10.

Inés.

-¿Por qué me dejas?-susurro con la voz entrecortada.

-Nunca dije que tuviese que quedarme, ¿acaso lo dije?

Abro los ojos rápidamente al no querer seguir recordando. Pero aquel día, aquella tarde, vuele a mi mente por mucho que no quiera que lo haga.

Bajé la cabeza; no quería que viese como se me empañaban los ojos.

-Respóndeme,¿lo dije?-insiste pareciendo enfadado.

Claro que lo decías, idiota.
Lo decías cada día, intercalándolo en cada frase, había veces en que hacías perderme del contexto, pero mirándote a los ojos sabía perfectamente donde estaba: en el lugar donde quería estar.
Lo decías cada día cuando teníamos que separarnos, intentando que pasase lo más deprisa posible, para volver a vernos y que pudieses volver a decírmelo, al oído, de esa forma que hacía que me surgiese calor en el bajo vientre, y frío en el cuello; y uno subía y el otro bajaba, y al encontrarnos sentía una pequeña explosión, un contraste, que definía exactamente como éramos él y yo. También solías decírmelo en la cama, de nuevo, donde dos seres imperfectos y incompletos, llenos de amor en los ojos y pasión entre las piernas, se dejeban desnudar por el otro y se juntaban dando lugar a la creación más completa y perfecta del mundo, o así me lo parecía. Y yo volvía a tragármelo, como ilusa que ya quiere lo que tiene. Me lo decías a todas horas para que perdiera ese miedo que tenía de perderte. En cada mensaje, en cada llamada, jamás se te olvidaba el: Voy a estar siempre a tu lado, o el, siempre contigo pequeña. Y ¿ves?, te estás yendo.

Pero aún así me callé todo eso y opté por contestarle:

-No, no lo dijiste.-susurré.-Supongo que es un adiós.

-No te engañes.-se rió.-Es un hasta nunca.

Y se marcho con una sonrisa arrogante y nerviosa, esa sonrisa en la que tantas veces me he perdido y la que sería, a partir de ahí, la razón de mis pesadillas.

Estampo mi cabeza contra el almohadón y me levanto después para alcanzar las muletas e ir a merendar. No más dormir. Por lo menos hoy no. Además, Rubén estará apunto de llegar y no quiero que me tenga que invitar a nada durante el camino, así que, tendré que llenar mi barriga.

Opto por un baso de leche que me relaje estos nervios que unos recuerdos me atraen y unas galletas oreo, que son mis favoritas.

Apenas he acabado cuando el timbre suena y me levanto a duras penas a abrir. Frunzo el ceño viendo entrar a Dani y no puedo evitar sonreír cuando lo veo con un ramo de flores.

-Hola.-sonríe y le contesto dejándole pasar.

-¿Y eso?-dudo señalándole el tan bonito ramo.

-He estado más de una hora en el campo que hay al lado de mi casa cogiendo las mejores.-me informa sentándose en un taburete y robándome una galleta.-Seguro que has oído hablar alguna vez del típico juego de "Me quiere, no me quiere", ¿no?-asiento intentando que no se note lo emocionada que estoy.-Pues he contado todos los pétalos para que cuando los cuente salga siempre el "me quiere"-abro los ojos como platos y se me acelera el corazón porque no sé cómo reaccionar a esto.-¿Crees que le gustará a Lincee?

Entreabro la boca y me doy la vuelta para absorber un poco de leche.

¿Enserio creías que era para ti, entupida?-habla segura mi subconsciente.-El no ha echo y jamás va a hacer esas cosas por ti.

-A quien no le guste eso...-le digo sincera, pero sin poder sonreír.
Eso ha sido un golpe bajo.

-¿Enserio?-sonríe y asiento sin ser capaz de mirarlo.-Genial.

-Deberías irte.-dudo unos segundos cogiendo otra galleta.-Rubén estará al llegar.

-Oh, claro.-sonríe y se levanta.-Yo también tengo que irme.-asiento y se da la vuelta para marcharse, pero vuelve a girarse y lo miro esperando a que hable.-Toma.-me tiende una rosa roja.-Se que es tu favorita.-me sonríe y la cojo dudosa.-Oh.-vuelve a mirarme.-Esa ha sido la más difícil que contar.

Sonrío un poco y me despido de él con la mano. Ya sabe de sobra dónde está la salida. Cuando oigo la puerta cerrarse, miro la flor y sonrío de nuevo. Este chico me vuelve completamente loca.

Ando a la para coja para dejar la hoja en un recipiente y cerrarlo para que se seque. Algún día la usare de marca páginas. Vuelve a sonar el timbre antes de que me de cuenta y esta vez tardó más en llegar a la puerta.

Rubén aparece con una sonrisa de lado a lado y saca su mano de detrás para darme un gran ramo de margaritas. Ouch.

-Te lo acabo de comprar.-sonríe y insiste en que lo coja.

-No hacía falta.-susurro estornudando y agarrándolo suavemente.

-¿No te gusta?-duda ante mi mueca de angustia.

-Si, si, son preciosas.-vuelvo a estornudar.-Solo es que...-me pongo la mano en la cara.-Les tengo alergia.

-Oh, dios, no lo sabía.-me lo agarra rápidamente.-Lo siento.

-No pasa nada.-me río ante su mueca de metedura de pata.-Ha sido un bonito detalle.

-Supongo.-susurra y sonrío otra vez.

-Venga.-me apoyo en su hombro para hacerle ver que no importa.-¿Dónde suele llevar súper Rubén a las chicas?

*******

Dani.

-Ha sido todo un detalle por tu parte, de verdad.-repite Lincee con una sonrisa.

-Bueno, que detrás de mí fachada de machomén, como tú dices.-me mira y alza las cejas.-Esta un romántico de primera.

-En el fondo todos soy unos blandos, eh.-se burla sacándome la lengua y miro al frente perdiéndome en esa imagen.
Rubén pasa por delante de nosotros con Inés colgada como un saco de patatas y exigiéndole que la suelte, pero no lleva muletas y el chico se niega.

Me muerdo el labio mentalizándome de que no debo de echar de menos eso y que me tengo que centrar en Lincee, pero es que me gusta demasiado.

Miro a la rubia, que también observa esa imagen y luego suspira. Parece que estamos en la misma situación.

-¿Lo conseguiremos?-me pregunta y la miro sin entender.-Olvidarlos.

-No tengo ni idea, Lin.-la miro y después de suspirar me mira más segura que nunca.

-Nos estamos mintiendo.-asegura.-¿No lo ves, Dani?-niego.-Les queremos a ellos y en vez de demostrárselo estamos aquí intentando olvidar.-asiento.-¿Desde cuándo somos unos cagados?

-Tu jamás lo has sido.-le digo sabiendo cómo es ella.-Sin embargo, yo siempre he tenido miedo, ¿o jamás te has preguntado porque la deje?

Niega con la cabeza y miro al cielo antes de responderle.

-Tenía miedo a quererla, a enamorarme de ella.-hablo.-Pero no me había dado cuanta que ya lo hacía, ya lo estaba desde hace mucho.

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