Nieve Roja
El sol se ocultaba detrás de las montañas en el pueblo, dando la ilusión de un crepúsculo más largo de lo que en realidad era en esta época. La gente comenzaba a entrar a sus hogares y a cerrar los puestos durante la noche, pero en medio de la calle que iba poco a poco quedando más vacía se encontraba la carreta donde Isaac, aquella anciana y él niño tomaban camino a la granja. El lodo y poca nieve del camino machaban las ruedas de la carreta y esta dejaba marcas a su paso, pero el frio llegaba hasta los huesos mientras el sol bajaba. El niño tomó una pequeña cobija que parecía llevar consigo siempre y se cubrió, recostándose y cerrando los ojos.
—Sabe... es bueno tener algo de compañía mientras uno viaja. Compañía que habla, eso es—le comentó la anciana a Isaac.
—Sigue siendo un niño, no tiene mucho de qué hablar aun
—No solo por eso, hace mucho que mi esposo no es capaz de acompañarme a un viaje hacia aquí—Isaac miro un poco perplejo a aquella mujer. —Oh, es que él ha estado enfermo desde hace ya un tiempo y mi nieto y yo lo hemos tenido que cuidar desde entonces...—.
—¿No saben qué le aflige?
—Tuberculosis... hemos tenido que hacer todo el trabajo de la granja. Aunque no es fácil es algo que no me molesta hacer—la sonrisa en el rostro de la anciana era acompañada por una mirada que contemplaba el horizonte.
—Cuando yo era joven, también cuide a alguien muy cercano a mi —la anciana regresó su mirada al hombre junto a ella.
—¿Supongo que a alguno de sus padres?
—A mi padre —Isaac bajo la mirada mientras avanzaba la carreta.
— ¿También cayó enfermo?
—No, solo sufrió un accidente y... perdió la mayoría de su mano. Lo estuve cuidando durante muchos años porque no conseguía trabajo —Isaac se fijó en sus manos, llenas de callos y múltiples cicatrices.
— Supongo que era muy joven cuando eso pasó.
—Lo cuidé desde que tenía nueve años. Hice muchísimos trabajos para mantenernos a los dos.
—¿A los dos? —la anciana pudo percibir el silencio de Isaac con la pregunta —Disculpe ...
—Está bien, no se preocupe.
—Mi esposo lleva así un par de meses y ... no creo que dure mucho más —la anciana miró atrás de ella, Isaac siguió su mirada.
—Tampoco creo que tenga mucho tiempo yo. Desde hace meses que he pensado en qué hacer con él, ¿con quién se quedará?, ¿Cómo crecerá? —su voz se quebró y sus ojos se tornaban ligeramente rojos con lágrimas al borde de salir —No lo he dejado acercarse mucho a mi esposo o a mi desde que se enfermó de tuberculosis.
Isaac se alejó un poco de la anciana. Está regresó su mirada al frente.
—¿Usted sabe cómo se siente ese miedo, Señor?
—Yo... yo lo he sentido por mucho tiempo.
—¿Su padre?
—Mi hija y mi esposa...
Era evidente para ambos que esta conversación no era la mejor para los dos.
—... es una carga difícil—dijo la anciana —pero sé que mi esposo hubiera hecho lo mismo, o mi nieto. Se que su padre también. Así nos tenemos que cuidar entre la familia —concluyó la anciana mientras llegaban a la granja, dirigió su vista hacia Isaac. Callado, con la mirada perdida en el suelo y completamente serio afirmó con su cabeza.
El viento los envolvió en su frio abrazo mientras llegaban a su destino.
La granja era acogedora, lo suficientemente grande como para cinco personas, un corral con suficiente espacio para 10 cabras y una barda muy burda rodeando este. Las cabras tenían la comida suficiente en el suelo y el agua la mantenían en el corral para evitar que se congelara. Además de un establo un tanto pequeño para los caballos. Adentro de la casa se veía la luz de una linterna de aceite. Había un pequeño desnivel a unos setenta metros de la casa, con varios árboles talados y lo que parecía ser una buena vista del terreno. Alrededor de la casa, había en su mayoría arbustos que murieron hace un tiempo.
