Capítulo 11: Nuevas armas

Unos cortos minutos de espera pasaron desde que Kelly se había ido a buscar ayuda, fue entonces que ella apareció por la puerta junto a una compañera; una mujer zorra, la cual traía un equipo de primeros auxilios.

― Hola, Kleyn, parece que te has llevado un par de recuerdos de tu pelea. ―observó la mujer al ver los cortes que el tipo mostraba en su cuello y hombro.

― Sí, era una cita prematura y apresurada, nos tuvimos que despedir con prisas, así que me dio algo para recordarla. ―dijo sarcástico― No es algo que me llegase a molestar demasiado, de no ser porque la muy desgraciada se llevó mis espadas desgarra dimensiones.

La mujer hizo una expresión angustiosa al oír eso. Supuso que no era de la preferencia de Kleyn hablar acerca de ello, pues, irónicamente, a aquel que había detenido a tantos ladrones de tijeras le habían quitado las suyas, o al menos las espadas que hacían la misma función que unas tijeras.

― Lamento oír eso. El lado bueno es que tus heridas no son graves. ―Dinos algo que no sepamos― En cuanto al veneno... ―se aproximó a él y le lamió levemente el corte que tenía en el cuello. Arrugó el hocico debido a la amargura de su sabor y sacudió la cabeza― Puaj, es horrible, pero no parece que la parálisis sea permanente, imagino que al cabo de unos minutos se irá. Por el momento vamos a vendarte.

Un dato positivo, sin dudarlo, pero eso era algo que no le importaba demasiado al forjador. Ahora mismo solo pensaba en su derrota y en sus armas perdidas. Tendría que hacerse otras espadas, pero, después de haber vivido lo de aquella noche, pensó que, si había más enemigos del nivel de Vlagna, era posible que le volviesen a quitar sus espadas, y lo último que quería era proporcionarle armas al enemigo.

No pasó demasiado tiempo sumergido en sus pensamientos, porque la presencia de Talux lo hizo dejar a un lado lo que tenía en mente. Kelly lo había llamado para informarle sobre la situación. La mujer zorra, por su parte, abandonó la sala, ya había vendado a Kleyn mientras este estaba perdido en sus pensamientos.

Talux tomó una silla y se sentó frente a Kleyn. Le indicó a Kelly que también lo hiciera, así podría preguntarles a ambos qué había pasado. Le explicaron todo lo ocurrido esa noche, sobre todo Kleyn, que era quien más cosas había averiguado. Un nuevo objetivo y un nuevo lugar al que acudir, pero, también, una derrota que sumar en su contador.

― ¿Sabemos algo acerca de ese Tal'kar, aparte de que es el líder de traficantes de la zona Este?

Kleyn negó con la cabeza.

― Solo sabemos eso, aunque, gracias a ello, podemos deducir un par de cosas. La primera; que hay otros como él, es decir, hay varios líderes de zona. Lo otro, es que, probablemente, allí es a donde vayan los cuervos que se envían desde la torre derruida. ―explicó el forjador.

― Sí, y eso de que te espera en el Claro Silvestre no me da mucha confianza. Es obvio que se trata de una trampa. Quitarte del mapa es algo que les encantaría a esos tipos, y más ahora que sabes poco acerca de ellos.

― Sí, lo sé. ―dijo sin más.

Un pequeño momento de silencio se apoderó de la sala, sin que a ninguno se le ocurriese nada que decir.

― Deberíamos planear algo, ¿no creen?

Kleyn notó que sus músculos ya le respondían, entonces se levantó de su silla.

― Sí me permiten sugerir algo, creo que lo mejor será ir a dormir y hablar de esto mañana, con más calma. ―sugirió Kleyn

― Supongo que sí. ―concordó Talux― Mañana hablaremos de ello. ―también se levantó para ir a su habitación.

― ¿Alguien podría prestarme su tijera un momento? ―preguntó Kleyn.

Tanto Talux como Kelly se miraron el uno al otro.

― ¿A dónde irás?

― Necesito volver a mi dimensión un momento, tengo algo que hacer.

Talux imaginó que Kleyn quería volver a casa para forjarse un arma nueva. Supuso que no le habría hecho ninguna gracia que el enemigo le robase sus espadas, así que decidió no indagar en el tema.

― Ten. ―dijo el líder, extendiéndole sus tijeras― Úsala cuanto quieras, siempre y cuando me la devuelvas.

― Tranquilo, solo la necesito para el portal de ida, yo me encargaré del portal de regreso.

Tomó la tijera de Talux y abrió un portal rojo, dejó la tijera en una mesa que tenía a su lado y luego se fue.

