30

Amanda

Me muerdo el labio inferior completamente concentrada en los apuntes que tengo que estudiar para el examen de mañana, mientras escucho una música relajarte de fondo. Solo estamos en casa Hanna y yo y cuando a ella le pones una de las películas de Harry Potter se vuelve una tumba. Pero el ensordecedor silencio se acaba cuando un grito procedente de su habitación llega a mis odios.

Me levanto lo más rápido que puedo y subo al piso de arriba encontrándome con el cuarto de Hanna completamente destrozado y a la pequeña rebuscando como una loca por todos los cajones.

–¡Eh, eh, para!–la alarmo mientras me acerco a recoger varios papeles que hay por el suelo mientras ella me mira culpable.–¿Qué ha pasado?

–Mi diario...no está.–susurra con los ojos vidriosos.–El diario que me regaló Nicky...no...

–¿Qué?–me levanto.–Pero si no te separas de él ni para cagar.

–Se me ha debido de caer...hoy en el parque.–se sienta en la cama.–No puedo vivir sin ese diario Amy.

–Bueno, vamos a buscarlo.–le tiendo la mano para que se levante y se ponga el abrigo.–Seguro que está allí.

No tarda mucho en hacerme caso y en unos minutos ya estamos en el salón dispuestas ha irnos. Pero justo en ese momento, el timbre suena y ambas nos miramos extrañadas. No puede ser ninguno de los chicos porque están trabajando, ni Jesús ni Dani porque están en el gimnasio.
Y las veces que han tocado al timbre y no eran ellos, tampoco era nada bueno.

–¿Visita sorpresa?–susurra Hanna escondiéndose detrás de mí.

–Si.–me acerco a la puerta seguida de la pequeña. En ese momento el timbre vuelve a sonar y me apresuro a mirar por la mirilla. Y cuando lo hago, mi cara se descompone de una manera monumental.

Mis ojos no pueden creer lo que ven. No pueden creer que ella esté aquí, en carne y hueso, y sobre todo, así vestida. Jamás me habría imaginando que llegaría a ponerse algo así y le queda tan bien que ay. Qué orgullosa estoy de ella. Pero me voy del tema.
Al verla, todo el enfado y la rabia que tenía contra ella desaparece como arte de magia y lo único que consigo es echarme a llorar.

–¿Amy?–me mira la pequeña algo asustada.

–Abre la puerta.–susurro dejándole paso. Ella me mira frunciendo el ceño pero acaba haciendo lo que le he dicho y el grito que pega cuando lo hace merece mucho la pena de escuchar. No hay nada más bonito que un reencuentro después de tanto tiempoS

–No...–oigo como hiperventila antes de echarse a llorar.–Nicky...

–Creo...–oigo su voz y aún sigo sin creerme que esté aquí.–Que se te calló esto en el parque. Menos mal que le pusiste tu dirección.–le sonríe tendiéndole el pequeño diario.

Hanna lo coge y después de pensárselo varias veces, acaba por tirarlo a un lado y abrazar a su hermana con todas su ganas. La atrae a ella como si fuera lo más grande que tiene y sé que en este caso así es.

Veo como a Nicky se le caen varias lágrimas y por un momento pienso que todo esto ha valido la pena. Que él no tenerla con nosotros más que mal nos ha echo bien, y que muchas veces las cosas no son lo que parecen.

–No puedo creer que estés aquí.–le digo por fin en un susurro, consiguiendo que me mire con esos grandes ojos llamativos que tiene.

–Pues empieza a creértelo.–se separa de la pequeña para mirarme con una débil sonrisa.–¿Enserio pensaste que te librarías de mí tan pronto?

–Te odio.–le digo completamente sería, antes de volver a derramar otra lágrima.–Joder, te odio.–me quito las lagrimas como puedo.–Pero también te quiero una vida entera y no sé que hubiera echo sin ti más tiempo.

No puedo evitarlo más y me acerco a ella para abrazarla con todas las ganas que tenía de hacerlo. Han sido unos años muy duros y sin ella aún han sido más. Porque aunque no fuera la alegría de la casa, era mi alegría y eso bastaba. Era la borde más importante de mi vida, y sigue siéndolo.

–No vuelvas a irte.–susurro sin soltarme de su agarre.–No nos vuelvas a dejar.

*****

Dani

–Ey, Dani.–aparece mi hermano en el vestuario.–Amy dice que vayamos corriendo a su casa, que ha descubierto algo importante sobre...

–¿Qué?–me levanto rápidamente del banco donde me estaba atando las zapatillas.–¡Vamos!

–¡Pero qué me tengo que duchar aún!

No dudo en salir lo más rápido que puedo del vestuario y sentarme en un sofá que hay en la entrada para esperarlo. Se de sobra que no debería estar tan nervioso, ni si quiera debería alegrarme. Pero lo hace.

Al principio pensé que no importaba, que sería una más de todas esas personas que se fueron, que dolería pero que sobreviviría, como había hecho hasta ahora. Pensé que no le buscaría en cada rincón ni pondría cualquier excusa para terminar hablando de ella pero aún escuchando su nombre sin ser ella, pensaba en ella.
Sentí que había llegado el momento que tanto habíamos temido; o que yo tanto había temido. Perder. Porque hay veces que al hacerlo, no se gana y ésta era una de esas veces. Perdí la oportunidad de decirle al mundo que la quería. Perdí la oportunidad de volver a abrazarla aún sabiendo que llegaría esa última vez a la que tanto pánico le tenía. Perdí la oportunidad de poder mirarle a los ojos y perderme en ellos aún sabiendo que ahí, con ella; podía encontrarme. Perdí... no sé; creía que no me dolería, de verdad que quería creerlo pero pasaban los días y comprendí que era ese tipo de persona que llegaba a tu vida y que si se iba; nunca la dejarías ir del todo. Es como un querer y no poder; quieres pasar página, deshacerte del recuerdo y dejar ir ese dolor tan grande que ha dejado en ti pero no puedes, y no puedes porque sabes que al fin y al cabo eso es lo único que te acaba uniendo a ella. El dolor.
El dolor me hace sentir, sin más, sentir que estuvo, que fue pero sobre todo, que fui.
Perderla, al principio significo también perderme. Habías pasado de no ser nadie en mi vida a sentir que podía serlo casi todo y fue verla marchar y no saber qué sería de mi vida sin ella. Es patético; yo lo soy. Pero hay veces que no puedes sacarte de la cabeza a esas personas, y otras muchas veces, que no quieres.
Y yo soy de las segundas.

–Bueno, ¿qué?–se peina Jesús con las manos.–¿Nos vamos?

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