Al lugar le hacía falta un mantenimiento más adecuado y un trabajo de pintura nuevo.
—Bienvenido a nuestra humilde granja—la anciana estacionó la carreta frente a su hogar. El sol se terminaba de ocultar por las montañas y la temperatura había bajado drásticamente. El niño se despertó y con rapidez llego al frente de la carreta y desanclo a los caballos para llevarlos por la fina capa de nieve al establo. La anciana e Isaac bajaron, la duda salió de sus labios.
—¿Cómo está tan segura qué vendrá esta noche? —Isaac conocía el comportamiento de estos animales, suelen hacer todas sus actividades en el día.
—Las últimas dos noches mi pobre esposo y yo nos hemos despertado por los quejidos de los animales durante la madrugada... —la anciana inclinó su mirada hacia la ventana de la derecha, de donde venia la luz. Adentro se podía escuchar como alguien tosía.
—Preferiríamos que usted esté aquí y que no venga el oso a la alternativa —la tos se escuchó otra vez desde adentro. La anciana ahora giró por completo a la ventana.
—No se preocupe, yo me posicionaré y cuidaré del lugar—Isaac le dijo, con una cálida sonrisa.
—Muchas gracias, señor...—
—Makarov—
—Levintina Sokolov—el nieto de la anciana regresó de asegurar los caballos y entro con su abuela a la casa, dejando a Isaac solo en el frio.
Sin mucho apuro, Isaac tomo sus alrededores. El viento soplaba frio contra el sur, lo que le haría fácil ocultarse pues si el oso viene será del norte. La nieve estaba fresca, sería fácil rastrear pisadas y moverse sin hacer mucho ruido. Las cabras parecían tranquilas, lo cual no le molestaría mucho y justo en la cima del desnivel había un tronco a la altura perfecta para recargar el mosquete. Escalar el desnivel no fue ningún problema, la vista era amplia y cubría casi todos los puntos que Isaac necesitaba ver.
Se sentó un momento en la nieve y rebusco en su bolsa. Lo primero que sacó fue un cobertor que se colocó sobre él y por debajo, un disparo y un par de sobres de pólvora para tener el mosquete cargado. Colocó la bolsa en el piso y, tal como su padre le había enseñado hace años, cargo el mosquete. Cuando Isaac terminó este ritual de cacería , se quedó mirando a la bolsa un momento y metió su mano en esta. Entre la pólvora y las balas que llevaba, además de ropa sucia y calcetines rotos, encontró aquello que buscaba: una foto vieja, donde se veía a él con una mujer de cabello claro y facciones redondas. En su brazo izquierdo una preciosa niña con cabello castaño y facciones redondas. Contempló la imagen en silencio, examinando los detalles y recuerdos que corrían a su mente. <<Padre todo poderoso, por favor que estén bien>>, fue el pensamiento que cruzo por su mente mientras sujetaba con firmeza y delicadez aquel tesoro.
El recuerdo de aquella vez, la sala de espera, la sangre sobre su ropa, los gritos de su padre al final del pasillo y la mujer que lo intentaba calmar y limpiar mientras él se encontraba gritando y clamando que lo dejaran ver a su padre. La cabeza le daba vueltas, sentía un vértigo enorme en el estómago, su visión no se enfocaba en nada, pateaba y aventaba los brazos en un intento de poder moverse, pero solo causaba que los brazos de la mujer lo apretaran más. Tomaba bocanadas de aire desesperado, su corazón latía con rapidez y su garganta dolía de tanto gritar.
—¿Isaac? —se detuvo un momento al escuchar que alguien lo llamaba, su visión seguía borrosa y solo distinguió una mancha difuminada en forma de persona frente a él arrodillarse —no te preocupes, tu papá está bien, pero necesita tiempo para recuperarse y despertar ...
No estaba muerto, a pesar de los gritos su padre no había muerto, pero tampoco estaba bien. Tenía un vago recuerdo de quedarse sentado, examinando con detalles el suelo y cada una de sus astillas. Los gritos de su madre, las noches que ella lloro por la ausencia de su padre, las peleas que tenían mientras él jugaba o intentaba dormir.
Las cosas de las que lo acusó.