Los presentes volvieron a sus habitaciones, incluso Kelly, ya que los clones se encargaron de cubrirla en su puesto de vigilancia.

A la mañana siguiente se organizó una reunión general en la Orden Armada. Todos los miembros tuvieron que asistir. Tal y como Talux había esperado, Kleyn ya se encontraba allí por la mañana, este venía de su habitación. Pensó que al volver este se habría ido directo a la cama. Intentó ver si tenía con sigo un arma nueva, pero no vio nada en su cintura, a parte del martillo que solía cargar en su espalda, ahora lo llevaba a un lado. Pensó que, a lo mejor, a partir de ahora, pelearía usando ese martillo.

Sin darle más vueltas a asuntos triviales, Talux, junto con el apoyo de Kleyn y Kelly, puso a los presentes al día con respecto a lo ocurrido la noche anterior. Todo se les fue contado, incluso Kleyn confesó que le habían robado las espadas por una enemiga cuando esta lo derrotó.

Una vez informados, se pusieron a idear alguna forma de afrontar la situación que se les planteaba. Un nuevo enemigo que llamaba al forjador para un encuentro en el Claro Silvestre. Antes de que nadie dijese nada, Kleyn hizo su propuesta.

― Lo he estado pensando por un tiempo, y creo que este es un camino que tomaré por mi cuenta.

― ¿Qué estás diciendo? ―inquirió Talux.

― Es muy simple, las tijeras dimensionales son asunto del forjador. El de ustedes es defender al reino. Al menos para mí, es algo que está bastante claro.

― Entiendo tu punto de vista, pero no podrás enfrentarte tú solo a todo un grupo de contrabandistas.

Este se rio al escuchar las palabras de Talux.

― Nunca estoy solo. ―mencionó, al instante varios clones aparecieron a su espalda.

Los presentes se miraron los unos a los otros, dudosos. Sobre todo, Kelly y Talux, que pensaban en que podía haber más contrabandistas como Vlagna o el tipo camaleón. Si resultaba ser así, acabarían con él.

― El último enemigo contra el que te enfrentaste se llevó tus armas y casi te mata. ―le recordó Talux, con la esperanza de que recapacitara y pensase mejor su idea.

― Soy consciente de ello, Talux. Pero no te preocupes, después de lo que hice, no podrán robarme otra vez mis armas, y tampoco me vencerán fácilmente. ―aseguró con una sonrisa firme en su rostro.

Sabía que Talux y el resto preguntarían el motivo de su seguridad, así que se preparó para explicarles lo ocurrido.

La madrugada anterior, tras haber sido vencido por Vlagna, Kleyn desapareció en un portal que lo dejó delante de su guarida. Los dos guardias de la puerta lo saludaron con firmeza, a lo que este solo respondió con un saludo simple y seco. Esto no les resultó extraño, porque un clon que sabía todo lo que había ocurrido se había esfumado para que todos los demás supiesen también lo supiesen.

El tipo caminó derecho hacia la forja en el subsuelo. Ni siquiera usó el elevador, sino que bajó por las escaleras, y cuando quedaron alrededor de unos treinta escalones, dio un vertiginoso salto hasta llegar al suelo. Sus botas con suelas metálicas resonaron en toda la herrería, provocando que los clones que estaban allí se girasen.

Bob fue el que acudió a la presencia de Kleyn.

― Kleyn, ¿qué te trae por aquí? ¿Cómo te encuentras?

― Bob. ―respondió secante y con expresión seria.

― Entiendo. ¿Qué tienes en mente?

― Hay que hacer un arma, un arma capaz de hacer portales y que no puedan robarme.

― En ese caso, será mejor que nos pongamos manos a la obra, somos muchos los que te podemos ayudar, y mucho el tiempo del que dispones. ―miró hacia los demás clones allí presentes― Tú guías.

Kleyn asintió y se paró delante de Bob, tomando la palabra.

― Muchachos, ―comenzó alzando la voz― hoy he perdido las espadas desgarradoras de dimensiones, como ya saben. Como forjador, esto es una completa vergüenza. Y no solo eso, sino que entre algunos de sus hermanos y yo perdimos una batalla contra ella, Vlagna. Por eso vine aquí con una idea clara, la de crear un arma capaz de abrir portales, pero con la característica de que no me la podrán robar. Una vez hecho eso, nos encargaremos de idear un plan para afrontar la situación que se nos presenta. ¿Están conmigo?

De entre la multitud, uno de los clones habló antes que ningún otro.

― Sabes que sí, después de todo, somos tú.

