30
Abro los ojos de golpe y la luz me deslumbra. Vuelvo a cerrarlos. Hay demasiada luz, joder, ¿me la dejé encendida antes de ir a dormir?
Poco a poco consigo que mis ojos se acostumbren a luz. El lugar en el que me encuentro no me es familiar, pero lo reconozco: son las paredes blancas de un hospital.
Me siento confusa por unos segundos, ¿qué hago en el hospital?
Y entonces todo regresa a mi cabeza y mi pecho se llena de dolor. Llevo las manos a mi barriga de forma casi inconsciente, y de repente escucho una voz.
—¡Deena! —exclama la voz de mi madre, y en cuestión de segundos ella aparece en mi campo de visión.
Me incorporo en la cama e intento hablar, pero no me sale la voz, es como si hubiera enmudecido.
—Tranquila, cariño, relájate, no debes ponerte nerviosa. —Acaricia mi brazo, mirándome con preocupación.
Me fijo en las lágrimas retenidas en sus ojos, y siento ganas de llorar yo también. Mi cabeza es ametrellada sin parar con imágenes del cuerpo inerte de Frank, y de la sangre entre mis piernas.
Sangre. Mi bebé.
—¿Q... qué ha pasado? —pregunto, con la voz temblorosa, sin despegar las manos de mi barriga.
—El bebé está bien —me asegura, y suelto un suspiro de alivio.
—Y... ¿y Frank? —pregunto, esperanzada.
Cuando la expresión de su rostro cambia sé que, por más que lo desee, nada de lo que pasó fue mi imaginación.
No quiero aceptarlo. Me niego a creer que él se fue así, tan rápido, tan de golpe. Se me hace inconcebible que él no esté.
—Voy a llamar al doctor y a papá, ¿de acuerdo? —dice, pero no contesto, no tengo fuerzas ni para eso.
Mamá sale al pasillo, permitiéndome tener unos minutos a solas. Mi mente no para de hacerse preguntas, de recordar cosas dolorosas y de torturarme, ni siquiera puedo pensar en algo concreto porque hay demasiados pensamientos a la vez.
Al poco rato la puerta de la habitación se abre y entra papá respirando agitadamente, algo que demuestra que ha estado corriendo, con su bata blanca puesta.
—Deena, ¿cómo estás? —me pregunta, preocupado, y yo solo asiento con la cabeza—. Ahora viene el doctor.
Mi padre no puede ser mi médico, ya que al ser familiar eso no está permitido en el hospital, así que me han asignado a un amigo suyo, el doctor Orson. Él llega al poco rato seguido de mi madre.
El doctor me hace algunas preguntas rutinarias y examina que todo esté bien en presencia de mamá, ya que mi padre ha tenido que irse a atender una emergencia.
—Bien, Deena, parece que todo está bien, pero debido a lo que ha sucedido esta madrugada deberías evitar cualquier situación de estrés. —Me mira con seriedad— Piensa que es tu vida y la del bebé lo que está en juego. Esta noche hemos conseguido estabilizarte y salvaros a ambos, pero ahora mismo hay el riesgo de que al mínimo estrés vuelva a ocurrir, y no sabemos si podremos volver a salvaros.
—Lo veo difícil. —Río amargamente, con la mirada fija en las sábanas blancas de mi cama— Tengo un trabajo y un jefe bastante estresantes.
Y Frank. Frank, Frank, Frank. El dolor se acentúa, ¿cómo se supone que voy a estar bien? Ojalá pudiera chasquear los dedos y olvidarme de todo.
—¿De qué trabajas? —me pregunta el doctor.
—Camarera —murmuro, sin ganas de hablar.
Sé que lo hacen por mi bien, pero ahora mismo solo quiero estar sola.
—¿Implica cargar peso?
—Sí.
—Bien, según mis informes estás de tres meses y medio —dice, leyendo sus papeles, y yo simplemente asiento—. Dado que ha habido complicaciones y esto se puede considerar un embarazo de riesgo, ya podrás solicitar la baja por maternidad. ¿Cuánto llevas trabajando allí? Y, ¿cuántas horas diarias?
