Capítulo 16
❝Los días pasan y la nada llena mi corazón.
Cuando quiero escapar, me alejo en mi carro.
Pero sea cual fuera el camino que tome,
siempre regreso al lugar donde tú estás❞
In Your Eyes — Peter Gabriel
Shinsou se despertó la mañana del domingo —el primero de julio: su cumpleaños— con la voz de Kaminari resonando con intensidad por toda la casa.
No podía dar forma concreta a sus palabras, ya que todavía estaba demasiado adormilado como para poder entrar de regreso al mundo de los vivos. Como decidió recostarse en el sofá —cuando fue lo suficientemente tarde para que Kaminari no lo descubriera—, sintió que todo su cuello, su costado y la mitad de su cara, dolían como mil infiernos.
Incluso sentía una extraña presión en el oído que le hacía no poder concentrarse y coordinar tan pronto. Si bien estaba acostumbrado a dormir en posiciones incómodas, luego de pasar la noche del viernes en una bonita cama...
Aquello se sentía como un golpe de realidad muy repentino.
—¡Ya tengo diecisiete, mamá! —escuchó que Kaminari gruñía desde el pasillo—. No me puedes decir qué hacer... además, ¿desde cuándo les importa? ¡Ni siquiera me dejaste un mensaje por mi cumpleaños!
Shinsou torció su propio cuello mientras se levantaba. Ahogó un siseo cuando sintió todos sus huesos crujir con el simple movimiento, pero se obligó a sí mismo a erguir su endurecida espalda para así desperezar todos sus músculos.
El dolor agudo seguía molestándole, sin embargo.
—¡Fue el viernes, mamá! —Kaminari gritó con más violencia—. ¡Mi cumpleaños fue el viernes, no ayer! ¿Qué querías que hiciera...? ¿Qué me quedase esperando sentado en mi cama mientras tú y papá nunca llegaban?
Shinsou dio un respingo. Nunca había escuchado a Kaminari tan alterado —su tono de voz solo iba creciendo y volviéndose más brusco, más ronco; sus atolondrados pasos repiqueteaban por todo el pasillo, casi como un intento de descargar la ansiedad del momento.
Apretó la manta que cayó de sus hombros a sus rodillas. Fue allí que se distrajo solo un instante de los gritos de Kaminari: Shinsou no recordaba haberse puesto una manta en la noche.
No es como si hubiera una en la sala, y no tenía cara para pedirle una a Kaminari. Debería dar explicaciones de por qué era complicado dormir en una misma cama, cuando no debería serlo.
La abrazó contra su pecho, frotando la mejilla sobre la suave tela. Olía a colonia masculina; tenía un toque bastante juvenil.
—No deberías ser tan metiche, mamá —volvió a farfullar Kaminari—. No me importa que te llamaran mis amigos... yo les dije que no quería una estúpida fiesta...
Hubo un sepulcral silencio, seguido de un chillido de indignación desde el pasillo. Incluso escuchó un ruido seco de algo cayendo al suelo, y a Kaminari insultando algo entre dientes. Posiblemente había derribado alguno de los adornos del pasillo.
—¡Mira, volveré cuando yo quiera! —exclamó—. Qué curioso que apenas se preocupen luego de que me desaparecí dos días...
Shinsou dio un salto sobre sí mismo tras escuchar los pasos volverse más fuertes. Intentó fingir que seguía dormido o que estaba ocupado en otra cosa, pero Kaminari se acercó hasta la sala dando zancados y con el rostro deformado por la furia.
Se le desencajó la mueca solo un instante luego de descubrir que Shinsou estaba, efectivamente, despierto. Ahogó un gritito de sorpresa.
—¡Shinsou! —Kaminari tragó saliva—. No sabía que estabas despierto...
Shinsou arqueó una ceja ante su intento de fingir que todo estaba de lo más normal. Pero la sonrisa falsa de Kaminari no era suficiente para que él dejase morir el asunto.
—No lo estaba —dijo desafiante—. Tus gritos me despertaron.
Kaminari se horrorizó al darse cuenta de su error. Vio que llevaba el teléfono todavía en la mano, el cual se apresuró a guardar en el bolsillo trasero de sus pantalones. Le vio que se acomodaba nerviosamente el pelo, sonriendo tontamente otra vez.
Se recargó contra el hueco del marco que unía la sala y el pasillo.
—Bueno... dicen que hay que empezar las nuevas edades de las formas más íntimas —Denki rió nerviosamente—. Espera, no... era intensas... ¡mierda! ¡Todo hago malditamente mal!
—Kaminari —Shinsou le cortó—. Está bien. No soy quien para juzgar. Sé que estabas peleando con tu madre.
Kaminari se quedó de piedra un momento. Shinsou pensó que, quizá, no mucha gente era tan abrupta y honesta con él. En el mundo de fantasías millonarias que el rubio vivía, la gente tendía a vender una imagen de perfección.
