Capítulo 68: Realidad I

Rasticore le explicaba el progreso del entrenamiento que estaban teniendo las tropas de infantería. Por los datos que le estaba dando, todo parecía ir bastante bien. Los grupos se mostraban respetuosos y enérgicos. Incluso, motivados. Todo gracias a la profunda admiración que tenían hacia Ludo y Nefraxis después de haberlos visto luchar y derrotar juntos a los solaris.

Pese a lo buenas que fueran las noticias, Ludo no se sentía conforme con ellas. Cada día que pasaba y veía su ejército crecer y su pueblo prosperar se sentía como un día perdido.

Desde la última y única batalla que tuvieron contra los solaris, Ludo se dio cuenta de que los números de poco servían al enfrentarse a esas criaturas. Tal vez su ejército llegase a superar a los solaris en una proporción de uno a veinte, pero un solo solari de tercera generación era suficiente para contener a diez individuos sin mucho esfuerzo. Y uno de primera generación... Los números no le darían la victoria, la calidad de los soldados sí lo haría. Nefraxis ya se lo había demostrado con creces cuando luchó a la par contra Edwin. Necesitaban soldados con ese mismo nivel. Pero, ¿dónde podría hallarlos?

En momentos como ese, envidiaba al otro. Él no se habría metido en el lio en el que Ludo estaba.

—Si el entrenamiento sigue igual, en poco tiempo los soldados de menor rango pasarán al siguiente y podrán mejorar —dijo Rasticore—. Eso nos dejará nuevo espacio para traer a cadetes. —Rasticore cerró el libro de registro del ejército—. Teniendo eso en cuenta, bien podríamos intentar buscar más reclutas por la zona. —Ludo no dijo nada—. ¿Señor?

Ludo levantó la mirada. Si por él fuera, detendría todo lo que estaban haciendo en ese momento y les diría que todo estaba mal y tenían que realizar un cambio de estrategia de inmediato. Sin embargo, no tenía una opción mejor que esa. Por lo cual, con motivo de mantener el ánimo del grupo, prefirió no decir nada al respecto.

—Lo siento. Toma los recursos que necesites para llevar a cabo la misión. En los tiempos que corren los reclutas no sobran. —Rasticore asintió, solemne—. Y deja de llamarme señor.

—Solo sigo la cadena de mando, señor.

Prefirió no esforzarse en corregirle.

—¿Qué más hay? —preguntó, mirando al resto de los miembros que estaban sentados en la mesa.

Estos intercambiaron miradas entre ellos durante unos instantes. Faewing fue la que se puso en pie.

—Los ciudadanos comienzan a sentirse parte del reino Avarius —dijo la arpía cuervo—. Algunos ya han comenzado a llamarlo su hogar.

Al principio los monstruos no se adaptaban bien al nuevo ambiente, pero el trabajo los mantuvo demasiado ocupados como para quejarse, y Ludo no paraba de revisarlo todo para saber qué faltaba o qué requería una mayor atención. En poco tiempo la mayoría de los edificios se volvieron habitables gracias a la guía de Glibs, el goblin ingeniero. Luego se centraron en la caza, la recolección y el cultivo, mejorando notablemente la calidad de vida en aquel sitio. Y, por lo tanto, la motivación de todos. Mantener el espíritu en alto, ayudaba a que los soldados estén más predispuestos a defender aquello por lo que trabajaron. Como alguien tenía que estar pendiente de que todos hicieran su parte del trabajo, Ludo asignó a Godjor para que se encargara de eso. Faewing se encargaría de asegurarse de hacerle saber a Ludo lo que su pueblo necesitaba.

—Y si seguimos a este ritmo, en menos de dos meses terminaremos de reconstruir la muralla —explicó Glibs.

—Perfecto. Con ello podremos reducir el número de guardias que tenemos en los huecos de la muralla y reubicarlos en otros puestos —dijo Ludo—. Si no hay más que añadir, damos por finalizada la sesión de hoy. —Todos saludaron con respeto y enfilaron hacia la salida—. Eadric —llamó el monstruo—, necesito hablar contigo.