Isaac dudaba, ¿Realmente valía la pena quedarse con él?, ¿Su madre estaría bien?, ¿De verdad no podría volver?
El sonido de unos pasos lo hizo girar la cabeza ligeramente y su visión se enfocó en el pedazo de caramelo frente a él y en la mano que la sujetaba.
—Pensé que necesitarías uno... —la voz de una niña le dijo, siguió el brazo hasta topar con el rostro de quien le ofrecía el caramelo. Una niña de su edad, con cabello claro, ojos azules y facciones redondas se encontraba junto a él.
El desgarrador sonido de las cabras asustadas lo hizo regresar de golpe a la realidad. Con agilidad alzo su rifle y guardo su foto en el abrigo. La noche estaba iluminada de manera muy pobre, la penumbra rodeaba a Isaac de no ser por pequeños parches por donde pasaba la luz de la luna. Con gran cautela escaneo el perímetro de la granja con sus ojos y oídos.
Ramas quebrándose.
Ese sonido era distintivo para animales grandes, empezó a enfocar su oído a donde provenía este, los matorrales era el único lugar de donde podría venir un sonido tan continuo. La oscuridad seguía siendo un problema, pero sabiendo de dónde venía el ruido dirigió el cañón del mosquete a la dirección del sonido. Preparó su gatillo para el momento donde tuviera un disparo claro del animal. Con el viento a su favor, este no lo podría oler, pero tendría que ajustar su tiro por la resistencia del aire.
Silencio.
Pero no cualquier clase de silencio, el leve silbido del viento se había detenido, las cabras previamente alteradas no emitían ni una respiración. Su piel se puso pálida y los cabellos de la nuca se levantaron, una verdadera necesidad de correr invadió todo su ser. Ahora todo lo que podía escuchar era su respiración y el palpitar de su corazón. Fue en ese momento cuando por fin vio algo, justamente entre los arbustos. Por lo menos un metro y medio por encima de los arbustos, justo en la oscuridad se encontraban un par de ojos reflejando la luz de la luna mirando directamente a Isaac.
Se paralizó.
Sus piernas perdieron fuerza.
Sus manos comenzaron a temblar violentamente.
Su visión comenzó a volverse borrosa y su sudor era frío.
La mirada de estos la podía sentir profunda dentro de su ser. Como si esperaran a que él reaccionara. Los ojos comenzaron a moverse por las sombras directamente a las cabras. Isaac quería creer que era un oso, pero todo le decía que la forma en la que se deslizaba, su altura y como había cesado todo el ruido no lo hubiera causado uno. Era difícil saber a dónde disparar con la criatura envuelta en sombras, él hacia su mejor esfuerzo por mantenerse a la velocidad de esta. Repentinamente se detuvo, mirando hacia el corral ahora. Él sabía que debía aprovechar eso.
Boom.
La anciana se despertó de golpe por el estruendo del disparo y los llantos de los animales. Miró a su esposo callado e inmóvil con los ojos abiertos mirando por la ventana. Ella se le unió, perpleja como él al ver el humo del mosquete y al hombre bajando. Con las fuerzas que ella tenía, se colocó de pie y empezó a caminar hacia afuera.
Isaac respiró profundamente mientras se colocaba de pie y comenzaba a bajar el desnivel. Tomó otra bala y comenzó a cargar su mosquete, esperando el momento en el que la criatura intentara arremeter contra él. Las cabras estaban asustadas por el disparo. Isaac se detuvo y coloco una rodilla en la nieve para sujetar el mosquete. No lo tranquilizaba el hecho de que esta criatura no había emitido ni un solo sonido desde el disparo, algo tan grande no caía tan fácil.
Giró su cabeza rápidamente cuando escuchó la puerta abrirse, la anciana se encontraba ahí con sus pijamas.
—¿Lo mató? —Preguntó jadeando.
—¡Señora Sokolov, entre a su casa!
—¿Lo logró matar, si o no?
—¡Señora, no lo...!
Un gruñido profundo retumbó por toda la granja en aquel momento. La señora Sokolov y Isaac se quedaron helados. Jamás habían escuchado algo así.
Los ojos blancos regresaron.