Al final, Kaminari suspiró. Volvió a acomodarse el pelo, solo que de una forma ya desganada. Arrastró sus pies descalzos hasta el sofá, donde se dejó caer de tal forma que hizo que el cojín debajo de Shinsou, rebotara.
El chico lanzó su espalda contra el respaldo. Shinsou le imitó, solo que de una forma menos torpe. Solo debía haber un palmo de distancia entre los dos, pero desde la noche anterior se sentía como un abismo entero.
—Mi familia es una mierda —suspiró Kaminari. Vio que le brillaban los ojos—. Todo es una mierda...
Shinsou hubiese deseado ser menos como sí mismo. Quizá si fuese como Midoriya o Uraraka, habría sabido qué decir. O qué hacer para reconfortarlo.
Una palabra. Un abrazo. Un gesto. Lo que fuera.
Pero él no tenía idea de qué diablos hacer sin sentir que traspasaba un límite. Decidió que quedarse a su lado era la mejor opción de momento. Soltó un largo y cansado suspiro.
—Créeme que te entiendo —Shinsou resopló varias veces—. Te entiendo más de lo que te imaginas...
—Lo siento, Shin —Kaminari dijo con la voz aguda. Se volteó para mirarle, pero él no se atrevía—. Debes pensar que soy un desagradecido...
—¿Por qué pensaría eso? —Frunció las cejas—. No tengo motivos para creer que eres un desagradecido. No tú, Kaminari...
—Es que... tú sabes... y yo... y tú... ugh —Kaminari se tapó la cara con los brazos, encogiéndose sobre sí mismo—. Sé que otros tienen peores problemas...
Shinsou hizo una sonrisa torcida. No quería verse burlón, pero le fue inevitable ante el melodrama que Kaminari estaba armando en torno a cosas sin importancias respecto a Shinsou.
—Si te refieres a que pensaré que eres un desagradecido por pelear con tu madre solo porque mi padre es un borracho, estás muy equivocado, Kaminari...
Kaminari dio un brinco mientras agitaba los brazos.
—¡N-no he querido decir eso...! —exclamó—. Bueno, no así...
—Descuida —Shinsou le sujetó por una de las muñecas así dejase de agitarlas—. Que otros tengan cosas peores, no significa que las tuyas son menos válidas.
El otro chico ladeó la cabeza, curioso por sus palabras. Shinsou tragó saliva tras haberlas dicho; ni siquiera podía creer que fue él mismo quien las pronunció.
Varias semanas atrás, aquello habría sido imposible de surcar su mente.
Shinsou solo pensaría que Kaminari era un niñato ricachón más, con problemas irrelevantes y dramas que no venían al caso. Lo habría pensado de verdad; y era solo ahora mismo que lograba sentirse avergonzado de sí mismo por ello.
La gente sufría todo el tiempo. En todas partes. El sufrimiento humano no distinguía de razas, clases sociales o de géneros. Y así como muchas injusticias estaban fuera del alcance de las manos de Shinsou, había muchas otras injusticias que estaban fuera del alcance de las manos de Kaminari.
Así era la vida. Era un ciclo sin fin de sufrimiento, pero para todos. Un pensamiento bastante deprimente, pero él ya estaba acostumbrado.
—Mi mamá está molesta porque me marché sin avisar —suspiró Denki—. Es curioso que apenas hoy lo ha notado... y solo porque Kirishima le llamó...
Le vio sujetarse el rostro con ambas manos. Los dedos le temblaban todavía por la rabia y la frustración.
—Me ha dicho que soy un pésimo hijo...
—No quiero oírme como un defensor de padres —comenzó Hitoshi. Dio otro suspiro—. Pero creo que ni nosotros sabemos ser hijos, ni ellos saben ser padres. Ya está. No hay demasiada ciencia en todo el asunto de las familias...
Kaminari no dijo absolutamente nada. Sus ojos dorados estaban clavados en el techo, pero Shinsou sabía que no veía a nada en absoluto. Su sepulcral silencio, y los suaves suspiros resignados que escapaban de su boca se lo confirmaban.
Vio cómo inflaba el pecho en busca de una buena cantidad de aire. Lo soltó no mucho después.
—Es tu cumpleaños y te lo estoy arruinando con mis dramas —Denki apretó los labios, los ojos se le cristalizaron solo un poquito—. Diablos, soy el peor bro... tú me acompañaste, y yo con esta mierda...
Shinsou resopló una risita entristecida. Habría dicho que era divertido verlo en aquel modo dramático, pero no podía divertirle ver a Kaminari tan abatido. Era una faceta de él que apenas había llegado a ver en lo que llevaban pasando tiempo al lado del otro.
Fue allí que se dio cuenta que todas las personas cargaban pesos y dolores sobre sus espaldas. Y lo peor de todo es que no eran solamente aquellos como Shinsou —que se veían como un desastre andante por la vida.
También lo hacían aquellos que siempre estaban brillando como las estrellas gigantes de la galaxia. Porque incluso todas las estrellas en el universo escondían un núcleo oscuro —y otras ocultaban agujeros negros detrás de toda su potencia.
