Capítulo 21: El reino Nevado
El camino había sido duro. Más aún después de todo lo que había sucedido. Pero finalmente Kleyn y Ágata ya se encontraban frente al castillo Nevado. Después del incidente del medio-trol, el camino había aparentado ser más tranquilo, al menos hasta que aparecieron más golems de hielo. Después del primero, ya sabían cómo acabar con el resto, por eso no les supuso un problema muy grande, mas eso los retrasó y los hizo llegar al castillo cuando ya había anochecido. Ambos estaban cansados y solo querían llegar al castillo, presentarse con formalidad, comer e irse a la cama, fuera cual fuera esta.
Frente se mostraba lo que parecía una enorme ciudad coreada por un abismo separado por la muralla del reino. Desde fuera se veían las puntas de los edificios más altos e imponentes. Y para entrar al reino había un puente levadizo que, de momento, se mostraba bajado. Atravesaron el puente antes de que fuese más tarde aun, y se adentraron por aquellas calles.
Allí las condiciones ya no eran las mismas que en la otra ciudad zoruk que habían visitado. Aquí los edificios eran de piedra, y los techos estaban hechos con huesos y pieles de animales, algo similar al pueblo anterior, pero ni Ágata ni Kleyn se fijaron mucho.
Caminaron directos hacia el castillo, cosa que no fue difícil, pues, desde la entrada, el camino de piedra guiaba a ambos hasta las escaleras del castillo. Subieron unos pocos tramos de escalones y llegaron hasta una puerta cerrada, la cual estaba resguardada por un par de guardias, los cuales sostenían una antorcha cada uno.
— Alto ahí. ¿Quiénes son ustedes? —dijo el de la derecha, dando un paso al frente.
Kleyn también dio un paso al frente para actuar de portavoz, pues él era de los dos la figura más icónica, pero en su rostro se reflejaba la fatiga y el cansancio, cualquiera que lo viese diría que, al menos en esos momentos, no tenía cara de muchos amigos.
— Buenas noches, soy Kleyn, y esta es mi compañera, Ágata —señaló a la joven con una mano, y esta levantó la suya como saludo y sin muchos ánimos—. Hemos venido aquí por el asunto de los robos de tijeras dimensionales.
— ¿Kleyn? —dijo el guardia, desconcertado.
— Idiota, él es el Forjador —dijo su compañero, dándole un golpecito en la nuca.
— ¿Es en serio? —le dio otra mirada al albino, y se percató que este guardaba mucha similitud con la antigua forjadora—. Por los colmillos de mi abuela, ¿eres el verdadero Forjador?, ¿el nuevo?
Kleyn suspiró con cansancio.
— Sí, ese soy yo.
— Oh, oh, ¿te importaría firmarme el colmillo? —preguntó emocionado.
— A mí también, porfa.
Ágata torció la cara en un gesto de incredulidad y agotamiento. Como se nota que estos guardias desprenden profesionalidad por todas partes.
— Chicos, de verdad que necesitamos entrar para hablar con los reyes —objetó el pelirrojo.
— Sí, y nosotros los dejaremos pasar... después de las firmas —Estos dos son peores que Barden.
Por un momento, la llama de Kleyn refulgió con intensidad debido a su exasperación.
Las puertas se abrieron para los viajeros y estos entraron con la misma emoción con la que llegaron: ninguna. En cambio, los dos guardias se veían muy contentos.
— Se lo mostraré a mi mujer cuando llegue a casa —comentaba alegre.
— Y yo a la mía.
Las puertas se cerraron y uno de los sirvientes allí presentes vio a los dos invitados llegar. Este se trataba de un semibestia pingüino, más pingüino que humanoide, porque, a efectos prácticos, casi no tenía rasgo alguno que fuese humanoide, de hecho, Kleyn hasta dudaba si era un semibestia o un pingüino bien entrenado.
— Bienvenidos al castillo Nevado señor Kleyn, y señorita Ágata. Mi nombre es Ganfeld —dijo este, demostrando que sí era un semibestia.
— Mucho gusto —dijo Kleyn con cortesía.
— Hola —dijo Ágata sin más.
