Capítulo 12: Sobrevive I

La visibilidad regresó a sus ojos. Hacía rato que los tenía abiertos. Parpadeó varias veces, tomando conciencia de lo que había a su alrededor: árboles y mucha maleza, copas tan frondosas que apenas dejaban pasar la luz del sol. Estaba sentado encima de un charco, intuyó, por la ausencia de hedor, que tenía que tratarse de agua, a menos que su olfato también hubiese decidido dejar de funcionar. La idea le resultó tan humillante que pidió para sus adentros que por favor el charco fuera de agua.

Apoyó las manos en la tierra mojada e intentó levantarse, tan solo unos centímetros le bastaron para sentir una opresión en el estómago que lo hizo abandonar sus esfuerzos y volver a dejarse caer. ¿Cuánto tiempo llevaba sin comer? Era difícil saberlo, aquel era el primer lugar de tierra en el que se encontraba después de flotar sin rumbo por el espacio. Las patatas fritas le habían durado poco esta vez. Necesitaba alimentarse e hidratarse.

Ludo deseó una vez más que aquel charco fuese de agua, y luego dejó que su cuerpo se desplomara sobre este. Metió el pico en el agua y comenzó a tragar con desesperación. Mala idea. La súbita ingesta de líquido lo hizo toser con violencia y provocó que apoyara las manos sobre el charco para poder levantarse un poco y toser. Se fijó en las ondas en el agua. Cuando cesaron lo suficiente, pudo ver su rostro reflejado. Y lo que vio le gustó menos que de costumbre: los ojos cansados y con ojeras, el pico abierto y con muestras de sequedad en la parte que conectaba con el rostro, la piel más ceñida a sus huesos y la barba desaliñada, la cual ayudaba a disimular la desnutrición.

Dio un golpe al charco, borrando su imagen. Hubiese preferido no haberse visto. Hizo un esfuerzo para soportar el dolor de su estómago y juntó las manos, formando un cuenco, y recogió agua para beber con más calma, aun así, tosió un par de veces más. Eso le ayudó a reducir el dolor en su estómago, más no lo hizo desaparecer. Tenía que encontrar comida.

Hizo un nuevo intento por levantarse, apoyando primero un pie y luego la mano sobre la rodilla. Un pinchazo en esta última le recorrió toda la pierna hasta llegarle a los muslos e hizo que desistiera a mitad de camino. Agachó la cabeza, jadeando por el dolor y el esfuerzo, y volvió a ver su reflejo. Su rostro. Para su sorpresa, su expresión era de disgusto, más que de cansancio. No sabía si era por la frustración acumulada, pero Ludo juraría que la expresión en su rostro y la del reflejo no eran la misma.

—No vales para nada —le dijo el reflejo.

Ludo dio un respingo al escuchar la voz de su reflejo tan nítida y presente, como si estuviera ahí, en todas partes, pero a la vez en ningún lado. Era distinto de las últimas veces.

Ahora la expresión de Ludo era una de enfado. Alzó el puño y borró el reflejo de un golpe. Apretó los dientes para ignorar el dolor, pero eso no evitó que se le escapase una lagrimilla.

—Condenado reflejo estúpido. —Comenzó a frotarse la rodilla para aliviar el dolor, y sin querer vio un palo que estaba no muy lejos de él—. Ya le voy a enseñar yo quién no vale para nada.

Ludo se arrastró como pudo hasta el palo y, cuando lo alcanzó, se ayudó de este para ponerse en pie. El dolor seguía ahí, pero era más llevadero.

Ahora que podía moverse se embarcó en su afán por hallar algo de comer. Movió el palo hacia adelante, y se produjo un crujido que Ludo no estaba seguro que fuese de la madera. Colocar un pie delante de otro resultó ser un infierno. Para intentar hacer el dolor más llevadero, Ludo comenzó a proliferar maldiciones a diestra y siniestra a cada que sentía una molestia en los huesos o músculos.

Llegó a una zona en la que los árboles parecían abrirse un poco más y dejar paso a más vegetación. Llegó hasta otra zona en donde los árboles por fin se acababan para dejar ver mejor el terreno, lo suficiente como para hallar a los primeros animales de aquel bosque. Criaturas similares a los ponis, pero más altos y esbeltos, y de pelaje gris oscuro combinado con blanco. Pero eso no era lo importante, sino los frutos que estaban comiendo. De pronto Ludo sintió que las fuerzas le regresaban. Había unos arbustos con bayas azules. No sabía qué eran, pero a su estómago no le importaba, mucho menos a él.

Aceleró el paso, ignorando el dolor en sus rodillas y los sonidos sospechosos que parecían provenir de la derecha. Algunas de aquellas criaturas se giraron. Seguramente se asustarían por su presencia. No podía importarle menos.

Ya tenía las bayas a tan solo unos cuantos pasos, toda una travesía para él en su estado actual, pero nada que no pudiese soportar. El sonido de la derecha se hizo más fuerte, y como si se tratase de la ironía personificada, una bestia más grande que un huargo apareció de las alturas, cayendo sobre uno de aquellos animales como una centella. No sabía que era esa cosa, pero tenía pelo oscuro, cuatro patas fuertes y ágiles, garras y colmillos largos como puñales. En cuestión de segundos le partió el cuello al herbívoro usando sus fauces.

