Joya 3
La crecida yerba cosquilleaba su nuca. Lo único adornando su mirada era aquel cielo azul y profundo, tan claro como sólo una mañana cálida podía darle. Se abrió como estrella disfrutando de su libertad. Las flores a su alrededor refrescaban la brisa matinal. A Jaime le bastó respirar hondamente para adueñarse de la fragancia. Fijó sus ojos en el firmamento buscando un poco de calma. Se acomodó advirtiendo el suave viento en sus oídos. La paz cobijándolo lentamente lo arrullaba. La esencia de las flores lo albergaba tranquilizándolo. Percibía el dulce aroma impregnándolo afablemente. Muy pronto cayó en el hechizo del momento. Con el vaivén de las plantas, el perfume se intensificaba. Cada vez que aspiraba, el constante olor empalagoso, pero acogedor, lo abrazaba otorgándole calma y felicidad. Su hermoso paraíso parecía irreal, pero se sentía tan en armonía que no se preguntó por más. Todo era perfecto.
Sin embargo, al suspirar una centésima vez, aquel delicioso aroma se difuminó entre una esencia diferente. Jaime se extrañó respirando reiteradamente. Aquella nueva fragancia abarcó el aire inmediatamente. Se sentó sintiéndose atraído por aquel exotismo. Le pareció más atractivo, más profundo, único. Su corazón comenzó a latir fuerte y apresurado. Se emocionó pensando en lo que significaba aquella fragancia. Se puso de pie virando en todas direcciones. Buscó ansioso el origen de aquel aroma.
-El Sol... huele como el Sol... -Se dijo Jaime encontrando un nombre a la esencia-.
Percibió un escalofrío recorrerle la espalda en cuanto halló un concepto a aquel olor. Fue entonces que sin perder el tiempo, dirigió ansioso su mirada al cielo. Giró sobre sus talones intentando encontrar al astro rey. Revisó dos o tres veces antes de comenzar a preguntarse dónde se escondía aquella maravilla.
-Es temprano. ¿Dónde está el Sol? –Se interrogó el castaño insistiendo en su búsqueda-. ¿Dónde... está...? –Inquirió nuevamente advirtiendo un poco de duda en su pecho-.
Volvió a mirar cada centímetro del firmamento. El color zafiro estaba ahí, la luz también. Era definitivamente de mañana, pero el Sol no se encontraba donde se suponía debía estar. Jaime se preocupó. La angustia empezó a subir a su garganta. Ni la hermosa y crecida cama de yerba, ni las miles de flores decorativas, ni lo precioso del cielo fueron suficientes para regresarle la calma. Su corazón se aceleraba, pero no por las razones candorosas de hace unos instantes. El miedo comenzaba a aturdirlo. La falta de un elemento tan natural y tan importante como el Sol de verdad estaba asustándolo.
-Khaji... -Se susurró como si hubiese tenido una revelación-. Él sabrá lo que está pasando. –Se dijo dispuesto a emprender el viaje de regreso-.
No obstante, al darle la espalda al paisaje, una voz tan dulce e inocente le llamó haciéndolo dudar.
-Príncipe... -Aquella voz le dijo-. Príncipe... -Le repitió amablemente-.
-¿Quién...? –Inquirió Jaime volteando-.
Siendo inmediatamente obligado a cerrar sus ojos para no deslumbrarse por aquel resplandor frente a él. Era tan brillante y tan cálido que Jaime reconoció enseguida aquella presencia.
-Príncipe, despierte... -La voz le dijo ocultándose entre aquella luminosidad-.
-¿Eres... eres el Sol? –Jaime preguntó mientras avanzaba a ciegas-.
-Abra los ojos... -Pidió aquella amena voz-. Príncipe, abra los ojos... -Le repitió suavemente-.
Jaime atendió la orden. Lentamente levantó sus párpados sin alzar el rostro. La luz de verdad era brillante y cegadora.
-Jaime... -La voz llamó-.
Fue un llamado que no vino solo. El príncipe castaño percibió su cara ser sujetada. Las manos que lo tocaron eran suaves y expedían aquel divino aroma. Sin olvidar la temperatura que lo quemaba, pero sin causarle dolor.
-Jaime... -Volvió a pronunciar su nombre-.
El muchacho ya no quiso resistirse. Obedeció aquel toque levantando el rostro, abriendo por completo sus ojos, viendo a través de la serena luz. La imagen frente a sí se desplegaba tan lustrosa que ya no tuvo dudas.