Shinsou no le respondió a su afirmación interior. Se limitó a estirar su mano hasta el muslo de Kaminari para dar un par de palmaditas amistosas.
El muchacho casi dio un brinco por la sorpresa —Hitoshi intentó mantenerse tranquilo, como si no tuviera demasiada relevancia un gesto como aquel. Solo se limitó a darle la misma sonrisa triste de hace un rato; pero seguía siendo su sonrisa más sincera.
—Anda, pésimo bro —exclamó Shinsou—. Creo que nuestro viaje ya ha terminado. Es hora de volver a la realidad.
El viaje de regreso fue demasiado silencioso para el gusto de Shinsou; y aunque él apreciase el silencio, no habría querido que su fin de semana terminara de esa forma.
Pero la verdad era que no tenía ni la más mínima idea de qué diablos decir
Había mucho y nada a la vez. Demasiados sentimientos y pensamientos que se arremolinaban en su cabeza, pero que carecían del sentido o la relevancia suficiente para decirlas en voz alta.
Decidió, así, que lo mejor sería permanecer callado. Incluso Kaminari, que era un charlatán de primera, se encontraba demasiado enfrascado en la carretera o en sintonizar la radio con alguna canción de rock moderno.
El silencio debía ser lo correcto, entonces.
Shinsou no podía hablar de ninguna de las cosas en que pensaba. No en la noche anterior en el jacuzzi, no en la mañana en que se despertó con los brazos de Kaminari alrededor de su cintura. Y no precisamente en lo suave y cálido que se había sentido su cuerpo contra el suyo; o cómo parecía encajar en todos los huecos que dejaba su propia silueta, casi como si parecieran ser dos piezas destinadas a unirse y formar una imagen más grande entre los dos.
Eran puras tonterías.
El viaje se prolongó hasta el hogar de Midoriya. Shinsou dio un respingo por la sorpresa en cuanto reconoció el camino, y se odió a sí mismo por haberlo olvidado de una forma tan bochornosa: todavía debía ir por Eri.
Observó a Kaminari de reojo. El chico no se daba cuenta, o fingía demasiado bien que los ojos de Shinsou estaban perforando en su costado.
Se sintió extraño en el interior. Ni siquiera había mencionado una sola vez a su hermana, pero Kaminari lo recordó. Al menos, lo recordó antes que él. Y lo condujo de una forma automática hasta la entrada de la residencia donde Midoriya vivía a solas con su padrastro, Toshinori Yagi.
Kaminari aparcó su Audi amarillo chillón. No era un color que pasase desapercibido, mucho menos en un vecindario tan austero como el de Midoriya —los dos permanecieron en silencio, demasiado quietos en su lugar, mientras todos los vecinos del barrio miraban curiosos por las ventanillas para averiguar quién era el dueño de tan flamante automóvil.
Shinsou podría haberse muerto de la vergüenza, pero lo mejor sería fingir tranquilidad como siempre hacía. Incluso si en su interior había más ruido y desastre que una fiesta.
Escuchó a Kaminari exhalar un largo suspiro.
—Bueno... —dijo, mientras se acomodaba el cabello rubio sin peinar—. Supongo que es el adiós...
El muchacho había puesto una mueca demasiado melodramática en el rostro, lo cual hizo que Shinsou terminara rodando los ojos.
—Kaminari, detente —Shinsou le cortó—. Nos veremos mañana en la escuela.
El aludido hizo una triste sonrisa. Sus dedos tamborileaban sobre el volante.
—Supongo que me acostumbré demasiado a nuestra escapada. Casi que pensé que duraría para siempre...
—No podemos escapar para siempre, Kaminari —contestó Shinsou, sintiendo un nudo en la garganta y el pecho más alborotado.
Kaminari le dio una media sonrisa, pero no le estaba mirando.
—Eso no quita que lo quisiera, Shinsou.
Shinsou se removió de una forma tan incómoda en su asiento, que hasta un bobo como Kaminari fue capaz de notarlo. Los dos evitaron mirarse durante los segundos que prosiguieron de la forma más incómoda.
Buscó en el asiento trasero por su raída mochila. Shinsou la apretó contra el pecho con un brazo, acomodándose para abrir la puerta y salir pitando lo más rápido que pudiera.
Pero no podía permitirse ser grosero. No después de todas las cosas vividas en menos de cuarenta y ocho horas entre ellos dos.
—Eh, gracias... —Shinsou carraspeó—. Gracias por elegirme para tu escape, por querer que fuese yo el que estuviera contigo en tu cumpleaños...
Kaminari agitó rápidamente las manos delante de su rostro. Lo hizo tan fuerte y descuidado, que acabó golpeando en la bocina con el codo. El ruido les hizo dar a ambos un salto, así como despertar un fuerte susto en todos los transeúntes que pasaban por allí.
Shinsou resopló una carcajada. Kaminari se le sumó, aunque la tensión era tan fuerte que no les permitió que el dulce momento durara demasiado.
La risa se esfumó lentamente del rostro de ambos.
