Capítulo 1 "Rey y reina"

    Ex-estudiante de La Universidad de Ciudad Gótica, excomandante y psicóloga de Arkham. Actualmente me movía entre los pasillos de aquella cárcel creada para cada uno de los criminales más peligrosos de Gotham. Los estudiaba mientras los observaba día a día, de manera que acabé conviviendo con ellos, descubriendo sus carencias y afectaciones psicológicas, entendiendo sus trastornos y su locura... Intenté entender sus mentes para curar sus dolencias, pero no funcionó con todos.

    A los pocos meses de trabajar, me asignaron un preso bastante peculiar. Se llamaba Arthur Fleck, pero todos sus compañeros de distrito lo conocían por "J". Me avisaron de que era realmente peculiar a la par que pernicioso, mas yo me sentía con suficiente fuera de voluntad para tratarlo. Estaba completamente segura de que podría encontrar la manera de resolver su desorden psicológico. Sin embargo, su intelecto era algo complejo y difícil de comprender. Él era alguien sombrío y estaba atrapado en la cárcel de su propia cabeza, recordando día tras día la razón por la que se encontraba prisionero en esa solitaria celda. Culpaba al pasado de su miseria, una carencia afectiva que lo había convertido en el criminal más vil de Gotham. De hecho, de las pocas sesiones que llevábamos conseguí sonsacarle la mínima información sobre su turbia niñez.
El resto del tiempo se dedicaba a mantenerse en forma, haciendo entrenamientos físicos con los pocos recursos que le proporcionaba el patio de la cárcel. No hablaba con nadie y mantenía firme su compostura, siendo siempre alguien distante para el resto de presos. Aunque conmigo parecía ser diferente. Yo le observaba desde la ventana de mi despacho y con las ventanas abiertas me apoyaba de costado en uno de los extremos mientras apuntaba en mi carpeta la frustración que transmitía y eliminaba gracias a los ejercicios de fuerza que realizaba. Su pelo desteñido me facilitaba su localización, aunque él también terminó sabiendo la mía, todos los días... Ya ni siquiera podía mirarlo con libertad cuando él llevaba su obscena vista hacia mí persona cada vez que hacía una de esas flexiones con sus brazos.

    Le gustaba exhibir aquellos extraños tatuajes cuando se quitaba la camiseta para entrenar y alardeaba de la atención que le proporcionaba al mandarme desde lo lejos una liviana mueca que repetía sin parar. Lo hacía tantas veces como fuera necesario hasta que lograba sonsacarme una sonrisa. Sinceramente, pensaba que estaba consiguiendo acercarme a él.

    Cada sesión nueva que hacíamos se iba convirtiendo en una conversación que nos llevaba a contar nuestros deseos y secretos más oscuros, porque eso era lo que yo quería descubrir. Quería saber qué era lo que motivaba a "J" para ser así, por qué razón había caído en las drogas siendo tan joven...
Uno de esos días pregunté si había alguna posibilidad de poder liberarlo de las esposas durante la terapia. Quería que viera que podía confiar en mí y asustada me presenté en la puerta de su celda.

    —¿Está usted segura de esto, señorita Quinzel? —me preguntó el guardia de seguridad cuando me vió llegar.

    Por un segundo pensé en las consecuencias de que aquel hombre pudiese agredirme pero, "¿y si no lo hacía?", me dije. Podría curarle.

    —Sí —le respondí decidida.

    Tomé aire e intenté mantener la calma mientras el policía abría la puerta con sus llaves. Desde el umbral de la entrada, ambos observamos al paciente sentado frente a nosotros. Se mantenía cabizbajo, con los brazos apoyados en la mesa de madera y usando sus dedos de la mano izquierda para acariciar su pálido cabello verde.

    —Con cualquier cosa, estoy aquí —me intentaba tranquilizar el guardia armado.

    Él se quedaba a fuera al mismo tiempo que yo pasaba a dentro de la habitación y cerraba la puerta para mayor seguridad. Por unos segundos me mantuve allí de pié, quieta, observándolo. "J" se dignó a mirarme en cuanto nos quedamos solos. Estaba esperando a que me sentara con él, como hacía siempre pero de distinta forma, porque hoy ambos nos expresaríamos libres, sin esposas o grilletes que lo mantuvieran atado de pies y manos.
Me acerqué con cuidado mientras abrazaba mi carpeta como única protección y me senté en la otra silla, frente a él.

    —Hola —le saludé, tras producir un sonido grave para preparar la voz.