-El Sol... Eres el Sol... -Musitó Jaime acercándose-.
-Despierte, príncipe... -La voz le dijo-.
-Pero... no estoy dormido. –Respondió hechizado por la candidez que proyectaba la luz-.
-Esto es un sueño, príncipe... Debe despertar...
-No. No quiero. Quiero quedarme aquí contigo.
-Yo estoy aquí, pero si no despierta, no va a encontrarme. –La presencia mencionó también estrechando la distancia-.
La cercanía entonces, fue la suficiente para que Jaime mirara a través de las saetas luminiscentes. Entre ellas, observó maravillado algunos trazos faciales. La figura se mostró clara, no así su identidad.
-Querido Sol... dime tu nombre... -Pidió Jaime aletargado, sin despegar la vista que no percibió estragos al mirar de frente aquella luz-.
Aquella presencia le sonrió a Jaime y sin detenerse, se adelantó atrapando la boca del contrario. El castaño se pasmó rindiéndose a la caricia. Ambos disfrutaron de ese beso como si la magia viajara entre ellos a través de sus labios.
Cuando su acercamiento terminó, el embeleso se había apoderado del príncipe. Apenas y respiraba luego de aquellas súbitas sensaciones nacientes en su cuerpo. Aquel luminiscente ser volvió a sonreír al mirar la abobada expresión de Jaime. Le acarició el rostro y se acercó susurrándole unas palabras.
-Me llamo...
-¿En qué piensas? –Preguntó Khaji extrayendo a Jaime de sus pensamientos-.
El muchacho frunció el ceño suspirando su enojo. Había escuchado la pregunta, pero su sonrojo le impidió girar su rostro y responder.
-Jaime, deja de distraerte, ya casi llegamos. –Indicó Khaji mientras arreglaba su ropa-.
El aludido torció la boca devolviendo su atención a la imagen que observaba a través de las celosías del carruaje. Ya no pudo regresar su concentración a aquel hermoso sueño que alguna vez tuvo. Aunque lo repasaba mil veces recordando cada ínfimo detalle, no encontraba alguna pista para descubrir la identidad de aquella presencia. Luego de tantos años, aún no le daba un nombre.
No halló nada mejor en qué ocupar sus reflexiones que recordar aquel maravilloso sueño. El mismo que se había convertido en su única entretención durante ese viaje. El único al que recurría cuando el miedo, la aprensión o la duda lo abordaban. Sólo trayéndolo a su memoria era que lograba calmarse. Y ahora más que nunca necesitaba de ese consuelo y ese apoyo. Era eso o morir a causa de los nervios.
Nervios que muy pronto se acrecentaron en cuanto llegaron a la periferia de la ciudad. El carruaje danzaba entre las callejuelas y la gente que transitaba arreglándoselas para observar maravillada aquella caravana. Ya muy pronto arribarían a la entrada del palacio, y eso estaba asfixiando al angustiado príncipe, quien como todo un ser maduro y leal, ocultaba a la perfección su malestar.
Miraba impaciente cómo la gente se aglomeraba a costados de la caravana para festejar la llegada. No pudo negar que semejante recibimiento era digno de ver, aunque jamás en sus viajes vio semejante euforia y relativo desorden en la población. En su opinión, aquella capital era majestuosa y respaldaba su fama cómo la más grande de occidente, pero eso no atenuaba las ansias que el aparente caos rodeándolos le provocaba. Ese hecho lo aturdía, pero también lo intrigaba. No comprendía demasiado bien aquel recibimiento popular.
De un momento a otro, el carruaje comenzó a avanzar más lento, así se incrementó el bamboleo dentro del coche, aumentando el malestar en Jaime. Al príncipe no le quedó de otra que respirar profundo, esforzándose por no sucumbir a la jaqueca y las náuseas que paulatinamente también aumentaban. La presencia de las personas se volvía cada vez más densa cuanto más se acercaban al palacio. Eso de verdad empezó a fastidiar a Jaime, pues su presencia entorpecía el libre tránsito.
-Dile a los guardias que aparten a la gente para que dejen pasar a los caballos... -Habló Jaime fatigosamente-.
-Lo acabo de hacer. –Respondió Khaji un poco renuente a la actitud de su protegido-.
-¿De verdad?
-Sí.
-Muy bien. –Expresó sin ánimos, cerrando sus ojos y exhalando su pesar.
La molestia obligó a Jaime a echar la cabeza hacia atrás y suspirar como si el mundo se fuera a acabar.
