Capítulo 54: Reconquista III
Tras la batalla, todos los Johansen que opusieron resistencia fueron ejecutados. El resto fueron capturados hasta que se tomase la decisión de qué hacer con ellos. Los juicios fueron dictaminados por el pueblo de monstruos oprimidos por los bárbaros, y todos acabaron en ejecución. Al menos hasta que llegaron a los más jóvenes, chicos y chicas que rondarían los doce años, mewmanos a los que les pusieron una espada en la mano en cuanto sus padres vieron que podían sostenerla. El pueblo había acogido a sus héroes y había dejado en manos de Ludo, por haber acabado con su líder, la decisión de dictaminar el futuro de aquellas almas desdichadas. Ahora se encontraba en el cuartel junto con Eadric y Rasticore a su lado, y algunos de los pocos monstruos que tenían algo de reconocimiento por parte de su pueblo: Faewing, antigua consejera del líder y una harpía cuervo a la cual le habían cortado las alas, y que ahora escondía esos muñones de la espalda con ropajes de tela raída; y Godjor, guardia trol directo del antiguo líder, ahora manco del brazo derecho. Todos ellos sentados en sillas de madera alrededor de una enorme mesa en el gran salón, iluminado por la luz de las antorchas, discutiendo sobre el destino de los niños.
—Dejarlos con vida es un error —aseguró Rasticore—. Huirán a su pueblo natal y traerán guerreros para cobrarse venganza. Es lo primero que querrán hacer en cuanto salgan.
—Son niños, por todos los cielos —dijo Eadric con el ceño fruncido—. Estaban siendo obligados por sus padres. Seguramente ni siquiera querrían haber venido aquí.
—Pero lo hicieron —se quejó Rasticore, dando un golpe en la mesa—, y eso es lo que importa.
—¿Has visto sus rostros cagados de miedo? —objetó Eadric. Sus palabras sonaron profundas, como si este comprendiera la situación de los niños. Eso le hizo preguntarse a Ludo hasta qué punto el solari se sentiría identificado—. Ellos no querían venir aquí. Literalmente han sido arrastrados por sus padres.
Los argumentos de Eadric le hacían a Ludo recordar a su padre cuando lo obligaba a realizar ejercicios que era incapaz, amenazándolo con castigarlo físicamente en caso de negarse. Hasta cierto punto podía comprender la situación en la que se encontraban aquellos niños. Aun así, consideraba que todo ser vivo era responsable de sus acciones. Y la amenaza latente de un contraataque no podía ignorarse, así como así.
—¿Qué opinan ustedes? —preguntó Ludo, mirando a Faewing y a Godjor.
Estos dos se miraron entre ellos, la mujer con unos ojos negros y profundos, el trol con uno de ellos hinchados y a medio cerrar, producto de alguna agresión contra su persona.
—Son niños —habló Faewing, la primera, con su tono de voz suave y calmado—, aún están a tiempo de cambiar de rumbo. Es una forma de demostrarle al enemigo que nosotros también podemos perdonar.
—Incluso el niño más inocente puede ser un enemigo mortal si empuña un arma —dijo Godjor con voz grave y ronca—. Subestimar al enemigo es un error, uno que, a veces, se paga muy caro —acompaño esa última declaración con un movimiento de su muñón—. Tu mejor que nadie debería saberlo.
La arpía se llevó una mano a los muñones de su espalda, luego la cerró en un puño, solo para dejarla reposar con calma en la mesa.
—No todos los corazones albergan violencia, Godjor. Algunos solo actúan de una forma porque así se lo ordenan sus padres o aquellos que tienen poder sobre uno. Salir vivos de aquí puede ser visto como un motivo para estar agradecido.
—O un motivo para regresar y cobrarse la venganza —objetó Godjor.
—Está claro que este grupo no puede ponerse de acuerdo —comentó una voz femenina y seductora a su espalda. Cuando sintió el pelaje suave rozarle el cuello se estremeció con desagrado—. En situaciones como esta, un líder debe ser quien tenga la última palabra —dijo Asha, saliendo detrás de Ludo y caminando para colocarse entre Rasticore y Eadric, estos un tanto recelosos de la presencia de la semi bestia—. Entonces, ¿cuál es tu decisión, líder?
Aunque intrusiva, la aportación de Asha provocó que todas las miradas se posaran sobre él. Lo reconocían como tal. Su valía al rescatarlos parecía haberle dado esa imagen de gobernante en el que poner sus esperanzas, y cuyas palabras debían de ser escuchadas. Sin embargo, tenía la sensación de que aquello poco importaba en comparación con el objetivo por el cual había comenzado a reclutar gente, pero a su vez aquella decisión reforzaría su liderazgo para algunos y lo debilitaría para otros. Cada movimiento contaba, cada palabra tenía su peso, y cada decisión no podía tomarse a la ligera.
En momentos como aquel, una parte de él se sentía celoso del otro, pues este nunca se había mostrado preocupado por las consecuencias de sus acciones, motivo por el cual él sí iba a triunfar donde el otro cayó.
—Liberaremos a los niños y los dejaremos ir, pero les quitaremos todas sus armas —dijo Ludo con firmeza.
Hubo miradas aprobatorias y otras de sorpresa, sobre todo de parte de Faewing.
—Si los sueltas así morirán en el bosque —se quejó ella con rostro preocupado.