— Por favor, permítanle a mi compañero hacerse cargo de su equipaje —señaló a un yeti detrás suyo. Una criatura robusta y peluda como un gorila, solo que su pelaje era blanco, y su piel celeste como el hielo. Debía de medir tres metros, por lo menos—. Winfred, por favor, lleva el equipaje de nuestros invitados a sus respectivas habitaciones.
El yeti asintió con lentitud, y tomó la enorme mochila que llevaba Kleyn y el abrigo de Ágata.
— Perdonen por mi osadía, pero también tendré que pedirles que le den a Winfred sus armas.
Ágata levantó una ceja, y Kleyn miró fijamente a la joven, pues, a efectos prácticos, ella era la única que tenía armas.
— ¿Qué, no confían en nosotros? —respondió esta, ya que no tenía intención de dejar sus armas.
— Oh, no me malinterpreten. Esto es por mera formalidad. Después de recibirlos, los llevaremos al comedor para que nos acompañen en la cena.
Pese a ello, Ágata se seguía mostrando reticente a dar sus armas.
— Vamos, Ágata, dale tus armas para que podamos ir a comer de una vez. Sabes que estamos cansados y hambrientos...
— De hecho, señor Kleyn, también debe dejar usted su arma.
— ¿Qué arma?
— El martillo que lleva detrás.
Este se giró para fijarse en su fiel martillo, aquel que siempre llevaba enganchado a la parte trasera de su cinturón.
— Oh, no, se equivoca, este martillo no se usa como arma, es para forjar —dijo agitando la mano para quitarle importancia.
— Me temo que igualmente tendré que pedirle que se lo dé a Winfred.
— Pero...
— ¿Qué pasa, Kleyn, acaso no quieres soltar tu martillo para irte a comer? —comentó Ágata de forma irónica, colocando las manos en la cintura. A eso le llamo pagar con la misma moneda.
Kleyn miró su martillo con tristeza y luego miró a Ganfeld.
— ¿Qué hay de cenar? —preguntó, aun con gesto entristecido por la idea de dejar su martillo.
— Estofado de cetáceo y puré de patatas iceberg —se inclinó un poco hacia adelante y miró a Kleyn de forma sugerente— con picante.
Aquello hizo que el tipo abriera los ojos de golpe y su expresión desanimada se esfumase.
— Wilfred, atrapa —le lanzó el martillo y el yeti lo atrapó en el aire—. Te toca —miró a la chica.
Esta seguía sin mostrarse cooperativa, pero, tras soltar un suspiro, cedió.
— Si nos matan será culpa tuya —le dijo a Kleyn con seriedad.
— Podré vivir con ello —Creo que no has pensado bien tus palabras.
Ganfeld se inclinó agradecido en un gesto modesto e invitó a los viajeros a dirigirse hacia el comedor. Allí se encontraban los que serían los reyes del castillo: el rey Moron y la reina Gelia. Ambos se hallaban sentados en sus grandes sillas de madera comiendo estofado. Al parecer, tenían dos platos, o, mejor dicho, un plato y un cuenco: en el plato había puré, y en el cuenco el estofado. Pero, junto a esos dos, había un tercer integrante, un zoruk pequeño, un niño. Debía de ser el hijo de los reyes. Aquel era un dato que ninguno de los dos viajeros conocía hasta ahora.
Ganfeld carraspeó un poco su garganta para llamar la atención de los reyes, y cuando estos se giraron el pingüino se dispuso a hablar.
— Perdonen, mis altezas, pero los invitados han llegado...
— El Forjador —dijo animado el rey Moron. Se levantó de su silla echándola hacia atrás de un empujón y caminó presurosamente hacia Kleyn. Tal fue su prisa, que este no se dio cuenta que tenía estofado pegado en los bigotes—. Esperábamos tu llegada —comentó alegre, apoderándose de una de las enormes manos del albino para estrechársela.
— Gracias, es un honor que hayan tenido la amabilidad de tomarnos de invitados —dijo un poco apenado por ser siempre el centro de atención.
— No, gracias a ti por acompañarnos, tú y tu... —se giró a Ágata.
— Compañera temporal —ayudó este.
— Oh, claro –decía con energía y liberó al tipo de su apretón para dirigirse a Ágata—. Dime, pequeña, ¿cómo te llamas?
— Ágata, y es un placer poder estar aquí con ustedes, su alteza —respondió la asesina con una ligera inclinación.
