Capítulo 14: Nos falta comida

La mochila había estado ligera todo el viaje después de salir del sub-bosque, pero Kleyn no se había dado cuenta de ello porque estaban tan acostumbrado a usar su fuerza para cargar con cargas pesadas que no se dio cuenta que esta se había vuelto más ligera. Sin embargo, cuando rebuscó en la mochila no halló nada más que tela en el fondo, así fue que cayó en la cuenta de una cosa.

― No nos queda comida ―avisó levantando la cabeza y mirando a Ágata, quién estaba de pie a la espera de que Kleyn hallase algo de comer.

― ¿En serio? ―acercó su mano y le arrebató la mochila de un tirón― Dame eso ―comenzó a rebuscar en toda la mochila, no solo en el interior de esta, sino que también lo hizo en los bolsillos que tenía a los lados y por la parte de delante, incluso la puso de revés para ver si caía algo de dentro, pero nada dio resultado alguno―. Tienes razón, no queda nada. ―concordó, volviéndose para mirar al forjador.

― ¿Cómo desapareció tan rápido la comida que habíamos cargado con nosotros? ―preguntó poniéndose de pie y devolviéndole la mirada a la chica― Solo han pasado dos días desde que abandonamos Mewni.

Esto fue algo que le extrañó bastante al tipo, pues se había asegurado de abastecerse bien antes de partir. No pudo evitar rascarse la cabeza, confundido por la situación que se le había presentado.

Por otro lado, Ágata no parecía demasiado extrañada por la repentina falta de comida.

Para Kleyn, a quien ya de por sí le extrañaba la falta de alimento, percatarse de que Ágata no se mostrase sorprendida acabó por levantar las sospechas que tenía en la cabeza.

― Ágata. ―Dijo este para llamarle la atención― ¿Sabes algo acerca de la falta de comida?

Esta no respondió al principio, sino que le sostuvo la mirada. Su rostro no era uno de enfado, ni de desafío, más bien, era uno que evidenciaba que la chica estaba pensando las palabras que utilizar antes de responder.

― ¿Recuerdas las arañas que nos ayudaron allá? ―apuntó hacia atrás con su dedo pulgar.

― Aquellas que iban a comernos pero que conseguiste que cambiaran de opinión y se comieran a sus jinetes... ―mencionó con cierto tono sarcástico― Sí, me acuerdo de ellas.

― Pues, como comprenderás, no iban a dejarnos ir por la simple petición de una extraña con una arañita en su mano ―esto provocó que Kleyn levantase una ceja―. Para convencerlas tuve que darles parte de nuestra comida.

― ¿Qué?

― El caso es que les dije que nos dejaran la suficiente comida para que podamos alimentarnos hasta que lleguemos al pueblo más cercano.

― Pero... Si le dejamos a los cabalgarañas ¿De verdad no sé llenaron con eso?

― Ya ves que no.

Resopló pensando que podría haberse ahorrado el darles la comida. A no, no te quejes. Tú decidiste consentirla y no matar a las arañas cuando tenías la oportunidad. Ahora, aguántate tus pataletas.

Oyó el estómago de Ágata rugir un poco. Kleyn se giró hacia ella para ver si se quejaba o hacía algo, pero esta se contuvo y siguió caminando como si nada. Su orgullo de asesina no le permitiría flaquear frente a su compañero.

Al menos aquel sonido hizo que el forjador se sintiera reconfortado al saber que ella también iba a sufrir tanto como él.

De haber tenido la oportunidad, habrían cazado algún animal en aquel bosque, mas todos los que encontraban estaban envueltos en tela de araña y se encontraban aferrados a la parte alta del tronco de los árboles. Aquello les dejaba sin más opción que seguir caminando hasta llegar al pueblo más cercano. Con suerte, podrían conseguir algo de comida y un sitio donde dormir. Era mediodía, así que esperaban encontrar algo antes del anochecer. Pero la fuerza de voluntad flaqueaba cuando el estómago estaba vacío.

