Capítulo 8: Entre los escombros

El sonido de las sirenas se escuchaba con mayor fuerza a cada segundo. Sólo habían transcurrido unos cinco minutos, desde que había aparecido en medio de aquel caos, y al menos esperaba que los cimientos de la clínica se hubiesen salvado, porque de lo contrario, tendría más trabajo encima del que le gustaba tolerar.

Tan pronto el GPS, integrado a la pantalla táctil de su casco, le hubo indicado que se encontraba en el sitio indicado, liberó las llamas que le servían de transporte y grácilmente se posicionó en el firme suelo montañés.
Algunos gritos de terror resonaron por ahí, pero no se molestó en prestarles más atención de la cuenta, había asuntos mucho más importantes que atender, fuera del terror que la manipulación de los elementos pudiera provocar en ese preciso momento.

-¡Por favor deja ya las tonterías!, ¿acaso no ves el maldito desastre que tenemos aquí en frente? ¡No necesitamos más gente en estado de shock!- la siempre confiable sheriff llegaba con el ceño fruncido y la paciencia escapando de su cuerpo con cada segundo que pasaban juntas. Como siempre, su enorme silueta combinaba con sus amenazantes ojos violeta.

Sin embargo, nunca le habían parecido amenazantes en lo más mínimo.
-¿Qué?, ¿habrías preferido que el fuego calcinara a todo el personal médico del pueblo?- bufó con exasperación.

La sheriff le dedicó una mirada de hartazgo y resopló con los modales de un caballo encabritado.
-Habría preferido que tuvieras algo de sentido común, pero comprendo que eso es pedir demasiado- contestó la mujer, evidentemente, señalando el hecho de que su interlocutora, hubiese usado una bola de fuego, como medio de transporte para llegar a un operativo lleno de víctimas por incendio.
Pero entendiendo que los sermones, sólo le harían perder el tiempo, decidió cambiar de tema.

-¿Qué hiciste con el soldado?

-Lo alejé lo más que pude de este lugar, naturalmente - respondió como quien no quiere la cosa.

-¡Lo dejaste ir!- se escandalizó la mujer, su voz rugiendo como un león ante el enojo.

-Pfft...claro que no, simplemente no quiero que ese saco de problemas, atraiga más desgracias a la gente del pueblo. Incluso si quiere huir, no podrá ir muy lejos, está solo, desorientado y tiene un rastreador en el culo- se encogió de hombros.
Pero la sheriff enarcó una ceja al instante.

-No me mires así, mi tecnología es segura, sobretodo si la inyecto directamente en su torrente sanguíneo- sonrió con suficiencia, mientras le mostraba el dorso de su mano, donde un anillo con una punta afilada retráctil en la base, se erguía orgulloso en su dedo.

-Que Mictecacihuatl te reciba en su reino- suspiró la sheriff con cansancio- un día vas a llevarme con ella, si sigues probando los límites de mi paciencia- añadió a modo de reprimenda.

-Pues te sugiero que te compres un pase VIP de una buena vez, porque con tu reticencia a la tecnología, puede que llegues ahí muy pronto- dijo poniendo los ojos en blanco.

-Prefiero valerme de mis instintos, que de un montón de máquinas metidas en mi cerebro- musitó la sheriff, su determinación era tan gélida como siempre.
Aquella mujer nunca había confiado en los implantes electrónicos, tenía la fuerte convicción de que un cortocircuito podría freírle los sesos en un parpadeo, y por ello siempre ocupaba dispositivos externos al cuerpo. Se resistía a la tecnología, tal como un anciano paranóico.

Aquel ser enmascarado se limitó a rodar los ojos, Camila era necia como una mula.
-En fin, retomando el tema anterior, hay una persona en particular, a la que quiero mandar a los confines del otro lado, en este preciso instante- dijo entornando los ojos y comenzó a escanear el lugar con vehemencia.
Un brillo violeta se encendió alrededor de su iris, tal como sucedía con la sheriff de vez en cuando.