Eadric se paró por un momento, miró a sus compañeros, los cuales se extrañaron, pero pronto siguieron caminando hacia la salida, y luego miró a Ludo. Cuando todos salieron, el solari se dignó a hablar.

—¿Qué ocurre?

—Tengo que decir algo importante. Y para tu desgracia, eres el único al que le puedo confiar esta información ahora mismo.

Sus palabras sorprendieron al hombre, el cual abrió los ojos y echó la cabeza hacia atrás antes de recobrar la compostura.

—Claro, dime. —En su rostro se dibujó una pequeña sonrisa de complacencia.

—Todo esto es un despropósito —dijo, sin más.

La expresión de Eadric cambió de golpe.

—¿Qué? —preguntó, como si no lo asimilara—. ¿A qué te refieres con todo?

—Todo —exclamó Ludo, dándole la espalda al hombre y caminando por la instancia—. La reconstrucción del reino, la reinstauración de monstruos, el ejército... Todo. —Hizo énfasis abriendo los brazos para abarcar el tamaño de sus palabras—. De nada sirve todo esto si desaparecerá en el mismo momento en el que los solaris así lo deseen.

—Pero si hemos avanzado mucho con todo. Los edificios están reconstruidos y ahora nos camuflan ante las criaturas voladoras. Los monstruos ya se han acostumbrado a la vida aquí. Y los reclutas lo hacen cada vez mejor —defendió Eadric—. ¿Por qué dices que no tiene sentido?

—Por favor —dijo Ludo, girándose hacia él—, te considero alguien inteligente. Ya sabes por qué lo digo. —Hizo una pausa mientras caminaba para luego pararse junto la mesa, justo frente al mapa—. Ya viste lo que ocurrió en la fortaleza —señaló en el mapa—, tan solo hizo falta un asalto por parte de los solaris, y perdimos casi dos decenas de monstruos, solo contra dos de tercera generación. —Ludo apoyó la mano sobre el mapa y suspiró—. ¿Cuántos de tercera generación había la última vez que los contaste?

Eadric se quedó pensativo por un momento.

—¿Contando niños?

—¿Podemos considerarlos una amenaza?

—A partir de los diez años sí. Y si tenemos en cuenta a todos los de tercera generación que superen los diez años —hizo un cálculo mental—. Serían más de un centenar.

Ludo puso la misma cara de quién está cansado de escuchar malas noticias.

—Y dime, si alguien como Veros o Lara pueden con diez monstruos, ¿con cuántos podría alguien como Edwin? —el hombre cayó por un momento—. Eadric.

—No se puede calcular eso. Los de primera generación pueden aniquilar a un monstruo de un golpe si lo hacen bien, y su cuerpo les permite luchar de forma casi ilimitada. Así que pueden enfrentarse a más de cincuenta monstruos sin problemas.

—¿Y a cuántos de primera generación contaste?

—Casi una veintena. —Tan contundente y desolador como sonaba. Tal vez no fuera un número desorbitado, pero, teniendo en cuenta de lo que uno era capaz, una veintena le parecía una exageración—. Haría falta ver si Nefraxis puede con varios...

—Nefraxis solo es una. Ella no es suficiente para enfrentarse a esta amenaza. Pero ella sí me ha dejado en claro algo —se miró la mano—: este enemigo puede ser derrotado. Solo que no con los medios convencionales. La superioridad numérica no marcará la diferencia. La calidad de los soldados, sí. Es lo único que decidirá cuál bando será el ganador. Necesitamos guerreros fuertes, o en su defecto algo capaz de hacerles daño a los solaris. —Ludo clavó los ojos en su compañero—. Eadric, tienes que decírmelo: ¿los solaris tienen alguna debilidad? ¿Hay algo capaz de penetrar toda esa masa de músculos?

Eadric miró hacia otra parte, como si se plantease si sería buena idea hablarle de ello.

—¿Qué crees que voy a hacer con esa información como para que te lo estés pensando tanto?

—Matar a todos los solaris, incluso los de tercera generación.

—¿Y cuál es el problema?

—Ludo...

—No, Eadric, dime cuál es el problema —dijo, algo irritado—. Porque si vas a seguir diciéndome que es porque quieres hacer cambiar de opinión a los de tercera generación, déjame recordarte lo bien que te fue con Veros y Lara.

