Capítulo 18: Campamento V

Volvieron a la pared de roca en busca de alguna obertura. A la par que lo hacían, Marco iba recogiendo algunas ramas del suelo que Jackie se ofreció a cargar usando sus antebrazos como soporte. Marco no quería, pero ella insistió. Él se estaba encargando de todo, y ella en cambio no era de mucha ayuda, y le molestaba ser una carga. Además de que había sido culpa suya que ambos se cayeran. Y Marco no se lo había echado en cara en ningún momento, ni se había enojado con ella ni nada que se le pareciese. Solo se había mostrado preocupado porque ella estuviese bien. Lo cual la estaba haciendo sentirse aún peor. Así que durante el resto del campamento no se quejaría del dolor. A sus ojos, no tenía derecho a quejarse siendo ella la culpable de que estuviesen en esa situación, y menos teniendo a Marco haciendo lo posible por el bienestar de ambos.

Caminaron durante una hora y media, pero sin el celular no podían estar seguros. Las rodillas le escocían en la punta debido al esfuerzo, pero no se quejó en ningún momento. Marco, además, se había asegurado de que ambos caminasen a un paso asequible para ella, así que pudo disimular bien su velocidad. Hasta que por fin encontraron lo que parecía ser una cueva. Jackie agradeció para sus adentros por fin poder descansar un poco.

—Ahora necesitamos hacer el fuego y comprobar que no haya nadie dentro —dijo Marco—. Ni nada.

Tomó todas las ramitas, las dejó a un lado y luego separó unas pocas y dejó algo de hierba seca cerca. Se quitó el cordón de la capucha de la sudadera y la ató a las dos puntas de un palo algo más grande y resistente que el resto de ramitas, haciendo un arco improvisado, y con este se ayudó a hacer fricción entre un palo y otro. Jackie había visto en películas o series la típica técnica de hacer girar un palo con otro para encender fuego, pero usar la cuerda de un arco improvisado para hacer el trabajo más cómodo y rápido, eso era algo que no había visto antes. Comenzó a salir humo en un dos por tres y antes de que pudiera darse cuenta, Marco había encendido un fuego pequeño. Con un trozo de tela que se había guardado en el bolsillo (uno seco), creó una antorcha improvisada y la encendió.

—Espérame aquí, voy a ver que sea seguro —dijo él, entrando con la antorcha en una mano y el palo en la otra.

No pasó mucho tiempo hasta que Marco saliera.

—Es pequeña. Demasiado pequeña para que viva ninguna familia de animales, pero es perfecta para pasar la noche. Permíteme llevar el fuego dentro y ahora pasas.

—Claro —dijo ella. Muy a su pesar, tampoco podía hacer mucha cosa.

Marco apagó la antorcha y la llevó dentro usando ambos palos para llevar el fuego dentro sin quemarse. Una vez la dejó dentro de la cueva, le llamó para entrar. Como había dicho Marco, la cueva era pequeña. Tenía que agacharse un poco para andar dentro de ella. Las paredes eran angostas, no podía estirar los brazos por completo, pero sí que cabían los dos.

—Ven, siéntate aquí —indicó Marco sobre una piedra que era más o menos plana—, y déjame tus manos.

—Marco, puedo hacerlo yo misma, no tienes que preocuparte.

—Pero estás herida. Déjame hacer esto por ti. Tú me ayudaste cuando tenía el brazo vendado, ahora me toca a mí. Quid pro quo. —Esos ojos, la forma en la que la observaban. No podía decirle que no.

Jackie extendió la mano a modo de respuesta y Marco la tomó con un cuidado semejante con el que una madre toma a su bebé. Buscó un el bolsillo de su pantalón y sacó una navaja suiza. De entre todas las herramientas sacó la hoja, la calentó al fuego y luego le pasó el paño húmedo de antes. Tocó la punta varias veces, comprobando su temperatura, y luego volvió a tomarle de la mano.

