Capítulo 6

Capítulo 6

Perdón

Narrador omnisciente

Juntos lograron salir del bosque encendido en llamas y del aire contaminado. Isabela se detuvo a respirar un poco y Lucas imitó su acción. Estaban muy cansados, pero eso no pudo evitar que ambos rieran al verse las caras de espanto que tenían en el momento.

—¡Eso fue...! —tomó aire.

—¡Loco! —contestó ella.

Ambos volvieron a mirarse y callaron, por la falta de palabras; o quizá, por la falta de valor.

—Yo... yo tengo que irme —murmuró Isa, aun sabiendo que no tenía un lugar que habitar.

—Pero tu abuela te espera en Casa —avanzó a ella—, no puede irte sin más. ¿Qué harás allí afuera? ¿A dónde irás?

Ella sintió la quemazón asomarse a sus ojos. Le dolía lo que ocurría. Todo era tan reciente.

—No estoy lista para volver, seguramente mi abuela me odia —confesó—. No soportaría verla triste por mi culpa —se dio la vuelta para irse, pero su amigo la abrazó, sorprendiéndola.

—Todo estará bien —consoló—. Ella está preocupada, ¿te has puesto a pensar en qué pasaría si no regresas? ¡se sentirá completamente sola!

Isa pensó que tenía mucha razón. Agachó su mirada y no se privó de reprimir sus lágrimas. Sentía una gran frustración recorrer todo su cuerpo. Lo único que quería era estar en su hogar. Ellos eran lo único que les quedaba en la vida.

—Llévame a casa —finalizó, limpiando su rostro.

Parecía que Lucas había tocado su corazón, su sentido común y razón. Ahora creía ver las cosas con mucha más claridad. El muchacho sonrió por su gran logro: traería de vuelta a su amiga.

Los dos emprendieron camino a casa, aun observando de vez en cuando cómo el fuego destruía algunas copas de árboles. Pero, para suerte de ambos, Pero, para suerte de ambos, el goteo comenzó a caer sobre ellos, anunciándoles y a todos los vecinos, que aquella fogosidad se apagaría.

La lluvia se tornó más fuerte y lo menos que les importaba era pescar un resfriado, por lo que caminaron sin prisa. No obstante, cuando alcanzaron cierta cercanía con la casa y el túmulo de gente, esperando su regreso, un gran cachorro se fue acercando peligrosa y divertidamente, para recibir a su amiga y no soltarla jamás.

—¡Liu! —gritó Isa, corriendo de igual manera hacia él.

El cachorro cayó encima de ella y con alegría lamió su mejilla. Ella le llenó de besos y abrazos.

—Perdóname, perdóname —pidió muy arrepentida—. No sabía lo que hacía, no quería abandonarte, amigo.

Y de pronto un grito ajeno y lleno de alegría llamó su atención.

—¡Isa!

Támara corría velozmente hacia su amiga. No podía negar que el humo le había afectado mucho, pero su Isa era mucho más importante que cualquier otra cosa. Cuando llegó a ella en un potente y fuerte abrazo la lanzó al suelo.

—¡Tonta, tonta, tonta! —le reprochó besándole la cara—. ¿Cómo pudiste dejarme así? ¡No tienes ni idea de cuán preocupada estaba!

—¡Oye, yo era el más preocupado de los dos! —se quejó Lucas.

Támara rodó los ojos.

—Sí, pero igual —se excusó—. ¡Pero no me cambies el tema! ¡Y tú! —señaló a su amiga pasmada en el suelo—. ¡No vuelvas a hacerme esto nunca más!

—Esta bien... lo siento —contestó y la abrazó.

Después de un rato, los cuatro, entre risas y ladridos, llegaron a la casa. Isa sintió una sensación horrible y abrumadora en su pecho y estómago. No sabía qué hacer, si volver a correr lejos de su familia o pedir perdón. Pero creyó tener la respuesta cuando su abuela se acercó a ella y le extendió sus arrugados brazos.

—¡Abuela! —murmuró, sintiendo su llanto asomarse.

—Mi niña ¿Dónde estuviste?

—¡Lo siento tanto, yo estaba enojada conmigo misma por lo del abuelo y...!

Marisol la arrulló y todos a su alrededor gritaron palabras alentadoras a la pequeña. Ambas se abrazaron fuertemente y contemplaron la hermosa y brillante luna, mientras la lluvia las acompañaba.

«Gracias, abuelo» pensó.

—¿Qué pasará con el bosque? —preguntó Lucas, preocupado—. ¿Volverá a...?

—Sí —contestó su amiga—. Siempre lo hace.

Él asintió.

—Y, al final... ¿Te quedarás? —preguntó Isa.

—No lo sé, no solo vale mi palabra.

Entendía.

—¿Unas carreritas hasta ese arbusto? —señaló el camino en medio del monte.

Isa observó a su abuela para obtener su aprobación.

—¡El que llega de último tiene que bañar a Liu por una semana! -dijo, cuando ella le contestó con una sonrisa.

Isa y Lucas se echaron a correr aun con los charcos en su camino, mientras que Támara les seguía el paso.

—¡Oigan, vengan aquí! ¡eso es trampa!

Sin duda, las cosas estaban empezando a mejorar. Isa se sentía feliz, feliz de ser perdonada, aun sabiendo que aquel recuerdo la asecharía toda la vida. 

Melany V. Muñoz


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