-Khaji, ¿tienes algo para el dolor de cabeza? –Quejumbrosamente, demandó aquel príncipe visitante-.
-¿Por qué? ¿Te sientes mal? –Inquirió cambiando su asiento, sentándose junto a Jaime-.
-Si no me doliera la cabeza, no te pediría nada...
-¿Y ahora estas de mal humor?
-No empieces, Khaji... Sólo dame algo para el dolor.
-Lo lamento, querido príncipe, pero no tengo un remedio para su mal. –Respondió irónico-.
-¿Nada?
-No. Pero si quieres sentirte mejor, te recomiendo respirar y dejar de preocuparte por tu boda. No hay mejor remedio que olvidarte de tus nervios y de tus inquietudes. –Respondió el acompañante serio y elegante-. No tienes nada qué temer ni por qué estar nervioso.
-¿Preocuparme? ¿Miedo? ¿De qué hablas? No estoy nervioso ni tengo miedo. –Respondió Jaime enderezándose, palmeándose la cara para recuperar un poco de su temple-. Sólo es algo de mareo.
-¿Mareo? ¿No era dolor de cabeza?
-No. Ya no tengo nada. Estoy bien. –Contestó inútilmente para intentar cambiar el tema-.
-¿Seguro?
-Sí.
-No me parece.
-Pues así es.
-Jaime, no tiene nada de malo estar nervioso por algo así. Yo te comprendo.
-¡Pero no estoy nervioso! ¿Por qué crees eso?
-Porque has evitado el tema de tu casamiento desde que salimos de Azunia.
-¿Qué? ¡Por supuesto que no! ¡Y no estoy evitando el tema! Sólo no me apetece hablar de ello. –Contestó desviando su rostro, dirigiendo su mirada al paisaje urbano que continuaba igual de molesto con toda esa gente siguiéndolos-.
-Príncipe Jaime... -Llamó Khaji de forma seria, como si estuviera por regañar a un niño-.
-¿Qué quieres? –Inquirió pronosticando el tópico de la conversación-.
-El tema ya fue tratado y acordado. Así que deja de preocuparte. Esto es lo mejor para ambas naciones.
-¿De verdad? –Expresó Jaime sarcásticamente-.
-Te recuerdo que los acuerdos de comercio y de paz beneficiarán a ambas partes a lo largo de muchos años. No sólo durante la vida de tu padre, sino durante la tuya y la de tus descendientes.
-Khaji... -Habló condescendientemente-. Ya deja de tratar de consolarme o de tratar de convencerme de este matrimonio sin sentido. ¡Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión!
-Aun así te casarás, lo sabes, ¿cierto?
-¡Lo sé! ¡Pero nada en el mundo me hará ver este evento como algo necesario o deseado! ¡Sinceramente, no le veo el caso!
-Ya te dije cuál es el beneficio. Los acuerdos son inexcusables.
-¡¿Y no se pueden firmar esos "acuerdos" sin necesidad de obligarme a esto?!
-Tú sabes que no fue tu padre quien lo sugirió. Fue el emperador del imperio romaení quien habló de la unión.
-¡¿Y por qué le hacemos caso?!
-Es su forma de garantizar los acuerdos.
-¡¿Garantizar?! ¿Por qué? Nosotros nunca hemos roto uno solo de nuestros acuerdos. ¿Por qué ahora debemos hacer este ritual tan nefasto?
-Lo hacemos para demostrar un gesto de buena fe. Además, ya estás en edad de desposar una pareja.
-¡Eso es falso! ¡Este acuerdo nació a raíz de la desconfianza del emperador romaení! Y fue así porque él cree que todos son de su condición. Nosotros jamás hemos roto un trato. Si existe aprensión o conjetura en alguna de las partes, son los romaeníes los que cargan la insignia de la deslealtad.
-¡Jaime! –Expresó enérgicamente-.
-¿Ahora qué?
-Ni se te ocurra mencionar ese comentario entre los anfitriones. –Habló dejando en claro una orden implícita-.
-¡Como quieras! ¡Y eso de "estar en edad de desposar una pareja", es estúpido! ¡No puedes obligar a nadie a estar con alguien! ¡Yo jamás voy a amar a ese príncipe!
-No seas infantil, Jaime. No estás aquí para enamorarte. Tu deber con tu país es...
