Capítulo 24: El líder de la zona norte

Respiraba con dificultad, y muy lento. Su cuerpo seguía caliente, pero estaba tirado encima de algo frío. Nieve. La cabeza le daba vueltas, y eso que ni siquiera había abierto los ojos. Tampoco quiso hacerlo. Primero, quería ponerse de pie o, al menos, intentar hacerlo. Su cerebro le dijo a su brazo derecho que se moviera... pero no lo hacía. Kleyn emitió un quejido alargado al notar el impulso de dolor que le recorrió desde su brazo hasta llegarle al pecho. Apretó los dientes he intentó abrir los ojos con ligereza. Estaba de pecho al suelo sobre la nieve. Su rostro miraba hacia un lado y no veía mucho debido a la oscuridad.

— ¿Qué ocurrió? —proliferó para sí mismo con voz pesada.

Por un momento sentí como si en este albergue hubiese más huéspedes de los que se pueden hospedar.

Ya lo recordaba. Había tenido una batalla con el litch y, entonces... no conseguía recordarlo, todo se volvía confuso.

— ¿A caso... me dejé poseer? —preguntó con cierta vergüenza.

Sí. Esa cosa entró a tu casa sin permiso y te quitó las llaves.

Vergüenza. Había permitido que un espectro de la escarcha se apoderase de su cuerpo y subyugase su mente. No sabía tan siquiera como concebir la idea de que aquello en verdad hubiese ocurrido. Se había enfrentado a muchos peligros y criaturas durante sus años en su dimensión. Y ahora un simple litch con cadenas que absorben llamas lo había derrotado.

Vamos, vamos, no pienses así. Un litch es una criatura peligrosa. Lo sabes.

Rara vez recibía palabras de ánimo de la voz en su cabeza, habían pasados siglos desde la última vez que había ocurrido. Se sintió tentado de agradecerle por su intento de levantarle los ánimos.

Pero era de elemento contrario al tuyo, así que tendrías que haberlo tenido fácil para derrotarlo, así que... sí, eres patético.

Ya decía él que todo resultaba muy extraño. Eso le hizo acordarse de que la última vez también había ocurrido de forma similar.

— Sí, el litch se fue de la posada. Una lástima que no se hubiese llevado al loro molesto que había allí también.

Oye, oye, ¿me estás llamando molesto?

— Para que me entiendas, preferiría tener el oído pegado al borde de un yunque mientras martillean encima de él a tener que escucharte a ti.

Encima que te hago compañía.

— A veces no valoramos lo bonito que es estar solo hasta que dejamos de estarlo. En mi caso, nunca pude saber lo bonito que es estar solo por culpa tuya.

No te quejes, que cuando hablo parece que lo estoy haciendo con una pared.

— Ojalá solo le hablases a una pared, pero, tristemente, soy el único que puede oírte.

— Así que tú también oyes las voces... no, no son las mismas que las mías —oyó a alguien decir detrás suyo. ¡Oh dios mío! ¿Quién es? ¿Es otro litch?

De pronto, Kleyn notó como alguien lo tomaba de su brazo izquierdo y se lo pasaba por el cuello para levantarlo. El tacto de la piel del desconocido era áspera y fría. Aunque era normal estando en medio de una ventisca. Su llama estaba oculta debajo de la capucha, pero la luz de la luna le dejó ver a aquel que lo estaba ayudando. Vio a una criatura de ojos azules como el hielo, pelo blanco como la nieve, y piel celeste oscuro.

— ¿Fritz? —dijo este con cierta pesadez.

— Ah, que todavía estás vivo. Menos mal. Las voces en mi cabeza me decían que te abandonara y dejase tu cadáver aquí, pero yo sabía que debías estar vivo —dijo este, riéndose de la situación—. Más o menos.

— G-gracias —le costaba hablar con claridad, sentía el pecho adolorido, y los pulmones le dolían al respirar—. ¿Dónde —hiso una pausa para tomar aire— está Ágata?