    Sólo estábamos nosotros dos, no había nada ni nadie más que nos molestara durante la reunión.

    —Buenos días, doctora —quiso añadir, mientras yo dejaba mis cosas sobre la mesa.

    Estaba nerviosa, pero intenté ocultar esto último bajo el uso de palabras relacionadas con la sesión.

    —Bueno, eh... —pensé—. Es nuestra quinta sesión, Señor "J". Quería saber antes de nada si usted está viendo algún avance con mi ayuda.

    Él se inclinó hacia atrás y cruzó sus brazos.

    —Eso debería preguntárselo yo, doctora —dijo después—. ¿Estoy mejorando, doctora? —cuestionó de una manera prepotente a la vez que sexual.

    Entonces me mostraba una de sus sonrisas más características, enseñando aquellos dientes tan perfectos y brillantes que caracterizaban a "J".

    —No puedo ayudarte si no me dices lo que hiciste, Señor "J" —le pedí, manteniéndome seria.

    De inmediato, él se dejó de reír y agarró su pelo con ambas manos al mismo tiempo que apretaba sus dientes para mantener a raya esa frustración que le comía por dentro. En ese momento, me sentí bastante incómoda, tanto que me apoyé en el asiento y me aferré al posa manos con fuerza para inhibir el miedo que sentí en aquel instante. Creía que iba a hacerme daño, cuando de repente "J" se percató de mi situación y se calmó. Dejó de agarrar su corto pelo y extendió una de sus manos hacia mí. Me pedía sosiego, pero el temor a ser agredida era mayor de lo que pensaba. Así que me mantuve quieta, en aquella posición.

    —Aún no puedo contárselo —haciendo una pausa mientras me miraba con ojos amplios de curiosidad—, necesito confiar en usted, doctora.

    Ahora aparentaba tranquilidad. Exploraba mis apuntes, moviendo las hojas de una manera ligera y lenta para no asustarme. Entonces pude quedarme más serena, aunque sin bajar la guardia en ningún momento.

    —Estás nerviosa —comentó seguro.

   Solo pasaron unos pocos segundos cuando respondí:

    —No —me atreví a mentir.

    Me recoloqué en el asiento con superioridad para que notara que no tenía miedo, mas no era así. Aquella situación fue realmente incómoda a la vez que peligrosa. El corazón me latía con fuerza y dije lo primero que se me vino a la cabeza:

    —¿Tienen un significado? —al ver los dibujos de sus brazos—. Los tatuajes.

    Aquel mono naranja que llevaba puesto no le impedía llevar sus musculosos brazos al aire. Orgulloso de ello, me enseñaba uno de los tatuajes que llevaba al dorso de su mano izquierda y se ponía esta misma delante de su cara. Aquella enorme y extravagante sonrisa con labios rojos pintada en su piel tapaba la suya propia y él me transmitía una desagradable risa diabólica. Tras esto, se destapaba la cara para observar descaradamente mis ojos y me decía: "¿es capaz de confiar en mí, doctora?".
No sabía si sería buena idea seguirle la corriente, aunque si quería ir más allá de lo que ya sabía de él tenía que hacerlo...

    —Sí —proseguí.

    "J" no contestó al instante, de hecho reaccionó de una forma pausada y cariñosa. Una de sus manos osó tocar la mía a través del borde de la mesa y aunque yo la apartarse fríamente, no se dió por vencido en su intento de acercarse a mi persona, atreviéndose tras ello a quitarme las gafas de la cara con total tranquilidad. Yo no opuse resistencia, la verdad creía que necesitaba mi ayuda más que nadie de Arkham. Así que intenté entender qué era lo que quería decirme con todo esto. Sin embargo, lo único que hizo fue recoger las gafas y apoyarlas en un lateral, junto a los folios de papel. Con amabilidad, me pidió coger el bolígrafo que mantenía atrapado con mis dedos y con extremo recato se lo ofrecí.
Supuse que quería escribir algo, demostrar quién era o contar el secreto que escondía a través de la tinta de aquel boli negro. Pero no fue así. Sorprendentemente, El Señor "J" tenía sentimientos que no le dejaban expresarse con total libertad. Para ello necesitaba evadirse y pensar en lo que realmente le importaba de verdad.
Tomó el bolígrafo con tacto y palpando mi rostro tuvo el placer de dibujar un pequeño corazón en mi mejilla derecha como símbolo de su amor.