-¡Sí, sí, sí! ¡Su bienestar y la paz! ¡Ya sé! ¡Pero ¿y qué?! ¡Ya que estoy aquí, y contra mi voluntad, que nadie olvide eso; lo mínimo que espero es no pasar la eternidad en la miseria del desamor! ¡¿Nadie ha pensado en eso?! ¡¿Qué tal si ese príncipe y yo nos odiamos?! ¡¿Qué tal si ese chiquillo resulta ser un ser despreciable que va a tratarme mal y va a hacerme la vida miserable?! ¡¿Dónde está el amor en eso?!
-Jaime, no seas exagerado...
-¡No lo soy! ¡La realidad es que me opongo rotundamente a este matrimonio! ¡Yo esperaba casarme por amor! ¡POR AMOR! ¡Y no en este momento de la vida y de forma tan apresurada!
-Jaime, por favor, tranquilízate. Si la raíz de tu mal humor y aprensión es la preocupación por no encontrar el amor, debes saber que uno nunca sabe lo que va a pasar.
-¡¿Qué?! ¿Qué me quieres decir con eso? ¿Estás diciéndome que soy una de las personas más afortunadas de este mundo como para enamorarme de mi próximo esposo a quien nunca he visto en toda mi vida?
-Sólo digo que quizás este príncipe resulte ser el amor de tu vida. Quizás el destino te tiene una hermosa sorpresa, una que recompensará tu sacrificio.
-No digas tonterías. ¡No puedo amar a alguien a quien no conozco!
-Jaime, no cierres tu vida a las posibilidades. Quizá dentro de aquella metrópoli encuentres tu ansiado amor verdadero.
El joven monarca se sonrojó con aquella frase. Detuvo cualquier réplica hundiéndose de hombros. Apretó sus labios impidiéndose suspirar. Sin embargo, recordar esa ilusión infantil le hizo sonreír.
-No te rías de mí. Eso es lo único que tengo ahora. –Musitó Jaime mirando tímidamente a su consejero y guardia personal-.
-No me rio. Eso es importante para ti, ¿no?
-Sé lo que piensas. Crees que estoy demente por creer en algo así, por creer en el amor verdadero.
-Y a pesar de ello, aún no te rindes, ¿cierto? –Inquirió Khaji suspicazmente-.
-¿Tiene algo de malo? –Preguntó Jaime avivando el sonrojo en su rostro-.
-No creo que sea malo... Para un niño... No para un príncipe que tiene el futuro de su reino en sus hombros y está por contraer nupcias. –Comentó cortantemente-. ¿No piensas que es cosa de niños?
-¡¿Cómo te atreves?! –Exclamó ruborizado, avergonzado-. ¡Ya te dije; eso es lo único que me queda! ¡Y no le hago daño a nadie creyendo en ello! ¡Y si te lo conté es porque te tengo confianza, no para que me critiques!
-Pero... -Murmuró Khaji sonriendo burlonamente-.
-¡No lo digas! –Ordenó Jaime abochornado-.
-Pero...
-¡No lo digas!
-Pero...
-¡Khaji, cállate! –Pidió cubriéndose los oídos, inundando todo su rostro en un tono carmesí-.
-¡Pero "enamorarse del Sol" es algo muy infantil! –Exclamó Khaji mordiéndose los labios para evitar estallar en carcajadas-.
-¡CÁLLATEEEEEE! –Gritó sumido en un completo estado de vergüenza y pudor-. ¡No es lo que piensas! ¡Ya te expliqué! ¡No te burles!
-Es que es muy gracioso.
-¡No lo es! ¡Ya te dije que en mi sueño no se trataba del "Sol", sino de una persona que me deslumbraba como el "Sol"! ¡No es lo mismo, así que deja de burlarte de mí!
-Bueno, es que cuando lo explicaste, lo describiste de esa forma.
-¡Tenía diez años! ¡No me puedes culpar! ¡Eso fue lo que soñé!
-¿Diez años?
-¡Sí!
-¿Y luego de quince años no has podido olvidar ese sueño? –Indagó Khaji levantando sus cejas, desafiando la coherencia en las palabras de Jaime, quien frunció el ceño arrepintiéndose de lo antes dicho-. Sólo fue un sueño.
El príncipe castaño apretó sus labios mostrando su berrinche. Empezó a mover su pierna mostrando su exasperación. Respiró profundo antes de retomar ofuscadamente la conversación.
-¡No es cierto! –Expresó molesto-. Fue más que eso. –Acuñó cambiando el tono de su voz, aseverándola, mostrándose ferviente y seguro-. Vi mi destino. Vi lo que pasaría. Se sintió tan real, tan palpable, tan cercano a mí. Yo sé que en algún lugar del mundo, aquella persona que brilla como el Sol está esperándome y sé que me amará como yo la amé en esa visión.
