígneas, o nos matará —indicó uno de los presentes.
El resto tragó saliva y pareció asentir. Agarraron sus armas con mayor fuerza y esta se envolvieron en llamas, exceptuando la parte del mango.
Estos se lanzaron al ataque contra el esqueleto, y este hizo lo mismo. Los dos enanos con hacha realizaron un tajo en el aire y un corte de llamas fue lanzado desde sus hojas hasta el esqueleto. El fuego impactó contra este y lo envolvió en un manto ígneo.
— Sí, lo logramos.
O eso era lo que pensaron los enanos al no ver al esqueleto debido a las llamas que lo envolvían, pero la criatura no dejó de avanzar. Incluso en el resplandor del fuego, sus ojos rojos refulgían y se notaban entre las llamas. El no-muerto corrió hacia el primer enano que tuvo delante y le dio un fuerte golpe con el hacha. El enano intentó cubrirse usando su hacha ígnea, pero esta salió volando cuando entró en contacto con la de su oponente, y lo hizo caerse. Delante suyo, el enano vio como el esqueleto alzaba su hacha, preparado para descargarla sobre él sin ningún tipo de contemplación. Instintivamente el enano se cubrió del golpe del enemigo. De pronto, un portal rojo se abrió junto al enano, y Kleyn salió de este, disparado como una flecha. Se llevó en brazos al enano antes de que el hacha llegase a tocarlo, y desapareció en otro portal.
— Forjador, me has salvado —comentó el enano.
— Yo no estaría tan seguro —dijo este.
Bajo los pies del pequeño se levantó una capa de hielo que le congeló las piernas, envolviéndolas en un cubo de hielo, hasta llegar a la cintura.
— ¿Qué? —dijo este, confuso.
— Bien hecho, Fritz —le dijo Kleyn al medio-trol.
— Sin problemas. Yo me quedaré aquí junto al hombre pequeño y robusto para evitar que huya.
— Cuento contigo —dijo este, y se fue de la misma forma que vino.
La batalla aún seguía entre los enanos y el esqueleto. El líder consiguió levantase del suelo, mientras que el otro enano, aquel que había salido volando lejos volvía para unirse a los suyos. Ya ninguno de estos dos tenía un escudo con el que defenderse. Y aunque lo tuvieran, no serían capaces de sostenerlo, mucho menos de bloquear otro ataque, pues, ahora ambos enanos tenían el brazo izquierdo dislocado. Aunque eso no había doblegado su espíritu.
— Atáquenlo de nuevo —indicó el líder, y los enanos volvieron a cargar sus armas de llamas—. ¡Fuego!
Las llamas fueron disparadas con gran potencia hacia el esqueleto. Pero, antes de llegar a tocarlo, todas estas parecieron torcerse y dirigirse hacia otra dirección, incluidas las llamas que envolvían al propio esqueleto. Estas se dirigieron hacia dos clones situados a ambos lados del esqueleto. Ambos les sonrieron a los enanos. No es tan divertido cuando es a ti a quien te lo hacen.
Estos apretaron los dientes y quisieron partirles sus armas en la cabeza al Forjador, pero tenían un problema mayor delante suyo.
El esqueleto descargó su hacha contra el enano que tenía más cerca, pero antes de que esta lo alcanzase, Kleyn apareció corriendo como un demonio y se llevó consigo al enano.
— ¿El Forjador? —dijo este, sorprendido. Pero al momento frunció el ceño—. Suéltame, maldito desgraciado.
— Muy bien —dijo este, sonriendo.
Tomó al enano de las piernas y con gran fuerza lo lanzó lo más lejos que pudo. Este no cayó al suelo, sino que uno de los clones de Kleyn se hallaba allí abajo, esperando para atrapar al enano y llevárselo consigo.
Mientras tanto, el esqueleto lanzó un hachazo contra otro enano. Este dio un paso atrás, esquivando el ataque del enemigo, y aprovechó ese momento para lanzarse por este. Levantó su hacha y saltó hacia el esqueleto, listo para aplastar su cráneo. Pero este no habría esperado que el esqueleto lo atrapase en medio del aire, tomándolo de la muñeca.