—Más de un año, ocho horas al día.
—Entonces no habrá problema para solicitar la baja.
—Oh —contesto.
En realidad es una gran noticia, pero no tengo fuerzas ni para alegrarme. Mi mente tiene tantas cosas sucediendo a la vez que está en blanco, por contradictorio que parezca.
El doctor sigue hablando pero mi cabeza está en otro sitio, está empezando a torturarme con una sucesión de recuerdos de Frank, que son manchados con la imagen de sus ojos sin vida.
—¿Podéis salir? —les pido con un hilo de voz, y tanto el doctor Orson como mi madre me miran.
—¿Estás bien? —me pregunta mamá.
—No —balbuceo, y mis intentos por reprimir las lágrimas empiezan a fallar.
—Intenta descansar, Deena —me dice el doctor—. De momento pasarás la noche aquí, te tendremos en observación.
Asiento con la cabeza, mordiéndome el labio, mientras las lágrimas mojan mis mejillas, y el doctor se despide de mi madre y se va.
—Deena... —empieza ella.
—Necesito estar sola —la interrumpo, y asiente.
—Estaré fuera si necesitas algo —dice, acariciando mi brazo de forma reconfortante, y se va de la sala.
Tan pronto como cierra la puerta el primer sollozo escapa de mi garganta y rompo a llorar. Mi abdomen se contrae con cada sollozo, tanto que a veces siento que pierdo el aire, y respiro forzadamente mientras las lágrimas no dejan de salir. Quiero gritar, quiero salir corriendo, quiero escapar de aquí a algún sitio que no me proporcione dolor, que me haga olvidarlo todo o que, al contrario, me haga recordarlo todo y sentir más dolor.
Siento la necesidad de levantarme, así que me quito la vía que hay en mi brazo y salgo de la cama. Quiero verle, necesito comprobar con mis propios ojos que todo fue real, y también necesito ver su cara porque ya no la volveré a ver.
Salgo de la habitación y mi madre se levanta de una de las sillas, preocupada.
—Deena, mi amor, ¿qué pasa?
—Quiero verle —digo—. Lo necesito, necesito verle, ¡¿dónde está Frank?!
—Cariño, cálmate —me pide.
—¡No! —grito, enfadada.
¿Cómo voy a calmarme? Quiero ver a Frank y no sé dónde está, necesito verle ahora.
—Por favor, recuerda lo que ha dicho el doctor, tienes que calmarte —me suplica mamá, con lágrimas en los ojos.
—¡No puedo! —grito entre sollozos, frustrada—. No deja de doler, nunca dejará de doler.
—Señorita Torres, tiene que volver a la habitación —me pide amablemente una enfermera—. Debe reposar.
—No. —Niego con la cabeza, sin poder dejar de llorar, y me dejo caer de rodillas al suelo— N... No puedo.
Al final terminan dándome un calmante y me echan en la cama. Me siento drogada, pero eso me gusta. A lo mejor ahora entiendo cómo se sentía Frank. A veces simplemente debes tomar una pastilla y todo el auténtico dolor, el emocional, desaparece.
No recuerdo en qué momento exactamente me quedé dormida, pero tan solo despertar el dolor vuelve a aparecer. Es tarde, de noche, puedo ver por la ventana que el cielo está oscuro, pero no sé qué hora es.
Me incorporo en la cama, quedando sentada, y es entonces cuando le veo, gracias a la luz de las farolas que entra por la ventana, sentado en el sofá de la habitación con la mirada perdida en el suelo, pensando en algo. Se da cuenta de que estoy despierta y me mira, abriendo los ojos de golpe. Entonces se levanta y viene hacia mí.
—Deena —pronuncia mi nombre después de tanto tiempo.
—Louis —murmuro, sintiendo las lágrimas picar mis ojos otra vez.
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