— ¿La mujer pequeña del ceño fruncido? —Creo que sabe quién es.

— Esto-toy aquí —dijo una voz proveniente de entre la ventisca.

Poco a poco la imagen tras la cortina de nieve comenzó a ser más y más clara, hasta que mostró la figura de Ágata. Esta venía con los brazos cruzados, frotándosenos a sí misma y con el ceño fruncido.

— Je, sigues con vida.

— Y t-tú también —su expresión no cambiaba pese a las palabras.

— Me alegro que....

— Sí, sí, yo también. Ahora sácanos de aquí antes de que me congele —Sí, nos alegra volver verte.

— Claro —giró un poco la cabeza hacia el medio-trol—. ¿Fritz, podrías tomar una de mis manos y arañar el aire con ella?

— Ah, así que al fin has perdido el juicio —dijo este, alegre.

Tomó una de las manos del tipo y acató sus indicaciones. Cuando la garra del tipo cortó el aire que había delante con un movimiento algo tosco, un portal se abrió delante de ellos. Fritz abrió los ojos y soltó un suspiro de asombro.

— Sí, aún no he perdido el juicio... no del todo —dijo el Forjador.

Ágata no perdió ni un segundo de su tiempo, corrió hacia el portal y lo atravesó como si fuese la puerta de su casa en una noche tormentosa con lluvia torrencial. Seguido de ella le fueron el medio-trol y el pelirrojo.

La oscuridad y la ventisca desaparecieron al cruzar. El portal se cerró tras ellos, y Ágata se tiró al suelo en donde había una alfombra hecha con la piel de algún animal muy peludo.

— Genial. Lo conseguimos —dijo el Forjador. Por fin a salvo.

— ¿Qué ha sido eso? —dijo un guardia que bajaba por la escalera. Cuando los vio a todos, su rostro se tornó en una expresión de sorpresa, y de espanto—. Por los colmillos de su majestad. ¡Compañeros, necesito ayuda! —Espera, ¿qué?

Varios guardias más vinieron junto a él, cinco en total, y todos rodearon al medio-trol que sujetaba el cuerpo maltrecho de Kleyn y apuntaron sus lanzas hacia él.

— Tú, ¿quién eres y qué le has hecho al Forjador y su compañera? —profirió uno de ellos.

Tras decir esas palabras, Winfred apareció tras ellos, grande, peludo y blanco como la nieve. Este era más alto que Fritz, y tenían unos colmillos más prominentes que los del medio-trol.

— Un yeti, y yo que pensaba que se habían extinguido —dijo el medio-trol, y luego giró la cabeza hacia su garrote—. Tenías razón. La próxima vez tu dormirás en el sitio más cómodo que hallemos.

Definitivamente esa actitud no nos ayuda en nada.

— Guardias, esperen —pronunció el pelirrojo con voz débil.

— Está consciente —exclamó uno de ellos bajando la lanza por un momento en el que abrió los ojos sorprendido. Pero rápidamente volvió a alzar su arma y a apuntar a la cara del medio-trol. Esta vez, con más firmeza que antes—. Hay que salvarlo.

Tal parecía ser que este zoruk debía de ser un tanto importante, porque los que estaban junto a él acataron la orden e imitaron su gesto. Todos apretaron más el mango de sus lanzas y las acercaron un poco más hacia Fritz. Entrecerraban los ojos con furia, arrugaban la nariz y los bigotes se les erizaban. Atacarían al más pequeño indicio de hostilidad.

— Esperen —volvió a decir Kleyn—. Está con nosotros, es un amigo.

— ¿Has escuchado eso, garrote? —le dijo a su arma, soltando al muchacho que sostenía en su hombro—. Tenemos un amigo. Ahora podremos decirle que nos hable todo el tiempo para no escuchar las voces.

Los guardias se miraban unos a otros, dudosos, mientras Kleyn agonizaba en el suelo y veía como Ágata disfrutaba del tacto suave de la alfombra.