    —¿Eso responde a su pregunta, doctora? —me dijo después.

    Ni siquiera respondí. "¿A caso se estaba enamorando de mí?", pensé. Pues si esto fuese cierto yo no sabría si podría continuar con aquella terapia que, inconscientemente, nos comenzó a tener unidos con el tiempo. Creía creer que le estaba curando y lo único que estaba pasando era que él se estaba enamorando de mí y yo de él.

    Poco a poco desaparecieron esos cambios de humor, la ira se desvaneció... Era un hombre bueno atrapado en aquella cárcel de locos, aislado del mundo y sin un futuro próspero al que mirar. Pues a pesar de que mi trabajo estaba dando sus frutos, la condena de "J" no se vio rebajada. La justicia decía que mi terapia no servía para nada, que era yo la que estaba cambiando, no él. Y decidieron mantenerlo encerrado en Arkham para siempre.
Ahora era yo la que estaba frustrada. Habían cuestionado mi profesionalidad y con su decisión me habían insultado. Por eso quería demostrarles que se equivocaron y que "J" merecía ser tratado como un civil normal, al igual que el resto de ciudadanos de Gotham.

    En una de aquellas sesiones no pude más. Él me seguía esperando de la misma manera que siempre, sentado en aquella silla y al otro lado de la mesa que no nos dejaba estar juntos. Quería hablar, pero yo deseaba ir más haya. Ya no era la misma chica que apareció en Arkham hace unos meses atrás, ahora necesitaba hacer justicia, ver que mi trabajo merecía la pena, saber que había conseguido aquello que otros psicólogos no habían logrado en años...
De pié ante él, dejé caer en la mesa unos pantalones y camiseta negros, llamando de esta manera su atención. "J" me observó con asombro y me dejó caer:

    —¿Va a ayudarme a salir de aquí, doctora? —optimista.

    No estaba loca y él sabía que era capaz de ayudarlo si me lo proponía. Además, yo estaba segura de que "J" sería un ciudadano ejemplar. Así que no dudé en contestarle mientras de entre mis apuntes desvelaba un arma de fuego.

    —Sí —le hice saber.

    Ese mismo día "J" escapó de Arkham. Aunque no lo hizo sólo.
Sinceramente, pensé que aquello nos uniría aún más, pero lo único que hizo fue distanciarnos como nunca antes.

    Aquella noche se encendieron las luces de emergencia. Un preso había huido durante la noche de una manera sigilosa e indetectable. Aunque yo sabía perfectamente por dónde iba a intentar escaparse.
El parking de los empleados era un buen escondite. Una de las puertas de emergencia daba al exterior, desde donde pude ver a "J" buscando el mejor auto con el que marcharse de allí. La llegada de uno de los trabajadores le dio la oportunidad idónea para hacerse con su coche. El muchacho le dió el alto nada más bajar del automóvil y "J" lo apuntó con la pistola que yo le di horas antes. El sonido del disparo retumbó tanto que los guardias que lo buscaban por dentro de la prisión se trasladaron rápidamente al exterior. El helicóptero de rescate apareció de repente como apoyo a la policía. Yo me quité la bata blanca y con el viento de cara salí corriendo hacia "J". Él se agachaba para coger las llaves del hombre abatido, entonces una luz cegadora lo abordaba desde el cielo.

    —Mantenga las manos en alto, está rodeado —escuchamos decir al piloto del helicóptero.

    Sin obedecer, "J" se montaba en el asiento del conductor y cerraba la puerta con decisión. Se mantenía concentrado, con una sonrisa de oreja a oreja observaba a lo lejos la entrada y salida de vehículos por la que conseguiría escapar. Sin embargo, yo aparecí de la nada para abordarlo y pedirle que no lo hiciera, no sin mí. Di varios golpes al cristal mientras "J" introducía las llaves en el coche para arrancar. Entonces él me observó con pesar y bajó la ventanilla para que los dos pudiéramos hablar:

    —Por favor, no lo hagas sólo —le dije desesperada—. Déjame ayudarte...

    Él movía su cabeza de un lado a otro lentamente. Parecía no querer dañarme pero al mismo tiempo deseaba abandonarme y desaparecer de mi vida para siempre y yo no quería eso.

    —No podrías, Quinn —decidió tutearme con cariño.

