Joya 9
Permanecieron cercanos en aquella carreta. Incluso más con el agitado movimiento del transporte. Jason no abandonaba la protección de los brazos de Damian porque no deseaba desperdiciar el calor adyacente y no quería volver a sentir miedo, y éste último no lo soltaba porque así se sentía más cómodo y en contacto con él.
Pronto llegarían al dichoso lugar del trabajo, por lo que ambos aprovecharon su tiempo a solas para destensar sus hombros y reflexionar algunas opciones.
Yacían silenciosos con sus propios pensamientos. Por su lado, Jason había cerrado sus ojos y ahora procuraba que su jaqueca se alejara antes de llegar a su destino. Intentaba hasta la consciencia no pensar en nada que le recordara su suerte. Se concentraba entonces, en las palabras de Damian, repasándolas las veces necesarias hasta que la calma lo alcanzara nuevamente. En cambio, el ojiverde se contentaba con acariciar los mechones negruzcos de Jason.
Enredaba delicadamente los dedos entre aquellos suaves cabellos. Los peinaba, los separaba, los tallaba tiernamente y luego volvía a enrollarse los dedos. En eso gastaba sus momentos terrenales mientras que sus pensamientos evocaban la imagen de aquel ser que una vez se robó su corazón. En ella, el bello rostro de su prometido se proyectaba mostrándose tan alegre y audaz, como siempre fue y como siempre lo iba a recordar. En ese mismo marco, Richard aparecía con su cara al viento, permitiéndose ser acariciado por las ráfagas que acomodaban su cabello y lo ondeaban cual olas del mar. Ese espectáculo era digno de una asamblea en el paraíso, y Damian agradecía a todos los dioses ser el único capaz de disfrutarlo.
"Tu cabello es igual de negro..." Pensó Damian para sí mismo, continuando con sus mimos y sus suspiros casi imperceptibles. "Jason es casi igual de bello que él..." Completó mientras un tenue sonrojo aparecía en su osado rostro. "¡Por todos los cielos, ahora que lo pienso, qué afortunado fui al comprometerme con Dick! ¡Él era un dios en la tierra; un ser mágico que tuvo la gentileza de aceptarme y quererme!" Se dijo al tiempo de sonreír tímidamente. "¡Santo cielo, habríamos sido tan felices! ¡Él siendo mi esposo y yo, su fiel servidor! ¡Mi Dick...! ¡Mi preciado prometido, mi querido amor...! ¡¿Qué habría yo dado para desposarte finalmente?! ¡Yo... yo lo habría dado todo! ¡Habría dado incluso mi vida para llegar contigo al altar! ¡La habría dado sin titubear... esposo mío...!" Exclamó todavía para sí mismo, ya completamente embelesado por sus bellas memorias. Mismas que parecían tornarse más rosas gracias a la dulce compañía que sostenía candorosamente entre sus brazos.
"Me pregunto qué clase de vida habríamos tenido. ¿Cómo sería Dick siendo mi esposo? ¿Habría cambiado algo entre nosotros?" Continuó sumido infantilmente en sus fantasías. "Bueno... compartíamos todo nuestro tiempo juntos. No creo que hubiese cambiado algo en realidad. Él siempre se mostró tal cual era; sin máscaras o miedos. Él confiaba en mí y yo en él. No había secretos entre nosotros; sólo amor y cariño." Damian terminó suspirando profundamente con aquellas declaratorias.
"¡Qué feliz habría sido de haberte convertido en mi esposo!" Concluyó sonriente y encandilado. "Te habría llevado lejos, lo más lejos posible para que nadie te hubiese lastimado. Allá, donde yo siempre te protegería... Porque eso es lo que hacen los esposos, ¿no? Están ahí para cuidar a su ser amado y protegerlo de cualquier peligro. Para velar por él y evitarle todas las tristezas..." Reflexionó en tanto su mirada se concentraba en la silueta temblorosa de Jason y en su cabello que no dejaba de arrullar con sus dedos.
-Vaya... -Musitó Damian apenas audiblemente-.
"Supongo que ahora que protegeré a Jason, es como si me hubiese vuelto su esposo, ¿cierto?" Concluyó inocentemente, riendo mientras imaginaba esa posibilidad. "¡Qué lindo sería eso; Jason como mi esposo! ¡Entonces nadie se atrevería a lastim...!" Detuvo repentinamente sus pensamientos, como si hubiera tenido una especie de revelación.
De ese modo, esas palabras ingenuas lo internaron en una posible resolución contundente y severa. Una que podría conllevar algunas ventajas para ellos; sobre todo para Jason, quien era el más vulnerable de los dos.
Entonces, como un pequeño rayo de Sol a su soledad y aprensión, a la cabeza del ojiverde llegó una idea que superficialmente resultaría un poco descabellada, pero en lo profundo, quizá sería la salida para los inconvenientes que ambos gladiadores debían solventar de ahora en adelante.
-Ja-Jason... -Le llamó un poco dudoso mientras sacudía su cabeza para recuperar su sosiego y así poder salir del hechizo romántico que los recuerdos de Dick le sembraban-. Jason... -Pronunció ya más convencido-. Jason... -Reiteró acompañando su llamado con más caricias sobre el cabello-.
El aludido finalmente lanzó un pequeño sonido desde su garganta, avisándole así, que le entregaba toda su atención.
-Sabes... Estaba pensando en algo y... creo que hallé una forma para que no tengas que lidiar con tipos como Slade. –Enunció ganando un pequeño sobresalto en Jason, quien irguió su cabeza despegándola del pecho de Damian-.
-¿Qu-qué...? –Murmuró el mayor ojiturquesa en tanto se frotaba los ojos que hasta hace poco reposaban-.
-Oye... Jason... ¿Y... si te conviertes en mi esposo...? –Inquirió Damian serio, repentino, contundente y directo-.
Jason se estremeció al instante y no pudo dar una mejor respuesta que separándose todavía más y alzando el rostro para mostrar su incomprensión.
-¿Qu-qué...? –Inquirió un poco aprensivo y con algo de incertidumbre en su voz-.
-N-no... no te alteres... Hablo con buenas intenciones. –Explicó Damian dándole un poco de espacio a su acompañante-.
-¿Qu-qué... qué dices...? –Preguntó Jason retirando sus brazos y alejando su cuerpo de aquel de Damian-.
-Jason... No lo malinterpretes... Estoy siendo serio con esto. –Anunció amablemente, cuidando de no perturbar la calma en aquel espacio-. N-no... no pienses mal de mí... -Reiteró con su mano, alcanzando el brazo de Jason para impedirle seguir alejándose-.
-¿No pensar mal de ti? Pero, ¿es que acaso estás oyéndote? –Demandó Jason convencido de la seriedad con la que hablaba Damian, temiendo en consecuencia alguna mala jugada o un ardid cruento y vil-.
-Sí, sí me oigo y lo reitero. –Confirmó Damian revelando formalidad en sus palabras-.
-¿Qué? ¡Bueno, en ese caso... ¿qué demonios dices?! –Exclamó con su ceño arrugado y sus labios preocupados-.
