Capítulo 1: El desconocido

Solo y alejado. Frío y apagado como el metal en su estado más puro y primario. Herramientas que no se utilizaban y armas que no se limpiaban descansaban en los ganchos de una pared. Colgadas como si fuesen los cuadros de un hogar, contando la historia a la que pertenecieron antaño solo con su mera presencia, anhelando poder clamar en un grito su febril deseo por crear; apagado por el silencio.

El calor de las llamas y el carbón se había extinguido. Lava que se solía utilizar para fundir el metal y darle forma para crear una nueva herramienta, yacía inmóvil, convertida en nada más que roca negra. Viejas cenizas y polvo cubrían estás rocas, el suelo y las paredes como un fino manto gris.

Ya no se oía tronar la madera al quemarse. Tampoco el agua evaporándose, ni el repiqueteo de los metales chocando unos contra otros.

Un nido sin pájaros, una casa sin dueño, un castillo sin rey. En eso se había convertido aquel lugar, en una vulgar sombra de lo que alguna vez fue.

Muchos fueron los años que aquel sitio se mantuvo en soledad. Y muchos serían los años que permanecería solo y desamparado, de no ser porque, en un momento dado, como si fuese un capricho del destino, el aullido de las llamas volvió a surgir del silencio, clamando arder con intensidad y vigor.


― ¡Barden! ―rugió un señor mayor con expresión molesta. Este carecía de cabello en la parte superior de su cabeza. Y el poco que tenía era blanco como la espuma de una buena jarra de cerveza. Sus brazos parecían dos barriles repletos cargados sobre el mostrador de su tienda. Arrugaba la nariz haciendo temblar su barba a la vez que resoplaba por esta― Será mejor que te des prisa. Están esperando por ti.

― Sí, solo le estoy dando unos últimos retoques. ―se oyó desde adentro de la herrería.

El joven muchacho estaba sentado en un taburete de madera dándole un repaso a la espada de su cliente. Mojaba un trapo en aceite y luego lo escurría para quitar el exceso. Aplicaba varios repasos a la hoja hasta dejarla brillante como un espejo. Se limpió las manos y luego tomó la vaina y guardó el arma. Tomó la vaina de su cinto y se la colocó en el hombro. Antes de dirigirse a la entrada se quitó la suciedad de su mandil y comenzó a caminar.

― Realmente no tengo prisa. No hace falta que apresure al muchacho. ―le dijo el señor al dueño de la tienda al ver como llamaba al chico.

― No, tiene que aprender a ser puntual. Le dijimos que tendría su encargo listo hoy a primera hora. Y eso es lo que usted tendrá. ―sentenció― Mírelo, ahí está.

De la puerta, salió Barden portando la espada del cliente. Barden era un muchacho joven de estatura media que rondaría los veintidós o veintitrés años. Era delgado, pero tenía un par de brazos bien marcados por los años de herrar. Cabello corto y oscuro, casi negro, ojos color café y piel ligeramente morena.

― Ya era hora. ―mencionó este, aun con expresión molesta.

― Lamento la demora. Quería dejar la espada en buen estado. ―le extendió el arma al tipo al otro lado del mostrador― Adelante, pruébela.

Haciendo caso a la sugerencia del muchacho, desenvainó la espada con lentitud, produciendo el sonido característico del metal rozando el cuero de su vaina. Fue apenas sacarla que el tipo vio cómo su brillo le hizo apartar la mirada un momento.

― Le he pasado una mano de aceite para que la hoja quedase reluciente. Podrías cegar a cualquiera usando el reflejo de su metal. También he encerado el interior de la vaina. Eso hará más sencillo su envaine y desenvaine. ―explicó mientras el tipo continuaba observando la espada con interés.

Examinó el filo a conciencia. Deslizó su dedo pulgar sobre este y acabó cortándose por error. Se echó a reír y luego volvió a envainar su arma.