Ludo se cayó sobre su trasero y apoyó las manos en el suelo, observando, atónito, como aquel animal devoraba a su presa. Los ojos como platos y el pico temblando como un conejo en medio de un páramo helado.

No era justo. Después de por fin llegar a un sitio para poder comer algo tenía que ocurrir eso. La vida siempre buscaba la forma de sacarlo de quicio y de hacer que cada día la odiase aún más.

Tanteó a su lado para buscar su bastón sin apartar la vista de aquella criatura. En cuanto lo tuvo entre sus dedos clavó la punta en el suelo con firmeza y se puso en pie. Volvería al mismo lugar del que vino. Allí estaría seguro. Ya encontraría comida en otro momento. No era rival para aquella cosa.

—No eres rival para nadie —volvió a escuchar la voz de su reflejo, pero este no estaba en ningún lado, o al menos no su imagen. Lo escuchaba en su cabeza, en todas partes y a la vez en ninguna—. Nunca lo fuiste. Siempre te has creído superior a los demás, pero esos no son más que los desvaríos de un monstruo que no ha dejado de ser un niño, alguien que ignora la realidad y vive de su propia fantasía para no tener que afrontar el mundo real.

Ludo se paró en seco, ignorando por un momento el peligro a sus espaldas.

—No sé quién eres, pero no tienes idea alguna de con quién estás hablando —dijo, mirando a todos lados, intentando dar con aquel que le hablaba—. Soy Ludo, el príncipe de la familia Avarius, y futuro monarca de los monstruos.

—Tus palabras no son más que los delirios de un niño jugando a ser adulto. La historia demuestra que no estás capacitado para los objetivos de los que alardeas. Que te hayas mantenido con vida hasta ahora no es más que un milagro. Todo lo que has tenido no ha sido más que un engaño, tus súbditos, tu poder, incluso tu legado.

—No es cierto. No es cierto. No es cierto. Todo lo que he tenido me lo he ganado por derecho, mis súbditos, mi legado y mi poder. Y tú no eres nadie para decirme de qué soy o no soy capaz. ¿Me oíste, maldito canalla? —gritó este, henchido de furia. La voz no respondió, como si las palabras de Ludo hubiesen sido suficientes para acallarla.

Pero una nueva preocupación tomó protagonismo cuando escuchó el rugido de la bestia. Ludo se giró y la vio. Estaba allí, parada sobre sus cuatro patas, con todo su pelaje erizado, los ojos bien abiertos y los dientes a la vista, envueltos en una pintura carmesí que goteaba por su barbilla.

Pese a la situación, Ludo ya no tenía miedo. La ira calentó su cuerpo. El dolor y el hambre pasaron a un segundo plano, y lo único que quedaba era el deseo de demostrarle a ese desconocido quien era Ludo Avarius.

La bestia se preparó para atacar, y Ludo miró su bastón un momento, recordando a la varita. Había probado el poder, lo había estudiado y entrenado hasta dominarlo y volverlo suyo, no tenía que tener miedo de aquella criatura. Ella era quien tenía que temerle a él.

La bestia cargó como un toro endemoniado. Ludo alzó su bastón y lo colocó delante, apuntando a la criatura, esperando a que estuviera lo suficientemente cerca.

—Levitato —pronunció en un grito lleno de poder y furia. Pero no ocurrió nada.

La bestia abrió sus fauces y estas se cernieron sobre él, como si fuesen una pinza. Sintió la humedad y el aliento pútrido de aquella cosa rodeándolo. Se sumió en la oscuridad durante un momento, solo para ser escupido de golpe.

Ludo se fijó en la bestia, estaba sacudiendo el hocico de un lado a otro con desesperación. No comprendía bien lo que pasaba, pero cuando se percató de que la criatura estaba sangrando, observó mejor: tenía el bastón clavado en el paladar, como una estaca. Miró en su mano, y comprendió que se lo había clavado de forma involuntaria. Sonrió.

—Ahí tienes, perro super desarrollado —le gritó a la criatura en tono de burla, señalándole con su índice—. Eso te enseñará a no meterte con Ludo... —iba a terminar de pronunciar su nombre, cuando una de las patas de la criatura lo golpeó por la izquierda. El mundo a su alrededor se movió tan rápido que dejó de saber en dónde se encontraba, hasta que se detuvo después de impactar de forma súbita contra un muro de roca. Luego, oscuridad.

Se despertó cuando notó el insoportable dolor en su brazo izquierdo. Quiso gritar, pero solo pudo proliferar un quejido sordo, aunque sostenido. No se sentía capaz de moverse. El simple hecho de temblar ya le pareció una tortura. Pese a ello, el brazo no era lo único que le dolía, el hambre había ido a peor, notaba un bulto palpitante en la cabeza y todos los músculos gritaban en agonía. Hasta respirar le suponía una punzada de dolor en el pecho.