― Lo sé, pero de vez en cuando intento darle algo de emoción a esto, aunque a veces alguien intenta quitársela. ―dijo con una mirada severa a ese clon.

Este se sintió intimidado por el forjador y se giró para volver con su trabajo y pretender que no había dicho nada.

― Okey, ya me callo. ―se dijo a sí mismo en voz baja.

― Bueno, repito. ―carraspeó su garganta― ¿Están conmigo?

― Sí. ―gritaron los presentes, animando el ambiente.

Así fue como Kleyn y sus clones comenzaron varias de las propuestas para la creación de la nueva arma del forjador. Las ideas fueron desde las más simples a las más enrevesadas. Crear espadas con cadenas atadas a sus brazos para que no se las pudieran quitar, pero se descartó la idea porque él mismo querría quitárselas. También se propuso crear un arma encantada que siempre regresase con su dueño, pero eso implicaba conseguir un encantamiento para que el arma tuviera la propiedad de regresar, y no solo eso, sino que también tuviese la propiedad de reconocer a su dueño, si no, la propiedad de regreso sería inútil.

Varios pensaron en un anillo con una cuchilla oculta capaz de rasgar el tejido dimensional y crear portales, no sería imposible de robarlo, pero, al ser un accesorio diminuto, sería difícil de quitar. La desventaja de eso, era que el anillo no serviría como arma, pues era algo demasiado pequeño, por lo que se les ocurrió complementar el anillo llevando un arma normal sin la capacidad de crear portales. La idea en sí no era mala, por lo que la dejaron como posible.

Otra era que el arma fuese tan grande, que robarla solo resultaría un contratiempo más que un beneficio. Como una lanza, una naginata, o un espadón. Pero la idea fue descartada por no ser práctica. Y esa fue la palabra que llevó a uno de los clones a tener una idea; práctica. Este sugirió crear unas garras de metal. Un arma versátil, ágil y práctica. Lo único malo, era que esta también podría ser robada. Pero la idea le gustó bastante a Kleyn.

Uno de los clones vino con una sugerencia un tanto peculiar. La de incrustar armas en el cuerpo de Kleyn, como cuchillas o algo similar. Así no habría manera de arrebatárselas. Al instante el resto de clones denegaron la idea por ser un poco extrema, pero Kleyn se mostró pensativo ante ella.

Kleyn, ¿qué estás pensando? Espero que no te estés tomando esa propuesta en serio, ¿no? Sabes que tendrás que introducirte elementos cortantes en quien sabe dónde. Tienes idea de lo mal que suena eso. Más el forjador no dijo nada. Kleyn, ¿me estas escuchando?... ¿Kleyn?

Después de meditarlo durante un rato, el forjador sonrió y le dio sus felicitaciones al clon que había tenido la idea; elegirían esa. Y, al parecer, Kleyn había decidido cuál sería la prótesis que se implantaría, las cuales serían unas garras que sustituirían a sus uñas. La simple idea hizo que la voz en su cabeza se estremeciera.

Se tomaron las medidas de cada una de las uñas de Kleyn, así harían una garra específica para cada dedo, adecuándolo a su forma y tamaño.

Antes de poner en marcha el proceso de incrustación, se realizaron pruebas con un muñeco de madera con la forma de Kleyn. Así realizarían pruebas en este y evaluarían la mejor forma de implantarle las garras a Kleyn. Después de todo, no quería tener que realizar un implante dos veces.

Tras varios ensayos, por fin Kleyn decidió que pasarían a realizar el implante real.

Esto no me va a gustar.

El primer paso fue extirpar las uñas para reemplazarlas con, las que llamarían, las garras dimensionales. Se le colocaron varios ganchos diminutos adheridos a una chapa de acero del tamaño de sus uñas. Estás chapas se colocaban encima de las uñas del forjador para que los ganchos se incrustasen en la capa de esta, sin llegar hasta la piel. Una vez enganchadas todas las chapas a cada una de las uñas de su mano, solo restaba arrancarlas. De eso se encargaría una máquina diseñada por un sistema de poleas, la cual tiraría de todas las cuerdas a la vez.

― ¿Estás listo? ―preguntó Bob, un tanto nervioso.

Kleyn respiró profundo y exhaló todo el aire que tenía en sus pulmones.

― Estoy listo. A mí señal, activa el mecanismo.

Bob se aproximó a la máquina y tomó la palanca que accionaría su mecanismo. Miró a Kleyn a la espera de su señal. Este volvió a respirar profundamente e intentó relajar sus músculos, miró con determinación las uñas de sus manos y se preparó para soportar el inminente dolor.

No lo hagas, aún estás a tiempo de retroceder.

