13


Al día siguiente, en la oficina todo son caras largas, y no es para menos. Una vez se ha confirmado el rumor, la gente tiene el corazón en un puño. Vanessa me mira continuamente, no me quita ojo y sé que lo está pasando mal por mí, así que, en cuanto tengo oportunidad, no dudo en dedicarle una sonrisa para demostrarle que todo va bien.

Marcos, el jefe de recursos humanos, aparece en nuestra planta entregando las cartas de despido. Cuando llega mi turno, noto una ligera presión en la boca del estómago; aun sabiendo lo que es, tener ese sobre en mis manos me pone tensa.

—Ha sido un verdadero placer trabajar contigo, Anna.

—Gracias Marcos. –Le dedico un asentimiento de cabeza y se va; siempre ha sido un hombre de pocas palabras, pero en esta ocasión se lo agradezco.

Vanessa me mira y no puede contener las lágrimas. ¡Madre mía, ya la tenemos otra vez! Tan pronto se recompone, saca un paquete de su bolso, se acerca a mi mesa y me lo tiende.

—¿Qué es esto?

—Mi hijo y yo te hemos hecho un regalo.

—¡Vaya! –exclamo ilusionada–. No tenías por qué hacerlo.

No responde, se dedica a observarme mientras lo desenvuelvo. Es una cajita de cartón decorada con acuarelas a la que le han enganchado lentejuelas brillantes y pequeñas florecitas de tela; es muy original. La destapo con cuidado, dentro hay una exquisita selección de bombones de pastelería.

—¡Qué bueno! Tienen un aspecto delicioso y la caja es una pasada. Muchas gracias.

Me levanto, la abrazo y vuelve a llorar; al final va a conseguir contagiarme.

—Tengo que darte las gracias por todo, voy a echarte tanto de menos...

—Vamos, vamos... No te pongas sentimental ahora, que no quiero llorar.

Sonrío, pero esa aparente felicidad no llega a mis ojos. Yo tampoco podré olvidarla, son demasiados años. En ese momento, James sale de su despacho y se queda paralizado al ver que nos abrazamos como el día anterior.

Me obligo a carraspear y automáticamente nos separamos. Mi jefe no nos quita el ojo de encima; hay algo que no entiende, pero decide pasar por alto nuestras inusuales muestras de cariño. A ver, tiene que entender que despedirse de la gente con la que has compartido tantos momentos es doloroso. Su mirada se centra en mi mesa, deteniéndose en el papel de regalo junto a la caja de bombones. Sin tan siquiera darnos los buenos días, regresa a su despacho y cierra la puerta de un fuerte golpe.

Suspiro y me siento; no debo descuidar mi trabajo, por mucho que tenga los días contados, debo terminar lo que empecé. No tarda en sonar mi teléfono, lo descuelgo y, sin darme tiempo a responder, se oye la voz autoritaria de mi jefe.

—A mi despacho. ¡Ahora! –Se corta la comunicación y palidezco, ¿por qué me trata así este estúpido?

Cuanto mentalmente hasta diez; no es momento para escenitas, debo tranquilizarme.

«Quince días, Anna, tú solo piensa eso».

Cojo la libreta y llamo a la puerta. Un estridente "pasa" suena al otro lado; mala señal.

—Siéntese.

En esta ocasión sí que me mira, sus ojos claros se centran en mí y espera a que me siente para alzarse él, remarcando su superioridad. ¡Como si su cara no bastara para intimidar a la raza humana!

—¿Me puede decir qué es esto?

Cojo el papel que me entrega para mirarlo con atención.

—Usted me ordenó que hiciera una lista de personal prescindible –me justifico.

—¡¿Acaso me escuchó decir que se incluyera en ella?!

Frunzo el ceño, no me gusta que me griten, y él no deja de hacerlo a la menor oportunidad.

—No, usted simplemente dijo que yo sabría mejor que nadie de quién se puede prescindir y de quién no en esta empresa.

Se pasa las manos por su repeinado cabello rubio despeinándose ligeramente; después, con el puño cerrado, da un golpe seco a su mesa haciéndome botar del asiento.

—¿Es que ya no quiere trabajar aquí? ¿Es eso?

—¡No! –Me apresuro a responder.

—Bien. Entonces anote el nombre de Vanessa Vilar en esa lista y quite inmediatamente el suyo.

—¡Ni hablar! –le digo poniéndome en pie para encararme–. ¡No pienso hacer eso! Si quiere despedirla a ella también después de que yo me haya ido, adelante; pero no piense que voy a quedarme si ella no está. No se merece que la despidan.

—¡¿Y usted?! –grita– ¿Se lo merece usted?

Su rostro serio se acerca tanto, que puedo oler su caro perfume desde aquí. Sin darme cuenta empiezo a sudar por la tensión acumulada.

—Nadie se lo merece señor Orwell, todos hemos trabajado muchos años para su padre y ahora para usted. La situación requiere de esta medida, no podemos elegir.

—Quiero que sepa que me disgusta enormemente lo que ha hecho. Veo que no puedo confiar en usted, así que avise a personal, habrá cambios en la lista, los efectuaré yo personalmente.

—¿Qué va a hacer?

—A partir de ahora vuelve a formar parte de la plantilla de Soltan, es lo único que debe preocuparle.