-¡Eso! ¡Precisamente eso! ¡Eso es lo que digo! –Contestó Damian ordenando a sus manos que sostuvieran aquellas de Jason-.
-Damian, ¿qué...?
-¡Casémonos! –Soltó sin miramientos, apretujando las manos de Jason de forma tierna, pero firme-.
-¡¿Qué?! ¡¿Te volviste loco?! ¡¿Es una broma?! ¡Porque si es una broma, juro que no es para nada buena; al contrario, es...!
-¡No bromeo! ¡Nunca bromearía con algo así! ¡Estoy hablando completamente en serio! ¡Quiero que nos casemos! –Reiteró fervientemente, sumido en seguridad y convicción-.
La voz de Jason se extinguió momentáneamente. Ver aquellas esmeraldas que Damian poseía en sus ojos lo hizo dudar. En su mirada observó confianza y serenidad, pero al mismo tiempo, atestiguó un brío continuo y una inspiración empalagosa, casi sofocante.
-Es lo mejor para los dos si te casas conmigo... -Damian prosiguió al darse cuenta que Jason había hecho una pausa para dejarlo hablar-. Jason, por favor, piénsalo. Si te vuelves mi esposo, ni Slade ni ningún otro hombre tendría derecho a tocarte. Nadie podrá acercarse a ti con intenciones de poseerte. Nadie en su sano juicio se atrevería a buscar a alguien casado si no quiere perder la cabeza.
Jason lo escuchaba atentamente, pero sus palabras, opuestas a tranquilizarlo, lo confundieron y lo estremecieron, y más cuando sentía el insistente agarre de sus manos provocándole una leve tensión en sus hombros.
-¡Jason, si te casas conmigo, podré protegerte mejor! –Recalcó mientras su cuerpo se acercaba inercialmente a su compañero-. ¡La ley estará de nuestro lado! –Exclamó con un ameno gesto en su rostro-.
-¿Qu-qué...? –Sólo hasta entonces, Jason se atrevió a pronunciar palabra, aunque sorprendido, confundido e incrédulo por la propuesta-.
-¡Sí! ¡Es-es-es... es perfecto! –Anunció Damian espontáneo, sonriendo ligeramente, pero todavía con sus ojos iluminados y brillantes-. ¡Sí! ¡Piénsalo! ¡Si nos casáramos, nadie podría reclamarte, ni obligarte a estar con quien no quieres! ¡Slade no podría pedirte que pasaras las noches con él o con cualquiera que te solicite! ¡Eso simplemente arreglaría todo! ¡Es perfecto, ¿por qué no lo pensé antes?!
-Dami... Yo... no creo entender... N-no... no puedes hablar en serio, ¿o sí...? –Dijo con bastantes dudas en su alma-.
-¡Claro que hablo en serio! ¡No pudimos haber encontrado una solución más perfecta para nosotros! ¡Si tú y yo nos casamos, yo estaré en todo mi derecho de repeler a todos aquellos que quieran inmiscuirse contigo! ¡Y tú tendrás todo el derecho a negarte a esas repugnantes propuestas, si así lo deseas! ¡Y nadie podrá acusarnos de hostiles! ¡Si fueras mi esposo, Slade no tendría más remedio que dejarte en paz, ni siquiera te pondría una mano encima!
Sus ojos turquesa se abrieron impresionados, reflejando curiosidad y un poco de esperanza, aunque también mostraron recato y cautela.
-Una gran parte de tus problemas se terminaría... Es lo mejor que podemos hacer... ¿No crees? –Propuso Damian finalmente, encarnando una sonrisa sincera y espontánea-.
-Damian... ¿ha-ha-hablas en... serio...? –Volvió a preguntar con hesitaciones en la lengua-.
-¡Sí, Jason, hablo muy en serio! –Respondió afianzándose a las manos del mayor-. ¡Así que acéptame! ¡Di que te casarás conmigo!
-Damian, pero... Esto... Yo...
-¡Sé que dijiste que no podrías corresponderme de ninguna forma y no quiero presionarte! ¡Tampoco estoy pidiéndote esto porque espere algo de ti en específico, lo juro! ¡Pero si lo pensamos con calma y detenidamente, esto es una opción que podría ayudarnos bastante! ¡Esto nos quitaría un peso de encima!
-Damian... pero... -Seguía hablando con temor en sus resoluciones-.
-¡Por favor, Jason, sólo confía en mí!
-Damian... -Repetía como si estuviera suplicando algo de mesura o menos entusiasmo que pudiera ilusionarlo-.
-¡Confía en mí! ¡Yo resolveré esto, pero debes darme tu voto de confianza!
-Damian... es que... -Continuaba en su inseguridad-.
-¡Dime que sí!
-Oye... lo que dices puede sonar muy bonito, pero... pero...
-¿"Pero"? ¿No quieres? ¿Acaso no confías en mí, Jason? –Preguntó con su voz menos explayada-.
-N-no... no es eso... Es sólo que... pues...
-No tengas miedo, Jason. Dime lo que piensas al respecto. –Pidió acercando su rostro, mostrándose compasivo y dulce, impregnando el momento de confidencia y calma-.
-Es que... Nosotros... -Comenzó a hablar, siendo víctima de aquel ambiente que Damian propiciaba-. Nosotros... no... somos... libres... -Pronunció triste y desmotivado-.
Pero su confesión no causó un retroceso en la decisión de Damian. Al contrario, sólo acentuó su sonrisa y relajó sus tensiones.
-¡Jason, por todos los cielos! –Exclamó suspirando, liberando las manos de su compañero en el proceso-. ¡Creí que me dirías algo más serio! –Completó bajando sus hombros, llevando sus dedos a la frente de Jason para golpearlo tiernamente con un chasquido repentino-.
-¡¿Qué?! ¡Damian, pero ésa es nuestra realidad! –Refutó Jason frotándose el diminuto golpe-. ¡No somos libres; dependemos de Slade! ¡Aunque no nos guste la idea, eso es lo que es! ¡Si un esclavo quiere casarse, debe conseguir el permiso de su amo! ¡Y sin eso, un par de esclavos nunca podrían unirse! ¡Además...!
-¡Eso no es ningún problema! ¡Si te preocupa lo que Slade diga, no deberías! ¡Ese asunto está por demás arreglado!
-¡¿Qué?! ¡¿Eres tonto?! ¡Tú viste cómo me trata ese tuerto! ¡Aunque yo aceptara casarme contigo, ese demente jamás nos daría su aprobación y...! –Quiso seguir alegando, pero Damian posó delicadamente la mano sobre sus labios, callándolo al instante-.
-Yo me ocuparé de eso... Y si no hay otro inconveniente y me aceptas... Yo quiero casarme contigo, Jason... Sólo confía en mí... -Profirió Damian, acercando osadamente su cara, como si estuvieran compartiendo un secreto-.