—¡No me tienes que agradecer! —dijo entonces Denki—. Y me tengo que disculpar... prometí darte un buen cumpleaños... y lo he arruinado todo...
—Kaminari, ya basta —Shinsou le dio un golpecito en el hombro—. No me diste un buen cumpleaños, pero me diste, eh... todo un buen fin de semana. Eso es.
Kaminari no se veía demasiado convencido de sus incómodas y ridículas palabras. Shinsou comenzó a ponerse nervioso, pero se obligó a sí mismo a centrarse.
—En lugar de un par de tontas horas en un día que nada significa, me diste más de un día de tu vida —agregó—. Eso es suficiente para mí.
Los pómulos de Kaminari se tiñeron suavemente de rosa. Sus ojos brillaron con emoción; y en verdad era tanta, ya que al agitar los brazos en el aire acabó golpeando otra vez la bocina con el codo.
—¡Te prometo darte un regalo esta semana! —Kaminari asintió varias veces, mientras hacía señas de disculpas a los transeúntes molestos por la bocina—. ¡Te daré el mejor regalo del mundo!
No seas idiota, Shinsou quiso decirle. Me has dado lo que nadie ha hecho en diecisiete años.
Pero él no se atrevía a decirlo en voz alta. Solo se limitó a sonreír de manera socarrona, picándole en el estómago solo para verlo doblarse.
—Con que me hagas aprobar literatura, yo estoy satisfecho.
Kaminari le dio una sonrisa mientras se frotaba el lugar donde Shinsou le picó con los dedos. Los dos permanecieron durante otro momento de silencio —un poco menos incómodo—, hasta que Shinsou hizo una seña hacia el hogar de Midoriya.
—Yo, eh... ya debo... bueno, tú sabes... —Shinsou se rascó en la nuca.
—¡Oh, sí! —Kaminari asintió muchas veces—. Por supuesto, yo ya sé... claro que lo, uh... lo sé...
Shinsou apretó los labios, esperando otra vez mientras soportaba la mirada de Kaminari encima de él. Como nada ocurría, le señaló hacia la manija.
—Kaminari —Le llamó—. La puerta...
—Oh. Oh —Denki se golpeó en la frente—. La puerta, por supuesto. Soy un imbécil...
El rubio destrabó entonces las puertas. Shinsou se apresuró entonces en abrirla —por miedo a que volvieran a cerrarse y tuviera que permanecer de forma incómoda en aquel carro—, pero vaciló un par de veces antes de sacar sus dos pies hacia afuera.
Kaminari le observaba, curioso. Shinsou no pudo evitar los impulsos que sentía en el corazón —le dio una última sonrisa, pero ya no era tensa, incómoda o burlona.
Era una sincera sonrisa.
—Te veo mañana —dijo finalmente—. Adiós, Kaminari.
—¡Mañana, claro que sí! —exclamó Kaminari, sonriente—. Adiós, Shinsou...
Shinsou salió rápidamente del carro, cerrando la puerta de espaldas para no tener que ver a Kaminari. Empezó a caminar apresuradamente hasta la entrada del hogar de Midoriya, y no estuvo tranquilo hasta que escuchó los motores del Audi encenderse otra vez.
No te des la vuelta, Shinsou apretó los dientes. No te atrevas.
Pero solo bastaba con prohibirte las cosas a ti mismo para que sintieras unos irrefrenables deseos de hacerlas.
Shinsou se dio la vuelta, justo cuando había alcanzado la puerta de entrada.
Kaminari tenía su auto en funcionamiento, pero no había arrancado. Observaba el trayecto que Shinsou siguió, sin verse como si hubiese despegado los ojos durante al menos un segundo.
Solo le bastó ese único momento en el que Shinsou volteó hacia él. Kaminari no agitó la mano. Tampoco sonrió.
Pero fue luego de que volteara que finalmente arrancó su Audi a gran velocidad, y se perdió así en el tumulto de vehículos que era aquella calle.
Shinsou se quedó allí durante unos minutos, respirando fuertemente el aire fresco y tratando de calmar todos sus sentidos alterados. Incluso se dio golpecitos en la mejilla, temeroso de que estuvieran algo sonrosadas por el encierro en el carro.
Porque tenía que ser eso, ¿no? Tenía que ser el calor en el vehículo lo que le hiciera sentir de esa forma tan extraña.
Cuando finalmente decidió que estaba normal y tranquilo, giró la perilla y se adentró en el hogar de los Midoriya. Agradeció que dejasen la puerta abierta durante el día —Shinsou no estaba tan seguro de que se viera lo suficientemente calmado, incluso si se convencía de que lo estaba.
No quería interactuar con gente. Necesitaba una ducha tibia, una cama y dormir por cien años.
La casa estaba bastante fría y sospechosamente silenciosa. Shinsou frunció las cejas —no recordaba un solo día en que los ladridos de Mighty Jr., el perro de la familia, no inundaran cada sala de aquel lugar. Tampoco había existido un día en la historia de la humanidad en que aquella casa no tuviera el sonido de los videojuegos de la consola de Midoriya como música de ambiente.
