La Luz de Sakura

El viento frío de la noche acariciaba mi rostro mientras me acercaba al jardín del palacio. Desde lejos, podía ver la figura de Sakura, sentada junto a un banco de piedra, sus cabellos rosados ondeando ligeramente con la brisa. Ella siempre tenía esa capacidad de ser el centro de cualquier lugar, sin buscarlo. Su sola presencia iluminaba incluso los rincones más oscuros, algo que ni siquiera yo, con todo mi poder, podía comprender.

Me detuve a unos pasos de ella. Mi corazón latía con fuerza, como siempre que estaba cerca. Pero, esta vez, había algo diferente en el aire, algo que me impedía acercarme. Tal vez la duda que Hinata había sembrado en mi mente aún estaba fresca, o tal vez era el temor de que ella lo supiera todo sin necesidad de palabras. Sakura tenía esa habilidad de leerme, incluso cuando intentaba ocultar mis pensamientos.

—¿Tienes algo en mente, mi rey? —su voz, suave pero firme, cortó el silencio de la noche. No giró la cabeza, pero sabía que me había percibido. Y no me atreví a mentirle.

—He estado pensando... —dije, acercándome lentamente hasta quedar a su lado—. Sobre lo que sucedió con Madara y sobre lo que te espera en el futuro.

Ella suspiró, una pequeña sonrisa curvando sus labios mientras continuaba mirando las estrellas. A pesar de todo lo que había ocurrido, de la guerra, del caos, siempre mantenía esa serenidad que tanto me fascinaba.

—No es fácil, ¿verdad? —preguntó, sin mirarme. Su tono era tranquilo, pero había una especie de melancolía en él que me hizo sentir una punzada en el pecho. Siempre había sido así, capaz de ver más allá de lo que mostraba mi fachada de rey.

—No lo es —respondí, inclinándome ligeramente hacia ella. Sentí el peso de sus ojos en mi rostro, como si pudiera leer cada pensamiento que cruzaba mi mente.

Silencio. Solo se oía el crujir de las hojas secas bajo los árboles y el susurro del viento. Sabía que Sakura no esperaba respuestas rápidas, ni palabras vacías. Ella quería saber lo que realmente pensaba, lo que realmente sentía. Algo que ni yo mismo tenía claro.

Finalmente, ella giró hacia mí, y por primera vez desde que entré al jardín, nuestras miradas se encontraron. Su ojos verdes, llenos de una profunda comprensión, se clavaron en los míos.

—No tienes que hacer esto solo, ¿sabes? —dijo suavemente, como si el mundo entero hubiera quedado suspendido en ese momento. Su voz era un bálsamo para mis tensiones, pero también me aterraba. Era como si ella supiera que mis decisiones no solo afectaban al reino, sino a todos los que amaba, incluida ella.

Mis manos se cerraron en puños. No quería preocuparla, no quería arrastrarla a este abismo de dudas, pero... no podía evitarlo. Había algo en sus palabras, algo en su presencia que hacía que toda mi determinación se desmoronara.

—Sakura, tú... —mi voz titubeó. ¿Cómo podía explicarle lo que sentía sin hacerle daño? ¿Cómo podía hablar de mi miedo de perderla sin parecer débil ante ella? Cada palabra que pensaba se sentía insuficiente. Ella era más que mi aliada, más que la salvación de este reino. Era todo lo que yo nunca supe que necesitaba.

Ella no habló, pero un brillo de comprensión apareció en sus ojos. El silencio se alargó entre nosotros, pero no era incómodo. Era como si ambos entendiéramos que había algo más entre nosotros, algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.

—Lo que suceda con Madara... no es solo tu carga —dijo finalmente, con un susurro que caló en mi alma—. No tienes que enfrentarlo todo solo. Y, si decides entrenarme para controlar mi poder, lo haré. Pero no lo hagas solo porque sea necesario para el reino, hazlo porque crees en mí.

Esas palabras me atravesaron como una flecha. Sakura, con su luz inquebrantable, siempre había sido la fuerza que me impulsaba a seguir, pero nunca había comprendido hasta qué punto su fe en mí, en nosotros, era lo que realmente me mantenía firme.

—No sé si soy el hombre que crees que soy, Sakura —dije, sintiendo el peso de la vulnerabilidad por primera vez en mucho tiempo. Ella sonrió suavemente.

—Yo sí lo sé —respondió, dejando escapar un suspiro que parecía llevarse todas mis dudas.

Me acerqué a ella, sin pensar en las consecuencias. No importaba lo que dijera mi mente, mi corazón se había adelantado, guiado por una fuerza que no entendía. La miré a los ojos, y por un instante, el mundo entero desapareció. Solo estábamos ella y yo, bajo el manto estrellado del cielo.

—No quiero perderte —murmuré, con la voz quebrada.

Sakura no dijo nada, pero sus ojos brillaron con una intensidad que me hizo sentir que, tal vez, ella ya sabía que el futuro de este reino no dependía solo de batallas y alianzas, sino de algo mucho más profundo. De nosotros.

Y en ese silencio, donde el viento parecía detenerse, entendí que cualquier lucha que enfrentáramos, cualquier sombra que se alzara, no importaría mientras estuviéramos juntos.

Porque, al final, ella era la luz que necesitaba.

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