- ¿Dónde está Pedro?- solicitó con cierta dureza en su tono.

La sheriff se cruzó de brazos, escrudiñando a la criatura de pies a cabeza.
-¿Para qué lo buscas?

-Porque creo saber quién causó el incendio- respondió, mirando a la mujer con sobrada seriedad.

La sheriff negó lentamente con la cabeza un par de veces, al tiempo que apretaba los botones táctiles de su reloj, y lo utilizaba como comunicador.
-Habla comando arpía, repórtate de inmediato en mis coordenadas.

-Copiado, ¿hay reporte de un segundo siniestro? -respondió el oficial al otro lado de la línea.

-Podría decirse, alguien quiere hablar contigo -la sheriff puso los ojos en blanco.

Un fuerte suspiro, seguido de una maldición se escuchó por el reloj, pero de todas maneras, la voz respondió con un:
-Entendido -antes de colgar.

La sheriff se dirigió hacia la criatura de nueva cuenta.
-Espero que esto no sea una excusa tuya, para pelearte con él como es tu costumbre -agregó.

La criatura se encogió de hombros, estaba claro que le encantaba jugar y alardear con todo, al menos en apariencia.
-Eso dependerá de qué tan arruinada me dejó la clínica -dijo con una sonrisa sardónica.

Y sin más que agregar, se paseó por el claro del bosque hasta llegar al edificio. Camila tampoco prosiguió con la conversación y en lugar de eso acompañó al ser, cruzando el holograma de "Peligro, no pase" que tintineaba al rededor del lugar.
Decir que la mitad de la construcción se había salvado, era sobre estimar el alcance del fuego. A duras penas quedaban un par de cuartos de pie, junto con la sala de operaciones, cuyos escombros caían del techo a medio colapsar...el resto tan sólo era un vestigio, un esqueleto de ladrillo y acero, ennegrecido por las llamas.

La criatura escaneó el lugar, pero los resultados no fueron nada favorecedores.
Justamente estaba contabilizando la cantidad de equipo, electrónicos, e implemento médico que se había perdido, cuando un par de pasos sobre los escombros hicieron que se alertara.

-Excelente, ya que todos estanos reunidos, procederé con las preguntas...el día que entraron a la cueva, ¿tuvieron la decencia de pedir permiso con anterioridad? -el tono era burlón, pero su voz denotaba molestia.

Pedro, quien era de hecho, el que había llegado, tragó saliva y se rascó la nuca en un intento por esconder su nerviosismo. Instintivamente se posicionó junto a la sheriff, pidiendo protección.

-Sabes que tenemos la protección del guardián de la cueva, nuestro acuerdo nos permite entrar cada vez que es necesario. Yo misma le ofrendé un puro y una botella del mejor mezcal, algunas horas después de salir- respondió la sheriff con el ceño fruncido, y tomando un paso al frente para defender al aludido.

-Mi preocupación no eres tú Camila, sino este necio que tengo en frente -la criatura miró al policía con desaprobación y lentamente se acercó a él, escrudiñándolo.

-Supongamos que Pedro no lo echó a perder, y que nuestro acuerdo con las cuevas no sufrió alteraciones...Tomando en cuenta que eres el protector de nuestra querida matriarca aquí presente, quiero pensar que también pediste permiso para extraer al soldado del derrumbe -le espetó a Pedro, quien la miraba con la mandíbula apretada, pero con los ojos escondiendo una preocupación creciente.

-Yo...- Pedro comenzó a decir, evadiendo la mirada y alargando las palabras.

Lentamente, la sheriff giró su cabeza para encarar a su hermano. Sus ojos le estaban haciendo la misma pregunta "¿si lo hiciste verdad?"
Pero el rostro del chico ya les había dado la respuesta que buscaban y la cereza en el pastel se reveló, cuando la criatura descubrió un crucifijo de metal, colgando de su cuello.