Casi pensó que habrían salido a comer —ya casi era el mediodía—, pero la puerta abierta le hizo desistir de ese pensamiento. ¿Sería que estaban preparando una barbacoa en el jardín...? Tampoco había visto humo desde afuera.
—¿Midoriya? —Shinsou preguntó en voz alta al vacío—. ¿Eri...?
Shinsou observó de reojo en la cocina, pero todo seguía demasiado oscuro —y era un verdadero caos, también. Demasiado utensilios de cocina y trastos sucios por todas partes...
Lo único que se escuchaba era el chirrido de las suelas de sus propios zapatos deportivos. Shinsou siguió arrastrando los pies hasta la sala de estar, la cual estaba igualmente oscura y sospechosamente en silencio.
Sintió que su corazón se aceleraba. No tenía idea por qué, pero algo extraño tenía que estar ocurriendo...
—Como esto sea una broma, le meteré una hamburguesa por el...
Shinsou no pudo terminar con su amenaza retórica hacia Midoriya. En cuanto puso un pie en la entrada de la sala de estar, todas las luces de la sala se encendieron tan de repente que lo dejaron ciego por un instante.
Y bien podría haber quedado sordo, ya que un coro de voces chilló a viva voz al mismo tiempo:
—¡Sorpresa!
Un montón de serpentinas y papelillos picados cayeron sobre su cabeza. Shinsou se cubrió instintivamente, pero el ruido de las cornetas y los silbatos le hicieron dar un brinco por el susto.
Y fue allí que finalmente lo vio todo.
La sala se había transformado en un museo de globos, o eso parecía: la habían decorado con globos en forma de los números 1 y 7, al igual que de las letras S y también la H; sin mencionar, además, los globos de forma convencional y que flotaban sobre las sillas o en el techo con helio.
Había al menos diez guirnaldas que ni siquiera seguían un patrón de decoración, y que incluso se encontraban mal colgadas. Una pila de regalos de todos los tamaños y colores descansaba sobre el sofá.
Shinsou se quedó boquiabierto, mientras sus ojos buscaban a la fuente de las voces y sonidos que habían comenzado a canturrearle algo que solo podía ser el feliz cumpleaños.
Primero vio a Eri y Midoriya; los dos sonreían como niños pequeños —y solo uno de los dos lo era—, mientras sujetaban un enorme pastel de cumpleaños, decorado con muñecos de gatitos y diecisiete velas que Toshinori intentaba terminar de encender.
Pero eso no era todo. Detrás de Midoriya, estaban Uraraka y también Iida Tenya —la primera se encargaba de grabar el momento con dedos temblorosos por estar moviéndose demasiado; el segundo, la regañaba por no preocuparse en captar el momento perfecto para el recuerdo.
Había una sexta persona en la sala, incluso. Pero Shinsou estaba demasiado sorprendido que casi creyó que era un espejismo.
No todos los días encontrabas a Shouto Todoroki, con un bonete en la cabeza y un silbato entre los labios, agitando una serpentina con tanta parsimonia que podría haberte hecho dormir.
Eran demasiadas emociones para tan pocos minutos.
—¡Feliz cumpleaños, Toshi! —exclamó Eri con su dulce vocecita.
—Espero que no creyeras que lo habíamos olvidado —Midoriya rio, aunque su tono era bastante orgulloso—. ¡Trabajamos muy duro todo el fin de semana!
—¿Trabajamos? —Uraraka preguntó, indignada—. ¡Pero si te la pasaste jugando a la consola!
—¡Sh, Ochako...! ¡No me expongas de esa forma!
Shinsou les observó mientras los dos empezaban a discutir —aunque aquello podría terminar en desastre, ya que Midoriya seguía sujetando el pastel. No parecía que la situación fuese a mejorar cuando Iida se metió para calmarlos, pero acabó enfrascado en la pelea luego de que Uraraka le mandara a callar.
Shinsou seguía sin poder moverse, observando todo mientras su cuerpo entero comenzaba a temblar de los nervios. Todo aquello debía ser un sueño. Tenía que serlo...
Pero la mano que se posó sobre su hombro fue demasiado real. Shinsou se volteó para identificar a quien le acompañaba, pero no se sorprendió del todo cuando descubrió que era el viejo Toshinori, regalándole una paternal sonrisa.
—Feliz cumpleaños, joven Hitoshi —Toshinori exclamó—. ¡Cuánto has crecido ya! Ah, pensar que recuerdo cuando eras un niño pequeño, que se ocultaba detrás de las piernas del buen Hizashi...
Sintió que algo se retorcía en su pecho, pero no en un mal sentido. Toshinori no se equivocaba —aquel recuerdo era real. Y uno hermoso, por supuesto.
Shinsou recordaba ser pequeño y buscar a su padre para sentirse protegido.