Su atención volvió a caer en aquella ilusión que Damian proyectaba en sus ojos. Jason se sonrojó al comprender el ambiente de su complicidad. Fue en ese punto entonces, que un sentimiento en su pecho le otorgó la suficiente calidez para crear una intimidad más sólida y repleta de confidencia hacia Damian. De ese modo y ya sintiéndose menos abrumado o temeroso, parpadeó aflojando sus hombros, suspirando mientras reconocía que aquel muchacho de ojos verdes, quizás, tenía un poco de peso en su propuesta.
-Jason... -Llamó acercándose un poco más, atrapando sutil y cariñosamente al aludido entre sus brazos, atrayéndolo una vez más hasta que sus manos le sujetaron dulcemente la espalda-. Por favor, di que sí... -Le murmuró en tanto lo aproximaba para terminar abrazándolo-. Cásate conmigo... -Le susurró tiernamente al oído-.
Las mejillas de Jason se vistieron rotundamente de carmín. Todo sucedió tan rápido que no fue capaz de reaccionar al movimiento de Damian, así que se permitió el ser acercado y abrazado.
Sus cabezas terminaron juntas tocándose con ambas mejillas, permitiéndole a Damian escuchar cómo Jason suspiraba y le concedía una afirmación implícita con su nula resistencia. Entonces, el gladiador de ojos verdes sonrió satisfecho reconociendo su victoria.
-Tomaré eso como un sí... -Añadió Damian afianzando su arrumaco-.
Volvieron a entrelazarse. Así permanecieron juntos y cálidos, sin moverse demasiado o seguir hablando. Con sus labios sellados, ya no discutieron el tema que a leguas ya se había decidido. Su silencio se convirtió entonces, en la firma de su acuerdo.
Los dirigentes de la carreta nunca se enteraron de aquella charla, y menos, cuando las puertas del palacio ya se alzaban imperiosas frente a ellos. Tanto Slade como sus asistentes, ya se acicalaban para ser recibidos en la fortaleza. Misma que desplegaba dentro de sus murallas, un gran jolgorio festivo y arraigado en sus costumbres. Y no era asunto de todos los días, pues no del diario, un príncipe extranjero celebraría nupcias con el hijo menor del emperador.
Sin embargo, los protagonistas de aquella relativa celebración, no se encontraban muy agradecidos por semejante detalle. No porque no sintieran afinidad o compromiso por el cargo, sino porque los eventos habían desembocado en una situación un tanto bochornosa. Más para Jaime, el príncipe de Azunia, quien sufría la presión y la insistencia de los asistentes emocionados, cuyas voces se unían al compás de su exigencia.
-¡BÉSELO! ¡¿QUÉ ESPERA?! ¡VAMOS, BÉSELO! –Todos gritaban alrededor de los futuros esposos-.
-Su-su-su majestad... -Profirió Jonathan tímidamente mientras se ponía de pie-. Mi señor... -Llamó jalando la prenda del invitado-.
Jaime viró atendiendo su llamado. Lo vio ya puesto junto a él, con claras intenciones de comunicarle algo.
-Di-dime... -Le susurró a Jonathan acercando su rostro para conservar la privacidad-.
-Si me permite la franqueza... su majestad... -Habló sumamente ruborizado, incluso temblando nerviosamente-. Quisiera decirle que la bella gente aquí presente... no calmará sus ánimos hasta obtener su divertimento...
-¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿Hablas del beso?
-Sí, mi señor... Ellos no se calmarán si usted no cumple su capricho... -Respondió entre titubeos sin alzar apropiadamente su rostro-.
-¡¿Qué?! ¡Pero eso...!
-¡BÉSELO! –Seguían coreando, presionando con aplausos, gritos y silbidos-.
-Y-yo... no estoy muy seguro de esto... Y pues... Esto no debería ser mi decisión... Digo, un "beso" es asunto de dos, ¿no? Yo no quiero obligarte. –Habló Jaime entre murmullos-. Si tú no quieres, no voy a hacerlo... Además... Tú y yo no queremos ese tipo de relación, ¿cierto? –Inquirió con su cara distraída, viendo hacia el público, sonriéndole para distraerlos-.
Esas palabras fueron acogidas por el tedio de Jonathan, quien comprendió que no estaba solo en esa odisea. La empatía que el príncipe extranjero le mostraba lo conmovió hasta tranquilizarlo de momento. Entendió pues, que Jaime también padecía ese problemático resultado. Sonrió en consecuencia, mostrándose ya más calmado al respecto.
-Mi señor... -Le llamó levantando su mentón, reiterando con ello que las palabras de Jaime habían logrado apaciguar sus nervios, volviéndolo un secuaz en esa faena-. Mi señor... -Reiteró su requerimiento de atención-.
-Di-dime... -Contestó Jaime algo ansioso-.
-Por favor, cálmese... -Pidió amablemente, soltando las solapas del vestuario de su contrario-.
-¿Calmarme? Yo no debería, pero sí el resto de tus invitados... -Dijo provocando una leve sonrisa en Jonathan-.
-Su majestad, no se deje llevar. –Alegó posando sus manos sobre los brazos de Jaime-. Sólo deles lo que quieren. –Soltó afianzando su propuesta-.
-¿Qué? –Exclamó Jaime regresando su vista sobre el menor, descubriéndolo cerca, con su mentón alzado y sus ojos fijos sobre sí-.
-Para serle sincero, mi señor, n-no... no me molestaría que me besara... -Acotó Jonathan sumamente sonrojado, pero ya sin rastros caóticos de nervios-.
-¿En... en serio...? –Inquirió Jaime anonadado, incluso un poco perdido en esa nueva disposición que Jon mostraba-.
-Somos amigos, ¿no? Esto no cambiará nuestra relación, ¿o sí? –Manifestó Jonathan mientras cerraba inocentemente sus ojos e insistía con su mentón adelantado-.
Con esa valiente entrega, cualquier argumento irrefutable en boca de Jaime se desvaneció. Al contrario, el príncipe extranjero se alegró de conocer a alguien como Jonathan, quien resultó ser una persona adaptable pese a los innegables nervios que pudieran carcomerlo. Y es que el muchacho, aun con esa fachada de aparente calma, seguía temblando como un cachorro y su sonrojo no hacía más que aumentar.
Entonces, Jaime le dedicó una sonrisa compasiva y una aprobación a su improvisada solución. De ese modo, se posicionó al frente del muchacho y también levantó sus brazos buscando atrapar las manos de Jonathan. Al hallarlas, las tomó dulcemente, provocando un diminuto espasmo en el menor, quien decidió ya no levantar sus pestañas y sólo aguardar la culminación de esa muestra pública.
Jaime mantuvo la serenidad por ambos. No afianzó el agarre de sus manos, pues no quería seguir incomodando al príncipe anfitrión. Incluso, cambió de posición cuando las llevó por debajo de las palmas de Jonathan para que éste fuera quien decidiera si conservaba el contacto o simplemente rompía con aquel gesto.
Del lado de los espectadores, ya no hubo palabras, sino rotundos silencios que nacieron en cuanto vieron la pose de ambos celebrados, quienes se mostraron condescendientes con los deseos de los invitados.
