Capítulo 11: Cita II
Llegaron a la feria. No era la primera vez que Jackie iba a aquel sitio. De pequeña solía ir con su padre en más de una ocasión. Luego comenzó a frecuentarla menos, pero aún le seguía gustando. Los puestos seguían siendo los habituales: uno con globos y algodón de azúcar en la entrada, varios de comida a lo largo del muelle, y unos cuantos de juguetes artesanales en la parte del final. Luego había atracciones pequeñas, como el tiovivo, la noria, el barco pirata y la casa de los sustos. Y, por último, los típicos juegos de feria de siempre: los payasos con un globo en la cabeza, la manzana en el barril, los dardos, y aquel juego de puntería que tenía una escopeta que acertaba menos que un gato con una pistola.
—Bien, primero podríamos ir a...
—¿Vamos a la casa de los sustos? —preguntó ilusionada, pensando que tal vez conseguiría asustarlo.
Marco no respondió al momento, sino que se quedó parado por unos segundos, como si estudiase qué tanto le descuadraba eso en su plan.
—Sí, ese es el lugar que iba a sugerir. Vamos. —Se le notaba bastante que estaba intentando no obsesionarse con su lista. Eso a Jackie le parecía tan lindo de su parte. Casi hasta le sabía mal haberse convertido en un agente del caos para él.
Fueron directos a la atracción y compraron dos boletos. En la entrada los recibió un hombre vestido de payaso terrorífico, pero no lograba su cometido. Se le notaban las costuras de la peluca y el maquillaje se le había corrido un poco por el sudor. Pobre hombre.
Cuando entraron se subieron a un vagón que los llevaría por todo el recorrido, en ese momento, Jackie supo de primera mano lo que se iban a encontrar.
—Creo que en esta vuelta aparecía un espantapájaros —dijo Marco.
Jackie maldijo para sus adentros. Él también conocía la casa. La pregunta era, ¿recordaría todos los sustos?
Un espantapájaros salió impulsado del suelo, como si se tratase de una trampa para ratones, lanzando algo de paja sobre ambos. Jackie tuvo la mala suerte de que uno de los palillos de paja le picara en el ojo. Tal vez un poco de justicia por parte del destino por querer asustar a Marco. Se llevó una mano al ojo y se lo frotó con cuidado.
—¿Estás bien? —preguntó Marco.
Jackie abrió el ojo despacio y parpadeó muchas veces, hasta que la mayor parte del escozor se fue.
—No es nada, no te preocupes. Cuidado, aquí viene el monstruo del pantano —dijo Jackie.
Otra vez, una criatura saltó del suelo como una diana a la que atinar, y esta vez levantó consigo varias gotas de agua que salpicaron a ambos.
—Ah, está fría —gritó Jackie entre risas.
El resto del camino se la pasaron adivinando cuál sería el siguiente monstruo, compitiendo y riendo entre ellos.
Cuando salieron fueron a varios de los juegos de la feria. En el de llenar de agua los globos de los payasos Jackie consiguió unos pocos boletos de victoria. A Marco le costó debido a que solo tenía un brazo, así que ella le ayudó echándole una mano para sujetar la pistola de agua, pero cada vez que Marco daba en el blanco ella movía la pistola para que fallara. Luego fueron a los dardos, donde Marco demostró tener una gran puntería, ganando bastantes boletos. Ella consiguió ganar unos pocos, pero no tantos como él. El juego del rifle ni lo miraron, y el de las manzanas en el barril tampoco, ninguno de los dos quiso mojarse más de lo que ya lo habían hecho.
Con los boletos ganados se compraron helados y algodón de azúcar. Jackie tuvo que ayudar un poco con las cosas, puesto que a Marco no le daban las manos. En cierto punto abusó un poco de su superioridad y le manchó la nariz con su helado. Él intentó vengarse haciéndole cosquillas y, al final, el helado de Jackie acabo en el suelo. Marco le cedió el suyo porque se sintió culpable, pero Jackie también lo había sido, así decidieron compartirlo.
Para cerrar la tarde, se subieron a la noria antes de que el sol se pusiera, así verían el atardecer desde las alturas. Estaban sentados el uno enfrente del otro, ambos mirando al sol y su reflejo en el mar a través del cristal de la cabina.
Jackie observó a Marco mientras una parte de su rostro era iluminada por la luz ámbar del atardecer. Se veía muy lindo con la vista perdida en el mar.
—Oye, Jackie, ¿alguna vez has pensado en lo que querrías ser de adulta? —preguntó Marco, girándose hacia ella.
Una pregunta curiosa. Una que no esperaba recibir.
—Alguna vez lo he pensado, pero la verdad no es algo sobre lo que haya reflexionado en profundidad. —Miró un momento a través de la ventana, justo en donde el sol se estaba ocultando—. ¿Recuerdas la típica encuesta que nos hicieron en primaria en donde teníamos que escribir qué nos gustaría hacer de mayores? —preguntó, volviéndose a él. Marco asintió—. Pues, recuerdo haber escrito que quería ser exploradora para viajar por el mundo entero y conocer sitios impresionantes. Ahora no estoy segura de que exista un oficio como ese. Pero, supongo que no me molestaría hacer algo que esté relacionado con viajar y conocer el mundo. Pienso que ahí afuera hay tanto por descubrir. Hay tantas cosas interesantes por ver. No lo sé. Sí me preguntas por un oficio en concreto, no sabría qué contestarte, pero seguramente sería algo relacionado con eso. ¿Tú qué querrías ser?
Él sonrió, como si le hiciese gracia.