— No puede ser —dijo, aterrado—. ¿Cómo es capaz de levantarme con una sola mano mientras llevo puesta mi armadura pesada? ¿¡Cómo!?
No pudo expresar ninguna otra palabra, porque el no-muerto aprovechó para descargar su hacha sobre la clavícula del enano, soltándolo en el último segundo. El cuerpo de este rebotó contra el suelo al caer. Justo, Kleyn pasó por ahí y se lo llevó. Sin embargo, cuando se fijó en este, se percató de que estaba muerto. Demasiado tarde, Kleyn.
— Demonios —se dijo a sí mismo, dejando el cadáver sobre una de las pilas que tenía cerca.
El último enano se había quedado paralizado ante su imbatible enemigo. Las piernas le temblaban y los dientes no paraban te castañetearle. Se había meado encima, pero no parecía haberse dado cuenta de ello.
— Por favor, no me mates. Me rindo —dijo este, tirando su martillo al suelo—. De verdad, me rindo. No me mates. No me mates.
Pese a las súplicas del pequeño, el esqueleto no parecía atender a razones. Alzó su hacha sin contemplación y se preparó para descargarla sobre el enemigo.
— ¡Espera! —gritó Kleyn mientras se acercaba corriendo.
Pero el esqueleto no lo escuchó. Y descargó sobre su oponente el filo mortal de su hacha. La cabeza del enano salió rodando.
— Maldición —se quejó Kleyn, llegando tarde a la escena—. Oye, podrías haber esperado un poco, solo quería hablar con ellos —le dijo al esqueleto.
El esqueleto se quedó parado y miró a sus enemigos, como si admirara la escena. El rojo refulgente de sus ojos desapareció, y dirigió su mirada hacia Kleyn.
— ¿Por qué salvaste a esos dos enanos? —le dijo el esqueleto al pelirrojo.
— Porque necesito información de ellos —respondió—. ¿Y tú por qué no te esperaste cuando te lo pedí? El enano estaba desarmado, no podría haberte atacado.
— Los enanos son mis enemigos. Me he enfrentado a muchos de ellos, son astutos. Si les doy una oportunidad, intentarán acabar conmigo —respondió, muy seguro de sí mismo.
— Por si no te habías dado cuenta, ya estás muerto.
— ¿De qué hablas, muchacho de piel blanca?
Kleyn señaló al cuerpo del tipo, sin decirle nada.
— Curioso —comentó para sí el esqueleto—. Supongo que a esto es a lo que se refería Nigmitoth cuando dijo eso de "luchar por toda la eternidad".
— Viejo, no te entiendo.
— Eso no importa. Mi único objetivo es matar a tantos enanos como me sea posible.
— Pues tenemos un problema, porque necesito a ciertos enanos con vida.
— Eso no es un problema para mí, solo los mataré y ya está. Y si te metes en mi camino también tendré que matarte a ti.
No parece que quiera atender a razones, Kleyn.
— Oye, te propongo algo. Mis amigos y yo estamos buscando a un tal Gornak. Por lo que tengo entendido, este Gornak ahora es el líder del reino enano.
— Debe ser su rey —comentó, mirando al horizonte, como si a lo lejos el esqueleto supiese que su enemigo estaba más allá, justo al final en donde su vista no alcanzaba a ver—. Tengo que conseguir su cabeza.
— Sí, sí. Me gusta tu entusiasmo. Pero todavía no te he dicho mi propuesta. Si tú accedes a no matar a los enanos que yo te diga que no puedes matar, tanto ahora como en el futuro, te llevaré al reino enano para que puedas matar a todos aquellos que yo considere como mis enemigos.
— ¿Me estás pidiendo que no mate enanos?
— Te estoy pidiendo que no mates a algunos enanos para que así puedas matar a muchos otros.
— Entiendo, entiendo —dijo, golpeándose la barbilla con su huesudo dedo índice—. Muy bien, extraño pelirrojo, me gusta lo que me propones. Pero más te vale que haya muchos enanos.