Los ojos de Toshinori se aguaron con los recuerdos en cuanto se dio cuenta. Tuvo que retirar la mano del hombro de Shinsou para airearse los ojos, disimulando por completo que habían sido sus propias palabras las que le dejaron de esa forma.
Pero lejos de hacerle llorar, Shinsou esbozó una sonrisa. Era la primera vez en años que un recuerdo no le causaba dolor, sino una dulce nostalgia.
O tal vez era la primera vez en toda su vida.
La celebración en el hogar de Midoriya se extendió hasta entrada la noche. Se empacharon de pastel de chocolate y comida chatarra —patatas fritas con queso fundido encima, sándwiches, croquetas freídas en aceite que les harían doler el estómago—, refrescos e incluso de dulces que Uraraka preparó —y milagrosamente no quemó.
Para su gran sorpresa, Shinsou se había divertido. Midoriya incluso propuso que jugaran al Monopoly... lo cual no terminó tan pacíficamente como debería.
Uraraka era una tramposa muy habilidosa. Pero Iida era un detector de tramposos todavía más habilidoso —lo cual hizo que la velada acabara con el tablero volando por los aires, encima de la cabeza de Todoroki que dormitaba desde que Iida comenzó a vociferar todas las reglas del juego.
Midoriya juró que nunca más los invitaría a su casa.
Pero lejos de molestarle aquello, terminó haciendo reír a Shinsou. Le permitió estar ocupado durante el resto del día, sin pensar en otra cosa que todos aquellos chicos que habían decidido montarle una fiesta sorpresa.
Shinsou ni siquiera recordaba haber intercambiado muchas palabras con Iida o Todoroki, pero habían acudido de todas formas. E incluso descubrió que, dentro de las rarezas que los caracterizaban, eran dos chicos bastante agradables.
Su yo del pasado se habría amargado con esa fiesta. Creería que Midoriya y Uraraka se lo hacían por lástima —pero ya no quería pensar esas cosas.
Le habían hecho una fiesta sorpresa, y Shinsou la disfrutó como niño pequeño. No necesitaba nada más.
Como Eri se quedó dormida en el sofá de Midoriya durante la batalla del Monopoly, Shinsou la tomó en brazos para llevarla a casa. Todoroki se ofreció a acercarlo en su carro; y aunque se encontró reacio al principio, terminó aceptando si quería conservar sus brazos.
Eri había engordado aquel fin de semana. No tenía dudas de aquello.
Él y Todoroki parlotearon sólo un poco en el trayecto hasta su hogar. Ninguno era demasiado conversador, pero Shinsou hizo un esfuerzo. No sabía qué cosas podían tener en común, pero al menos estaba seguro de una: y esa era Midoriya Izuku.
Ya que el muchacho se había tomado la molestia de preparar una fiesta solo para él, Shinsou podría devolverle el favor y, quizá... averiguar qué sentía Todoroki por su amigo.
—Midoriya es un gran amigo —Shinsou soltó después de carraspear—. No me imaginaba que haría una fiesta sorpresa.
Todoroki esbozó una pequeña sonrisa de costado. Era casi imperceptible. Shinsou fingió que acomodaba mejor a Eri contra su pecho, pero en realidad estaba espiando cada gesto del chico de cabello bicolor.
—No ha dejado de hablar de esto desde hace dos semanas —respondió Todoroki—. Midoriya es muy perseverante cuando se lo propone.
Shinsou resopló mientras se reía. No estaba equivocado en lo que decía.
—Midoriya es muy perseverante cuando aprecia algo —dijo Shinsou—. O cuando algo le gusta... y no estoy diciendo que yo le guste, ¿de acuerdo?
Sintió que le temblaban los dedos luego de aquello. Tuvo que agregar apresuradamente su última frase tras haber visto a Todoroki fruncir las cejas.
—Oh, eso lo sé —Todoroki tosió—. Digo... Midoriya me ha contado que tú y, eh... Kaminari... pasan mucho rato juntos.
Shinsou se tensó de repente. Eri se removió incómoda entre sus brazos, aunque por suerte no la despertó.
De repente la mesa se dio vuelta, y ahora el que estaba atrapado era él.
—Kaminari y yo solo somos amigos —dijo de forma tranquila y casual—. Él es mi tutor en literatura, yo me aseguro de que no se rompa la cabeza haciendo una estupidez...
Todoroki se quedó un instante en silencio. Se veía algo pensativo, pero era imposible adivinar qué estaría pensando. Él no era tan transparente como Midoriya —y quizá eran sus diferencias las que les hacía una pareja perfecta.
—Está bien —habló Shouto finalmente—. Igual, no me debes explicaciones de nada... así que tranquilo, supongo.
Shinsou no volvió a decir nada, tampoco. El ambiente estaba solo un poco tenso —Todoroki tenía razón en que no debía explicaciones, pero Shinsou no podía evitar querer dárselas.
Como si siquiera hubiese algo que explicar.
Por suerte, no pasaron muchos minutos hasta que llegó a su casa. Todoroki le despidió con una media sonrisa, preguntándole si al día siguiente almorzaría con ellos en la escuela.