— Estupendo, vengan y tomen asiento —señaló a las sillas que había en la gran mesa en donde comían. Debía de haber espacio para veinte comensales, al menos.
— Eh, cariño —habló Gelia—. Tienes un poco de estofado en los bigotes.
— ¿Qué? —se palpo la cara un poco y vio los restos de estofado en su mano—. Oh, pero que vergüenza —rio, y sin ningún tipo de reparo se limpió con el pañuelo que tenía atado al cuello—. Ganfeld, haz el favor de situar a nuestros invitados. Ah, pero antes déjenme presentarles a mi familia —ambos miembros se levantaron de su silla—. Ella es mi mujer, Gelia.
— Es un placer —dijo Kleyn, tomando la mano de la mujer para darle un beso.
— El placer es mío.
Y Ágata hizo lo propio, pero saludando con una inclinación.
— Y este es mi hijo, Giron —señaló al niño, el cual se acercó con prisas a Kleyn.
El Forjador tuvo que arrodillarse para ponerse a la altura del pequeñín.
— Es un gusto, príncipe Giron —dijo Kleyn, dándole la mano.
El pequeño saludó alegre usando sus dos manos para saludar a Kleyn.
— ¿Es verdad que puedes hacer fuego con las manos?
— Bueno —movió los dedos de la mano con la que no saludaba al príncipe y en esta aparecieron unas llamas tenues y ligeras que desaparecieron con la misma premura con la que aparecieron.
— Guau —dijo el niño impresionado.
— Je, je. Impresionante, sin duda, pero, Giron, no molestes al Forjador, que seguro tendrá deseos de comer.
— No se preocupe por mí, rey Moron.
— Tonterías, eres nuestro invitado y debes comer. Y llámame Moron.
— De acuerdo.
— Ganfeld, ahora sí, sienta a nuestros invitados, por favor.
— Como ordene.
El pingüino por fin pudo situar a cada uno de los invitados en una silla, dejando al rey Moron en una punta con su mujer e hijo a su derecha, y a Kleyn y Ágata a la izquierda. Todos comenzaron a comer mientras Moron le hablaba a Kleyn de alguna de sus anécdotas como rey, aquella vez que formó un equipo de zoruks preparado para atrapar a uno de los cetáceos más grandes de todo el lago helado, y la abundante carne que comieron los días siguientes. Había un cuadro en la pared en donde se retrataba aquella hazaña, ahí estaban Moron y unos veinte zoruks en el puerto con el cuerpo de la criatura a sus espaldas.
Luego habló de aquella vez que él y su mujer fueron hasta el reino de Mewni y conocieron al rey River y la reina Moon, y puntualizó que River le había caído particularmente bien, denotando que se le veía un tipo enérgico. Para ese entonces, aún no se había consolidado la unión entre los monstruos y los mewmanos. Y resulta que desde la guerra que hubo contra Eclipsa hace más de cinco años, el reino había permanecido en un estado delicado por el tema de la aceptación de los monstruos. Habían sido invitados para la boda y coronación de Star y Tom, pero, debido a que su reino Nevado aún no se mostraba en confianza con la nueva situación político-social del reino de Mewni, decidieron mantenerse al margen, aunque hablar de ello le hizo pensar a Moron que ya era hora de darle una oportunidad al nuevo reino de Mewni.
— Creo que ya hemos estado demasiado tiempo incomunicados con ese reino. La nota que nos enviaron solicitando hospedaje y ayuda al Forjador por la actual crisis de las tijeras dimensionales nos recordó que hay otros reinos por ahí. Tal vez, cuando esta crisis se calme un poco, podamos hacerle una visita al reino de Mewni y conocer a sus actuales reyes —decía mientras miraba su cuenco vacío.
— Creo que les caerán bien los nuevos reyes, son... peculiares —comentaba Kleyn.
Ágata había preferido mantenerse al margen de toda la conversación. Los reyes no habían hecho más que hablarle a él de cosas triviales, cosa que le daba igual, ya que el albino actuaba como una llama, captando la atención de todo el mundo, mientras ella pasaba desapercibida, excepto por la mirada curiosa del pequeño Giron que, si bien sus ojos brillaban maravillados cada vez que miraban a Kleyn, a veces también miraban a la mewmana.