― Debo admitirlo, Barden, da igual las veces que venga aquí para que me afilen la hoja, nunca dejará de sorprenderme la dedicación que le das. ―alagaba con una sonrisa pronunciada en su rostro― Que, por cierto. Creo que deberías dejar de permitirle a este viejo cascarrabias que te chille tanto. ―señaló al dueño de la tienda, el cual se dio por aludido ante aquel comentario.

― Oh, no. Yo no podría contradecir a Hermet, después de todo, es cierto que a veces me tardo más tiempo por querer hacer las cosas a mi manera. Tal vez me grite, pero nunca me dijo que dejase de hacer las cosas como yo las hago. Así que creo que sus gritos no son algo de lo que sienta que pueda quejarme.

― Solo es un consejo, chico. Ten. ―le entregó un par de monedas y un billete, los cuales se correspondían con el pago del arma― Te lo mereces. Le pones empeño a tu trabajo. Y tú ―miró a Hermet― no trates al muchacho de forma tan severa, este chico vale mucho.

― Lo tendré en cuenta. ―respondió el señor de la herrería― Que tenga un buen día.

Cuando el hombre se fue. Hermet dejó la palma de su mano abierta, esperando que su aprendiz le entregase el dinero. Este sonrió ante la típica actitud codiciosa pero controlada de su jefe. Le entregó todo el dinero sin rechistar.

Guardó el dinero en una caja en donde tenía los billetes y las monedas. Barden se giró haciendo ademán de volver a la forja. Pero su jefe lo tomó del mandil y provocó que el muchacho se girase un momento. Este viejo tomó la mano de su aprendiz y le entregó unas pocas monedas.

― Buen trabajo, chico. ―soltó sin más. No lo miró al rostro ni tampoco hizo ademán de girarse.

Barden solo sonrió un poco.

― Gracias, Hermet.

Iba a sentarse en el taburete para continuar con otros trabajos que no tenían demasiada urgencia, pero que podía ir adelantando.

― Oye, se me olvidó decirte una cosa. ―le dijo el viejo, acercándose desde la puerta― Necesito que busques un par de minerales de hierro frío. Con dos tendremos más que suficientes por ahora.

― Muy bien, Hermet. Me pondré a ello.

Se fue al armario de la herrería en donde guardaban las herramientas. Allí había una mochila de cuero resistente, la cual utilizaba para la recolección de piedras y todo tipo de minerales utilizados para la herrería. Tomó unas cuantas herramientas y las colgó de los agarres de la mochila.

― Hermet, ya estoy preparado. ¿Necesitas algo antes de que me vaya?

― No. ―respondió sin más mientras limpiaba el mostrador.

Giró levemente la cabeza un momento para ver que el muchacho fuese bien preparado. Como era de esperarse, a este no le faltaba nada, pero Hermet no se fiaba de la seguridad en uno mismo, y por eso siempre repasaba las cosas para evitar despistes. Le llamó la atención un objeto que sobresalía de uno de los bolsillos del mandil que llevaba.

― Chico, deberías ocultar mejor eso. ―señaló al objeto en cuestión.

Barden echó un pequeño vistazo a su mandil y se percató de que su tijera sobresalía un poco.

― Ups, lo siento. ―dijo mientras colocaba bien su tijera para que esta no se viese.

El viejo suspiró ampliamente y dejó el trapo sobre el mostrador.

― Barden, ya hemos tenido esta conversación antes. Me agrada que te hayas ganado una tijera dimensional cuando eras apenas un aprendiz novato, pero ya te lo dije, si quieres seguir usándola con libertad ocúltala como es debido.

― Lo sé.

― Lo sabes, pero aún sigues cometiendo ese error. Mira, ―se le acercó apoyándole la mano en el hombro― sabes que esto no lo digo por mí, sino por ti. Ya sabes cómo está la situación aquí últimamente. Si algún desgraciado ve que tienes una tijera dimensional, a lo mejor un día no encontrarás nada en tus bolsillos cuando la busque.