Shinsou no tenía motivos para decirle que no. Así que solo asintió, sonriendo de regreso hasta que Todoroki avanzó su Volvo negro y se perdió en la espesura de la calle.
Shinsou respiró profundamente el aire fresco mientras sujetaba más fuerte a Eri. Se adentró a su casa, arrojando su mochila —con todas las pertenencias que llevó a su escapada con Kaminari— en el pasillo. Subió con cuidado las escaleras, dirigiéndose al cuarto de Eri para depositar suavemente a su hermana pequeña sobre la cama llena de peluches.
La arropó lo mejor que pudo y besó su cálida frente por unos segundos. Se quedó allí, observándola con cariño la forma en que dormitaba como si fuese un angelito —hasta que se sintió lo suficientemente acosador, o demasiado padre para su gusto, y decidió marcharse a buscar un poco de agua.
Antes de partir, rebuscó en la mochila de Eri hasta que encontró al unicornio de felpa llamado Sir Nighteye. Lo acomodó entre los brazos de Eri, la cual lo apretó inconscientemente entre sueños.
Shinsou se alejó de puntillas hasta que estuvo seguro que los ruidos no llegarían hasta Eri. Suspiró mientras estiraba sus adormecidos brazos por haber cargado tanto peso, bostezando hasta llegar a la cocina.
La casa estuvo demasiado silenciosa, lo cual no era tan sospechoso considerando que se trataba de un domingo. Pero eso no quitaba que sintiera un ligero vacío en el centro del pecho.
Seguía siendo su cumpleaños. El aniversario de su décimo séptimo cumpleaños no había terminado.
—No sé por qué te sorprende —Shinsou bufó mientras se tragaba el nudo en la garganta—. No es como si él tuviese consciencia de los días...
Shinsou intentó borrar la amargura. No era momento de sentirse mal. No después del fin de semana más loco que había tenido en... bueno, en toda su vida.
No podía permitir que Aizawa se lo arruinase.
Pero era inevitable sentirse como la mierda —Kaminari había hablado de que sus padres recordaron su cumpleaños demasiado tarde, y Shinsou no quiso decírselo... pero había grandes probabilidades de que el suyo ni siquiera lo recordara.
Era increíble, como una cosita pequeña e insulsa podía arruinar todas las otras cosas buenas de la vida.
Y se sintió sucio otra vez. Como si permitiera que los malos pensamientos envenenasen otra vez su alma y su corazón.
Había venido bastante bien, maldita sea. ¿Por qué las inseguridades tenían que volver...?
Shinsou rechinó los dientes para contener las lágrimas lo más que pudo. Incluso apretó las manos en un puño. Quería golpear algo. Era estúpido e inmaduro, pero no podía evitarlo.
—Ya basta —Se dio un golpe en la mejilla—. No vale la pena, no vale la pena, no vale la...
Shinsou se detuvo de repente en el umbral de la cocina. Las luces estaban encendidas, así que la perplejidad fue demasiado inmediata.
Tuvo que tragarse todos sus pensamientos y palabras.
—No puede ser... —Hitoshi ahogó un jadeo.
Sus pies parecían haberse anclado al suelo. No era capaz de moverlos, ni tampoco de parpadear —quizá porque temía que, si hacía algo, todo desaparecería y le revelaría haber sido un espejismo.
Sintió que el corazón le latía más pesado. La cocina tenía algunos globos mal inflados de color púrpura metálico, un cartel gastado sobre la mesada, demasiado colorido y que rezaba «¡Happy Birthday!»; Shinsou estaba seguro que ese cartel estaba en el sótano desde sus cumpleaños en la época que Hizashi los organizaba.
Incluso había un mini pastel. Era de merengue blanco y tenía algunos arándanos para decorar —sus favoritos. Tenía bastantes velas ya derretidas en la superficie, aunque Shinsou estaba seguro que no eran las suficientes para representar sus diecisiete años.
Pero aquello no era lo más sorprendente de todo. Lo que más shock le causó fue la persona que descansaba sobre la mesa, con la mejilla pegada sobre la superficie y la respiración saliendo como leves ronquidos de su boca; todo el azabache cabello le cubría gran parte del rostro.
—¿Papá? —inquirió Shinsou con la voz casi un susurro—. ¿Papá?
Aizawa no respondió. No era ninguna sorpresa —tenía su mano todavía enroscada a una botella vacía de vodka barato. De hecho, toda la cocina apestaba a vodka en ese momento.
Shinsou se atrevió entonces a dar un par de pasos hasta la mesa.
Mientras más se acercaba, más cosas descubría Shinsou: como los tres platos y cucharillas dispuestos sobre la mesa. Como el refresco nuevo y sin abrir junto a la botella de vodka.
Sintió que el corazón se le achicaba tanto que no podía sentirlo. Observó con horror todo aquel despliegue de cosas, cayendo en cuenta a medida que las piezas se ubicaban en el rompecabezas de su mente.
