26

Permanezco sentada en el sofá de mi casa moviendo mi pie de forma nerviosa mientras espero.

No tengo ni idea de a qué hora pasará el repartidor del correo, pero como no lo haga pronto me va a dar un ataque de nervios.

Frank está sentado a mi lado, mirando la televisión. Parece tranquilo, pero yo sé que está tan nervioso como yo o más, y prueba de ello son sus manos, que no dejan de temblar.

Él gira la cabeza hacia mí y nuestras miradas se cruzan. Frank suspira.

—Deena, ponte a hacer otras cosas, quedarte aquí sentada no te va a ayudar —me dice.

—Ni a ti tampoco, y aquí estás —contesto.

—Yo estoy mirando este programa de mierda.

—Exacto, ni siquiera estás mirando el programa porque es una mierda.

Frank suspira y se pasa las manos por la cara con impaciencia antes de levantarse del sofá.

—Muy bien, nos vamos —decide.

—¿Qué? —pregunto, levantando una ceja.

—Nos vamos a algún lugar, no voy a quedarme aquí esperando como un idiota, Dee, son las ocho de la mañana, y a saber cuándo llega esa maldita carta.

—Pero debemos estar aquí cuando llegue la carta para recibirla —le recuerdo.

—Sí, pero te aseguro que no llegará a las putas ocho de la mañana.

Así que acabamos yendo a Hyde Park a tomar un poco el aire. Pasamos por un local donde compramos unos refrescos, y caminamos un rato hasta que encontramos un banco delante del lago. Observo a Frank abriendo la botella con sus manos temblorosas.

—Tus manos no dejan de temblar, cálmate —le digo.

—Estoy calmado —me asegura, pero sé que miente.

Es imposible estar calmado en un momento así.

—Yo no estoy calmada en absoluto —suspiro—. Quiero saber el resultado, pero a la vez me da miedo.

—¿Te da miedo que sea mío?

—No, ya te dije que confío en ti, aunque eso probablemente jodería todo lo que tengo con Louis —mi mirada se pierde en el lago que hay frente a nosotros—. No sé a qué le tengo miedo exactamente.

—Sabes que aunque el bebé fuera mi hijo yo no me interpondría nunca entre Louis y tú, ¿verdad?

—Lo sé —contesto—. Pero no sé si a él le sentaría bien. De todos modos, lo primero es el bebé, y sea quien sea el padre quiero tenerlo cerca, no quiero que crezca sin un padre.

Frank solo asiente, y se crea un silencio entre nosotros, con nuestras miradas perdidas en el lago y nuestras mentes absortas en nuestros pensamientos. Observo a una familia extranjera que pasa por delante del lago. Los padres hablan entre ellos, y estoy bastante segura de que están decidiendo si dar un paseo en una de las barcas que se alquilan en el lago, mientras que los niños corretean, inmersos en algún juego que solo ellos dos conocen.

—¿Te acuerdas de cuando solíamos meternos allí a fumar a escondidas? —pregunta Frank señalando un familiar hueco que hay entre un local y los arbustos—. Tú estabas siempre muerta de miedo porque tus padres pudieran pillarte.

—Es verdad —río, recordando los nervios que pasaba pero lo bien que se sentía hacer algo prohibido—. Alice y tú os reíais de mí todo el rato.

—Eras graciosa —sonríe.

—Todo ha cambiado tanto —murmuro.

—Sí, ahora todo es diferente —concuerda él—. Alice ha cambiado para mejor, tú vas a ser madre y yo soy un posible padre y tengo incluso menos de lo que tenías antes.

—Bueno, todavía nos tienes a Alice y a mí —le recuerdo.

—Sí, pero nunca nada volverá a ser como antes —suspira—. Aunque ahora haya que mirar al futuro, no puedo evitar sentirme un poco hecho mierda cuando recuerdo cómo solía ser todo antes.

—Ahora tenemos otras cosas buenas —intento ser positiva—. Tenemos a Noah, y yo tendré un bebé. Sé que no entraba en los planes de nadie, de hecho al principio odiaba la idea, pero ahora estoy emocionada.

—Serás una madre genial —se gira para mirarme—. Sé que lo serás, y Louis es un idiota si no sigue a tu lado salga lo que salga en la prueba.

—Gracias —sonrío, y apoyo mi cabeza en su hombro.

Sigo observando a la familia, y el niño más pequeño me sonríe y me saluda ondeando su pequeña mano al darse cuenta de que le estoy mirando.

Llegamos a mi piso una hora más tarde y nos encontramos una nota pegada en la puerta donde se nos informa de que ha pasado el repartidor y no estábamos, así que ahora debemos ir a la oficina de correos a buscar la carta que va a cambiarlo todo.

—Jodidos repartidores, hoy les ha dado por levantarse temprano —gruñe Frank mientras caminamos hacia la oficina, que queda bastante lejos.

Terminamos cogiendo el metro porque, aunque Frank tiene ganas de caminar, yo estoy nerviosa y necesito tener esa carta ya. El viaje se hace eterno, y el silencio entre Frank y yo se vuelve incómodo.

En quince minutos conseguimos llegar a la oficina de correos, y tras entregar el papel que han dejado en mi puerta junto con mi carnet de identidad, recibo un sobre grande con el logo del laboratorio donde fuimos a hacer la prueba.

Suspiro y me dispongo a abrir el sobre, pero Frank me lo quita.

—¿Qué haces? —le pregunto, sorprendida.

—Este no es el lugar, lo abrieremos en casa —me dice, y asiento a regañadientes porque en realidad tiene razón. Necesitamos hacer esto a solas y no en un lugar público y lleno de gente.

La vuelta a mi apartamento consiste en un viaje en metro de otros quince minutos lleno de nervios y ansiedad, y cuando por fin entramos en casa y tengo el sobre entre las manos, me siento incapaz de hacerlo.

Pongo mis dedos en el cierre del sobre pero los nervios no abandonan mi cuerpo.

—¿Estás bien? —me pregunta Frank—. Relájate, ve a sentarte si quieres.

—Ábrelo tú —le pido a Frank, tendiéndole el sobre.

—¿Estás segura? —pregunta, y cuando asiento coge el sobre entre sus manos—. De acuerdo, allá vamos.

Frank respira hondo y abre el sobre con sumo cuidado, como si fuera algo muy frágil. Observo cada uno de sus movimientos, cómo sus dedos temblorosos se meten por debajo del cierre del sobre intentando no romperlo al abrirlo.

Saca varios papeles unidos con una grapa, y deja el sobre encima de la mesa. El temblor en sus manos sigue siendo el mismo de antes, pero al estar sujetando un papel y hacerlo temblar también parece aumentar, lo que me hace ponerme más nerviosa aún.

Frank lee con atención, hasta que en un momento deja de hacerlo, pone el papel encima de la mesa y se sienta, pasándose las manos por la cara y respirando hondo repetidas veces.

Me acerco a él, poniendo una de mis manos en la mesa pero sin atreverme a leer lo que pone en los papeles, que están a escasos centímetros de mi mano.

—¿Qué... qué pone? —pregunto, nerviosa.

Frank saca sus manos de su cara y me mira, con una expresión indescifrable.

—Negativo —suspira—. No soy el padre del bebé, Deena.

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