De la oscuridad empezó a salir una figura, difícil de ver al principio, pero algo que Isaac no esperaba. Su cabeza fue lo único que se asomó de la oscuridad, los ojos fijos en Isaac, su cabeza parecía de lobo con la excepción de su hocico de jabalí, que iba escurriendo una especie de líquido negro con las hileras de dientes mostrándose, Sus orejas más alargadas de lo normal y una expresión casi humana en su rostro, como una sonrisa macabra.
Ninguno de los dos pudo decir algo, la cabeza solo los veía desde ahí.
La mano le temblaba y su respiración estaba acelerada, su mente en un blanco absoluto. Isaac tenía el disparo listo, pero no podía ni siquiera levantar su rifle.
La señora Sokolov comenzó a gritar desesperadamente y a retroceder a su hogar.
La criatura lo notó y avanzó con ella. Ahora su deforme y corpulento cuerpo se podía observar. Sus patas delanteras parecían más brazos llenos de pelo y con garras que parecían navajas, su torso era como el de un lobo raquítico y más grande de lo que debería ser. Isaac comenzó a retroceder, sin moverse más rápido que la bestia, sin hacer un solo ruido y asegurándose de no ser notado. La señora Sokolov cerró la puerta de golpe y la bestia se arrojó contra esta con gran rapidez, tumbándola de un solo golpe.
Isaac sabía que no podía quedarse ahí.
No debía quedarse ahí.
Isaac pudo escuchar los gritos que provenían de la casa, al niño en horror absoluto, a la bestia gruñendo, el sonido de madera rompiéndose, de ropa siendo desgarrada y huesos siendo destrozados. Se dio a la carrera, en dirección al pueblo, sus cosas podían esperar a que él regresara. Cada paso le pesaba y el mosquete golpeaba contra su espalda, los ruidos deformes de esta bestia lo incitaban a aumentar el paso cada vez más. No podía ver atrás, no quería ver atrás, su padre le había enseñado muy bien lo que ocurriría si hacia eso
Y, aun así, lo hizo.
Desde el umbral de la puerta, la cabeza de esta criatura se asomaba, cubierta de sangre y con una especie de euforia en su mirada.
—Corre.
Una amalgamación de voces inhumanas provino de la criatura, Isaac comenzó a gritar y correr frenéticamente. Los árboles empezaron a rodearlo, sus ramas golpeando y rompiéndose contra él.
"¡No pares de correr!", las palabras de su padre resonaban en la mente de Isaac, sus piernas ardían por el esfuerzo de moverse entre las ramas, las laderas y piedras, tal como en aquella ocasión. Sus pulmones ardían con el aire frio y sus pies parecían sangrar por lo incómodo de sus botas. Podía sentir sus alrededores, cada ruido que no fuese de él lo adentraba cada vez más en aquel estado de paranoia. Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y podía distinguir toda clase de formas persiguiéndolo por sus lados e incluso algunas delante de él. "¡No vamos a lograrlo!", le llego a gritar a su padre mientras la manada de lobos los perseguía. Y ahora con esta criatura por detrás, el pensamiento no era muy diferente. Era casi como volver a ese preciso instante.
Durante la primera luz del día Aleksi logro recuperar la conciencia, su cabeza seguía dando vueltas como loco. Aunque su visión era borrosa, no era difícil distinguir la figura de su padre en una silla mirándolo.
—Hemos hablado de esto antes, Aleksi... —el tono de Vasil era serio, él lo conocía muy bien.
—Lo siento, pero...—
—Muchacho, no me vengas con ningún "pero". ¡Lo hablamos y creo que fui muy claro! —su padre levantó con brusquedad su mirada —¿Acaso tiene que ocurrir lo mismo para que te quepa en la puta cabeza que tienes que dejarlo? —ya conocía el regaño, pero no le era indiferente.
—¡No pude evitarlo! —
—Tú sabes muy bien que si, en especial cuando se trata de hablar con una chica... —
—Es que ella...
—¿Ella qué? —el sonido de conmoción afuera de su cuarto llamo la atención de ambos. Vasil supo al instante que se trataba de Isaac. Le dio una mirada a Aleksi que se entendía a la perfección, esta conversación aun no acababa. Ambos se pusieron de pie y se abrieron paso a la entrada de la posada, donde pudo ver a unas 9 personas intentando calmar a Isaac.