    Por primera vez me había llamado por mi apellido y no por mi estatuto profesional. Y aquello me hizo desear escaparme con él aún más.
Sin embargo, "J" arrancó y aceleró para dirigirse hacia la salida. Yo solo pude verlo marchar, aunque podría seguirlo: junto a los coches aparcados, varias motos se mantenían apartadas sin ningún tipo de seguro que las mantuviera sujetas al lugar. Entonces pensé en robar una.

    Los guardias corrían por el parking en busca del fugitivo, cuando este ya se encontraba al borde de la barra que impedía su salida.

    —Su permiso, señor... —le pedía el guardia de seguridad sin a penas percatarse de quien se encontraba en el coche.

    "J" volvió a sacar la pistola, aunque esta vez solo para amenazar al policía y que subiera la barrera. Obviamente, consiguió que lo hiciera. Ya solo tendría que acelerar y no mirar hacia atrás, pues los guardias no conseguirían alcanzarlo a pie, pero yo sí. Cuando "J" avanzó rápidamente para abandonar El Asilo de Arkham, traspasé con una moto la barrera antes de que se cerrara.

    Ambos huíamos de la luz del helicóptero que nos perseguía por la oscura carretera convencional. Las matrículas de los vehículos que habíamos robado no tardaron en hacerse virales en los medios de comunicación y la policía comenzó a buscarnos por toda la ciudad.
La verdad es que "J" conducía con bastante riesgo y peligrosidad. El adelantamiento que hacíamos a todos aquellos coches que transpasábamos a gran velocidad nos permitió perder de vista al helicóptero y yo me mantuve firme en mí afán de detener a El Joker en su intento de deshacerse de mí.

    Llegando a una autovía más iluminada y menos concurrida, mi moto sonaba cada vez mas cerca del coche negro al que perseguía sin parar. Aceleré como último esfuerzo y logré ponerme al mismo nivel que "J". Entonces osé mirarle a través de la ventanilla. Esperaba que sintiera algún sentimiento hacia mí persona, aunque fuese lástima, ya ni siquiera eso me importaba. Sin embargo, él no hizo nada, simplemente llevó su vista de nuevo hacia la carretera y tapó su rostro con su mano izquierda para que no lo viera. Frustrada, produje un fuerte sonido de rabia y aceleré aún más. Quería adelantarlo con la moto y ponerme delante de él para obligarle a parar.
Los ojos de "J" se impregnaron en mi espalda y observó con paciencia. Quizás no pensé demasiado en las consecuencias cuando opté por girar los mandos de golpe para tumbar la moto y quedarme encima de ella mientras frenaba entre las chispas que salían al chocar contra el asfalto de la autovía. Bajé de la moto notando mi pelo suelto y por primera vez sintiéndome libre de hacer lo que quisiera ante ese payaso. Su coche se aproximaba con rapidez, pero yo me mantuve ante él, quieta y esperando ansiosa su llegada. "J" me miró con fiasco y acabó pisando el pedal del freno. Entonces el coche se detuvo justo antes de llegar a tocar mis piernas.

    —Otra vez usted —decía nada más detenerse mientras me sonreía desde dentro del coche.

    Entonces yo golpeé el capó del coche con ambas manos y le grité:

    —¡No puede dejarme aquí!

    —Otra vez no, que coñazo —seguía murmurando.

    Y al ver que no me movía, "J" decidía salir del auto mientras un camión no tenía más remedio que detenerse detrás de nosotros.

    —He hecho todo lo que me ha pedido —le decía mientras tanto—, pruebas, ensayos, de todo...

    Él se acercaba a mí con cuidado y al mismo tiempo que fruncía el ceño, pues no parecía entender por qué hacía todo eso.

    —He demostrado que le quiero —le seguí diciendo—, así que...

    —Vale, vale, vale, vale... —me interrumpió alzando sus manos al aire—. Yo no soy alguien a quien se quiere...

    Hacía una breve pausa y daba una fuerte palmada ante su cara.

    —Soy una idea —se le ocurrió decir—, un estado de ánimo.

    Ni siquiera el sonido del claxon del caminión interrumpió nuestra conversación. Fue entonces cuando "J" comenzó a levantarme el tono de voz para que entendiese de una vez por todas que no iba a ceder ante nada que pudiera estropear aquellos planes a los que se refería:

    —Yo ejecuto mi voluntad en función de mi plan —al mismo tiempo que daba una vuelta alrededor de mí—, y usted, doctora, no es parte de mi plan —me hacía saber finalmente.

