17

Me coloco las vendas en las manos, me recuesto en la silla para luego levantarme y caminar de un lado a otro. Me siento hiperactivo, con ganas de correr un maratón y a espera de que la pelea inicie lo más pronto posible.

Axel entra a la pequeña habitación y se queda paralizado en la puerta, mirándome como lo que soy: un jodido loco.

Lo puedo ver reír, burlarse y decir cosas de mí como todos lo hacían en el orfanato. Eran unos malditos infelices, solo se alegraban del mal ajeno. Sacudo mi cabeza, esperando que las voces hagan silencio de una vez por todas. No entiendo, se supone que ya no debería sentirme de esta manera, estoy llevando mi tratamiento, no quiero estar así.

—Seth, deja de moverte.

Lo miro como si el loco fuera él, la adrenalina me recorre el cuerpo y quiero golpearlo. Hazlo, es uno más.

Retrocedo, aprieto mis manos en puños  y me siento. Una ola de tristeza me invade y lloro sin control. Corina, mi dulce niña, necesito que estés conmigo. Cada uno de los recuerdos de ella me invaden, me mareo, todo me da vueltas y caigo al piso de golpe.

•••

—¡Déjenme salir! —Golpeaba la pared con todas mis fuerzas, la sangre me salía de las manos; pero no dejaba de dar puñetazos al muro que me tenía aprisionado—. Los voy a matar —susurré mientras me deslizaba hasta el piso.

•••

No te la lleves —suplicaba, preso del pánico cuando la vi caminar hacia la salida—. Deja que la visite por lo menos, es mi hija.

Las lágrimas salían de mis ojos al notar cómo sonreía con malicia.

¿Creíste que podías atacarme y salir impune? —Negué varias veces, me limpiaba las mejillas con rabia—. Nunca más volverás a verla, incluso nos mudaremos de Estado. —Traté de alcanzarla, pero se movió con rapidez y se marchó.

•••

Halaba su pelo con saña, la tipa gritaba de manera obscena mientras me movía en ella sin piedad. Me daba náuseas estar así con esa mujer, llegué a mi orgasmo al fin y me alejé como si tenía la peste.

La sensación de vacío se apoderaba de mi pecho, eso ya no me llenaba ni satisfacía como esperaba. Mis manos temblorosas sacaron los billetes de mi pantalón, me vestí y salí de ese sucio motel.

•••

Escuchaba unos sollozos que se iban intensificado a la medida que me acercaba al baño de mujer. Me detuve, quise entrar, pero me daba miedo.

Me armé de valor y me introduje al lugar sucio y maloliente. Una chica estaba tirada en el piso, su larga cabellera castaña cubría su cara por completo. Me acerqué y miré para todos lados, no estaba consciente si era real u otro producto de mi retorcida mente.

Los quejidos de ella me sacaron de mis pensamientos, se quería mover, pero al parecer no podía. Me le acerqué, retiré su pelo y mi corazón cayó al verle la cara casi desfigurada por unos moretones. Mi mente viajó hacia Cristina, los ojos se me llenaron de lágrimas y levanté con cuidado a la chica. Caminé hacia la salida del centro comercial sin saber qué hacer. Entonces lo decidí, la llevé a mi casa y le sané las heridas.

•••

Un golpe, luego otro. Ataco a mi oponente sin piedad y provoco que este se tambalee. Es un poco más bajito que yo, pero más musculoso y aparenta más joven. Me acerco y le hago una maniobra, él queda atrapado entre mis brazos. Sangre sale de su boca, jadea queriendo soltarse de la llave que le he puesto, pero no lo libero. Los gritos de los espectadores me dan la sensación de bienestar y siento que tengo el poder en mis manos.

—¡Suficiente, Seth! —Escucho a Axel, pero lo ignoro.

Aprieto más al tipo y este se remueve, desesperado. Mis ojos se cruzan con los de Lino, quien sonríe con satisfacción y aplaude como un loco. A su lado está el rubio ese, el tal Mitch, mirándome complacido. Su sonrisa burlona me da escalofríos y suelto a mi oponente.

Las personas enloquecen, los gritos son abrumadores y me cubro los oídos tratando de que no me molesten. Axel se me acerca, me pasa una botella de agua y me conduce fuera del ring improvisado.