-¿Ahora es una visión? ¿Y qué será el día de mañana; una premonición?
-¡Khaji! ¡Hablo en serio!
-Bueno, está bien. Ya, no te enojes. Lo que quiero decir es que puede que encuentres a tu "Sol" en la capital del imperio romaení. Ya deja de mortificarte. No ganarás nada con ser pesimista y estar quejándote.
-No estoy quejándome, sólo recalco lo infeliz que voy a ser en cuanto pise aquel palacio.
Khaji suspiró negando condescendientemente. Miró con pesar y algo de compasión a su pupilo e íntimo amigo. Le sonrió llevando la mano hacia su hombro.
-Jaime... -Le llamó atenuando su voz-.
-Sé lo que me dirás; que es mi deber como príncipe, como responsable de un hermoso pueblo que vive para su reino. Lo sé, Eso lo sé y no me quejo. Soy consciente de mi cargo y de mis obligaciones; y por supuesto que no hay nada que me impida cumplirlas con honor, sentido común y pasión, pero...
-Pero no quieres casarte... -Completó Khaji palmeando delicadamente al muchacho-.
-Sé que hay otras formas para crear alianzas. No entiendo el afán por unirme en un matrimonio que no es del todo requerido. Uno que sólo beneficia al imperio de Romae para su protección. Uno que a la larga romperá mi corazón.
-Jaime... No digas eso. Ya te lo he dicho; no sabemos lo que el futuro te deparará. Posiblemente, el amor que tanto deseas está ahora esperando por ti.
-¿Posiblemente? Khaji, sé que mis sueños son infantiles, pero no me trates como a un niño. Si hablamos de posibilidades; no tengo mucho a mi favor si quiero que aquel príncipe mimado que me espera, sea quien vi en mis sueños.
-No lo sabrás hasta que no lo veas...
-¿Y eso de qué me va a servir? –Inquirió desilusionado-. ¡¿Qué si lo veo y no resulta ser quien espero?! ¡Eso no cambiará el hecho de que debo atar mi vida a ese desconocido! ¡Y si no es él, y aun así me casaré, ¿cómo esperas que acepte ese destino sin pelear?! ¡No quiero ser infeliz!
-Jaime, ¿no crees que hay más en la vida que ese sueño?
-¡No lo hay! –Interrumpió arrebatadamente-.
-Jaime, fue sólo un sueño que tuviste cuando niño. No puedes...
-¡Yo hablo del amor! –Aseveró alzando su voz-. ¡No hay nada más importante que el amor! ¡Y si no ha quedado claro, me aferro a ese sueño porque en él, lo sentí y lo supe; sé que me enamoré y esa persona de mí se enamoró!
-Jaime...
-¡No me quites eso, Khaji! ¡Aunque no quiera casarme y me niegue rotundamente a hacerlo, no significa que vaya a huir! Conozco mi obligación, pero eso de ninguna manera me hará olvidar mis sentimientos.
-Jaime, pero si no te das una oportunidad de descubrir el mundo real y sigues aferrado a aquel sueño, no podrás saber si la felicidad está ya tocando a tu puerta.
-No importa lo que digas. Me casaré, pero de ningún modo voy a amar a ese tipo. No al menos que sea el Sol de mi sueño, aquel de quien me enamoré. –Concluyó dándole la espalda, regresando su mirada al panorama frustrante del exterior, percibiendo esas náuseas y jaqueca aumentar sin cuartel.
Khaji suspiró resignándose. Consideró mejor ya no tocar el tema y ya no aumentar el pesar del príncipe. Se retiró al asiento de enfrente, acuñando su silenciosa actitud, esperando la llegada a las puertas del palacio. Dentro del cual, los asistentes se afilaban cuadrándose para dar la bienvenida.
Los sirvientes eran los primeros en ajustar su presencia, seguidos, estaban los guardias y los soldados, algunos con estandarte y otros preparando sus espadas y lanzas. Casi al final, se hallaban los funcionarios, los ministros, el senado y los altos mandos. Todos ellos abriendo paso a la familia real, quien se posaba encantadoramente al final de ese corredor humano. Lugar donde sólo un grupo de personas bastante importantes y seleccionadas acompañaba a los únicos dos hijos del emperador. Los presentes se acomodaron pertinentemente en la explanada frontal del palacio.