― Ahora. ―ordenó.

Sin pasar tan siquiera medio segundo de la orden dada por el forjador, Bob accionó la palanca y puso en marcha la máquina. Un bloque de adoquín de más de cien kilos cayó al suelo, tirando de los cables de las chapas adheridas a las uñas de Kleyn. Fue solo un parpadeo, en un momento todas y cada una de las uñas de Kleyn fueron arrancadas de cuajo y de forma limpia. El mecanismo había hecho tan bien su trabajo que Kleyn no llegó a sentir dolor alguno.

― No estuvo tan mal. ―pronunció mirándose los dedos, donde antes estaban sus uñas, ahora había carne roja y sanguinolenta― Rápido, hay que seguir con la siguiente fase ahora que la carne está expuesta, y antes de que el dolor llegue a mi cerebro.

Él y Bob se movieron hasta otro mecanismo, el cual sostenía todas las garras de forma individual, estas estaban colocadas en forma de guante, por los que Kleyn solo tenía que pasar sus dedos por los anillos de cuero, luego solo tendría que meter los dedos en las uñas y empujar hacia adelante con sus brazos. Las garras se incrustarían en las raíces de sus dedos y los metería dentro de un abrevadero de lava para que esta uniese la carne con el metal. Cada garra estaba siendo tirada hacia atrás por una fina cuerda metálica atada en la punta de estas, por lo que, cuanto más tirase, más se incrustarían en sus dedos y mejor se adherirían a ellos. Habían dejado un buen margen de medida a las garras, para que así Kleyn no se quedase corto. Y, en caso de que fuesen muy largas, solo tendrían que recortarlas.

Ahora mismo, Bob ayudaba a Kleyn a colocarse en posición para incrustarse las garras. Sus dedos ya habían pasado por las anillas, dejándolos a milímetros de las que serían sus nuevas uñas. Solo restaba mantener los dedos firmes y empujar con sus brazos. Su compañero le colocó un trozo de madera en la boca para que pudiera morderlo.

Kleyn, sé que nunca me escuchas, y que dudo que me escuches ahora, pero es mi deber decirte que si haces esto te dolerá... Mucho.

Mentalizándose que tenía que hacerlo, Kleyn respiró hondo y se dijo a sí mismo que contaría hasta tres, entonces introduciría las garras en sus dedos y comenzaría el proceso. Así que comenzó contar mentalmente. Uno. No lo hagas. Dos. No te va a gustar. Tres. No quiero ver. Estiró los dedos y empujó lentamente con sus brazos hacia adelante. El acero comenzó a clavarse en su piel, lo notaba. Sus dientes apretaron la madera con fuerza, haciéndola crujir en ciertas partes. Sentía el impulso de dejar de empujar y quitarse del mecanismo, pero su determinación lo mantenía estable. Llevó los brazos más hacia adelante, y emitió y gemido de dolor. Las garras se habían introducido en lo profundo de la piel de sus dedos. Gotas de sangre caían de todos y cada uno de los dedos de sus manos. Estas se evaporaban al entrar en contacto con la lava, solo le restaba bajarlas al abrevadero.

Los músculos de Kleyn se tensaron al igual que la expresión de su rostro. Miraba con furia sus manos, diciéndoles que aguanten, que toleren el dolor. Con ellas temblándole, fue bajando poco a poco hasta la lava, ya casi la tocaba. Esto será peor... fue un gusto conocerte... más o menos.

Sus manos entraron de golpe en la lava, la cual se metió entre el metal y la piel de sus dedos. Un gran escozor los abatió. Efectivamente, la lava no lo quemaba, pero su piel ardía y palpitaba como un bulto sanguinolento e incandescente.

Te lo dije, sería peor.

Los dientes de Kleyn se clavaron en la madera, estos comenzaban a destrozarla. Sus brazos temblaban sin control debidos al dolor, pero su rostro, lejos de ser uno de agonía, era uno distinto. Kleyn mostraba una sonrisa macabra. Mientras el dolor bañaba su cerebro, este solo pensaba en seguir empujando los brazos, incrustándose más aquellas garras. Cuanto más lo hacía más notoria se volvía su sonrisa. Acabó por quemar la madera en su boca, y apretó los dientes emitiendo gruñidos de furia.

― Aguanta, maldito, aguanta. ―se decía a sí mismo.

El mecanismo crujía por la fuerza con la que estaba siendo tirado. Bob se echó un poco hacia atrás. Kleyn ya había estirado los brazos del todo, pero aún seguía empujando, a costa del inmenso dolor.

