Capítulo 2: «Cada avalancha comienza con un copo de nieve.»
Todos la miraron como si acabara de perder la cabeza; cosa, que no solía suceder nunca. Pues Lilibeth era la más sensata de su familia.
Aun con la invitación en la mano y moviendo la boca, trataba de hacerles creer, que su deseo era el de participar en el concurso del reino del Sol, para convertirse en la prometida del príncipe heredero. Por supuesto, era una treta.
—¿Y si es feo? ¿Y si es un tirano? —tartamudeó Gwen.
—Cariño, no le conoces de nada... además, presentarte en un concurso real siendo... —su madre trató de hallar las palabras.
—Una bruja. Eres una bruja, Lilibeth —apostilló su hermano George.
—¡A mí me vale! ¡Pero asegúrate de ganar y casarte de una vez por todas! —exclamó Luna. Era la única, junto a su hermano, que apoyaba su repentino interés en la monarquía.
Aun así, los únicos que se mantenían en silencio eran Morgan, artífice de aquella locura, su padre Gerald, enfrascado en sus pensamientos, y Blaise, que aún no comprendía cómo funcionaba aquello del concurso y porque era tan importante.
—Es lo que quiero —se defendió Lilibeth, poniéndose en pie—, y lo que todos vosotros queréis de alguna manera: que me comprometa al fin.
Sus palabras, un tanto acusadoras, fueron suficientes para que todos enmudecieran. Y aquello sí que era una rareza. Pero como era habitual en su familia, no pasó mucho rato hasta que alguien volvió a abrir la boca:
—¡Y yo la acompañaré en esta aventura! —exclamó Nut asomando la cabeza de entre el cabello de Lilibeth.
Como era de esperar, todos se sobresaltaron. Nut podía pasar desapercibido y aparecer de los rincones más pequeños e inesperados. Pero lo cierto, es que lo que más impresionaba de él, era que hablaba. Aquella cualidad, era rara en los familiares y solo se daba en el caso de que el brujo o bruja tuviera mucho poder o un vínculo muy fuerte. Con Lilibeth, se cumplían ambas.
Poco quedaba más por decir, así que agotada, la bruja, pidió que lo terminasen de meditar todos juntos y le comunicaran la resolución final; en aquella familia todas las decisiones se tomaban entre todos.
Al poco rato de que Lilibeth se retirara a sus aposentos, alguien llamó a la puerta. Por la manera de hacerlo, sosegada, pero firme, Lilibeth supo de inmediato que se trataba de su padre y al invitarle entrar, vio como este lo hacía aún pensativo y con cierta preocupación reflejada en su rostro. Gerald caminó despacio hasta su hija, que leía tranquilamente un libro, tumbada en la cama. Eso solo podía significar que aún no se había decidido nada.
—¿Necesitas algo, papá? —preguntó ella mordiéndose el labio.
Sabía que el más difícil de engañar sería él, y se temía que se oliera algo. Lilibeth se levantó y cambió de postura.
—No entiendo, porque, de repente, quieres participar en algo tan absurdo como un concurso para encontrar esposo —le dijo él de sopetón.
Ella tragó saliva y se sintió incluso mareada. Enseguida, sus mejillas, se tiñeron de rojo. Tenía razón, aquel concurso era estúpido.
Acorralada, trató de recordar las palabras que le había enseñado Morgan para aquel momento:
—Mi deber como heredera es continuar con nuestro linaje —balbuceó—. Pero nadie dijo que no podía casarme o enamorarme de una persona corriente.
Gerald se rascó la barbilla y ladeó la cabeza.
—No creo que corriente sea la palabra idónea para describir al futuro rey —chasqueó la lengua.
Lilibeth apretó los puños y cerró los ojos por un instante, tratando de reunir coraje. «Será una forma de ganar tiempo y ampliar mi búsqueda», esas fueron las palabras que habían convencido a Nut para que apoyase su plan. Pero claramente, no podía usarlas con su padre, que tampoco era sabedor que el corazón de su hija primogénita ya tenía dueño.
—No quiero que te hagan daño, Lily.
Su padre expresó sus temores mirándola directamente a los ojos y su hija se enterneció. Siempre la había tratado de proteger a toda costa.
—El mundo es cruel, pero yo soy más fuerte —le susurró.
Algo le decía a Gerald que nada podía hacer para que su hija cambiase de parecer. Y tras algunas conversaciones más y mucho meditar, finalmente, Lilibeth consiguió el permiso de su familia para presentar su participación.
Un mes de paz, para Lilibeth, fue suficiente para confirmar que aquella, había sido una buena idea. Aunque no todo había sido gloria, pues la bruja, había tenido que pasar un total de tres entrevistas iniciales. Las dos primeras habían resultado satisfactorias para sorpresa de todos. Ni Gerald ni Casandra esperaban que el deseó de su hija prosperara tanto. A decir verdad, habían terminado cediendo ante su petición, pensando y creyendo que su hija no superaría ni la primera prueba. No porque no fuera lo suficientemente buena; Lilibeth era un rayo de luz. Si no por los prejuicios que conllevaba ser bruja.
Pero lo cierto, es que el príncipe heredero en cuestión había sido el encargado de abrir las puertas de aquel antiguo y restringido concurso, a todas las damas que quisieran participar, sin importar su origen, fortuna o familia.
Pero aun así había ciertos requisitos a cumplir, lo que dejó un total de cuatrocientas noventa y cuatro aspirantes sin la oportunidad de conseguir una participación oficial. No se permitían viudas, divorciadas o damas que ya estuviesen prometidas. De la misma manera, se pedía que las participantes fueran puras y no tuvieran enfermedades genéticas que pudieran afectar a un futuro heredero.
Había pasado ya una semana desde que Lilibeth había acudido a su última entrevista y nada se sabía. Ella se encontraba nerviosa, especialmente aquella mañana, como si su intuición le pidiera estar alerta.
Mientras repasaba su propio grimorio, su mente viajaba entre el presente, pasado y futuro. Se sentía tonta por aferrarse a un joven del que no conocía su nombre ni su apellido, pero cuyo recuerdo vivía fresco en su memoria e incluso la visitaba por las noches en sus sueños. No sabía si lograría encontrarlo jamás, pero tras fallar repetidamente en su búsqueda por las aldeas más cercanas, sentía que era el momento, y quizás su última oportunidad, de abrirse paso más allá de Nightforest, para encontrarle.
Tanto se enfrascó en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que estaba siendo observada por otra persona hasta que una risotada se coló por su oído.
Sobresaltada, Lilibeth volvió en sí y levantó la mirada. Morgan sonreía orgulloso y pícaro, mientras blandía una carta entre sus manos. Era la tercera vez que lo hacía, sin contar con la invitación. Así que solo podían ser buenas nuevas.
—Felicidades, hermanita —le susurró.
Y sin haber leído aún aquella carta, Lilibeth supo de inmediato que debía hacer las maletas. De lo que no era conocedora, era de que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Pero su destino, sin duda, siempre había estado escrito en el firmamento.
¡Holis!
Parece ser que Lilibeth está a punto de emprender un gran viaje.
¿Cómo creéis que resultará todo?
Deja aquí tu predicción, ji, ji, ji.
¡Os leo!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top