Ágata caminaba rauda esperando ver de una vez por todas el final del camino. Ya habían salido del bosque profundo donde habían estado las arañas hacía rato, pero desde entonces no se habían visto indicios del final de este. El sonido de un estómago regurgitando le llamó la atención. Miró hacia Kleyn, el cual también la miraba a ella.

― ¿En serio? ―se quejó la chica― Debe ser por lo menos la quinta vez que te rugen las tripas ¿De verdad no puedes aguantar un solo día sin comer?

― No te quejes. No fui yo quien les dio toda nuestra comida a las arañas.

― De nada por evitar que te comieran.

― Pero si podría haberlas quema... da igual.

Este camino se hará eterno. Y con ustedes dos peleando como si fuesen un par de niños sería mejor ser comido por las arañas.

Antes de darse cuenta, vieron un pequeño destello de luz cerrado por árboles, al final del camino. Al verlo, Kleyn no se lo pensó dos veces, dio un rápido zarpazo en el aire y abrió un portal que lo llevaría directo hasta aquel arco de luz y de inmediato se introdujo en él.

A su compañera no le dio tiempo de tan siquiera decirle que esperara antes de apresurarse, así que no tuvo más opción que seguirlo.

Ambos aparecieron justo delante de aquel arco de árboles. Frente a ellos se extendía un gran camino de piedra en medio de una enorme llanura. En cierto punto el camino se torcía hacia un pueblo cercano. El lugar se veía pequeño, con pocos edificios. Pero se podía apreciar que tenían lo necesario para poder vivir bien. Una granja con animales, un huerto, un molino, y caballos para poder transportarse.

Los viajeros, a pesar de su hambre, no corrieron hacia el pueblo, tampoco abrieron un portal directo hacia este, sino que se pararon a observar mejor el panorama. Ágata se giró hacia Kleyn.

― ¿Quieres ir a ese sitio para conseguir comida?

― Sí, quiero ir ―guardó silencio unos segundos sin apartar la mirada de aquel lugar―. El problema es que probablemente ahora sea el hombre más buscado en todas las zonas por los traficantes de tijeras, y no sabemos si en ese pueblo puede haber o no traficantes que, al igual que los cabalgarañas, estén esperando para atacarme a mí y a aquellos que me acompañen. ―se giró hacia ella y la miró a los ojos. Mantuvo un corto silencio de nuevo― Es necesario ir al pueblo, pero no podemos ir, así como así. Hay que meditar cuál será nuestro siguiente movimiento. ―Oh, estás pensando antes de actuar sin más. Creo que esta pequeña sensación de satisfacción, de plenitud, creo que es... sí, orgullo.

En el pueblo, cerca de la puerta de entrada, se encontraban dos reptilianos cuya piel era de un color similar al de la arena. Ambos vestían con ropas simples de tela de colores apagados debido a la luz del sol. Se encontraban recostados en unas banquetas. Cada uno llevaba un sombrero de cuero que se inclinaba hacia adelante para cubrirles los ojos de los rayos del sol. Uno de ellos estaba haciendo tabaco envuelto en un tubo de papel confeccionado de forma simple o escueta, a pesar de ello, el tabaco se mantenía en su sitio.

Aquel que lo había hecho lo encendió y luego le dio una larga calada y expulsó el humo con paciencia, a la vez que abría la boca para exhalar el poco restante.

― Ten, Billyjob. ―tomó su puro con el dedo índice y pulgar y se lo extendió a su compañero sin mover el rostro o apartar el sombrero.

El de al lado movió su brazo derecho y tomó el puro de igual forma que su compañero, se lo llevó a la boca y le dio una calada considerable. Retuvo el humo unos segundos en la boca antes de expulsarlo. Este salió en forma de anillas; tres en total. Su compañero levantó un poco su sombrero, lo suficiente como para poder ver por el rabillo de un solo ojo los aros que su compañero había hecho.