— Necesito avanzar con esto –se dijo el pelirrojo a sí mismo. La capucha seguía cubriendo su rostro, así que necesitaba hablar para que supieran que, efectivamente Fritz era un aliado—. Guardias zoruks, como ya dije, ese de ahí es un amigo —de nuevo, los guardias se miraron unos a otros, luego miraron al medio-trol abrazando su garrote, y volvieron a mirarse dudosos—. Es enserio... no hay tiempo para esto, el rey Moron está encerrado en una cámara oculta. Necesito que me ayuden a moverme para sacarlo.

— ¿Qué dijiste del rey Moron? —exclamó uno de los guardias pegando un brinco de sorpresa.

Los enormes brazos de Winfred levantaron el cuerpo del Forjador y este lo acunó entre ellos como si fuera un bebé. Creo que esto es lo más cercano que tendrás a un padre... uno muy peludo.

— ¿Por qué a mí? —se dijo casi sin que se le escuchase—. Sí, he dicho que el rey Moron necesita de nuestra ayuda. Vamos hacia la escalera. Winfred —dijo dándole un par de palmaditas en el pecho con su mano izquierda, aún podía moverla sin problemas—, llévame a las escaleras en espiral... —se detuvo un momento al notar el tacto del pelaje de la criatura en su mano— oh, que suave.

— Vamos, ya lo han escuchado, el rey nos necesita.

— Sí —aclamó el resto.

Todos se comenzaron a mover junto con Winfred, mientras Ágata seguía disfrutando del calor de la alfombra de la entrada del castillo y Fritz seguía proliferándole a su garrote la cantidad de cosas que harían ahora que tenían a un amigo.

Kleyn les indicó a los guardias, de la forma que pudo, dónde se encontraba el mecanismo de la entrada secreta, y cómo activarlo. Por suerte, no fue necesario mucho esfuerzo para abrirlo. Al igual que antes, una parte de la pared de ladrillos se hundió en el muro y luego se deslizó hacia arriba.

— Oh, no sabía que esto estuviese aquí —dijo uno de los guardias al asomar la cabeza por la obertura que había dejado la pared secreta. En eso consiste una entrada secreta.

— Encontrarán a Moron allí abajo. No creo que se haya ido de su sitio, o si no ustedes habrían de haberlo visto por el castillo —dijo Kleyn, señalando hacia la escalera que iba hacia abajo por un camino oscuro cuyas antorchas solo iluminaban el final de aquel tramo.

— Esperemos que tengas razón, y que, de paso, si Moron está ahí, que esté bien —sacó la cabeza un momento y miró a sus hombres con decisión—. Zoruks, vamos a buscar a nuestro rey.

— Sí —aclamaron ellos.

El líder de la guardia se introdujo en el pasaje y bajó las escaleras. El resto de los guardias lo siguió sin rechistar, dejando solo al Forjador en los brazos de Winfred. Winfred miró la entrada secreta con gesto lastimero y se agachó un poco amagando con entrar. Soltó unos pequeños sollozos lastimeros porque creía que no podría, y luego miró a Kleyn, aun entre sus brazos, esperando ver en el rostro de este la aprobación que tanto necesitaba. Los ojos rojos del muchacho se posaron en los del yeti, el cual daba lástima solo de verlo.

— Lo siento, Winfred, pero no creo que puedas pasar por ahí.

La criatura volvió a mirar la entrada, sollozó un poco más y luego intentó meterse... sin éxito.

Lo zoruks ya habían llegado hasta abajo del todo. Comenzaron a mirar en aquel lugar de arriba abajo y de un lado a otro mientras avanzaban. Era como una especie de almacén pequeño y oculto lleno de cajas y barriles de madera. Detrás de una caja se pudo ver la mano de alguien tirado en el suelo. Rápido, el líder de aquel pequeño escuadrón corrió hacia aquel sitio y allí se encontró con el cuerpo de Moron tirado en el suelo. El zoruk abrió la boca en un gesto de sorpresa, y los bigotes le temblaron como locos.