    Pero quería que supiera que yo no le iba a incomodar, que podíamos trabajar juntos... Llevé ambas manos hasta su rostro y le pedí varias veces que tuviese fé en mí, tantas como aquel conductor del camión nos pitó para que continuaramos con el trayecto y no produjésemos más atasco del que ya había.

    —Confía en mí, confía en mí —pero "J" se apartó—, le prometo que no le haré daño.

    —Me lo promete, me lo promete... —burlándose de mí con aquella risa de loco.

    En ese momento, el conductor de detrás decidió interrumpirnos y bajarse del vehículo para insultarnos:

    —¡Eh, gilipollas! —andando con mal genio hacia nosotros—. ¿Podéis iros a dar por culo a otro sitio?

    Casi no le dejo terminar la pregunta, ya que tomé la pistola que "J" llevaba metida en uno de los bolsillos del pantalón y disparé al hombre para que no nos molestase más. Sin duda no me había temblado el pulso y al hacerlo me había convertido en una asesina, al igual que él.

    —Iba a decirte eso de... yo que tu no lo haría, pero... —pues terminó callando.

    El arma, que volvió a ser mía, ahora le apuntaba a él.
En ese momento no pude sentirme más decepcionada. El desengaño de ver el resultado adverso de la fuga que ambos habíamos protagonizado me hizo ver la verdad. "J" me había estado utilizando para escapar del único sitio que lo mantenía lejos de la ciudad y yo nunca le llegué a importar. No como él me importaba a mí y eso me dolía, pues creí que lo que estábamos viviendo era real. Pero no era así. Ahora lo único que quería era deshacerse de mí.

    —No me haga daño —me pidió con cuidado mientras sus manos se alzaban como modo de suplica—. Seré su amigo.

    Pero yo no aparté el arma. Tenía ante mí la posibilidad de enmendar mí error y acabar con el criminal más peligroso que existió en Arkham. Sin embargo, una parte de mí me pedía apretar el gatillo y acabar con toda esta historia, pero mi corazón me instaba con ahínco que no lo hiciera.

    —Sabe disparar, ¿no? —acabó pidiéndome "J", desesperado—. Vamos, hágalo, vamos, vamos, vamos...

    Pero yo cesé su deseo al confesarle la pregunta que se clavó en mi cabeza mientras mis ojos hacían un intento de llorar, rabiosos:

    —¿Mi corazón le da miedo y un arma no? —sonriendo irónicamente, sorprendentemente.

    Mas él no quiso escucharme o al menos no pareció hacerlo.

    —¡Vamos! —volvió a gritarme con el arma apuntando a su frente.

    Quizás fue mi corazón el culpable de que aquella bala no acabase con El Joker esa misma noche o tal vez fuese mi poca fuera de voluntad la que me impidió apretar el gatillo. No lo sé. Lo único que recuerdo fue como "J" me arrebató la pistola de una forma habilidosa, desmostrándome de esa manera que yo no valdría para ser una buena villana. No como él, pues "J" no amaba a nadie.
Pero esto no terminó ahí. Además, "J" tuvo la poca vergüenza de tratarme con tan baja desconsideración y desprecio que repitió su mofa y me transmitió aquella risa de maniaco mientras se apuntaba él mismo a la mollera.

    —Joder, si no estuviera tan loca creería que está chiflada —dijo vilmente en tercera persona—. Y ahora, largo.

    Pero no iba a darme por vencida.
Fruncí el ceño descaradamente y me mantuve firme en mí promesa de ayudarle. Me dirigí hacia la puerta del copiloto abandonando la moto en medio de aquella autopista para subirme al coche del Joker. "J" no se esperó esa reacción y me acompañó como conductor. Se sentó con cuidado a mi lado y me enseñó la pistola que portaba aún en sus manos. Yo lo miré intranquila, pero valiente al mismo tiempo. El miedo no iba a poder conmigo. Entonces posó el arma en el posa vasos y cogió el volante mientras me avisaba:

    —Tu misma.

    Tal vez "J" no se fiara de nadie y por ello quizás necesitaba una prueba de que yo le sería fiel para siempre.

    Aquella noche él me llevó a la fábrica abandonada de Ace Chemicals. Aquel lugar sombrío y tétrico albergaba en su interior misteriosos campos de la química que se olvidaron en el tiempo. Tanques repletos de ácido quemaban la atmósfera que rodeaba el lugar y el olor repugnante que nos abrazaba impedía que cualquier tipo de ser sobreviviera a tal corrupción.
"J" me ofrecía asomarme desde lo alto de una de las plantas para poder observar cada uno de los tanques que yacían en el suelo. Su estampa verde, al igual que su pelo, era tan denso que podía tocarse el vapor que salía de cada uno de ellos.