― Paressse que ya te sssalen mejor que antesss.

El que había hecho los aros le devolvió el puro a su compañero.

― Todo esss cuessstión de práctica. Sssi quisssierasss también lo conssseguiríasss, Jolrano.

― Nah, con poder disssfrutar de momentosss como essstosss me basssta. Ademásss, sssi lo intento ssseguro que acabo essscupiendo antesss que hassser unosss arosss.

― Buenas. ―pronunció una voz extraña a la izquierda de ambos.

Los dos compañeros levantaron sus sombreros los suficiente como para ver con un solo ojo de quien se trataba. Comenzaron de forma calmada mirando desde los pies, donde hallaron un par de botas con blindaje, subiendo por las piernas y pasando por el torso, donde se mostraba una piel blanca como las nubes, hasta llegar al rostro. Cuando lo vieron, no pudieron creer que era cierto. Se miraron el uno al otro y se limpiaron los ojos para ver mejor, el de la derecha hasta se quitó el sombrero para rascarse la cabeza, pero se lo dejó un poco por encima para cubrirse los ojos del sol.

A pesar de haberse limpiado los ojos, ambos seguían confusos porque sabían que estos no los engañaban. Luego miraron el puro, el cual seguía entre los labios de Jolrano. Pensaron que el individuo que estaba delante de ellos debía de ser producto de una alucinación causada por el tabaco, nunca antes les había pasado eso, pero les parecía lo más lógico.

El extraño delante de ellos se fijó en que el tabaco que Jolrano tenía se había apagado, chasqueó los dedos y de su pulgar salió una llama que acercó a la punta del puro y lo volvió a encender. Kleyn apagó La llama con una pequeña sacudida y se fijó en los dos tipos, los cuales se habían puesto de pie al ver lo que había hecho. Sus rostros se mostraron absortos a la vez que sorprendidos.

― ¿Acassso, eresss el Forjador? ―preguntó Jolrano levantando la mano y apuntándole con el dedo índice.

― Sí, el mismo ―respondió con naturalidad, como sí nada.

Tras oír la respuesta, Jolrano dejó caer el tabaco de entre sus labios. Billyjob, por su parte, se fue corriendo, buscando alejarse del aquel tipo tanto como pudiera. A medida que se alejaba, miraba hacia atrás para saber si estaba siendo perseguido o para ver qué tan atrás había dejado a aquel hombre. Esto provocó que se tropezase sin querer con una piedra que había en el suelo y se cayó de forma inevitable. Casi estampó su cara contra la tierra, de no ser porque llegó a amortiguar el golpe con su brazo, aun así, acabó con su hocico arrastrándose por el suelo, levantando una nube de polvo. Se revolvió con desesperación hasta volver a ponerse de pie y continuar corriendo. Giró a la esquina de un edificio y se perdió de vista.

Tanto Kleyn como Jolrano contemplaron la escena estrepitosa y cómica del tipo huyendo. Jolrano sintió que el mundo entero se le venía encima.

― ¿Le ocurre algo a tu compañero? ―preguntó Kleyn, provocando que el reptiliano se girase a verlo. Su expresión parecía atónita, como si estuviese viendo a un fantasma.

― N-no, esss que essstá muy emosssionado por ver a una figura tan importante como lo esss usssted ―hizo una pausa―, ssseñor Forjador.

― Ya veo ―dijo mirando de nuevo la esquina en donde el reptiliano de antes había desaparecido―. Una reacción un poco exagerada si me lo preguntas, aunque he visto a otros con el mismo problema ―de inmediato se acordó de Barden al hacer ese comentario.