Entre los asistentes, no había un solo gesto de rechazo o tristeza. Cada una de las personas ahí yacidas, sonreían y festejaban la llegada del prometido de su príncipe regente. Para ellos, era un honor y tradición recibir con bendiciones algo que estuviera relacionado con su amada realeza, por lo que las muestras de alegría no estaban ausentes en aquel momento. Por supuesto, la familia real y los allegados no se comportaban ajenos a esa costumbre. Por lo que Conner no se hacía del rogar para dedicar palabras a aquellas personas cerca de él, quienes se sorprendían gustosos de ver al primogénito de regreso, dándole la mejor de las bienvenidas.
Mientras los protagonistas se alistaban y la caravana ya se detenía al pie de la escalinata, el emperador se acercaba para tomar su lugar. Esperándolo, sus hijos tomaban su posición sobre la diminuta plataforma que resguardaba la estatua representativa de la ciudad. Aquella águila de alas desplegadas era el punto de referencia para el recibimiento. Ahí aguardaban los dos hermanos, expectantes de lo próximo a acontecer.
-¡Qué maravillosa gente! –Expresó Conner blandiendo discretamente su mano para devolver los saludos-. ¡Deberías compartir su felicidad y quitar esa horrible cara que tienes! –Comentó dirigiéndose a su hermano menor, quien ocultaba parcialmente su rostro y sus gestos bajo aquel manto rojizo que su padre le había dado-. ¿O acaso no estás contento? –Le inquirió burlonamente-.
-Cállate... -Murmuró Jon despechadamente-.
-No te pongas así. Deberías estar muerto de felicidad. ¡Vas a casarte, hermanito! ¡Finalmente saldrás de esta capital y verás el mundo!
-Por favor, deja de hablar. –Habló Jonathan cabizbajo-.
-¡Qué amargado estás! ¡Deberías estar agradecido! ¡Me alegro que tu matrimonio sea arreglado, al menos así alguien se casará contigo, porque si no, nadie en su sano juicio se casaría con un tipo tan lúgubre como tú!
-Dije que te callaras...
-Aunque lo siento mucho por tu futuro esposo. Él será quien deba aguantar tu pésimo humor.
-Conner, ya basta...
-Aunque quien sabe... quizá cuando te abra las piernas, tu humor mejore...
-¡CA...! –Gritó alterado y furioso, pero fue interrumpido por las trompetas que anunciaron la llegada de la carroza principal-.
El emperador arribó justo a tiempo. Se colocó entre sus hijos abrazándolos sonrientemente. Detrás de él, llegaron el general y su escolta, quienes se acomodaron a un lado de la escultura, ligeramente alejados de la familia real. Tim se retiró el casco indicándole a Bart que hiciera lo mismo.
-El jefe del senado hará las presentaciones... -Musitó Timothy a su compañero-. Eso me quita un enorme peso de encima.
-¿Por qué? –Preguntó Bart arreglándose un poco el cabello-.
-Por lo general soy yo quien hace las presentaciones cuando él no está, pero ahora que están todos, me quita esa responsabilidad. Así no tengo que batallar con los nombres. –Respondió dándose un respiro-.
Bart sonrió escuchando el anécdota.
-¿Pudiste arreglar lo del entretenimiento? –Demandó Timothy disimulando su charla-.
-¿Qué? ¿Cuál entretenimiento? –Expresó Bart confundido-.
-El que te dije que organizaras y que involucrara a los soldados.
-¿Qué? ¿A mí me pediste eso? –Preguntó entre dientes-.
-Sí. ¿Qué fue lo que organizaste?
-Tim, pero a mí no me dijiste nada. Es la primera vez que escucho esto.
-¡Claro que no! ¡Te lo mandé decir en una carta!
-¡¿Una carta?! ¡Tim, no sé de qué hablas!
-¡No busques excusas! ¡Te escribí una carta la semana pasada!
-¡No recibí nada!
-Bart, no mientas.
-Pero es que no he recibido nada. Lo único que ha llegado de tu parte es un baúl con algunas de tus cosas.
-¡Y ahí puse la car...! –Tim se interrumpió al darse cuenta-. ¡Rayos...!
-¡Bien! Para la próxima esculcaré sus cosas... -Refutó Bart frunciendo el ceño-.
-Está bien, admito que fue mi culpa. –Expresó Tim bufando su contrariedad-.
-¿Y ese "entretenimiento" era muy importante? –Inquirió Bart solapadamente-.
