Capítulo 45: Historias II
Eadric pareció captar el mensaje, o eso quiso creer Ludo, porque no hizo ningún gesto que se lo confirmase.
—Además de este campamento, hay muchos otros esparcidos a lo largo y ancho de todo el bosque. Al igual que en este, en los otros hay monstruos capturados. Ludo —dijo, señalándole— y yo estamos reclutando monstruos para que nos ayuden a liberar a los otros y entre todos eliminar a los Johansen de este bosque.
—Entonces quieren usar estos rehenes como moneda de intercambio —dijo el septario, metiéndose en la conversación.
—Exacto —dijo Eadric, señalando al reptil—. El plan es intercambiar estos rehenes por los de ellos. Así podríamos evitar conflictos innecesarios en caso de que estemos en desventaja numérica.
—Resulta curioso que hables de desventaja numérica después de ver lo ocurrido está noche.
—Tal vez hayamos ganado en esta ocasión, pero estos Johansen no eran de los fuertes. La historia de Krukk y Ulrik lo confirma. Tal vez podrías contarnos cómo te capturaron para corroborar que tan fuertes fueron estos Johansen. Y de paso decirnos quién eres.
—Rasticore —dijo el septario.
Al escuchar ese nombre, Ludo abrió los ojos.
—Espera, yo te conozco. ¿Eres Rasticore el mercenario? —preguntó Ludo.
—El mismo. Y tú eres Ludo Avarius, aquel que tuvo en jaque a todo el reino de Mewni durante unos días, ¿no? Es un gran mérito.
Un gran mérito sin duda, pero uno que no se podía atribuir. Y mucho menos podía atribuir al otro.
—¿Pusiste en jaque a todo el reino? —preguntó Eadric, mirándolo como si no lo reconociese.
—Algunos hechos fueron exagerados. Estuve ahí, pero no fui yo quien consiguió todo aquello —hizo una pausa—. Fui manipulado por alguien que necesitaba poner en jaque el reino de Mewni, pero que cuando consiguió lo que buscaba, se deshizo de mí. Aunque poco después fue aniquilado.
—¿Quién fue este manipulador? —preguntó Rasticore con un movimiento de su mano metálica.
—Toffee.
—Toffee —repitió el septario—. Sí, así solía ser él. Manipulaba a todos los que tenía a su alrededor y hacia lo que hiciese falta para que hicieran lo que necesitase. Era inteligente, paciente y organizado. Un líder natural, pero no tenía empatía por los suyos, y era muy orgulloso. Su exceso de confianza era tal que muchas veces jugaba en su contra.
—¿Cómo sabes tanto de él? —preguntó Ludo.
—Antes de ser mercenario, era uno de los oficiales en el ejército de Toffee. Trabajé y luché codo con codo junto a él —dijo Rasticore, mirando a las llamas, como si pudiese ver en ella los recuerdos de viejos tiempos—. Entonces, ¿es verdad? ¿Ese desgraciado descansa bajo tierra?
—Fue convertido en polvo tras recibir un rayo de energía de Star Butterfly cuando pensó que ya había ganado.
Rasticore rio entre dientes. Apoyando un codo sobre su rodilla.
—Vez, es lo que te decía, su exceso de confianza lo mató. Ese condenado era incapaz de pensar que sus planes pudieran fallar, y cuando fallaban, simplemente se negaba a aceptarlo. Cuando la reina Moon lanzó un hechizo que no le permitió regenerar su dedo, todo el mundo dio la retirada. Pensé que volveríamos a atacar con otra estrategia, pero el muy desgraciado disolvió todo el escuadrón y decidió seguir por su cuenta. Resulta irónico que haya muerto porque la hija de los Butterfly acabo lo que empezó su madre.
—Yo creo que tuvo el final que se merecía —comentó Ludo, recordando aquel rayo desintegrando cada parte del cuerpo de Toffee—. Dime, Rasticore, ¿cómo acabó un oficial como tú convertido en un mercenario?