— Perfecto —le tendió la mano—. Entonces, tenemos un acuerdo —el esqueleto observó la mano del muchacho, y tras unos segundos la apretó—. Por cierto, me llamo Kleyn. Aunque muchos me conocen como el Forjador.
— Biggon Johansen —dijo sin más.
Detrás de una roca, uno de los dos enanos arqueros observaba al esqueleto y al Forjador estrechándose la mano.
— Así que son aliados. Bueno, ahora que ninguno de mis compañeros se encuentra allí —tomó su arco y se preparó para disparar—, me aseguraré te acabar con ellos.
Sin embargo, antes de que este pudiese soltar la cuerda de su arco, algo se le clavó en el hombro. Estuvo a punto de gritar de dolor, pero algo le cubrió la boca con un trozo de tela.
— Shhh —hizo Ágata junto a la oreja del tipo—. No queremos que tu compañero te oiga.
La asesina tomó las muñecas del enano y las ató con una cuerda que llevaba consigo. Luego tomó el arco de este y le apuntó al que se escondía tras el cactus. Disparó sin dudarlo, pero la flecha le rebotó en la pierna.
— Maldición. Sabía que debería haberle pedido a Antil que me enseñara a usar mejor el arco —dijo, tirando el arco al suelo.
El enano detrás del cactus se giró hacia la chica y se preparó para disparar.
— Yo creo que no vas a hacer eso —dijo Kleyn, apareciendo por la espalda del tipo.
El arquero se sorprendió y quiso atacar a Kleyn, pero este le dio una fuerte patada en la cabeza, haciendo que le retumbara el casco y cayera al suelo.
— Bien, ese era el último —dijo, limpiándose las manos—. Muy bien, chicos, tomemos a los enanos y juntémoslos para sacarles información —le dijo a sus compañeros, alzando la voz.
— No, no nos sacarán información —dijo el enano en el suelo. Sin que Kleyn pudiese darse cuenta, el enano dio un mordisco y se oyó un pitido.
Al instante, Kleyn no entendió eso, pero, tras un segundo, lo comprendió.
— Todos, aléjense de los enanos —gritó desesperado.
El tipo de piel blanca dio un salto hacia atrás antes de que la cabeza del enano explotase y dejase una nube de humo saliéndole del cuello.
— Maldición —dijo Kleyn, dando un pisotón.
Abrió un portal y volvió junto a Biggon.
— No sabía que a los enanos podía explotarles la cabeza —comentó perplejo ante los acontecimientos.
— No pueden —aseguró Kleyn—. Es por culpa de Gornak. De alguna forma les ha dado a los enanos un objeto que explota dentro de sus bocas cuando lo muerden con fuerza
— No había de eso en mis tiempos.
Junto a ellos llegó Fritz, quien se mostraba algo cabizbajo.
— Los enanos que estaban conmigo hicieron boom —comentó este.
— Sí, lo sé. Ahora tendremos que buscar a otros enanos para sacarles información.
— Creo que eso no hará falta —dijo Ágata, quien había arrastrado algo pesado.
Los tres tipos lo vieron y se fijaron en un enano con un trozo de tela en la boca.
— Ágata, conseguiste que este no explotara —comentó Kleyn.
— Sí. Le puse un pañuelo en la boca para que no grite cuando le clavé una daga. Quién habría dicho que eso nos serviría para que no se inmolase.
— Bien hecho, ahora podremos sacarle información. Pero antes, vamos a descansar un rato junto a una fogata.
Kleyn invocó a dos clones delante suyo y luego tomó al enano y se lo cargó en un hombro.
— Chicos, encárguense de recoger los cadáveres y dejarlos en las pilas que hay por ahí. Luego pueden desaparecer, como siempre.
— Sí, señor —dijeron ambos a la vez.
Los clones dejaron solos a los muchachos y estos se fueron al árbol más cercano y encendieron una fogata. Allí Kleyn le extrajo el dispositivo explosivo de la boca al enano y lo destruyó. Tras eso, ataron al enano al árbol. Mientras que ellos encendieron una fogata y se sentaron en semicírculo, dándole la espalda al enano.
— Así que este es nuestro nuevo integrante —comentó Ágata.