    Realmente parecía extraño que "J" supiera moverse tan bien por aquella fábrica. Era como si ya hubiera estado allí y conociera ese sitio como la palma de su mano.

    —¿Por qué aquí? —decidí preguntarle.

    Ya no me daba miedo, el arma de fuego se había quedado en el coche y lo único que podría hacer para matarme sería empujarle hacia aquellos tanques llenos de ácido caliente. Pero yo sabía que él no sería capaz de hacer eso.

    —Esa no es la pregunta, doctora —a la vez que se acercaba al borde él también—. Te ves tan convencida que piensas no tiener miedo al seguirme hasta aquí.

    —No —confirmé, mirándole fijamente a los ojos.

    Sin embargo, él estaba completamente seguro de que me equivocada.

    —A veces no nos damos cuenta hasta que no tenemos ante nuestros ojos el final del camino —comentó.

    Siendo así, "J" se quitaba la camiseta y la dejaba tirada allí mismo, para que yo pudiese ver todos los tatuajes que adornaban su cuerpo.

    —Todos estos tatuajes son cicatrices, heridas en mi corazón... —respondiendo así a mi pregunta por fin—, y en mi mente.

    Entonces acariciaba mi mejilla, allí donde me había pintado aquel día el corazón negro que acabé quitándome tras la terapia. Mis ojos se cerraron por unos segundos livianos y me atreví a dejar mi mano delicadamente sobre su fuerte pecho.

    —¿Tú morirías por mí, señorita Quinn? —me preguntó después.

    —Sí —sin apenas pensar.

    Él tomó aire y prosiguió:

    —Demasiado fácil —haciendo una pausa—. ¿Vivirías por mí?

    —Sí —volví a decir, confusa.

    —Cuidado —me avisaba mientras me mandaba callar con una de sus manos—, no te apresures a contestar.

    "J" me ponía su mano tatuada sobre la cara para verme sonreír.

    —El deseo se convierte en entrega, la entrega se convierte en poder —explicó—. ¿Es lo que quieres?

    —Sí, lo quiero —contesté.

    —Dilo... —pidió sin parar, eufórico—. Porfa, porfa, porfa...

    —Por favor —terminé diciendo.

    —Dios, eres tan buena —mientras me abrazaba la cabeza con ambas manos y me quitaba con cuidado mis gafas negras.

    Se guardó las lentes en el bolsillo trasero de su pantalón y con afecto osó retarme a anteponer mi apego a la vida con el amor que sentía hacia él.

    —Si de verdad quieres seguirme, debes confiar en mí —dijo.

    Quería que le demostrara que podía fiarse de mí, que haría todo lo que estuviera en mi mano para que los dos consiguiéramos lo que queríamos. Deseaba que viera que juntos seríamos más poderosos que estando solos.
Miré hacia el tanque de la última planta. El ácido me esperaba como una caliente y líquida tumba. El humo verde acarició mi rostro como bienvenida y me volví hacia "J" para verle por última vez. La sonrisa inundaba su cara, entonces me quedé con esa última imagen como recuerdo cuando decidí cerrar mis ojos para siempre. Respire profundo unas pocas veces antes de lanzarme y abriendo mis brazos en cruz decidí precipitarme lentamente. Estaba a punto de separar la punta de mis zapatos con el suelo de la planta en la que nos encontrábamos, cuando alguien quiso salvarme antes de caer al ácido. Abrí los ojos y me vi allí colgada, unida al único hombre que pudo salvarme de haber muerto aquel día. El Joker me miró con locura y me mantuvo sujeta durante todo el tiempo que le permitieron sus brazos hasta que tuvo la suficiente fuerza como para devolverme a un lugar seguro.
En ese mismo momento vi quien era de verdad. Me había salvado y eso solo podía significar que me amaba tanto como yo a él. Y los dos comenzamos a comprender lo que sentíamos estando juntos.
Entonces lo abracé y él hizo lo mismo. No quería soltarlo, ahora me sentía segura cerca de él.

    —Bienvenida a mi plan, Quinn —me decía al oído, con cariño.

    Él se acercó a mis labios con liviandad y yo lo besé. Un acto del que ninguno de los dos nos arrepentimos y por el que nos sentíamos orgullosos, pues desde ese mismo día su risa nos convirtió en el rey y la reina de Gotham.

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