Aizawa había hecho todo aquello por su cuenta. Y aunque fuese lo básico y normal que un padre debía hacer en el cumpleaños de sus hijos, aquello tenía un significado completamente distinto si venía de una persona alcohólica y depresiva como Shouta Aizawa.
Y Shinsou se sintió bastante terrible.
¿Cuánto tiempo llevaba Aizawa de esa forma y en esa posición? Shinsou y Eri habían dejado la casa el viernes por la tarde.
No habían dejado una sola nota. Ni siquiera se molestaron en dejar un mensaje.
Shinsou estaba tan convencido de que a su padre no le importaría en absoluto, que no creyó relevante advertirle de su partida por unos días.
Se sintió horriblemente culpable.
Aizawa continuaba dormitando. Shinsou decidió ignorar el pastel, los globos y el raído cartel. Se acercó lo suficiente hasta su padre para dar algunos toquecitos en su hombro; dio un brinco cuando Aizawa se despertó con un jadeo ahogado y casi chocándose contra su propio hijo por la fuerza con que se irguió.
—Papá, es tarde —dijo Shinsou con la garganta cerrada—. Ve a la cama, te hará daño dormir así.
Aizawa giró la cabeza hacia varios lugares en busca de la voz. No parecía estar todavía en todos sus cabales; puede que fuera por eso que se quedó mirando hacia el rostro de su hijo con sus ojos inyectados en sangre —pero era como si viera al mismo vacío.
Sus ojos estaban vacíos. Desprovistos de vida.
Shinsou hacía lo que podía para mantenerse firme, pero a veces era demasiado. Estuvo a punto de correr la mirada, pero vio que Aizawa abría la boca y hacía un ruido pastoso antes de hablarle:
—De acuerdo —dijo Aizawa voz ronca—. Yo... está bien.
No recordaba cuánto tiempo pasó desde la última vez que escuchó la voz de su padre. Rara vez lo encontraba consciente.
Su tono era grave —demasiado de padre, de hombre. Shinsou había creído que era un sonido irrelevante en su vida, pero sintió una turbación en su interior luego de escucharle.
Shinsou le ayudó a ponerse de pie. Todavía seguía un poco ebrio, pero no tanto como para caerse en su camino hacia el cuarto en el piso de arriba.
Descubrió que su padre olía un poco a jabón, por lo que tendría que haberse duchado ese fin de semana. Shinsou se alejó de él porque era insoportable todo aquello.
Se quedó junto a la mesa mientras Aizawa se alejaba, arrastrando sus pies descalzos por todo el suelo cubierto de capas y capas de tierra.
Antes de que desapareciera por el hueco hasta el pasillo que conectaba con la escalera, Aizawa se detuvo. Shinsou sintió que todo su cuerpo se tensaba, pero intentó fingir que nada extraño estaba ocurriendo.
No podía hacérselo saber.
Luego de unos tortuosos segundos en silencio, y sin voltear a mirarle, Aizawa dijo:
—Feliz cumpleaños, Hitoshi.
Shinsou sintió que su mandíbula se separaba en una mueca de sorpresa. Aizawa volvió a arrastrar entonces sus pies, hasta que se alejó lo suficiente para que la única pista que quedaba de su presencia fueron los pasos amortiguados sobre la vieja escalera que crujía y crujía cada día más.
Shinsou ni siquiera se dio cuenta que estuvo conteniendo la respiración, hasta que se dejó caer sobre la misma silla en la que su padre estuvo dormitando. Dio un resoplido tan fuerte que su cuerpo hasta se sintió más ligero.
Se quedó allí, mirando hacia la nada y todavía temblando por lo absurdo de toda aquella sorprendente situación. Apretó sus párpados con las palmas de las manos, tan fuerte que pronto comenzaría a ver estrellas en medio de toda la oscuridad.
El reloj digital de la cocina marcó de repente la medianoche. Ni siquiera se había dado cuenta que era tan tarde.
Y allí, en el final de su cumpleaños número diecisiete, Hitoshi se echó a llorar de manera silenciosa.
Ustedes estaban esperando un smut sabroso y aquí les caigo yo con angst u.u Lo peor es que no me arrepiento (?
No pueden culparme D: las cosas debían ser de este modo... y hasta les deje pistas! Este fic es un slow burn, pero si les prometo algo...
Habrá smut. Aunque se me caigan las pestañas en el proceso, pero lo hay. También mucho angst, pero eso ya sabían xD y disfruté haciendo este capítulo (no por el angst) sino porque me gusta hacer que Shinsou tenga más amigos y amplíe sus círculos ♥️
Voy escribiendo el capítulo 21 aproximadamente... yo creo que me quedan por escribir unos 8-10 más y se acaba el fic </3
Teorías (o cualquier otra cosa) por aquí ——>
¡Estamos en plena ShinKami Week! :D hoy subí el día 6, y ya solo quedan dos días más para que se termine TuT
Muchísimas gracias por leer, votar y comentar ♥️ me hacen muy feliz con todo su apoyo
Nos vemos el jueves que viene! Besitos ♥️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top