― ¿No se supone que los guardias se encargan de evitar que eso suceda? ―protestó para defenderse.

― Deberían, pero ya sabes que en estos años ha habido muchos cambios y que algunas cosas están un poco verdes por aquí. Así que hazme caso y oculta bien esa tijera. Tenemos suerte de que no haya mucha gente hoy, sino alguien ya la habría visto.

― De acuerdo, las ocultaré mejor.

― Así me gusta. ―le dio un par de palmas, un tanto pesadas, en la espalda y volvió al pasarle el trapo al mostrador― Ahora vete, que no te pago por estar parado.

― Como usted ordene, capitán. ―saludó llevándose la mano a la cabeza, imitando el saludo de un marinero.

Se fue de nuevo a la herrería y abrió un portal. Lo atravesó y luego no volvió hasta pasada una hora. Cuando regresó dejó la mochila con los minerales encima de una mesa de la herrería. Se fue a avisarle a Hermet que ya había vuelto.

― Ya estoy de vuelta. ―saludó al entrar― ¿Ha habido algo de clientela?

― Solo unos pocos que buscaban cuchillos lo suficientemente buenos como para cortarle la pierna a un jabalí al primer intento. ―resopló y se dirigió al interior de la herrería― Voy a fundir el hierro de las menas. Quédate aquí para atender a los clientes. Si necesitas algo, entra, porque estaré escuchando música.

― De acuerdo.

No era la primera vez que Barden se quedaba solo en el mostrador. Ya hubo varias ocasiones en las que tuvo que hacerlo. Y este había demostrado tener la capacidad para atender a un cliente. Ya fuera para vender algún producto o para tomar un encargo.

Aquel día en particular no era uno en el que hubiese mucha clientela. Todo parecía estar tranquilo. Los transeúntes pasaban por delante de la tienda. Algunos de estos volteaban a ver que había en aquel lugar, pero solo lo hacían por pura curiosidad. Igualmente, el muchacho les ofrecía una sonrisa humilde a todo aquel que echaba un vistazo a la tienda y a sus artículos.

Uno de los que pasaba por ahí se había quedado de pie frente a la tienda, mirando con curiosidad varios de los expositores de armas.

― Buenos días, señor. Puede pasar y ver nuestras armas y equipos si así lo desea. ―invitó el muchacho con gesto apremiante.

El transeúnte miró al muchacho y luego entró a la tienda con naturalidad. Este era un tipo que llevaba puesta una capucha roja de la cual sobresalían dos cuernos inclinados hacia adelante. Su cuerpo estaba cubierto por un manto que le llegaba hasta los tobillos, dejando ver las botas que llevaba puestas. Su rostro estaba oculto en su mayor parte por aquella capucha. Solo dejaba ver su cuello y su boca, de la cual sobresalían dos colmillos. La piel de su rostro era blanca como la nieve, literalmente.

Pensó que podría tratarse de un semi demonio, un cruce entre un demonio y un mewmano. Eso explicaría los cuernos, pero no estaba seguro si también explicaría la piel blanca.

― ¿Busca algo en concreto? ―preguntó para ofrecerle su ayuda en caso de que la necesitase.

― De hecho, solo estaba interesado en ver las armas que tienen aquí. ―respondió examinando las armas que colgaban en las paredes mientras se sostenía el mentón con su mano derecha.

Mostró una mano cubierta por un guante de cuero, el cual le cubría la palma de su mano y llegaba hasta la primera articulación de sus dedos. El muchacho se fijó en que el sujeto tenía un antebrazo considerablemente ancho. Podría jurar que este era mas grande que su brazo. Y su mano, al igual que el antebrazo, también era enorme. Este podría cubrirse el rostro entero solo con ella. Notó algo peculiar en aquella extremidad, además de su tamaño. De su antebrazo y de su codo sobresalían un par de pinchos. Algo que le resultó bastante peculiar a Barden.

― Son buenas armas las que tienes aquí. ―expresó el tipo― ¿Las hiciste tú?