Se fijó un poco mejor en aquel que no había salido corriendo. Se le veía algo pálido, una cosa no muy fácil de ver debido a su piel escamosa y áspera. También lo notaba tenso. No sabía si interpretar aquello como una expresión de felicidad tan grande que le había dejado sin palabras, o si efectivamente era un enemigo y estaba nervioso por estar a solas con el adversario de los traficantes de tijeras. O al menos, él se consideraba a sí mismo su adversario, pues para él ellos lo eran, así que se le ocurrió considerar que para ellos él significaría lo mismo.

De la esquina en la que aquel reptiliano había desaparecido salió un tipo de altura similar a los tipos que se había encontrado en la entrada, un poco más bajo que ellos y más robusto. Se trataba de un semibestia rata de pelaje azabache. Portaba una vestimenta similar a la de sus compañeros: camisa y pantalones de tela, además de un chaleco de cuero, un sombrero negro y un puro entre sus labios. Una cosa que saltaba a la vista era que la ropa de este tipo mantenía vivos los colores de su tela, lo cual le hizo pensar que a ese no le daría mucho la luz del sol.

Apenas el semibestia asomó la cabeza por la esquina volteó directamente a la izquierda, justo a donde se encontraba Kleyn, como si fuese algo más que mera coincidencia. Cuando se dio cuenta de que el pelirrojo lo estaba mirando le devolvió el gesto y levantó la mano para saludarlo. Caminó con energía hacia a donde estaba moviendo sus brazos de adelante hacia atrás mientras los mantenía flexionados. Primero el derecho hacia adelante junto con un paso, luego el izquierdo de igual forma, y así una y otra vez junto con esa sonrisa marcada hasta llegar a donde se encontraba. Kleyn se había fijado tanto en él que no se percató del reptiliano que venía junto con este a sus espaldas.

― Que me cuelguen de un poste ―expresó el semibestia con voz resonante y de alto timbre―. De entre todos los pueblos del condado no me esperaría hallarme al Forjador en el mío ―se mostraba contento. Parecía ser una figura importante, quizá el alcalde o el jefe, según el tipo de jerarquía que tuviesen en aquel pueblo.

Tomó la mano de Kleyn y la estrechó de forma amigable apoyando su otra mano sobre esta.

― Es un placer conocerle.

― El placer es mío, señor... ―no sabía cómo continuar debido a no conocer el nombre de ese hombre o su título.

― Oh, pero que maleducado soy, por poco olvido las presentaciones. Mi nombre es Wildax, soy el alcalde de este pueblo. Puedes sentirte bienvenido aquí. Será un honor para los mí y para los míos poder ofrecerle nuestra hospitalidad al Forjador.

― Pueden llamarme Kleyn.

― Que así sea entonces, Kleyn. Por favor, sígueme, voy a mostrarte el lugar ―apoyó su mano en la espalda del forjador y comenzó a caminar para llevarlo consigo―, tal vez quieras comer algo en nuestra posada. Hacen un pastel de manzana tan bueno que dos hombres se pelearían por conseguir un trozo... y de hecho ya ha sucedido en varias ocasiones, así que los camareros intentan ser un poco más discretos a la hora de llevarle su trozo a un cliente. Y siempre recomiendan dejar un cuchillo clavado sobre la mesa en señar de advertencia.

― Suena entretenido. Gracias por ofrecerme su hospitalidad.

― Nada de eso, gracias a ti por presentarte en un pueblo como este. Ahora podré contarle esto a los alcaldes de otros pueblos. Ya puedo imaginarme sus rostros llenos de envidia cuando sepan que el forjador ha pasado por aquí.

― No se regodee demasiado, señor alcalde —le dijo en tono amigable dándole unos golpecitos con el codo.

― Por favor, solo llámame Wildax, pero ahora enserio, vamos a la posada, te encantará.

Así, los dos reptilianos de la entrada se quedaron solos mirando como un Wildax se alejaba con el Forjador. Billyjob se acercó al oído de Jolrano y le susurró una cosa. Este escuchó atentamente y cuando su compañero acabó Jolrano echó la cabeza hacia atrás con mirada sorpresiva. Sus ojos hablaban por él, pero, aun así, necesitó expresarse.

