Capítulo 92: Quiero ser de ayuda I
Patinaba de forma automática, sin realizar movimientos arriesgados ni complicados. Solo iba de un lado a otro a una velocidad bastante moderada y estática. Apenas si prestaba atención cuando llegaba a los bordes de cuarto de tubo. Sus sentidos ignoraban el sonido a su alrededor.
—Tomás —escuchó muy cerca de sí, cosa que provocó que se desestabilizara y casi se cayera.
Respiró profundo mientras mantenía los ojos abiertos para comprobar que todo estaba bien y que no se caería.
Cuando se giró hacia la izquierda, vio a Leo, el cual hacia su mejor esfuerzo para contener la risa.
—¿Por qué hiciste eso?
—Lo siento, lo siento —intentaba contener la risa y serenarse—. No era mi intención. Espera, dame un segundo. —Ambos se detuvieron y el intentó respirar con calma, hasta que pareció conseguirlo.
—¿Ya?
—Sí, ya está. Quería preguntarte qué te ocurre. Te noto distraída.
—Ah, eso.
No era un misterio para Marco que Jackie no se había tomado bien el hecho de no ser incluida en el plan de Star. Leo y Hope, por otro lado, no sabían nada del tema, y el primero tampoco sabía nada acerca de Mewni, así que no podía, simplemente explicarle lo que ocurría. Quería contarle para contar con su apoyo y opinión, pero tenía que pensar en cómo decírselo.
—Es difícil de explicarlo —eligió responder en un vano intento por eludir el tema.
Leo, que ya la conocía, se la quedó mirando sin decir nada, cosa que la puso nerviosa.
—¿Te parece si nos lo explicas con unos tacos? —dijo, señalando con la cabeza al lugar donde estaba su taquería de confianza.
Jackie se giró para ver a Hope, la cual estaba sentada en uno de los bancos del parque, observándolos. De nuevo pensó que sería difícil de explicar, pero hasta ella se dio cuenta de que lo necesitaba.
—Por favor.
El camarero, el cual, si Jackie no recordaba mal, era también el sensei de Marco, les trajo las bebidas y tres tacos a la mesa.
Los tres lo tomaron a la vez y se lo acercaron a la boca.
—Sin arrepentimientos —dijo Leo.
Acto seguido todos dieron un buen mordisco, masticaron por unos segundos, tragaron y las lágrimas inundaron sus rostros, a la par que tosían.
—Dios, como pica —dijo Jackie, mientras la sensibilidad de su lengua la abandonaba—. Leo, no sé si esto fue buena idea.
—Confía en mí, los problemas de uno no son nada comparados cuando estás demasiado ocupado sintiendo el infierno en tu boca.
—Razón no le falta —dijo Hope mientras agonizaba sobre la mesa—. Definitivamente ya no me preocupa que la insostenibilidad de la germinación de las plantas bajo el efecto del calentamiento global sea imposible en el futuro, lo que nos lleve a una muerte lenta y dolorosa, rodeados por un mundo muerto y gris.
De alguna forma, pese a estar agonizando como nadie, la chica no borraba la sonrisa de su rostro. Aunque le temblaba.
—Bueno, Tomás, aprovecha el tiempo que Hope tiene de vida y cuéntanos lo que te pasa —dijo Leo.
Antes de responder, Jackie le dio otro bocado más a su taco.
—¿Por dónde empiezo? —tosió un poco—. ¿Alguna vez alguien les dijo que no necesitaba su ayuda porque eso los pondría en peligro?
Leo y Hope intercambiaron miradas.
—¿No? —respondió el pelirrojo, confundido—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Creo que no fue la mejor forma de plantearlo. —Se quedó pensativa por un momento y luego le dio otro mordisco al taco. Las lágrimas se le saltaron—. ¿Alguna vez quisieron ayudar a alguien, pero no estaban seguros porque ayudar a esa persona los pondría en peligro?
—¿Qué clase de peligro? —preguntó Leo.
—Sabes que si ayudas saldrás herido.
—Claro, cuando te ayudé a aprender trucos con la patineta. Sabía que me lastimaría una y otra vez, pero quise hacerlo para que vieras cómo un patinador de verdad hace trucos.
Recordaba eso. El ego del muchacho le impidió llorar cada vez que un truco le salía mal, incluso cuando se raspó la rodilla hasta dejarla en carne viva.
—Yo una vez ayudé a mi abuela a espantar a los mapaches del jardín —comenzó Hope—. Al principio me dio miedo, pero no quise dejar sola a mi abuela. Aquel día perdí mi miedo a los mapaches, y también un trozo de oreja —dijo, enseñando su oreja izquierda, oculta por su cabello. Esta tenía un trocito faltante en la parte de arriba, como si se lo hubiesen arrancado de un mordisco—. Pero lo que gané —se volvió a cubrir la oreja y su sonrisa se tornó siniestra, y sacó un llavero con una pata gris de animal pequeño— vale más que cualquier trozo de oreja.
Tanto Jackie como Leo se la quedaron mirando con el ceño fruncido.
—¿Por qué no puedes ser normal? —se quejó Leo—. ¿A qué venía la pregunta, Tomás? ¿Le pasa algo a Marco?
—Bueno, no es específicamente a él, pero sí que le afecta, y me gustaría ayudar.
—¿Qué tan peligroso es lo que le ocurre?
—Bastante —dijo, intentando que no sonase tan mal.
El muchacho se quedó pensativo.
—Tengo una idea, dime lo que es y yo ayudaré a Marco.
—¿Qué? No, Leo. Jamás haría eso. Es peligroso.
—Por eso mismo, si es peligroso, no lo hagas, ya lo haré yo por ti.