—Después de que el ejército se disolviese, muchos regresaron a sus hogares y abandonaron la guerra y las batallas. Otros, como yo, decidieron seguir metidos en este mundo, aprovechando los conocimientos conseguidos en el campo de batalla y aprovechándolos para sacar dinero de ello. También hubo otros grupos que decidieron realizar pequeños ataques por su cuenta, pero muchos de ellos acabaron desapareciendo, hasta que fueron olvidados.
—Sí, comprendo cómo se siente eso —dijo Ludo, solo que en su caso él era el causante de su propia soledad.
—¿Cómo pudo acabar un mercenario y exmilitar atrapado por un montón de bárbaros? —preguntó Eadric.
La pregunta claramente no le hacía gracia a Rasticore. Y no era para menos. Cuando alguien te recuerda que has estado en la cima y que luego unos hombres cualesquiera son capaces de apresarte, no sueles mirar a esa persona con buenos ojos.
—Es como dijo el orco aquí presente —Rasticore señaló a Krukk con su pulgar—. Aunque seas un exmilitar o un mercenario, si eres emboscado y superado en número, poco puedes hacer. Si se preguntan qué hacía en el bosque, pues, para quién no lo sepa, ser mercenario no es un oficio con mucha demanda. Va por temporadas. Y esta no está siendo una buena temporada.
—Vaya. Siento oírlo —dijo Eadric.
—No lo sientas. Porque ahora te toca a ti hablar. —Eadric frunció el ceño al escuchar eso—. No, no te hagas el tonto. Nos has hablado de los Johansen y de las intenciones que tienes respecto a ellos, pero no has respondido a la pregunta del Ulrik. ¿Quién eres? ¿Y por qué estás ayudándonos? En una situación normal estarías en una jaula con esos de ahí —dijo Rasticore, señalando a los Johansen.
Ludo apretó los dientes. A aquel septario no se le escapaban los detalles, por lo que acababa de demostrar. Decirles la verdad tal vez no los ayudara, pero, en un momento como este, dependía de Eadric elegir sus palabras. Si Ludo intervenía, haría que todos comenzaran a dudar de ellos. Tenía que dejarlo en manos del solari.
Eadric se mostró incómodo, dudoso, incluso, pero terminó por mantener la compostura y mirar a todos a los ojos.
—De acuerdo. Se los diré. Pero antes tengo que pedirles que me dejen terminar de hablar. Del todo —aclaró—. Es posible que más de uno quiera hacer alguna pregunta a lo largo de la explicación. En ese caso, agradecería que levantasen la mano.
—Hablas como si estuvieses a punto de dar una clase —comentó Rasticore.
—Bueno, no será una clase. Pero sin dudas resultará una charla esclarecedora. Veamos, ¿todos los presentes saben quiénes son los solaris?
—Los solaris —comentó Astrid.
—¿Aquellos mewmanos que eran capaces de erradicar monstruos con sus propias manos? —preguntó Ulrik.
—Escuché hablar de ellos —dijo Rasticore—. Las historias decían que todos habían muerto después de la gran guerra encabezada por Solaria. La última solari que quedó con vida era Mina Loveberry. Recuerdo haberla visto en el campo de batalla cuando la reina Moon ascendió al trono tras la muerte de la reina Comet. Después de eso, no volví a escuchar nada de ella.
—Pues, resulta que los solaris no están extintos —explicó Eadric—. Todo lo contrario, están vivos y además se están expandiendo —más de uno abrió los ojos, sorprendido, incluso Ludo, más porque no se esperaba que dijese eso que por no saberlo. Otros mantuvieron el porte, pero todos levantaron la mano. Incluso la demonio que. hasta ahora, se mantuvo ajena a todo el asunto—. Lo sé, lo sé. Si me dejan explicarles, comprenderán lo que está ocurriendo.