― A medias. Varias de ellas fueron hechas por mi jefe, las otras fueron hechas por mí. ―explicó― Mire, esa de ahí la hice yo. ―apuntó a una espada corta que había a su derecha.

Fue intrigado al ver el arma que el muchacho decía haber creado. Hizo ademan de tomarla.

― ¿Puedo? ―formuló, esperando una respuesta por parte del chico.

― Adelante. ―invitó con modestia, apuntando al arma con su mano.

El encapuchado tomó el arma con sumo cuidado, pero con confianza. Algo que los clientes no solían hacer. Usualmente las tomaban como si nada para verlas mejor, o si no, las tomaban teniendo el cuidado de no ensuciarla o algo por el estilo. Pero este movía la hoja con soltura y la examinaba con minucia. Pensó que a lo mejor podría tratarse de algún guerrero con conocimiento en el campo de las espadas.

― ¿Así que esta hoja la has hecho tú? ―mencionó de forma retórica― Por lo que se ve está hecha de acero inoxidable. Una aleación del hierro mezclada con cromo. Resistente y muy manejable a la hora de forjarlo. Pero me atrevería a decir que esta espada en concreto posee una resistencia mayor de la que tendría una espada de acero común, y eso se debe a la forma en la que se hace.

― Parece que sabe de lo que habla. ―comentó Barden― ¿Acaso es usted un herrero también?

― Podría decirse. ―respondió sin mucho interés dejando la espada en su sitio― Habrás utilizado un proceso de endurecimiento peculiar.

― Sí, uso una pequeña mezcla de líquidos que no interfieren en la oxidación de la capa externa. Además, cuando uno ve el vapor sabe si lo ha hecho bien o no. ―explicaba― Ya conocerá el dicho, si el vapor es negro como un cuervo, el arma a la tierra devuelvo. Si es blanco como las nubes del cielo...

― ... a buen precio venderé este ferro. ―terminó la frase de él.

― Veo que conoce el proverbio.

― Sí. Demasiado tiempo en el oficio como para no conocerlo. ―reía este― Por cierto, ¿la tijera que sobresale del bolsillo de tu mandil, también la hiciste tú? ―apuntó a la tijera dimensional que Barden tenía en su bolsillo.

Al fijarse en su mandil gracias al comentario del encapuchado, sintió como si hubiese cometido un terrible descuido al dejarla a la vista de un desconocido. Hermet ya le había advertido ese mismo día que tuviese más cuidado y que ocultase mejor su tijera.

Aquel hombre podría estar actuando de forma amigable y utilizar sus conocimientos de herrería para ganarse su confianza. Pero este no sabía si la tijera era de las tijeras dimensionales que la misma Hekapoo otorgaba a aquellos que las merecían. Por lo que optó por no decirle la verdad.

― No, son un regalo especial de alguien.

― Ya veo. Entonces es de esas tijeras dimensionales de las que tanto se habla. ¿No?

No supo cómo aquel tipo fue capaz de ver a través de él. No le había dicho nada relevante, o eso pensaba al menos.

― No, yo... ―balbuceaba.

― Tranquilo. Sé lo que estás pensando. No estoy interesado en tu tijera. Solo es una herramienta para ir de un lado a otro. Y cuando te mueves tanto como yo, carece de importancia. A mí solo me interesan las creaciones de la forja. Y la verdad es que podría adquirir una espada como esta, pues su calidad es de apreciar. Pero, si te soy sincero, soy alguien un poco vanidoso, y si compro una de tus armas, lo más probable es que comenzaría a compararlas con las que yo hago para encontrarle desperfectos.

No supo si creer o no en las palabras de ese tipo. Ni siquiera le había visto la cara. Consideró que lo más conveniente sería dejar el tema tal y como estaba. No confirmar ni negar lo que le había dicho sobre su tijera, así no levantaría más sospechas. Optó por centrarse en el nuevo tema que el tipo había planteado.