— Sí —aseguró Kleyn—. Oigan, dicen que la mejor forma de conocer a los demás es contando nuestra historia frente a las llamas. ¿Por qué no hacemos lo mismo y así nos conocemos? —ninguno de los presentes dijo nada al respecto—. Miren, comienzo yo. Soy Kleyn, y nací en otra dimensión y soy el Forjador de tijeras dimensionales. Después de pasar más de diez mil años allí decidí venir a Mewni para cumplir con mi cometido y formar parte de la Alta Comisión Mágica, como lo hizo Hekapoo, mi predecesora. Y para conseguirlo, primero tengo que acabar con esta mafia, los traficantes de tijeras, y así demostrar que estoy a la altura del título que me corresponde —de nuevo, ninguno de los presentes dijo nada, pero Fritz le concedió un aplauso al pelirrojo—. ¿Por qué no lo intentas tú, Biggon?
— ¿Yo? —dijo, mirando a los de su alrededor—. Ágata no parecía prestar atención. Kleyn lo miraba esperando que dijera algo. Y el medio-trol parecía estar ansioso por escuchar su historia—. Bien, de acuerdo. Soy Biggon Johansen, guerrero del clan Johansen. Un clan que estuvo en guerra con los enanos por muchos, muchos años. Participé en múltiples revueltas, batallas y guerras contra ellos. Todos perecían ante el poder de mi hacha y de mi furia.
> Una vez luche contra un demonio: Nigmitoth. Fue una batalla gloriosa y encarnizada. Duró una noche entera. Pensé que iba a morir, pero, al final, mi hacha le partió la cabeza. Me bañé en su sangre y me comí su corazón como acto de poder —Que poco higiénico—. Pero, a pesar de todo, el desgraciado se mantuvo con vida unos pocos segundos antes de morir y me dijo "ahora la sangre de demonio te corromperá, y te volverás un esclavo de la furia de la que tanto te enorgulleces. Disfruta de la sangre y la gloria, porque, a partir de ahora, lucharás eternamente, incluso después de la muerte". Desde ese día me salieron dos cuernos en la cabeza. Y mi hacha pareció obtener alguna clase de conciencia propia o algo así.
— ¿A qué te refieres con eso? —inquirió Kleyn.
— Esta hacha está viva. Todo aquel que la tome sentirá una necesidad irrefrenable de batirse en duelo contra alguien, y le otorgará el poder de la furia.
— Hmmm, interesante —comentó este—. ¿Puedo tocarla?
— ¿Quieres ver si eres capaz de soportar su poder?
— Soy el Forjador. Toda arma peculiar llama mi atención.
— Adelante —dijo este, lanzándole el hacha.
Kleyn atrapó el arma en el aire. En el mismo momento en el que el arma entró en contacto con él notó unos susurros ininteligibles. Voces que le pedían que acabase con sus enemigos, fueran cuales fueran. Los músculos se le comenzaron a tensar y en su rostro comenzó a dibujarse la sonrisa diabólica tan característica que tenía el pelirrojo.
— Suficiente —dijo Biggon, recuperando su hacha—. No parece que puedas soportar su influencia.
Kleyn se llevó una mano a la cabeza y recuperó la compostura.
— ¿Y cómo es que tú sí que la soportas?
— Eso es porque yo vivo con mi furia ardiendo en todo momento. Lo único que hago con el hacha es dejar que esta crezca cuando lo necesito.
— Wow, que control.
