Capítulo 22: Hoyo II
Se despertó de forma súbita cuando el olor a muerte y podredumbre le golpeó en la nariz como si se tratase de una patada. Se llevó ambas manos al pico y se lo cubrió. El aire a su alrededor estaba cargado de un manto rojo y apenas se filtraba luminosidad del exterior para ver qué había por ahí, aun así, sus ojos eran capaces de distinguir en la oscuridad.
Miró el lugar y abrió los ojos entre sorprendido y horrorizado. Todo a su alrededor era un valle de cadáveres. Cuerpos por todas partes. Desde hacía horas, días o quién sabe cuánto más. Cuerpos de animales pequeños, medianos y grandes. Pero el que más le llamó la atención, fue el enorme cadáver de un dragón que estaba con una parte del cuerpo tirada en el suelo y el resto recostado contra la pared. También había animales como los vulpinos y otros de similar tamaño. Otras criaturas como aquella que le dislocó el hombro, de tamaños como aquel, pero irreconocibles debido al estado en el que se encontraban. Pero ninguna de ellas se asemejaba al cadáver de la mítica bestia escupe fuego. Su cuerpo estaba intacto, exceptuando por el enorme agujero en el estómago. Todo rastro de sangre y órganos en su interior se había secado, pero las escamas de su exterior perduraban. Era increíble y horrible a partes iguales.
Escuchó un sonido más allá de una pila de cadáveres que tenía a su izquierda. Siguió cubriéndose el pico con una mano mientras que con la otra se ayudaba a trepar, intentando no vomitar en el proceso. Él mismo había consumido la carne de cadáveres en más de una ocasión, pero nunca en ese estado de descomposición. Cuando trepó lo suficiente, y espantó unas cuantas moscas que revoloteaban sobre la pila, observó con atención. Criaturas aladas, de extremidades superiores alargadas, patas cortas y cola. El cuerpo cubierto por escamas, en su mayor parte, pero por plumaje en la parte externa de las extremidades, cola, alas y espalda. Rostros chatos y boca ancha carente de labios que ocultan ese centenar de dientes cortos pero afilados. No sabía qué eran aquellas cosas, pero sí estaba seguro de que eran carroñeros. Varios de ellos estaban arrancando trozos de cadáveres y llevando su botín a la boca con recelo. Un par estaba luchando para llevarse el cadáver del vulpino que la manada había lanzado. Entonces fue cuando Ludo comprendió lo que era aquel sitio: un cementerio, una especie de pozo en donde dejar los cadáveres que no servían de nada.
Entonces, ¿el dragón de la pared habría venido a aquel agujero de mala muerte a perecer? No, eso daba igual ahora, necesitaba salir de allí. Pese a que esas criaturas fueran carroñeras, ver cómo despedazaban el cuerpo del vulpino le daba motivos para creer que estas no tendrían reparo en hacerse con una presa viva.
Antes de hacer nada, se arrancó la parte de arriba de su vestimenta y se hizo una mascarilla improvisada para atenuar la peste. El olor a podredumbre seguía siendo horrible, pero era mejor eso que nada. Dio media vuelta con la intención de encontrar una salida, pero se quedó con el pie medio paso cuando vio que una de esas cosas se encontraba delante de él, a menos de diez metros. Su arco y sus flechas perdidos, quién sabe dónde. Una de sus piernas no estaba en las mejores condiciones, y el dolor en la espalda le seguía punzando como si de una aguja se tratase. Si en condiciones normales no tendría oportunidad alguna contra aquella cosa, en su estado actual, aquello podría considerarse una muerte segura.
La criatura dio un paso hacia adelante, cautelosa. Ludo intentó calmar los temblores y no hacer movimientos bruscos mientras sus ojos iban de izquierda a derecha intentando hallar algo que lo ayudase a salir de allí con vida. La respiración agitada no ayudaba en nada, y la criatura estaba cada vez más cerca. Se iba a lanzar en cualquier momento, lo sabía. Cuando supiese que él no era una amenaza se le echaría encima.
Entonces, como si de un rayo de esperanza se tratase, vio su cuchillo detrás de aquel engendro. No lo dudó ni un instante. Levantó la mano y apuntó hacia el arma.