Abrió los ojos, pero apenas pudo despegar un párpado del otro, lo suficiente para ver que se hallaba tirado en el suelo, perdido debajo de una planta desconocida y de hojas tan grandes como él, oculto de los ojos de los depredadores como aquella criatura que lo había dejado en tan deplorable estado. Los únicos animales eran algunos insectos pequeños que deambulaban de un lado a otro y varias hormigas que ya habían trazado un camino por encima de su mano, como si ya lo diesen por muerto. No podía culparlas, él también había pensado que estaba muerto. Y, aunque ese no fuese el caso, tal vez pronto lo estaría.

—De nuevo has acabado en un estado lamentable debido a tu mal juicio y decisiones sin sentido —dijo la voz, regresando para incordiarlo.

Era lo último que necesitaba. Hubiese querido mandar a aquella voz a la mierda, pero no tenía fuerzas para mover el pico. O más bien, no quería averiguar cuan doloroso resultaría hacerlo. Estaba cansado, cansado de todo. No era la primera vez que escuchaba a esa voz, también lo había hecho durante su tiempo indefinido en el espacio. Una voz en su cabeza que era imposible de acallar, una voz a la cual ningún sonido era capaz de opacar, una voz que no necesitaba que la escuches para que sepas lo que te dice, como si más que una voz, fuese un pensamiento, una conciencia. La suya. Pero, lo que a Ludo le molestaba no era el hecho de que cada cosa que dijese la voz lo irritase hasta el hartazgo, sino que todo lo que decía era cierto, aunque él no estuviese dispuesto a admitirlo.

—¿Qué esperabas conseguir lanzándote hacia esa criatura de cabeza? —Quería derrotar a algo más grande que él y volver a sentirse poderoso. Sentirse importante—. Eres consciente de que no puedes hacer este tipo de cosas por tu cuenta, siempre lo fuiste, por eso buscabas de forma tan desesperada tener aliados, pero tu propio ego te impedía reconocer a los que te rodeaban como iguales, así que solo buscaste súbditos. —Cuando era pequeño, fue relegado a ser uno de los hijos más ignorados de la familia debido a su tamaño y su incapacidad para volar. Ni los súbditos del reino, ni sus hermanos ni sus propios padres le prestaban atención. Solo quería sentir lo que era ser escuchado por el resto, ser tomado en consideración, pero se le subió a la cabeza—. Pero nunca fueron tus súbditos. En el momento en el que te perdiste, toda aquella panda de monstruos te abandonó. Los únicos aliados que alguna vez tuviste fueron aquella águila y araña, a los cuales dejaste a su suerte en territorio enemigo, confiando que los Butterfly no tomarían represalias contra ellos. —Tal vez los únicos aliados reales que hubiese tenido en toda su vida. Ellos no merecían sufrir el mismo destino que él, no merecían vagar sin rumbo al lado de alguien que busca desesperado la forma de llegar a ser tan grande como la imagen que tiene de sí mismo—. Siempre te sientes orgulloso de todo aquello que has conseguido, pero la realidad es que no has conseguido nada, solo desastre. Por tu culpa la familia Avarius está en decadencia. Tu equipo de monstruos te abandonó. El único poder que tuviste como mago y rey fue una mentira hecha por Toffee. —Eso era, quizás, lo que más rabia le daba. El momento más feliz de su vida, aquel en el que por fin pensó que era capaz de todo lo que se proponía, tan solo era eso, una mentira—. ¿Te has parado a preguntarte alguna vez si algo de lo que has hecho ha servido para algún fin? ¿Si hay algo en tu historial que no sea un fracaso? ¿Alguna victoria que se te pueda atribuir a ti y solamente a ti? —La respuesta era no, a todo.

La voz se calló, por el resto del día, pero todo aquello que dijo se quedó con Ludo. Esos mismos pensamientos a los que se tuvo que enfrentar durante su periodo de soledad en el espacio. Su único modo de hacer pasar el tiempo, y también aquello que quería evitar a toda costa. Ahora, allí, solo, tirado en el suelo, inmóvil, y con el dolor continuo en su cuerpo, profundizó en todo lo que había sucedido hasta entonces. Y para la noche llegó a una conclusión: estaba cansado. Cansado de todo. Cansado de fallar. Cansado de ser manipulado. Cansado de soportar el dolor, tanto físico como mental. Tan solo quería descansar de una vez y no tener que preocuparse por nada. Ni por ser alguien poderoso. Ni por ser reconocido. Ni por volverse el monarca de la familia Avarius. Ya no le quedaban fuerzas ni ganas para ello. Tan solo cerró los ojos y se dejó llevar por la corriente del sueño y el cansancio. Lo último que vio antes de que el telón se cerrara, fue un movimiento involuntario de su mano. Tal vez un espasmo del que no tenía control alguno. Algo que no le importaba ya, pero que había llamado su atención, porque no había sentido nada, y porque aquel fue el único movimiento corporal que había hecho en todo el día.

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Pequeño mini-spoiler no spoiler: en el siguiente capítulo conoceremos a un personaje "nuevo". 

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