— Me toca —dijo Fritz, animado. Kleyn observó al medio-trol y sonrió. Biggon también lo observó, a la espera de que comenzase a hablar—. Yo fue el fruto de la violación hecha por un goblin, mi padre, a un trol, mi madre. El goblin fue asesinado, y esperaron matarme cuando yo naciera, pero mi madre me protegió. Su compañero, Torken, mi padre trol, no estaba de acuerdo con la decisión de ella, pero esta estaba dispuesta a dar su vida a cambio de la mía. Y así lo hizo, Torken mató a mi madre frente al clan trol y frente a mis ojos, como acto que aceptaría el sacrificio para que yo sea aceptado por los míos. Muchos de los trols me miraron con desprecio aquel día, pero pronto sus rostros cambiaron cuando vieron lo graciosos que todos ellos me parecían. Desde ese día decidieron no matarme, pero no era del todo aceptado dentro del clan. Decían que yo no era tan fuerte como ellos, y que la locura goblin corría por mi sangre. Me odiaban por ser un engendro, y yo quise demostrar que no era como ellos pensaban, que podía ser uno de los suyos. Todos los troles de la escarcha habían intentado, por años, hacerse dueños de un garrote que había en una cueva. Este garrote confería el poder del invierno a aquel que lo poseyera, pero todos aquellos que intentaban apoderarse de él acababan congelados. Pensé que, si yo conseguir apoderarme del garrote, acabarían por aceptarme, y así seriamos amigos. Entonces fui a la cueva en donde estaba el garrote. Encontré muchos cadáveres de antiguos trols de la escarcha, estos estaban congelados hasta los huesos, y entonces lo vi. El garrote estaba en las manos de un trol congelado. Le partí el brazo y tomé el arma sin pensarlo dos veces, entonces comencé a sentirlo: el frío, la cancelación, las voces que me decían que todo acabaría con hielo. Y comencé a sentir como el frío recorría todo mi cuerpo. Era extraño, como si el hielo quisiera ser mi amigo. Sonreí al pensar eso, y me dejé abrazar por esa sensación de frío. Seguía con vida, no había sido congelado, pero ya no podía sentir ni una sola pizca de calor en todo mi cuerpo. Regresé con mi clan, ansioso por ver sus rostros cuando se enterasen que había conseguido el garrote. Pero, lejos de estar asombrados, se mostraron aterrorizados. Incluso Torken se mostró aterrorizado de mí, su propio hijo adoptivo. Me pareció gracioso, muy gracioso. Todos aquellos que tanto me habían despreciado me miraban con un miedo indescriptible mientras yo me reía. Fui desterrado del clan, condenado a vagar por la montaña. Pero no estaba triste, porque las voces estaban conmigo. Ya no importaba a donde fuese, porque nunca más estaría solo.
El medio-trol pareció acabar de contar su historia. Tanto Kleyn como Biggon se quedaron mirando al tipo de piel azul. El pelirrojo tenía los ojos bien abiertos, pues no se había esperado escuchar una historia tan... ¿triste? ¿descabellada? Ya decía yo que este no tenía que estar bien. Pero, después de escuchar su historia, definitivamente creo que deberíamos dejarlo en algún lugar antes de que nos mate mientras durmamos.
— No esperaba que hubieses tenido un pasado tan duro —comentó Kleyn.
— ¿Duro por qué? —preguntó Fritz, mostrándose confundido por el comentario del tipo.
El medio-trol no parecía mostrarse mal por revivir aquellos recuerdos. Kleyn no estaba seguro, pero quizá para Fritz no fueran recuerdos dolorosos, pese a que la lógica indicase todo lo contrario.
— Bueno, creo que solo falta Ágata —dijo Kleyn, girándose hacia la chica.
— Ni lo sueñes —dijo esta mientras afilaba una de sus dagas.
— ¿Por qué? Si todos los que estamos aquí hablamos de nuestro pasado.
— Porque yo no accedí a hablar de mi pasado. Además, el enano de atrás se escapó —dijo esta, señalando al árbol con su daga.
Todos voltearon y se fijaron en que la cuerda que estaba atada al árbol mostraba una marca de quemadura. Cerca de las raíces del árbol había una brasa que aún resplandecía de un fuerte naranja.
— Parece que utilizó una de las brasas que tiré hacia atrás —comentó el pelirrojo.
— Bueno, él se escapó, como lo planeaste —observó Ágata—. ¿Ahora qué?
Kleyn sonrió.
— Ahora solo nos resta esperar —dijo, seguro de sí mismo.
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Otra capítulo y más muerte... digo, otro integrante en el grupo. Sí, eso era lo que quería decir... Un antiguo guerrero bárbaro como lo son los Johansen decide ayudar a nuestros aventureros. ¿Cómo les irá en su viajer?
A saber. Para empezar, no lo se ni yo :)
Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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