Capítulo 37: Hospital II
Se paró justo delante de la habitación doscientos cinco. La puerta estaba cerrada. Había enfermeras moviéndose de un lado a otro, llevando cobijas y carritos con comida o medicinas. Tomó aire y colocó la mano en el pestillo. Lo giró con calma y abrió la puerta.
Lo primero en recibirlo fue una luz blanca, y luego las miradas de Jack y Jackie. La primera reacción de Marco fue de sorpresa. La chica tenía un yeso que le iba del pie hasta la rodilla y un cabestrillo en el brazo derecho. Marco sintió que se le encogía el corazón, hasta que subió la mirada y vio el rostro de Jackie. La chica le miraba con una sonrisa de bienvenida.
—Hola, Jackie —dijo el, con voz suave.
—Hola, Marco —respondió ella con tono similar.
Ambos se quedaron mirando el uno al otro. Pese a todo, había cierto alivio en su mirada. Eso también le aliviaba a él. Caminó hacia ella casi sin darse cuenta. Quería estar cerca. Verla mejor. Sentirla.
La rodeó con los brazos, cuidando de no hacerle daño. Olía a sudor. Algo que ignoró por completo dada la situación. Solo quería estar ahí con ella, y atenderla.
—Hola, Marco —pronunció una voz adulta.
Entonces el chico recordó que Jack estaba allí. Apenado por su falta de conducta, intentó alejarse de la chica, pero esta lo sujetó por la cintura.
—Jackie, déjame ir.
—No, Marco, solo quiere molestarte —dijo ella—. Si le haces caso, él habrá ganado.
—Si quieren puedo irme —dijo Jack.
—No es necesario —dijo Marco.
En vistas de que la chica no lo dejaba ir, optó por realizar un movimiento arriesgado. Deslizó su mano derecha por el lateral de su abdomen y le hizo cosquillas. Casi al momento Jackie le soltó y trató de quitarle la mano del lateral. Marco aprovechó ese momento para alejarse y recuperar la libertad.
—Marco, que sepas que no me olvidaré de esto —amenazó ella.
—Creo que es un riesgo que estoy dispuesto a correr.
Ahora que ya no le prestaba tanta atención a Jackie, se fijó mejor en la disposición de la habitación. Era compacta, pero bien distribuida. La cama estaba en el centro. Cerca de esta, había una mesita. Había un lavabo en una habitación contigua, y un televisor en la pared. También había un sillón sobre el que estaba sentado Jack y un sofá junto a la ventana. Un armario empotrado. También había un par de máquinas en caso de ser necesarias para monitorizar a los pacientes.
Se fijó en la ventana por un momento. Ya era de noche.
—Bueno, yo me voy a buscar algo de comer por aquí. He visto que hay una pequeña sala con una máquina expendedora —dijo Jack, estirando el cuerpo al levantarse.
—Jack, no tienes que irte, de verdad —dijo Marco.
—Marco, ya sé que eres un caballero, no hace falta que me lo sigas demostrando. Pero ahora mismo de verdad que necesito algo de comer.
—Oh, sí. Claro. Lo siento.
—¿Tú quieres algo? He visto unas frituras con sabor a picante.
—No, gracias —dijo, intentando ser lo más cortés posible.
Jack se encogió de hombros y abandonó la habitación. Tanto Marco como Jackie se quedaron mirando la puerta unos segundos después de que Jack se fuese.
—Oye, Marco, no deberías dejar que mi padre siga abusando de ti.
—Creo que la palabra abuso está fuera de lugar en este caso —comentó él, pensativo—. ¿Le caigo bien a tu padre?
—Demasiado para el gusto de cualquier novia.
No pudo evitar sonreír para sí. Tener la aceptación de Jack lo hacía sentirse un poco más cerca del mundo de Jackie. Eso mismo le hizo preguntarse cómo se sentiría ella con respecto a sus padres.
Jackie suspiró y se echó hacia atrás, recostando la cabeza en su almohada. Parecía cansada.
—Sé que es una pregunta estúpida —comenzó él, esperando no molestarla—, pero, ¿cómo te encuentras?
Ella se rio.
—Bueno, mentiría si digo que no es nada, pero no es la primera vez que me caigo patinando. Yo y los golpes somos viejos amigos. No es la mejor de las amistades, pero ya me he acostumbrado a ella —dijo ella entre risas, evitando hacer contacto visual—. Será fastidioso tener que ir en silla de ruedas lo que queda de vacaciones, y parte del inicio de curso, pero estaré bien.
Pese a mostrarse optimista, había un deje de melancolía en su mirada. Era justo como Leo le había dicho. Ella estaba aparentando estar bien, pero solo hacía falta conocerla para darse cuenta de que no era así.
Quería ayudarla a sentirse mejor, pero en momentos así pocas palabras eran capaces de subirle los ánimos a nadie.
—Me alegra que te lo tomes así. Pero no me refería a eso —dijo él, mirándola a los ojos, y asegurándose que ella también lo hiciera—. Me refería a cómo te encuentras tú.