—Ni siquiera sabes de qué se trata. ¿Aceptarías hacer algo a ciegas y sabiendo que es peligroso?
—Admito que no aceptaría algo así como así. Pero si es por Marco, entonces me da igual lo que sea.
—Vaya, antes no parecías tan cercano a Marco —comentó Hope con una sonrisa de burla.
—Admito que al principio no hubiera apostado nada por él, pero siempre que a Tomás le ha pasado algo, él ha estado ahí para ayudar. Me ha demostrado que puede ser un chico de confianza.
Entonces, Jackie cayó en la cuenta de una cosa, de que la devoción que Leo mostraba iba más allá de los peligros, sino que solo se interesaba por quienes eran los que estaban en peligro. Primero pensaba a quien tendría que ayudar, y luego en cómo lo haría. Algo que Jackie parecía haber olvidado. Y si bien Star lo hacía para protegerla porque le preocupaba su seguridad, Jackie también estaba en su derecho de preocuparse por su amiga y hacer algo al respecto. Ella también podía decidir qué hacer.
La chica sonrió y se comió lo último que le quedaba de taco.
—Gracias, Leo, creo que me has ayudado bastante —mantuvo la sonrisa pese a que las lágrimas se le saltaban.
—De nada. No vas hacer nada estúpido, ¿verdad?
Se estaba poniendo el casco y subiéndose a su patineta.
—No prometo nada.
—Oye, no hagas ninguna locura, Jackie.
—Después de lo que me dijiste, no puedes pedirme eso. Pero intentaré no ponerme en más peligro del que ya lo hago ayudando.
—¿Al menos me dirás de una vez de qué se trata?
—Sí, no creo que sea hoy, pero algún día te hablaré de ello.
—Oye, loca de las flores, dile algo.
—No puedo pensar, solo sentir dolor —respondió mientras se sujetaba el cuello con una mano.
—Tengo que hacer cosas, nos vemos luego.
Leo dijo un par de cosas más, pero se alejó antes de que se hiciera más tarde.
Una vez estuvo en casa, se fue al patio y esperó. Un círculo y un pentagrama se dibujó en el patio, luego surgió un torrente de llamas, el cual dejó ver la imagen de Tom al desaparecer.
—Ya estoy aquí. ¿Qué necesitabas? —preguntó el muchacho.
—¿No le dijiste nada a nadie?
—Nadie sabe que estoy aquí.
—Perfecto. Mira, he estado pensando bastante en esto, y quiero ayudar a Star.
—Pero ella dijo...
—Ya sé lo que dijo, Tom, pero no puedo quedarme de brazos cruzados. Ella ha sido la mejor amiga hasta ahora conmigo, mientras que yo no he hecho más que dar problemas. Quiero equilibrar la balanza y ayudarla, aunque sea un poco.
Tom la vio con pesar.
—De acuerdo, te entiendo, pero ¿cómo quieres hacerlo? ¿Cómo quieres ayudar?
—Quiero luchar con ustedes. Espera, ya se lo que me vas a decir, y sí, tengo un plan para poder hacer esto.
—¿Cuál es?
—Entrenar.
—Dudo que tengas tiempo suficiente para eso. Marco ya tiene dificultades para ello.
—Lo sé, pero eso es parte del plan. Solo necesito que me ayudes a llegar a un lugar al que no puedo ir.
—¿Cuál es ese sitio? —Ella respondió, y la expresión de Tom dejaba en claro que este no daba crédito a lo que escuchaba—. ¿Estás loca?
—Lo sé, pero es la única forma.
El demonio caminaba de un lado a otro sin saber qué decir.
—¿Marco sabe de esto?
—No. No lo sabe nadie más que tú. Por eso te pedí que no dijeras nada. —El demonio no se mostraba seguro de qué hacer—. Por favor, Tom. Todos harán algo por salvar Mewni, menos yo. No quiero quedarme de brazos cruzados mientras ustedes luchan juntos.
—Podrías morir.
—Prefiero morir junto a ustedes que vivir sabiendo que los he perdido sin haber hecho nada para impedirlo.
Hubo silencio por un momento. Tom cerró los ojos, soltó un suspiro y agachó la cabeza.
—Espero que sepas lo que haces. —Sacó un par de tijeras de uno de sus bolsillos y abrió un portal—. Por favor, vuelve con vida. No quiero tener que explicarle a Marco y Star que te suicidaste.
—No voy a suicidarme.
—Cualquiera que supiera lo que estás por hacer lo pensaría.
El portal de Tom la dejó delante del tocón gigante en medio de aquel páramo perdido de la mano de Dios. Se asomó con timidez por la entrada.
—¿Hola? —dijo, produciendo eco en la habitación, lo cual la hizo pensar que estaba vacía.
Había un banco de piedra en el interior, pozos de lava y varios canales por los cuales recorría la misma roca fundida, solo para caer en el interior de estos pozos. Era impresionante, pero también intimidante. El calor latente de la lava le llegaba con fuerza, a pesar de que se encontraba a varios metros de distancia de los pozos.
Jackie miró a uno y otro lado, pero no halló a nadie.
—¿Hola? —volvió a preguntar, recibiendo el mismo silencio como respuesta.
Confundida, intentó adentrarse más en el lugar.
—Vaya, últimamente son demasiados los humanos que ponen un pie en mis dominios —escuchó decir a alguien a sus espaldas.
Se giró de golpe, sorprendida, y allí la vio, en la entrada: una mujer de piel blanca como la porcelana, cabello rojo como pétalos de rosa y un vestido ámbar elegante, más su porte era recto y severo.
—Hekapoo.
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Jackie no quiere quedarse atrás, y por eso está dispuesta a llegar a estos límites. La pregunta es, ¿será capaz?
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