—Intentaré no hacerte daño, pero avísame si te duele, y pararé —le dijo él, mirándola a los ojos.

—No te preocupes. He soportado raspones peores. Recuerda que soy patinadora.

—De acuerdo, sonrió él.

Con la punta del cuchillo empujaba las piedrecitas que tenía incrustadas en el pie. Lo hacía con sumo cuidado. El metal jamás le cortaba, pero sí que llegaba a escocer en algún momento. Jackie apretaba los dientes para no soltar quejido alguno y molestarlo. Por suerte Marco estaba demasiado concentrado en su labor como para darse cuenta. Cada tanto iba palpando las heridas con la tela que había humedecido antes, y las limpiaba con sumo cuidado.

—Jackie, dame la otra mano —pidió este, levantando la mirada. Por un momento, Marco le transmitió cierto aire de preocupación, una preocupación similar a la que solía mostrar su madre—. Jackie —volvió a llamar este, haciendo que saliera de sus pensamientos.

—Sí, lo siento —se disculpó con una sonrisa tonta y le ofreció la otra mano.

Mientras Marco se ocupaba de la otra mano, Jackie observó aquella que ya estaba lista. No había ni una sola piedrecita. Tenía restos de piel levantada en las yemas de los dedos y en la parte de la palma cercana a la muñeca. No se podía evitar. Pero el exceso de sangre ya no estaba. En verdad le sorprendía que Marco fuese tan hábil con eso. Ahora que lo pensaba, también fue hábil en tomar control de la situación desde el momento en el que se cayeron. Como si en todo momento supiese lo que tenía que hacer.

—Marco —dijo ella, llamando por un momento su atención—, desde que caímos por esa cuesta te has visto muy seguro. Como si supieras cómo reaccionar en todo momento. ¿De dónde viene eso?

Él le sonrió y volvió a su labor.

—Es algo que desarrollé con el tiempo cuando estuve en la dimensión X-103. La dimensión de Hekapoo —dijo este—. Verás, cuando llegué allí, no sabía hacia dónde ir ni qué hacer. El primer lugar al que fui era un pueblo lleno de tritones.

—¿Tritones? —preguntó ella.

—Sí, híbridos humanoides con rasgos de criaturas marinas. Hombres-peces, por así decirlo. —Terminó de quitarle las piedrecitas de la mano y paso a vendarlas con las telas húmedas de ante.

—Eso se parece a una de las historias de terror que mi padre leyó y me contó una vez. También era de un pueblo en donde la gente tenía rasgos de pez, pero creo que era porque se trataba de un culto que adoraba a un dios antiguo o algo así. Perdón, sigue.

—Parece una historia curiosa. Pero, como iba diciendo, este fue el primer lugar al que fui a parar. Quería ir al próximo pueblo mewmano más cercano para que me pudiesen dar información sobre Hekapoo, pero para llegar allí tuve que atravesar un bosque lleno de criaturas peligrosas. De hecho, el primer día estuve a punto de morir, y así habría sido de no ser por la intervención de un tipo con aspecto humano, pero tenía cuatro ojos, cuatro brazos y el cuerpo lleno de pelo, como si fuese un simio o algo así.

—Iba a decir que tal vez podría ser Tarzán, pero creo que no cuadra mucho con la descripción que me diste.

—Sí —rio él mientras acababa de envolver ambas manos—, es un poco más distinto que él. Pero, como decía, me enseñó a sobrevivir en un terreno tan hostil como aquel. Estuve viviendo con él como unos tres años, y aprendí a rastrear animales, cazar, preparar trampas, crear herramientas de caza. Situaciones como estas eran el pan de cada día, y al final me acostumbré a vivir con ello. —Un brillo de nostalgia se mostraba en los ojos del chico al hablar de aquel individuo desconocido para Jackie. En verdad parecía haber sido una persona importante para él.

—¿Te acuerdas de su nombre?