Ella le sostuvo la mirada por unos segundos y luego la desvío hacia la ventana en un gesto bastante disimulado.
—Ah, te refieres al torneo. Bueno, la verdad es que apesta no haber podido estar ahí hasta el final, pero no importa. No habría ganado, de todas formas, así que más o menos es lo mismo —rio ella. Marco no paso por alto que la voz de la chica había sido algo ronca en esa última frase—. Además, ya habrá más torneos.
Jackie se quedó observando la ventana. La mirada perdida en las luces de la ciudad. Marco se sintió distante por un momento. Como si un muro le impidiese llegar a ella. Un muro que la propia Jackie había levantado, tal vez para no dejar salir sus monstruos. Si ese fuera el caso, entonces Marco no estaría dispuesto a dejar que ella se enfrentara sola a ellos. Tomó la mano de Jackie, provocando que ella reaccionara y se girase hacia él, sorprendida.
—Jackie, me hubiese gustado estar allí para verte en el torneo. Para estar apoyándote y gritando tu nombre. Para estar a tu lado y ayudarte a levantarte después de caer. Para sujetarte la mano y hacerte saber que no estabas sola. Pero no estuve —dijo él, apretando un poco más la mano de la chica—. Ahora estoy contigo. Ahora puedo hacerte compañía. Sé que no estás bien, aunque me digas lo contrario. —Al escucharle decir eso, la chica bajó la mirada—. No te obligaré a que me digas la verdad si no quieres. Porque no quiero forzarte a confiar en mí si no te sientes cómoda. De hecho, cuando me hablaste de tu madre y me dijiste que tuviste ganas de hablarme del tema, me sentí muy feliz de saber que querías que conociera esa parte de ti. Es por eso que, estés bien o estés mal, yo te seguiré queriendo igualmente. —Jackie alzó la mirada, los ojos se le habían enrojecido y apretaba los labios—. Tanto yo como tus amigos estaremos contigo para lo que sea. Así que, si hay algo que quieras que haga, me tienes aquí contigo.
Jackie apartó la mirada una vez más, dándole la nuca. Notó su mano apretar con fuerza la suya, acompañado de un ligero temblor. Y la escuchó sorber por la nariz.
Ya había dicho lo que tenía que decir. Ahora dependía de ella decidir si deseaba hablar o no.
Jackie no dijo nada por un momento, pero tampoco le soltó la mano. De seguro debía estar pensando qué hacer. Al menos eso creyó él, hasta que la chica se giró y clavó la mirada al techo. Seguía teniendo los ojos rojizos, se movían de un punto a otro, como si estuviese insegura de qué decir. Inspiró profundo por la boca y luego soltó el aire. Pudo notar cómo ella relajaba la presión que ejercía con la mano.
—Fue una mierda —dijo al final—. Al principio del torneo estaba nerviosa. Cuando me llegó mi turno sentí las miradas de todos sobre mí y fue —hizo una pausa, buscando la palabra indicada— arrollador. Pero en el momento en el que me metí en la pista —se le iluminó el rostro—, fue genial. La tensión, la emoción, los nervios. Nunca antes me había sentido de esa forma al patinar. Era casi como una nueva experiencia. Esa sensación, la de competir contra otros patinadores que están dando lo mejor de sí. Simplemente fue increíble. —Hasta habiendo perdido, Jackie conseguía darle envidia. Parecía que de verdad se lo había pasado bien. Todo por el sentimiento de competitividad. Él, en cambio, tan solo tuvo la certeza de una victoria segura. Una competencia vacía y sin emoción. Era un alivio saber que, al menos ella sí que había podido disfrutar de su torneo—. Hubo un competidor muy bueno. Se llamaba Mark. —Se giró hacia él—. Marco, tendrías que haberlo visto. Ese chico parecía un profesional. Como saltaba, como se movía. Se puso el primero en un abrir y cerrar de ojos. Leo quería ganarle a toda costa, pero no pudo. Entonces me animó tanto como pudo para que superara a Mark. Y, cuando me metí a la pista, me aseguré de darlo todo, Marco. Todo. Cada truco, cada salto, cada pirueta era un paso más cerca de Mark. Sabía que no era tan buena como él, pero me aseguraba de que cada maniobra contara. Y fue entonces que —se quedó en blanco por un momento— fui directa al cuarto de tubo y subí tanto como pude. Supe que era arriesgado, pero quería hacerlo. Quería ganarle a Mark. Sentía que podía. De verdad lo sentía. Pero, entonces ocurrió eso —dijo ella—. Yo pensé que me iba a salir el truco. Lo tenía todo controlado, en serio. Pero luego vino el viento. —La última palabra estuvo cargada de un aire misterioso cuando Jackie la pronunció.
—El viento —repitió Marco, haciendo énfasis en ello.