Ya habían acabado de comer, y ahora no hacían más que disfrutar de la compañía de los demás. Tal vez este sea un buen momento para hablar de ya sabes qué.
— Cierto —dijo, sin querer llamar la atención de los demás, cosa que sí hizo—. Reyes, no quiero importunar el ambiente, pero me gustaría hablar de la situación del reino en cuanto a las tijeras dimensionales.
Moron asintió repetidamente a sabiendas de que la situación se podría poner un poco tensa.
— Ganfeld, ¿podrías llevar a Giron a su habitación?
— ¿Qué? Pero, papá, yo también quiero escuchar de lo que tienen que hablar —se quejó este, haciendo que su voz sonase suplicante.
— Los adultos tenemos que hablar, Giron, mañana podrás hablar con nosotros todo lo que quieras.
— Jo, no es justo.
— Vamos, príncipe Giron —dijo Ganfeld—, le diremos a la señora Lystel que le cuente un cuento —eso animó un poco al pequeño, el cual acompañó al pingüino un poco más animado.
Cuando salieron del comedor, Ganfeld se aseguró de cerrar la puerta, y solo cuando los presentes dictaminaron que estaban solos, procedieron a hablar.
— Bien, no es fácil para mí como rey decir esto, pero no sabemos lo que pasa por aquí con los robos de tijeras. Y eso es porque no son robos, si no desapariciones. Nadie sabe cuándo ni cómo le han robado, los ciudadanos solo se dan cuenta en algún momento de que sus tijeras ya no están con ellos, y entonces presentan su caso a la guardia, pero nunca conseguimos encontrar nada —confesó Moron, oscureciendo un poco esa personalidad tan enérgica que mostraba.
— Tal vez se traten de ladrones muy muy hábiles, lo suficiente como para que nadie los note hasta que ya es muy tarde —propuso el pelirrojo.
— Sí, podría ser una posibilidad, pero ningún ladrón sigiloso se toma la molestia de mover a su víctima fuera de la cama y dejarla tirada en medio de la calle.
— ¿Perdón? —dijo este, al no comprender qué quería decir Moron con eso.
El zoruk suspiró, haciendo que sus bigotes temblasen un poco.
— Una vez un guardia halló a un ciudadano tirado en la calle en el medio de la noche. El ciudadano dijo que no sabía lo que hacía ahí, además de que se sentía asustado y confundido. El guardia lo llevó a los cuarteles para hacerle unas cuantas preguntas, y allí fue donde se descubrió que el ciudadano había perdido sus tijeras, porque, según él, siempre las llevaba encima. No las encontraron en ninguna parte de su casa, así que se dictaminó que este las había extraviado, o se las habían robado.
— Entonces, ¿está diciendo que el ladrón sacó a la víctima del robo de su casa antes o después de quitarle sus tijeras? —inquirió Kleyn enarcando una ceja.
— No —intervino Ágata—. Alguien con la capacidad de mover a un zoruk fuera de su casa sin que este se despierte tiene la habilidad suficiente como para robarle las tijeras a cualquiera sin que se dé cuenta. Es como dice el rey, parecen más bien desapariciones que robos.
— Exacto, y eso es lo que nos tiene a todos confundidos.
Kleyn y Ágata se miraron el uno al otro por un momento de forma cómplice. Ambos se habían dado cuenta de que los que habían hablado coincidía con la información recolectada en el Monte Glaciar.
— De hecho, nosotros pasamos por el Monte Glaciar antes de venir aquí —dijo Kleyn.
— Es natural —señaló Moron con expresión de obviedad en su rostro.
— Y el caso es que pudimos recolectar un poco más de información.
— ¿Qué clase de información?
— Pues, casos similares a los de aquí. Tijeras que desaparecen sin más, y nadie que haya visto a ningún ladrón, pero algunos sí que vieron algo. Mencionan que alguna vez se vio a algún ciudadano caminar por la noche y entregarle sus tijeras a uno de los guardias que defiende el puente.
— ¿A uno de mis guardias? —preguntó Moron extrañado, y este miró a su mujer, quien puso una expresión similar a la de su marido. Luego volvió la mirada a los invitados— Me extraña, he de decir.
— Sí, y a nosotros.
— En especial —volvió a intervenir Ágata— porque esos guardias no atienden a razones. Los zoruk dijeron que intentaron preguntarles que pasó con las tijeras, pero estos no responden. Es más, quisimos pasar el puente, pero estos nos bloqueaban el paso cada vez que intentábamos cruzar.