Marco se llevó un dedo al mentón y miró hacia arriba, como si la respuesta estuviese en el techo de esa cueva. Bajó la mirada y posó sus ojos en ella.

—Krun —dijo al fin.

—Qué nombre tan extraño.

—Por lo que me dijo él, era propio de los de su raza, pero no solía hablarme al respecto. Estaba solo, así que pensé que tal vez era el único que quedaba de los suyos. Y como él no me hablaba al respecto preferí no preguntarle.

Jackie asintió, comprensiva.

—Sí, sé a lo que te refieres. —Pensó en sí misma cuando Marco estaba melancólico por la partida de Star. Daba la sensación de que había pasado mucho tiempo desde ese día.

Marco se agitó de golpe y levantó los hombros, sorprendiendo a Jackie.

—¿Escalofríos? —preguntó ella.

—No, no te preocupes.

Ella sonrió y abrió los brazos.

—Ven, recuéstate en mí —ofreció ella.

—Jackie no voy a...

—Marco —insistió ella, y lo miró directo a los ojos por varios segundos, segundos en los cuales la expresión de él se relajó, y pareció comprender lo que ella quería decirle—, ven.

Él asintió y se acercó a ella. La piedra sobre la que se sentaba hacía que estuviese un poco más alta que él. Y como Marco estaba sentado en el suelo, su nuca estaba a la altura del pecho de ella. Dejó que Marco se apoyara y luego pasó sus brazos sobre su cuello y dejó las manos reposando en el pecho de este, tratando de no tocarlo con la parte húmeda del vendaje, y el mentón sobre su cabeza, intentando transmitirle calor. Marco la tomó por las muñecas, intentando no tocarle las manos, y se dejó llevar por el ambiente.

El crepitar de las llamas era relajante, y cada vez se sentía más cálido el interior de la cueva. Resultaba agradable, pese a estar pasando por la situación en la que estaban. Lo que más le preocupaba a Jackie, no era regresar. Sabía, después de haber visto la facilidad con la que Marco sobrellevaba la situación, que al día siguiente estarían de regreso en el campamento. No. Lo que realmente le preocupaba, era su padre y los demás. Estarían preocupados. Tal vez, incluso los estarían buscando en ese mismo momento. Cuando volviese se llevaría una buena reprimenda, pero le daba igual si al menos podía tener la tranquilidad de saber que ellos estarían en la cabaña, durmiendo para esperar al día de mañana.

Un deseo bastante infantil, dada la situación.

—¿En qué piensas, Jackie? —preguntó Marco, sacándola de su trance.

—En nuestros padres. —Marco asintió con suavidad y comenzó a acariciarle las muñecas—. ¿Crees que nos estén buscando?

—Creo que la gente llegó a escucharnos cuando gritamos por ayuda —dijo él—. Es probable que nos estén buscando.

Ella cerró los ojos y suspiró.

—Me gustaría volver, solo para que ellos dejen de buscarnos.

—Y a mí. Pero tenemos que permanecer aquí, por nuestra seguridad. Mañana saldremos a primera hora, te lo prometo.

—Lo sé. No te preocupes, es solo que —se quedó a mitad de frase. Tal vez su padre y los de Marco no dormirían aquella noche. Hope y Leo tampoco. Todo por acercarse a una cuesta—. No debería haberme acercado a esa maldita cuesta —se dijo a sí misma. Necesitaba sacarse eso del sistema—. Siento haberte arrastrado conmigo a esta situación.

—Jackie —dijo él, echando la cabeza hacia atrás para poder mirarla a la cara—, está bien. Fue un accidente.

¿Lo fue? Todavía seguía algo confundida por cómo había ocurrido todo. Estaba parada cerca de la cuesta, pero no pisaba el borde. Había dejado un pie de distancia entre él borde y ella, entonces la tierra... se deshizo. No tenía sentido.

