Capítulo 49: Maldición III
Llegaron hasta la puerta y se dieron cuenta de que estaba abierta. Ambos se miraron y Marco decidió ser el primero en pasar. Este le sostuvo la puerta para Jackie, y cuando entraron, un sin fin de aromas azotaron sus narices: lavanda, almizcle y vainilla, por nombrar unos pocos. Luego había muchos otros que no sabían reconocer porque se mezclaban entre sí. Pero eran aromas fuertes, invasivos, tanto, que hacían que les picase la nariz. Cuando se acostumbraron a estos, pudieron ver todo lo que había a su alrededor. Una habitación enorme con muchas estanterías llenas de libros de todos los colores y grosores. Mesas llenas de sistemas de tubos y probetas de todas las formas. Más estanterías con frascos llenos de insectos, plantas, partes de animales (o eso quería pensar Jackie), y muchos otros que, simplemente, no sabían qué eran. En el techo, colgando de las vigas, un montón de ollas y calderos. Todas ellas sostenidas por cadenas, balanceándose tan solo unos milímetros, pero de forma continua.
En una esquina, en una especie de habitación de cristal, estaba Janna. Dentro de esta había una mesa con tubos y probetas de cristal, y una estantería con algunos ingredientes en ella. La chica estaba de espaldas a ellos, con la atención fija en los tubos y las probetas, intentando verter el contenido de una de ellas en otro recipiente. Iba despacio.
Jackie se acercó y golpeó el cristal un par de veces. Janna se giró, mostrando un par de gafas y la lengua fuera en un gesto de pura concentración. Movió de más la probeta de arriba, derramando más líquido del que había calculado, o eso pensó Jackie cuando vio la montaña de humo que surgió de aquellos frascos y llenó la sala de un manto negro que sorprendió a ambos chicos.
—Rápido, Marco, sácala de ahí —dijo Jackie, pero Marco ya estaba abriendo la puerta de cristal.
En cuanto el castaño la abrió, un torrente de humo salió disparado, obligándolo a cubrirse. Cuando la presión de este aminoró, corrió al interior para buscar a Janna. Pasaron tres segundos en los que Jackie se puso de los nervios, hasta que vio salir a Marco cubierto de hollín con Janna en brazos. El chico cerró la puerta y se recostó contra esta, tosiendo un poco. Janna parecía estar desmayada. Al igual que Marco, ella también estaba cubierta de hollín, pero en mayor medida.
—Janna, ¿estás bien? —preguntó Jackie preocupada, meneándole el hombro.
Aquello era lo último que necesitaba: acudir a Janna para pedirle ayuda con sus problemas y acabar matándola. La chica tosió un poco y se levantó las gafas de seguridad, dejando una marca donde antes estaban. Al ver que estaba viva, Jackie sintió como le regresaba el aire a los pulmones.
—Menos mal que estás bien —dijo Jackie.
Janna, como si ignorase lo que acababa de ocurrir, sacó un lápiz y una libreta de sus bolsillos para apuntar unas cosas y tachar otras. Solo cuando terminó, volvió a guardarlos y reparó en la presencia de ambos.
—Hola, Jackie —dijo con expresión relajada, luego miró a Marco—. Hola, Marco, ya veo que Jackie no es celosa.
Por la expresión en el rostro de Marco, aquello no le hizo ni un poquito de gracia. Bajó a Janna con cuidado y luego se limpió un poco del hollín. La peliazul se fue hasta una mesa en donde había un libro abierto. Jackie se acercó y vio como ella repasaba unas cuantas páginas, hasta encontrar aquella que buscaba.
—¡Ajá! —exclamó Janna, como si hubiese descubierto algo importante—. Era cola de lagarto. No lengua de lagarto —dijo ella—. Es que estos malditos hacen los dibujos iguales —les enseñó el libro que sostenía y apuntó a dos dibujos. Sin duda eran similares—. La próxima vez saldrá bien.
—Janna —llamó Jackie.
—¿Qué?
—¿Qué es este sitio?