— ¿En serio? —preguntó, aún más extrañado que antes— ¿Y les dijeron que venían por temas reales? —ambos asintieron, y Moron se quedó perplejo, tanto que se dejó caer en su silla— No sé qué decir. Es un comportamiento extraño entre mis guardias... Mañana enviaré a algunos de mis zoruks para ver qué ocurre en el puente. Quizá tenga algo que ver con lo de las tijeras.
— Tal vez. Pero ya que enviará a alguno de sus guardias mañana, lo mejor será que yo los lleve allí usando mis portales. El camino hacia allí está repleto de ventisca y golems.
— ¿Golems...? Curioso. Bueno, siendo ese el caso, agradeceré tu ayuda, Forjador.
— No es nada, para eso hemos venido.
— Y yo, en nombre de todos los zoruks del territorio del norte, les agradezco. Y si les parece bien, podemos continuar con este tema mañana. Es tarde, y seguro que deben de estar cansados por el viaje. Le diré a Ganfeld que los guíe a ambos a sus habitaciones.
— Muchas gracias, Moron.
— A ustedes.
Así se deshizo la reunión entre los reyes del reino Nevado y los caballeros de la Orden Armada del reino de Mewni. Tal y como había dicho Moron, Ganfeld escoltó a Kleyn y Ágata a sus respectivas habitaciones.
Kleyn se fijó en la habitación que le habían proporcionado. Era considerablemente grande. El suelo tenía una enorme alfombra en el centro, la cual parecía ser de algún animal de pelaje frondoso y suave. Una cama alta con techo propio cubierto por pieles. Sillón junto a una mesa que tenía algunas frutas y una jarra junto a dos vasos, y en su centro, un candelero con tres velas encendidas iluminando la habitación. Además, tal y como se esperaba, la mochila que Kleyn había traído estaba recostada contra la pared y, junto a esta, su martillo.
Al ver su herramienta de herrería, Kleyn corrió hacia ella para tomarla entre sus manos y la acarició contra su rostro.
— Te extrañé tanto —A mí no me dices ese tipo de cosas.
Ignorando el comentario de la voz de su cabeza, Kleyn se quitó las botas, dejó a su martillo junto a la cama y se acostó en su colchón para ver qué tal era. No era del todo suave, lo cual le agradaba, pues prefería los colchones duros, ya que a él le resultaban más cómodos.
Oyó el sonido de alguien golpeando la puerta, y se inclinó hacia adelante.
— Pase.
La puerta se abrió, y tras esta apareció Ágata, cosa que le sorprendió al pelirrojo. ¿Qué crees que está haciendo ella aquí? ¿Alguna clase de confesión o algo por el estilo?... espero que no.
— Kleyn —dijo tras entrar y cerrar la puerta—, tenemos que hablar —Ay, no.
— ¿Qué ocurre?
La muchacha tomó la silla que había por allí y se sentó junto a la cama de Kleyn. Él, extrañado, hizo lo mismo.
— Es sobre los reyes del reino Nevado y la conversación que tuvimos —Uf, menos mal.
— ¿Qué es lo que pasa con ellos?
— ¿No te parece extraño? Desapariciones ocurren dentro del reino, y el rey no está enterado de lo que ocurre en el Monte Glaciar, ni de que algunos ciudadanos caminan como sonámbulos ni que los guardias parecen estatuas que no se mueven ni hablan a menos que quieras cruzar el puente. Y, sobre todo, la actitud tan humilde y cercana del rey. Resulta sospechoso —dijo, todo en voz baja.
— Sé a dónde quiere ir a parar. Vamos, dime qué sospechas.
— Sospecho que el rey está involucrado en las desapariciones de las tijeras. Ocurren desapariciones, pero los guardias nunca ven nada. Y la vez que un ciudadano ve un comportamiento extraño relacionado con los guardias del puente el rey no sabe nada. Es todo muy conveniente.
— Insinuar que la corona está involucrada en una crisis que afecta a varios de los reinos en todo Mewni es algo bastante serio... pero yo también tengo mis sospechas.
— Entonces tenemos que actuar.