-Fantástico Pedro, vaya forma de cagarla -dijo dándole un empujón con una de sus manos, lo suficientemente fuerte como para hacerlo trastabillar.

Eso evidentemente, le calentó la sangre al policía, quien inmediatamente apretó los puños, en un intento por no regresarle el gesto.
-Pues tal vez lo habría hecho bien, si alguien me lo hubiese advertido con anterioridad -masculló.

La criatura soltó un bufido entremezclado con una carcajada.
-A ver tarado, te recuerdo que tuvimos toda una lección acerca de lugares sagrados. Las cuevas, a las cuales por cierto, llevaste tu bonito crucifijo, son lugares sagrados, no puedes entrar, o sacar algo o a alguien de ahí como Juan por su casa ¡y esperar que no haya consecuencias! -le gritó de regreso. El rostro debajo de la máscara, comenzaba a enrojecerse de la frustración.

-¡Pero tú dijiste que eso solo aplicaba en sitios que estuvieran fuera de nuestra jurisdicción! -le espetó el otro con las venas casi saltándole en la frente.

-¿Y me vas a decir que el soldadito también es parte de "nuestra jurisdicción"? -contestó con sardónico asombro, por la poca, por no decir nula, capacidad de razonamiento por parte del chico.
-¿Qué otra excusa me vas a poner?, ¿que a los guardianes del Tlalocan, también les encanta salir de juerga con Jesucristo? No mames Pedro -se llevó una mano a la frente con evidente fastidio.

-¡Mi excusa es que mi maestra es un asco dando clases de magia! -se defendió el otro, ya poniéndose en posición de ataque. Ya lo habían fastidiado lo suficiente.

La criatura le dirigió una mirada que claramente decía "atácame si puedes" e igualmente se puso a la defensiva. El ambiente comenzaba a tensionarse de forma alarmante.
La sheriff por su parte, los miraba con cierto fastidio, como quien observa una pelea de gatos callejeros en medio de la carretera, justo cuando el semáforo ya se ha puesto en verde.

-¡Ya estuvo bien ustedes dos! -la mujer interpuso su robusto cuerpo entre ellos, y miró a cada uno con sobrada desaprobación.
-Ella tiene razón, por muy apegado que estés a ese collar, no puedes arriesgar la seguridad de los demás a costa de cuestiones personales -le plantó un dedo en frente al policía.
-trabajó muy duro para equipar este lugar con la mejor tecnología, y ahora todo ha quedado reducido a escombros y cenizas...tendrás que doblar turnos para apoyar en la reconstrucción.

Al igual que la criatura, la molestia de la sheriff era evidente, pero su decepción, era algo que a Pedro le pegaba con mayor fuerza. La clínica era un lugar importante para salvaguardar la salud de todos, sin ella, todo el mundo tendría que trabajar más de lo habitual para volver a levantarla. No sólo había fallado como policía y como estudiante, le había fallado a su comunidad.

-Y en cuanto al incidente del soldado, Pedro tiene un punto, como su maestra, tú debes asumir la responsabilidad. Las fallas de tu estudiante son tus fallas -la sheriff se dirigió ahora hacia el ser, quien no pudo esconder, la punzada de escozor que aquellas palabras le producían en la base del estómago...odiaba cuando aquella mujer tenía la razón y también detestaba compartir culpas.
-No es mi culpa que mi estudiante sea tan idiota -murmuró para sí.

Pero en última instancia lo aceptó. Pedro podía ser igual de testarudo y cabeza hueca como todos ahí, pero tenía que cometer errores para entender sus propias imprudencias, indirectamente, eso también era una forma de enseñar. No obstante, no esperaba que sus lecciones, le costaran millones de pesos en horas de trabajo y equipo. Trabajar gratis por un par de meses, sería su castigo por no preparar adecuadamente a ese intento de chamán que tenía en frente de sí.