—Mi laboratorio de alquimia. Te sorprendería la cantidad de propiedades que tienen las plantas y animales de este mundo —dijo Janna con una sonrisa. Luego dejó el libro en la mesa y dio la vuelta a esta para sentarse en una silla, quedando frente a los chicos. Ellos hicieron lo propio con dos sillas que había cerca—. Pero bueno, ¿qué los trae a mi sitio de trabajo?
—Tengo motivos para creer que estoy maldita.
—¿Junto a Marco?, no me extrañaría —se burló ella, pero ninguno se rio—. Amargados.
—¿Crees que podrías ayudarme?
—Podría, podría. Pero hay algo que quiero a cambio.
—¿Qué cosa?
—Escamas y uñas de ciclodragón —dijo Janna, mirando a Marco con una sonrisa de comerciante encontrando una buena oferta.
Jackie miró a Marco, esperando que dijera algo.
—¿No te vale solo con las escamas? —preguntó Marco.
—Escamas y uñas.
—¿Sabes lo difícil que es cortarle las garras a Nachos?
—Entonces no quieres que encuentre la maldición de tu amada —dijo ella, como si lo estuviese afirmando.
Marco abrió los ojos, sorprendido por esa acusación. Este se echó hacia adelante y puso las manos sobre la mesa.
—Ese es un golpe bajo —dijo él.
Janna se encogió de hombros y alzó las manos.
—Eh, Star está metida en sus temas políticos y Tom está enfrascado en una especie de entrenamiento. He intentado pedirle a algún guardia o a alguien más del reino que me busque materiales a cambio de alguna poción o ritual pagano, pero siempre ocurre lo mismo: o no son capaces de buscar y encontrar esos materiales, o se asustan por la clase de recompensas que les ofrezco. —Janna tomó a Marco de la sudadera y jaló hacia ella—. Se asustan, Marco —dijo ella, zarandeando un poco al chico—. La gente del medievo se asusta de estas cosas. —Lo soltó y se echó en su silla, soltando un suspiro—. Esto no es igual que calabozos y dragones, en una situación real ves cómo la gente en verdad teme por su vida.
—Vaya, ¿quién lo habría dicho? —dijo con evidente sarcasmo.
—Exacto. Pero, como iba diciendo, esas son mis condiciones —sentenció—. Mira, solo porque somos amigos y sé que eres alguien honesto, y porque tengo las llaves de tu casa —dijo eso último en voz baja—, si aceptas, puedo hacer el ritual para encontrar la maldición ahora y luego me entregas los materiales.
Al escuchar eso, Jackie dio un brinco, apoyando los codos sobre la mesa y tomando las manos de Janna, cosa que la sorprendió.
—¿Puedes hacerlo ahora? —preguntó Jackie, ilusionada. En otra situación estaría más calmada, pero tantas semanas con aquella racha de mala suerte colmaron sus nervios. Ahora mismo solo quería algo de certeza para saber qué hacer.
—Aclaro: puedo determinar si es una maldición y de dónde proviene, no saber cuál es ni cómo detenerla.
—Es mejor que nada.
—De acuerdo, Janna, hazlo —dijo Marco—. Me aseguraré de conseguirte esos materiales. —El chico miró hacia otro lado, pensativo—. Nachos y yo estaremos peleados por un tiempo después de eso.
Jackie se le echó encima y le dio un fuerte abrazo.
—Muchas gracias. Te prometo que te ayudaré a que Nachos te perdone, aunque tenga que buscar todos los ratones de la ciudad.
Él sonrió y correspondió el gesto.
—No te preocupes, Jackie. Hago esto porque quiero.
—Y yo también. Además, soy yo la que quiere saber lo que ocurre.
Mientras ellos tenían su momento juntos, Janna salía de la habitación de alquimia con un libro, una tiza y un candil.
—Cuando terminen su momento Romeo y Julieta, que uno de los dos traiga una silla —dijo Janna al salir de la habitación.