—La verdad es que yo tampoco lo sé. —Al escucharlo decir eso se le escapó una carcajada—. Sí, lo sé. Me pasa como a ti. Aunque yo no tenía una idea definida. En aquella pregunta de primaria creo que escribí que quería ser como Mackie Hand —respondió, apartando la mirada por un segundo con una sonrisa apenada—. Y creo que eso no figura como un oficio.
—Bueno, es un actor. ¿Puede ser que quisieras ser actor?
Marco negó con la cabeza.
—No, Mackie Hand no me gustaba por eso, me gustaba porque me parecía alguien capaz de vencer a quien fuera que se le pusiera delante, alguien con quien podías contar para que te protegiera. Yo quería ser como él. Por eso comencé a practicar karate. Quería ser capaz defender a quien sea —Marco se miró el brazo enyesado—, pero el karate y dieciséis años de preparación no fueron suficientes. —Cerró el puño del yeso, y luego volvió a mirarla a los ojos. Jackie veía en ellos un brillo de decisión en un rostro sereno—. Cuando mi brazo esté mejor, retomaré el karate y mejoraré lo suficiente como para poder ingresar a torneos. Aún no sé qué salidas laborales demandan gente con ese tipo de habilidades, pero de lo que estoy seguro es de que quiero ser alguien en quien la gente pueda confiar, alguien con quien se puedan sentir seguros, alguien que, cuando lo vean, tengan la sensación de que todo estará bien.
Jackie sonrió. Marco volvía a ser el de antes: alguien con ambiciones, alguien que trabajaría por conseguir lo que quería.
—Creo que se te daría bien. No por nada te apodaron "Don Seguridad" en el colegio.
Marco se rio.
—Supongo que estaba predestinado.
—Te preocupas mucho por el bienestar de los demás. Un oficio en el que debas asegurarte que todos a tu alrededor estén sanos y seguros sin duda sería lo tuyo. —Esta vez, fue Marco quién miró hacia el horizonte con gesto pensativo—. ¿Esto es por lo que ocurrió ayer? ¿La patineta y el niño al que salvaste? —intentó adivinar con una sonrisa pícara.
Marco se volvió hacia ella.
—No —dijo, con gesto avergonzado—. O sea, sí, pero no es únicamente por eso. Fue más bien por lo que me dijiste del torneo. —Jackie frunció el ceño y enarcó una ceja, confundida—. Ya sabes, eso de que si ganabas podrías entrar de forma profesional en el mundo de los patinadores. Me hizo darme cuenta de que, poco a poco, nos estamos acercando a nuestra etapa adulta. El año que viene estaremos en preparatoria, y la universidad estará a la vuelta de la esquina. Es probable que durante esos periodos debamos encontrar trabajos. Y bueno, anoche le estuve dando vueltas al asunto.
—Así que fue por eso —dijo Jackie, comprendiendo mejor la situación. Ahora sí que Marco se mostraba como siempre—. A ver, no quiero decir que te estés precipitando, pero yo pienso que aún nos queda bastante tiempo para disfrutar de nuestras vidas antes de preocuparnos por el trabajo. Además, sobre el torneo, habrá mucha gente compitiendo, gente que lleva más tiempo que yo en este mundo. Hay que ser realistas, es muy difícil que gane. —Ya se había hecho a la idea de que podría irse de allí con las manos vacías. Después de todo, las probabilidades eran pocas.
—Pero es posible que ocurra. Ayer, cuando te vi practicar con Leo, parecía que de verdad te estabas esforzando. Cuando algo te salía mal te levantabas enseguida y volvías a intentarlo. —Jackie abrió los ojos, sorprendida. De verdad Marco se había fijado en lo que hacía—. Yo creo que puedes ganar. Tienes la voluntad, así que también tienes la oportunidad a tu alcance —dijo este, con gesto decidido.
No supo qué responderle.
—¿De verdad lo piensas?
—Claro. Es porque te vi tan decidida que realmente pensé que acabarías de forma profesional en el mundo de las patinetas.
—Bueno, supongo que es posible.
—Claro que es posible. ¿No has pensado en lo que harías si ganaras?
—La verdad es que no lo he pensado. Solo he practicado con Leo porque quería mejorar para el torneo, y también porque me lo paso bien. En mi mente no contemplé un escenario en el que acabase ganando. Pero si ganase —pensó durante un momento. Todas las cosas que decía Leo sobre volverse estrellas, patinar de forma profesional, ganar dinero con algo que les divertía—, no me importaría ver el mundo del patinaje como mi oficio. Sería interesante probarlo.
—Yo creo que si tienes la oportunidad de trabajar de aquello que te gusta deberías aprovecharla. —Ahora Marco había conseguido que ella se ilusionase con la idea de ganar el torneo. Se encontraba a sí misma mirando al cristal de la cabina, imaginándose cómo sería trabajar como patinadora. Le entraron ganas de practicar—. Oye, Jackie, hagamos una promesa.
Cruzó miradas con él, volviendo de nuevo a la realidad.
—Dime.
—Prometamos que ambos daremos todo lo que tengamos para cumplir nuestros objetivos. Tú para ganar el torneo, yo para mejorar en karate, y de paso también buscaré un torneo en el cual participar. Así los dos tendremos objetivos similares —Marco le extendió la mano, como si con un apretón sellasen aquel momento.
Ese tipo de cosas eran propias de las películas y los dramas adolescentes, aun así, tenía que admitir que la idea le resultaba atractiva. Ponerse una meta y perseguirla hasta el final.
Quería hacerlo.
Tomó la mano de Marco y la estrechó con firmeza.
—Adelante. Sin holgazanear y sin rendirse —añadió ella.
—Hasta que nuestros objetivos se cumplan —dijo él.
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En el siguiente capítulo veremos a un personaje del que, tal vez, se habían olvidado.
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