—Esos solaris, ¿son fuertes? —preguntó la demonio, abandonando trozos de huesos que ya poco tenían que ver con la carne anterior. Los ojos de la muchacha, negros con pupilas amarillas, estaban clavados en Eadric, brillando como si tuvieran luz propia, con una expresión de curiosidad genuina, como la de un niño.
—Sí, lo son —respondió Eadric—, mucho más de lo que debería serlo nadie. —La chica abrió la boca en un gesto de asombro. Apoyó los codos sobre las rodillas y en mentón sobre las manos. Ahora estaba atenta del todo al solari—. Continuando con la explicación. Los solari no murieron, al menos no todos. Un pequeño grupo sobrevivió a la guerra y a los años, pero vivieron aislados del reino con la intención de reestablecer su ejército y volver a estar a pleno rendimiento para hacer frente a los monstruos.
Eadric señaló a Rasticore para que hiciera la pregunta que tenía.
—Estás diciendo que los solaris vuelven a tener un ejército, ¿no? ¿Por qué no se ha sabido nada de ellos todo este tiempo? De la época de Solaria ya hace más de trecientos años. En todo ese tiempo alguien debería haber visto a un ejército así.
—No exactamente. El "ejército" de ese entonces no superaba las veinte personas. Para estar lejos de los horrores de la guerra, decidieron esconderse en el bosque hasta que su número aumentase. Y, por si se lo preguntan, sí, es este bosque. —Esa última afirmación hizo que más de uno se sintiera inquieto y mirase a su alrededor, buscando algún posible depredador asechando en las sombras—. No se preocupen, ellos están lejos de aquí. Ahora, siguiendo con lo anterior. Los solaris comenzaron a buscar un método para hacer más como ellos. No tenían la varita ni el proceso utilizado por Solaria en esos tiempos, así que se limitaron a procrear.
—O sea que los solaris se reprodujeron hasta formar su propio ejército —dijo Ulrik.
—Pero entonces debería haber muchos —comentó Astrid.
—No exactamente —dijo Eadric—. Los solaris pensaron ciegamente que esa sería la forma, así que lo intentaron tantas veces como pudieron. Su poder les atrofio el cerebro, y por ello no son capaces de pensar de forma reflexiva ni racional. Es por eso que por más de un siglo y medio ellos estuvieron enviando a sus hijos a combatir contra monstruos para ver si estos mostraban algún poder como el de ellos. Sin embargo, eso nunca ocurrió —Eadric dejó que las palabras flotasen en el aire por un momento antes de seguir—. Muchos niños murieron mientras sus padres observaban con decepción como ninguno de ellos conseguía mostrar indicios de los poderes que ellos sí tenían. A ninguno le importó escuchar los gritos de sus propios hijos apagarse.
—Eso quiere decir que al final no pudieron hacer más como ellos —comentó Rasticore.
Eadric lo miró, pero negó con la cabeza.
—Los solaris no razonaban bien, pero el tiempo y los continuos intentos provocaron que, al final, dieran con el método adecuado. Ellos dejaron de enviar niños a luchar contra monstruos, pensando que, tal vez, el poder se mostraría por su cuenta a partir de cierta edad, así que comenzaron a enviarlos a luchas a los diez años, luego a los quince, a los veinte, y así hasta que se cansaron. Al vivir más tiempo, estos niños se volvieron inteligentes, al menos para los estándares de los solaris, y uno de ellos sugirió una idea que nunca debió salir a la luz —dijo Eadric, suspirando con pesar—. La idea era que los solaris procrearan mientras mantuviesen el estado albor, que es como llamaban a esta transformación. La madre se llevaba la peor parte, porque, para que el proceso fuera efectivo, está tenía que mantener el estado albor durante todo el proceso de gestación, hasta el nacimiento del bebé. Un proceso más largo que el habitual, pues la gestación duraba doce meses, y nunca se podía gestar más de un vástago en el vientre de la madre, pero el resultado fue un éxito. Los solaris consiguieron crear más de los suyos, al menos en parte.
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Revelaciones por todas partes. ¿Cuál será la siguiente? Síganme para averiguarlo.
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