— Su majestad, su majestad —dijo, preocupado, y se arrodilló junto al cuerpo del rey—. ¿Está bien? —preguntó, pero Moron no respondía. Rápido, el zoruk rebuscó entre la pequeña bolsa de cuero que traía amarrada al cinturón, y sacó lo que parecía ser una pluma. Acto seguido, se la pasó a Moron sobre la nariz. Este la arrugó, crispando todos los bigotes de su rostro, y luego se levantó de golpe, dando un estornudo repentino, tanto, que incluso se levantó de golpe—. Mi rey, ¿está bien?

Moron tosió un poco debido al repentino y brusco despertar. Miró a todos lados y se fijó en el guardia junto a él.

— Dorulak —dijo este al verlo— ¿Qué ha ocurrido? —preguntó, llevándose una mano a la cabeza y mirando a su alrededor— Y, ¿dónde estamos?

Dorulak se mostró confundido ante el desconocimiento del rey sobre el lugar. Pensaba que aquello sería alguna clase de lugar secreto reservado solo para aquellos que perteneciesen al linaje real. Pero, por la expresión de Moron y por su forma de actuar, parecía que no sabía nada de lo que estaba ocurriendo allí.

— No lo sé. El Forjador volvió al castillo cargado por una especie de trol de la escarcha y nos dijo que usted estaba atrapado aquí abajo.

— ¿Kleyn? ¿Ha vuelto? ¿Y te dijo eso? —dijo, aún más confundido que antes— ¿Y cómo sabía él que yo estaba aquí?

— Aun no lo sabemos, dijo que era urgente que viniésemos. Nos mostró una entrada secreta, y cuando la vimos no hicimos otra cosa más que entrar y corroborar si estabas aquí... —Dorulak calló un momento cuando, mientras estaba hablando, alzó la mirada y sus ojos quedaron secuestrados por algo que tenían delante—. Rey Moron, mire eso de ahí —señaló a una caja, no muy grande, lo suficiente como para poder llevarse cómodamente entre dos manos, que tenían delante de ellos.

Moron se giró en la dirección que apuntaba el dedo de su guardia, y vio el lugar al que apuntaba este. Se quedó atónito.

— Esas son... —intentó proliferar Moron, pero no pudo.

— Sí, parece que lo son —corroboró Dorulak con una seguridad envidiable.

Frente a ellos se encontraba una caja: un pequeño cofre lleno de tijeras dimensionales.

Moron se puso de pie y tomó la caja con sus manos y se quedó mirándola por un rato. Luego se giró hacia Dorulak.

— ¿El Forjador aún sigue aquí?

— Sí, pero no se encuentra en un buen estado.

— Entonces hay que ayudarlo a que se recupere y luego hay que hablar con él. A lo mejor sepa algo de esto. Después de todo, si sabía que yo estaba aquí abajo, entonces puede que sepa algo más sobre la situación.

— Entendido.

Todos los guardias se reunieron junto a Dorulak y Moron y subieron las escaleras. Cuando llegaron hasta las escaleras en espiral del castillo no encontraron al Forjador allí.

— Que raro, estaba aquí hace un momento —dijo Dorulak.

— Tal vez solo se halla movido. Debemos buscar un poco más en el castillo.

— Sí, señor.

Los guardias comenzaron a caminar hacia adelante y Moron decidió ir al final de la cola, con la caja en sus manos. La puerta del pasaje secreto se cerró detrás de ellos nada más salir, cosa que hizo que Moron se girase un momento para contemplar el mecanismo con cierto asombro.

— Que práctico.

Llegaron hasta el salón, donde hallaron a Winfred sentado, cruzado de piernas con el Forjador en brazos. Junto a ellos estaba la chica asesina, disfrutando en demasía de la alfombra real. Y, apoyado en una de las rodillas del yeti, aquella especie de trol de escarcha que Dorulak había mencionado. Se acercó a ellos, pasando por delante de sus guardias, y miró a Kleyn, quien llevaba puesta una capucha que solo dejaba ver sus ojos rojos como el metal ardiente.