-Perdón, Jon... -Musitó Jaime justo antes de inclinarse sutilmente y ladear un poco su cabeza para llevar a cabo su cometido-.
El tiempo volvió a detenerse, justo como cuando ambos muchachos cayeron al suelo. No obstante, esa vez, los invitados aquietaron sus movimientos para no perderse un solo instante de aquella muestra pasional entre dos futuros esposos. Inclusive, la terraza de los poderosos se unió también al frenesí del momento. Especialmente el propio emperador y el consejero de Azunia, quienes se congelaron como estatuas esperando registrar en sus memorias el próximo evento.
La expectativa aumentó exponencialmente. Nada más en esos instantes apartaría la atención de aquellos dos inmediatos a besarse. Un poco más y ambas bocas se tocarían. Lo que mide una pestaña era el límite de su distancia. Ningún obstáculo en el mundo iba a detener aquel dulce acercamiento.
Sin embargo, cierta providencia terrenal no se presentó muy de acuerdo con aquella caricia. Y es que absolutamente ninguno de los presentes remarcó la jugada de uno de los tantos espectadores ahí impacientes. Uno que se ocultó en lo más lejos del estrado, a escondidas del mundo entero, con irrebatibles intenciones de detener aquel acto que le prendía las entrañas.
Entonces, a escondidas de los ojos distraídos, aquella "dichosa señal divina" se interpuso en la ejecución de aquel beso. Con ese propósito ferviente en sus habilidades y deseos, el espectador recogió una de las esferas perdidas de los malabaristas. Se posicionó retrayendo el brazo para ganar impulso, con el que anhelaba obtener distancia y fuerza y no fallar su tiro. Ya con un pie apoyando su peso, respiró hondo antes de lanzar el proyectil justo en dirección del príncipe invitado.
El sonido que hizo la bola de cristal no existió sino hasta hacer contacto con la cabeza del blanco. Nadie en el público hubiese podido evitar el embiste, puesto que nadie se lo esperaba y nadie lo vio venir.
Aunque fue el golpe seco de la arremetida lo que los hizo despertar del ensueño, en realidad fue el desplome del príncipe de Azunia lo que conmocionó a los invitados. En cuestión de parpadeos, los gritos y el pánico volvieron a las filas de la fiesta.
Jaime simplemente se desvaneció a los pies de Jonathan, quien tardó en comprender porque todavía no sentía los labios del príncipe de oriente. Cuando escuchó la algarada de los invitados, fue que abrió los ojos descubriendo los hechos y las causas.
Las preguntas, las teorías y las primeras explicaciones se desataron vívidas y aceleradas. Las lenguas se dejaron venir, así como las incomprensiones y las expresiones de asombro. Ese pequeño espectáculo, definitivamente rompió las expectaciones de los asistentes, quienes empezaron a movilizarse para encontrar al culpable.
Unos cuestionaban y otros, los más aledaños a los príncipes, se lanzaba a socorrer al afectado, quien fue socorrido en primera estancia por Jonathan y su preocupada actitud.
El caos se alzó reinante en esos intrigantes momentos. Nadie tenía una respuesta clara de ese ataque. No al menos si no buscaban en los lugares correctos, y es que ninguno de los cuestionadores se imaginó que el perpetrador cizañoso, ahora vestía los hábitos de un soldado respetable y bien reconocido.
-¡¿Qué demonios te pasa?! –Exclamó Timothy iracundo mientras arrastraba al culpable indiscutible de aquella agresión hacia un punto alejado de la aglomeración-.
-¡N-no... no lo sé! –Respondió Bart sumido en su consternación-.
-¡¿Cómo que no sabes, maldición?! –Inquirió Timothy en tanto se apresuraban a llegar bajo una de las decenas de escalinatas del recinto-.
-¡No, no sé! –Respondía Bart, pero sin mostrar algún signo de arrepentimiento en su voz-.
-¡No puedo creerlo! ¡¿Qué mierda fue eso, Bart?! –Interrogó Timothy con gruñidos y rechinidos de sus dientes, empujando al perplejo muchacho hasta estrellarlo contra el muro y acorralarlo furtivamente-.
-¡Ya dije que no lo sé! –Respondió acelerado, aunque con el ceño fruncido-.
-¡Pero no lo entiendo! ¡¿Por qué maldita sea lanzaste esa esfera contra el príncipe Jaime?! ¡¿Qué tienes en la cabezota, rayos?! –Hablaba, pero no alzaba su voz pese a la ira que estaba apoderándose de él, pues no deseaba delatar su pequeño escondite-.
-¡NO LO SÉEEE...! –Contestó Bart reventando su aprensión, pero sólo logró que Timothy le cubriera efusivamente la boca-.
-¡Bien, bien, está bien, te creo, pero ya no grites! –Alegó el mayor enfatizando que debían permanecer clandestinos-. ¡Por Marte, no entiendo nada! –Exclamó Tim liberando al pelirrojo, quien se dedicó a tratar de calmar sus ofuscadas emociones-. ¡Pero en serio; no comprendo ni una mierdecilla de lo que acaba de pasar! –Expresó bufando su intranquilidad-. Si no hubiera estado ahí, no habría creído que tú, ¡tú! el capitán de la primera división central, haya lanzado una esfera de vidrio a la cabeza del prometido de nuestro segundo príncipe. ¡Es que eso está para no creerse! ¡No es posible! –Exclamaba exagerado en sus reacciones, pero mesurado en sus expresiones que le hacían saltar una vena en su frente-.
-¡No sé lo que pasó, lo juro! –Anunció el pelirrojo, visiblemente alterado e impaciente-.
-¡Bart, pero es que eso no tiene razón de ser! ¡Simplemente te desconozco! ¡Jamás te vi actuar de ese modo tan bárbaro! ¡¿Acaso te volviste salvaje o algo así?!
-¡Lo siento! ¡Lo siento, Tim! –Expresó sumido en su propia tribulación-.
-¡Pero es que... es que...! –Bufaba enajenado, perdido en toda la incoherencia de ese hecho-. ¡No lo entiendo!
-¡Yo tampoco! ¡No sé lo que sucedió, de repente mi cuerpo se movió solo!
-¡Sí, pero ¿por qué?! ¡¿Y por qué justamente con ese príncipe y justo ahora?! ¡Eso no tiene sentido!
-¡Yo tampoco lo comprendo! ¡Sólo sé que no pude evitarlo! –Alegó el menor pasando de un estado irritado y resentido a uno aprensivo y preocupado-.
-¡Y eso es lo preocupante, Bart! ¡Ni siquiera tuviste una razón clara! ¡¿Y ahora qué vamos a hacer?! ¡No creo que ese golpe lo haya matado, pero...!
-¡¿Qué?! ¡¿Matarlo?! ¡NOOOO...! –Gritó Bart repentinamente, pero su arranque brusco pronto fue detenido nuevamente por Timothy, quien lo hizo callar con un golpe en el estómago-.
Bart se dobló enseguida. Cayó de rodillas sosteniéndose el abdomen, callándose al instante.