—Levitato —pronunció.
La bestia se lanzó hacia él con un chillido, a la par que el cuchillo voló hacia su dirección. El arma pasó entre las piernas de la criatura y Ludo lo atrapó justo a tiempo para defenderse. Tenía a la criatura encima suyo, Ludo sintió como esta le clavó las garras en el hombro, y él reaccionó con una puñalada furtiva. Apuntó al cuello, pero entre el movimiento de la criatura y el dolor en su hombro se lo clavó entre el pecho y la clavícula. No era un golpe mortal, pero fue suficiente para que la criatura lo soltase y se echase para atrás. Rápido, Ludo se levantó y salió corriendo con una pierna cojeando. Escuchó un chillido a sus espaldas, y luego varios más uniéndose a este último.
Mala señal. Muy mala señal.
Corrió por uno de los túneles de esa cueva. El suelo estaba demasiado húmedo debido a la sangre. Cada paso era como intentar despegar los pies de la tierra. Tenía los gritos de las criaturas a la espalda, los sentía más cerca que antes. No le daría tiempo a escapar. Se tiró en plancha por el barro y se deslizó hasta el cadáver de un animal en el camino. Este no era más que un esqueleto sin la parte inferior. Pasó por debajo de la caja torácica y se resguardó tras esta como si de unos barrotes se tratasen. Las criaturas se lanzaron en un intento de atraparlo, chocando contra los huesos e intentando meter las garras entre estos. Entre ellos estaba al que le había clavado el cuchillo.
—Levitato —dijo, desencajando el cuchillo de la criatura y pasándolo a través de las costillas del esqueleto para recuperarlo. El primero de esos engendros en intentar acercarse por la misma obertura por la que él había entrado se llevó una puñalada en el brazo—. Atrás, malnacidos. Largo.
Ludo apuñaló y pateó todo lo que pudo para mantener su cuartel intacto, pero cada vez que lo hacía acababa recibiendo cortes por todas partes, haciendo que cada vez le costara más defenderse. Cuando una de las garras lo atrapó, se aferró con desesperación a una de las costillas mientras intentaba liberarse usando el cuchillo con la otra mano. Pero era inútil, no lo alcanzaba por más que lo intentara. El resto de las criaturas se estaban impacientando, y golpeaban los huesos con más ahínco. Ludo, harto de los gritos, harto de los cortes, y harto del dolor en su hombro, le lanzó el cuchillo a la criatura. Le dio en el ojo, de pura suerte, pero no llegó a clavárselo. Solo consiguió embravecer aún más a la bestia. Apretó los dientes, frustrado.
—Levitato. —El cuchillo volvió a su mano y lo lanzó otra vez. Falló—. Levitato. —Lanzó una vez más—. Levitato. —Esta vez, cuando tomó el cuchillo, notó los efectos del uso reiterado del hechizo.
No podía atinar bien. Y aunque lo hiciera, no tenía la fuerza necesaria para que le hiciera un daño real a la criatura. Y seguir recuperando el cuchillo no serviría de nada. Necesitaba más poder al lanzarlo. Abrió los ojos de golpe, cayendo en la cuenta de algo.
Volvió a lanzar el cuchillo una vez más.
—Levitato.
El hechizo dirigió el cuchillo hacia donde Ludo quería, y no solo eso, sino que le dio aún más impulso. La hoja atravesó el ojo de la criatura y se hundió en su cráneo. Esta chilló de dolor y lo soltó. Luego se echó hacia atrás y comenzó a retorcerse. Ludo recuperó el cuchillo con el hechizo y sonrió para sí. Tenía el hombro peor que antes, respiraba de forma agitada y sentía que el aire del sitio lo estaba mareando, los músculos estaban al borde del colapso, pero ahora tenía una forma de defenderse. Tan solo quedaban siete de esas cosas. Con un poco de suerte conseguiría abatirlas a todas antes de morir en el proceso. Y con más suerte aún, se alimentaría de los cadáveres para no morir, y luego, solo luego se podría caer desmayado.
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¿Morirá Ludo de una vez y por todas? Pues... lo tiene difícil, la verdad.
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