― Suenas bastante seguro de ti mismo. Me gustaría ver alguna de tus creaciones algún día.

Como respuesta, el sujeto simplemente sonrió y abrió un poco su manto para sacar una de sus dos espadas, las cuales llevaba colgando a ambos lados de lo que parecía ser un enorme cinturón con tirantes. De este colgaba la parte delantera de una falda de cuero en el cual se podía ver la misma insignia que en la hebilla del cinturón. En ese momento, Barden pudo apreciar la figura musculada del tipo. Cuando volvió a levantar la mirada, vio al tipo extendiéndole una de sus espadas, sorprendiéndolo.

― Oh, ¿no te molesta? ―inquirió al ver la naturalidad con la cual le prestaba su arma, siendo él, también, un completo desconocido.

― No. No pareces ser el tipo de persona que tomaría algo que no le pertenece. Y, aunque lo hicieras, dudo que llegases a escaparte, porque te perseguiría sin descanso hasta recuperarla. ―puntualizó algo sombrío, más de lo que ya aparentaba con su vestimenta― Ahora en serio, tómala con confianza, no tengo inconveniente alguno.

Barden agradeció cortés la confianza con la que el encapuchado le cedió su espada para que la viese. Era una espada con un solo filo. De una mano. Pesada, a pesar de su apariencia. Mostraba un color similar a la plata, menos brillante que esta, o al menos en la hoja. En su filo mostraba un brillo claro exuberante. Su forma era extraña. La hoja guardaba un parecido con un triángulo escaleno, del cual, en el lado más corto, sobresalía una extensión de metal antes de llegar al mango. Pero, en la unión de esta y la hoja había un círculo con un mecanismo peculiar, como si alguien pudiese enroscar algo en él. Le pareció loco, pero vio aquella espada como la mitad de una tijera, una tijera enorme.

Intentó no dejarse distraer tanto por su aspecto y centrarse más en sus características. Se veía resistente, más que la suya. Al palpar la hoja notó la consistencia de esta. Definitivamente era más resistente que la que él había hecho. Además, no consiguió averiguar qué metal era el que componía aquella arma.

― Entonces, usted hizo esta espada. ―hablaba sin darse cuenta― Señor ¿puedo saber de qué metal está hecha?

― No. Es un secreto. ―respondió sonriendo.

Aquello molestó un poco a Barden. Por naturaleza era alguien curioso. Siempre buscaba conocer formas de mejorar su forja. Y ahora, cuando tenía delante suyo un arma con un material que nunca antes había visto, no le permitían conocerlo.

― Tranquilo, muchacho. Tengo planeado asentarme aquí. Si algún día me paso por este negocio, a lo mejor te cuento mis secretos. ―explicó este tomando su espada de regreso.

― Eso me encantaría. Su espada es un artefacto bastante peculiar. Me gustaría poder forjar algo así algún día.

El encapuchado rio de forma amistosa ante aquel comentario.

― Me gusta tu espíritu, muchacho. Sigue así, estoy seguro de que llegarás a ser un gran herrero. Ahora, ¿sabes dónde puedo hallar a una tal "Alta Comisión Mágica"?

― Claro, están en el castillo. Sígame ―lo llevó fuera de su tienda. Señaló a una de las torres que salía del castillo― Ahí es donde ellos suelen tener sus reuniones, al menos eso dicen. Dudo que puedas hablar con ellos, así como así. Últimamente han estado ocupados con el asunto de los ladrones de tijeras dimensionales. Desde hace un par de meses que estamos así.

― Bueno, supongo que ya encontraré la forma de tener una audiencia con ellos. Gracias por la información, chico. Debo irme ya. Hasta otra. ―se despidió yéndose a paso firme.

Barden correspondió el saludo del tipo y se despidió de él para luego volver a la tienda. Se paró en seco antes de dar otro paso hacia adentro.

―Es verdad. ―se asomó afuera para ver al tipo antes de que se alejara más― Señor, olvidé preguntarle su... ―pero este ya no estaba por aquellas calles.