-¡Bueno, al menos puedo ver que tu intención no era matarlo! –El mandamás exclamó irónico y despectivo-.
-¡Claro... que... no...! –Respondió Bart apretado, pues con sus escasos hilos de aire, el siquiera pronunciar se estaba volviendo una tarea titánica-. No... no quería hacerle daño, sólo... sólo quería...
Pero el pelirrojo detuvo súbitamente su declaración. Comprendió entonces que de su boca iba a salir inconscientemente la respuesta que tanto estaban buscando en esos instantes.
-¿Qu-qué...? –Preguntó Timothy incrédulo de lo que a continuación iba a oír de propios labios del culpable-.
Sin embargo, al escuchar sus propios pensamientos, Bart se decidió por conservar el silencio, pues ni él mismo podía creer que sí existía una razón para haber hecho lo que hizo.
-¡Bart, ¿qué ibas a decir?! –Exigió Timothy tomando la coraza que vestía el muchacho para alzarlo rudamente-. ¡Bart! –Le habló severamente, pero obteniendo un par de labios sellados y una mirada esquiva-. ¡¿Así te vas a poner?! ¡¿En serio?! ¡¿Cuántos años tienes, maldita sea?!
-No... no... No quería lastimarlo... -Musitó Bart aún sosteniéndose las entrañas, quejándose con su timbre de voz tembloroso-. Lo juro por... mi vida... -Completó cabizbajo, rindiéndose a la disposición de Timothy, quien no destensaba sus manos y el agarre que mantenía a Bart atrapado-.
Verlo así de callado y obediente le devolvió la sensatez al General. Evidentemente había más de lo que Bart expresaba, pero si su amigo no quería enunciar sus razones en ese momento, ni todo el poder celestial de los dioses lo iba hacer cambiar de opinión. Mejor era pausar el interrogatorio y encomendarse a la buena fortuna para no resultar castigados por el atrevimiento.
-Bien... Está bien... -Dijo Timothy soltando su agarre-. Si no me quieres decir ahora, está bien. Sé que luego me lo dirás... ¡Pero quiero resaltar que estoy completamente en desacuerdo con estos actos mal pensados y abruptos, ¿oíste?!
Bart alzó su mirada al sentirse liberado y al atender el tono paternal del discurso de Timothy. Lo miró y su mueca fingida de rasgos maduros lo enterneció estúpidamente. El capitán casi se suelta a llorar por ver aquella muestra de amistad y comprensión.
-¡Pregunté que si oíste! –Reiteró Timothy recio e implacable-.
-S-sí... -Contestó Bart sin muchos ánimos de parecer el subordinado, más bien, el eterno amigo que era para Tim-.
-Ahora, ve y piérdete por ahí... Necesito regresar y valorar la situación. ¡Y por tu bien, realmente espero que no lo hayas matado, porque si no, además de posiblemente crear una guerra entre dos naciones por una intriga teatral y tonta, tú y yo seguramente terminaremos en la horca! ¡Tú por haberlo matado y yo por haberte cubierto!
La dramatización en sus palabras le sacó una sonrisa al menor de los dos. Ese gesto molestó al General, quien no se resistió a descargar su puño sobre la cabeza de su mano derecha.
-¡Hablo en serio! ¡No deberías estar riéndote, pero sí rezando por que nadie te hubiese visto! ¡Aunque no lo creo; te saqué de ahí nada más lanzaste la esfera!
-Per-per-perdón, Tim... No quise causar problemas, es sólo que...
-¡Es sólo que nada! ¡Y haz lo que te digo, ya vete! –Ordenó tomándolo de la mano-. ¡Y si realmente no querías causar problemas, no habrías atacado al prometido del príncipe Jonathan! –Completó mientras lo jaloneaba fuera de su escondite-.
-¡Ya te dije que no sé qué me pasó! ¡No lo hice a propósito! –Alegaba Bart en tanto avanzaba a tropezones-.
-Escucha, poco importa ahora, sólo no te le acerques al príncipe durante el resto del día. Yo trataré de desviar la atención o dar alguna explicación si la requieren. Por lo pronto, obedece y escóndete por ahí y...
-¡General, Capitán! –Ambos escucharon repentinamente, pasmándose en cuanto atendieron esa voz a escasos pasos frente a ellos-.
Los dos alzaron la cara observando a un soldado que llegaba apresurado hacia el patio. Inmediatamente, Timothy soltó a Bart y lo empujó un poco para alejarlo.
-¡Qué bueno que los encuentro! –Exclamó sonriente, acercándose mientras saludaba con el ademán tradicional-.
-¿Qu-qué... sucede? –Interrogó Tim serio, inflando su pecho, frunciendo el entrecejo y devolviendo el saludo con un movimiento sutil de su cabeza-.
-Llegó un promotor de gladiadores a la puerta trasera. Están buscando al Capitán Allen. –Respondió el soldado-.
-¡Cierto! ¡Creo que el espectáculo que pidió, General, está por empezar! –Intervino Bart mientras terminaba de arreglarse el uniforme-.
-¿Espectáculo...? ¡Sí, cierto... cierto! –Musitó Timothy un poco incómodo por saberse descubiertos-. ¡Ande, Capitán, encárguese de todo! –Pidió algo apresurado, desviando su rostro, fingiendo despreocupación-. Y-yo... estaré en el patio por si necesita algo... ¡Vamos, soldado! –Exclamó emprendiendo la marcha, insistiendo con un movimiento de sus manos para que el subordinado lo siguiera-. Confío en usted, Capitán... -Lanzó de último, como si estuviera amenazando, pero al mismo tiempo, reiterando el secreto que ahora los apañaba-.
El soldado mensajero atendió la orden del General, dejando de ese modo, a un Capitán algo azorado y desconcertado, quien se sacudió mentalmente y emprendió el camino contrario.
Avanzó entonces, solo, apresurado y ciertamente, un poco asustado de sí mismo. Caminaba en tanto percibía los calambres en su estómago; aquel golpe fue lo bastante fuerte como para extraerlo de su aprensión y etiquetarlo como una reprimenda de su General y amigo. No habría podido escoger un castigo mejor; lo que hizo fue imperdonable, inimaginable y muy estúpido.
"¡¿En qué demonios pensaba?!" Se inquirió en tanto sus piernas lo dirigían a las puertas traseras del palacio.
-Soy un imbécil... Podría haber causado mi propia muerte... -Se dijo afligidamente, apretando su boca para evitar llegar al llanto-. ¡Demonios, pero que idiota soy!
"¡Maldita sea, ¿y si lo lastimé?! "No, nunca me lo perdonaría. No quería hacerle daño, es sólo que mi mano se movió sola. Cuando reaccioné, la esfera ya había dejado mi brazo."
-No quería herirlo... Sólo quería evitar que ellos se... -Musitó de último antes de darse cuenta del ajetreo de la zona trasera-.
-¡Capitán, lo buscan! –Alguien le exclamó en cuanto lo vio llegar-. ¡Es un promotor! –Le informaron señalándole al hombre junto a una carreta-.