-Pues... El emperador me lo pidió pensando en demostrar la capacidad de las tropas.
-Vaya... Suena como un problema... -Musitó Bart condescendientemente-.
-S-sí...
-¿No se te ocurre nada?
-N-no... No realmente. –Respondió Tim pasando saliva-.
-¿Cómo se te fue a pasar algo así? –Preguntó Bart disimuladamente-.
-Estaba un poco atareado con las guardias en los puertos.
-Bueno... eso puede darte algunos atenuantes, pero...
-Ya sé. Y no se me ocurre nada. ¿A ti no se te ocurre algo?
-Pues... -Murmuró el pelirrojo teniendo improvisadamente un par de ideas-.
-¡¿Tienes algunas?!
-Pues, la semana pasada...
-¡Bien! ¡Lo que sea! ¡Sólo hazlo!
-¡¿Qué?! ¡Pero no te he dicho nada aún!
-¡No importa, tienes todo mi apoyo, confío en ti y sé que harás un buen trabajo!
-Pe-pero...
-En cuanto terminen las presentaciones, ve y haz lo que tengas que hacer...
-Pe... -Quiso explicarse, pero el cortejo de los invitados comenzó a subir por las escaleras-.
Las trompetas ya no se detuvieron. Las cortesanas emprendieron su viaje por delante de los invitados. Lanzaban pétalos a sus pies mientras otras arrojaban listones y monedas hacia la multitud. Los guardias de Jaime fueron los primeros en bajar de los carruajes, luego los sirvientes acompañándolos para formar un pequeño séquito que aguardó por el príncipe. Por último, del carruaje más fastuoso, se esperaba la muestra del invitado principal.
-¿Estás listo? –Demandó Khaji abandonando el asiento-.
-Nunca estaré listo para esta farsa. –Respondió Jaime malhumorado-.
-Oye... antes de salir, quiero decirte algo...
-¿Quieres darme tu bendición? –Inquirió socarronamente-.
-Ya la tienes...
-¿Entonces...?
-Solo quiero que sepas que sin importar que creas ciegamente en un sueño...
-¿Vas a empezar con eso? Estamos a punto de bajar...
-Cállate y déjame terminar... -Ordenó estoico y frío, tanto, que Jaime se hundió de hombros y retrajo su mirada-. Quiero que sepas que respeto lo que sientes y tus creencias. Para mí no hay nada más importante que tu felicidad y tu bienestar... -Habló llegando al corazón de Jaime-. Así que te hago la solemne promesa, aquí y ahora, de que nunca dejaré de rezar para que encuentres a tu amado Sol...
-Khaji... -Musitó mientras sentía un nudo en su garganta-.
-Rezaré cada día de mi vida, lo juro...
-¡Por Alá! Aunque... aunque... ¿aunque me case con ese príncipe...?
-Aunque olvides ese sueño, no dejaré de rezar... -Concluyó abriendo la puerta, lanzando una última sonrisa antes de salir del coche-.
Dejó a Jaime solo, quien se tomó unos segundos para que la sensación sofocante por querer llorar se le pasara, incluso se frotó el rostro para despejar su desasosiego. Justo después, se levantó arreglando su vestuario. Respiró profundo y se dispuso a mostrar su rostro a la multitud que lo aguardaba afuera.
Descendió Khaji reverenciando al príncipe, cuyos pies tocaron finalmente el suelo de la escalinata. Entre gritos y festejos, comenzó a avanzar por las escaleras. Su guardia lo seguía de cerca mientras Khaji no se apartaba de su lado. En cuanto cruzó el umbral de la entrada, el jolgorio y la celebración explotaron entre euforia y escándalo. Jaime avanzaba pisando los dichosos pétalos, mostrando su sonrisa y levantando la mano en señal de saludo.
Jonathan ya lo veía acercarse. Su mirada se enfocó sobre su andar, su rostro, su actitud. Empezó a temblar y sentir cómo el aliento lo abandonaba. Pasó dolorosamente saliva advirtiendo el miedo que ya invadía su razón. No fue capaz de sostener su propia mirada. Agachó el rostro esforzándose por contener el llanto. Conner observó despreciativamente la reacción en su hermano. Discretamente evadió a su padre para colocarse a un lado del muchacho.
-Vaya... No está nada mal... -Comentó Conner codeando al menor-. Si ese tipo estuviera sobre mí, no me importaría abrir las piernas para él... -Habló susurrándole al oído-. ¡Qué suerte tienes! –Le expresó perversamente, soltándole el aliento al ras de la oreja, sintiendo como el comentario malintencionado hería la confianza de Jonathan-.