El sonido de tensión de los cables que sujetaban las garras se desvaneció cuando, uno a uno, estos se fueron rompiendo. La máquina se tambaleó hacia atrás cuando el último cable se desprendió de ella. Bob y el resto de clones miraron al original un tanto perplejos. Todos fueron testigos de el salvajismo del forjador al soportar el dolor para completar el proceso. Ahora se encontraba parado, con lava goteándole de los dedos, con la mirada fija en ellos, y con su sonrisa aún presente. Estos temblaban como unas presas sumidas en el miedo de ser atrapadas por sus depredadores, era incapaz de moverlos, pero ya estaban completos; el proceso había acabado.

― Que hiciste... ¿Qué? ―preguntó alarmado uno de los caballeros más grandes, aquel que medía poco más de dos metros y que su cuerpo ocupaba lo que ocupaban dos hombres.

Como respuesta, el forjador solo sonrió mostrando su mano derecha, de los dedos de esta salían uñas de color metálico. Cada una de ellas acababa en punta, e incluso parecían mostrar el mismo filo de una daga. No, aquellas no eran uñas, eran garras.

Todos los presentes suspiraron llevándose la mano al pecho.

― Dios mío, Kleyn. ―dijo una de las asesinas.

Para demostrar mejor lo que significaban aquellas garras, este colocó la mano de forma que simulaba querer arañar a alguien, y la bajó despacio. El tejido dimensional comenzó a rasgarse con la punta de las garras de Kleyn, haciendo un portal pequeño por el cual cabía su mano. La introdujo dentro de este y le palpó el hombro al caballero enorme que lo había parado a mitad de la historia. Este se giró de golpe y vio la mano de Kleyn detrás suyo, con esas garras incrustadas en ella.

Los pensamientos de lo que tuvo que pasar el forjador para tenerlas pasaron por su mente al sentir su mano y lo hizo estremecer de puro desagrado. Inmediatamente comenzó a acariciarse sus manos porque había sentido en carne propia la sensación de escozor que había sentido Kleyn, solo de escucharlo.

Varios de los caballeros reaccionaron de forma similar, ocultando sus manos debajo de los brazos, debajo de sus piernas o en sus bolsillos. Todos ellos se habían estremecido al imaginar el dolor por el cual el forjador había pasado.

Ante aquellas reacciones, Kleyn se rio un poco, aquellos rostros y expresiones le resultaban muy cómicos.

― Kleyn, estás enfermo. ―dijo Ronnin, quien también se mostraba afectado por la historia.

― Por las barbas del rey, somos caballeros, compórtense como tal y demuestren un poco de estómago. ―expresó Talux dándole un golpe a la mesa y mostrándose indignado por la reacción de sus compañeros. Con disimulo se acercó a Kelly, quien también se mostró afectada― Kelly, ¿podrías traer un poco de agua para que así los chicos puedan beber algo y calmarse?

― Claro, cariño. ―respondió, levantándose de su sitio.

Talux volvió la mirada al resto, no pudo evitar mirar un momento sus uñas, y también sintió esa sensación de sentir lo mismo que Kleyn había sentido. Rápido sacudió la cabeza para alejar esa sensación de su cuerpo y centrarse en lo que estaba.

― Como iba diciendo. Kleyn, supongo que aún no has terminado tu historia. ¿No? ―inquirió Talux.

― ¿Es que acaso queremos oír el resto? ―protestó Ronnin.

― ¿Qué acabo de decirles? ―les recordó levantando la voz, provocando que Ronnin callase.

― De hecho, no, no he terminado mi historia, así que ahora les contaré el resto.

Las garras habían sido colocadas con éxito. Su incrustación fue profunda, pero adecuada, y su longitud desde la punta hasta la cutícula era más aceptable para atacar con ellas; un centímetro y medio.

Al ser el forjador, Kleyn ya tenía experiencia en el uso de garras, tanto las de nudillos como las de los dedos. Pero esto era algo nuevo, debido a que estas armas estarían siempre adheridas a su cuerpo y a que tendría que aprender a manejarlas para todo, desde las cosas más simples del día a día hasta los combates más complicados. Es por ello que tuvieron que esperar un tiempo a que las heridas cicatrizasen de forma adecuada y luego comenzar a realizar su entrenamiento.

Durante su proceso de reposición, Kleyn se dedicó a acostumbrarse a ellas en el uso de los elementos cotidianos. Como tomar un café, lavar los platos, dormir con ellas, rascarse la espalda sin arrancarse la piel, bañarse, etc.