Lo he hecho de nuevo, esta vez gané. Sonrío, satisfecho, y trato de contabilizar el dinero que he ganado en mi mente. Me conduce hacia el cuarto, me sienta en una de las sillas y hace lo mismo quedando frente a mí. Me retira las vendas en silencio, sé lo que piensa y ahora me siento culpable.

—Si no era él iba a ser yo —me defiendo y asiente, aún sin mirarme a los ojos.

—Ya es suficiente, Seth, creo que debes abandonar las luchas.

Otra vez la misma cantaleta. Retiro sus manos de mí y termino yo mismo lo que él hacía.

—Necesito el dinero.

Sus ojos se suavizan y asiente, comprensivo.

—¡Felicidades! —El rubio entra seguido de Lino y aplaude con alegría—. Tenía mucho tiempo que no veía a alguien pelear así. —Su satisfacción me molesta, este tipo no me cae bien y aún no sé descifrar el porqué.

—Te dije que era muy bueno —Lino replica y me pasa una bolsa negra. Reviso que el dinero esté completo y lo entro en mi mochila.

—Hay que celebrar esta noche. —Se me acerca y posa una mano en mi hombro—. Conozco un lugar donde hay unas chicas calientes.

Suena tentadora la idea, hace un buen tiempo que no estoy con una mujer. Pienso en Emma, siento que algo se me ha olvidado, pero lo dejo pasar.

—No estoy de humor. —Coloco la mochila en mi espalda y camino a la salida.

—No seas aguafiestas, Seth, te mereces una buena cogida. —Lino ríe ante lo que dice el estúpido rubio, no contesto y salgo de ahí seguido por Axel.

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Mi vista se posa en la mesa del comedor, hay unos platos y una pasta que se ve exquisita, ya fría. Emma está acostada en el sofá, una copa de vino en el piso junto a una botella. Cierro los ojos con pesar, ella me había dicho que iba a cocinar algo para la cena. Estaba muy emocionada, no sé la razón, pero otra vez lo he arruinado.

Me acerco, la cargo entre mis brazos y observo su cara. Un dolor me atraviesa el pecho al notar lágrimas secas en sus mejillas, otra vez estuvo llorando y yo soy la causa. Me odio por hacerla sufrir, cómo quisiera que un día se despierte y yo le sea indiferente.

La acuesto en la cama con cuidado, retiro sus zapatos y le masajeo los pies como le gusta. Emma es pequeña y delgada, sus ojos marrones son claros y su pelo ondulado castaño. Su rostro es hermoso, su piel es cremosa y suave al tacto. Ella no sabe lo bella que es, se encargaron de hacerle creer que no es lo suficientemente bonita ni importante. Cómo quisiera tener en frente a las personas que la dañaron de esa forma, me vengaría por ella.

Acaricio su mejilla con pesar, merece a alguien que la ame y la valore. Me alejo al sentir rabia y miedo por pensar en que otro hombre la tenga. No, no puedo ser egoísta, es parte del trato, si ella se enamora y consigue a alguien que valga la pena se irá. Tiemblo al notar cómo mi pecho se encoge ante mis pensamientos. Camino de prisa hacia el baño, dispuesto a darme una ducha y así, quizás, se esfume este sabor amargo.

Unos toques en la puerta me hacen salir de la ducha con rapidez, envuelvo una toalla en mi cintura y camino hacia ella con el ceño fruncido.

Mi boca se abre en sorpresa al ver a la mismísima Cristina delante de mí. Sus ojos me recorren el torso desnudo y luego van hacia la toalla que cubre mi desnudez. Mi corazón se acelera al verla aquí, esta vez no es una ilusión o un sueño. Su pelo está suelto, cayendo en cascada por sus hombros y espalda. Está vestida con unos jeans y una blusa con un gran escote a la vista.

El piso se remueve debajo de mí al notar lo bella que está, como siempre lo ha sido. Aprieta sus manos y arruga el entrecejo como hacía cuando estaba nerviosa. Me sorprendo al ser consciente que no he olvidado esos detalles.

—¿Qué haces aquí? —Mi voz sale dura, pero lo cierto es que estoy nervioso y temblando como una hoja.

—Quiero que hablemos, Thiago, es urgente.


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