—Sí. Fue algo muy extraño, Marco. Era un día despejado y calmado. No había habido viento en toda la tarde, pero, no sé por qué, en ese momento sentí una ventisca fuerte y repentina que me desestabilizó. Lo siguiente fue lo que me trajo aquí —dijo ella, cabizbaja, confundida—. Tal vez no haya sido el viento. Tal vez solo fui yo, que no pude hacer el truco y mi mente me hizo pensar que sí podía.
—Jackie, no digas eso —insistió Marco. Ella lo miró a los ojos—. Yo te creo. —Este le soltó la mano y se levantó del sillón. Se acercó a ella y la abrazó, colocándole la cabeza en su pecho y acariciándole la nuca—. Yo te creo, Jackie.
Notó el brazo sano de la chica rodearle la espalda. Notó la mano aferrarse a su sudadera mientras temblaba. La escuchó sorber por la nariz.
—Quería ganar, Marco. Tenía muchas ganas. —La voz se le había quebrado, y por los temblores que estaba teniendo, sabía que también estaba llorando—. Hice todo lo posible, pero no fue suficiente. Preferiría haber perdido en lugar de salir del torneo por un accidente. —Cada vez le costaba más hablar—. Tal vez habría ganado, o tal vez no. Pero lo que realmente me molesta es que no podré saberlo —se quejó, rompiendo en llanto—. No es justo.
Marco la apretó con fuerza, cuidando de no hacerle daño. Le acarició la cabeza con sumo cariño. Y le susurró palabras tranquilizadoras al oído. La dejó desquitarse tanto como le hizo falta, hasta que no pudo más. Se separaron con cuidado. Marco le ofreció un pañuelo, y se vio en la necesidad de ayudarla a usarlo, debido a que solo tenía disponible una mano. Al principio, Jackie no quiso, pero luego acabó por resignarse. Marco le secó las lágrimas y le limpió la nariz. La situación debió de resultarle graciosa a Jackie, porque se comenzó a reír. Marco frunció el ceño, confundido, y luego miró el pañuelo y lo alejó, lo cual le provocó más risa a Jackie.
—Por favor —decía ella, con una mano en el vientre—. Me duele.
Él también comenzó a reírse por la situación, pero no tanto como ella.
—Marco. Marco —intentó decir entre las risas—, siento lo de tu camiseta.
Este reaccionó y se miró la camiseta. La parte a la altura del abdomen estaba manchada con lágrimas. Pacería una de las pancartas que utilizaban los psicólogos.
Ambos se rieron juntos y disfrutaron de la situación. En verdad le alegraba verla sonreír de nuevo. De forma genuina. Pasado unos momentos, los dos se relajaron y recobraron la compostura.
—Por cierto, ¿lo dijiste en serio? —preguntó ella, confundiendo al chico.
—¿Qué cosa?
—Lo que dijiste antes —dijo ella con una sonrisa tonta, sus ojos clavados en los de él. Por la expresión en su rostro, Jackie comprendió que no se había dado cuenta—. Dijiste que no dejarías de quererme —dijo ella con voz suave y pícara. Los párpados de sus ojos por la mitad, en una mirada intensa. Se le habían encendido las mejillas.
Marco comprendió en ese momento el peso de las palabras que había dicho. De repente, sintió la sangre subiéndole al rostro, y la vergüenza apoderarse de él. Se comenzó a reír por los nervios, y apartó la mirada.
—Vaya, dije eso —se repitió, nervioso—. Bueno, es que quería que sepas que podías contar conmigo, y... —recordó que Jackie había tomado sus palabras en serio, y le había dado el beneficio de la confianza. Había sido sincera. Había roto el muro. Ahora, lo menos que él podía hacer por ella, era ser sincero—. Sí, lo dije en serio.
—Perdón, no te escuché.
Marco clavó los ojos en ella con gesto decidido e infló el pecho.
—Lo dije en serio.
Jackie pareció sorprendida al verlo así. Su cara hasta se tornó roja como un tomate. Era la primera vez que la veía así. Pero pronto su gesto cambió a una sonrisa. Ella lo tomó de la mano, y tiró de él, buscando sus labios. Lo besó sin permiso, ni con sentimiento. Sin tristeza ni desapego. Jugueteó con sus labios de forma apasionada, casi desesperada. Y él hizo lo mismo, usando su mano libre para apoyarla sobre su rostro y acariciarle la mejilla. Era tan suave, tan cálida. Tan tierna.
La quería. En verdad la quería. Cuanto se alegraba de haberlo dicho.
Se separaron con calma. Al hacerlo, un hilillo de saliva se estiró hasta romperse. Marco se rio y le limpió el labio a Jackie con el pulgar. Ella solo lo miraba mientras sonreía.
—¿Qué? —preguntó.
—Yo también te quiero, Marco. —Nunca había pensado que unas pocas palabras tuvieran la capacidad de hacerlo tan feliz—. Y gracias por escucharme.
—No hay nada que agradecer, Jackie —dijo él, apoyando su frente en la de ella—. Estoy aquí para ti.
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Hoy ha vuelto a ganar el amor.
A partir del próximo capítulo volveremos con la trama de Ludo. Espero que estén ansiosos por verla.
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