Transcurrido un tiempo prudente, y tras comprobar que las garras permanecerían adheridas a la piel sin importar las pruebas, comenzaron a entrenar. Había que tener cuidado en todo momento, pues la simple tarea de cerrar su mano para hacer un puño le era imposible ahora. Por lo que debía colocar los dedos de tal forma que no se los clavase en la palma de su mano.

Se practicaron cortes en varios tipos de materiales, comenzaron por madera simple, aumentando su resistencia y grosor a medida que Kleyn superaba la prueba, pasando por las rocas, hasta llegar a los metales. Como era de esperarse, Kleyn era incapaz de cortar rocas o metales con esas garras, pero sí que era capaz de arañarlos y dejarles marca.

Luego lo desenvolvieron en el combate. Tuvo que desarrollar un estilo muy versátil y bestial, puesto que ahora atacaba con garras. Acabó por adoptar una combinación de varios estilos y así crear el suyo. Lo cual le tomo diez años. Desde crearlo hasta dominarlo. Pero, una vez terminado el entrenamiento, se puso manos a la obra.

― Es tiempo de volver. ―se dijo a su mismo abriendo su mano mientras un brillo de luz cruzaba sus garras antes de abrir el portal que lo llevaría de nuevo a la Orden Armada.

― Es por eso que les digo que no podrán quitarme mis armas esta vez... A menos que me meten y me arranquen las uñas, pero dudo que alguien esté tan loco como para implantárselas a sí mismo.

― Sí, pero si te las arrancan dudo que alguien se las ponga. Lo más probable es que las adhieran a un guantelete y así puedan usarlas de arma. ―opinó Talux― Pero igualmente, se ve muy complicado y tedioso poder quitarte esos implantes. Así que no creo que sea la primera idea a la que recurran. Aun así, no creo que debas ir solo, incluso si tienes clones, creo que alguien más debería acompañarte.

― Talux realmente creo que la labor de los caballeros está aquí, en Mewni. Yo solo puedo...

― ...yo iré con él. ―pronunció una voz femenina.

Todos se giraron para averiguar quién era, se trataba de Ágata, una de las asesinas de la Orden. Ella era una chica muy hábil y audaz. Había entrado en la orden con diecisiete años y se había convertido en uno de los miembros más letales a la hora de actuar. Su aspecto era el de una mujer de cabello corto y negro, de figura sencilla, piel blanca y estatura baja, lo cual provocaba que no se la tuviese muy en cuenta a la hora de confrontarla, pero esto resultaba ser un grave error para el enemigo. Rara vez luchaba cada a cara, porque prefería pasar desapercibida entre las multitudes y atacar cuando el enemigo estuviese desprevenido.

A diferencia del resto, Ágata no había arrugado la cara al escuchar la historia de Kleyn, si no que permaneció atenta.

― Lo veo bien. ―dijo Talux― ¿Alguien más quiere unirse al forjador?

― No, ya dije que esta es una tarea que realizaré solo, como forjador. Este es mi deber, y el suyo es proteger el reino. ―sentenció Kleyn levantándose de su sitio con expresión seria. Vio en los ojos de todos vestigios de la preocupación hacia él. Cerró los suyos un momento y tomó aire― Miren, sé que solo quieren ayudarme, pero de verdad, este es mi deber, ustedes ya tienen otro.

Talux meditó un momento las palabras de Kleyn, no se veía conforme, pero al final suspiró resignado.

― De acuerdo, supongo que hay asuntos de los cuales solo el forjador puede encargarse. Pero no seas terco, en caso de necesitar ayuda acude a nosotros entonces y no dudaremos en echarte una mano.

― Me parece bien. Ahora, si me disculpan, iré a informar de esto a la reina y partiré de inmediato. ―se levantó de su sitio y se dispuso a marchar.

― Espera, ¿te irás ya? ¿Y el plan para enfrentarte a Tal'kar?

― No te preocupes, ya lo tengo cubierto.

Kleyn dio un zarpazo en el aire y un portal se abrió delante de él, sin duda era algo curioso de ver. Todos sus compañeros vieron como este desaparecía en aquel portal antes de cerrarse.

Podría haber ido directamente al castillo de la reina, pero prefirió caminar por la ciudad antes de irse, así vería el panorama por última vez hasta que volviese al reino.

Como era de esperarse, la gente lo saludaba y se acercaba para hablarle, aunque él rápidamente los rechazaba diciéndoles que estaba por realizar algo importante, y que no podía detenerse. Aunque el motivo era que no quería detenerse a hablar con todos, si no habría perdido demasiado tiempo, aun así, dejó un clon a cada persona que lo llamó, para que así, al menos, pudiese hablar con él.

Durante su recorrido se detuvo un momento delante de una tienda que él conocía bastante bien, o al menos, más que al resto de tiendas.