Bart atendió la instrucción y suspiró al reconocer al hombre del parche. Mejor se frotó el rostro y se decidió por olvidarse de todos sus conflictos personales y concentrarse en su trabajo.
Avanzó pues, en aquella dirección, bufando con un poco de fastidio, aunque con rasgos depresivos. Ya estaba a unos cuantos pasos. Quiso saludar para llamar su atención, pero no pudo evitar escuchar la conversación que ese grupo de luchadores sostenía con mucho ahínco.
-¡Vamos, apresúrate! –Bart oyó a uno de ellos decir-. ¡Muévete! –Aquel hombre le exigió al promotor del parche-.
-¿Qué hacen? –Se preguntó Bart al ver cómo el barbudo tuerto se sacaba un par de anillos de sus dedos y se los entregaba a aquel hombre que lo apresuraba-.
El pelirrojo se extrañó un poco al darse cuenta de los grilletes del hombre que recibía aquellas pequeñas joyas.
-Cómo sea... -Dijo Slade entre refunfuños-. Con el poder que poseo sobre ustedes... -Prosiguió en tanto tomaba la mano de Damian y la de Jason-. Declaro que a partir de hoy y para siempre, o hasta que la muerte los separe, o lo que sea que llegue primero, ustedes son esposos ante la ley del hombre, de los dioses y la mía... -Habló mientras hacía que ambas manos que sostenía, se afianzaran la una con la otra-.
"¡¿Qué demonios?!" Se exclamó Bart todavía siendo testigo de esa extraña conversación. "¡¿Es una boda?!" Sospechó, pero no pudo asegurar nada. Mejor siguió escuchando y observando en silencio.
-Y lo que hoy uno y concedo, que sea respetado por cada uno de ustedes. –Continuó Slade diciendo mientras todos alrededor, incluido Bart, veían cómo Damian colocaba uno de los anillos recibidos en la mano de aquel otro sujeto encadenado-.
-Yo lo respetaré. –Habló Damian al tiempo de colocar el anillo que aún conservaba en uno de los dedos de Jason-.
-Yo... yo... lo respetaré también. –Respondió Jason un tanto aprensivo, imitando a su vez el movimiento con el anillo, colocándolo temblorosamente en uno de los dedos de Damian-.
"¡¿En serio?!" Se inquirió Bart sorprendido. "¡No puedo creerlo, sí es una boda!"
-¡Como antes dije! –Slade alzó la voz repentinamente, dirigiéndose a los hombres que yacían cerca-. ¡Si antes, estos dos estaban prohibidos, ahora que están unidos, lo están todavía más, ¿entendieron?! ¡Si alguno de ustedes se atreve a tocar a alguno de ellos, no estará en mis manos, ni en ninguna otra autoridad, el evitar que les corten la cabeza! ¡Porque como bien saben, las personas casadas no deben ser profanadas, o aténganse a las consecuencias que el cónyuge afectado disponga! ¡¿Oyeron?! –Exclamó furioso-. ¡¿Oyeron?! –Repitió severamente, recibiendo el asentimiento de los aludidos-.
-Juro aquí mismo que si alguno de ustedes toca a mi esposo, le arrancaré el miembro y haré que se lo trague. –Agregó Damian como si estuviera proclamando una ley sobre piedra, causando un evidente estremecimiento en los presentes, y más cuando el tono de su voz parecía salir de lo más profundo de una caverna tenebrosa-.
Esas palabras también sobrecogieron a Bart, quien terminó algo abochornado por esa siniestra declaración.
"En-en-entonces sí es una boda..." Expresó el pelirrojo para sí mismo, convenciéndose del hecho en cuanto miró cómo aquellos dos involucrados, aún con los grilletes puestos, se besaban tímida y fugazmente. "¡Pero ¿qué rayos?! ¡¿Por qué se casarían en un lugar como este?! ¡¿Y ahora?!"
-¡Bien, ya son esposos, ahora sólo espero obediencia de tu parte y nada de decepciones... o traiciones! –Acotó Slade dirigiéndose explícitamente a Damian-.
-Mientras todos aquí respeten mi unión, considéralo un hecho. –Respondió Damian igual de estoico e intransigente-.
-Pues que te aproveche entonces... -Bufó Slade menospreciante y enfadado, con ello dando por terminado el asunto-. Ahora, hagan lo que les pedí para que podamos volv...
-¡Señor Slade, ¿cierto?! –Exclamó Bart finalmente, irrumpiendo entre aquella gente antes de que otro evento nupcial se cruce-.
-¡Vaya, miren quien llegó! –Exclamó el anciano igual de altanero, avanzando un paso para acaparar toda la atención de aquel soldado que los contrató-. ¡El Capitán Jallen!
-¡Allen! –Corrigió Bart ofendido-.
-Lo que sea. Henos aquí a la hora indicada. Usted dirá para qué somos buenos.
-Sí, gracias por venir. –Añadió el pelirrojo condescendiente, pero sin desatender a los que se hallaban a espaldas del viejo barbón-. ¿Son ellos? –Preguntó refiriéndose a las únicas dos personas que permanecían sometidas con cadenas-.
-Así es.
-¿Y los demás? –Preguntó estirando su cuello, revisando en todas partes-.
-¿Cuáles demás? –Respondió Slade burlonamente-.
-¿Sólo trajo a dos? –Preguntó Bart confundido-.
-Usted dijo que eso era lo mínimo que necesitaba, así que...
-¡¿Está bromeando?! ¡Necesitamos que ellos den lo mejor de sí! ¡Si los soldados los vencen en la primera ronda, el espectáculo acabará muy pronto! –Exclamó Bart un poco ofuscado-.
-No... Créame; llegará un momento donde a ustedes les faltarán soldados para enfrentarlos a ellos... -Refutó el promotor señalando su mercancía-.
-N-no me trate de ver la cara. ¡Teníamos un trato! –Expresó Bart molesto-. ¡Ellos no serán suficientes!
-¿Quiere apostar? –Retó Slade bravuconamente, incitando a Bart a fruncir más su ceño-.
La incredulidad del muchacho pelirrojo fue rebasada por su ego. Le molestó aquella actitud fanfarrona. Y en esos momentos, nada lo haría más feliz que darle una lección a aquel hombre presumido.
-Pues si usted quiere arriesgarse, por mí no hay problema... Serán sus hombres los que sufrirán el embate. Pero le advierto que si no soportan al menos tres combates cada uno... No le voy a pagar... -Anunció Bart sin miramientos o titubeos-.
-¡¿Qué?! ¡¿Es en serio?! –Exclamó Slade un poco contrariado-.
-¿Qué? ¿Ya no quiere apostar? –Inquirió socarronamente-.
-¿Y qué hay para nosotros si ellos logran resistir?
-Le daré mil piezas adicionales de oro. –Respondió igual de seco-.
La sonrisa espontanea de Slade demostró su pasividad al aceptar el trato.
-Agrega comida al premio y tendremos un acuerdo. –Señaló el anciano mientras extendía su mano-.
Bart asintió con gesto y el consecuente estrecho de ambas manos.