—Todavía no estoy segura de cómo pasó. Resulta —hizo una pausa, intentando dar con la palabra adecuada— confuso.

—Fue la tierra, ¿verdad? —Jackie abrió los ojos y miró a Marco—. Lo vi. Fue muy extraño. Pero lo vi, y también me pasó. Cuando te estaba sujetando, la tierra debajo de mi torso simplemente comenzó a caer, y me fui con ella. Por eso comencé a gritarte que subieras.

—Entonces, lo que sentí fue real —dijo ella, sintiéndose un poco más tranquila ahora que sabía que no era la única que pensaba eso sobre lo ocurrido—. Pero, ¿cómo pudo haber pasado?

—No lo sé. Hablaremos con los encargados del campamento para que lo vean mañana. Harían bien en poner una valla.

—Y tal vez una señal de desprendimientos.

—Es verdad. Tal vez haya sido algún desprendimiento —convino él—. Uno pequeño.

—Aunque lo fuera, sigue siendo muy extraño.

—Con suerte, mañana tal vez nos puedan decir algo. Deberíamos intentar dormir por el momento. —Marco guardó silencio un momento—. Aunque será difícil.

Jackie también lo pensó. Estaba demasiado preocupada como para dormir. Marco estaría en las mismas que ella. Sin embargo, no quería que fuese así, al menos no para él.

Rememoró una vieja canción, otrora muy escuchada por ella. Apretó un poco más a Marco, y comenzó a tararear. Lo hizo suave y despacio. No quería que el sonido fuera molesto, solo tranquilizante. Notó a Marco relajarse y acomodar la espalda. No dijo nada, y ella así lo prefería. Quería que descansase, aunque fuese un poco. Solo un poco.

Siguió tarareando con los ojos cerrados y la mejilla apoyada sobre la cabeza de Marco, y no se detuvo en ningún momento, hasta que olvidó el momento en el que había dejado de hacerlo.


Al día siguiente Marco se levantó con dolores musculares en el brazo derecho y la parte de la espalda. En parte por todo lo ocurrido ayer, en parte porque él y Jackie no durmieron en una cama esa noche. Ella tampoco se encontraba en plena forma. Se veía que le molestaba el cuello. Y, al parecer, le escocían las manos cada vez que las movía.

El fuego se había apagado por la noche, y ahora ambos estaban tiritando, pero ya había salido el sol. Y, tal como Marco había prometido, se llevó consigo a Jackie y volvieron a aquel arroyo para seguirlo hacia arriba. Como habían predicho, eso los llevó hasta el sitio en el que habían estado con Hope y Leo. Desde ahí pudieron llegar al campamento, y los primeros en verlos fueron unos monitores que estaban limpiando temprano. No tardaron en reconocerlos. Desde ahí fueron llevados a la enfermería que tenían allí mismo. Le dieron una manta a cada uno y sanaron sus heridas. Mientras hacían eso, también avisaron a sus padres, quienes vinieron disparados a verlos.

Cuando sus padres llegaron, lo primero que hicieron fue abrazarlo con fuerza. Este se disculpó por haberlos tenido preocupados, pero ellos no le dieron importancia. Mientras los abrazaba, miró a Jackie y a su padre. La pobre estaba con la cabeza gacha.

—Papá, lo siento —la voz le sonaba débil. Era incapaz de mirarlo a la cara mientras temblaba—, fue mi culpa que nos cayéramos. Yo...

—Jackie —le dijo él. Este también tenía la voz débil—, ¿estás bien? —Ella alzó la mirada con ojos húmedos y asintió. Jack la abrazó con fuerza—. Eso es lo único que me importa, hija.

Jackie comenzó a llorar y abrazó a su padre, enterrando la cara en su hombro. Marco se alegró por ella, cerró los ojos y siguió disfrutando del reencuentro con sus padres mientras permitía a las lágrimas pintar sus mejillas.

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Vuelva a casa para la parejita. Vuelta a la seguridad.

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