Barden se hallaba limpiando el mostrador de la tienda mientras que su jefe estaba en la herrería arreglando un par de armaduras. Cuando oyó a alguien entrar a la tienda. Instintivamente saludó de la misma forma que habría saludado a cualquier cliente.

― Buenos días, ¿en qué puedo...? ―comenzó él, pero calló al ver de quién se trataba.

― Buenas. ―saludó Kleyn al entrar.

― Eres tú, eres Kleyn...

― Sí, el auténtico. Paseaba por aquí, y decidí pararme un momento para saludar.

― El nuevo forjador ha venido a saludar, el nuevo...

De la emoción, el muchacho sintió que su cuerpo iba a fallarle, y que se desmayaría. Se tambaleó un poco, listo para dejarse caer sobre la pared de su espalda, pero no pudo hacerlo debido a la intervención de alguien.

― ¡Barden! ―gritó el viejo Hermet― ¿Qué te he dicho acerca de tus desmayos cuando se trata del forjador? ―vociferó a modo de advertencia.

― Que los tengo prohibidos. ―respondió este reincorporándose.

― Pues más te vale no desmayarte ni una sola vez. ―advirtió acompañado del sonido del martillo golpeando el metal.

Haciendo acople de una gran fuerza de voluntad, Barden hizo lo posible por mantener la compostura delante del forjador.

― Lo siento, es que me resulta increíble que quieras parar en esta tienda solo para saludar, es tan... ¿puedo estrecharte la mano? ―preguntó de forma repentina y apresurada con un brillo de ilusión en sus ojos.

― Emmm, claro. ―dijo un poco extrañado por la reacción del chico.

Contento a más no poder, el muchacho rodeo el mostrador en cuestión de milésimas de segundo y tomó la mano derecha del forjador para estrecharla con energía.

― Es un gran honor tenerlo en mi tienda.

― No es tuya. ―le recordó Hermet desde la herrería.

― Es un gran honor tenerlo en la tienda del viejo Hermet. ―rectificó.

― Te he oído.

Kleyn detuvo el apretón de manos y tomó al muchacho de los hombros.

― Barden, cálmate, soy el mismo hombre que entró a tu tienda la primera vez. Deja de comportarte como un loco solo porque ahora sabes que soy el forjador, por favor.

― Pero es que yo...

― Barden, solo quiero recibir un trato normal, como la primera vez.

El chico miró al tipo a los ojos, se dio cuenta de que este hablaba en serio. No quería ser elogiado, solo quería ser tratado como a cualquier cliente. Intentó calmarse, respiró hondo y exhaló.

― Lo siento, es que soy un gran seguidor de las hazañas y los trabajos que hacía la antigua forjadora. Siempre quise ser como ella, la admiraba mucho, y cuando me dio una tijera por mi buen trabajo como herrero, sentí que mi heroína había reconocido mi esfuerzo. Es por eso que seguí mejorando mi forja día y noche, para que así algún día pudiese presentarle alguna de mis creaciones a ella, y escuchar su opinión. Pero desapareció y no se supo nada de ella hasta que apareciste tú. Cuando me enteré de que eras el nuevo forjador y que habías elogiado una de mis creaciones, pensé que estaba soñando. Lo siento si estoy siendo demasiado cargante, pero es que poder conocerte es algo muy importante para mí.

Parece que aquí tenemos a un fanático confirmado.

― Te entiendo, chico, pero hazme un favor, trátame como a uno más. ¿Podrías hacer eso por mí?

De nuevo, Barden pensó que iba a desmayarse, pero se contuvo evitando realizar cualquier gesto que hiciera evidencia de ello.

― Por supuesto. ―respondió sincero.

Ahora más tranquilo al saber que el muchacho bajaría un poco de las nubes, Kleyn se separó de el para hablar con más confort. Al hacerlo, se fijó en un hilo de sangre que caía por su mano.

― Oye, ¿qué te pasó ahí? ―preguntó señalándole la mano.

El muchacho se miró la mano y se fijó en que tenía un corte en ella. Levantó una ceja, extrañado, porque estaba seguro de que eso no estaba ahí hace un momento. Kleyn lo tomó de la mano y examinó su herida un momento, luego miró a Barden, un poco apenado.

― Creo que fue yo quien te hizo el corte. ―la expresión de extrañeza en la cara del chico le indicó a Kleyn que este no entendía porque decía que él había sido el culpable― Debió ser cuando me diste ese apretón, puede que te halla cortado con mis garras, lo siento.