Marco le ayudó a Jackie a ponerse de pie, luego tomó una silla por ella y ambos fueron detrás de Janna. La chica, mientras sostenía la luz con una mano y la tiza con otra, dibujó un anillo en el suelo, dentro del cual dibujó otros anillos más pequeños y varios símbolos de los cuales Jackie no tenía idea alguna. Cuando acabó, le dijo a Marco que pusiera la silla en el centro, y que luego Jackie se sentara mientras se iba al laboratorio a buscar más ingredientes. Regresó con varias cosas que le hicieron proseguir el ritual. Echó algo que parecía ceniza alrededor del círculo, luego algunos tipos de ramitas pequeñas, las cuales se mezclaron con las cenizas. Luego le dio a Jackie un brebaje y le dijo que lo sostuviera.
—Espera hasta que te de la señal para beberlo —, Jackie solo asintió y luego Janna tomó el libro con ambas manos, hasta marcar la página correspondiente. La chica carraspeó, miró al techo y sostuvo el libro con una mano, mientras que alzaba la otra simulando que sujetaba algo—. Cenizas somos y a las cenizas volveremos. Arde una vez más, explota las llamas que alguna vez te crearon. —El cabello de Janna comenzó a agitarse con levedad, como si una brisa de aire soplase desde abajo, haciéndolo revolotear. Su rostro mostraba una expresión de regocijo y maravilla, revelando una sonrisa de éxtasis, una que, combinada con las marcas negras en su rostro, hizo que Jackie se sintiera asustada—. Incendia la carne y permite que el humo encuentre aquello que lo asola. —Las ramitas de antes estallaron en llamas verdes alrededor de todo el círculo e iluminaron la estancia. Las sombras de las columnas se volvieron bailarines oscuros que se movían a uno y otro lado. La mirada de Janna se posó sobre Jackie, provocando que diera un respingo—. Bebe —fue lo único que dijo ella. Jackie asintió y, aunque insegura, se llevó el brebaje a los labios y bebió. Estaba horrible. Janna sonrió y prosiguió con el ritual—. Cenizas, reaviven su luz. Ardan. Ardan. ¡Ardan!
Todas las cenizas del círculo brillaron con la misma luz verde de antes, pero también lo hizo en el interior del estómago de Jackie. Esta se asustó por un momento, y soltó el vaso en donde estaba el brebaje. La luz comenzó a trepar por su interior, siendo perfectamente visible a través de su piel y ropa. Se detuvo en su pecho y comenzó a apagarse. Jackie sintió que algo se colaba en su garganta y no la dejaba respirar. Se desesperó por un momento, abrió la boca y dejó que aquella cosa saliera, como si de un parásito se tratase. Pero no fue eso lo que salió, sino un humo gris que comenzó a brillar con el mismo color esmeralda, y que luego revoloteó alrededor de la chica. No supo interpretar lo que significaba. Janna, por otra parte, sí que parecía conforme. Su rostro ya no tenía una expresión atemorizante, sino la de una persona que encuentra una lectura interesante. Luego, miró a Jackie.
—¿Esto te dice algo? —preguntó Jackie después de tragar para quitarse esa desagradable sensación de la garganta.
—Sí. Dos cosas: la primera, que una maldición te está afectando —dijo ella. Jackie sonrió. Aquello no le producía una gran alegría, pero al menos la dejaba tranquila al saber que había dado con aquello que le estaba provocando esa racha interminable de mala suerte—; la segunda, que esa maldición no te la han echado a ti.
—¿Qué? —preguntaron Jackie y Marco al unísono.
—Pero, no lo entiendo. La maldición me está afectando. Si no es a mí, entonces ¿a quién?
Janna cerró el libro y se agachó para tomar un poco de las cenizas del círculo, luego se frotó las manos con ellas y las interpuso en el camino de aquel humo que la rodeaba, y cuando chocaron con estas, el humo se deformó, como una nube, y luego tomó un nuevo rumbo. Este fue directo a Marco y lo rodeó, pero, diferente a Jackie, el humo giraba en torno a su pecho y lo atravesaba por la parte del corazón, emergiendo por la espalda y retomando su recorrido. Janna abrió un poco los ojos, confundida, y miró al chico.
—Marco es el portador de la maldición.
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Un giro de los acontecimientos sorprende a la pareja. ¿Marco es el culpable? ¿Qué significa esto? Para saberlo solo deben seguir leyendo.
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