Después de estar tranquilo por un rato considerable, comenzaron a venir varios clientes. Curioseaban los expositores y examinaban las armas y armaduras con intriga. Algunos de ellos adquirieron objetos varios como flechas, hachas y dagas. Otro quiso un casco que le quedase a medida, por lo que se le tuvo que hacer un encargo. Y alguno simplemente estaba curioseando.

Al final solo quedó un cliente que miraba con atención una de las hojas curvas que tenían en la parte alta de la pared.

El cliente en cuestión se trataba de un semibestia. Un híbrido entre hombre y bestia. Este parecía tratarse de un cruce con un mapache.

Llevaba puesta una gabardina con capucha de color ocre. Aquel parecía ser un día peculiar para aquellos con vestimenta discreta.

― Veo que le llama la atención esa espada. ―comentó Barden― ¿Quiere que se la enseñe?

El semibestia se giró hacia el muchacho al oír que se dirigía a él.

― Oh, sí. Me encantaría. ―respondió con evidente interés.

El herrero tomó un taburete y lo colocó cerca de la pared para alcanzar la hoja curva. La tomó con ambas manos y luego bajó para que su cliente la vea. Cuando se halló con los pies en el suelo, notó como un brazo lo rodeaba por su hombro y una mano con un filo en su anillo estaba presionando su cuello sin llegar a cortarlo. Su cliente lo había engañado.

― Muy bien, así están las cosas, amigo. Sé que tienes una tijera dimensional encima. Dámela y no tendremos ningún percance.

Desde fuera solo se veía como el tipo lo rodeaba por el hombro de forma amistosa. Por lo que este no se sentía amenazado por las miradas ajenas.

Barden intentó engañarlo para ver si podía conseguir que lo dejase en paz.

― Creo que se está confundiendo... ―calló cuando sintió que el filo de aquel anillo presionó más contra su cuello, el cual le hizo un corte superficial.

― No intentes hacerte el idiota. Te vi esta mañana. Le dijiste a un extraño que esa tijera era un regalo de alguien.

Ese tipo lo sabía. Y seguramente sabía que Barden siempre llevaba esas tijeras encima. Evaluó la posibilidad de usar la hoja que tenía en mano para herir al desgraciado. Pero no sería lo suficientemente rápido para hacerle algo antes de que él le abriese la garganta. Quiso no tener que ceder su tijera, pero de nada le sirve una herramienta a un muerto.

Suspiró resignado y sacó la tijera de su bolsillo para dársela al tipo. Este la tomó al instante.

― Bien. Ahora tranquilo me iré y tú te quedarás callado. No intentes hacer nada estúpido, o te apuñalaré en el momento en el que te gires.

El sujeto retiró el filo de su cuello y se alejó con normalidad.

― No era el artículo que estaba buscando. Gracias de todas formas. ―dijo en voz alta para no levantar sospechas de los transeúntes.

Para la gente de fuera, aquello habría parecido una escena normal en la que un cliente observaba un producto y lo rechazaba. Por lo que pudo comprender Barden, esto había sido planeado con antelación para que no pareciera un robo.

Barden levantó la hoja en sus manos y la utilizó de espejo. Pudo ver que el tipo ya se había alejado lo suficiente de él. Entonces se giró rápido y comenzó a gritar.

― Guardias. Un ladrón, ese hombre es un ladrón. ―aulló apuntando al tipo de la gabardina.

Este, al oír la acusación del muchacho, comenzó a correr. Se metió en un callejón y comenzó a impulsarse de un muro a otro para subir a los tejados. Una vez allí, huyó.

Los guardias que lo habían visto huir, emprendieron paso ligero para perseguirlo. Mientras, Barden veía como se alejaba con su tijera. No pensó que los guardias pudiesen alcanzarlo. El sujeto era rápido, ya se había alejado lo suficiente como para no verlo. Cuando los guardias aún estaban pasando la segunda calle.