— Moron, veo que estás bien —dijo el albino.

— Siento no poder decir lo mismo de ti —dijo con cierta expresión de pesar en su rostro—. No esperaba volver a verte tan pronto.

— Es una larga historia.

— Tiene algo que ver con esto —le enseñó la caja con las tijeras dimensionales.

Kleyn solo puso una expresión seria y asintió.

— De acuerdo, en ese caso llamaré para que te atiendan, y cuando te sientas mejor hablaremos.

— Lo agradecería.

Los guardias buscaron a un médico y llevaron a los, de nuevo, invitados a sus habitaciones. Tras un largo rato en el que el médico del Castillo Nevado examinaba el estado del cuerpo de Kleyn, por fin este pudo recuperar el aliento, la voz y algo de energía. Mas tenía que quedarse en cama. Ahora se hallaba sentado en la cama con la espalda apoyada sobre el respaldo de esta, con una almohada entre medias para estar más cómodo. Su brazo izquierdo estaba vendado y tenía una tela alrededor del cuello, la cual le servía para sostener su brazo herido. El tipo miraba a la pared, luego se miró su mano derecha y cerró el puño sin apretar muy fuerte.

— Por fin puedo estar un poco más tranquilo —suspiró, un tanto exhausto por todo lo que había ocurrido esa noche.

¿De qué hablas? Si hasta ahora no habías tenido que hacer nada. Yo creo...

De pronto, la puerta de la habitación ser abrió, y tras esta apareció Moron, el guardia que se hacía llamar Dorulak, Ágata y Fritz.

— Kleyn, te ves un poco mejor —dijo Moron, pasando a la habitación.

— Ufff, menos mal —dijo Kleyn, aliviado al ver que no tendría que soportar las palabras de la voz en su cabeza. ¡Oye!— Moron, es un alivio estar descansando, por fin —desvió su mirada hacia Ágata, quien estaba envuelta en pieles, y solo se le veían los ojos—. ¿Cómo te encuentras? —la muchacha no respondió, solo levantó su dedo pulgar envuelto en un guante de piel. Sonrió al ver a la chica de esa forma tan peculiar, y se fijó en Fritz—. Oye, Fritz. Gracias por ayudarnos antes allá fuera.

— No es nada. Solo siento que tu cuerpo haya salido molido en el proceso. Pero no te preocupes, yo y las voces le dimos una reprimenda a garrote por golpearte.

— No te preocupes, hiciste lo que hacía falta para detenerme.

— No me lo digas a mí. Yo no me siento mal por nada. Díselo a garrote. Él sí que se siente mal —le acercó el garrote al albino. Sé que a veces le hablas a las armas cuando terminas de forjarlas, pero esto es ridículo.

Kleyn hizo caso omiso de las palabras de la voz y decidió seguirle la corriente a Fritz.

— No te sientas mal, garrote, hiciste lo que hizo falta.

— Ves, garrote, no tenías por qué seguir culpándote —dijo Fritz, y se llevó el garrote consigo.

Moron mantuvo su sonrisa de siempre, pero tenía que admitir que, al menos en ese momento, parecía bastante forzada.

— ¿Y tú cómo te encuentras, Kleyn? —preguntó el zoruk.

— Bueno, dijo el médico que tengo el brazo lesionado, contusiones en todo el cuerpo y tres costillas rotas. Nada que no pueda manejar —expresó sonriente, como si aquella no fuese la primera ni la última vez que sufría un daño de magnitudes altas.

— Bueno, esperemos que no vuelva a ocurrir —dijo con una sonrisa. Después de la centésima doceava vez que le ocurra se cansará de esperara que eso no vuelva a ocurrir. Sé de lo que le hablo. El rostro de Moron se tornó un poco más serio al cabo de unos segundos—. Y dime, Kleyn, ¿qué fue todo lo que ocurrió esta noche, y qué tiene que ver con... —su guardia Dorulak el pequeño cofre con tijeras dimensionales entre sus manos— esto?