― ¿En ssserio?

Billyjob sólo asintió. En ese momento, ambos comprendieron a la perfección lo que pasaría. Chocaron sus palmas y comenzaron a dar saltos de alegría, incluso bailaron entrecruzando sus brazos derechos y continuaron saltando en círculos. Importándoles poco o nada la vigilancia de la entrada.

Música tocada por un grupo de trovadores inundaba de alegría y euforia la Posada del Queso Añejo. Varios monstruos bailaban y bebían alegres al compás. Algunos lo intentaban, pero ya estaban demasiado borrachos como para coordinar bien sus movimientos. Esto provocaba que otros se tropezasen con ellos y cayesen.

Uno de estos, al caer, se sujetó del vestido de una de las camareras que llevaba consigo una bandeja con dos jarras de cerveza, lo que provocó que se desequilibrase y tirase la bandeja y las jarras. Afortunadamente para ella, un tipo alto atrapó las jarras en el aire, evitando que se derramase demasiada cerveza. Tras dejar ambas encima de una mesa le extendió la mano a la dama para ayudarla a levantarse.

La mujer se trataba de una lifta, o también conocida como una piel ardiente, una raza de humanoides que se criaron bajo condiciones climáticas muy calurosas. Su piel variaba entre tonos naranjas y marrones rojizos. Ella en particular, tenía una piel del color del atardecer, ojos pardos y cabello castaño oscuro. Alzó la mirada de forma tímida cuando vio la enorme mano blanca de aquel tipo le ofrecía ayuda para levantarse. Así los ojos de ella se hallaron con los del Forjador, y esta puso una expresión atónita en su rostro.

― ¿Te encuentras bien? ―preguntó este con una sonrisa agradable.

Ella no dijo nada, solo se quedó mirándolo fijamente mientras este le tomaba la mano para ayudarla a levantarse. Se puso de pie poco a poco, pero en ningún momento despegó sus ojos de los del forjador. No se dio cuenta de que ya estaba de pie, ni tampoco que seguía sujetándole la mano a ese tipo.

― Tu mano está caliente ―comentó, picaresco.

De golpe ella se sonrojó y lo soltó, su rostro cambió por completo a un tono rojizo, evidenciando lo apenada que ella se sentía en ese momento.

― Oh, lo siento... quiero decir, gracias... quiero decir...

Kleyn le devolvió la bandeja que se le había caído.

― Creo que esto es tuyo.

Algo tímida otra vez, miró la bandeja en manos de Kleyn y luego lo miró a él. Extendió sus manos lentamente para tomar la bandeja.

― Gracias ―dijo con suavidad, casi susurrándole.

Este le sonrió y ella también lo hizo a su vez mientras no dejaban de mirarse. Era un momento íntimo a pesar del ruido que había en el local.

― Oye, Flinda ―gritó uno de los hombres del lugar―, lo vas a gastar de tanto mirarlo.

Aquel comentario hizo que ella se sonrojara y se fuera corriendo a la barra. Kleyn vio cómo se alejaba mientras aun sonreía, luego este se giró hacia el tipo que había dicho aquel comentario.

― Ey, viejo, eso fue un poco cruel ―mencionó―. ¿Acaso piensas que este cuerpo se gasta con solo mirarlo? ―preguntó riéndose.

Varios de los presentes se rieron también. Kleyn se dejó caer en una silla y tomó una de las jarras de cerveza que había atrapado y dejado sobre la mesa. La otra, la tomó Wildax, quien se sentó a su lado, mientras reía.

― Kleyn, estás hecho un rompecorazones ―se llevó la jarra a los labios y le dio un buen sorbo.

― Por favor, Wildax, no digas eso, que solo estoy aquí de paso, nada más ―respondía con alegría y en voz alta. Este también se llevó su jarra a los labios y cerró los ojos antes de beber.