—Tal vez, pero los suyos despojaron de toda arma a los monstruos bajo mi cargo y los encerraron. Ya le estoy dando a estos niños más oportunidad de la que sus ascendientes le dieron a los de nuestra especie. Y no pienso dejarle armas al enemigo. —Se aseguró de infundir sus palabras con dureza, pero también con veracidad. No había engaño alguno en lo que decía, además, los de aquella fortaleza también habían sufrido un destino similar al de sus seguidores, o peor aún.
Debió de haber sido más tajante de lo que había pensado, porque Faewing pareció que iba a decir algo, pero se arrepintió en el último segundo, y solo se limitó a cerrar la boca y asentir.
La decisión fue tomada, y el pueblo actuó en consecuencia. El día que abrieron las puertas para soltar a los niños, los monstruos les gritaron insultos, les escupieron e incluso alguno se atrevió a lanzarles unas rocas. Los Johansen se apresuraron a correr y alejarse hasta que se perdieron en el bosque.
Los días siguientes Ludo les habló a los ciudadanos de la amenaza venidera, de los solaris. Hasta les mostró a Eadric y lo que su presencia significaba, sin embargo, eso no parecía convencerlos del todo. No sentían como si aquella amenaza de la que hablase fuese real. Era algo que Ludo, simplemente, era incapaz de comprender.
Durante ese tiempo se dedicó a pasear por la ciudad y conocerla mejor. Faewing le hizo compañía y de paso le habló de la gente de allí.
—No lo entiendo —dijo Ludo mientras caminaba junto a la harpía, la cual le sacaba tres cabezas de altura, algo en lo que Ludo se había fijado y que había intentado no darle importancia—. ¿Por qué alguien ignoraría un aviso como este?
—Porque este pueblo no busca la guerra, solo busca un hogar. Aquí no hay guerreros que persiguen la batalla, solo gente que quiere vivir y prosperar —dijo Faewing con su voz calmada, como si sus palabras le acariciaran los oídos—. La batalla y la muerte es algo que nos queda lejos, y que queremos dejar atrás. Con esto en mente, no es de extrañar que nadie quiera saber nada de posibles batallas.
A su alrededor había niños correteando entre ellos. Hombres y mujeres de varias razas trabajando juntos para reconstruir los edificios destruidos y para cultivar aquello que había sido destrozado.
—Cuando la batalla es inevitable es incomprensible que uno simplemente aparte la mirada y haga como si no estuviera ahí —expuso Ludo—. Además, viviendo en este lugar la batalla llama a la puerta cada día. Solo debes pensar en los Johansen.
—Para eso son estas murallas, para evitar los peligros del exterior y poder vivir sin preocuparnos —decía ella, mirando al cielo con ojos llenos de esperanza.
—La muralla no los mantuvo a salvo cuando los Johansen atacaron.
¿A caso esos monstruos eran incapaces de defenderse? ¿Aun cuando el peligro literalmente estaba pisándoles la cabeza? No. En aquel lugar había gente dispuesta a luchar. Ulric y Astrid habían reportado la fiereza con la que algunos de los ciudadanos habían luchado después de ser liberados.
—Y es por eso que estamos encantados de que ahora seas nuestro líder y nos protejas.
Al escuchar esas palabras, Ludo se paró en seco, y Faewing no se percató de ello hasta haber avanzado cinco pasos de más.
—Lamento decirte que mi intención no es proteger este lugar, sino encontrar monstruos dispuestos a defenderse. Si todo lo que me dices es verdad, entonces los míos y yo no tenemos nada que hacer aquí.
El rostro de la mujer pareció palidecer por un momento. Se acercó a él y se agachó para tomarle la mano.
—No puedes dejarnos, Ludo, la gente te considera el nuevo líder, y el salvador. Si te vas, quedaremos expuestos.
Ludo entornó la mirada.
—¿No habías dicho que no estaban en peligro detrás de estos muros? —le recordó este, provocando que la mujer se quedase sin palabras, mirándolo con esos profundos ojos oscuros. Ludo tiró de su mano sin ser brusco y se liberó—. No soy un héroe ni un salvador. Vengo aquí a buscar a monstruos que estén dispuestos a luchar para salvar la vida. Si aquí nadie está dispuesto a hacer nada ante la muerte, entonces estoy perdiendo mi tiempo. —Le dio la espalda y echó a andar—. Nos iremos mañana al amanecer —sentenció este.
—Ludo, espera —escuchó decir a la harpía.
De pronto, Ludo vio unas sombras pasarle por encima. Extrañado, se detuvo un momento y alzó la mirada. El sol no le permitió ver con claridad, por lo que entornó la mirada y se hizo una visera con la mano. Le tomó unos segundos acostumbrarse a la luz, pero, cuando lo hizo deseó ser víctima de un espejismo. En el cielo vio tres figuras humanoides. Todas ellas llevaban puestas una camiseta blanca ajustada con el símbolo dorado de un sol en el centro. La figura de en medio era bastante más grande que los otros. Ludo sintió como el cuerpo se le quedaba congelado en el sitio. No escuchó las palabras de Faewing, ni le dio importancia a los meneos en el hombro que hacía ella para llamar su atención, solo se fijó en los tres individuos. Abrió la boca, solo para decirse a sí mismo lo que su mente sospechaba con terror y recordarse que aquello no era un sueño.
—Solaris —pronunció como un susurro acallado por la ventisca.
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Una aparición inesperada. ¿Cómo se desarrollarán los acontecimientos en el próximo capítulo? Solo hay una forma de saberlo.
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