—¡Viene para acá! —sus ojos estaban inyectados en sangre, su abrigo y pantalones rotos. Tenía ramas y nieve en su sombrero y el resto de su cuerpo. La gente intercambiaba miradas, Vasil y Aleksi también.
El café estaba cálido, perfecto para regresar el color a los resecos y morados labios de Isaac mientras lo tomaba. La gente del pueblo seguía atónita ante el recuento que había dado sobre la noche anterior. Se encontraba sentado en medio de la posada con un cobertor encima.
—¿Esta seguro que le acertó en el cuello? —uno de los cazadores locales, Félix, le preguntó. Isaac asintió.
—L-l-la sangre d-debería seguir ahí —
—¿Pero ¿cómo pudo rebasar a esa criatura si es tan veloz como usted dice? —Félix no creía toda la historia, en especial en los bosques que llevaba conociendo toda su vida.
—El miedo puede llegar a hacer maravillas —respondió Aleksi. Isaac no podía quitar la mirada del café, las ventanas de la posada reflejadas en este como los dos orbes blancos que tenía por ojos esta criatura.
—En ese caso deberíamos volver, si es cierto lo que nos cuenta debe de haber una prueba—Vasil concordaba con Félix, si algo le había ocurrido a aquella familia, merecían justicia y un entierro decente.
Félix no estaba acostumbrado a foráneos, pero se trataba de los Sokolov y aquellos ancianos eran algunas de las mejores personas que él había conocido. Los cazadores se estaban preparando, excepto el que acababa de volver. Él se veía demasiado perdido y no había parado de correr en toda la noche. Sus botas estaban casi por completo destrozadas.
En el momento que el sol estaba más alto y todos con la cabeza más clara, los cuatro hombres embarcaron a su expedición hacia la granja de los Sokolov. Félix conocía bien el camino, toda su vida había estado recorriéndolos para encargarse de zorros y otros animales de caza que había por la zona. Pero ahora el viaje era para buscar señales de algo más, sin estar seguro de que. Sus acompañantes estaban en silencio la mayor parte del camino.
—Señor Félix —el muchacho se acercó a él —Cuando llegamos, le mencionaron a mi padre que tenían un problema con los osos de por aquí, ¿Realmente ha visto usted un oso por esta región?
Félix empezó a analizar los últimos ocho meses de cacería, desde hace más de cuatro que no veía a uno solo. Pero era normal no encontrar por un largo tiempo.
—En agosto fue la última vez que vi uno, cerca de la cordillera de la vieja mina —con su brazo señaló la dirección general.
—¿De verdad cree que los osos causaran todo esto?
—Si... —miro atrás de él, Vasil intentando hablar con el otro hombre, sus ojos cansados y con bolsas pesadas debajo de estos —No parece ser que el este en todas sus facultades. Creo que es más probable que solo este loco e imaginara todo eso.
—Isaac, no tiene sentido lo que me cuentas —Vasil deseaba poder creer, pero toda la situación era demasiado bizarra.
—L-lo entiendo, pero n-necesito que me crean... esa cosa me hablo y yo... yo... —Isaac intentó centrarse, pero era difícil hacerlo con la imagen de esta bestia en la puerta observándolo directamente.
—Los pude haber salvado... pudieron haber vivido.
—Eso usted no lo sabe, tampoco sabe si los mató a ellos. Quizás sigan bien, no te mortifiques.
Aleksi y Félix se detuvieron justamente en la vuelta de camino que mostraba clara la granja. El viejo se quedó extrañado al verlos petrificados en su lugar, pero al ver lo mismo que ellos no pudo evitar la misma reacción.
La nieve que cubría toda la granja estaba pintada de color rojo con las vísceras de todas las cabras de su corral. Pedazos desmembrados de estos animales por todo el lugar, en el techo de la casa, empaladas en arboles cercanos, intestinos, pulmones, hígados, todo órgano imaginable se podía ver desde ahí. Los ojos de Félix se comenzaron a llenar de lágrimas y sintió un vértigo gigantesco en su estómago.
—Cristo todo poderoso...
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