-¡Crizo! –Llamó Bart repentinamente-.
Con ello, un soldado arribó inmediatamente a su lado.
-Llévalos a la armería y dales una pechera y algún arma de entrenamiento. –Ordenó Bart señalando a los recién llegados-. Luego llévalos al patio trasero. Y dile a Riato que empiece a organizar las filas. Yo iré a avisarle al General. Los veo ahí en diez. No te tardes. –Concluyó palmeando al muchacho en el hombro-. Vayan con él... -Indicó a Slade listo para apartarse-.
-¡Sí, señor! –Respondió Crizo señalando a donde debían ir-.
-¡Y por cierto...! –Profirió el pelirrojo justo antes de darles la espalda-. ¿Podría quitarles los grilletes? Estamos en una fiesta y algo así no estaría bien visto. –Pidió dirigiéndose a Slade, pero dedicando una sonrisa sincera a los dos muchachos que portaban los anillos-. ¡Y por cierto, felicidades por las nupcias! –Agregó alegre, dándoles finalmente la espalda para retirarse-.
-¡"Felicidades por las nupcias"! –Repitió Slade con voz chillona, bufándose en el proceso-. ¡Demonios, por momentos, fuimos nosotros el hazmerreír! ¡Y todo por sus caprichitos! –Añadió acercándose a los susodichos-. ¡De verdad, Damian, juro por mi vida que si esto es una especia de truco, me las vas a pagar muy caro! –Amenazó mientras se ocupaba de retirar la cuerda y los grilletes-.
-Tengo palabra y haré lo que prometí. –Contestó el ojiverde inequívoco en su fría actitud-.
-Más te vale, porque si no, tomaré a Jason y lo violaré enfrente de ti mientras recibes una paliza. Y créeme, eso será lo más delicado del castigo. –Completó en tanto su aguerrida mirada se fijaba en el muchacho de los ojos color turquesa-. Así que... seamos unos caballeros y mantengamos un tranquilo acuerdo... -Musitó sonriente y cínico, terminando de liberar a Damian para ocuparse ahora de Jason-. ¿Cierto? –Le inquirió al muchacho, quien atinó a desviar su rostro para tratar de ignorarlo y encontrar a Damian con su mirada-.
Le bastó con ese leve movimiento para que ambos cómplices, ahora esposos, se hallaran con sus impacientes ojos. Sin embargo, pese a su victoria recién, los dos no pudieron evitar mirarse con un poco de aprensión luego de escuchar el ultimátum de Slade. Aunque en realidad, Damian mostró más molestia que preocupación. Contrariamente a Jason, quien reveló exclusiva y rotundamente su profunda inquietud, pues de su cabeza no salía aquel trato al que Damian debió atarse para que pudieran obtener la bendición del promotor. Eso no lo dejaba calmarse ni tranquilizar su apretado corazón.
"Damian..." Llamó Jason en sus pensamientos, mirándolo con suma correspondencia, pero también con una descomunal carga culposa en su ser.
-Tranquilo... -Le murmuró Damian como si hubiera leído su mente, capturando suavemente su mano que ahora estaba libre de ataduras, aprovechando que Slade se había adelantado para hablar con el soldado-.
-Pero Damian...
-No te preocupes... -Susurró sonriente a la par de su tierna intención para besar a Jason en la mejilla-.
El mayor entonces, agachó su mirada sonrojándose al instante.
-¡Vamos por este lado! –Ordenó Crizo señalando un pasaje para entrar a un edificio, interrumpiendo a los dos principales luchadores que empezaron a caminar en aquella dirección-.
Se remitieron a seguir al soldado. Con un paso firme y rápido, se internaron en aquel inmueble. El cual resultó ser una bodega enorme con artilugios militares y otros enceres.
Ahí, el soldado delegado por Bart les entregó lo solicitado. Los dos se colocaban las pecheras mientras Slade y sus asistentes se embobaban admirando la magnificencia del lugar.
-Déjame ayudarte... -Habló Damian posicionándose a espaldas de Jason para ajustarle los cordones de la prenda protectora-.
-Damian... -Musitó el ojiturquesa ilustrando su preocupación en su timbre vocal-.
-¿Qué pasa? –Inquirió despreocupado, quizás un tanto desvergonzado-.
-Tú... no debiste prometerle eso... Es peligroso. Y fue egoísta. –Reveló estrujando sus puños-.
-¿Hablas del trato que tengo con Slade?
-Sabes que sí. –Respondió dando la vuelta para encararlo-.
-No te preocupes por eso.
-¿Qué no me preocupe? –Murmuró Jason para no llamar la atención del resto, pero no por eso, disminuyendo la tensión en su voz-. Damian... Es arriesgado. ¡Estás poniendo tu vida en peli...! –Alegó, pero fue interrumpido por la osadía de su compañero, quien acalló sus labios con un beso súbito y premeditado-.
Su unión no fue ostentosa ni demandante. Fue tierna y justa en los tiempos e intenciones. Jason terminó ruborizado, pero claramente más apaciguado en sus preocupaciones. Aquel beso, lejos de distraerlo, en realidad le dio confianza y seguridad. Debió ser sincero y agradecer ese gesto.
-Dami... -Musitó embelesado momentos después de haberse separado, pues la dulce consternación que Damian le suscitó, le pausó una reacción inmediata-.
-No arriesgaré mi vida, Jason. –Comentó el ojiverde sin alejar sus caras-. Sólo haré lo que he hecho desde que caí en este infierno, pero ya no pelearé por evitar mi muerte, sino para compartir contigo mi deseo de vivir. –Habló al tiempo de llevar sus manos a las mejillas del mayor-. Desde ahora, tú te has convertido en otra motivación para conservarme con vida; así que no debes preocuparte, amigo mío, no moriré y no dejaré que ninguna otra desgracia nos alcance...
-Pero Damian...
-Tranquilo... Lo prometo. No nos pasará nada.
-N-no... Yo no podría dejarte hacer eso. –Habló Jason resquebrajando su voz-. Es ilógico que...
Y nuevamente fue interrumpido con otro sutil y dulce arrebato de Damian, quien esta vez, prolongó su caricia un poco más, incluso llevando sus manos a la nuca de Jason para acercarlo a voluntad.
-No voy a ceder en esto, Jason... -Le dijo nada más separarse, pero conservando una distancia tan corta que su aliento todavía rozaba su boca-. Esto lo hago por los dos, por mi tranquilidad y la tuya, por mi vida y la tuya... Quizá sí, sí soy egoísta al decidir por mi cuenta, pero no hay vuelta atrás. Llevaré esto hasta que podamos encontrar la estabilidad necesaria para salir de este infierno. Porque por algo te cruzaste en mi camino y por algo he recordado la promesa que alguna vez le hice a Dick.
-Dami...
-No te dejaré solo. Ahora estamos juntos en esto. Eres mi amigo y yo el tuyo, ¿entiendes? –Le inquirió amablemente-. Así que por nada en el mundo te quites ese anillo; que sólo con él, sabré que nuestro pacto, nuestra alianza y nuestro compromiso, siguen en pie.