— Sí —dijo este tras un suspiro. Se movió un poco para ponerse más cómodo sobre la almohada. El repentino golpe de dolor le azotó todo el cuerpo en el preciso momento en el que se arrastró un poco. Arrugó la cara, apretó los dientes, y se tragó el quejido de dolor que se le había quedado en la boca—. Esto va para largo, así que les sugiero que tengan paciencia. Bien, ¿por dónde empiezo...?

Poco a poco Kleyn le fue explicando a todos los presentes lo que había ocurrido, las sospechas que habían tenido sobre el rey Moron, y la investigación en secreto que Ágata había realizado la noche que habían llegado. El pasadizo secreto, y las cosas extrañas que habían sucedido en el pueblo. Las repetía, más que nada, para que Moron lo tuviese presente mientras el pelirrojo le contaba la historia. Luego les explicó el plan que este había ideado para descubrir si Moron era realmente alguien que traficaba con las tijeras a la par que gobernaba su reino. Y ahí fue cuando llegó a la parte del litch. Fue entonces cuando comenzó a explicarle que era muy probable que el litch fuese él, o la, líder de la zona norte. Pues esa criatura era capaz de controlar mentes, levantar a los muertos y controlar criaturas de la escarcha. Kleyn sostenía esta teoría porque todo cuadraba con lo ocurrido: gente caminando sonámbula por las noches entregándole sus tijeras a los guardias sin decir nada y que al día siguiente no lo recordasen, los golems que los atacaron de camino al Castillo Nevado, y el comportamiento peculiar del rey y sus ojos azules durante la noche.

Fue largo, costó hacer a los presentes entender que aquella era una posibilidad muy alta, pero al final lo entendieron.

— Vaya —dijo Moron, llevándose una mano a la cabeza—. Es mucho que digerir. ¿Y de verdad crees que fue el litch?

— Estoy bastante seguro. Si entre tus guardias o los ciudadanos del pueblo aparecen muertos repentinos, eso significa que el litch los estaba controlando. Y, además, si en las próximas semanas no vuelven a sufrir ningún robo, entonces estará claro que el litch era el jefe de esta zona.

— Eso suena un poco espeluznante. Pero supongo que debes tener la razón. Tu argumento es bastante sólido. Pero, aún hay algo que resolver —Kleyn permaneció en silencio, esperando la respuesta del rey—. ¿A quién le pertenece cada tijera?

— Ah, eso. No se preocupe, puedo encontrar a los dueños solo con ver sus tijeras. Nada más faltará que mi cuerpo se recupere, y comenzaré a devolverle las tijeras a sus dueños.

— ¿Harías eso por nosotros?

— Es mi trabajo.

Moron se levantó de la silla y sonrió con amplitud.

— En tan solo unos pocos días has conseguido resolver un problema que mi pueblo lleva sufriendo durante años. No sé cómo expresar mi gratitud.

— Conque me deje dormir aquí unos cuantos días, al menos hasta que me recupere y pueda moverme sin sentir como se retuercen los huesos será suficiente para mí.

— Así se hará. Te dejaremos descansar todo lo que necesites —todos los presentes hicieron caso de las indicaciones del rey y abandonaron la sala, hasta que dejaron solo al albino.

Kleyn suspiró y se deslizó en el colchón con mucho pero que mucho cuidado hasta que se acostó por completo en él. Intentaría dormir, aunque había algo que no paraba de rondarle la cabeza. ¿Qué ocurre? ¿Acaso crees que el litch no era el jefe de la zona norte?

— No, no es eso. Estoy seguro que el litch era el jefe de esta zona. —¿Entonces, qué es lo que te molesta?— Ahora que hemos derrotado al jefe de la zona norte he caído en la cuenta de algo... no sé en donde se encuentra nuestro siguiente objetivo.

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Nuestro protagonista consigue salir con vida de esta situación. Nuevas aventuras le esperan a nuestro forjador favorito. Será capaz de superarlas?

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Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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