Esta vez, Barden se fijó mejor en las manos del forjador. Notó que las uñas de este eran de un color metálico, además de mostrar un aspecto letal. Se podía ver el filo que rodeaba todo el contorno de su hoja. Pero redirigido su atención a la situación.

― Oh, no te preocupes, esto no es nada. Deberías ver los callos que me salen en las manos cuando voy a picar yacimientos de metales. ―dijo, quitándole importancia a la herida.

― De acuerdo. Si tú crees que está bien, entonces, no me preocuparé. De todas formas, debo retirarme ya, como dije, solo quería pasarme por aquí un momento para saludar. Hay algo nuevo en el caso de las tijeras, y tal parece que está fuera de los dominios de este reino. Es probable que no nos veamos por unos cuantos días. ―concluyó― Aunque tampoco nos hemos visto últimamente, así que a lo mejor no lo notas.

― El forjador va a enfrascarse en una misión para restaurar el bien y el orden. ―pronunció, dejando que su imaginación volase más de lo que él habría querido.

― Más o menos. ―se encogió de hombros― Como he dicho, me voy. Nos veremos en otra ocasión, Barden.

― Así será, Kleyn. Que tengas buen viaje. ―se despidió, viendo como el forjador se iba por la puerta de la tienda.

Una vez solo, una enorme sonrisa se apoderó del rostro de Barden y se rindió ante sus caprichos, dejándose caer desmayado.

― Este niño, incapaz de controlar su emoción. ―se quejó Hermet al oír el golpe del muchacho al caer.

Kleyn prosiguió su camino hacia el castillo de la reina, esta vez no se pararía en ninguna parte.

Oye, Kleyn, ¿por qué estás interesado en ese muchacho?

― Veo algo en él, en su trabajo, tiene cierto potencial que no había visto hace tiempo. Su forja no es mejor que la mía, pero solo es porque yo soy el forjador y tengo siglos de experiencia. Creo que ese chico es un diamante en bruto, solo necesita ser pulido. Por el momento, quiero ver el progreso en sus obras, luego decidiré que tan en cuenta tomarlo.

Vivo en tu cabeza, pero juro que a veces no sé qué ocurre aquí dentro.

Una vez en el castillo, le explicó la situación a la reina, quien aún no había leído el informe en el que se le hablaría de todo lo que el forjador le estaba explicando. Comprendió la situación y esta le dio su apoyo moral en la misión, pues, como reina, tenía que mantenerse presente en el reino y atender otros asuntos. Tom no estaba allí para despedirse del forjador, así que solo lo hizo Star.

Y Kleyn partió.

Las puertas del reino se abrían para el forjador, y los guardias se despidieron de él con un saludo amistoso. Este se estiró un poco, haciendo que sus huesos crujiesen. Respiró hondo, sintiendo el fresco aire que circulaba a las afueras de aquellos muros.

Emocionado, corrió directo por un camino que estaba rodeado de árboles, se paró un momento justo en la entrada y alzó los brazos, emocionado.

― Volvemos a la aventura.

Estaba a punto de comenzar a correr, pero un sonido lo detuvo. Algo cayó de los árboles, justo detrás de él.

― Hola. ―pronunció una voz a su espalda― Te tardaste un poco.

Se giró para ver quién era, y vio que se trataba de la misma chica que se había ofrecido a acompañarlo en su viaje, aquella en la mesa de la Orden Armada, Ágata.

― ¿Qué haces aquí? ―preguntó, mostrándose confundido.

― No es obvio, vine a acompañarte en tu viaje para derrotar al tal Tal'kar.

― Pensé haberles dicho que no necesitaba ayuda.

― Bien, te lo diré de esta manera, yo soy libre de hacer lo que quiera, y si he decidido formar parte de este viaje, voy a formar parte de este viaje, te guste o no. ―le riñó mostrando su postura, lo cual hizo que Kleyn la mirase intrigado. A eso le llamo tener carácter― Por cierto, hazme un favor, atrapa mi mochila. ―lanzó una piedra al árbol.

― ¿Qué? ―una mochila cayó justo encima de él, pero la atrapó con ambos brazos.

― Son las provisiones, para mí. Hazme otro favor y llévala por mí, que pareces un hombre fuerte. ―pronunció, sorprendiendo más al forjador― Ahora vamos, los enemigos nos esperan. ―comenzó a correr― Sígueme, que me sé el camino, y no te quedes atrás.

― ¿Qué le pasa a esta chica? ―No lo sé, pero definitivamente me resulta más interesante que tu Barden.

La situación había cambiado completamente para Kleyn, ahora tendría que ir acompañado por Ágata, pero algo le decía que ella le sería de ayuda.

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