― Eh, Kleyn ―le llamó haciendo que el Forjador abriese un ojo para prestarle atención mientras seguía bebiendo―. Trátala bien, Flinda es una buena chica, y una gran trabajadora.

El tipo de cabello carmesí paró de beber de golpe y aplastó la jarra sobre la mesa con más fuerza de la que él querría haber utilizado. Acto seguido comenzó a reírse.

― Ay, alcalde, es usted todo un comediante ―continuó riéndose y pasó su brazo por el hombro de Wildax, y este hizo lo mismo y también se rio con él.

Aquellos presentes en la posada también lo hicieron, el ambiente era agradable y cómico, un ambiente no del todo común, por lo que se esmeraron bastante en disfrutarlo. Uno de ellos, un semibestia toro, se había reído tanto que no pudo hincarle el diente a una de las piezas de pollo que tenía en su plato. Por debajo de la mesa, una mano misteriosa se asomaba en busca de comida. Palpaba la mesa hasta donde esta podía alcanzar, cuando por fin dio con la pierna de pollo y se la llevó. El semibestia no se percató de este acto vil e inexcusable. Cuando miró hacia abajo tras tanta risa, frunció el ceño, confundido. Buscó por toda la mesa la pieza de pollo, pero no la hallaba. Buscó dentro de su jarra, por debajo de su plato y por debajo de la mesa, pero siguió sin hallar nada, excepto un trozo de tela abultado del tamaño de un perro en forma de ovillo.

― ¿Acaso un perro me ha quitado la comida? ―se dijo a sí mismo, casi gruñendo.

Le pareció la opción más lógica, aunque no vio la manta moviéndose, por lo que pensó que a lo mejor no sería un perro. Sino estaría revolviéndose en sí mismo tratando de arrancar trozos de carne de la pierna del pollo. Aun así, no quiso quedarse con las dudas. Acercó su mano a la manta para descubrir qué se ocultaba debajo.

― Lornor, ¿qué haces ahí abajo? ―llamó un compañero suyo.

La llamada inesperada del tipo provocó que el semibestia se levantase de golpe y se golpearse la cabeza con la mesa. Cuando consiguió salir comenzó a frotarse la parte golpeada. Luego se dirigió al tipo, quién era un amigo suyo, un semibestia toro también.

― Un perro debajo de la mesa me quitó mi pierna de pollo... y nadie me quita mi pierna de pollo —alzó su tono de voz

― ¿Seguro que fue un perro?, a lo mejor te la comiste con hueso y todo y ni siquiera lo recuerdas ―se burló rompiendo en carcajadas, se rio tanto que tuvo que sujetarse el vientre, incluso se giró y se apoyó contra la pared para no caerse de la risa.

Cuando su compañero vio la espalda de este mientras se reía, se fijó en un hueso de pollo que había en el bolsillo trasero de su pantalón. Sin pensarlo dos veces le echó la culpa a él de la ausencia de su comida, y se lo tomó como una traición, como una broma sin gracia.

― Fuiste tú, maldito desgraciado ―acusó levantándose de su asiento y apoyando las manos en la mesa, casi golpeándola.

El que no podía contener la risa se giró para ver qué pasaba y se encontró con un puñetazo que lo tumbó, cayendo sentado al suelo.

― ¿Qué te pasa, estúpido? ―cuestionó enojado.

― Lamentarás haberme robado mi pieza de pollo, lo lamentarás muuucho ―estiró la primera sílaba de la última palabra, como si fuese un mugido.

Ambos se enzarzaron en una pelea típica de bar. Y mientras ellos estaba ocupados, la misteriosa manta debajo de la mesa se fue de allí.