Sonrió jactándose por el resultado obtenido. Palmeó cínicamente el hombro de su hermano burlándose a continuación.
-Sólo bromeo... -Remilgó Conner socarronamente-. Aunque, hablando en serio, yo tendría cuidado... Un hombre como él va a destrozarte. No podrás caminar en días después de la noche nupcial... -Completó riendo, cubriéndose la boca para no delatar su burla-.
Jonathan apretó los labios percibiendo un estruendo monstruoso que lo carcomía lastimándolo con incertidumbre e ideas paranoides. Así también, la incomprensión que Conner le manifestaba le resultaba repugnante, tanto que no reflexionó su respuesta.
-Y es por esa asquerosa actitud que te empeñas en mostrar, que el general Drake nunca te aceptará... -Musitó sin un ápice de titubeo-.
Conner acalló su horripilante inspiración al entender aquellas palabras. Arrugó su frente y tensó su quijada advirtiendo la indignación que ese comentario le había provocado. Respiró abruptamente para no estallar iracundamente. Levantó su mano alejándola de Jonathan. Volvió a acercarse a su oído llevando veneno en su discurso.
-Ojalá te parta en dos... -Susurró dando por terminada aquella clandestina charla-.
Al atender las crueles palabras, Jon sintió morirse. No se creyó capaz de aguantar más maquinaciones de su condición. Todo aquel espectáculo estaba sobrepasándolo, y en su inoportuna ingenuidad, debía reconocer que no había pensado en esa dichosa noche. Cada uno de los cambios que ahora debía enfrentar, lo estaba asfixiando. En cualquier momento saldría corriendo.
Jaime, por su cuenta, caminaba manteniendo su amable y acogedora imagen. Avanzaba elegante y sonriente muy a pesar de las náuseas y la jaqueca que no lo habían abandonado.
-¿Te sientes bien? –Preguntó Khaji disimuladamente, percatándose del estado de Jaime, que ocultaba de ojos poco conocedores, pero no podía engañar la experiencia de su amigo-.
-El mareo no se va... -Respondió entre dientes-.
-¿No era jaqueca?
-También...
-¿Puedes resistir hasta que entremos al palacio? –Preguntó Khaji un tanto preocupado-.
-S-sí... -Contestó reiterando su sonrisa y sus saludos-.
El público se prendaba de la actitud amable del invitado. Le halagaban sus atenciones y sus saludos humildes. Sobre él se concentraban las miradas curiosas e impactantes. Todos lo miraban admirando su porte, su gracia y su constante brillo áurico.
-Parece ser alguien amable y carismático... -Comentó Timothy dirigiéndose a Bart-. Aunque fachadas vemos y corazones no sabemos... ¿O tú qué opinas? –Le inquirió al pelirrojo, aguardando algunos momentos para que éste le respondiera-.
Sin embargo, cuando Bart se tomó más tiempo del necesario en contestar, Timothy viró enfocándolo, pensando que quizá no lo había escuchado.
-¿Bart? –Llamó mirándolo, percatándose de lo quieto que permanecía, de lo concentrado que se mostraba y raramente preocupado que su ceño daba a entender-. ¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre? –Le inquirió curioso, pues ver esa faz en su mano derecha y amigo, no era de lo más común-. Oye...
-Se va a desmayar... -Murmuró el pelirrojo-.
-¿Qué? ¿Quién? –Exclamó Tim un poco alarmado-.
-El príncipe... -Respondió perfilando su mirada-.
-¡¿El príncipe?! –Repitió virando, desaliñándose de la fila para enfocar a Jonathan-.
-No. No él. No el príncipe Jonathan. ÉL. Él se desmayará en cualquier momento. –Afirmó señalando a Jaime-.
-¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
-Porque lo veo.
-¿Qué? ¿Cómo puedes saberlo con sólo verlo? –Demandó alzando su vista, encuadrando la caravana y la posterior presencia del invitado-. Yo lo veo bien.
-No. Se siente mal. ¡Se va a desmayar! –Gritó adelantando un paso, luego otro y otro más-.
-¿Bart? ¡Bart, espera! –Ordenó al mirarlo salir corriendo-. ¡BART! –Le gritó impertinentemente-.
Pero el pelirrojo ya no se detuvo. Emprendió una veloz carrera para arribar a un lado del príncipe y evitar que su lánguido cuerpo tocara el suelo.
Continuará...
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