El herrero sintió que había perdido algo muy importante para él. Algo único e irremplazable. No quería su tijera tanto por su utilidad, sino porque esta simbolizaba el reconocimiento de la forjadora ante sus habilidades como herrero. Y, ahora que la forjadora ya no caminaba entre los vivos, aquella tijera tenía aún más significado para él.

Anheló en su interior que los guardias pudiesen atrapar al ladrón y devolverle su tijera. Pero no tenía muchas esperanzas. Los robos de tijeras habían aumentado últimamente, y en muy pocos casos las personas consiguieron recuperar sus tijeras. Tanto dentro como fuera del reino. Deseó que Hermet no lo hubiese oído cuando avisó a los guardias del ladrón. Aunque sabía que se lo tendría que decir de todas formas.

Sumergido en su espacio personal, Hermet escuchaba rock clásico mientras sacaba los últimos restos de hierro frío de la mena. Movía su cabeza al ritmo de la música, ajeno a todo lo demás.

Resignado por lo ocurrido, Barden se dispuso a entrar a la tienda para pensar en la forma adecuada de explicarle a Hermet lo que había ocurrido. Pero antes de proseguir, notó que una mano grande lo sostuvo del hombro. Se giró para ver quién era.

― Es usted. ―dijo sorprendido al ver al herrero que había conocido esa misma mañana― ¿Qué lo trae de vuelta? ¿Acaso cambió de opinión acerca de la espada? ―preguntó, disimulando su preocupación.

― Ten, chico. Creo que esto te pertenece. ―extendió la mano y se la aproximó a Barden.

Los ojos del chico se abrieron notoriamente al ver lo que el tipo tenía en su mano.

― Esa es... ―no pudo terminar la frase, aún no lo acababa de creer.

Barden acercó su mano y tomó la tijera dimensional que el tipo estaba sosteniendo; su tijera dimensional.

― ¿Cómo la conseguiste? ¿Cómo sabías que me la habían quitado? ―quiso saber ante lo que acababa de ver, pues hacía tan solo cinco minutos que el ladrón había huido.

― Digamos que tengo a unos amigos vigilando que no ocurra nada malo. ―respondió con una sonrisa cómplice, enseñando sus colmillos y una dentadura que bien podría romper huesos de un mordisco.

Lejos de ellos, un sujeto exactamente igual al encapuchado sostenía al ladrón, el cual estaba atado de pies y manos y tenía la boca tapada.

― Y no te preocupes por el ladrón, ya me he encargado de él.

― No sé cómo agradecérselo señor... ―pronunció queriendo saber cómo llamarlo.

― Kleyn, puedes llamarme Kleyn.

― No sé cómo agradecérselo, señor Kleyn.

― Por favor, sólo llámame Kleyn. Y no hace falta que me lo agradezcas, solo intenta guardar mejor esa tijera. Qué, por lo que sé, no es seguro andar con una de estas sueltas por ahí.

― Lo sé. Prometo guardarlas mejor.

― Eso espero. ―sonrió― Bueno, yo debo volver a mis asuntos. Nos vemos, muchacho. ―se despidió dando media vuelta, dispuesto a emprender paso.

― Por cierto, me llamo Barden. Gracias de nuevo por recuperar esto por mí.

Kleyn levantó la mano en señal de despedida.

― Adiós, Barden. Nos volveremos a ver.

Con una sonrisa en su rostro, el muchacho volvió a la tienda y comenzó a buscar un lugar seguro para ocultar su tijera. Al cabo de un rato volvió a su puesto, pensativo.

― Conque Kleyn. ―se dijo a sí mismo enfatizando ese pensamiento― Creo que algo importante va a ocurrir en el reino.

Hermet volvió de terminar con su trabajo. Se estiró un poco y se aproximó al muchacho.

― ¿Qué tal?, ¿ha ocurrido algo mientras estaba ocupado? ―preguntó con voz gruesa.

Barden solo sonrió de forma serena y respondió:

― No, solo un par de clientes.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top