La alegría y celebración de todos se estiró hasta la noche. En un momento dado, Kleyn dijo que se iría a dormir. La dueña de la posada ya le había dado una habitación, así que solo tuvo que despedirse de todos y subir las escaleras al piso de arriba. La primera puerta a la derecha era la puerta de su habitación. Utilizó una llave que le habían dado para entrar y la puerta se abrió con normalidad.

― Bueno, hoy fue un gran día, mañana continuaré con el viaje.

Tras un largo bostezo y un estiramiento, se dejó caer en la cama. Una vez encima de ella se quitó las botas y se puso cómodo, esperando conciliar su sueño.

Tras varios minutos acostado, escuchó el sonido de alguien abriendo la cerradura de la puerta. Alguien entró intentando hacer el menor ruido posible, y cerró la puerta tras de sí. Kleyn estaba de espaldas a la puerta, así que no podía saber de quién se trataba a menos que se girase, pero no hizo nada, solo esperó para ver qué ocurría.

― ¿E-estás despierto? ―preguntó una voz femenina en tono bajo.

No había escuchado mucho esa voz en todo el día, pero tampoco había escuchado las voces de muchas mujeres en la posada, por lo que supo de quién se trataba, y sonrió. Sintió como la intrusa se subió a la cama y le apoyó la mano encima de su brazo, era cálida, a pesar de que él mismo podría haber subido la temperatura de su cuerpo.

― Flinda, ¿qué estás buscando en esta habitación? —preguntó picaresco, esperando oír la respuesta de la joven, la cual imaginó que sería obvia.

El Forjador se giró para ver el rostro de la chica, pero sintió como algo se le clavaba en el cuello en el momento en el que se dio vuelta. Flinda lo estaba mirando de forma agresiva mientras sostenía una daga con su mano derecha, aquella que ahora estaba enterrada en su cuello.

― Aquí termina tu viaje, Forjador.

Kleyn no podía responder debido al trozo de metal que atravesaba su garganta, pero, sí que pudo hacer una cosa antes de morir... sonreír.

Esa reacción sorprendió de sobremanera a la lifta. Vio como el cuerpo de su víctima se convertía en humo y desaparecía. Sorprendida, se echó para atrás.

― ¿Qué?

De su espalda, una sombra la tomó de la mandíbula y le tapó la boca con su antebrazo. Esta intentó liberarse tomando aquel brazo con ambas manos, pero sus intentos se volvieron inútiles cuando el filo mortal de un cuchillo le cortó el cuello. En cuestión de segundos la mujer se desplomó sobre la cama, inerte. Mientras, detrás de ella, la sombra se quitaba la máscara que cubría su boca.

― Al parecer todo fue una trampa ―dijo Ágata mientras limpiaba la sangre de su cuchillo con el vestido de Flinda.

Lejos de allí, subido a la rama de un árbol, Kleyn estaba devorando un par de costillas de jabalí. ¿Por qué no le dijiste nada a Ágata acerca del jabalí que viste?

― ¿Y arriesgarme a que fuera defensora de los jabalíes también? No, gracias. Si no me ve matándolo entonces no me lo puede prohibir.

En ese momento, la memoria de un clon caído llegó a su cabeza y recordó todo lo ocurrido en aquel pueblo de delante.

― Joder, toda mujer que se acerca a mí intenta matarme ―se quejó al rememorar el rostro de Flinda apuñalando a su clon. Con el tiempo a lo mejor se convierte en una costumbre.

No hubo comentario al respecto. ¿Y ahora qué?

― ¿No es obvio? ―Se bajó de la rama y tiró las costillas a un lado―. Ahora empieza la verdadera fiesta.

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¿Qué puedo decir?, me sentí generoso y quise subir hoy el capítulo.

Es bueno estar de vuelta, en verdad extrañé traerles nuevos capítulos y comentar al final de estos. Solo debo de decir que en esta ocasión he vuelto para quedarme, es decir, que no volveré a tener otro inciso hasta terminar esta historia... o al menos eso es lo que yo espero.

Sí te gustó el capítulo deja un like o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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