-Bien, ya que hemos aclarado todo esto, les toca ir por la damisela en apuros. Si los dioses menores causaron un incendio, es porque aún están reclamando al soldadito como su propiedad -la criatura fué la primera en dejar la pelea por la paz, para poder enfocarse en lo importante.

-¿Y exactamente en dónde piensas dejarlo ahora? -preguntó la sheriff, cruzándose de brazos.

-Dadas las circunstancias, no podemos hacer otra cosa, tendremos que -tragó las palabras con una expresión de miedo y asco -aceptarlo en la casa. Necesito inspeccionarlo para saber a cuál, de todas las criaturas del Tlalocan, hemos ofendido con nuestras imprudencias.

-¡No! -la sheriff le dirigió una mirada por demás amenazante, sin dar lugar a segundas opiniones.

-Camila, esto ya no se trata de asuntos personales, dondequiera que ese bastardo se encuentre, la tragedia va a perseguirlo, y yo no quiero tener que reconstruir cada parte de este maldito pueblo, hasta que a ti se te ocurra entrar en razón -se cruzó de brazos en dirección a la mujer. La pelea de miradas estaba entrando al ruedo, ambas eran tercas, y ninguna tenía miedo de enfrentarse a la otra.
-Hoy casi perdemos a veinte personas, una de ellas está en terapia intensiva, ¿a cuántas más quieres perder? -le recriminó.

Eso puso a la sheriff en jaque, una batalla interna bullía en su interior, pero las razones de la criatura eran peligrosamente razonables, tenía que dar su brazo a torcer.

-Bien, dame el localizador, por los dioses, espero que sepas bien lo que estás haciendo -accedió la mujer a regañadientes.

El traje de la criatura poseía dos placas de aleación metálica en las muñecas. Tras apretar un par de botones táctiles en su superficie, un compartimiento se abrió, revelando un par de objetos circulares, similares en grosor y diámetro a un centenario de plata. Estos revelaban un mapa digital, con una luz blanca tintineante en la región norte del bosque.
Ella tomó ambos localizadores y los acercó hacia los oficiales a la altura del pecho, gestualmente diciéndoles que los tomaran.

Pedro, a quien más o menos ya se le había pasado parte del enojo, la miró con preocupación.

La criatura le devolvió la mirada, suspiró y miró el suelo con cierto deje de tristeza.
-No me mires así, todos tenemos que hacer sacrificios Pedro -dijo con pesadez -pero mírale el lado bueno, a lo mejor las criaturas del bosque ya lo perdieron en su dimensión, no me sorprendería que fueran mucho más eficientes que tú, encontrando personas -añadió con tono burlón, en un intento por aligerar el ambiente.

-Eres un pinche dolor de cabeza, ¿te lo han dicho? -Pedro contra atacó, al tiempo que la agarraba por el cuello y comenzaba a frotarle la base de la cabeza con el puño, ante la indignación de no haber sido correspondido en su preocupación.

Tras esto, cada quién se fué por su lado. La criatura se envolvió nuevamente en una esfera incandescente de flamas moradas y voló en dirección a las montañas.

Camila y Pedro por su parte, subieron a su auto, un Wrangler todoterreno de color chocolate, con las sirenas encima y el estampado policiaco por todo el revestimiento. Manejaron por espacio de diez, quizás quince minutos a través de la carretera, la cual poco a poco iba esclareciéndose con los primeros rayos del sol. No pasó mucho tiempo antes de que pudieran divisar a un hombre, con la bata de hospital hecha harapos, caminar con dificultad por la orilla de la carretera. Se notaba que Yoali había tenido una noche del asco, pero tanto la sheriff como Pedro, estaban ligeramente sorprendidos de encontrárselo aún en el mismo plano existencial.

-Suba antes de que me arrepienta- dijo Camila estacionándose justo a su lado y bajando la ventanilla del automóvil.

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