—¡No! –digo mientras el corazón empieza a latir desaforado, llevando la contraria a mi jefe, aunque eso me da igual, no pienso bajarme del burro–. No voy a trabajar en una empresa sabiendo que soy la responsable del despido de compañeros que no se lo merecen. Prefiero no estar y que al menos respeten los motivos por los que me fui, que quedarme y que me odien por lo que he hecho.

Su cara es todo un poema, le está subiendo tanto la tensión que ahora mismo su rostro parece la parte alta de un termómetro, tan roja que parece que vaya a explotar en cualquier momento; no quiero estar presente cuando eso ocurra.

—¿Qué es lo que quiere? Usted misma ha visto el estado de las cuentas.

—Sí, por eso he hecho lo que me ha pedido, ni más ni menos.

Suspira y se vuelve a pasar las manos por el cabello, despeinándose de nuevo. ¿Por qué se echará gomina teniendo ese pelo liso tan bonito?

—¿Qué otra cosa puedo hacer, Anna?

Mis pulmones se quedan sin aire tras escuchar mi nombre. Por norma general, en el trabajo soy la señorita Suárez, y su nuevo trato, más cercano, hace que recupere mi confianza.

James se sienta abatido en su silla.

—Todo se va a la mierda sin que pueda hacer nada, y lo peor de todo es que con esos despidos solo conseguiré ganar tiempo, pero el problema no se va a solucionar.

Tiene razón, ve las cosas del mismo modo que yo, solo que el peso que él lleva sobre sus hombros no es el mismo que el mío, ya que yo no he de dar la cara y sacar adelante algo que se hunde. Me siento frente a él a la espera de que alce el rostro y me mire.

—Vamos a ver, James... –He dejado atrás lo de Señor Orwell, soy consciente, pero llamarlo por su nombre le produce el mismo efecto que ha producido antes en mí y alza el rostro dedicándome una fugaz sonrisa de medio lado–. ¿Alguna vez te has preguntado si una empresa de protectores solares tendría buena salida en España? Sí, estamos en el país del sol, en verano hay más ganancias, pero ¿y el resto del año?

—Hasta ahora eso nunca ha supuesto un problema.

—Bien, espera un momento.

Salgo del despacho de mi jefe, cojo la carpeta que hay sobre mi mesa y vuelvo a entrar apresuradamente. Saco un fajo de papeles de su interior y los extiendo desorganizados sobre su mesa.

—Estas son empresas que se dedican a la cosmética en España. La nuestra tiene un buen producto, la gente confía en él y da buenísimos resultados, eso es un hecho. Ahora bien, creo que va siendo hora de que nos asociemos con otra firma, quizás una más joven y, juntas, crear un nuevo producto. A mí me gusta mucho el mundo de las cremas hidratantes, se comercializan durante todo el año y la gente las usa.

James parece sorprendido y coge mis papeles para ojearlos.

—¿De dónde has sacado todo esto?

—Bueno, no se lo digas a nadie, pero sabía desde el minuto uno que estaba despedida, así que me puse a curiosear otras ofertas de trabajo.

—¿Tan pronto? –Sus labios se curvan hacia arriba, verle sonreír me anima–. Cualquiera diría que estabas deseando irte.

—Siempre tiene que haber un plan B. –Me encojo de hombros y le devuelvo la sonrisa–. Mira por ejemplo esta de aquí. –Le indico unos papeles que le han pasado por alto–. Es una empresa de productos naturales, sus cremas se caracterizan por los olores. Sí, creo que los productos corporales perfumados están de moda.

Me arrebata el papel de las manos y lo lee.

—Es decir, tu idea es ampliar nuestra gama de productos aprovechando el nombre y la reputación que ya tiene nuestra firma.

—Exacto. Creo que ha llegado el momento de expandirse.

Me mira. Sus ojos se suavizan al ver la ilusión plasmada en los míos y cede con un asentimiento de cabeza. Sigo hablándole de mis locas ideas y, por raro que parezca, me escucha con mucha atención sin apartar los ojos de mis labios, atento a cada una de las palabras que salen atropelladamente de mi boca.

Continúo con mi monólogo durante largos minutos y cuando noto la boca seca, cojo el vaso de agua que hay sobre su mesa y le doy un sorbo. Eso le sorprende, pero con la emoción, no he querido quedarme a medias para ir a buscar un poco de agua. Continúo durante un rato, parece que no se aburre. De tanto en tanto me sonríe y sigue así, centrado en mi boca, que no se cierra ni por un segundo. Cuando por fin termino, arquea las cejas de forma cómica y añade:

—Está bien, vamos a probar. Concierta una cita con Naetura y Logona, los de la cosmética ecológica de la que tanto hablas.

Sonríe y a punto estoy de aplaudir de pura excitación, pero me contengo.

—Enseguida. –Me dirijo trotando hacia la puerta, James sigue sonriendo.

—Por cierto Anna...

Me giro, él se levanta y avanza hasta colocarse a mi lado.

—Da la orden para que paralicen esos despidos, intentaremos sacar la empresa a flote por otro lado.

Mi respiración se agita, mis manos tiemblan y mi corazón bombea con fuerza. Obedeciendo a un impulso irrefrenable, doy un salto en su dirección y lo abrazo con fuerza. Su cuerpo rígido permanece quieto y en tensión, aunque eso no me afecta, sé que los ingleses son como una viga de acero. En cuanto me separo, vuelve a resurgir esa risilla nerviosa, consecuencia de lo que acabo de hacer. Salgo de su despacho tan contenta que no quepo en mí de gozo, poniéndome manos a la obra para hacer todo lo que ha dicho.

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