-Da...
-Por favor, no te lo quites nunca... -Pidió igual de afable e íntimo, concluyendo de ese modo su explicación, la cual manifestó con otro beso que se profundizó incluso más-.
En ese frágil instante, algo nació entre los dos. Un sentimiento se acogió en sus pechos; uno que les proporcionó la calidez y la esperanza que hasta entonces habían perdido. Ese tierno sentir les calmó sus aprensiones y les otorgó fuerza en sus voluntades.
-¡Por favor, ¿qué demonios hacen?! –Gritó Slade en cuanto los vio en semejante posición-. ¡Ya tendrán tiempo para eso! ¡Muévanse! –Ordenó interrumpiéndolos-. ¡Maldita sea, tenemos trabajo! –Comentó colérico, causando un par de sonrisas en los regañados, quienes debieron culminar su caricia al atender la riña de Slade-.
El momento único y jocoso se desvaneció con las órdenes del promotor. Los apresuró entonces a terminar de prepararse. Cuando estuvieron listos, con ayuda de Crizo, fueron conducidos hasta el patio asignado.
Ahí, un séquito relativamente pomposo de soldados, ya los aguardaba con un pasillo formado con sus propios cuerpos. Este camino los llevaría hacia una especie de cuadrilátero creado con otros militares en servicio.
Slade caminaba al frente, siguiendo a Crizo mientras Damian y Jason avanzaban al final. Ambos andaban tomados de la mano, posiblemente observando al público que ya estaba acomodándose alrededor. El ruido, la música y las exclamaciones jolgóricas ambientaban la zona dándole una esencia a alegría y excitación. Todos ahí comentaban y veían el desarrollo del espectáculo próximo a presentarse. El lugar ya se alistaba dibujando su escenario, cuyos palcos principales permanecían llenos de clientes expectantes de los artistas. Artistas que eran recibidos con asombro y teorías relativas a su papel.
Esa atmósfera no era ajena para los gladiadores contratados. Tanto Damian como Jason estaban acostumbrados al público en exceso. Ya estaban habituados a los gritos, a los abucheos y a los aplausos; y ese lugar se quedaba corto en comparación a los enormes y fastuosos circos que sus pies ya habían visitado; así que no había nervios que controlar, ni escrúpulos que liberar. Mucho menos tampoco, el tumulto o el ruido de la fiesta fueron mínimos para distraerlos de las sensaciones que recientemente habían adoptado en sus almas.
Los dos continuaron moviendo sus piernas, afianzados el uno del otro, entrelazados por sus dedos que se mimaban entre ellos inconscientemente. Ninguno de los dos caminaba propiamente concentrado en el trabajo que deberían realizar.
Jason caminaba un poco embelesado, atrapado en las dulces palabras que Damian le dedicó antes de salir de la armería. Se las repetía en tanto imaginaba algunas cosas que no hacían más que aumentar su calma y su despreocupación.
En cambio, Damian reflexionaba ilusionándose con todo lo que iba a tener que solventar de ahora en adelante. No le preocupaba el trato que lo había encadenado a Slade, ni tampoco gastaba sus pensamientos en ansiedades alusivas a su naturaleza como esclavo; porque desde que conoció a Jason, ese detalle pasó a segundo término en su lista de prioridades. Ahora, podría concentrar sus fuerzas e inspiraciones en un asunto más noble y menos descabellado. Un asunto como lo era el saber que ahora tenía un cómplice que le recordaría su feliz pasado, pero que también le ofrecería un futuro distinto y repleto de anhelos. Pensar en ello lo hizo sonreír.
-Escuchen... -Crizo interrumpió ambas cavilaciones en cuanto se paró repentinamente frente a ellos y los hizo detenerse-. En aquella terraza se encuentra su magnificencia, el emperador, y algunos invitados importantes... -Acotó señalando discretamente-. Cuando anuncien el comienzo de los juegos, ustedes lo y los saludarán como si estuvieran en el anfiteatro, ¿entendido? –Preguntó logrando que ambos muchachos le prestaran atención, enfocando sus vistas en aquel lugar exclusivo donde se regodeaban las élites del imperio-. Dije que si entendieron...
Ambos muchachos afirmaron la instrucción.
-Y de aquel lado, se encuentran las razones para esta fiesta. Miren. –Habló indicando los asientos de los jóvenes nobles-. Ahí están nuestro segundo príncipe y su prometido. Cuando estén en su presencia, deben reverenciarse y felicitarlos por su próximo matrimonio, ¿está bien? –Inquirió, pero sólo obtuvo la respuesta de Jason-. ¡Excelente! Ahora, vayan de aquel lado y esperen el anuncio. –Les dijo indicándoles una esquina del cuadrilátero-. ¡Y usted, acompáñeme! –Le ordenó a Slade casi obligándolo a apartarse-.
-¿Qué? ¿Por qué? –Alegó el anciano-.
-Lo llevaré con el Capitán. Creo que hay un pago pendiente o algo así... -Respondió dándoles la espalda-.
-¡Cierto, mi pago! –Exclamó acelerado, ya dispuesto a seguir al soldado-. ¡Y ustedes! –Se dirigió a los dos gladiadores-. ¡Más les vale destrozar a estos pobres diablos o de lo contrario, tendremos problemas...! –Amenazó el tuerto justo antes de emprender la marcha-. Acaben con ellos... -Agregó de último, pero sólo Jason lo atendió-.
Con esas palabras, ambos vigilantes se retiraron dejándolos solos entre aquellas formaciones.
Jason quiso avanzar, pero debió detenerse debido al agarre que tenía con Damian. Le insistió con un leve jalón, pero no obtuvo alguna reacción.
-¿Damian? –Le inquirió desconcertado-. ¿Qué pasa? –Preguntó al verlo paralizado, con su vista fija y una mueca preocupada-. Damian... -Llamó, pero no hubo una respuesta-. Damian, ¿qué te ocurre? –Volvió a cuestionar, inquietándose en el proceso, pues ese cambio repentino en su compañero comenzaba a asustarlo-. Dami... -Pronunció jaloneándolo nuevamente-. Da...
-Esa joya... -Habló Damian de repente-.
-¿Qu-qué...? –Exclamó Jason tensándose un poco, indiscutiblemente ignorante de lo que su amigo decía-.
-Esa joya es de Dick... -Completó el ojiverde tan seco y lúgubre en su voz como si hubiese visto un muerto-.
-¿Qu-qué? No entiendo... ¿Cuál joya...? –Se interrogó Jason acercándose todavía más a Damian, quien no despegaba su vista de algún punto fijo en el panorama-.
Entonces, inercialmente, se decidió también por mirar en la misma dirección, terminando con el cuello estirado y encuadrando en sus ojos el punto que Damian no dejaba de mirar.
-Esa... -Musitó el ojiverde, señalando al segundo príncipe, quien justo estaba acomodándose el velo que portaba, dejando momentáneamente al descubierto aquel hermoso collar y su preciada y brillante esmeralda incrustada-.
Continuará...
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