— Sí, pero no podemos hacerlo, así como así. Tenemos que seguir haciendo las cosas de forma correcta, porque aún no tenemos pruebas sólidas de que nuestras sospechas sean ciertas o no.
— Lo sé, pero no te preocupes, tú ya irás mañana con sus guardias a ver lo que ocurre en el puente. Yo, en cambio, haré mis propias investigaciones —sonrió la chica de forma segura.
— ¿Qué planeas hacer? —dijo este, frunciendo el entrecejo.
— Cosas de asesina —justo en ese momento, Mordisquitos apareció en el hombro de la muchacha—. Te mantendré informado.
— Oye, no hagas ninguna estupidez.
— Pfff, mira quien lo dice —se burló y luego dejó la silla a un lado para luego poder irse.
— Ey, yo solo hago locuras porque tengo años de experiencia —Eso no se lo cree nadie.
Ágata salió de la habitación de su compañero y volvió a la suya para realizar ciertos preparativos. Preparó cuidadosamente una pequeña bolsa con herramientas y utensilios de ladrón y se limitó a esperar un rato a que la noche avanzara.
Pasado un rato sacó la cabeza por la ventana para ver la luna y utilizar un método de astronomía que se utilizaba en la Orden para tener un conocimiento aproximado de la hora por la noche. Gracias a este método, Ágata supo que ya debía de ser más de la una, por lo que se puso de pie y salió de su habitación.
No había nadie por el pasillo, así que se puso a caminar con total libertad. Su ropa le permitía ser rápida y no emitir ruido alguno con sus pasos, mas siempre mantenía sus ojos bien abiertos por si veía a alguien. Aunque con sus oídos pendientes del más mínimo sonido, nunca llegaba a encontrarse a nadie, y la ves que alguien se le acercaba, se subía a las vigas de madera que conectaban las columnas y hacían toda la estructura del techo. Debía de admitir que el lugar le proporcionaba a la chica escondites bastante adecuados para ella.
En una de las tandas en las que vio a pasar a varios guardias, vio al rey Moron pasearse por la estancia. Aquello le resultó extraño, ya que la muchacha había pensado que el rey estaría durmiendo, así que no pudo evitar preguntarse qué estaría haciendo el rey despierto a esas horas. Ágata entornó la mirada y se fijó en los ojos del rey, estos se venían de color azul destellante, similar al del hielo profundo. Eso no habría sido nada fuera de lo habitual, de no ser porque el rey al que había visto tenía ojos pardos. Comenzó a seguir al rey hasta que este se detuvo junto a un cuadro. Después de tocar una roca de la pared y empujarla, el cuadro se hundió en esta hasta convertirse en una puerta oculta, la cual daba a unas escaleras que descendían. Moron bajó por las escaleras sin pensárselo dos veces, Ágata, habiendo hallado algo sumamente importante y sospechoso, siguió al rey.
Al cruzar la puerta oculta, esta se cerró sola. En ese momento supo que no habría vuelta atrás. La chica entornó la mirada y comenzó a seguir a Moron, manteniendo las distancias, hasta que llegaron a una especie de almacén. Oculta entre cajas y otras cosas, Ágata vigilaba todos y cada uno de los movimientos del tipo. Hasta que llegó a una especie de baúl pequeño. Cuando lo abrió, se pudo ver en el interior varias tijeras, quizás, todas ellas tijeras dimensionales. Moron introdujo su mano en uno de sus bolsillos y luego colocó la tijera en el baúl antes de cerrarlo.
"Te tengo", pensó Ágata. Había conseguido pruebas sólidas que confirmaban sus sospechas. Ahora solo tenía que hallar la forma de salir sin ser vista. Por la mañana lo podría mostrar a Kleyn lo que había hallado. Por un momento creyó que todo iría justo como quería, pero, entonces, ocurrió algo que le llamó la atención. Moron se desplomó en el suelo de repente. Al ver eso, Ágata echó la cabeza hacia atrás, extrañada.
No tuvo tiempo de pensar en lo que había ocurrido, porque dos luces azules como las de los ojos de Moron aparecieron de la oscuridad y se abalanzaron sobre ella sin que pudiese reaccionar. Luego... oscuridad.
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Hacía tiempo ya que no hacía algo con un poco de misterio en mis historias... creo que ya podemos decir que he roto la racha, je, je.
Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.
Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.
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