—Ellos no son un buen ejemplo, estaban bajo el yugo de mi padre —defendió el mewmano. Por sus palabras, estaba claro que él sabía cómo se sentían ellos—. Saben que si desobedecen las órdenes directas de un solari de primera generación serán considerados traidores.

—Sabes que por eso tu plan de convencerlos está condenado al fracaso, ¿no? Si nunca se revelaran ante sus superiores, ¿qué sentido tiene intentar convencerlos de lo contrario?

—Porque quiero que ellos tengan la oportunidad que yo no tuve —soltó, levantando la voz más de lo que Ludo hubiese esperado. Eadric apretaba los puños y respiraba con pesadez—. Para cuando me di cuenta de cómo eran nuestros padres, de la clase de personas que eran, ya era demasiado adulto como para atreverme a escapar por propio pie. Quiero que ellos tengan la oportunidad de irse de ese sitio sin tener miedo a los de primera generación. Quiero que los de tercera puedan ser ellos mismos y decidir qué hacer con su vida —admitió, dejando los puños sueltos—. Fueron criados bajo la mentalidad de sus padres. Nunca tuvieron la oportunidad de hacer lo que querían por su cuenta. Solo quiero eso.

Ludo no podía decir que no comprendía esa sensación. Él mismo la había sufrido. Y porque sabía cómo era su padre quiso sacar a Dennis de allí. Comprendía el sentimiento de Eadric, aun así, los hechos eran los que eran.

—Eadric, nuestras vidas están en juego —le recordó—. Tú gesto es muy noble, pero para conseguirlo estarás sacrificando muchas vidas. Si no tienes información que nos puede ayudar a derrotar al enemigo y la ocultas, los que lo pagarán serán todos los ciudadanos, y luego nosotros. Y muerto no ayudarás a nadie. Así que, hazme el favor —pronunció, intentando sonar lo más cordial posible—, y dime, ¿conoces una mejor forma de combatir contra los solaris?

No tuvo prisa para que el solari respondiera. Se lo quedó mirando, atento, paciente. Quería que el propio Eadric se dignase a hablar. Era alguien astuto, y sabía elegir bien sus palabras, su vida había dependido de ello. Si lo quería de su lado, necesitaba que viera el mismo panorama que él.

—La magia —respondió al final—. Pueden resistirla, pero son más vulnerables a esta que a otra cosa.

—¿Eso incluye las armas mágicas?

Eadric asintió.

—Una espada mágica podrá cortar mejor la piel de un solari que una espada convencional.

Ludo se quedó pensativo.

—Bueno, eso no nos arregla la vida, pero al menos es algo más que podemos utilizar a nuestro favor.

—¿Ahora te dedicaras a buscar armas mágicas por doquier?

—Posiblemente. Pero antes debo hacer algo que creo que nos ayudará bastante. —"Algo que el otro nunca consiguió", pensó para sí—. Ahora escucha, es muy importante que nadie sepa de esto. Es mejor que los monstruos sigan creyendo que son necesarios y mantengan el espíritu en alto. Con algo de suerte, podremos equipar al ejército con armas mágicas y no tener que dar muchas explicaciones.

—Entendido.

—Con esto damos por finalizado la charla.

Eadric asintió y se dirigió a la salida.

—Por cierto —dijo Ludo, provocando que el hombre se girase. Ludo inspiró profundo antes de hablar, como si se plantease por un momento si de verdad decir lo que iba a decir—, si podemos eliminar a los de primera generación antes que nadie, lo haremos. Ahí tendrás tu oportunidad para convencer a los de la tercera generación. Puedo ofrecerte esa oportunidad. Pero si nuestra vida corre peligro, no tendré más opciones que contraatacar.

Eadric serenó su gesto. No estaba feliz, pero algo en su promesa hizo que estuviese menos cabizbajo. Asintió a modo de despedida y abandonó la habitación.

Ludo, por su parte, dirigió su mirada hacia un mapa de Mewni, pensando en su siguiente plan.

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La situación, pese a parecer buena, es precaria, o al menos eso es lo que piensa Ludo. ¿Qué hará el monstruo ante este panorama? Lo sabremos pronto.

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